UN MELÓN EN LA MALETA AMAIA BARRENA
Ilustraciones Jon Zurimendi A FORTIORI EDITORIAL
Catálogo A Fortiori
1ª Edición, diciembre 2018 Colección «La oficina de las Causas Perdidas» Número 14 Responsable de los textos: Amaia Barrena García Responsable de los dibujos: Jon Zurimendi Responsable de esta edición: A Fortiori Editorial Pedidos: pedidos@globalkultura.net
ISBN-13: 978-84-96755-49-9 Depósito legal: BI-1941-2018 Este es un trabajo libre. Los textos y las imágenes de este libro pueden disfrutarse sin límite alguno bajo las condiciones siguientes: 1ª Debe reconocerse la autoría. 2ª No puede utilizarse esta obra, ni las obras derivadas del uso de ésta, para fines comerciales. 3ª Si se altera o transforma esta obra, la obra generada sólo puede ser distribuida bajo una licencia idéntica a esta. Nada en esta licencia menoscaba o restringe los derechos morales de su autora. Para poder citar correctamente, debe hacerse de esta manera: De la obra «Un melón en la maleta» de Amaia Barrena. A Fortiori Editorial, 2018.
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Para mis chicas. Sois unas valientes.
Y he llegado a la conclusión, de que si las cicatrices enseñan las caricias también. MARIO BENEDETTI
Vales lo que estás dispuesta a luchar. IRENE JOTADÉ
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Para mis chicas. Sois unas valientes.
____________ Igual que una vez hizo Clark Kent, todas las chicas tienen en esta historia nombres inventados para proteger su verdadera identidad. Son, por deseo propio, heroĂnas anĂłnimas.
5. Marzo
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aio me ha dicho que manche este cuaderno. Y que coma tostadas de mantequilla. Y a una editora no sé, pero a una amiga hay que hacerle caso. Escribir es siempre la respuesta. Yo soy la pregunta. Tengo un infierno en la cabeza. Es como si un piano de cola me cayese encima sobre el pecho una y otra vez, en bucle, como en una serie cruel de dibujos animados. Se me agota la batería de repente, a veces en mitad de una conversación, me quedo en un off involuntario y entonces rompo a llorar. Me rompo. O, simplemente, me recuerdo que estoy rota. Hoy me ha pasado haciendo la compra y me he agarrado a la bolsa del supermercado como un manguito en un tsunami. El tofú, el arroz, y toda mi cesta de precocinados tenían muy buena pinta y sé que son la medicina que necesito. Pero hay otra voz. Dice que estoy gorda, que estoy perdiendo el control sobre mí, que no puede ser mentira lo que veo en el espejo, que en una semana me cansaré de intentarlo y esos productos se caducarán en mi nevera. No puedo evitar prestarle atención, porque esa voz es mi voz y estoy acostumbrada a obedecerla. Aunque odie que suene como una radio en mi cabeza. Una radio que siempre tiene pilas de sobra. Llevo un mes sin pesarme, dos semanas cenando y ahora tengo que dejar de hacer bicicleta estática. La hago siete días a la semana, una hora cada mañana. Me gusta cuidarme. Pero Rebeca, la nutricionista, dice que no es sano tener que hacer una hora de ejercicio para permitirse comer. No soporto que me diga lo que tengo que hacer. Ni que tenga razón. Lo que más me gusta de mí es mi cabeza. Y se ha averiado. Ekaitz, mi novio, siempre me dice que mi cerebro va a revoluciones de Fórmula 1. Ojalá me conociese a mí misma como me conoce él. Ojalá me quisiera la mitad de lo que él me quiere. Ekaitz ve en mí a una valiente. Yo me doy miedo. Esas neuronas que me encantan están enfadadas conmigo y van en mi contra. Distorsionan mi cuerpo. Lo odian. A veces me imagino cortándome la tripa, como si en lonchas pudiera quitarle los kilos que le sobran. Me agarro los muslos, los 11
