Afluente4 final

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Febrero, 2015



La Coordinaci贸n Editorial de Afluente agradece de manera especial la disposici贸n y el apoyo del profesor Alfonso Alfaro por su colaboraci贸n en este n煤mero.


UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO José Narro Robles Rector

Contenido 7

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Carta Editorial

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Leopoldo Silva Gutiérrez Secretario Administrativo Luis Raúl González Pérez Abogado General Javier Martínez Ramírez Director General de Publicaciones y Fomento Editorial

La construcción visual de la Unión Europea: Reflexiones en torno a la construcción de identidades en contextos post-nacionales Ariadna Solís Bautista

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Eduardo Bárzana García Secretario General

9-N: ¿fecha histórica para Cataluña?

FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES Fernando Castañeda Sabido Director Claudia Bodek Stavenhagen Secretaria General

Mariano del Cueto Mier

José Luis Castañón Zurita Secretario Administrativo

El laberinto de nuestra identidad

Consuelo Dávila Pérez Jefe División Estudios Profesionales

José Luis Gallegos Quezada

María Eugenia Campos Cázares Jefe Departamento de Publicaciones

Nacionalismo, política exterior y geopolítica: Elementos para la comprensión de la construcción de la identidad ucraniana

COORDINACIÓN DE INFORMÁTICA

César Gómez Rivera

Alberto Axcaná de la Mora Pliego Hugo Olivares Cornejo Melina Ortega Valdez SOPORTE TÉCNICO Laboratorio Multimedia para la Investigación Social de la UNAM

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Palabra y mundo: nación e identidad a través de la poesía Rodrigo Ávila Gómez

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AFLUENTE Coordinación Editorial:

Alfonso Alfaro Barreto

Carlos Eduardo Pedroza Viscaya Emiliano David Ruíz Villalba Eugenio Pérez Certucha Fátima Itzayana Reyes Osorio Jorge Ricardo García Coyne José Pablo Brown Rivero Borrell Luis Adolfo Gamboa Jiménez Olivia Aguilar Muñoz Rebeca Rodríguez Casiano Rodrigo Salas Osorio

Convocatorias

Consejo Académico:

Selenopolitanos, hijos de la Malinche…

Adriana Murguía Lores David Pantoja Morán Felipe López Veneroni José Woldenberg Karakowsky Mónica Guitián Galán Ricardo Uvalle Berrones


Carta Editorial

Identidades y Nacionalismos

Mirarse de frente, negociar y disputar la diferencia. El abismo entre un nosotros y un ustedes que no cesa de configurarse, de reinventar identidades a partir del contraste, o simplemente de la conveniencia. En el grupo como en el individuo, la búsqueda –la renuncia, la petrificación- de lo propio da piso a la relación con los otros; y en el lío de lo propio y lo ajeno, grupos que no logran definirse se juegan constantemente la convivencia. Este número es un espacio de himnos en alto y banderas caídas en el que se rastrean ciertas grietas del pasado -símbolos en torno a la Unión Europea, construcción del sentido de pertenencia en la nación mexicana- se critica el presente identitario de Europa -particularmente Ucrania y Cataluña- y se revisan las interpretaciones que acompañan y contribuyen a los procesos de identificación -la literatura y la lengua como productoras de imaginarios nacionales. Se extienden frente al lector identidades y nacionalismos en avance y repliegue, trazos históricos que definen comunidades y acontecimientos que las ponen en duda. Esfuerzos por nombrar lo nuestro, batallas por inmovilizar al otro.

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La construcción visual de la Unión Europea: Reflexiones en torno a la

construcción de identidades en contextos post-nacionales Ariadna Solís Bautista, Estudiante de Ciencia Política

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os procesos de creación de identidad son grandes políticas que operan con pequeñas metodologías que se insertan en lo cotidiano y que permiten a los sujetos nombrarse y sujetarse a algún proyecto político determinado. Prueba de ello es la construcción visual que ha ayudado a conformar la identidad en torno a algo que debía ser más atractivo que la integración económica de los países occidentales: la Unión Europea, como construcción cultural, civilizadora e identitaria post-nacional. En la segunda mitad del siglo XX, especialmente después de las dos guerras más significativas de la historia occidental, la imagen material y simbólica de Europa empezó a cuestionarse de una manera sin precedentes: el espectro de la violencia aún se hacía presente. A pesar de los esfuerzos ideológicos que hicieron algunas élites para mantener vigente el entusiasmo del público, el escenario nacional europeo y sus habitantes se encontraban devastados. Se había perdido la fe en el proyecto de historia que habían gestado las naciones y la identidad sujeta a órdenes políticos que seguía los modelos de Estado-Nación fue fuertemente cuestionada puesto que había desembocado en violentos antagonismos. La desilusión que había traído la destrucción de la guerra hacía parecer a ese proyecto un cadáver que había traicionado los ideales de civilización y humanidad que tanto enarbolaba.

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La construcción visual de la Unión Europea: Reflexiones en torno a la construcción de identidades en contextos post-nacionales.

Todo apuntaba a la necesidad de otro proyecto político que creara unidad a partir de los sentimientos contradictorios

Al finalizar las grandes guerras el sentimiento de culpa atravesaba a cada uno de los países que habían participado: Las naciones tenían una deuda moral y material con sus ciudadanos y los Estados en este contexto no habían garantizado la seguridad que prometían a cambio de la obediencia de los sujetos. Todo apuntaba a la necesidad de otro proyecto político que creara unidad a partir de los sentimientos contradictorios que había dejado la guerra.1Al término de la reconstrucción material de Europa, la caída del muro de Berlín y el abandono del sistema internacional monetario Bretton Woods2, empieza a fortalecerse nuevamente el proyecto de integración europea como algún tipo de renacimiento esperanzador de paz y unidad que resultó ser factible a partir de la necesidad de fortalecer el sistema económico. El proyecto de integración europea como constructo identitario y cultural tenía como propósito dar soporte al proceso de unificación y fortalecimiento económico de una región que ya no se podía permitir competir por separado con otros grandes bloques económicos como la entonces Unión Soviética y los Estados Unidos de América. El fundamento del proceso de integración puesto en marcha con el rena­­­cimiento económico europeo y el fracaso de los nacionalismos consintió en fortalecer la competencia económica a partir de reducir esa falta de “unidad” o entidad conjunta a nivel político. Se necesitaba reducir a la mínima expresión la diversidad de las sociedades que habitan el “espacio geográfico europeo”, en búsqueda de una identidad que sería “el patrimonio fundamental de Europa.”3

1 Wintle, Michael, The Image of Europe, pp. 406-408. 2 Ibíd., p. 334. 3 Martín de la Guardia, Ricardo, et al.,coords., Historia de la integración europea, p. 10. 10


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A pesar de que el discurso de los nacionalismos había fracasado, las técnicas y dispositivos que posibilitan la construcción de identidad en torno a determinados proyectos políticos habían mostrado su eficacia en la primera mitad del siglo XX. Cuestiones sumamente simbólicas, como los himnos, la exaltación de héroes, las banderas, los edificios y la moneda, sirvieron como herramientas para normativizar a los sujetos de un determinado espacio social, político y geográfico. En 1973, cuando la recesión económica era claramente señalada por la crisis del petróleo y el corporativismo tripartita de la Comunidad Europea estaba en cuestiòn,4 el discurso de la identidad empezó a cobrar fuerza, alimentado por la propaganda visual. En este mismo año los ministros de asuntos exteriores de la Comunidad Europea adoptaron en Copenhagen la “Declaración sobre la Identidad Europea” introduciendo el concepto de “ciudadano Europeo”. Esta identidad y forma de ciudadanía es una herramienta que fue y sigue siendo dirigida por el imaginario visual que rodea la gran parte de las estructuras cotidianas de la sociedad. Las élites económicas que pugnaban por la búsqueda de la integración europea se sirvieron de las mismas herramientas que en la construcción de naciones habían sido tan exitosas: los íconos y las imágenes como productores de identidad. Estos símbolos se servían de contenidos y significados ya anclados en las nacionalidades y a su vez funcionaban como códigos culturales que propiciaban mayor compromiso y lealtad: lejos de buscar una integración intentaban construir una identidad Europea.

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Strath, Bo, ed., Europe and the other, pp.401-5. 11


La construcción visual de la Unión Europea: Reflexiones en torno a la construcción de identidades en contextos post-nacionales.

En las primeras elecciones para el Parlamento Europeo en 1979, un póster de Jean-Michel Folon en favor de las elecciones por sí mismas, en vez de apoyar a algún partido, en específico declaraba: “Europa es la esperanza”5. Empezaba a expandirse una imagen de Europa en donde se vendía una imagen positiva del proyecto económico dirigido a algo más esencialista: el “ser” europeo. Este tipo de construcción de imaginarios, facilitó la identificación con un grupo y dio pie a un tipo de responsabilidad con los individuos supuestamente idénticos y con el proyecto político y económico de la Unión Europea. Así, los grupos identitarios actuaron entonces con base en lo que ellos consideraban ser, lo que permitió el éxito de todas aquellas reglamentaciones económicas que se necesitaban implementar y facilitó los flujos de población que se necesitaban en los re-ordenamientos económicos. Las imágenes sirvieron como aparatos semánticos que estructuraron y dieron sentido a un discurso con propósitos propagandísticos, relacionados con la fuerza de la cultura, la historia en común y el sentimiento esperanzador del espacio. Sin embargo, esta identidad era una versión esencialista y estereotipada de Europa que excluía de nuevo al tercer mundo. Era una versión actualizada de una Europa que llevaría la civilización y el progreso a ese lejano oriente o América salvaje e incivilizada, en la que cabían también los países geográficamente considerados europeos, pero que no tenían economías sólidas que garantizaran la superioridad y fuerza económica del bloque. Lo no Europeo se convertía en todo aquello que no le daba estabilidad al bloque económico.

5 Veáse: CIRIP, París; illustrada en Bussiére et al., Europa, 303. 12


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Se trata de un proceso en donde se construye a los otros de manera jerárquica

Esta identidad que intentaba ser universal, un modelo a seguir, era un recurso ideológico que utilizó la exclusión del otro no europeo como un mecanismo para conseguir la integración política y social de un determinado conjunto de países que ya contaban con una determinada fuerza económica. Esta construcción específica de identidad en torno a instituciones económicas es un proceso de articulación violento que implica inclusión y por lo tanto exclusión a partir de lo económico. También encubre luchas específicas de pueblos en espacios y tiempos determinados, y se olvida que la identidad es un proceso de diferenciación no natural, siempre instituído. Al hacer pasar por naturales los mecanismos de una institución, se olvida de las decisiones de carácter contingente y se borran estos procesos históricos. Estas articulaciones violentas instituyen y normalizan a la vez que reconstruyen otras formas de naturalización anteriores. Se trata de un proceso en donde se construye a los otros de manera jerárquica y que naturaliza esas jerarquías, lo cual hace a su vez olvidar la intervención activa y la fuerza de algún aparato, ya sea visual, propagandístico, económico o político. Alrededor de todo el imaginario visual, Europa se asigna a sí misma una idea de historia, de progreso y civilización. Se reconoce como modelo único para la construcción de sociedad y ciudadanía que debería ser emulado para moldear el futuro y que, con actos reiterados, modos de presentarse a sí mismo (como la unificación de los pasaportes, la modificación de la moneda, etc.) propicia la regulación de la vida y la demanda de protección que se sujeta a un artificio económico: la obediencia de cuerpos y construcción artificial de ciudadanía ahora obedece a la construcción de unidad que garantice el funcionamiento de mercado.

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La construcción visual de la Unión Europea: Reflexiones en torno a la construcción de identidades en contextos post-nacionales.

En la tradición del mundo clásico, Europa, hija de Fénix o en otras versiones de Agenor, bautizada así para distinguirla entre las tres mil ninfas u Oceánidas del mar, según señala Hesiodo en la Teogonía o el nacimiento de los Dioses, fue raptada por Zeus en forma de toro, y mediante la imagen del rapto fue distinguida por la mitología con los atributos de la fertilidad y la fecundidad. Europa estaría así destinada a engendrar nuevos pueblos y naciones llamados a dirigir el mundo desde una pequeña parte del mundo.6 Ahora la estabilidad económica, el euro, la democracia europea, la ciencia y el progreso son las banderas que pone de frente la Unión Europea a través de una gama muy amplia de representaciones visuales en pro de la unificación de sujetos que sostuvieran un proyecto económico. Europa es un significante que puede albergar una multiplicidad de significados dado que nunca ha existido Europa en sí misma. Los discursos imaginarios siempre están articulándose con otros discursos y resultan en imágenes contingentes y representaciones que codifican las muchas maneras que Europa ha tomado a través del tiempo y los lugares que la han configurado; sin embargo, a través de su historia se ha servido de la construcción de una identidad universalista dentro de las fronteras económicas y proyectos políticos. herramientas visuales que capturan el poder del simbolismo y las prácticas cotidianas como ejercicio de universalismo identitario.7 Los textos los mapas, los lugares, los edificios, les lieux de memoire, los mitos, la moneda, los pasaportes, etc., fueron algunos de los muchos instrumentos que sirvieron para la construcción de una identidad universalista dentro de las fronteras económicas y proyectos políticos.

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Wintle, Michael, op. cit., p. 102.

7 Strath, Bo. op. cit., p.390.

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Bibliografía -- Belyea, B., “Images of Power: Derrida, Foucault, Harley.” en: Cartographica núm. 29, 2, 1992. -- Bussiére, E., et. al. Europa: the European idea and identity, from Ancient Greece to the 21th cen-tury, Mercatorfons, Antwerp, 2001. -- Martín de la Guardia, Ricardo, et. al. Historia de la integración europea, Ariel, Barcelona, 2001. -- Passerini, L., ed., Figures d’Europe: images and myths of Europe, Lang, Bruselas, 2003. -- Strath, Bo., ed., Europe and the other and Europe as the other, Lang, Bruselas, 2000. -- Sturken, M., et. al., Practices of looking: An Introduction to Visual Culture, Oxford University Press, Oxford, 2007. -- Wintle, M. J., The image of Europe: Visualizing Europe in Cartography and Iconography through-out the ages, Cambridge University Press, Cambridge, 2009.

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The Soldier If I should die, think only this of me: That there’s some corner of a foreign field That is forever England. There shall be In that rich earth a richer dust concealed; A dust whom England bore, shaped, made aware, Gave, once, her flowers to love, her ways to roam, A body of England’s, breathing English air, Washed by the rivers, blest by suns of home. And think, this heart, all evil shed away, A pulse in the eternal mind, no less Gives somewhere back the thoughts by England given; Her sights and sounds; dreams happy as her day; And laughter, learnt of friends; and gentleness, In hearts at peace, under an English heaven.

