6 minute read

Puedo contarle una historia?

Next Article
Fe en crecimiento

Fe en crecimiento

María Elena González de Guzmán

¿Puedo contarle una historia?

DICK DUERKSEN

Llegó a la clínica rural justo antes del almuerzo, caminando descalza a través de un sembradío escarpado de frambuesas, más empinado que las escaleras de la Torre Eiffel.

La enfermera que la recibió, una adolescente en su primer viaje misionero, la saludó tanto a ella como a su silencioso esposo.

«¿Nombre?»

«¿Edad?»

«¿Estado civil?»

«¿Dónde le duele?»

No hablaba ni español ni inglés sino solo el quechua que había aprendido de su abuela. Su voz era suave como la piel de un conejo.

«María Elena González de Guzmán».

«Y... algunos más de 80».

«Con él. Para siempre».

«En todas partes».

María Elena González de Guzmán tocó ligeramente el codo de su esposo, llevándolo hasta donde había dos sillas de madera. Se sentaron y esperaron. Juntos, como había hecho todo desde antes de que el volcán creara un relieve montañoso. Juntos. * * *

El gerente de la clínica, un médico de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos que se había jubilado para enseñar a los adolescentes cómo cuidar de las ancianas, se detuvo junto a las sillas y quedó sin aliento. No era el sombrero perfecto de la mujer o sus ropas de lana lo que lo hicieron detenerse. Eran sus pies. Estaban descalzos. Y eran horribles.

Los pies gastados de María Elena estaban retorcidos como las raíces de un antiguo árbol. Cada vez que los bajaba, se combinaban con el suelo terroso, como si fueran parte de la tierra, antes que humanos. Sus tobillos, del color vivo de madera, se elevaban por sobre esa caricatura de pies, con los dedillos hacia adelante, como si guiaran el camino de los pies.

Ella esperó su turno, con los pies plantados firmes en el piso de concreto.

Los llamaron juntos por número. Eran un marido y una mujer combinados en una persona, allá en la ladera de la montaña. Arrastrando los pies, ingresaron hasta llegar a las sillas de la sala que precedía al consultorio. Juntos, como siempre habían hecho todas las cosas.

A partir de allí, en la clínica de montaña había dos filas. Una para los hombres y otra para las mujeres. Él la miró fijamente a los ojos y finalmente la dejó ir, sin saber si era lo correcto, pero procurando cumplir con las reglas.

La doctora restregó con suavidad, como si ese pie fuera el de su madre.

La doctora, una delgada residente de emergencia, que había llegado allí como parte de ese viaje misionero a los Andes, dio la bienvenida a María Elena al lugar donde la examinaría.

Presión arterial, pulso, respiración, pulmones, otras preguntas básicas, y entonces comenzó la revisación personal. —¿Dónde le duele? —En todas partes.

Su mueca y seña no necesitó de traducción.

«En especial la espalda. Ahora me resulta difícil cargar la leña y el agua barranca arriba».

La doctora tomó las manos de María Elena y la levantó hasta una posición semiparada, siguiendo con cuidado el protocolo de revisación de sus ojos, oídos y nivel de fuerza. Cuando terminó, María Elena se enderezó tomada del brazo de la doctora y con dolor volvió a sentarse.

* * *

La revisación tuvo resultados claros: La espalda torcida de María Elena la haría llorar de dolor si un kinesiólogo tenía el valor de tratarla.

Su cuerpo es fuerte, pero su espíritu es aún más fuerte, pensó la doctora. Trabaja la obstinada tierra como siempre lo ha hecho, si bien con mayor lentitud, ganándose la vida sin quejarse. Siempre ha estado trabajando, desde niña. Sus ojos, algo más oscuros que su piel marrón, aún son claros y brillantes. A través de ellos, ve la vida cómo yo nunca la veré: simple y predecible.

Entonces la doctora miró hacia abajo. Hasta esas raíces oscuras que sostenían a la anciana encorvada, sentada ante ella como una reina inca.

Las uñas de los pies que le quedaban estaban partidas y golpeadas, como la azada que su dueña cargaba hasta el sembradío cada día.

La doctora encogió sus propios dedos dentro de las botas. Dentro de esas nuevas botas, la doctora protegía sus dedos tratados por una pedicura. Entonces preguntó: —María Elena, ¿tienes zapatos? —Sí, pero se gastan rápido. Me siento mejor cuando camino descalza.