aprieto mucho, como si a fuerza de reducirlos se pudiesen hacer más pequeños. Me araño los brazos sin darme cuenta, los castigo para avergonzarme. Según Miren, una de las sicólogas, le ponemos al cuerpo responsabilidades que no son suyas. Sólo se puede querer lo que se conoce y necesito una cita a ciegas conmigo. Me pregunto muchas veces cómo he podido destruirme tanto. Cómo incluso ahora, que quiero repararme, no lo consigo. Me da rabia sentir hambre. Es una debilidad, es fallarme a mí misma. O, por lo menos, así lo he sentido durante los últimos diez años. Pensaba que era algo normal querer estar delgada. Vale que tengo una lista de alimentos prohibidos, que me sé las calorías de todo lo que ingiero y que me peso a diario, pero no es para tanto. No estoy esquelética, nunca he vomitado y lo más cerca que he estado de un gimnasio ha sido para ir al bar de al lado. Soy una persona normal con complejos. O eso pensaba. A la luz de los últimos acontecimientos, empiezo a pensar que tengo un trastorno. Estoy enferma. Me lo repito cuando me veo en ropa interior y me doy asco, estoy tan triste que sólo quiero un Game Over o no me veo capaz de aguantar una noche más en mi cama, notando cómo me infla la cena. Estoy enferma, sólo es eso. Siento que estoy enterrada en vida, con una desorientación que me asfixia. Me estoy muriendo lentamente y nadie se da cuenta. Sin embargo, todavía aguanto por esos ratos en que Ekaitz me abraza y se me enciende una bombillita o la poesía me da una incansable linterna. A ratos soy yo y me gusta. Voy a curarme. Quiero curarme. Me lo digo una y otra vez, mientras voy a coger el metro, subo en el ascensor, hago mi cama o me ducho. Ahora estoy aquí para mí. Quiero llorar, permitirme ser frágil, estar triste, ser real. Quiero conocerme porque soy una buena persona. De momento no sé gran cosa sobre mí. Me llamo Amaia, soy escritora, y tengo anorexia. 12
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ebeca nos ha preguntado hoy cómo imaginamos una caloría. Yo las veo como una masa de pizza, harina gordita y pastosa que se pega como chicle a mi cuerpo. Pero según ella, que es la que ha estudiado, son calor. Tiene sentido, se llaman calorías. Aunque no entiendo cómo puede engordar el calor. Nos ha explicado que un cuerpo en reposo quema mil trescientas calorías sólo por el metabolismo basal. Pensar concentrada quema una caloría y media por minuto. Sólo por todo lo que pienso en estar gorda ya no debería estarlo. Creo que voy a volver a estudiar las integrales y derivadas, que con un par de horas de eso podría tener hasta abdominales. Estoy en una unidad de día para chicas con trastornos de conducta alimentaria (TCA). Algunas comen hasta reventar, otras lo hacen y luego lo vomitan y unas cuantas no comen hasta que es imprescindible hacerlo. Yo soy de esas últimas. Debo reconocer, después de ver a mis compañeras, que sufrir anorexia no se me ha dado muy bien. Aquí la gente tiene unos trucos muy ingeniosos para engañar al hambre. A mí me ha faltado imaginación. Somos todo mujeres, aunque bien podría haber hombres si alguno se apuntase. Supongo que a ellos les va más lo de machacarse en el gimnasio y beber batidos de proteínas hasta que los brazos se les pongan tan duros que no puedan dar abrazos. La dictadura de la imagen castiga de forma distinta a cada sexo, pero ninguno es inmune. Las calles están llenas de personas sin diagnosticar. Por lo menos, nosotras nos lo estamos tratando. Para ello tenemos a Rebeca, la nutricionista que nos pesa y nos orienta; a Miren y Malen, que son dos sicólogas con las que convivimos las horas que estamos aquí; a un siquiatra, Antonio, que es el más respetado porque es quien tiene las drogas; y a varios otros profesionales que rotan para ayudarnos. Tenemos diferentes grupos de terapia, como un taller de autoestima o uno de relajación. Comemos juntas y vigiladas. Es como volver al colegio, pero para aprender a vivir. Las chicas son impresionantes. Son las mujeres más divertidas, inteligentes e interesantes que he conocido nunca. Todas 13
tenemos diferentes edades, distintas historias y sufrimientos parecidos. Nos gusta estar juntas. Contrariamente a lo que parece, nos reímos un 80% más de lo que lloramos. Incluso suele haber alguien haciendo chistes de la que llora. Se agradece tener un sitio donde está bien no estar bien.