Rupert Brooke



9-N: ¿fecha histórica para Cataluña? Mariano del Cueto Mier, Estudiante de Ciencias de la Comunicación

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l domingo nueve de noviembre de 2014 en Cataluña se celebró una consulta en donde a los catalanes se les preguntó lo siguiente: “¿Quiere que Cataluña sea un Estado?” Las respuestas eran: “Sí”, “No”. En la papeleta venía otra más: “En caso de ser afirmativo, ¿quiere que sea un Estado independiente?” Las respuestas eran las mismas. Los resultados quedaron así: 80.76% votó “Sí, Sí”; 10.07% “Sí, No” y 4.54% “No”1. En total, los participantes de la consulta alcanzaron el número de 2,305,2902, pese a ser tildada de “ilegal” o “no oficial” por parte del gobierno central de España, por lo que Artur Mas (president de la Generalitat), así como probablemente millones de catalanes, por eso y por las condiciones de civismo en que se celebró, la calificaron como un “éxito total”. 1

Según cifras de “participa2014.cat”, que fueron reproducidas por numerosos diarios. http://www.participa2014.cat/resultats/dades/ca/ escr-tot.html, consultado el 20 de noviembre de 2014

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La población catalana, según cifras oficiales del Institut d´Estadística de Catalunya, en 2014 es de 7,512,982. Entre los que se cuentan millones de personas que no tienen derecho al voto por ser menores de dieciséis. http://www.idescat.cat/pub/?id=aec&n=245&lang=es 19


9-N: ¿fecha histórica para Cataluña?

Vale la pena hacer un breve (y arbitrario) repaso de algunos hechos que en los últimos años dieron fuerza y protagonismo al proceso celebrado en Cataluña, así como repasar, tal vez incluso con mayor brevedad, el papel de algunas organizaciones ciudadanas (y ciudadanos no afiliados) y la prensa (en Cataluña y en España), partidos políticos y selectos representantes, la lengua y la capacidad que tiene ésta de unir y ser partícipe en estos procesos o en el entramado de la identidad. Antes de comentar los hechos que se vieron (y vivieron) a lo largo de Cataluña (sobre todo) desde el 2012 -a la par que nombro algunas organizaciones que, como dije, tuvieron un papel no sabemos hasta dónde protagónico, ya que me centraré, entre otros aspectos influyentes, en la lengua- recupero una parcela del texto del sociólogo francés Pierre Bourdieu ¿Qué significa hablar?:

“Hablar de la lengua, sin ninguna otra precisión, es aceptar tácitamente la definición oficial de la lengua oficial de una unidad política: la lengua que, en los límites territoriales de esa unidad, se impone a todos los súbditos como la 3 única legítima, tanto más imperativamente cuanto más oficial es la circunstancia” .

Una de las batallas que se han librado entre Cataluña y España es, precisamente, en el terreno lingüístico: el castellano como lengua única y oficial versus el catalán

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Bourdieu, Pierre. ¿Qué significa hablar?, p.19


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Esto lo digo porque una de las batallas que se han librado entre Cataluña y España es, precisamente, en el terreno lingüístico: el castellano como lengua única y oficial versus el catalán. De un lado y de otro, a veces usada como arma, la lengua es indistintamente un rasgo de identidad que, desde luego, ha jugado un papel en este proceso, si bien para muchos partícipes no fue tan decisivo. Pero retomando los hechos, vuelvo al escenario, un par de años atrás, antes de que la ola de independentismo tuviera una gran expansión, antes incluso de que la lengua, en esos momentos, estuviera de alguna manera en disputa. Fines del 2011: Mariano Rajoy, candidato del Partido Popular (PP), toma posesión como presidente de España en medio de un castigo por parte de los electores al Partido Socialista (PSOE), a quien perteneció el anterior presidente, José Luis Rodríguez Zapatero. El castigo se debe, en buena medida, a la desastrosa situación que vive el país, marcada por una crisis económica mundial donde España es uno de los países más afectados; también, a nivel individual, la incapacidad del entonces presidente por minimizar los daños. A la par, si bien en Cataluña el PP tiene representatividad, ésta es mínima, por lo que los catalanes, desde que Rajoy tomó posesión, no se sintieron representados y sí, en cambio, sufrieron todos los recortes que se decidieron en Madrid. El descontento catalán hacia el Estado Español, en medio de una crisis, cobró fuerza, aunque ahí podría decirse que oficialmente todavía no se metían con su lengua.

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9-N: ¿fecha histórica para Cataluña?

Millones de catalanes salieron a las calles y, en medio de banderas independentistas, ciudadanos de muy distinta índole se unieron bajo la consigna: “Cataluña, Nuevo Estado de Europa”

Vino la manifestación masiva el once de septiembre de 2012. Aunque desde la muerte del dictador Francisco Franco se retomó la costumbre de salir a las calles con banderas catalanas el día de la fiesta (11 de septiembre), esa diada -nombre con el que se le conoce-, como previno Enric Juliana, miembro de La Vanguardia (periódico catalán), encerraba “un espíritu más independentista que en años anteriores”.4 Millones de catalanes salieron a las calles y, en medio de banderas independentistas, ciudadanos de muy distinta índole se unieron bajo la consigna: “Cataluña, Nuevo Estado de Europa”. Una de las organizaciones civiles, protagonistas sin duda de la diada de ese año y del proceso independentista, fue (y continúa siendo) la Asamblea Nacional Catalana, que cuenta con más de 500 puntos de reunión en toda Cataluña y en el resto del mundo -en México, sin ir más lejos-. Se declara como una “organización de base transversal que tiene como objetivo la independencia de la nación catalana a través de medios democráticos y pacíficos, y donde decenas de miles de personas trabajan desinteresadamente por la libertad colectiva”5. La ANC –como se abrevia- también fue una de las que convocó a la cadena humana del once de septiembre de 2013, de más de 400 kilómetros, y la “V” en la diada del 2014, la última antes de la consulta, en Avinguda Diagonal, una de las principales calles de Barcelona.

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Sánchez, Eduardo. “Diada 2012: El independentismo saca músculo en el día de Cataluña”. The Huffington Post. 11-09-12 http://www.huffingtonpost.es/2012/09/10/diadaindependentismo-cataluna_n_1870562.html

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Página electrónica de la Asamblea Nacional Catalana. La traducción del catalán es mía. https://assemblea.cat/quisom


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Aproximadamente un mes después de la diada del 2012, entre que por un lado el ambiente independentista crecía y, al mismo tiempo, la hostilidad entre algunos sectores de todo el país también, José Ignacio Wert, ministro de educación del gobierno centralista, declaró: “Nuestro interés es españolizar a los niños catalanes”6. Lo dijo en el marco de la reforma a la ley de educación, coloquialmente conocida como Ley Wert. Recibió muchas críticas, al igual que los recortes millonarios al sistema educativo. Pero en el caso lingüístico, la nueva ley (Wert) dividía las materias en “Troncales”, “Específicas” y “de Especialización”7; en el tercer bloque, “de Especialización”, incluía los idiomas no oficiales (es decir, los no castellanos): catalán, vasco, gallego. Incendió, desde luego, a las regiones de Galicia y el País Vasco, pero también, claro, a Cataluña. Sumó un enorme descontento entre la población catalana y, a decir de varios activistas, hizo que más gente se sumara a la causa y, si ya estaban en ella, consiguió que la indignación creciera. También es clave dentro de este proceso, y más aún en tanto represión lingüística, repasar lo acontecido durante el franquismo. Para entender muchos de los malestares sociales en España y en Cataluña conviene ver las huellas negativas que acarreó vivir durante décadas en una dictadura donde en las regiones donde no se hablaba español se forzó a hacerlo. En Cataluña se prohibió que la gente se comunicará en su lengua, se cambió el nombre a las calles y se castigó a la gente que desobedeciera. Ejemplos sobran, pero en el terreno musical tenemos a Joan Manuel Serrat y Lluis Llach, quienes en el momento que decidían cantar en catalán lo hacían, también, como un acto político.

6

“Wert admite que la intención del gobierno es españolizar a los alumnos catalanes”, La Vanguardia, http://www.lavanguardia.com/politica/20121010/54352442678/wert-admiteinteres-espanolizar-alumnos-catalanes.html

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Arnaz, Roberto. “Las cuatro mayores críticas a la polémica Ley Wert”, en La información. 9/5/13 23


9-N: ¿fecha histórica para Cataluña?

Así, en pleno franquismo, surgió Òmnium Cultural8, quien a la fecha sigue teniendo relevancia y fue, asimismo, otro actor de la sociedad civil en el proceso independentista. En 1961 nació, cuando el catalán era una lengua prohibida. La bandera bajo la que se aglutinaron fue defender y promover la lengua y cultura catalana, pero también la independencia de la región. Cincuenta años después de fundada, sigue teniendo relevancia, con un sinfín de actividades en torno a la cultura y decenas de miles de socios. Y volviendo a Pierre Bourdieu y la obra citada, para contextualizar la ley Wert y la declaración de este ministro en años recientes, pero también regresando a la represión lingüística que sufrió el catalán durante la dictadura franquista:

“La lengua oficial se ha constituido vinculada al Estado. Y esto tanto en su génesis Es en el proceso de constitución del Estado cuando se crean las

como en sus usos sociales.

condiciones de la creación de un mercado lingüístico unificado y dominado por la lengua oficial: obligatorio en las ocasiones oficiales y en los espacios oficiales, esta lengua de Estado

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se convierte en norma teórica con que se miden objetivamente todas las prácticas lingüísticas”

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En este tenor, otro organismo encargado de defender la lengua, partícipe de igual modo en el proceso independentista, es la Plataforma per la llengua. Aunque a diferencia de Ómnium Cultural y la Asamblea Nacional Catalana, ésta se centra exclusivamente en el asunto lingüístico -lo que no quita que muchos de sus socios sean, también, miembros de los otros dos organismos-. La Plataforma per la llengua nació en 1993 y, grosso modo, busca garantizar la presencia de la lengua catalana como pleno derecho, así como la normalización lingüística entre los catalanoparlantes. El discurso político catalán ha apelado mucho a un principio teóricamente universal: la autodeterminación de los pueblos. El doctor Modesto Seara Vázquez tiene un ensayo donde, más que negar este principio, reconoce los límites de este derecho al tiempo que hace un repaso histórico10. Sin embargo, uno de los motores de la ciudadanía, y un eje legítimo de la consulta, es el “derecho a decidir”: “más allá de si queremos o no independizarnos, lo importante es que nosotros (los catalanes) decidamos si queremos seguir formando parte de España”.

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Página oficial Ómnium Cultural: https://www.omnium.cat/qui-som/historia

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Bourdieu, Pierre. Idem.

10 Seara Vázquez, Modesto. “Los límites del principio de autodeterminación de los pueblos”. Biblioteca del Instituto de Investigaciones Jurídicas. http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/2/848/21.pdf 24


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Uno de los motores de la ciudadanía, y un eje legítimo de la consulta, es el “derecho a decidir”: “más allá de si queremos o no independizarnos, lo importante es que nosotros (los catalanes) decidamos si queremos seguir formando parte de España”

Entre otros sucesos acontecidos en estos últimos años destacan el adelanto de elecciones (2012) por parte del presidente actual de Cataluña, Artur Mas, donde se enfocó en el “derecho a decidir” y en la consulta, aunque a la postre, al perder escaños en el parlamento, resultó contraproducente, y la abdicación del rey Juan Carlos el verano pasado, con muestras ciudadanas de rechazo evidente a la monarquía. Como ejemplo de esto último, y como ilustración del descontento y la tensión entre los gobiernos autónomos y el central, Artur Mas, en el primer discurso del rey Felipe VI en el congreso, se mantuvo estático, poco festivo y prácticamente sin aplaudir (unos medios dijeron que “no aplaudió”11; otros que “aplaudió brevemente”12). Un gran número de personas involucradas en este proceso, como Isabel Campos Goenaga (investigadora del CIESAS) o Gerard Fernández (estudiante de Política en Barcelona), coinciden, sin embargo, en que el brote comenzó desde antes, puntualmente en el año 2006, cuando se discutió el Estatut de Autonomía –de alguna manera la ley del autogobierno catalán-, en donde ya se hablaba de la “lengua” y la enseñanza de ésta. En 1977, en la primera diada posterior a la muerte de Franco, ya gritaban “Llibertat, Amnistía, Estatut de Autonomía”. El proceso, sin duda añejo, involucra el sentimiento independentista de numerosas generaciones, arraigado desde hace décadas, incluso antes de que Francisco Franco llegara al poder. 11 “Artur Mas da la nota y no aplaude el discurso…” El confidencial, 19/06/14 http://www.elconfidencial.com/espana/2014-06-19/artur-mas-da-la-nota-y-no-aplaude-el-discursodesde-la-tribuna-duran-si_149146/ 12 “Artur Mas e Iñigo Urkullu aplauden brevemente el discurso de Felipe VI”, La Vanguardia, 19/06/14 http://www.lavanguardia.com/politica/felipe-vi/20140619/54409187454/mas-urkullu-aplaudenbrevemente-discurso-felipe-vi.html 25


9-N: ¿fecha histórica para Cataluña?

El derecho a decidir de la población catalana no devino en un referéndum legal, como ciudadanos e incluso partidos políticos (CiU, Esquerra Republicana) deseaban, sino en una consulta declarada inconstitucional por parte del Estado Español, pero apoyada por los mismos partidos políticos que deseaban el referéndum y, también, por las organizaciones ciudadanas. Consumado el éxito de la consulta, por las condiciones de civismo y paz en las que se celebró, y porque acudieron a las urnas casi tantos votantes como en unas elecciones “válidas”, Artur Mas declaró al finalizar la jornada, en una especie de plan porvenir: “Tenemos las mejores cartas para hacer entender al Estado que en algún momento se tiene que hacer la consulta definitiva con todas las garantías y consecuencias. Nos hemos ganado el derecho a un referendo definitivo y, si puede ser, acordado y pactado”. Prácticamente como último eslabón, acaso el que justifica, pienso que la soberanía y la identidad en estos casos donde puede existir ruptura, supone cuando menos ser vista desde el lugar en donde el riesgo, o la posibilidad, es latente; es decir, Cataluña. Para comprenderlo a fondo, evitando así caer en los maniqueísmos que la prensa ofrece, se requiere entender la historia de Cataluña y de su lengua ajenas a España, pero también merece una segunda lectura entendiendo el problema como un espacio y una identidad muchas veces compartida. Así, la lengua puede ser un rasgo intrínseco de la identidad (Cataluña en torno al 9-N), puede ser la lengua del poder (Franco y sus políticas lingüísticas, Pierre Bourdieu), o puede entenderse como resistencia (muchas veces pacífica): el caso de Òmnium Cultural o Plataforma per la llengua. Cuando los diarios se enfocaban en la abdicación del rey Juan Carlos, al escritor español José Manuel Caballero Bonald le hicieron una pregunta relacionada a la independencia de Cataluña. Éste respondió: “Cataluña posee una personalidad innegable, una historia extraordinaria… Si se declara independiente (que no lo creo) a mí no me parecería ni bien ni mal. Eso de la unidad de España son cosas de la Falange”.13

13 Juan Cruz entrevista a José Manuel Caballero Bonald. El País. 8/06/14 26


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Bibliografía -- Bourdieu, Pierre. ¿Qué significa hablar? Akal ediciones. -- Rubert de Ventós, Xavier. De la identidad a la independencia. Anagrama ediciones. -- Seara Vázquez, Modesto. “Los límites del principio de autodeterminación de los pueblos”. Biblioteca del Instituto de Investigaciones Jurídicas. -----

Páginas oficiales de los siguientes organismos: Asamblea Nacional Catalana: https://assemblea.cat Òmnium Cultural: https://www.omnium.cat Plataforma per la llengua: http://www.plataforma-llengua.cat/ Revisión hemerográfica de diarios españoles ─El País, La Razón, El Mundo, ABC─ y catalanes ─Ara, La Vanguardia, Vilaweb─.

