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El privilegio de la Maternidad Divina de la Virgen

Escritos del Padre Dávila

Padre César Augusto Dávila Gavilanes Guía espiritual y Fundador de AEA

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Mis queridos estudiantes, se representa en mi mente aquel lugar en donde se realizó esa visita de la Virgen, de la Madre del Verbo de Dios a su prima Isabel.

La tradición de los primeros siglos de la era cristiana, reconoce el día de hoy a ese lugar dándole el nombre de Ain Karim. El lugar en donde nació igualmente Juan el Bautista.

Como los demás lugares en donde tuvo lugar el gran drama de la historia de la Redención del hombre, éste lugar no tiene mis queridos estudiantes, un significado especial para quienes visitan esos lugares sólo con los ojos, con los oídos, con los pies de los turistas. ¡Ah, el turista! El turista que va a los lugares santos solamente con su máquina de fotografía, y con su mente también que es una máquina fotográfica muy precisa, para captar solamente las escenas y las impresiones sensibles materiales, sufre una decepción tremenda. Pero cuando el turista se convierte en un verdadero peregrino, y cuando ese peregrino tiene despiertos los ojos del alma, las cosas cambian completamente.

Yo veo ese lugar, y contemplo en éste momento los muros de ese sitio, en una especie de una plazoleta hacia la izquierda donde me ubico, una Iglesia más bien humilde. Y en esos muros, escritos en más de 40 idiomas, los versos de ese canto que entonó la Virgen María en su visita a Isabel, su prima: el Magnificat.

¡Qué hermoso es repasar ese canto de Ella! Canto de alabanza a Dios. Canto en el que resplandece esa profunda humildad de Ella, profunda humildad, fundamento de todas las virtudes que Ella practicó, y fundamento base sobre toda su realización. Y causa -para mí- causa fundamental del acopio de gracias y de aquella que Ella mismo dice: respeccies humiltate moltire sue. Que miró el Señor la humildad de su sierva. Hizo grandes cosas con Ella. ¡Grandes cosas!

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Mis queridos estudiantes, nosotros estamos tratando precisamente de descubrir esas cosa que hizo el Señor con Ella, y vamos a fijarnos en un solo punto. Vamos a fijar en un solo privilegio, pero en el más grande, en el más excelso de todos los privilegios -reconocida por inspiración del Espíritu Santo, por su prima- en el privilegio de su MATERNIDAD DIVINA.

Cuando Isabel recibe la visita de su prima, primero exulta -dice Lucas- exulta el niño que llevaba en su seno, y luego Isabel se llena del Espíritu Santo. Dos cosas que se realiza entonces.

Primero, exulta de gozo ese niño que había concebido ya Isabel anciana, una mujer que frisaba en los 80 años ¡concepción milagrosa tiene ella! lleva un niño, aquel que más tarde recibirá el elogio más grande de parte del Señor: No hay ninguno -dice- mayor que este, nacido de mujer. Se refería a Juan el Bautista.

Isabel había concebido a Juan el Bautista, el Eliseo, el profeta de fuego que en otro tiempo anunció, pero anunció con caracteres tan evidentes, especialmente el sufrimiento de El Mesías prometido a Israel –en el capítulo 53 de su profecía que se dice que es también el cuarto Evangelio de la narración de la Pasión del Cristo-.

Ese niño exulta, ¿exulta pero por qué? Porque ese niño reconoce. ¿Reconoce a quién? Reconoce a la Luz que venía iluminar a este mundo. De ese seno virginal de María que concibió a ese Niño, se desprende un haz de luz infinito, un destello de luz tan grande que ilumina la vastedad de todos los planos. Y esa luz llega con su potencia vivificadora, también a despertar ya la conciencia, la conciencia de ese niño, y ese niño exulta de gozo, salta de gozo. El primer gran milagro de ese Niño concebido en el seno de la más pura, de la más perfecta entre todas las criaturas de todos los planos, mis queridos estudiantes.

