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Voces jóvenes

Voces jóvenes

Lágrimas irracionales

Amenudo me siento incómoda con mis lágrimas. Por alguna razón, me resulta difícil llorar aun enfrente de personas de confianza. Por ello, me molesté conmigo misma cierto día cuando, tirada en la cama, lloré por muchas cosas «pequeñas». En ese entonces, tenía un turno matutino en una estación de radio. Eso significaba que, cuando terminaba mi tarea, mis amigos aún estaban trabajando, y tenía que ir a dormir justo cuando ellos estaban listos Dios puede para socializar. A veces me sentía sola y, ese día, el sentimiento fue más marcado. tomar nuestras Comencé a sollozar porque quería simplefrustraciones, mente que una amiga estuviera libre para almorzar conmigo. Entonces comencé a enojo y lágrimas, pensar con tristeza en amigos cercanos sea que tengamos de los que no había escuchado por cierto tiempo porque estaban muy ocupados, y una buena razón estábamos en etapas diferentes. De pronto, para sentirnos así una ola de otras irritaciones menores me abrumó. Además, estaba exhausta. Me o creamos que son acurruqué, cubriéndome la cabeza con la razones triviales. salida de baño, y lloré. Aun así, mientras lloraba, mi cerebro protestaba. «¡Es rídiculo! Sabes que hay razones lógicas para todo lo que te ha herido. ¡No es personal!»

Mientras estaba allí, oré: «Siento que no tendría que estar así, Señor. No debería llorar. Estas lágrimas no tienen razón de ser». Entonces lloré aún más porque no quería molestar a nadie, ni siquiera a Dios, con esa tontería. Fue allí que sentí que Dios me susurraba bondadosamente al corazón:

«Aprecio tus lágrimas irracionales». Dios es mucho más bondadoso de lo que yo soy conmigo misma. Y nos invita a todos para que le derramemos nuestro corazón (Sal. 62:8).

En efecto, David dice de Dios: «Toma en cuenta mis lamentos; registra mi llanto en tu libro. ¿Acaso no lo tienes anotado?» (Sal. 56:8, NVI). ¡Qué atención tan cuidadosa!

Dios puede tomar nuestras frustraciones, enojo y lágrimas, sea que tengamos una buena razón para sentirnos así o creamos que son razones triviales. Él quiere la versión real y en bruto de nosotros. Una de mis citas favoritas de Elena White lo expresa así: «Presentad a Dios vuestras necesidades, tristezas, gozos, cuidados y temores. No podéis agobiarle ni cansarle […]. Llevadle todo lo que confunda vuestra mente. Ninguna cosa es demasiado grande para que él no la pueda soportar, pues sostiene los mundos […]. Ninguna cosa que de alguna manera afecte nuestra paz es tan pequeña que él no la note […]. Las relaciones entre Dios y cada una de las almas son tan claras y plenas como si no hubiese otra alma por la cual hubiera dado a su Hijo amado». 2

Puede que tengas momentos como el mío, donde te juzgas con demasiada dureza y te preguntas si estás cargando a Dios con tus preocupaciones. Pero recuerda que Dios te acepta con compasión y te trata con ternura. Como el mismo Jesús lo expresó: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso […]. Yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma» (Mat. 11:28, 29).

* Elena White, El camino a Cristo (Boise, Id.: Pacific Press Publ. Assn., 1993), p. 100.

Lynette Allcock se graduó en la Universidad Adventista Southern y ahora enseña inglés en Seúl, Corea del Sur.

Enfoque

Me dijo que era El camino hacia la autoestima valiosa

«Pensaste que yo valía la pena, por lo que diste tu vida para que fuera libre… sanado, para que contara a todos que me creíste digno de salvación» (Anthony Brown y el grupo therAPy, «Valioso»).

Recordamos la historia: la mujer es descubierta en medio de un enredo extramarital con un hombre respetable. Qué conmoción habrá sido para ella ver que los intrusos no respetaban su privacidad. Imaginen la mirada de vergüenza y tormento que habrá irradiado de su rostro mientras procuraba cubrirse y explicar por qué estaba allí, en medio de los gritos, de manos que querían atraparla y puños amenazantes. Rodeada de hombres, procura hacerse a un lado y pararse con firmeza, pero no lo logra. Los demás avanzan sobre ella, y ella queda sin opciones.

Se pregunta por qué su travesía ha terminado en la iglesia, dado que sabe que no es bienvenida allí. Es el edificio donde el amor por ella acabó hace años. Le gritan y la abuchean con ojos salvajes y curiosidad hostil. De pronto, nota que no está sola allí en el piso. Un hombre a su lado no la mira con desprecio sino con compasión. Desde donde está, no puede leer las palabras que escribe en el polvo. Él se pone de pie y se dirige a la multitud. Entonces regresa allí donde se había arrodillado. Mientras los hombres, uno tras otro, desaparecen, los latidos de su corazón se recuperan. Una vez más está sola con un hombre, pero la ansiedad ha desaparecido. Imagine su sorpresa cuando él le dice: «¿Dónde están todos los que atacaban? No estoy aquí para condenarte. Ve y vive libre de pecado a partir de ahora».*

UNA MIRADA PERSONAL

Ahora bien, imagine que esta mujer fuera su hija, o su madre, su hermana o amiga.

En un mundo donde la superficialidad insensible está a la orden del día, un amigo como Jesús no solo resulta útil sino restaurador. Jesús suele ser descrito como manso, un término que promueve la idea de temperamento amable y débil. ¿Es sobre eso que testificamos en Juan 8 aun en nuestras imaginaciones más santificadas?

Al profundizar en el pasaje, consideremos los hombres involucrados. ¿Quiénes eran los que trajeron a la «adúltera» al templo para ser juzgada? Está claro que tenían el poder de hacer que ella se sintiese indefensa. ¿Cuál era la posición del hombre con quien se había involucrado? Lo suficientemente elevada como para evitar el escarnio y la reprensión pública por la misma acción por la que a ella se la juzgaba. Los hombres en la vida de la mujer habían conspirado contra ella. Le había fallado, le habían faltado el respeto y la habían dejado, con excepción del bondadoso Jesús. Él muestra su bondad en esta situación de una manera que rara vez reconocemos.

Desde la perspectiva de Cristo, la historia podría ser que una mujer le fue traída a los atrios sagrados del templo por hombres hostiles que deshonraban constantemente a su Padre. Esos hombres tuvieron la audacia de tratar de acorralar al Hijo de Dios en un rincón teológico, allí en la casa de su Padre. La divinidad de Cristo tiene que haberse visto sacudida ante el sacrilegio y la deshonra que trajeron al templo, en lugar del respeto que ese terreno sagrado merecía. En esto, cuando la multitud escogió la violencia, el buen Jesús escogió registrar en el polvo una escritura tan poderosa que los hombres se desvanecieron sin argumento alguno. Es probable que, aunque Jesús mostró compasión por la mujer, retuvo el justo juicio que podría haber aplicado libremente mediante su autoridad. Restringir su poder de aniquilarnos es una virtud por la que rara vez agradecemos a Dios. Aun así, estos hombres salieron de allí indemnes, más allá de una ligera herida a sus egos.

No deberíamos pasar por alto el otro don de misericordia que Jesús, el bondadoso de la escena, nos ofreció. La mujer no solo fue protegida por su reprensión no violenta, sino que fue restaurada en su valor. En Juan 8:10 y 11, leemos el siguiente intercambio:

«Enderezándose Jesús y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?” Ella dijo: “Ninguno, Señor”. Entonces Jesús le dijo: “Ni yo te condeno; vete y no peques más”».

LA AUTOESTIMA ES UN DON

El ángulo que Cristo toma para aproximarse al pecado de la mujer la alecciona y afirma al mismo tiempo. Él tiene el derecho y la autoridad de pedirle cuenta de sus acciones, pero escoge en cambio facultarla mediante esta oferta de un nuevo comienzo, llamándola a asumir responsabilidad. Jesús la desafía a lograr lo que él cree que ella puede hacer. Eso muestra que en contraste con su sacrificio para salvarla, la ve sumamente capaz. Esto debería inspirarnos a analizarnos también nosotros: atrapados en situaciones malas, a menudo de nuestra propia creación, pero aun así señalados por Cristo como personas que valen sus esfuerzos. Deberíamos esforzarnos por descubrir qué valor ve él en nosotros. Valorarnos a nosotros mismos va de la mano con honrar el sacrificio que Cristo hizo por nosotros. Nos damos cuenta de nuestro potencial cuando buscamos intencionalmente honrar a Dios tratándonos como él nos trata. Entre los consejos prácticos para aumentar la autoestima, menciono:

Perdonar y aceptarnos a nosotros mismos.

Reconocer que las personas, logros y alabanza no nos validan como individuos.

Jesús tiene el derecho y la autoridad de pedirle cuenta de sus acciones, pero escoge en cambio facultarla mediante esta oferta de un nuevo comienzo, llamándola a asumir responsabilidad.

Escoger respuestas que honran la nueva persona que somos en Cristo.

Ejercitar el poder que Dios nos dio de escoger y cambiar nuestra situación.

Juan 8 nos muestra que Jesús busca restaurarnos al darnos la libertad de explorar la vida fuera de los confines del pecado. Depende de nosotros darnos cuenta de que esta oportunidad fue comprada y pagada con su sacrificio. Él dejó de lado su poder último para darnos a cada uno acceso a una nueva vida. Es un buen punto de partida para reconocer lo que valemos en Cristo.

* La narración del encuentro de Jesús con la mujer atrapada en adulterio se basa en Juan 8:1-11.

Kryselle Craig está realizando estudios doctorales en Terapia Matrimonial y Familia, y vive con su familia en Maryland, Estados Unidos.

Enfoque

Cómo ministrar a un mundo airado

Mientras el mundo se aproxima aún más al final señalado por la profecía, las personas están peor: más enfermas, infelices y, sí, enojadas. Tenemos no obstante un trabajo que hacer. ¿Cómo hacer brillar nuestra luz en las tinieblas, sanar donde hay heridas, y dar a los enojados lo que necesitan para hallar paz otra vez? A continuación, compartimos dos perspectivas sobre cómo ministrar a un mundo airado. —Los editores

¿Qué podemos hacer ante un mundo airado?

El evangelio nos impone la obligación de actuar mejor

No se necesita Google o un diccionario para definir o descubrir el enojo. Todos podemos identificarlo. Conocemos sus sonidos y consecuencias. Estar en presencia del enojo puede resultar perturbador, impactante y hasta aterrador.

El enojo lleva consigo una tensión en el aire. «¡Se podía cortar el aire con un cuchillo!» afirma el dicho que describe la atmósfera inquietante donde está presente el enojo.

De la abundancia del corazón

La intensidad detrás de lo que salió de mi boca me asombró; la acción que le siguió me sorprendió aún más. Con la mano en alto, pegué con la palma de la mano sobre la bocina del auto, transmitiendo así mi molestia. El conductor de una camioneta blanca delante de mí parecía distraído, ajeno a la fila de vehículos detrás de él. Todos aguardábamos para doblar a la izquierda. Durante dos ciclos, la flecha verde que indicaba que era momento de doblar se puso amarilla y luego roja. Los motores aceleraron en punto muerto mientras las bocinas sonaban cada vez con mayor impaciencia. Aunque simplemente me dirigía a casa, la suave irritación pronto se

Los perros pueden sentir el enojo humano y suelen escabullirse de una escena turbulenta con la cabeza y el lomo gachos mientras buscan ponerse a resguardo. Los gatos también lo saben, y desaparecen en silencio para evitar una situación airada.

Hay sin embargo algunos atrapados, ya no gatos o perros, sino seres humanos. Son inocentes acorralados en la esfera de una persona airada, de la cual no pueden escapar. Me entristezco por esas víctimas y su miseria. ¿Quién merece ser atrapado en esa clase de mundo?

También siento compasión por los que sufren enojo: donde la ira no es externa sino más bien interna. La tormenta se apodera de sus pechos, cabezas y manos con ráfagas, truenos y relámpagos. Pierden todo control. Tiene que ser miserable ser poseídos por una tormenta perpetua en la que rara vez hay calma. Conocemos estos «hijos del trueno»; sabemos que tienen fusibles cortos y que sus explosiones parecen atómicas.

El enojo no es una condición humana nueva. Aparece en la Biblia ya en Génesis 4:5, con el sacrificio lleno de orgullo, y finalmente rechazado, de Caín. Persiste hasta el Apocalipsis, donde tenemos las palabras memorables: «Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer y se fue a hacer la guerra contra el resto de la descendencia de ella, contra los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo» (Apoc.12:17).

Por generaciones, los adventistas hemos cantado que «las naciones están airadas, pero esto sabemos: ¡Cristo muy pronto vendrá!» * Aunque algunos dudan de un calentamiento climático global, pocos dudan de que el planeta se está calentando en los niveles de enojo.

transformó en intensa furia hacia «¡esa gente que no presta atención!» La luz se puso verde una tercera vez y, antes de que me diera cuenta, yo también estaba haciendo sonar la bocina y gritando al conductor de adelante.

El enojo –esa emoción humana tan conocida– puede ir de una ligera molestia a una ira irracional.1 Nuestro mundo se ha vuelto cada vez más airado. En el mundo, los índices de hostilidad fueron los más elevados en 2020 debido a la pandemia del Covid19. Esas emociones, sin embargo, han estado aumentando durante los últimos diez años.2 Desde discusiones de tránsito hasta ataques no provocados en espacios públicos, vemos que pequeñas molestias terminan en confrontaciones violentas. Nos vemos inundados con titulares llenos de enojo y rodeados de airadas diatribas en las ondas del aire. Sentimos el aumento de la tensión emocional en lugares atestados –aeropuertos, supermercados– mientras procuramos guardar el distanciamiento social y los requisitos sobre el uso de mascarillas en medio de una pandemia cambiante.

De manera insidiosa, ese enojo ineludible puede deslizarse en nuestra mente y afectar la manera de interactuar con otros. Como seguidores de Cristo, somos llamados a amar y a ser pacificadores (Juan 13:34; Mat. 5:9). En un mundo en el que abunda la ira que acompaña el temor, la frustración, la tristeza y la preocupación, somos llamados a atender las necesidades de otros. No obstante, ¿cómo vivir en un mundo airado sin terminar airados nosotros mismos? ¿Cómo ministrar en medio de las molestias diarias y circunstancias que nos enojan y que son parte de vivir en este planeta?

Buscamos a Dios y perseguimos la paz (Heb. 1:14). Cada día, tenemos que pasar tiempo en la presencia de aquel que es la paz (Efe. 2:14). A cada momento, tenemos que alinearnos

POR ENCIMA DEL CONFLICTO

Rudyard Kipling lo expresó bien cuando escribió: «Si puedes mantener la cabeza cuando a tu alrededor todos pierden la suya y te culpan por ello… serás un hombre, hijo mío».

Es un consejo que parece similar al que afirma: «No te apresures en tu espíritu a enojarte, porque el enojo reposa en el seno de los necios» (Ecl. 7:9). También se encuentra el bien conocido: «La respuesta suave aplaca la ira, pero la palabra áspera hace subir el furor» (Prov. 15:1). Parece ser que una de las mejores cosas que podemos hacer es evitar nosotros mismos el enojo.

Se ha observado que las personas se enojan cuando están en problemas, angustia o dolor. Es en esa circunstancia cuando deberíamos ministrar a otros: cuando las personas están en problemas, angustia o dolor. No obstante, cuando las personas están enojadas, podemos instintivamente alejarnos. Por supuesto, las

con el Espíritu de Dios, que produce en nosotros amor, paz, paciencia y dominio propio (Gál. 5:22-25). Tenemos que entregarnos al que puede renovar nuestra mente y transformar nuestras acciones e interacciones (Efe. 5:1-2).

Miramos a nuestro interior y aceptamos el don divino de la

gracia (Efe. 2:8, 9). La presencia de Dios expone nuestras debilidades, y vemos nuestra necesidad de ayudar a conquistar nuestros errores humanos.3 Necesitamos gracia para cada día, cada momento, cada aliento que damos. No sabemos por qué el conductor distraído se perdió tres luces verdes: tal vez no se sentía bien, o acaso su automóvil andaba mal. Un corazón lleno de la gracia ve las situaciones mediante los ojos de los demás. Escucha, simpatiza y reconoce la necesidad del otro aun mientras hace frente a las circunstancias.

Buscamos a otros con amor (Juan 13:34). Es aquí donde las palabras

personas airadas pueden ser peligrosas. La muerte de Abel a manos de Caín nos recuerda esos peligros.

Sin embargo, la realidad del evangelio transforma a las personas. Cambia cómo reaccionamos ante los estresores. Cuando tenemos la seguridad última de que «ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados ni potestades, ni lo presente ni lo por venir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rom. 8:38, 39), nuestras razones para el enojo se disipan. Cuando, mediante el evangelio, nuestros horizontes se extienden hacia la eternidad, las dificultades de lo inmediato no resultan tan provocativas.

Hay una diferencia importante entre el enojo y la indignación. La injusticia, la maldad y las conductas erróneas son causa de indignación, y esta es una catalizadora de la corrección y la reforma apropiadas. Fueron la maldad y las conductas erróneas que llevaron a Jesús a volcar las mesas de los cambistas del templo. Fueron las injusticias, la maldad y las conductas erróneas dentro de la iglesia prominente de la Edad Media que inspiraron a las personas para que compartieran la Biblia y sus verdades, para que la gente común pudiera ver y experimentar la belleza real de Cristo.

Es trágico que la injusticia, la maldad y las conductas erróneas no terminaron en la Edad Media. Esos males están vivos, son numerosos y están presentes en todo el mundo. Aunque nos gustaría y deberíamos corregir cada injusticia sobre nuestro antiguo planeta, y a veces nos atormenta nuestra incapacidad de hacerlo, tenemos la seguridad absoluta de que Jesús, que conoce cada injusticia al detalle, vendrá otra vez. Regresará con poder –con poder justo y santo– y en último término resucitará a todos, juzgará a todos e implementará la justicia real para todos. Es esa seguridad irrevocable que este mundo airado necesita escuchar de nuestros labios.

Cuando, mediante el evangelio, nuestros horizontes se extienden hacia la eternidad, las dificultades de lo inmediato no nos provocan tanto.

* The Seventh-day Adventist Hymnal, Himno 213: «Jesus is Coming Again».

Anthony Kent es secretario asociado de la Asociación Ministerial de la Asociación General.

excelsas son puestas a prueba. En las relaciones con los demás, podemos perder la paciencia, experimentar dolor o el orgullo herido, y atacar verbalmente a otros. Tenemos que aprender a controlar nuestro enojo para que no nos lastimemos o lastimemos a otros (Sal. 37:8). Al mismo tiempo, algunas situaciones motivan una justa indignación: vemos injusticias, la victimización de los inocentes o las burlas hacia Dios. Se nos advierte que nos enojemos, pero que no caigamos en la ira improductiva.4 Al hablar con sus discípulos, Jesús enfatizó un punto destacado: lo que sale de la boca es una indicación de lo que está en el corazón (Mat. 15:18; Luc. 6:45).

En último término, para ministrar a otros, necesitamos el corazón y el espíritu de Dios. Tenemos la promesa de que esto puede ser una realidad: «Quitaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne» (Eze. 36:26). ¿Qué sería de este mundo si nosotros, como cristianos practicantes, demostráramos constantemente amor, paciencia, comprensión y aceptación, para contrarrestar el enojo y la frustración que domina por completo nuestro mundo? Al crecer en nuestra relación con Dios y nuestro prójimo, abracemos diariamente oportunidades de extender la gracia, de elevar, fortalecer y alentar a otros más allá de las circunstancias de la vida, así como lo hace Dios, quien es «misericordioso y clemente […], lento para la ira y grande en misericordia» (Sal. 103:8).

Un corazón lleno de la gracia ve las situaciones mediante los ojos de los demás. Escucha, simpatiza y reconoce la necesidad del otro aun mientras hace frente a las circunstancias.

1 Merriam-Webster Online, «Anger», (2021): https://www. merriam-webster.com/dictionary/anger. 2 Gallup Global Emotions 2021: https://www.gallup.com/ analytics/349280/gallup-global-emotions-report.aspx?thank-youreport-form=1. 3 Elena White, Mente, carácter y personalidad (Buenos Aires: Asoc. Casa Editora Sudamericana, 1989), t. 2, pp. 534, 535. 4 Ibíd. Véase también Efesios 4:26 y Efesios 6:12.

Faith-Ann McGarrell es editora de The Journal of Adventist Education® .

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