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stoy esperando que venga Ekaitz a casa. Voy a hacerle la cena y se queda a dormir. Es la primera vez que le hago la cena a alguien, lo que no es raro porque llevo diez años sin cenar. Y, por si el seitán le parece incomible, he comprado su tarta de queso favorita. Eso o aparecer desnuda lo soluciona todo. Hoy me he reído mucho con Ilargi, una de mis compañeras, porque somos torpes hasta para doblar un mantel. Parecíamos dos niñas en el comedor del cole. La felicidad a veces me sorprende. Es como si tuviese un muelle imprevisible dentro. Han sido carcajadas reales, con ganas, y todavía sigo contenta. A veces las miro, nos miro, y me impresiona cuánta alegría nos queda. O cuánta empieza a crecer. Por desgracia no es imparable, y la tristeza sí. Puede erradicar toda ilusión en un minuto. Sin embargo, si te esfuerzas, vuelve a crecer. Brota sin avisar, se contagia, y, espero, se va acostumbrando a quedarse. Es esperanzador saber que, por rota que estés, la risa no se gasta, no se pierde.
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Ilargi Ilargi es tan guapa qu e detiene el tráfico. Si nerviosa se acaricia el se pone cuello y si lo estoy yo se arrima a mí. Pega su silla a la mía cuando necesito una aliada y aunque no es muy ca riñosa, guarda abrazo s en stock para dármelos en las trincheras. Es maestra de infantil, se esfuerza por crea r buenas personas y le encanta comprar rotuladores, pegatinas y cualquier cosa con la que pueda sorprend er a sus niños. Tiene más de un cactus en casa y más de una espina clavada en la piel. Canta cuando cree qu e nadie la escucha, se ríe hasta sin querer y quiere sin resg uardo ni contrapartida . Ila sido mi compañera y ahora es también mi am rgi ha iga. Llegó a Crazyland pr eciosa y derrotada. A varias Nocheviejas todavía de los treinta años, esta ba ya en plenos trámites de div orcio del que había sid o el amor de su vida. Se había en amorado de un chico extranjero, al que conoció hacie ndo un voluntariado en Después de pasar añ os encontrándose y pe su país. rd en la distancia, había n decidido casarse pa iéndose ra obtener los papeles necesarios que les permitieran es tar juntos. Sin embargo, una vez que vivieron bajo el m ismo techo descubrieron que cam a es lo único que com pa que no todos los yin g encajan en todos los rtían y miedo a la pérdida y yang. El a la despedida actuó de ficha dominó y derrumbó muchas otras piezas que Ilargi había levantado en su cabeza. Se sentía ingenua e inmadura, incapaz de lleva de sus propias decision r una vida adulta y ser dueña es era y que constantem . Parecer más joven de lo que ente todo el mundo le dijera lo niña que parecía, añad ía presión y solidez a su trauma. Si bien nunca llegó a de sarrollar un TCA en co ndiciones
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menos con diferencia la que a er y s, tro es nu los como cuerpo y medor, rechazaba su co el en ba da as lem la que prob . Buscaba la ropa con en ag im su a jab ple om itiese le ac autoestima que le perm nir la y or ay m r se se ta en ra ve apar la baja en el colegio pa crecer de verdad. Pidió sconectada de una vida en la de a la unidad y se sentía laciones íntimas y reales. re s que le quedaban poca camino e de la mano todo el Ilargi estuvo cogiéndom e pasamos en terapia. Las s qu y muchas de las hora rapeutas an Pili y Mili y las te ab m lla s no s o a que otras chica ied m ios en la mesa por separaban nuestros sit a sola persona de dos cabezas. un nos convirtiésemos en r con sus s suficientes para volve za er fu ró pe la seguí Cuando recu Yo . n a mantenimiento ra sido renacuajos, la mandaro bie hu Crazyland sin ella en el ré una semana después. nt co . Una tarde me la en las, so una casa sin dormitorio os am ed y en cuanto nos qu o ns pie metro con una chica do an encontraba fatal. Cu la es se rió y me dijo que se ue rq po do ese momento en ella siempre recuer estra complicidad. Podemos nu ilustración perfecta de la otra, no importa dónde o n co a un la s ser sincera nocernos arnos, cuidarnos y co juntas. cómo. Sabemos apoy o ad riz uellas que han cicat tre los como solo lo hacen aq en s igo cañas con unos am y con Ahora Ilargi se va de re lib r sitio, vuelve a se rá su que ha recuperado su bla ue am y dentro de poco amor para sí misma nuevo piso. o yogur, e deja para ti el últim Ilargi es tan dulce qu fronteras tan valiente que cruza a, ier qu lo a ell ue nq au inteligente en lo que cree y tan llo ue aq do ien gu rsi pe zos. Ilargi sidad de trazar comien ce ne la de en pr m co e qu i amiga. sa, y ha escogido ser m podría ser cualquier co