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Junto a

mi herencia

Yo nací de una raza huracanada de las raíces a la vestidura, porque un maíz hambriento es mi figura y el origen del sol mi llamarada.

Nacer cicatrizado de una espada sobre el ombligo de la agricultura, nacer mestizo de la quemadura como la claridad inaugurada.

Patria de las abejas, Patria mía, mesa puntual del beso desterrado, aquí tienes mi sangre en tu herrería.

Si forjaste mi piel para tu herida aquí tienes mis puños de soldado junto a tu pecho de águila dormida.

Juan Bautista Villaseca



El laberinto de nuestra identidad José Luis Gallegos Quezada, Estudiante de Ciencia Política

E

scribía Jorge Luis Borges que los buenos lectores suelen ser cisnes más singulares que los buenos autores. La lectura del Laberinto de la soledad, sin lugar a dudas, exige lectores audaces, que sepan dialogar con la voz del autor sin desprenderse del hilo de Ariadna. ¿Cómo leer el Laberinto? ¿Cómo interpretar sus afirmaciones? ¿Deben entenderse de manera literal o literaria? ¿Cómo superar el magnetismo de su retórica y de su estilo? ¿Cómo leer a Paz sin perdernos en sus letras, como Narciso en su reflejo? Al igual que su nombre, la obra representa un laberinto hermenéutico en términos de su lectura. Un laberinto que no es el tipo clásico de un solo trayecto, sino un laberinto de mazes: con varias salidas, con opciones múltiples, con alternativas equívocas que conducen a diferentes destinos. Conforme uno se sumerge en el Laberinto, la diferencia entre autor, lector y protagonista se va diluyendo. Como en un libro de Lewis Carroll, el juego de espejos nos confunde y nos obliga a preguntar: ¿Quién soy? ¿Qué es el mexicano? ¿Qué significa ser hombre? Al final del corredor se encuentra un cerco, para salir es necesario mirar de frente a la Esfinge y responder su interrogante: ¿El ser es esencia o existencia?

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El Laberinto de Nuestra Identidad

El mito reconcilia al individuo con el todo, permite al ser humano volver a su origen, fundirse en la colectividad:

La primer parte del Laberinto se conforma de descripciones de las múltiples facetas del carácter del mexicano: su hermetismo y machismo, su modo de amar y de relacionarse con la mujer, su predilección por la forma, la simulación y la mentira, la fiesta, la sospecha, el disimulo, su lenguaje reticente y el ninguneo. Descripciones sobre las cuales se ha escrito la mayor parte de la literatura crítica de este libro. La segunda parte es la que representa un verdadero interés, tanto por la originalidad con la que Paz profundiza sobre la conciencia histórica del pueblo mexicano, como por la relación entre identidad y pasado, hombre e historia, ambas caracterizadas por el sentimiento de soledad. La soledad, para Paz, yace “en el fondo de todas nuestras tentativas políticas, artísticas y sociales”1, y sólo en momentos excepcionales -como la fiesta- recuperamos nuestra autenticidad de forma explosiva. Frente a la soledad, la tradición ofrece consuelo, hace al mundo habitable. El mito reconcilia al individuo con el todo, permite al ser humano volver a su origen, fundirse en la colectividad: “la comunión es festín y ceremonia”. Para el liberalismo, el individuo siempre es un sujeto concreto, con fines e intereses particulares, con una racionalidad egoísta. En cambio, el sujeto histórico trasciende en lo colectivo y adquiere sentido a partir de su circunstancia y de su pasado. Llevadas al extremo, ambas visiones niegan la naturaleza dialéctica del mexicano y lo encierran en una libertad abstracta desprendida de todo contexto, o en una tradición que asfixia la individualidad y tiende al totalitarismo.

1 Todas las citas de este ensayo corresponden a: Octavio Paz. El laberinto de la soledad. (a menos que se especifique algo distinto). 32


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Entre tradición y modernidad, Paz encuentra la posibilidad de una libertad significante, que permite el encuentro con el otro que es reencuentro con uno mismo. Este rencuentro lo observa en la Revolución mexicana como una “voluntad de regreso”, por la cual “el mexicano quiere reconciliarse con su historia y con su origen”, reconciliación que se encarna en el movimiento zapatista, como búsqueda por el orden indígena del calpulli, como regreso a la tierra y a las raíces. En contraste con la implantación de ideologías modernas de la Reforma y el Porfiriato, la Revolución es un movimiento espontáneo, sin una ideología concreta que lo preceda, sin una vanguardia que imponga su doctrina; a ello se debe su falta de intelectualismo, de contenido ideológico y de programa. La Revolución fue “un sacudimiento popular que mostró a la luz lo que estaba escondido”, representó el momento en el que México alcanza su autenticidad y se reconoce como una nación contemporánea a todos los hombres. Pero si el rencuentro con nuestro pasado es la expresión auténtica de nuestro ser, la dialéctica de la soledad guarda otro enigma: ¿Nuestro verdadero ser precede o es consecuencia de la historia? Reiteradamente, Paz niega el esencialismo, el nacionalismo ufano, la “filosofía de lo mexicano” y, sin embargo, su falta de sistematicidad afirma y rechaza la existencia de un carácter nacional, cuyos matices se encuentran encriptados en frases lapidarias como “el hombre no está en la historia: es historia”. Como los cuadros de Magritte que niegan su propia imagen -Ceci n’est pas une pipe-, el historicismo de Paz niega su naturaleza metahistórica. A lo largo del Laberinto de la soledad existe una voz narrativa en constante tensión consigo misma: habla de la “dudosa originalidad de nuestro carácter”, de la “naturaleza casi ilusoria de la psicología nacional”, cuestiona la realidad inmutable del “carácter nacional” y del “genio de los pueblos”, pero al final acepta la necesidad de adquirir una conciencia sobre nuestra singularidad y se lanza a esgrimir características propias del mexicano.

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El Laberinto de Nuestra Identidad

El Laberinto de la soledad es un proyecto que busca crear una mexicanidad, sin caer en el solipsismo nacionalista e incluir tendencias históricas universales, sin adoptar proyectos externos acríticamente. Por lo tanto, no busca atributos inmutables que definan genéricamente al mexicano, algo por demás imposible, pero sí exige una conciencia histórica que posea cierta continuidad entre la multiplicidad de sucesos y que, al mismo tiempo, tenga la posibilidad de variación para no petrificarse en esencia. Si el carácter nacional opera subrepticiamente, a lo que aspira Paz es que el mexicano adquiera plena conciencia de su devenir, que significa estar consciente de que en su presente aún existen fantasmas del pasado, entidades imaginarias que influyen y limitan sus posibilidades de ser. Sólo la construcción de nuevos mitos, símbolos y tradiciones, así como la reinterpretación del pasado, conformarán un nuevo discurso, que abra nuevas posibilidades de expresión: comportamientos, actitudes y formas de ser del mexicano. Hay algo claro en la obra del poeta, su postura es en contra de una historia mecanicista, un mero producto de las circunstancias sociales. Fuera de las condiciones materiales de la historia y sus factores objetivos y subjetivos, Octavio Paz encuentra una “actitud vital” que se limita a nombrar sin describir a detalle pero que, a diferencia de un esencialismo, tiene la posibilidad de cambio. Esta actitud o carácter del mexicano supera estratos socioeconómicos, por lo cual no sigue la racionalidad de la lucha de clases. En este sentido, la noción histórica de Paz se acerca más al historicismo alemán que al materialismo histórico de Marx. Sus influencias directas derivan de un contexto nacional donde pensadores como Alfonso Caso, José Vasconcelos, Edmundo O’Gorman y Samuel Ramos buscaron, a través de la historia, aquello que fuere característico de todos los mexicanos. Esta “actitud vital” es una voluntad colectiva que, dentro de ciertos límites, va generando circunstancias que así misma la moldean. La relación entre sujeto e historia en el Laberinto es como las Manos dibujando de M. C. Escher, que en cada trazo se dan vida la una a la otra, sin que ninguna determine a su par plenamente. Por un lado, la historia dibuja al sujeto pero no lo determina, pues su libertad de elección es capaz de romper cualquier tendencia del pasado. Por el otro, la historia no es realizada meramente por la voluntad del hombre, pues existen factores del pasado que trascienden su temporalidad para manifestarse en el presente. La conclusión de Paz es que si el hombre no es determinado ni determina el curso de la historia, entonces el hombre es la historia misma. Con ello ejemplifica un ser autopoiético que, al no ser plenamente creación ni creador, se descubre como la unidad de dos modos, unidad en la que al inventar la historia, se inventa así mismo como sujeto histórico.

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El pasado no tiene sentido por sí solo, mucho menos puede determinarnos mecánicamente. Su sentido durará la vigencia que tenga nuestra interpretación presente

La utilidad de que un poeta nos hable de la escritura del tiempo, es recordarnos que el significado de toda obra es estructural: se comprende respecto al sentido de las demás palabras y a la posición que ocupa respecto a las demás obras. En ese círculo hermenéutico es imposible encontrar una unidad interpretativa autónoma, pues el todo explica a las partes y las partes al todo. Como Paz declara en Libertad bajo palabra (1949): “contra el silencio y el bullicio, invento la palabra, libertad que se inventa y me inventa cada día”. De igual forma, el pasado no tiene sentido por sí solo, mucho menos puede determinarnos mecánicamente. Su sentido durará la vigencia que tenga nuestra interpretación presente. Por otro lado, la apuesta de Octavio Paz es por la autenticidad, la necesidad de entrar en comunión con nuestra historia y encontrar en nuestro pasado Formas que expresen nuestro verdadero ser. Esta búsqueda pareciera oponerse a la aspiración de hablar un lenguaje universal, de ser “contemporáneos de todos los hombres”. Sin embargo, como afirmara Alfonso Reyes (1993) “la única manera de ser provechosamente nacional consiste en ser generosamente universal, pues nunca la parte se entendió sin el todo”. Por ello, ser auténtico no significa permanecer siempre como el mismo, significa expresar quiénes somos de una forma original que genere una continuidad simbólica con lo que fuimos. Para Octavio Paz no se puede describir lo que es el mexicano sin identificar lo universal de nuestro ser y lo particular de nuestro carácter. ¿Será que aquello que creemos singular de nosotros no sea sino un modo de lo universal? ¿Será que aquello que creemos universal a todo hombre tome un rostro distinto en nuestra manifestación cultural? La identidad es un mito, un simbolismo, una invención, como lo ha sido la invención del Estado-nación en el siglo XVIII, o la invención de la igualdad en el siglo XIX, o la invención de progreso del siglo XX, o la invención del final de las invenciones de nuestro siglo -o de lo que algunos llaman posmodernidad.

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El Laberinto de Nuestra Identidad

La conciencia e identidad del sujeto histórico se construye a partir de la interpretación de los hechos y no de los hechos mismos

La identidad se estructura en dos niveles. En el primero, se conforma de una sucesión de eventos que impactan nuestra realidad de manera irrevocable. En el segundo, el sujeto interpreta simbólicamente los acontecimientos pasados para explicar su presente. De estos dos niveles, la conciencia e identidad del sujeto histórico se construye a partir de la interpretación de los hechos y no de los hechos mismos. Paz afirmaba que “los hechos históricos no son nada más hechos, sino que están teñidos de humanidad, de problematicidad”, por ello es que existen fantasmas, vestigios históricos que aun cuando sus causas están apartadas de nuestro tiempo, siguen teniendo un efecto en nuestra realidad. Alguien podría contrariar esta suposición analizando las consecuencias materiales de un evento histórico trascendente, digamos la pérdida de más de la mitad de nuestro territorio. Se argumentaría entonces que el oro de California, el río grande de Nuevo México y el petróleo de Texas impactaron decisivamente en nuestras oportunidades de desarrollo como nación, lo cual dejó una mayor marca en nuestra identidad que el sentimiento de pérdida o las interpretaciones históricas a posteriori derivadas de este suceso.

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Lo interesante de este ejemplo es que asumamos, simbólica o materialmente, esa pérdida como nuestra. Si la pérdida de nuestro territorio tiene impacto en nuestra identidad presente, es porque en nuestra interpretación histórica asumimos una continuidad entre el territorio que gobernaba Antonio López de Santa Anna antes del 12 de febrero de 1848 y el que actualmente integra el Estado mexicano moderno. De la misma manera que asumimos una identidad con el pasado mesoamericano, cuando todavía no éramos una nación; con el pasado de la Colonia, cuando todavía éramos Nueva España; con el México de los Sentimientos de la nación, de las siete leyes, de la Constitución de 1824 y de 1857, aun cuando la que funda nuestro tiempo no sea sino la carta magna de 1917; con una República que no es la I República ni la II, ni la III o la IV, sino que es siempre la misma, la que se restaura, se regenera y perdura a pesar de las intermitencias, intervenciones e imperios. Cuando Sócrates discute con Gorgias, Platón registra los sucesos y sabe que la discusión está ocurriendo “ahora”; lo cierto es que ocurrió en el pasado, hace 2,500 años. La incertidumbre perdura en nosotros: ¿cómo saber si ahora es el verdadero ahora, si quien fui ayer es verdaderamente quien soy hoy? La única forma de crear una identidad es asumir que el tiempo y el espacio no son sólo propiedades de nuestra conciencia, sino que de hecho (o al menos simbólicamente) son propiedades del ser. Una cuarta dimensión donde los cuerpos atraviesan el tiempo y perduran en cada una de sus etapas. Como Paz afirmaba: “el tiempo no está fuera de nosotros, ni es algo que pasa frente a nuestros ojos como las manecillas del reloj: nosotros somos el tiempo y no son los años sino nosotros los que pasamos”. El tiempo de Paz es el de las teorías de John McTaggart’s como descubrimiento de la relatividad. Tiempo de un universo en bloque donde presente, pasado y futuro son ya una realidad, una cuarta dimensión que el ser recorre a través de diferentes coordenadas. En The Unreality of Time (1908), McTaggart afirma que el tiempo no es más que una ilusión, cuando decimos: hace 2500 años, estamos simplemente queriendo decir: el punto en que Platón y Gorgias se encontraban antes de que la tierra girara 2500 veces alrededor del Sol.