Isabel se llena del Espíritu Santo, nos dice el evangelista. Entendamos bien esa expresión: llena del Espíritu Santo. ¿Qué es el Espíritu Santo? Esta vibración cósmica, esta que nos hace SENTIR a nosotros mis queridos estudiantes, la presencia augusta de Dios en nosotros. Esta que nos a nosotros PALPAR, tocar con la mano esa presencia inefable de ÉL.Y sin esa vibración cósmica, sin el Espíritu Santo no podemos mis queridos estudiantes, descubrir Su presencia. NECESITAMOS de DIOS para descubrir a Dios en nosotros. Necesitamos de Dios, para saber que también somos dioses. Y sin eso ¡es imposible! Es otra dimensión, esa dimensión en que se realiza todo esto.

Y la prima de la Virgen, Isabel, llena del Espíritu Santo va hacer el elogio de Quien le visita. Y ella se va a despojar de su carácter de pariente, de prima, y ella también va a descubrir el carácter cósmico universal, ¿de Quién? De una criatura, y de un espíritu totalmente, plenamente evolucionado.

A propósito, ahondemos un poquito, ahondemos un poquito en ésta parte oculta del espíritu de ese Ser tan evolucionado que se llama la Virgen María. Vamos a levantar un velo mis queridos estudiantes, un velo. Ese velo que oculta a esa perla humilde, pero no porque sea humilde deja de ser perla. A esa criatura tan dulce, tan santa, tan pura, tan amable, tan inmaculada –si cabe la expresión.

Es hora mis queridos estudiantes, que descubramos como lo han descubierto tantos amantes de la Virgen María, quizá no en los términos en que vamos hacerlo nosotros, que han descubierto lo que significa ese SANTUARIO escogido por el BENDITO DIOS para ser la morada, el Templo en donde se refugiaría el gran MISTERIO, -¡porque es así!- el gran misterio del mismo HIJO de DIOS: Cristo Jesús.

Sabemos mis queridos estudiantes, y tenemos para llegar a la conclusión que quiero llegar, hacer ligeras consideraciones.

Ese Dios Bendito, a Quien le veo y le contemplo pero lejos, muy lejos del tiempo, muy lejos del espacio. Allá muy lejos, muy lejos, antes que el tiempo sea tiempo, y antes que el espacio sea espacio, y antes que las cosas seas las cosas en la idea divina. El Señor mis queridos estudiantes, ese Dios Infinito, ese Dios poder, ese Dios amor, ese Dios omnipresencia. Ese Dios en una de esas

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oleadas de amor que emanan de Su divina presencia, en esas oleadas emana innumerables, incontables seres que pueblan los distintos planos del universo visible e invisible, del universo sensible, mental y espiritual, millones de millones, de millones como hay mis queridos estudiantes, en esas galaxias, millones y millones de soles, millones y millones de astros. En esa oleada infinita, en esa oleada de incontables seres, hay espíritus evolucionados, plenamente evolucionados que señala el gran iniciado Pablo cuando descubre las jerarquías celestiales; y la Filosofía Oriental también, a través de las revelaciones de sus maestros descubre esas jerarquías y les ha dado nombre. No, pero no importa los nombres, eso es un accidente, lo que importa son los hechos.

Nosotros sentamos ese principio de esas jerarquías que salieron de las manos benditas de Dios en esa oleada infinita de Su amor: criaturas realmente bellas, criaturas puras, criaturas de todo género. Y en esas estuvimos también mis queridos estudiantes, cada uno de nosotros. Estuvisteis cada uno de vosotros, y estuve yo en esa misma oleada. Y en esa oleada están todos los maestros. Y en esa oleada están todos los más grandes seres evolucionados. Y en esa oleada está el átomo insignificante de una espora, está la molécula más simple del cuerpo más pequeño, está el quantum elemental de la materia. Está la energía cósmica, ¿y por qué? también mis queridos estudiantes, de Él, -de esa energía cósmica- procede lo más grande, lo infinitamente grande y lo más pequeño, lo infinitamente pequeño, el más pequeño átomo, ¡y no hay nada que no provenga de Él!