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Ilargi Ilargi es tan guapa qu e detiene el tráfico. Si nerviosa se acaricia el se pone cuello y si lo estoy yo se arrima a mí. Pega su silla a la mía cuando necesito una aliada y aunque no es muy ca riñosa, guarda abrazo s en stock para dármelos en las trincheras. Es maestra de infantil, se esfuerza por crea r buenas personas y le encanta comprar rotuladores, pegatinas y cualquier cosa con la que pueda sorprend er a sus niños. Tiene más de un cactus en casa y más de una espina clavada en la piel. Canta cuando cree qu e nadie la escucha, se ríe hasta sin querer y quiere sin resg uardo ni contrapartida . Ila sido mi compañera y ahora es también mi am rgi ha iga. Llegó a Crazyland pr eciosa y derrotada. A varias Nocheviejas todavía de los treinta años, esta ba ya en plenos trámites de div orcio del que había sid o el amor de su vida. Se había en amorado de un chico extranjero, al que conoció hacie ndo un voluntariado en Después de pasar añ os encontrándose y pe su país. rd en la distancia, había n decidido casarse pa iéndose ra obtener los papeles necesarios que les permitieran es tar juntos. Sin embargo, una vez que vivieron bajo el m ismo techo descubrieron que cam a es lo único que com pa que no todos los yin g encajan en todos los rtían y miedo a la pérdida y yang. El a la despedida actuó de ficha dominó y derrumbó muchas otras piezas que Ilargi había levantado en su cabeza. Se sentía ingenua e inmadura, incapaz de lleva de sus propias decision r una vida adulta y ser dueña es era y que constantem . Parecer más joven de lo que ente todo el mundo le dijera lo niña que parecía, añad ía presión y solidez a su trauma. Si bien nunca llegó a de sarrollar un TCA en co ndiciones
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veces no puedo más. Pienso que ya está, que me planto. Pero plantarse es morirse. Siempre se dice que no es una opción, pero que me explique alguien por qué. No poder decidir ni cuándo naces ni cuándo mueres no me parece muy justo. A veces quiero hacerme daño. Y me imagino haciéndolo. Me araño o me clavo las uñas hasta que duele mucho. Me muerdo. Es relajante. Llevo un mes y dos semanas sin pesarme. Y necesito saber cuánto peso. Un mes cenando y estoy harta de forzarme a comer. Cuatro días sin hacer bici. Me han quitado todas las vías de escape que conocía. Ahora estamos a solas la enfermedad y yo. No lo soporto. No me soporto. Sin embargo, quiero pensar que también soy yo la que decide no pesarse, comer y dejar el ejercicio. Doy gracias porque haya una pequeña parte de ese cerebro averiado que todavía me responda, pero no sé cómo empezar a quererme. No encuentro razones para caerme bien. Es una tristeza que lo desborda todo.
Creo que todos somos ciudades bombardeadas. MARTÍN CASARIEGO 18
Malen Malen tiene la piel de l color de un oso po lar y un fondo de armario int erminable con más ve stidos que perchas. Es capaz de correr detrás de sus niños en tacones y de pillarnos a nosotras haciendo el mal antes de que hayamos pens ado la excusa. Es firm e, y no le importa que se le escapen tacos al directa darte un consejo o echarte la br onca. También es cerc ana, alegre, graciosa y le gusta ch inc juntas. Forma un buen harnos durante las comidas tándem con Miren, co pareja de policías desa mo una rmadas que mantiene n nuestros desórdenes a raya. Se nota que además de co mpa son amigas y crean, jun to con Rebeca, ese sent ñeras de familia que da sent imiento ido a Crazyland. Malen es la “captadora ”, como solíamos llam arla para picarla. Es especialista en trastornos de alim entación y deriva muchas chicas qu unidad, como hizo co e pasan por su consulta a la nmigo. Nos engaña a cada una con un cuento distinto pa días de prueba del trata ra que aceptemos sus quince m valientes le dan las grac iento. Una vez dentro, solo las ias y se quedan. La may oría sale huyendo, argumentand o que no es el momen to, que no les ocurre nada de es to o que simplemente se niegan a engordar. Malen, en realidad, tiene un ra da mujeres perdidas. Ella fue quien me encontró r para . en su consulta buscan do solución a una triste Aparecí za gigante que no sabía quitarm e de encima y que em pezaba a asustarme. Tenía mied o de hacerme daño a mí misma. Pero a Malen lo que le preocupaba era si me veía tripa o si siempre había estado así de delgada. Todavía sorprende que detecta hoy me ra en diez minutos lo que nadie había descubierto en diez años. Supongo que todas
