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SAN FERNANDO

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ágora

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Mariana Riestra Ahumada

Llevo un par de semanas pensando en Tamaulipas todos los días, en su comida, en sus avenidas y carreteras difuminadas y convertidas en una sola vía, una enorme narcofosa.

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Pienso en la casa de mis abuelos, en los gatos y las gallinas, en el borrego recién sacrifcado que iban a asar.

Pienso en mi abuela y en lo impráctica que se volvió su casa cuando dejó de caminar.

Pienso en mi abuela y en la manera que moría a diario rodeada de tanta muerte.

Pienso en su cocina, en las hojas de laurel que me regalaba y en cómo sus manos siempre olían un poco a eso y otro poco a su perfume.

Pienso en el pueblo de mis abuelos, en los migrantes, en los innombrables, en todas las cruces que habitan un pueblo sin dios.

Pienso en San Fernando, San Fernando, San Fernando, Tamaulipas.

Pienso en el río Conchos, que corre —y termina por hundirse— en el Bravo, porque el agua hace eso a veces.

Pienso en San Fernando, San Fernando, en cómo todos lo pasan de largo.

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