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El Laberinto de Nuestra Identidad

Para Edmundo O’Gorman, el hecho histórico en sí carece de sentido, este se le concede en el momento y lugar en que se le interpreta.2 De esta manera, podemos afirmar que la historia no existe por sí misma, es un hecho al cual nosotros dotamos de sentido. Si la historia trasciende su tiempo, en todo caso logra hacerlo a través de nosotros, porque influye en nuestra decisión sobre cómo valoramos nuestro presente y construimos simbólicamente nuestra identidad. La historia, al igual la identidad, son constructos de la actualidad. Nuestro Yo es una colección de memorias pasadas que influyen en nuestro comportamiento, y si perdiéramos completamente nuestra memoria, perderíamos con ella nuestra identidad. Hay, sin embargo, una fuerza vital que es creación y creadora de nuevas identidades y, por lo tanto, se encuentra fuera de la realidad histórica. Si yo perdiera completamente la memoria, perdería mi identidad, pero no la posibilidad de reconstruirme simbólicamente. Ésa es la fuerza vital que se encuentra más allá de los hechos. Por ello Paz esperaba que cuando el mexicano adquiriera conciencia de su devenir, adquiriera consigo conciencia de su libertad.

2 Edmundo O’Gorman (1974) expresó que “la Historia no es otra cosa sino la adecuación del pasado humano (selección) a las exigencias vitales del presente”. 38


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Bibliografía -- McTaggart, J. M. E., The Unreality of Time, Mind, XVII,68:457-74, 1908. -- O’Gorman, Edmundo, “Sobre el problema de la verdad histórica”, en Álvaro Matute.(comp.) La teoría de la historia en México (1940-1973), SEP-Setentas, México, 1974. -- Paz, Octavio, El laberinto de la soledad, Cuadernos Americanos, México,1950 -- ______, Libertad bajo palabra, Fondo de Cultura Económica, México, 1949 -- Reyes, Alfonso, La X sobre la frente: textos sobre México, UNAM, México,1993.

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TE GUITE HOLA HELLO An aku TENGO HAMBRE IM HUNGRY An waga Yo soy latino I’m latino Diablo Rosso Colecivo, Panamá



Nacionalismo, política exterior y geopolítica: Elementos para la comprensión de la construcción de la identidad ucraniana César Gómez Rivera, Estudiante de Relaciones Internacionales

Política exterior y nacionalismo: una relación dialéctica dentro de la construcción de la identidad ucraniana

T

oda construcción de conocimiento inicia por la conceptualización del campo de estudio que se desea abordar. Es sólo al enlistar las características esenciales o importantes de cada categoría de análisis que podemos comprender las limitaciones teóricas y prácticas de los fenómenos que se pretenden abordar. En este sentido, el hablar sobre la relación que existe entre la política exterior y el nacionalismo ucraniano requiere de una serie de aproximaciones que nos permitan tener una base de los referentes teóricos pertinentes para su estudio.

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Nacionalismo, política exterior y geopolítica: elementos para la comprensión de la construcción de la identidad ucraniana

La construcción de este interés nacional parte de la cosmovisión de la élite política gobernante en cuanto a aquellos elementos que considere deben ser priorizados dentro de la formulación de las políticas

Siguiendo este planteamiento, Charles O. Lerche, en su obra Foreign Policy of the American People, plantea que la política exterior puede ser entendida como “los cursos de acción y las decisiones relacionadas a ellas que un Estado toma en sus relaciones con otros Estados con el fin de alcanzar sus objetivos nacionales y promover su interés nacional”1. A partir de esta aproximación, podemos comprender que la política exterior deriva de un interés nacional del cual se desprenden todas las políticas en general. En su conceptualización –y sin afán de detenernos en su complejidad conceptual-, el interés nacional es definido como “el criterio (o criterios) principal en función del cual el Estado juzga los factores situacionales, determina las prioridades relativas a las que darán diversos objetivos, establece y evalúa los cursos de acción y toma las decisiones”.2 Habría que agregar que la construcción de este interés nacional parte de la cosmovisión de la élite política gobernante en cuanto a aquellos elementos que considere deben ser priorizados dentro de la formulación de las políticas; sin embargo, es preciso señalar que no es posible disociarlo de las aspiraciones y demandas de la población, así como de los valores socialmente compartidos por ésta y del cómo se asumen hacia el exterior. Es aquí donde se imbrica el nacionalismo con la formulación de la política exterior. El soslayar este tipo de consideraciones tiene consecuencias directas en la legitimidad y el apoyo de las acciones que se desarrollan hacia el medio internacional.

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1

Charles O. Lerche, Foreign Policy of the American People, p. 4

2

Charles O. Lerche, op. cit. p. 5


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Es preciso señalar que el nacionalismo ha sido abordado desde diferentes perspectivas; no obstante, todas las posturas parten de la existencia de características comunes y orígenes compartidos. Por un lado, Benedict Anderson señala que una nación puede ser entendida como “una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana” 3. Es al hablar de una comunidad política imaginada que el autor involucra la existencia de un sentido de pertenencia y compañerismo entre los miembros que integran una comunidad y que, por su tamaño inherentemente limitado, no conocen en su totalidad a las personas que la integran más que en el imaginario colectivo que existe sobre su comunión. Dicho imaginario encuentra su cohesión en los elementos compartidos que la integran, los cuales coinciden en historia, mitos, héroes nacionales, idioma, escritura, religión, entre otros. Asimismo, Ernest Gellner traslada la discusión del ámbito esencialista del nacionalismo hacia sus características inherentemente políticas, al señalar que éste es fundamentalmente “[…] un principio político que sostiene que debe haber congruencia entre la unidad nacional y la política”4. Sus elementos lo circunscriben dentro de la teoría de legitimidad política al prescribir que las características étnicas no deben construirse en contraposición de las políticas y, esencialmente, no deben distinguirse de las de la élite política gobernante. Por lo tanto, la construcción del nacionalismo forma parte de las estrategias ideológicas al control del Estado para legitimar estructuras de dominación dentro de determinado contexto histórico. Es así que el diseño de una narrativa nacionalista requiere de la existencia de un “afuera constitutivo” que cohesione a una comunidad política imaginada en torno a un proyecto común. Tal y como agrega al debate el sociólogo Stuart Hall, la identidad siempre estará “[…] sujeta al “juego” de la différance. Obedece a la lógica del más de uno. Y puesto que como proceso actúa a través de la diferencia, entraña un trabajo discursivo, la marcación y ratificación de límites simbólicos, la producción de “efectos de frontera”. Necesita lo que queda afuera, su exterior constitutivo, para consolidar el proceso”5. El nacionalismo implica, por lo tanto, prácticas discursivas y estratégicas de élites políticas específicas.

3

Benedict Anderson, Comunidades Imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, p. 23

4

Ernest Gellner, Naciones y Nacionalismo, p. 13

5

Stuart Hall, “Introducción: ¿quién necesita “identidad”?”, Cuestiones de identidad cultural, pp. 15-16 45


Nacionalismo, política exterior y geopolítica: elementos para la comprensión de la construcción de la identidad ucraniana

Esta línea conceptual coincide con Ernest Gellner cuando agrega al debate que el engaño y autoengaño básicos del nacionalismo se basan en la imposición general de una cultura desarrollada en una cultura primaria; situación que supone “[…] el establecimiento de una sociedad anónima e impersonal, con individuos atomizados intercambiables que mantiene unidos por encima de todo una cultura común del tipo descrito. En lugar de una estructura compleja de grupos locales previa sustentada por culturas populares que reproducen local e idiosincráticamente los propios microgrupos”.6 Así, el debate del nacionalismo se encuentra inmerso dentro de los juegos ideológicos de una élite política al control del Estado. La imposibilidad de establecer una homogeneidad dentro de la comunidad política imaginada conlleva a la apropiación y asimilación inercial de los microgurpos dentro de los márgenes delineados por el Estado en el proceso constitutivo de la nación. En este sentido, ¿cuál es el papel e importancia de la política exterior dentro de la construcción de una nación? Siendo que la identidad nacional forma parte de un proceso en constante redefinición, es posible señalar que una de las tareas primordiales de la política exterior descansa en la creación de un “afuera constitutivo” que coadyuve en la delineación de las características internas de una comunidad imaginada diferenciándolas de las de una comunidad en el exterior. Al respecto, William Bloom agrega que “la política exterior puede crear una situación en donde la masa popular pueda percibir una amenaza a su identidad comunal, o una oportunidad para protegerla y reforzarla”7. Así, existe una relación dialéctica en donde la identidad nacional condiciona los parámetros primordiales de la política exterior; empero, es esta última la que coadyuvará en las transformaciones de la sociedad y su cosmovisión en sí mismas. Tal y como agregará Ilya Prizel:

[…] la interacción entre la identidad nacional y la política exterior es un elemento

clave

-

tanto en las políticas ya establecidas como en las nacientes- pero su interacción es

Estados de nueva emergencia o re-emergencia desde que el nacionalismo y la identidad nacional son frecuentemente la principal, sino es que la única fuerza que mantiene a estas sociedades juntas.8 particularmente importante en los

6

Ernest Gellner, op. cit., p. 82

7

William Bloom, Personal Identity, National Identity and International Relations, p. 81

8

46

Ilya Prizel, National Identity and Foreign Policy. Nationalism and Leadership in Poland, Russia, and Ukraine, p. 2


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Con la consolidación de la independencia de Ucrania en el año de 1991, la construcción de un Estado y una identidad nacional que cohesionara a la población en torno a un proyecto común se convirtieron en dos de los objetivos principales de las élites políticas en el país

Este planteamiento recobra su importancia al analizar la política exterior de Ucrania y sus repercusiones en la identidad nacional; sobre todo atendiendo al desfase que existe en su comunidad imaginada y los intentos por parte de las élites políticas orientados a construir y homogeneizar una cosmovisión de lo ucraniano. Ante tal planteamiento, es preciso señalar que con la consolidación de la independencia de Ucrania en el año de 1991, la construcción de un Estado y una identidad nacional que cohesionara a la población en torno a un proyecto común se convirtieron en dos de los objetivos principales de las élites políticas en el país. Esta meta se enfrentaba a la ausencia de una homogeneidad étnica al interior del país, producto de la herencia colonial de la Ucrania Soviética y de sus constantes transformaciones geográficas y políticas a lo largo del siglo XX. La cosmovisión de lo ucraniano encontraba algunos desfases nacionalistas ubicados geográficamente al trazar dos bloques regionales divididos por el río Dniéper. Un bloque en el Oeste, y en torno a Lviv (ciudad que formaría parte de Austria-Hungría y de Polonia durante el periodo entreguerras), que construía un nacionalismo ucraniano pro-Occidental ubicando lo soviético como el “afuera constitutivo” de este proceso de identificación; y, por otro lado, un bloque Oriental, cuya población y élites tendrían fuertes vínculos culturales e históricos con Rusia. Este desfase ha disminuido los impactos de la política exterior dentro de la construcción del nacionalismo ucraniano.

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Nacionalismo, política exterior y geopolítica: elementos para la comprensión de la construcción de la identidad ucraniana

La Constitución de 1996, y su posterior reforma en 2004, que exacerbaban las facultades del Presidente en términos de la política exterior, hicieron que la orientación de la misma estuviera en función del grado de identificación del líder ucraniano con alguna región del país y, consecuentemente, con alguna potencia del exterior, en este caso la Unión Europea y los Estados Unidos frente a Rusia. Esta trayectoria ambivalente ha limitado las capacidades del Estado para formular un proyecto que coadyuve en la construcción del “afuera constitutivo” obstaculizando algún impacto plausible en el nacionalismo ucraniano. Los obstáculos para la amplificación y extensión del nacionalismo descansan, en parte, en la manipulación de la política exterior por parte de la élite política ucraniana que se ha esforzado por crear en Rusia la imagen de la différence, de la otredad. Como agregará al debate Ilya Prizel “[…] en el caso de Ucrania, el uso del nacionalismo, con Rusia como el ‘otro’, no sólo no ha galvanizado a la población, sino que actualmente ha profundizado las divisiones regionales a lo largo de Ucrania”9. De ahí que sea preciso confrontar las visiones geopolíticas desde el exterior que han obstaculizado no sólo la creación de un proyecto de política exterior autónomo dentro del país, sino en influir en la orientación ideológica de los grupos de poder en la región.

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Ilya Prizel, op. cit. p. 373


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Los relatos geopolíticos en el nacionalismo: claves para la comprensión de los obstáculos en la construcción de la identidad ucraniana La geopolítica, desde un punto de vista crítico recuperado por el geógrafo Yves Lacoste en la década de los ochenta, puede referirse como “[…] todo aquello que concierne a las rivalidades de poder sobre o por territorios de gran o pequeña extensión”10; territorios que al ser escenario de dos o más fuerzas políticas son objeto de representaciones geopolíticas contradictorias que hacen converger valores simbólicos antagónicos. De ahí podemos desprender que cuando Ucrania adquiere su independencia, actores como la Unión Europea –a través de su Política de Vecindad Europea- y Rusia –con su proyecto Euroasiáticocomenzaran a desarrollar políticas exteriores enfocadas en la apropiación del espacio; empero, las estrategias, lejos de traducirse en el uso de medios políticos o militares, se basaron en la exportación de diferentes valores que buscaban construir identidades afiliadas a un proyecto político en específico. Es a partir de esta aproximación que podemos ubicar la creación de metanarrativas geopolíticas, entendidas como relatos ideológicos que parten del despliegue de políticas orientadas hacia un grupo social en específico. En este sentido, podemos recuperar a Henri Lefebvre cuando señala la importancia de abordar la producción ya no sólo en el espacio, sino también del espacio.11 Partiendo de que en el capitalismo el espacio ya no se reduce solamente a su concepción territorial sino que también involucra las características de una construcción social producida, basada en ideas, conocimientos, ideologías e incluso instituciones; las fuerzas políticas orientaron sus esfuerzos hacia la reproducción de los mecanismos de dominación ya no sólo en el espacio, sino también a través de la producción del espacio.

10 Yves Lacoste, Las etapas de la geopolítica, p. 11 11 Cfr. Henri Lefebvre, La producción del espacio, p. 219-229 49


Nacionalismo, política exterior y geopolítica: elementos para la comprensión de la construcción de la identidad ucraniana

Es aquí donde la espacialidad estratégica es trasladada hacia el territorio ucraniano y sus implicaciones en la construcción del nacionalismo. Al ubicar la identidad ya no dentro del espectro esencialista, sino en el ámbito estratégico y posicional, podemos comprender que la identificación proeuropea y anti-rusa en el Oeste de Ucrania, y la afiliación ideológica del Este hacia Rusia, parten de un juego geopolítico que se ubica en la creación de relatos o narrativas orientadas a la racionalización de proyectos políticos tanto europeos como rusos. Esta confrontación de dos visiones antitéticas se ve reflejada en las divisiones regionales en Ucrania y en la trayectoria ambivalente de la política exterior durante los periodos de Viktor Yushchenko, vencedor en las elecciones ucranianas de 2004 después de la Revolución Naranja y con una clara identificación con Occidente, y de Viktor Yanukovich, quien se haría del poder en 2010 después de haber sido acusado de fraude en las elecciones de 2004 y con una clara identificación con Rusia. En este sentido, tanto la Unión Europea como Rusia han desplegado sus proyectos políticos en Ucrania a través de diferentes estrategias. Las grados de identificación de las élites políticas con las potencias allende las fronteras del país conllevan a que no exista una clara definición de un proyecto de política exterior, teniendo como resultado una política exterior ambivalente y con efectos poco tangibles para cohesionar a la población. Por lo tanto, es esta influencia del exterior, derivada de la importancia geoestratégica de Ucrania, la que ha obstaculizado el fortalecimiento de una identidad nacional en torno a un proyecto común.