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ne que un perfil común y tie a os m de on sp re s tra istas, noso n obsesivas perfeccion co rse pa to de a ad ns ca estar alto. coeficiente intelectual de autoestima baja y a pedir ga a la que me atreví ba. La Fue la primera sicólo ra pe es ucho más de lo que ayuda. Y me ha dado m stido roto y llevar gafas mal ve ralidad, he visto comer con un sin notarlo. Con su natu os añ e nt ra du eidad. graduadas an nt po imperfección y la es habla nos ha reeducado en la d, ida grado de hiperactiv ien qu Malen tiene cierto es , spacio. En Crazyland r po es rápido y escucha de lun primer grupo de los l de ra nos preguntaba en el ho a im ana y la que a últ en ta fal nuestros fines de sem e M . habilidades sociales viernes nos enseñaba menos. A tenimiento y la echo de llamar mi fase actual de man al si í é hubiese sido de m óloga. Y veces me pregunto qu sic biera asignado otra era ella al gabinete, se me hu fu ue es doy gracias porq ho de oc en todas esas ocasion e es e a la sala de espera quien vino a buscarm enero. sido el la vida. Conocerte ha Malen, me has salvado . inicio de mi redención
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aizea, la sicóloga que viene a vernos los martes, va directa a donde sangra. Su grupo consiste en que una de nosotras empiece a hablar de lo que le preocupe y las demás opinemos o aportemos experiencias. Se llama “el grupo dinámico”, lo que es irónico porque hay más silencio que en una biblioteca, para que puedas “darle una vueltita” a lo que se ha dicho. Se puede dar cualquier opinión y contar lo que necesites, sabiendo que todo lo que digas podrá ser utilizado en tu contra y que lo más posible es que el tema acabe derivando en tu relación con tus padres. Ellos son la Piedra Rosetta de los traumas. Haizea me ha hecho pensar si quizá identifico la comida con angustia porque de pequeña eran momentos tensos en mi casa. Nunca se me había ocurrido, pero podría tener sentido. La mesa de la cocina era donde nos juntábamos los cuatro, mis padres, mi hermano y yo, antes de la separación. Lo odiaba. Había silencios o gritos. Recuerdo el agobio de estar esperando el conflicto, como si masticaras en medio de un campo de minas. Estaba deseando terminar para irme a mi cuarto. Mis padres se separaron cuando yo tenía once años y mi hermano seis. Nos quedamos con mi madre. Siempre me viene a la cabeza lo triste que me parecía ver los muebles sin las maquetas de barcos que hacía mi padre. Era una ausencia sólida. Desde entonces, he sentido que me faltaba. Estaba ahí, pero no conmigo. Tenía una novia y una nueva hija y yo me veía como el segundo plato. Las sobras de un matrimonio que no había ido bien. Los restos de un pasado. Creí que podía vivir sin contar con él, que no lo necesitaba. Ahora sé que le he necesitado siempre. Que le he querido siempre. Y él a mí. Aita fue quien me trajo a la unidad. Una tarde me dio un ataque de ansiedad en la calle y le llamé. Pensé que igual andaba cerca tomando algo. No podía respirar, me daba pánico quedarme sola. Me vio llorando ahogada en un banco del parque mientras le esperaba. Me tranquilizó e insistió durante tres meses para que fuera a ver a un sicólogo. Él corría con todos los gastos. El ocho de enero, totalmente en ruinas, aparecí en la consulta de Malen. Fue pura suerte, porque simplemente llamé al primer 21
gabinete siquiátrico que encontré. Y Malen me encontró. Con su sonrisa, su pelo rubio, su alegría y sus tacones de colores. Creo que fue confianza a primera vista. Tardó dos horas en descubrir lo que nadie había notado en diez años. Me preguntó si me veía tripa y si me pesaba varias veces al día. La respuesta fue un sí que me callé, pero ella supo escucharlo. El 29 de enero me senté por primera vez en el comedor de la Unidad 6, rodeada de unas chicas que olían a bálsamo y rendición. Me he sentido abandonada mucho tiempo. Pero después de todo, aita ha estado ahí, está aquí. Me ha salvado.
Para más información, pulse en las heridas. SILVIA PRELLEZO
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