Ommia perisu facta sum ecce… factum est nitim. Dice San Juan, “todo se hizo por Él, y nada dejó de hacerse sin Él. Eso lo dice hablando de Quien lo hizo, -que es la segunda parte de ésta reflexión- De Quien lo hizo: el Padre por Él, por Él, por el Verbo, por la Palabra, por el Hijo. ¡Si, por el Hijo, por el primer Logos! Por Él, hace todo y realiza todo. Y en esa oleada de amor que viene del Padre a través de Cristo, a través de Su Hijo se realiza la Creación de todos los seres y de todos los mundos.

Esta es la primera parte oculta de ese gran Drama Cósmico. Pero en ese gran drama cósmico mis queridos estudiantes, hay seres que evolucionaron, pero evolucionaron como Dios quiso, como el Verbo quiso, pero todos evolucionaron.

No, no entendemos y no admitimos mis queridos estudiantes, privilegios. Por eso la Biblia habla precisamente de esa gran lucha que hubo en el cielo, entre Miguel y sus ángeles y Luzbel. Lucha que nos describe gráficamente el Apocalipsis, y que se entrevé también en los profetas del Antiguo Testamento. Y lucha que inmortalizó uno de los más grandes genios de la Literatura clásica, el ciego Juan Milton en su Paraíso Perdido. Y que lo inmortalizó también el Dante en uno de sus cantos.

Sí, a todos mis queridos estudiantes, a todos los seres, absolutamente a todos sin excepción, sometió a una PRUEBA, a una pequeña o grande prueba. A los seres que nos creó libres nos sometió a prueba, porque la criatura racional debía y DEBE MERECER lo que ÉL ha prometido. Porque la criatura debe evaluar lo que significa ir a Dios, lo que significa entrar en posesión de Él.

Y también el espíritu, ese espíritu puro, ese espíritu inmaculado de la Virgen fue sometido a prueba, ¡y a una gran prueba! Semejante, a la que fue sometido aquel que se llama el príncipe de las potestades infernales: Luzbel, pero al verse tan hermoso -esa criatura, más bien, esa criatura espiritual- al verse tan hermoso se creyó que él era el autor de su propia luz, el autor de su propia felicidad, el autor de su propia bienaventuranza, el autor de su propia perfección. Y este es el motivo por el cual vio él el reverso de ese yo que se exaltó entonces, el reverso de ese yo de esa criatura. No, no se vio él como era en realidad: una criatura, una luz, pero luz emanada del Verbo y que nació del Verbo. No se vio como tal, sino se vio a sí mismo como si fuera él mismo el autor de su propia luz, y se encontró con su NADA.

Pero la Virgen Bendita, el espíritu puro de Ella mis queridos estudiantes, ese espíritu puro pues, en la prueba salió adelante, salió adelante.

¿Y qué paso entonces? Ella hizo sencillamente esa confesión. Porque dice: miró la humildad, miró la pequeñez de su esclava, miró la pequeñez de su esclava, y por eso -dice Ella- todas las generaciones me llamaran bienaventurada, porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso cuyo nombre es santo.

Porque ha hecho en mí el Poderoso, maravillas. Ella se vio ya así, ese espíritu se vio así: destinado a cumplir una misión. Esa misión mis queridos estudiantes, esa misión que debía cumplir aquí en la tierra. Y ese espíritu dijo: he aquí el instrumento, si, en tus manos estoy.

Y cuando el Señor, cuando el Padre miró ese espíritu y le comunicó los planes que tenía con ese espíritu, ese espíritu no contestó como Luzbel: yo tengo algo de mí, esa luz que tengo en mí, esa perfección que tengo en mí es mía. No, no dijo eso, y por eso las dos suertes distintas.

Entonces, mis queridos estudiantes, aquello de: derribó a los potentados de sus tronos y ensalzó a los humildes, desplegó el poder de su brazo y dispersó a los que se engríen en los pensamientos de su corazón. Y derribó a los potentados de sus tronos y ensalzó a los humildes, esto se aplica perfectamente, mis queridos estudiantes, a ese gran drama que sucedió antes de que el tiempo fuera tiempo. Ese aspecto oculto de esas palabras no está dicho en ninguna parte, no está dicho.

Entonces, viene ese espíritu mis queridos estudiantes, viene ese espíritu ya así evolucionado. Así sucedió esa evolución después de esa prueba. Y viene ese espíritu consciente y se encarna en el seno de una mujer como Ana -también una mujer anciana-, y llega ese espíritu aquí a la tierra para cumplir esa misión.