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La infraestructura económica para apoyar el desarrollo de una clase media –la fundación de una sociedad civil moderna- aún no existe en los países post-soviéticos

El desfase nacionalista abordado, eventualmente, tendría consecuencias directas en la integridad territorial y soberanía de Ucrania, tal y como se vio en los acontecimientos que llevaron a la independencia de Crimea y su anexión de Rusia; así como en la inestabilidad política y social que se vive en el este del país. Ante tal esbozo, resulta oportuno agregar el planteamiento de Taras Kuzio cuando aborda la construcción del Estado ucraniano, donde señala que “[…] en los Estados post-comunistas y post-coloniales, las bases económicas para el desarrollo de una sociedad civil genuina son generalmente escasas. La infraestructura económica para apoyar el desarrollo de una clase media –la fundación de una sociedad civil moderna- aún no existe en los países post-soviéticos. En consecuencia, ‘la movilización política de la población se vuelve posible por líneas nacionalistas o fundamentales’.”12 De ahí que la consolidación de un Estado y un proyecto nacional fundado en un nacionalismo fortalecido y amplificado cuente con serios obstáculos derivados de la situación geopolítica al interior del país.

12 Taras Kuzio, State and institution building in Ukraine, p. 5 51


Nacionalismo, política exterior y geopolítica: elementos para la comprensión de la construcción de la identidad ucraniana

Apuntes finales sobre el nacionalismo en Ucrania Tal y como se ha abordado, y lejos de las implicaciones esencialistas del nacionalismo, éste es una construcción social: es menester la existencia de una elite política e intelectual encargada del diseño de un relato nacional. Al consolidar su independencia, Ucrania hereda un territorio cuyas condiciones políticas, económicas y sociales involucraban la fabricación de un imaginario colectivo, que a partir de sus particularidades y heterogeneidad, coadyuvara en la constitución de un Estado con capacidades plausibles para desarrollar una política exterior que permitiera fortalecer la identidad nacional. La existencia de un territorio multiétnico implicaba el desarrollo de estrategias que no sólo buscaran la adaptación de los microgrupos dentro de un modelo impuesto por diferentes élites políticas, sino también la asimilación de sus particularidades con el fin de dar cabida al crisol de identidades heredadas de la desintegración de la URSS. Sin embargo, la importancia geoestratégica de Ucrania, así como la lucha de intereses dentro de la esfera política por controlar el relato nacional, conllevó a que el espacio territorial ucraniano fuera objeto de representaciones geopolíticas antagónicas y, consecuentemente, a un desfase en la cosmovisión de lo ucraniano. La comprensión de la identidad ucraniana encuentra en la geopolítica y la política exterior elementos que facilitan el análisis sobre su estado actual, así como en los fenómenos que han llevado a su inestabilidad política y social a raíz de los acontecimientos ocurridos en 2014 en el caso del Euromaidan y la independencia y anexión de Crimea. Derivado de los planteamientos previamente esbozados, podemos llevar a una reflexión sobre el nacionalismo, no ya como un campo estático e inmutable, sino como un proceso en constante reconstrucción y redefinición cuyo diseño parte de la práctica política y de las características ideológicas de la élite gobernante al control de los mecanismos ideológicos del Estado. En este sentido, y ubicando el espacio como una construcción social, el debate del nacionalismo debe ser trasladado al ámbito estratégico y posicional sin descuidar las características esencialistas que legitiman su constitución.

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Bibliografía -- Anderson, Benedict, Comunidades Imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, FCE, México. -- Bloom, William, Personal Identity, National Identity and International Relations, Cambridge University Press, Cambridge, 1990. -- Gellner, Ernest, Naciones y Nacionalismo, Ed. Alianza, Madrid, 2008. -- Hall, Stuart, Stuart Hall, “Introducción: ¿quién necesita “identidad”?” en: Cuestiones de identidad cultural, Amorrortu editores, Argentina. -- Kuzio, Taras, State and institution building in Ukraine, Mcmillan, Londres, 1999. -- Lacoste, Yves, “Las etapas de la geopolítica”, en: Leopoldo Augusto González Aguayo (coord.) Los principales autores de las escuelas de geopolítica en el Mundo, FCPyS-UNAM, México -- Lefebvre, Henri, “La producción del espacio” en Revista Sociológica, No. 3, Universitat Autònoma de Barcelona, Catalunya, 1974. -- Lerche, Charles, Foreign Policy of the American People, Prentice-Hall, Estados Unidos, 3ra edición, 1967. -- Prizel, Ilya, National Identity and Foreign Policy. Nationalism and Leadership in Poland, Russia, and Ukraine, Cambridge University Press, Cambridge, 1998

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“Los modelos artísticos nacionales, si fueran posibles, convertirían todo arte en una tediosa imitación y le privarían de lo que constituye su fuerza primordial: la inspiración interior.

Lo que se ha dado en llamar nacional

es, por regla general, la obstinación por aferrarse al pasado, mero dominio de la tradición...”

Rudolf Rocker



Palabra y mundo:

nación e identidad a través de la poesía Rodrigo Ávila Gómez, Estudiante de Filosofía, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM

Y la grieta del tiempo, lee mi sangre en el ojo de mi mano, en las cuatro esquinas, en el centro.

Adriana López

E

l nueve de octubre del año 2014, doce poetas; hablantes de diferentes latitudes, habitantes de distintas lenguas, se reunieron en la Sala Nezahualcóyotl de Ciudad Universitaria para brindar el canto de su palabra. Este festival, Las lenguas de América, realizado en honor y memoria de Carlos Montemayor, se presenta sin velamientos de sus intenciones: dicho evento “[...] busca ser una plataforma para el reconocimiento de las lenguas originarias en la literatura contemporánea[...]sin omitir a las cuatro principales lenguas europeas que se hablan en el continente[...] con el firme propósito de no distinguir entre lengua, idioma o dialecto[...]”1 Un lector ácido y agudo podría objetar el sinsentido conceptual, que cabe suponer, en la negación de una jerarquía propuesta con los mismos términos de la jerarquía; pero si en el presente texto se pone de relieve el último detalle, es sólo para señalar las dificultades que el lenguaje trae consigo. Existe una clase de vocablos, definiciones de nuestra cultura y sociedad, cuyas implicaciones son casi incontrolables.

1

Tal como se lee en el programa del evento. 57


Palabra y mundo: nación e identidad a través de la poesía

Mas el evento fue una experiencia de lo más interesante e intensa por momentos, en especial cuando toman palabra poetas como Adriana López o Ruperta Bautista, creadoras cuya obra es acontecimiento, que hacen aparecer aquella “cantidad hechizada” de la que hablaba Lezama Lima, que transforman terrible y maravillosamente la realidad por un instante infinito, fuera del tiempo. Y para siempre, porque palabras poderosas, palabras libres, palabras con urgencia por decir y escucharse, son la marea originaria en que la humanidad navega y también se hunde. El fondo de esta afirmación no está restringido, por cierto, a un sentido puramente cósmico ni tampoco conceptual. Se da también un íntimo vínculo entre palabra e individuo, vínculo que se manifiesta en la acción, que no es sino la íntima relación del hombre consigo y con el resto del planeta por medio del canto y lo escrito. El desarrollo paralelo de las letras y la cultura, que es objeto de estudio antropológico o filológico, es comprendido en el pensamiento político de la modernidad como la complicidad primaria entre literatura y nación; lejos está del propósito de este texto la reconstrucción de una teoría literaria que proponga una interpretación de los géneros dramáticos basada en la idea de los carácteres nacionales ni nada por el estilo, menos ahora que supuestamente se vive una era al borde de la micro - fragmentación. Mas se debe aceptar, a la luz de la historia, la forma en que un lugar y una época son configurados hasta cierto punto por la narratividad en que se desenvuelven (y viceversa). Con todo, siempre queda abierta alguna manera en que la posibilidad de una alteración pueda mostrarse.

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Nada es dueño de las expresiones espontáneas, por eso todo discurso y toda imagen es susceptible de enajenarse o conducirse a la liberación de su sentido

Por ejemplo, resulta innegable que ciertas concepciones estéticas son expresiones propias de ciertos mundos, como lo es la tragedia épica a la Grecia antigua o el jazz a la costa atlántica de los Estados Unidos. Así también, la conceptualización del “arte por el arte” con todas sus implicaciones, que terminaría definiendo el gusto de la burguesía a partir del siglo XVIII y hasta finales del XIX, derivó en la categorización de aquello que se conocía como alto arte y que simplemente era la celebración de toda obra que reproduzca los valores del pensamiento burgués. Valores entre los que destacan ideas como la de “nación”. Sin embargo, el poder del que son sujetas las cosas no es anquilosado e inamovible (aunque parte de su ejercicio sea parecerlo). El poder no está concentrado ni repartido sino dispuesto, diría Foucault; y todo individuo tiene cierta capacidad para su disposición y también cierta posibilidad de cambiar tal capacidad. Nada es dueño de las expresiones espontáneas, por eso todo discurso y toda imagen es susceptible de enajenarse o conducirse a la liberación de su sentido: “La correspondencia entre lo nacional y la ideología burguesa en circunstancias históricas con cierta relación de fuerzas no descalifica, por supuesto, la posibilidad […] de que se establezca, por el contrario, una correspondencia o articulación entre lo nacional y la ideología proletaria”2, pensaba Carlos Pereyra; pero hay que ver más allá de la ataduras de un sistema de signos, superar los agentes que modelan la subjetividad.

2

Carlos Pereyra. Filosofía, historia y política, 411. 59


Palabra y mundo: nación e identidad a través de la poesía

La poesía significa, entre muchas cosas, el reencuentro de las palabras con el ritmo

Es en este momento en el que la poesía se vuelve la brújula que regresa al sujeto a la corriente primordial del mar originario de las palabras. Porque la poesía significa, entre muchas cosas, el reencuentro de las palabras con el ritmo. Esto, en un plano casi espiritual, es una vuelta a la sincronía con el mundo; pero en un nivel más pragmático resulta una recuperación o revelación de sentido, así como una afirmación de vida. Por eso nos interesa la obra de los poetas del mundo cual si fuera la voz de la humanidad, porque quien escribe se lanza a sí mismo como una botella se lanza al mar: a lo desconocido, pero en búsqueda de los demás. Tal y como el poeta Alberto Blanco declara en el fin de sus reflexiones sobre pobreza y poesía: “Todo oculta un alimento para el alma y aún la existencia más miserable en apariencia tiene su secreta nobleza. Está en nosotros el descubrirla, el reconocerla, el crearla. Esta es la altura, la dignidad de la poesía.”3 Y si acaso es cierto que estamos al borde de un quiebre largamente anunciado, pero que no parece acorde a su anuncio, quizá consideremos este momento adecuado para reconsiderar el contenido actual de la idea de “nación”. Y de qué manera nuestra realidad común se conforma a partir de los efectos sociales y culturales propagados por la esquiva conciencia identitaria de los sujetos que conforman la colectividad, parte viva y presente de la nación. ¿Pero de qué manera se integra una poética a la conciencia identitaria de una colectividad?, sigamos el análisis de Carlos Pereyra para esclarecer dudas: 3 60

Alberto Blanco, La pobreza de la poesía, 10.


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“En

tanto relación social, la nación es una realidad

fluctuante: hay un proceso por el cual los sectores sociales se incorporan a la comunidad nacional hasta lograr el desarrollo del conjunto del pueblo en nación.

En

este proceso van configurando

la nación no sólo quienes participan de la cultura en construcción

[…], sino en la totalidad de la vida social. Hay también, sin embargo, un proceso de desincorporación caracterizado por la progresiva asociación

con

intereses

transnacionales

de

las

decisiones

económico-políticas y de los elementos ideológico-culturales […]

“4

Existen determinaciones transmitidas de uno a otro, y estas determinaciones se manifiestan como direcciones que activamente dan forma al trazo de la realidad humana. Estas direcciones podemos entenderlas como la expresión material de aquello que Bajtín llamaría fuerzas centrífugas y fuerzas centrípetas; son líneas, diría Deleuze, por las que los agentes y sus contenidos se concentran, segmentan o fugan. En materia de palabras, es decir, en materia de enunciación, tanto de ideas y conceptos como de sensaciones y sentimientos, esta problemática se reduce a la aceptación decisiva de seguir un régimen o no seguirlo. Llega a suceder que las fórmulas establecidas son insuficientes para decir lo que se tiene que decir, porque a veces resulta que, de hecho, se tiene que decir algo nunca dicho: cabe entonces pensar que “[...] lo que no puede ser objeto de argumentación debe convertirse en materia de narración y representación”5, como sentencia Marramao.

4

Pereyra. op. cit, 416.

5

Giacomo Marramao. Contra el poder: escritura y filosofía, 16. 61


Palabra y mundo: nación e identidad a través de la poesía

Existen valores dentro de nuestra conciencia identitaria que no son susceptibles de codificación, esto es, no resisten la cotidianidad de las palabras.Y no porque esa cotidianidad sea simple o vulgar, sino porque la restricción de sentido impuesta a las palabras por sus propios significados es lo que obliga al quiebre de tales sentidos. La actualidad de un contexto, que es residencia de las palabras como se dicen, llega a rebasar las expresiones comunes del lenguaje; claramente, cuando la cotidianidad se vuelve extraordinaria (sea para bien o para mal) se precisa convertir extraordinarias también las palabras que envuelven tal cotidianidad. Y esa palabra que no está cómoda dentro de su contexto es el síntoma de la condición existencial del verdadero poeta; aquel que no se encuentra cómodo en la ordinariedad de las palabras. Por eso nos impresiona la presentación de poetas como Adriana y Ruperta, porque ese mismo síntoma de la condición existencial de una persona es el síntoma de las aflicciones del pueblo y la tierra. En el sujeto se conjuga la miseria actual que es producto de nuestra miseria de siempre, ésta se transforma, muta, pero permanece.

La actualidad de un contexto, que es residencia de las palabras como se dicen, llega a rebasar las expresiones comunes del lenguaje

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“¿Qué hacer si, háblese de lo que se hable, se habla siempre [Hay que] entender la carga de denuncia y la

de una derrota?

potencia subversiva que puede liberar una simple y desencantada descripción de la situación reinante.

Sobre

todo cuando una

descripción semejante proviene de una mirada femenina atenta a los detalles de la vida cotidiana.”

6

El valor fundamental, pero no único, de una subjetividad creadora es que, como individuo de la comunidad, ocupa un lugar de alteridad que puede alcanzar a ser completamente radical: artista, mujer e indígena, por ejemplo, en el caso de las poetas que inspiran las presentes líneas, porque es cuando esa subjetividad se radicaliza que la identidad de una comunidad cultural alcanza a vislumbrar su futuro, y esto no es otra cosa que el suceso de una conciencia que aún no se rinde frente a sus propias carencias ni ante los mecanismos de corrupción y muerte que parecen propulsar la sociedad contemporánea. Por lo tanto, es preciso entender estas consideraciones sin romanticismos telúricos ni artísticos. No se quiere apuntar a la celebración de la autoctonía ni a la positividad edificante de una poética ingenua. Por el contrario, el punto es que si estamos en el umbral de la ruptura, y esta parte de una irregularidad económica global, se traduce particularmente en cada rincón del mundo como un entredicho del ”nuevo ídolo” (como Zaratustra llama al estado nacional), y que en lo individual resulta en personas que padecen y enfrentan sus convicciones día a día, entonces existe un desfase entre el contenido de los valores aprendidos en la educación institucional (civil o religiosa) con la situación circundante. Esto provoca esa especie de esquizofrenia cultural y colectiva que caracteriza los períodos de transición. Citando de nuevo a Marramao “la identidad es siempre una fórmula no saturada: un viaje de la libertad y una búsqueda incesante” 7.

6 Ibid., 67. 7 Ibid., 73. 63


Palabra y mundo: nación e identidad a través de la poesía

No existe razón para pensar que la división geopolítica del planeta permanezca intacta como es actualmente hasta el fin de la humanidad, es decir, la literatura no tiene por qué ser el palimpsesto de una cultura e identidad nacionales, sino que debe siempre atacar sus discursos de legitimidad, romper el régimen de enunciación. Es esta construcción constante, al fin y al cabo, el sentido último de la poesía: descubrir siempre y anteponer a todo esa íntima realidad que sólo puede pronunciarse verdadera en la recuperación de sentido que se lleva a cabo en la creación poética. Desde luego que el sentimiento de comunión con un pueblo y una tierra es un elemento propio y básico de la poesía en muchos lugares del mundo todavía. Pero si el poeta está al resguardo de su memoria y su tradición no es para ahogarse en la melancolía por una temporalidad original ahora perdida, sino para actuar como albacea del sendero que conduzca a la conservación de la vitalidad de una lengua y una cultura. Siguiendo el comentario del mismo Marramao respecto a la frase de Jorge Semprún La patria es aquello que se dice:

” [...]

la adopción de ésta fórmula, lejos de avalar la ecuación lengua=patria, se

propone problematizar radicalmente el lugar común según el cual la patria es la lengua en la que se habla y se escribe.

La afirmación [...] implica, por el contrario, que uno se siente en su

propio hogar sólo donde se tiene la libertad de decir todo lo que se quiere decir.”

8

Es preciso redescubrir y dar valor al sujeto individual ahora que, hasta el poder de la masa, gran mito del siglo XX, parece insuficiente en contra de la enajenación social y la fetichización de la diversidad cultural del orbe, pues, sólo partiendo de la atención a la particularidad es que podemos trazar vías de comprensión plurales entre todos. Igual que nos dice Alberto Blanco:

“... un poeta siempre ha estado, está y seguirá estando, rodeado de los demás, inmerso Diciéndole, recordándole, que la pobreza de la poesía no es sino nuestra propia pobreza, y que la dignidad de lleno en el mundo, hablando en voz alta a su prójimo… a la mitad de la plaza.

de la poesía radica en la cabal aceptación de estos límites para trascenderlos mediante el arte de inventarnos por la palabra, de volvernos seres humanos, de hacernos un alma.”

8 Ibid., 70.

9 Blanco. op. cit, 11. 64

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Bibliografía -- Blanco, Alberto. “La pobreza de la poesía” en: Revista de Literatura Mexicana contemporánea. Número 36, vol. 15. México. Enero - marzo 2008. -- Marramao, Giacomo. Contra el poder: Filosofía y escritura, trad: María Julia de Ruschi. Fondo de Cultura Económica. México. 2013. -- Pereyra, Carlos. Filosofía, historia y política: Ensayos filosóficos (1974-1988). Fondo de Cultura Económica. México. 2010.

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The Ballad of East and West Oh, East is East, and West is West, and never the twain shall meet, Till Earth and Sky stand presently at God’s great Judgment Seat; But there is neither East nor West, Border, nor Breed, nor Birth, When two strong men stand face to face, tho’ they come from the ends of the earth!

Rudyard Kipling



Selenopolitanos, hijos de la Malinche…

Alfonso Alfaro Barreto, Doctor en etnología e investigador en antropología del arte y de historia social y cultural de México. Director del Instituto de Investigación Artes de México.

Con la expresión de mi gratitud a María Palomar, Celia y David Brading y Serge Gruzinski.

¿

Cómo se llega a formar parte de una sociedad? ¿De qué manera las imágenes y los símbolos contribuyen a propiciar esa pertenencia? ¿Por qué motivos el modelo de la nación –autorreferente, sustentado por ilusiones de sacralidad y de una autonomía plena– se ha convertido en la norma canónica de las sociedades modernas? ¿Quiénes han ido tejiendo en nuestro país las tramas de signos que nos han acercado sin llegar a articularnos? ¿Cómo podemos utilizar nuestro denso nacionalismo para convertirnos en una nación?1

El lento proceso que de la Edad Media a la Ilustración marcó la consolidación de los Estados modernos influyó naturalmente en la conformación de los espacios nacionales (y viceversa). La pertenencia a horizontes universalistas de carácter confesional (la Cristiandad, el Islam) fue dejando el paso (por lo menos en las sociedades europeas y sus prolongaciones americanas) a la emergencia de entidades cada vez más autónomas que aspiraban a realizar el viejo sueño francés: el rey es un emperador en su reino. 1 Agradezco a la redacción de Afluente la invitación a reflexionar sobre el tema “identidades y nacionalismos”. He intentado cumplir con el encargo sin utilizar la palabra identidad, de la que desconfío por las connotaciones esencialistas y casi sacras que adopta con frecuencia en el habla no especializada y particularmente en el lenguaje del mundo político. Trato de referirme a realidades sociales que sabemos que han sido construidas, que son mudables y perecederas, que están sujetas a los vaivenes de la historia. He preferido utilizar nociones como grupalidad, adscripción, pertenencia, referencias fundacionales, imaginario, modelo simbólico… para abordar uno u otro de los matices que el concepto puede recubrir. 69


Selenopolitanos, hijos de la Malinche…

Las naciones se concibieron a sí mismas como espacios libres de cualquier tutela institucional de carácter político (el Imperio) o religioso (la Iglesia). Si la razón experimental se iba convirtiendo en el último criterio de verdad aceptado por la ciencia ilustrada, la razón de Estado iba a llegar a ser el principio rector que justificaría el ejercicio del poder. Al atenuarse las pretensiones a la universalidad (salvo en las potencias imperiales emergentes, que fabricaban nuevas matrices ideológicas), la mayoría de las sociedades de la era moderna tratarían de establecer una relación distintiva, incuestionable, sacralizada, con una tierra (vínculo que se expresaba a través del ius soli) o con una herencia (que justificaría el ius sanguinis). La pasión razonada (Herder) o la razón apasionada (Hegel) entronizarían un binomio: el Estado nación, que llegaría a ser la fórmula idealizada para los espacios de organización política (aunque más tarde comenzarían a despuntar, trastabillando, proyectos superiores de integración formados, sin embargo, por naciones). Las herencias de tipo horizontal o los liderazgos carismáticos que habían prevalecido en las orillas del sur y el oriente del Mediterráneo habían sido rebasadas, a lo largo de la Edad Media, por la consolidación de los linajes dinásticos europeos, que propiciaban transiciones de poder con menos incertidumbre y permitían acometer proyectos de infraestructura de largo plazo cuya inversión pudiera usufructuarse varias generaciones después. Pero durante la Edad moderna, el linaje dinástico sería, a su vez, superado por el modelo nacional como el instrumento privilegiado para integrar a las sociedades: la nación se construía sobre una memoria colectiva armada con los hilos de unas nuevas “tradiciones inventadas” que enfatizaban los vínculos sacralizados con la herencia o con la tierra y sentaban así las bases de una “comunidad imaginaria”; la articulaba un liderazgo social en manos de un tiers état capaz de formular proyectos económicos más dinámicos que los que encarnaban la aristocracia tradicional o los liderazgos personales o tribales.2

2

70

Colette Beaune, Naissance de la nation France; Benedict Anderson, Imagined Communities; Ernst Gellner, Anthropology and Politics; Eric Hobsbawm, Nations and Nationalism since 1780 Programme, Myth, Reality; Eric Hobsbawm The Invention of Tradition.


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Los nuevos imperios, ya tuvieran ambiciones territoriales o sólo hegemónicas, dejarían atrás la ficción de la diversidad cultural para establecer una clara dicotomía: metrópoli-colonias o país faro-patio trasero

La Primera guerra mundial vio el fin de los conglomerados de comunidades más o menos yuxtapuestas (como las que regían los Habsburgo o los otomanos). Los nuevos imperios, ya tuvieran ambiciones territoriales o sólo hegemónicas, dejarían atrás la ficción de la diversidad cultural para establecer una clara dicotomía: metrópoli-colonias o país faro-patio trasero. El modelo nacional, explícito o tácito, se convirtió en la norma común. Las entidades que nacerían en el siglo XX (salvo excepciones como el Estado de la Ciudad del Vaticano) la abrazarían con entusiasmo, tuvieran o no las condiciones para ello. En nuestro caso, las poblaciones que habitaban el territorio que llamamos ahora México estuvieron siempre sometidas a un largo y constante proceso de interacción entre los agricultores sedentarios y los cazadores y recolectores nómadas. Este proceso, que Christian Duverger llama “el primer mestizaje”, se vio dramáticamente sacudido por la hecatombe ecológica, demográfica y cultural que tuvo lugar tras la implosión del señorío mexica provocada por las huestes de Cortés. Tras la catástrofe, un nuevo orden comenzó a ponerse en pie de manera acelerada: en el breve plazo de tres siglos, apenas una docena de generaciones, había ya surgido una realidad social que nadie podía haber imaginado.

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Selenopolitanos, hijos de la Malinche…

Hubo también el encuentro de los cuerpos y los afectos, las interacciones de lenguajes y de formas estéticas y también la absorción activa de modelos y la adopción de linajes simbólicos Hubo supervivientes indígenas que rechazaron la tutela europea y se remontaron a las “regiones de refugio” (Aguirre Beltrán) o permanecieron insumisos en los márgenes del territorio virreinal. Otros habían fingido la aceptación del nuevo sistema y resistían pasivamente, pero una proporción muy importante de los antiguos pobladores se fue adaptando al nuevo orden social. Los tlaxcaltecas dirigidos por Cortés habían derrotado a los aztecas. Éstos, a su vez, se convirtieron en los más diligentes aliados de los españoles para la expansión del imperio hacia las tierras del occidente tarasco o del norte chichimeca. En este proceso, los indígenas que enarbolaban los estandartes de Santiago o san Miguel luchaban bajo el amparo y la guía de unas potencias cósmicas que habían capitaneado a sus antiguos enemigos y que ahora los antiguos vencidos, convertidos en conquistadores de infantería, podían reconocer como figuras protectoras. La destrucción y la imposición no fueron, pues, las únicas facetas de los hechos que tuvieron lugar en esta tierra a partir del siglo XVI: hubo también el encuentro de los cuerpos y los afectos, las interacciones de lenguajes y de formas estéticas y también la absorción activa de modelos y la adopción de linajes simbólicos.3 La extensión del sistema imperial a todo el territorio novohispano fue posible porque los indígenas que combatían a otros indígenas bajo las banderas de Castilla habían asumido que prevalecía ya un orden distinto donde regían unas potencias con las cuales era necesario contar. Esas nuevas figuras celestiales podían llegar a ser no sólo poderosas, sino también entrañables como la imagen guadalupana.4 3 Serge Gruzinski, La Pensée métisse, Les Quatre parties du monde. Histoire d’une mondialisation; Jaime Cuadriello, Las glorias de la República de Tlaxcala o la conciencia como imagen sublime; A. Alfaro, Moros y Cristianos, una batalla cósmica. 4

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Francisco de la Maza, El guadalupanismo mexicano; David Brading, Orbe Indiano. De la monarquía católica a la república criolla, David Brading, Siete sermones guadalupanos, 1709-1765; J. Lafaye, Quetzalcóatl y Guadalupe. La formación de la concienca nacional en México.


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La realidad demográfica que había surgido en este suelo a partir de las uniones entre hombres y mujeres nacidos no solamente en América y Europa sino también en África y Asia llegó a hacer infructuosa la tentativa clasificatoria de la ciencia ilustrada: la mayoría de los habitantes de la Nueva España iba a tener herencias mezcladas. Así pues, una sociedad mestiza iba a requerir un modelo simbólico que fuera compatible con su realidad demográfica: un imaginario ampliamente difundido que permitiera a los miembros de todas las castas, etnias y subgrupos construir referencias comunes, un relato de origen que hiciera de esa pertenencia compartida un elemento dignificante y distintivo, capaz de situar a sus miembros como una realidad no sólo diferente sino también valiosa frente a las sociedades del mundo exterior. Esa matriz cultural había de construirse a través de una doble vía. Por una parte, hemos dicho que numerosos indígenas habían llegado a considerar a las figuras sagradas del panteón cristiano como propias. La supervivencia y el arraigo de ese vínculo después de dos siglos del fin del sistema colonial hacen pensar que se trataba de un proceso más complejo que la simple imposición. Los lenguajes, la tecnología y los modos de vida siguieron un patrón paralelo: las ovejas, que habían contribuido a la destrucción de los sistemas agrícolas prehispánicos, formaban ahora parte inextricable de la vida de las comunidades. Su lana, hoy omnipresente en el mundo indígena, puede representar emblemáticamente estas transformaciones. Por otra parte, en el extremo opuesto del espectro étnico, algunos europeos nacidos en América fueron desarrollando paulatinamente una conciencia de alteridad respecto de sus consanguíneos llegados de la metrópoli. El arraigo en la única tierra que conocían, la cercanía cotidiana con las poblaciones autóctonas se sumaban a la frustración que iban experimentando a causa de la limitada influencia política que la Corona les concedía, una posición de inferioridad que contrastaba frecuentemente con la solidez de sus caudales.