«Tráeme por favor una palangana con agua –le pidió a uno de sus ayudantes adolescentes–. Y también voy a necesitar la toalla rosada que cuelga allí en el asiento trasero de nuestro autobús».

Momentos después, la doctora se arrodilló ante María Elena González de Guzmán, con una palangana roja llena de agua milagrosamente tibia entre sus rodillas, y una toalla de rosado brillante sobre su hombro izquierdo.

Primero ingresó el pie derecho. El polvo acumulado coloreó el agua con los tonos cobrizos del lodo.

La doctora restregó con suavidad, como si ese pie fuera el de su madre, esa mujer que había ansiado que su hija llegara a ser médica misionera.

Una mano, fornida de recoger generaciones de frambuesas, se estiró hasta descansar sobre el hombro de la doctora. Sus ojos se tocaron, encendiendo un fuego de honor entre ellas, y entonces derramando amor en dirección a ríos que se entremezclaron en un torrente imparable.

Cuando ambos pies estuvieron limpios y se enjugaron las lágrimas, las nuevas hermanas permanecieron allí, juntas. Una, una delgada doctora del ejército, más alta de lo que alguna vez había sido. La otra, un recuerdo doblegado de la esposa que una vez corría con su esposo por los campos de la montaña. Allí permanecieron, juntas. Unidas por algo más grande de lo que podían describir.

Más tarde, con su carga de nuevos tesoros de vitaminas y calmantes, la pareja de los Andes caminó por el sendero y más allá de los escalones de lodo hacia el campo de frambuesas y su cómoda choza de barro.

Los pies de ella, recién cubiertos de nuevo polvo, relucían. Estaban limpios.

Dick Duerksen es un pastor y narrador que vive en Portland, Oregón,

Estados Unidos.

Editor

Adventist World, es una publicación periódica internacional de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Su editor es la Asociación General, División de Asia-Pacífico Norte de los Adventistas del Séptimo Día®.

Editor ejecutivo/Director de Adventist Review Ministries

Bill Knott

Director de la publicación internacional

Hong, Myung Kwan

Comisión de coordinación de Adventist World

Si Young Kim, presidente; Joel Tompkins; Hong, Myung Kwan; Han, Suk Hee; Lyu, Dong Jin

Editores/Directores asociados, Adventist Review Ministries

Lael Caesar, Gerald Klingbeil, Greg Scott

Editores en Silver Spring (Maryland, EE. UU.)

Sandra Blackmer, Wilona Karimabadi, Enno Müller

Editores en Seúl (Corea del Sur)

Hong, Myung Kwan; Park, Jae Man; Kim, Hyo-Jun

Director de plataformas digitales

Gabriel Begle

Gerenta de operaciones

Merle Poirier

Coordinadora de evaluación editorial

Marvene Thorpe-Baptiste

Editores invitados/Consultores

Mark A. Finley, John M. Fowler, E. Edward Zinke

Gerenta financiera

Kimberly Brown

Coordinadora de distribución

Sharon Tennyson

Consejo de dirección

Si Young Kim, presidente; Bill Knott, secretario; Hong, Myung Kwan; Karnik Doukmetzian; Han, Suk Hee; Gerald A. Klingbeil; Joel Tompkins; Ray Wahlen; Ex-officio: Paul Douglas; Erton Köhler; Ted N. C. Wilson

Diseño y dirección artística

Types & Symbols

A los colaboradores: Aceptamos el envío de manuscritos no solicitados. Dirija toda correspondencia a 12501 Old Columbia Pike, Silver Spring, MD 20904-6600, EE. UU. Número de fax de la oficina editorial: 1 (301) 680-6638

E-mail: worldeditor@gc.adventist.org Sitio Web: http://www.adventistworld.org/ A menos que se indique lo contrario, todas las referencias bíblicas pertenecen a la versión Reina Valera. Revisión 1995. Usada con autorización.

Adventist World es publicada todos los meses e impresa simultáneamente en Alemania, Argentina, Australia, Austria, Brasil, Corea del Sur, Estados Unidos, Indonesia, México y Sudáfrica.

Vol. 17, No. 10

This article is from: