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Inspiración Oriental y Signo Cristiano de Auto-Realización

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Editorial

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Myriam Dávila

La Conjunción de la Flor de Loto y la Cruz. El Amor y la continuación del Gurú en el Chela.

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LA FLOR DE LOTO Y LA CRUZ

LA FLOR DE LOTO se asocia con la enseñanza del Buda y por eso es una planta de carácter sagrado para los pueblos de Oriente. Se dice que cuando el Buda, dio sus primeros pasos, en todos los lugares que pisó nacieron flores de loto. Significa la pureza física y espiritual. El agua lodosa en la que crece, está asociada al apego y los deseos mundanos, mientras que la inmaculada flor es la promesa de pureza y elevación espiritual.

La Flor de Loto Azul, significa el triunfo del espíritu sobre los sentidos, sabiduría y conocimiento. Esta flor nunca revela su interior, está casi siempre cerrada.

La Flor de Loto Roja, significa la inocencia y la pureza del corazón. Representa el amor, la pasióncompasión. Se conoce como la flor del Buda de la Compasión.

La Flor de Loto Rosa, representa las infinitas posibilidades del hombre. Abierta representa la creación del universo.

LA CRUZ, representa la victoria de Cristo sobre la muerte y las tinieblas. El Dios encarnado, el Cristo, se entrega en holocausto para rescatar a la humanidad, muere en ella, pero resucita Glorioso. Es el símbolo del amor más grande. “Y en virtud de esa voluntad somos santificados mediante el sacrificio del Cuerpo de Cristo, ofrecido una vez y para siempre”. (Hebreos 10,10)

La Cruz es el símbolo de una ignominiosa pasión vivida por Cristo, entregado a la muerte a la que seguirá una Resurrección Gloriosa. Su crucifixión es el símbolo del comienzo del nuevo pacto entre Dios y los hombres. Él fue el Cordero perfecto y sin mancha que vino para quitar el pecado del mundo. (Juan 1,29; Isaías 53,7)

La Asociación Escuela de Auto-Realización, ha escogido estos dos símbolos como su distintivo institucional, una flor de loto, de la cual emerge y se eleva una cruz. Al unir el símbolo oriental de la realización espiritual con el signo del Verbo que encarnó para redimir lo creado, es, la representación de la perfecta amalgama lograda por el Padre Dávila en su obra.

El Padre Dávila, sostiene que la meditación de la mística oriental es el camino para el encuentro con Dios, para la vida sacramental y litúrgica y la plenitud espiritual, jamás ha pretendido orientalizar el cristianismo, sino utilizar con el debido discernimiento los conocimientos que ofrece Oriente para la autosuperación personal del hombre en su triple aspecto, físico, mental y espiritual.

El Padre Dávila, “Sentía la necesidad de crear un movimiento de signo cristiano que responda plenamente a los lineamientos del Vaticano II, en su declaración de las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas”. Un movimiento que, dé respuestas al hombre de hoy, que está sediento de felicidad y que no encuentra en las cosas materiales.

El Padre Dávila, toma del hinduismo, su mensaje más secreto, el camino de la meditación. Esta práctica, contacto con Oriente y los grandes místicos orientales, llevaron al P. Dávila a descubrir un Cristo Vivo, real, íntimo, personal.

CRISTO ES MI MAESTRO

El P. Dávila conoció, estudió y practicó las enseñanzas orientales para cultivar el cuerpo y la mente, y por ello profesó devoción, admiración, y gratitud, pero solo a Cristo, le profesó adoración absoluta. Cuando fue preguntado si él, como sacerdote católico tenía un maestro, respondió así: “Sí tengo un maestro, un Maestro vivo. Un Maestro que también vino de Oriente, que nació en Oriente, un Maestro que predicó en Oriente. Un Maestro que vistió no una túnica anaranjada, sino la blanca de los realizados. Un Maestro que predicó el amor. Un Maestro que en el Sermón de la Montaña, dijo: Benditos los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Un maestro que dijo: Benditos los pobres en espíritu, por-

que de ellos es el reino de los cielos. Un Maestro que dijo a todos los hombres: sois mis hermanos, hijos de un mismo Padre que está en los cielos. Aquel Maestro, ¿sabéis quién es? Un Maestro que siento en el corazón. Un maestro para el cual vivo. Mi Maestro, que en este momento me acompaña, es Cristo”.

Vivir a Cristo y llevar a otros a la vivencia del Cristo ha sido la pasión que ha vivido, durante sus sesenta y seis años de vida sacerdotal. Su identificación con Cristo es total, es comunión con Él, es vivencia en Él, es Santificación en Él.

Su amor y devoción la demuestra a cada paso, en la vivencia de los sacramentos; y resalta aún más en la Celebración Eucarística, era el culmen después de la Meditación, donde quiera que estuviere. Muchos estudiantes aprendieron a reconocer y a amar a ese Cristo Vivo, por la predicación, práctica de la Oración Contemplativa y la Eucaristía.

En su diario espiritual, inédito dice: “En la meditación pude darme cuenta de algo que, por primera vez, venía a mi mente: Tengo un Maestro Viviente. Siempre he defendido que mi Maestro Viviente es Cristo; pero un Cristo histórico que actuó en esta tierra y al mismo tiempo un Cristo real que por su omnipresencia como Dios, está en mí y en todas las cosas y seres. Pero ahora estos conceptos adquieren una nueva dimensión especial. Este Cristo no es un Maestro Viviente por las razones anotadas, sino por esta otra principal: lo es por la Divina Eucaristía. ¿Cómo? Él, en cuanto ser humano o en cuanto hombre, “se materializa (no digo encarna), en un pedacito de pan y en un poco de vino. Entonces, tengo un Maestro Viviente “materializado” en estos dos componentes “representantes” de toda la materia.

Entonces, es la demostración clara que los cristianos tenemos un Maestro Viviente, que se materializa en el pan y el vino, materia a la que le imprimió eficacia perenne, cuando instituyó la Eucaristía en la Última Cena, y con ello nos hace partícipes de lo que Él es, con todo lo que Él es, Dios y hombre verdaderos. Nos transmite su “Yo Verdadero”, total, absoluto, íntegro. Ese Yo Divino, quiere identificarse con nuestro “yo humano”. ¿Cómo? internamente, espiritualmente. Cristo Hombre (en el pan y el vino) y Dios (en su espíritu y con su espíritu) es participado por nosotros, es asimilado en su totalidad, sin que nada se reserve, ni en el orden material, ni espiritual.

¿Puede un Maestro viviente humano haber logrado tal asimilación? ¿Puede haber una asimilación más grande que ésta entre gurú y chela? ¿Puede haber compenetración igual material y espiritualmente?” P. Dávila, Diario Espiritual.

LA MEDITACIÓN U ORACIÓN CONTEMPLATIVA, EN LA VIDA DE AUTO-REALIZACIÓN

El Padre Dávila considera a la meditación como un medio para llegar a la experiencia de contemplación del Dios Vivo, al reencuentro del hombre con Dios. ¡Ésa es su razón de ser! “El día en que se deje de meditar, desaparecerá automáticamente la Asociación. En cambio si se mantiene fiel a la meditación, no habrá poder humano que la destruya”.

La AEA, ha logrado la fidelización de sus socios, con el VOTO DE ORACIÓN CONTEMPLATIVA. Voto libre y voluntario que hacen los estudiantes comprometidos con este ideal de realizar a Dios. Es un acto de comprometimiento a profesar cada día su práctica de Meditación u Oración Contemplativa. Los estudiantes que optan por esta opción, aseguran así su compromiso consigo mismos para alcanzar saciar su hambre de Dios. Asegurado la búsqueda del Reino de Dios dentro de cada uno. Vendrán con ello, las añadiduras: paz, equilibrio emocional, salud física y mental, una eterna juventud del cuerpo y de la mente, viviendo en Él, por siempre y para siempre.

En palabras de nuestro Director Ing. Ángel Ledesma: AEA, bajo la dirección del R. P. César Dávila, se vinculó con la línea de maestros orientales que reconocían a Cristo Jesús, como la Segunda Persona de la Trinidad, el Unigénito Hijo de Dios; viniendo en el linaje espiritual de Babaji, Lahiri Mahashaya, Sri Yukteswar Giri, y Paramahansa Yogananda.

El Padre Dávila estableció una clara relación entre la fe cristiana y la práctica de la meditación con técnicas orientales provenientes del Yoga, dentro de los principios de la declaración Nostra Aetate, promulgada en el Concilio Vaticano II.

Los cristianos, tenemos todos los medios sacramentales establecidos por Cristo y el conocimiento de todas las formas de oración: vocal, mental, contemplativa. Oriente, en cambio, tiene la práctica de la meditación, desarrollada como una ciencia integral entre el cuerpo, la mente y el espíritu. Estas prácticas milenarias, preparan al meditador a abrir su corazón y su conciencia a la acción de la gracia que viene del Espíritu Santo. El P. Dávila, aprendió, experimentó en sí mismo, y creó un método de oración contemplativa, para llegar a una experiencia vivencial con Dios.

El P. Dávila nos conduce al redescubrimiento de

Dios, porque a Dios, lo llevamos dentro, pero nos hemos olvidado que el “Reino de Dios lo llevamos dentro”. El P. Dávila nos invita, permanentemente a conocer y a vivir el Evangelio, a participar de este Cristo vivo, Luz, Palabra, Silencio, comunidad, hermandad, oración; al contemplar los misterios del gozo, del dolor, de la iluminación, de la Gloria, en unión con su Divina Madre, Espíritu Puro, encarnado para traer la Luz y disipar toda tiniebla.

AEA, no es sincretismo religioso, no es fusionar dos tradiciones culturales, es tomar todo aquello que de santo y bueno, tiene las religiones orientales, basado en los resultados de la práctica. Es aprender a vivir despierto, alerta, conectado con el universo, en armonía con la naturaleza y todos los seres de la creación. El P. Dávila enseñó a observar las normas de la Iglesia de Cristo, reconociendo toda su doctrina, todos sus preceptos. Quien viene para aprender esta filosofía de vida, aprende a enamorarse más de su religión, de la pureza de sus enseñanzas. Cultiva su cuerpo, su mente, su espíritu sin alejarse, sin salirse fuera de la realidad en la que nació, sino por el contrario, comprometiéndose a elevar, a cambiar la realidad en la que le tocó vivir con la fuerza del AMOR incondicional, del Guerrero de Luz que proyecta su fuerza avasalladora, ¡del enamorado de Dios que reconoce en cada minuto un milagro!

El linaje de maestros que bendijeron la tierra con su presencia, llevando a muchas almas al despertar consciente, la realización consciente, la conservación del su juventud del cuerpo y de la mente demostraron que es posible, aquí en la tierra, nosotros, los humanos, con todas nuestras calamidades, podamos vivir estados de cielo, momentos de Luz, de Gozo, de Paz, Infinitas.

El P. Dávila, nos enseña a asomarnos a los umbrales de la eternidad, a través de las armas que experimentó en sí mismo: LA FE es algo más necesario, que nos parece indispensable. Es necesaria como el alimento, como la luz. La FE es creer. El P. Dávila la llama “la dama de los ojos vendados”. Es ella la que da el poder de la visión a los espíritus. Es la que nos pone en contacto con los planos superiores donde se desenvuelven la mente, la conciencia y el espíritu. Fe en Cristo, es, aceptar su mensaje, vivir los mandamientos para merecer Su Amor. Tener fe, es adherirse total y plenamente a todo cuanto es Él.

El propósito de vida del P. Dávila es ayudarnos a descubrir en lo más profundo de nuestro ser, en el santuario secreto de nuestro Yo, a ese Dios Bendito que trasciende su creación. Y para sentirlo, hay que adorarlo en espíritu y verdad. La fe, es la llave por la cual se abren las puertas de nuestra conciencia para que Dios derrame Su gracia en nosotros.

El P. Dávila nos alentó y nos enseñó el método de oración Contemplativa, para conocer a Dios desde adentro, por la Iluminación que viene desde ese mismo Ser Bendito. Nos invitó a sumergirnos en el Océano de la Divinidad, con el alma ardiendo en deseos de realización. Cada uno debe limpiar su propio campo, para encontrar “la perla fina de gran valor”: ese encuentro con el Dios Vivencial que alcanzaron los místicos de Oriente, y Occidente por su vivencia, por su búsqueda incansable. El P. Dávila habla con profunda claridad de que busquemos a Dios en lo íntimo de lo íntimo, pues lo encontraremos a Él coexistiendo en nosotros, lo finito en lo Infinito, lo

Infinito en lo finito, el Todo en la nada, la nada en el Todo. ¡Sí, allí en el plano Divino!

Coincide plenamente con el maestro oriental Ramakrishna: todo lo que el hombre necesita, está ya en él; sin embargo anda vagando de un lado a otro buscando. Mientras Dios parezca estar fuera de nosotros, en el exterior, en distintos sitios, el hombre está todavía en la ignorancia. Cuando Dios es realizado en el interior, entonces ha adquirido verdadero conocimiento.

LA CRUZ

En Oriente antiguo, la cruz, era un elemento material de castigo, según Cristo mismo interpretando el Antiguo Testamento dijo: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así debe ser levantado el Hijo del Hombre” (Juan 3,14). Jesús, el Cristo, por su santa muerte santificó este instrumento transformándolo en un símbolo Sagrado de la Pasión, y por tanto de protección y defensa, y aparece en la vida litúrgica de la Iglesia. San Agustín, revela que por el signo de la Cruz y la invocación del Nombre de Jesús, todas las cosas son santificadas y consagradas a Dios. Es el símbolo de la victoria sobre las pasiones y el sufrimiento por amor a Cristo y en unión con Él.

SIGNIFICADO

En la Cruz, Él expuso el pecado. Él llevó en su cuerpo, en cada herida, en cada azote, en su frente rasgada, están inscritos los pecados de la humanidad. Es un acta al descubierto que saca a la luz todas las transgresiones, y al ser ofrecida la ofrenda de la Muerte del Cordero, es la vuelta a la Luz.

El Señor Jesús mismo declara en la Última Cena que Él es el Cordero Pascual, que un nuevo sacrificio iba a comenzar, y un nuevo tiempo iba a comenzar, pero que durará hasta el fin del mundo. E instruyó a sus discípulos a repetir el Santísimo Sacramento, en memoria suya. Así fue, en la Cruz, la humanidad de Cristo es crucificada por la Voluntad Divina del Hijo.

En Getsemaní, Él vio su padecimiento, la desolación del Reino de Dios, los escándalos de todos los siglos hasta el fin del mundo; vio la ingratitud, la corrupción; y por todos estaba en el camino doloroso de la Cruz. Su muerte debía abrir el cielo a los cautivos, también sus santos y bienaventurados, debían unirse por medio de Él al Padre Celestial, todos sus méritos y toda su fuerza, venían únicamente de su unión con los méritos de Jesucristo, y vio la salvación y

santificación saliendo como un río inagotable del manantial abierto después de su muerte.

La Sagrada Cruz que se levantaba desde la tierra, como otro árbol de la Vida en el Paraíso, y de Jesús, el Cordero, salía su Luz para iluminar la Tierra y hacer de ella un nuevo Paraíso. Las almas encerradas en el limbo se llenaron de esperanza, el anuncio del Triunfador se acercaba a las puertas de la Redención, las voces más santas del mundo saludaron al Verbo Humano elevado sobre la Cruz. “Todo está revelado a los hijos de la Iglesia que creen, que esperan y que aman”.

Jesús ofreció su Misericordia, su pobreza, sus padecimientos y su abandono. Pero al morir, Su alma rodeada de luz y todos los signos que se dieron, son testimonio de la Divinidad Creadora, que residía siempre en el cuerpo de Jesús. Quedaba restaurado el camino hacia el UNO.

El P. Dávila concibe al hombre como una centella divina, que lleva a Dios en sí misma, el hombre tiene un Yo, que busca con ansia el Infinito. Está presente en el Santuario de nuestra conciencia. Habita en aquel que ha alcanzado la verdad. “Solo Dios puede revelarse a sí mismo, por ello, para esta comunión con Él, es necesaria la Iluminación Divina”.

El P. Dávila, nos enseña que la gracia, actúa más allá del Cuerpo Místico, actúa donde se siembren las semillas del Verbo. Numerosos documentos de la Iglesia Católica, al evaluar la acción del Espíritu Santo sobre el espíritu de los hombres, afirman que el Espíritu de Dios actúa, “más allá” del Cuerpo Místico de la Iglesia. ¿Cuál es ese “más allá”? Es precisamente esa Iglesia de los Redimidos por Cristo, que -no siendo bautizados, pertenecen a Cristo por la Redención que cobija a todos los hombres.

Esta nueva visión del hombre, ha llevado al Concilio Vaticano II a afirmar que, en las religiones no cristianas, existen “cosas verdaderas y buenas” (52), “cosas religiosas, preciosas y humanas (53), elementos de verdad y de gracia” (54), “semillas del Verbo” (55), “Rayos de Verdad que iluminan a todos los hombres” (56) Estos valores se encuentran en las grandes tradiciones religiosas de la humanidad (57).

Todo nuestro trabajo en la vida presente, dice San Agustín, -es sanar el ojo del corazón para poder ver a Dios” (Serm.88, 5). Y, “El amor es lo fundamental en la relación entre Dios y nosotros”.

El Amor trascendente e inmanente, es Cristo quien libera al hombre de todos sus males; “El río de las cosas temporales te arrastra, pero en la orilla del río ha nacido un árbol… ¿te sientes atraído hacia el precipicio? Agárrate fuerte del árbol ¿Te trastorna

el amor del mundo? Agárrate fuerte a Cristo. Por ti Él se hizo temporal, para que tú te hicieses eterno (29)

El P. Dávila enseña que en último término es Cristo quien nos libera de la muerte temporal y de la muerte eterna. La muerte temporal es vencida por su Resurrección, por eso hay que agarrarse fuertemente a Cristo.

El Cristo Cósmico, es el punto de convergencia entre Dios y su obra, es el lazo concreto que une a todas las entidades universales. La Omnipresencia Divina en la que nos encontramos es una Omnipresencia de acción, Dios nos mantiene en su presencia por su transformación. Aquel en el que todo se reúne y todo se consume, el Cristo muerto y resucitado.

“Cristo es el Centro de radiación de las energías que llegan a Dios desde el Universo a través de su Humanidad”. (P. Dávila Dios Vivencial p. 234)

En la oración de la Última Cena, Jesús el Cristo, oró al Padre diciendo: “Esta es la vida eterna, que te conozcan a Ti, único Dios Verdadero y a tu enviado Jesucristo” (10). “No os ruego solo por estos (los apóstoles),

sino por cuantos crean en Mí, por tu palabra, para que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en Mí y Yo en Ti, para que también ellos sean en nosotros, y el mundo crea que Tú me has enviado” (11).

En estas palabras, dice el P. Dávila, Cristo ha develado el arcano de nuestra relación con Dios, aquí está la clave acerca de cómo -también nosotros- no solo podemos discernir con la mente la fuerza, el poder, la actualidad de este “YO SOY”, sino sentir y vivir este “YO SOY” de Dios en nosotros.

¿Cómo seremos UNO con Él? Cuando nuestros pensamientos, deseos, acciones, estados de conciencia se identifiquen con los pensamientos, deseos, acciones y estado de la Conciencia Crística.

Por Cristo nos sintonizamos con el Padre, porque es camino, verdad y vida.

Hemos de buscar experimentar vivencialmente que somos uno con el Padre por Jesucristo.

Por este camino, el YO SOY, será permanente en nosotros.

Cristo dice, “Esa es la vida eterna. Este YO SOY, Ser Divino, comunica su propia existencia a todos los seres constituyéndose en un Todo para todos y en un Todo para cada uno de ellos.

En el final de los tiempos, cuando todas las cosas sean restituidas a su principio, brillará con fulgores de eternidad una sola Eterna Luz, esa es la Luz del Cordero. Mientras peregrinamos en este plano, es preciso redescubrir esta Luz, para andar en ella, para vivir en ella.

El P. Dávila recalca: En las religiones orientales, los hombres buscan la liberación de las angustias de la condición humana, a través de la meditación profunda. En el Cristianismo, Cristo, nos enseñó a orar, así: 1. Entra en tu cuarto (tu cuerpo). 2. Cierra las puertas (desconecta tus sentidos). 3. Entra dentro de ti (quitando los velos del espí-

ritu). 4. Rézale a Tu Padre que está escondido (sin palabras, en espíritu).

El P. Dávila, muy a tono con los tiempos, creó en sus discípulos la necesidad de la fidelidad a la meditación diaria en Dios, como reconoce Self-Realization Fellowship, UNICA CARRETERA DIVINA, a la que desembocan, eventualmente, las vías de todas las creencias religiosas verdaderas.

Con su vida y obra, contribuye a liberar a la humanidad del sufrimiento que la agobia; por los conflictos mentales y la ignorancia espiritual.

Es deber de todos, resaltar la completa armonía entre las enseñanzas del cristianismo y las del yoga, tal como fueron expresadas por Jesucristo y Bhagavan Krishna contenidas en sus enseñanzas.

El P. Dávila promovió el entendimiento cultural y espiritual entre Oriente y Occidente, resaltando las más nobles cualidades de ambos, sirviendo a la humanidad como nuestro propio Ser Universal.

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