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Selenopolitanos, hijos de la Malinche…

El patriotismo criollo fue creciendo así de manera casi imperceptible: esbozado en la época de Gómez de Cervantes (siglo XVI), claramente afirmado en el tiempo de Sigüenza y sor Juana (siglo XVII), indudable en la pluma de Eguiara y Eguren (siglo XVIII), distintivo y enfático entre los jesuitas expulsos en Bolonia (después de 1767).5 De esta manera se fraguó el segundo mestizaje: con la occidentalización de los indígenas y la americanización de los criollos. Las obras literarias y científicas escritas por los jesuitas novohispanos a lo largo de las cuatro décadas de su exilio en Italia pueden representar la expresión más sistemática de un modelo cultural plenamente mestizo. Estos criollos nacidos españoles construyeron entre todos una serie de imágenes simbólicas y de proyectos sociales y económicos que pueden considerarse en conjunto como elementos para la edificación de la sociedad a la que consideran su patria.6 Sus trabajos parten de una alta valoración del pasado prehispánico, al punto de erigir a los mexicas en la referencia fundacional de su propio linaje simbólico. En sus obras, el pueblo azteca llega a ocupar una posición central en el panorama general de las culturas indígenas. Clavijero y sus compañeros postulan la necesidad de atender al bienestar de los indígenas vivos como un elemento indispensable para cualquier proyecto de futuro. Estos exiliados bosquejan una imagen promisoria del añorado suelo patrio, descrito como un paraíso para los espíritus diligentes y emprendedores; sus potencialidades son minuciosamente analizadas en rigurosos trabajos científicos. 5 David Brading, Los orígenes del nacionalismo mexicano. 6 A. Méndez Plancarte (selección e introducción), Humanistas mexicanos del siglo XVIII Antología; J.L. Maneiro, Vidas de mexicanos ilustres del siglo XVIII; Bernabé Navarro, Cultura mexicana moderna en el siglo XVIII; A. Alfaro, “Memoria, paisaje, horizonte”. 74


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El territorio se convierte así en el nexo primordial entre todos sus hijos y permite trascender las barreras del origen étnico. Este modelo no preconizaba un indigenismo excluyente: implicaba también la apertura al horizonte de universalidad a través de los cauces abiertos por el espacio que iba a comenzar a llamarse la cultura occidental. Al postular a Moctezuma y a Cuauhtémoc como ancestros de los criollos, integrados por adopción a su linaje simbólico, los jesuitas novohispanos cierran el círculo abierto por los indígenas que, desde hacía varias generaciones, habían adoptado a san Miguel y a Santiago como sus patronos celestiales y habían llegado a hacer suya la filiación guadalupana. La sociedad mestiza disponía ya de un modelo cultural capaz de fungir como referencia integradora para indígenas, criollos y mestizos. Por su parte, los herederos de los africanos y los asiáticos iban siendo absorbidos por el conglomerado mestizo y se fue haciendo cada vez menos explícita la conciencia de su adscripción de origen. La construcción de un marco de indeterminación, donde no aparezcan manifiestas las estirpes biológicas y se propugna por hacerlas lo menos relevantes posible para poner en primer término las filiaciones simbólicas, más flexibles y menos excluyentes, es uno de los recursos fundamentales de las sociedades mestizas, y la extensión de su puesta en práctica es uno de los indicios de la eficacia del proyecto común.

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Selenopolitanos, hijos de la Malinche…

El violento autoritarismo con que fue aplicado el tramo de las reformas borbónicas correspondiente al reinado de Carlos III aceleró la descomposición del sistema imperial y propició inevitable la dispersión de los antiguos reinos unidos bajo la Corona de Castilla (lo que llamamos el proceso de las independencias de los países hispanoamericanos). La Nueva España, desconcertada, se vio obligada a definir su rumbo y a buscar un lugar propio en la historia, y para eso iba a necesitar un nuevo nombre. América septentrional (Morelos) o el Anáhuac (fray Servando) carecían de la fuerza evocadora para funcionar como imágenes capaces de aglutinar, para convertirse en referencias fundacionales.7 El nombre del pueblo mexica, el de su antigua urbe lacustre, más tarde capital del virreinato, iba a fungir como signo de pertenencia colectiva, de alteridad distintiva no sólo respecto de la antigua metrópoli colonial sino también de los demás pueblos del orbe. Los jesuitas expulsos habían también contribuido a fraguar ese nuevo nombre, que estaba en correspondencia con el modelo cultural mestizo que preconizaban. Estos españoles nacidos en América habían usado en las portadas de sus libros, publicados tanto en italiano como en latín en Cesena o Venecia, el gentilicio mexicano para autodefinirse, y difundieron el uso del nombre de la antigua capital azteca para denominar a todo el territorio: Storia antica del Messico (Clavijero), Rusticatio Mexicana (Landívar). Alguno llegó a recurrir a un neologismo latino para proclamar su condición de mexicano: si la capital azteca era, partiendo de una de las posibles etimologías del topónimo, una ciudad lunar (mextli, selene), su nombre latinizado sería Selenópolis y el gentilicio del autor (nacido en Jiquilpan, Michoacán), selenopolitanus. Así constituye el pseudónimo para firmar su obra principal, el poema teológico De Deo Deoque Homine Heroica, el novohispano Didacus Iosephus (Diego José) Abad.

7 A. Alfaro, “La razón por la vía de la fuerza”; A. Alfaro,“Los monstruos de la razón”. 76


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Al aceptar los nombres de México y mexicano para designar al país y a sus pobladores, sus diversos habitantes fueron aprendiendo a identificarse simbólicamente con unos mexicas con los cuales la mayoría, incluidos por supuesto los demás grupos indígenas, no tenían consanguinidad alguna. El antiguo pueblo dominador que había sojuzgado a otras sociedades antes de la llegada de Cortés recibía así una revancha de la historia y compensaba su derrota: los descendientes de sus antiguos adversarios indígenas reivindicarían su nombre como propio. México es hoy un gentilicio cuya aceptación generalizada se sobrepone a los particularismos regionales o étnicos: ese capital simbólico resultaría envidiable para países mucho más sólidos y prósperos que el nuestro, como el Reino Unido, España, Bélgica o Canadá. El modelo cultural de integración en torno al mestizaje sufrió varios descalabros que comenzaron con el aztecocentrismo radical (cercano a veces a la aztecolatría) que Iturbide, fray Servando o Bustamante preconizaron. El golpe más severo fue quizás el intento liberal por separar a los indígenas muertos de la era prehispánica (admirables) de los vivos (invisibles, cuyas especificidades debían ser borradas de manera expeditiva lo más pronto posible). Esas fracturas en el programa simbólico no fueron ajenas a las políticas sociales y económicas puestas en práctica a lo largo del porfiriato , que prenderían el fuego a la Revolución de 1910.

México es hoy un gentilicio cuya aceptación generalizada se sobrepone a los particularismos regionales o étnicos

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Pero a partir de 1917 y sobre todo de 1921, un nuevo ciclo de mestizaje, el tercero, se pondría en marcha. Si en la época virreinal la gestión de los símbolos de integración estuvo en manos de la Corona y la Iglesia, con un franco protagonismo de ésta, el nuevo programa había tenido su origen en el Estado y él sería su principal agente y beneficiario. El nacionalismo revolucionario enarbolaba una retórica de lucha social y hacía énfasis en su raigambre popular (que le permitía compensar las polarizaciones de su herencia liberal, de la que no renegaba); postulaba también el internacionalismo proletario y llegó a poner en práctica un tercemundismo militante que le permitía superar los límites del terruño y eludir, al menos parcialmente, la trampa de “las raíces”. El nacionalismo mexicano del siglo XX llegó a hacer también suyos los horizontes de la cultura occidental, que lo dotaban de una mirada planetaria e, incluso, en sus vertientes más refinadas pudo adoptar posiciones claramente cosmopolitas. Así como el segundo mestizaje, el propuesto por los criollos, tiene su texto de referencia en la Storia antica del Messico, publicada en Cesena entre 1780 y1781, el texto emblemático del tercer mestizaje, el que floreció con el nacionalismo revolucionario, puede ser –más quizá que algún texto de Vasconcelos– una obra literaria mayor, El laberinto de la soledad, escrito por Octavio Paz en París y publicado en México en 1950. A partir de un recurso narrativo: la creación de un personaje literario llamado “el mexicano”, el poeta y ensayista plasma los ideales y las contradicciones de un país que busca reconciliarse consigo mismo, que intenta asumir su propio pasado de enfrentamientos y su presente lleno de escollos, pero también de esperanzas.

El nacionalismo mexicano del siglo XX llegó a hacer también suyos los horizontes de la cultura occidental, que lo dotaban de una mirada planetaria e, incluso, en sus vertientes más refinadas pudo adoptar posiciones claramente cosmopolitas

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Las realidades promisorias eran evidentes, pero eran también palpables las disfunciones: la violencia, en ese momento larvada, no estaba lejos de la memoria de un país que había padecido el largo torbellino revolucionario, y tenía una de sus expresiones flagrantes en el sombrío panorama que Paz percibía en lo que no se llamaba aún las relaciones de género. Al hacer remontar el núcleo vital de la sociedad al territorio de los afectos y de las pasiones, Paz sitúa la raíz simbólica de los conflictos que desgarran a la sociedad mexicana en un momento fundacional: el encuentro entre Cortés y la Malinche. En esos años se discutían apasionadamente tanto los modelos de Jung y Adler, que exploraban las posibles correspondencias entre los procesos psíquicos y los entramados sociales, como las incursiones de Bataille, Mauss y Caillois en los territorios de los rituales y los símbolos; aquí, Samuel Ramos había publicado su Perfil del hombre y la cultura en México en 1934. Replanteando desde una óptica sumamente original las preguntas que estaban en el aire y tratando de definir la naturaleza específica de una sociedad, la suya, que podía radiografiar a distancia desde su observatorio parisino, Paz, con su mirada incisiva y su vibrante prosa de poeta, deslumbró a los lectores de México y del mundo. Leyendo El laberinto de la soledad los mexicanos hicieron de ese personaje literario, “el mexicano”, una figura arquetípica, y trataron de modelar el propio rostro a su semejanza. El libro ofrecía un diagnóstico para las disfunciones de la sociedad: la crueldad de la Conquista había lacerado el alma mestiza, hija de una violación. Los mexicanos asumieron así que las causas últimas de esos conflictos cotidianos que parecían incomprensibles estaban en una arcaica herida que continuaba sangrando: un dolor que engendraba más violencia. Después del Laberinto, ser mexicano significaba, pues, no sólo aceptar el doble linaje simbólico que remontaba tanto a los guerreros Santiago y san Miguel (herencia de los indígenas conversos) como al “joven abuelo” Cuauhtémoc (herencia del patriotismo criollo) y a la virgen de Guadalupe (herencia conjunta), lo cual creaba una fraternidad de espíritu entre todos los que reconocían a este suelo como propio, convirtiéndolos en compatriotas, sino que permitía dar un sentido a los aspectos desconcertantes de esta cultura común marcada por el dramático origen de la estirpe mestiza. 79


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La hipótesis de Paz era brillante y permitía inscribir los aspectos sórdidos de la realidad social en una esfera trágica, y hacer llevadera la impotencia ante el cúmulo de frustraciones que los mexicanos experimentaban al constatar la brecha abierta entre sus ambiciones (non fecit taliter omni nationi; un destino escrito por el dedo de Dios) y la desarticulación de una sociedad con tan pocos cauces de diálogo y concordia. Este modelo fundacional ofrecía no sólo una explicación sino una épica: el linaje mestizo podía ser redimido, la violencia primigenia dejaría de devorarnos las entrañas, el trauma originario llegaría a ser superado por “el mexicano” (y los mexicanos que seguían la huella de sus pasos) si uno y otros lograban adquirir una verdadera conciencia de sí y asumían un compromiso vital con la transformación de su sociedad. Una de las manifestaciones del gran impacto de la obra de Paz y de la eficacia de su modelo en la construcción de la cultura contemporánea de México es la creciente proliferación de los altares de muertos en todos los sectores de la sociedad mexicana. Esas expresiones ceremoniales, estrictamente familiares, habían formado parte del patrimonio tradicional de numerosas poblaciones del México campesino. Muchos habitantes de las zonas urbanas, intentando conformarse con el retrato del personaje literario de Paz, (sin haber necesariamente leído El laberinto), pusieron en práctica, con un entusiasmo cada vez más vehemente, los comportamientos culturales ligados a estos monumentos efímeros, transformándolos para dotarlos de un talante lúdico (herencia medieval recuperada por la generación de Posada) como signo de una hipotética relación particular con la muerte, preconizada como signo distintivo de la cultura mexicana.8 8 80

Paul Westheim, La Calavera, A. Alfaro, “La muerte sin calaveras”.


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Las ciencias sociales y humanas han enriquecido ahora nuestras perspectivas y nuestros instrumentos de análisis, y podemos escudriñar la naturaleza y los orígenes de la violencia que no deja de irrumpir de manera intermitente en este país con una óptica tal vez menos fulgurante pero quizá más desoladora, como lo hacía el mismo Paz a través de sus textos ulteriores. Tanto la Storia antica de Clavijero como El laberinto de Paz son ejemplo de esas obras que, más allá de dar cuenta de una realidad, contribuyen a hacer surgir una sociedad distinta de aquella que analizan. Este país aprendió a llamarse México y a construir las imágenes que lo sitúan en el mundo gracias en buena parte a esos relatos (uno naturalista e histórico, el otro literario) que sus habitantes consideraron como espejos donde desearon ver reflejada su realidad. La tarea de los tejidos simbólicos no está ni de lejos concluida, las zanjas que incomunican a los mexicanos son todavía abismales, pero es mayor aún el déficit que esta sociedad tiene en la articulación de unas redes de solidaridad entre sus poblaciones que se exprese en un entramado institucional consistente. Los símbolos pueden aglutinar, las imágenes compartidas logran suscitar el acercamiento, pero son por supuesto insuficientes para articular un tejido de lazos de interdependencia capaces de hacer funcionar armónicamente una sociedad. Para eso es preciso lograr una verdadera apropiación de un territorio, no sólo la de los naturalistas o los poetas, sino la de los programas de plazo largo, respetuosos de los recursos naturales y orientados al beneficio común. Es necesario también edificar pacientemente instituciones vigorosas que garanticen la convivencia, bosquejar un proyecto realista de inserción en la esfera geopolítica. Tan indispensable es la construcción de una dirigencia social (cuya ausencia enmascaran hoy la opulencia y la arrogancia) como el funcionamiento efectivo de órganos de análisis y crítica capaces de anticipar, proponer, salvaguardar. Una nación funcional es una sociedad articulada en torno a un verdadero Estado, dotada de una dirigencia (que no debemos confundir con llamada “clase política”) capaz de comunicarse de manera fluida con las bases menos prósperas de su tierra y con las elites más encumbradas del planeta, para defender en esos vértices del poder unos proyectos realmente comunes.