No, no creamos y no podemos creer que ese espíritu de la Virgen, era un espíritu cualquiera ¡era el MEJOR de todos los espíritus! en grandeza, en perfección, en todas las virtudes, en sabiduría, en gracia, etc., etc. Superior o por lo menos igual a ese otro espíritu: príncipe, también igual a ese espíritu, que respondió de distinta manera al llamado divino. Un espíritu pleno, que realizó mis queridos estudiantes, realizó a plenitud en él todo lo que el Señor, el Padre se había propuesto, y entonces viene a esta tierra ese mismo espíritu.

Y entendamos bien mis queridos estudiantes, que ese espíritu es hecho por Él, por el Verbo, es hecho por ese Hijo de Dios que se encarna ¡ese espíritu de la Virgen viene de Él, viene de ese Verbo! Y he aquí por qué insiste tanto Juan una y otra vez al principio de su Evangelio, insiste una y otra vez en este pensamiento de que por el Verbo, por ese Hijo que se encarna se hizo todo.

Dice: “En Él estaba la vida, y la vida era la Luz de los hombres”. En Él estaba la vida y la vida se transmi-

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tió, la vida de Él infinita se transmitió a las demás vidas, a la vida de la Virgen. “Y la vida era Luz para los hombres”. Y esta misma vida que era luz de los hombres, pasa a la Virgen. “Y la luz, luz en las tinieblas no la acogieron. Vino Juan a dar testimonio de la luz para testificar de ella, y que todos creyeran en Él”.

Habla Juan en el prólogo, precisamente de esa gran obra de la Creación. Y en esa obra de la Creación estaba pues ya este espíritu puro, este espíritu santo, este espíritu inmaculado, ese espíritu virginal de María que se encarna.

¡Ya podéis ver mis queridos estudiantes, ahora si podéis descubrir con toda claridad Quién es esa Virgen! Quién es ese espíritu que se encarna para a su vez, prestar lo que podía prestar de humano a Aquel de Quien recibió Ella TODO.

¡Qué cosa tan paradójica parece, mis queridos estudiantes! Primero, el Padre DA TODO poder al HIJO, al Verbo. El Hijo con todo ese poder que viene de Él, pues le comunica a sus criaturas esos poderes que tiene Él, y crea a todas esas criaturas que nacen de Él, y les da cualidades y les da propiedades exclusivas de ellas. Y luego, PIDE el consentimiento de emplear una de esas cualidades que a sus criaturas, -porque eso es precisamente lo que se dice en la Anunciación, cuando el Arcángel pide el asentimiento de la Virgen para encarnarse- pide nuevamente Dios a su criatura lo que le ha regalado a ella, para tomar de ella con su consentimiento, lo que ella recibió de Dios. Y la Virgen Bendita accede a ese pedido de Él.

¡Qué cosa tan grande! ¡Qué cosa tan admirable! Por ahí se ve qué delicado -podemos decir, emplear esta palabra que me parece más apropiado- ¡QUÉ DELICADO ES DIOS! ¡Qué delicado! Llega su delicadeza hasta este punto extremo: de tener -siendo Dios que puede ejercer todo poder- de pedir lo que le dio Él regalado, lo que Él le obsequió a su criatura y porque lo necesitó, porque lo necesita. Y Él mis queridos estudiantes, no realiza, porque hubiera podido realizar un milagro. No hacer por ejemplo, que ese Hijo viniera acá a este planeta tierra, por intermedio de una mujer, hacer que venga como fue arrebatado según la narración bíblica Elías al cielo, para que viniera -así como fue Elías- vivo; apareciera ese Cristo en la tierra vivo, sin intervención alguna de nadie, de ninguna mujer. ¡Eso podía haber hecho! Pero no. Él hace esto: pide consentimiento de esa Bendita Mujer, y Ella da su consentimiento. Luego, para que esa relación exista mis queridos hermanos, mis queridos estudiantes, entre Dios y la Virgen María. Esa Virgen está colocada pues, en un sitial muy, pero muy elevado, de un gran espíritu evolucionado.

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