2 minute read
MIENTRAS PUEDAS
from Ágora número 32
by Ágora Colmex
María José Rodríguez González
La panza de Amelia sube y baja; ella aún no aprende a aguantar la respiración, ella aún no sabe guardar la respiración para los días de verano; el verano no llega desde hace algunos inviernos… dejé de contar los años un tercer día.
Advertisement
No supe llevar el ritmo de las hojas, y dicen que la tercera es la que nos vence… ¿o cómo iba?
Llevo algunas vidas en las heridas, algunas manijas trabadas, algunos cerrojos forzados, unas cuantas balas perdidas. Los pies de Amelia van de abajo hacia arriba; ella aún danza cuando hay música, ella aún no aprende a huir de puntitas.
Hace unos días hablé con mi padre: llevo algunos recuerdos de sus lluvias, algunas lluvias de sus lamentos, su prosa turbia y acezante.
Me taladra el fantasma de su delirio, me acecha el delirio de su fantasma, no sé si soy su obra o su corrección, si soy su error o su versión más humana.
Las manos de Amelia no saben de violencia: sus brazos abrazan, sus ojos se abren, no sólo se cierran, sus preguntas me observan;
Amelia aún no entiende de prudencia, no se esconde de monstruos venosos, o de labios barbudos, y cuando llora, y grita, comprendo su hambre y no cuestiono su osadía, porque desde pequeñas, siempre se trata de supervivencia. Tal vez, por eso, también sabe reír. Todavía.
Yo tampoco sabía de estos límites a la edad de Amelia.
Porque a esa edad aún se crece, porque crecer no debería ser de valientes.
Crecer es un derecho que despojan.
“Amelia, no abras las piernas; no ensucies tu falda, tus palabras disuenan con tu existencia melodiosa; aprende del silencio, la calma, no albergues rabia ni razón; mantén tus sentimientos, puros, sin expresión a menos que seas por fn tesoro de capitán, no más que una caja de oro, la fortuna del hogar, sólo si concuerdas con su sabiduría”.
Hablé con mi padre como siempre, recordando sus lecciones; emulando, bien a bien, sus fantasías. Por cualquier cosa, fui aprendiendo a ocultar mis manías. Alguna vez me llamó feminista de pacotilla, porque mis preguntas le observan, o tal vez sólo porque son mías.
“Amelia, tú no eres tuya. Por ahora sí, pero cuando seas madura sabrás que el verano se acaba, que es normal sentir el frío de la casa. Que tu for debe ser regada, que tu sexo encaja con sus deseos porque es voluntad divina. ¿Quién eres?”
Pero no te hablarán a ti, sino a ellos, hombres de un querer particular, de un precedente milenario, es decir, de tradición y costumbre, y por eso de pecado involuntario.
“Amelia, deberás sentirte querida”, aunque olvides crecer y envejezcas, aunque se humedezcan tus ropas en las noches, aunque debas lavarlas en el día, aunque debas sumir el estómago, allanar tus curvas, aumentar tus pechos, complacer, y callar, gemir en su oído y fngir que no te duele que nunca imaginaste algo diferente para tu voz que no fuera su prosa, como la mía, que no es mía, sino de mi padre. Que no deseabas ser quien eras, “disculpa, ¿quién eres?”, pero no respondas. Si aguantas la respiración, podrás dormir algunas horas. Pero Amelia, deberás estar agradecida; no todas tienen la suerte de seguir con vida.
Por ahora sí, deja que las hojas se acuesten en tu panza, baila con ellas, lleva su ritmo, que tu mirada extienda tu rumbo, y tu rumbo alargue el poema. Yo escucharé todos tus versos, yo señalaré siempre el horizonte, te acompañaré tan lejos como la luz me lo permita.
De mí no tendrás nunca mis sombras, alabaré tu fuerza, guiaré tus golpes hacia las puertas. Y ojalá que nunca entiendas de violencia, ni de decencia, ojalá que tu cuerpo permanezca, y nunca llores lo que tu madre cuando tu padre debió enseñarle lo que es la vida.