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La tarea de los tejidos simbólicos no está ni de lejos concluida, las zanjas que incomunican a los mexicanos son todavía abismales

De una nación, los mexicanos hemos avanzado ya en la construcción de los símbolos; nos falta todavía mucho esfuerzo compartido para armar pacientemente las tramas que los hagan efectivos. Los lazos culturales que ya tejimos constituyen una poderosa fuerza integradora que debería ayudarnos a dar forma a las otras redes más eficaces y estables de la economía, el derecho y la política. Porque sólo las sociedades consolidadas pueden pretender insertarse de manera fructífera en los nuevos espacios postnacionales que se entrevén en el horizonte. Los nacionalismos tienen, con justa razón, bastante mala imagen. El concepto se asocia con los reflejos de crispación, con el ánimo excluyente, con el orgullo de lo propio que implica el desdén de lo ajeno, con la reivindicación de una excepcionalidad, con la xenofobia. La necesidad de continuar fortaleciendo una sociedad que lleva ya siglos de avance en el proceso de convertirse en una nación no debe hacernos soslayar los riesgos que presentan las posiciones radicales en los patrones de pertenencia. El tiempo de propugnar una cuarta etapa en la construcción de esta sociedad mestiza puede no estar lejano. El indigenismo criollo, el nacionalismo revolucionario, el cosmopolitismo patriótico han cumplido su función integradora. Nuevas brechas han surgido, ya no horizontales como las que cava la desigualdad, sino verticales, que abren un foso detrás del cual se parapeta una poderosa y creciente minoría. Así se han puesto en funcionamiento un sistema económico, una sociabilidad y una cultura paralelas donde rigen las descarnadas leyes del crimen y de la violencia sin complejos: las leyes de una delincuencia que ya rebasó los límites de la que llamamos organizada.

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La inauguración de un nuevo ciclo de concordia requiere mucho más que una serie de acuerdos pactados entre los miembros de una misma archicofradía con diferentes capillas; la tarea es más ardua y compleja, pero este país ha sido capaz de reinventarse a sí mismo cuando ha sido necesario. Las crisis no tocan fondo: los abismos son infinitos; las inflexiones se producen cuando los actores (individuos, sociedades) logran inventar un suelo y se apoyan en él para propulsarse en busca de oxígeno. Nuestra sociedad se ha mostrado capaz de hacerlo en medio de las mayores vicisitudes. Los expulsos de 1767 dedicaron su energía a la construcción del imaginario mestizo (lo único que podían hacer por su país desde el exilio) en medio de una vida precaria y aparentemente sin futuro. Varias generaciones más tarde, otros jóvenes intelectuales prepararon desde el ocaso del porfiriato el programa cultural que había de sacar al país del doble atolladero del inmovilismo de la dictadura y del caos revolucionario. La nación pudo escuchar sus voces una vez que las facciones enfrentadas estuvieron dispuestas a inventar un osado proceso de reconfiguración de la sociedad.9 ¿Cómo suscitar un impulso semejante? Uno de los pasos necesarios en todo proceso de reformulación de un modelo es revisar las premisas que fundan los diagnósticos comúnmente aceptados: los orígenes y las causas a los que atribuimos el actual estado de descomposición de nuestros lazos sociales ¿son los verdaderos responsables? ¿Cuándo, cómo se fue resquebrajando el proyecto de integración económica y política que estaba construyéndose en torno al principio unificador de la nación para estructurar lentamente espacios tan autónomos y desafiantes como los del crimen? ¿Cómo llegaron a infectar los núcleos vitales que heredamos de los calpulli prehispánicos y de las cofradías virreinales? Mientras buscamos la manera de enfrentar la indispensable tarea de reconsiderar los diagnósticos y las estrategias sobre las que estamos basando nuestros fallidos intentos de solución, es preciso entrecerrar provisionalmente esta reflexión sobre la nación y sus signos, recordando que hace algunos años, en 2010, el país desperdició una oportunidad excepcional al dejar pasar la inevitable conmemoración del bicentenario del inicio de la guerra de Independencia y del centenario del estallido de la Revolución para concitar un impulso colectivo con miras a reformular el pacto cultural que acerca hoy a los mexicanos. El que está en vigor –cuyo itinerario hemos intentado trazar aquí– sigue siendo el mismo que nos dejaron las generaciones de la era postrevolucionaria, y hace ya varias décadas que muestra signos de fatiga. 9

C. Fell, José Vasconcelos: los años del águila, 1920-1925; Susana Quintanilla, Nosotros. La juventud del Ateneo en México. 83


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En 2017 México se verá de nuevo confrontado a una gran conmemoración: el centenario de la Constitución que nos rige. En ese momento será ineludible reflexionar sobre el significado, el funcionamiento y las condiciones de viabilidad de los esfuerzos de refundación como los que hicieron posible el proceso constituyente. Entonces fue necesario realizar un exigente ejercicio de memoria, incluso hasta el pasado lejano, y una exploración con ojos nuevos de una realidad social que reclamaba fórmulas inéditas de convivencia. La conmemoración sería un momento idóneo para situar en primer término de la reflexión ciudadana y del debate político conceptos como representación, participación, inclusión, legalidad, instituciones... o de contrastar la pertinencia de fórmulas que se fundan en nociones como reforma, modernidad, transición (que implican plazos cortos y prometen resultados tangibles, pero que no siempre se prueban sólidos y son con frecuencia responsables de monumentales efectos indeseados) frente a tareas más rigurosas y modestas, como la construcción de lazos y de instituciones, que exigen esfuerzo sostenido y son menos redituables para sus promotores que para las generaciones futuras. Además, ese esfuerzo de reflexión colectiva puede ser útil para ayudar a equilibrar el talante belicoso de las referencias simbólicas que fundan nuestro patriotismo: el himno que nos legó Santa Anna; el grito, cuya fórmula ceremonial debemos a Maximiliano y a Porfirio Díaz, los héroes guerreros… enriqueciendo nuestro imaginario común con otros episodios históricos y otras figuras emblemáticas (no necesariamente gobernantes) que hablen de concordia, creatividad, respeto, esfuerzo, justicia, inclusión.

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Por otra parte, en 1921, Obregón yVasconcelos aprovecharon la modesta celebración de la consumación de la Independencia, realizada por Iturbide, para poner en marcha un programa cultural (cuyos signos capitales son los programas nacionales de educación pública y un arte que logró construir un nuevo imaginario patriótico: el muralismo). Este impulso fue uno de los factores decisivos que hicieron posible durante varias décadas la efectividad del proyecto constitucional.10 Los niveles de estabilidad y prosperidad que nuestro país posee –con todas sus insuficiencias– no serían posibles sin la presencia de unas políticas culturales implementadas por el Estado que tenían la capacidad de alentar y dar cauce a la creatividad de los individuos y los grupos. Ahora, la iniciativa y la capacidad de innovación parecen estar cada vez más en los espacios efervescentes de la sociedad civil. A ella le corresponderá, quizá, imaginar, formular y poner en marcha los nuevos impulsos culturales que permitan dar aliento a nuestra convivencia. La construcción de las imágenes y del nombre de nuestro país ha aproximado a los mexicanos permitiendo allanar, al menos en parte, las inmensas disparidades que nos separan. El gentilicio común que nos hace compatriotas lleva en sus sílabas las huellas del proceso que lo convirtió en el signo a través del cual nos reconocemos. En el nombre de México resuenan el eco de Huichilopoztli y el de la luna, y también el de la Selenópolis lejana que alentaba los esfuerzos intelectuales de los humanistas criollos del siglo XVIII. Ahí se albergan también las ilusiones de los hijos de la Malinche que quisieran borrar con su laboriosidad y su compromiso solidario el estigma infamante de la violación.

10 Helen Delpar: “Mexican Culture”, 1920-1945. 85


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El gentilicio común que nos hace compatriotas lleva en sus sílabas las huellas del proceso que lo convirtió en el signo a través del cual nos reconocemos

Nuestra matriz cultural nos ha ido situando bajo el amparo de san Miguel y Santiago (adoptados por los indígenas), de Moctezuma y Cuauhtémoc (adoptados por los criollos) y de la imagen guadalupana (adopción mixta). ¿Bajo qué patrocinio nos situaremos en esta cuarta etapa de nuestro mestizaje, cada vez más indispensable? ¿Qué matices deberá tener nuestro nombre una vez que hayamos hecho fructificar la riqueza intelectual y poética que generó Selenópolis, una vez que hayamos superado la imaginaria bastardía de la Conquista? Podríamos sumar, quizá, un nuevo patrocinio, sin duda menos glorioso que aquellos que nos brindan los padrinazgos cósmicos elegidos por nuestros antepasados: podríamos construir con esfuerzo y paciencia las condiciones de posibilidad para que lleguen a consolidarse las instituciones y la cultura de un Estado de derecho que nos permita situarnos bajo su amparo. Éste es el principal refugio que puede invocarse en una sociedad que aspire a hacer de la nación un ámbito regido por el simple y modesto “patriotismo constitucional”.11

11 J. Habermas, Identidades nacionales y postnacionales. 86


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Bibliografía -- Alfaro, Alfonso, “La muerte sin calaveras”, en Artes de México, Día de mertos II. Risa y Calavera. -- _____, “La razón por la vía de la fuerza” y “Los monstruos de la razón”, en Artes de México, núm. 92 , Los jesuitas y el despotismo ilustrado. -- _____, “Memoria, paisaje, horizonte”, en Artes de México, núm. 104, Los jesuitas y la construcción de la nación mexicana. -- _____, Moros y Cristianos, una batalla cósmica, Artes de México / CONACULTA / Instituto Zacatecano de Cultura, col. Libros de la Espiral, México, 2001. -- Anderson, Benedict, Imagined Communities, Verso, Londres, 1983. -- Beaune, Colette, Naissance de la nation France, Gallimard, París, 1985. -- Brading, David, Los orígenes del nacionalismo mexicano, SEP (col. SepSetentas), México, 1973. -- _______, Orbe Indiano. De la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867, FCE, México, 1991. -- _______, Siete sermones guadalupanos, 1709-1765, CONDUMEX, México, 1994. -- Cuadriello, Jaime, Las glorias de la República de Tlaxcala o la conciencia como imagen sublime, UNAM/INBA, México, 2004. -- de la Maza, Francisco, El guadalupanismo mexicano, FCE, México, 1981. -- Delpar, Helen, “Mexican Culture, 1920-1945”, en Meyer y Beezley (ed.), The Oxford History of Mexico, Oxford University Press, Oxford y Nueva York, 2000. -- Fell, C., José Vasconcelos: los años del águila, 1920-1925 (trad. de María Palomar), UNAM, México, 1989. -- Gellner, Ernst, Anthropology and Politics, Blackwell, Londres, 1995. -- Gruzinski, Serge, La Pensée métisse, París, Fayard, 1999. -- ________, Les Quatre parties du monde. Histoire d’une mondialisation, París, La Martinière, 2004. -- Habermas J., Identidades nacionales y postnacionales, Tecnos, México, 1993. -- Hobsbawm, Eric, Nations and Nationalism since 1780. Programme, Myth, Reality, Cambridge, Cambridge University Press, 1990. -- _________, The Invention of Tradition, Cambridge, Cambridge University Press, 1983. -- Lafaye, J., Quetzalcóatl y Guadalupe. La formación de la concienca nacional en México, 1531-1813, FCE, México,1977. -- Maneiro, J.L., Vidas de mexicanos ilustres del siglo XVIII, UNAM (Biblioteca del Estudiante Universitario), México, 1980. -- Méndez Plancarte , A., Humanistas mexicanos del siglo XVIII. Antología, UNAM – Coordinación de Humanidades, México, 2013. -- Navarro, Bernabé, Cultura mexicana moderna en el siglo XVIII, UNAM, México, 1983. -- Quintanilla, Susana, Nosotros. La juventud del Ateneo en México, Tusquets, México, 2008.

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FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES

REVISTA ESTUDIANTIL AFLUENTE

CONVOCATORIA

Frente al Arte

“We must oppose the waste and deformity of the world, its crowds eddying round and round disgorged and trampling.”

Virginia Woolf

“El arte siempre es político, si desea ser arte”

Jacques Rancière

Durante la Segunda Guerra Mundial, un comandante alemán visitó a Picasso en su estudio de París y, al ver el Guernica -impactado por el “caos modernista” de la pinturale preguntó a Picasso: “¿Usted hizo esto?” Calmadamente, Picasso le respondió: “No, lo hicieron ustedes.” La pregunta no es qué es, sino cómo funciona y cómo impacta en su alrededor, mediante qué operaciones busca el arte transformar o conservar estructuras sociales. Como reafirmación de posiciones jerárquicas o cuestionamiento de relaciones de sumisión; como elogio de imperios y gobiernos o denuncia de sus prácticas; como huella de periodos portentosos o asomo hacia un futuro posible, el arte está imbricado en los procesos de constitución y reconfiguración de los grupos sociales. Afluente invita a explorar los caminos que conectan las producciones artísticas con las transformaciones, las consagraciones y las irrupciones de lo político y lo social. “Frente al Arte” es un escenario dispuesto para el análisis de campos que, superando los esfuerzos por mantenerlos separados, siempre encuentran la manera de entrelazarse. Se trata de recordar, criticar y proponer rutas que parecen olvidadas, pero que son irrenunciables.

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Convocatoria abierta hasta: 05 de Junio de 2015

Envía tu colaboración a: editorial@afluenterevista.com

Se recibirán artículos y ensayos de estudiantes de licenciatura, con una extensión de entre 1,500 y 2,500 palabras incluyendo bibliografía. Consulta el manual de estilo y requisitos de publicación en: investigacion.politicas.unam.mx/afluente

Atentamente, “Por mi raza hablará el espíritu”, Ciudad Universitaria, febrero 2015 Coordinación Editorial de Afluente

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CON VOCA TORIA

COORDINACIÓN EDITORIAL REVISTA ESTUDIANTIL AFLUENTE FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES

Afluente convoca a todos aquellos estudiantes de licenciatura de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM a integrarse al equipo de la revista para el periodo de los semestres 2016-1 y 2016-2.

Requisitos • Estar inscritos en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM en cualquiera de sus modalidades, escolarizado o a distancia, cursando el nivel licenciatura. • Presentar dos trabajos escritos: artículos académicos, ensayos o trabajos periodísticos, firmados con pseudónimo. • Probar haber concluido de manera aprobatoria cuando menos los créditos obligatorios correspondientes a los primeros dos semestres de la licenciatura. • Entregar una carta de motivos.

Designación del jurado El jurado estará conformado por los miembros de la coordinación de la revista Afluente.

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Evaluación de los candidatos La Coordinación Editorial evaluará a los candidatos de manera anónima y deliberará con base en los requisitos antes mencionados. El número total de candidatos aceptados para integrarse al equipo de la Coordinación de Afluente es de un máximo de 10 alumnos.

Fechas de recepción y resultados La presente convocatoria estará vigente a partir de la fecha de publicación, hasta el 05 de junio de 2015. Los resultados de la selección se darán a conocer a través del sitio web de la revista Afluente, y mediante correo electrónico a los miembros seleccionados.

Atentamente: “Por mi raza hablará el espíritu” Ciudad Universitaria, febrero de 2015 Coordinación Editorial de Afluente

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Revista Afluente, número 4, correspondiente al período enero - junio de 2015, editada por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, se terminó de imprimir el _ de ____de 2014 en los talleres deGrupo Edición, S.A. de C.V., Xochicalco 619, Col. Letrán Valle, Deleg. Benito Juárez, 03650 México, D.F. El tiraje consta de 1000 ejemplares impresos en Offset en papel cultural ahuesado de 90 grs. El cuidado de la edición estuvo a cargo de José Pablo Brown Rivero Borrell de la Coordinación Editorial de Afluente.

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Afluente Revista


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