Entre el tiempo y el otro Panorámica del cuento universitario
Proyecto asociado “Atrévete a contarlo”
Antología Número 1
Ranmses Ojeda Barreto Antólogo
UIC México 2008 1
Entre el tiempo y el otro
Entre el tiempo y el otro Panorámica del cuento universitario
Proyecto asociado “Atrévete a contarlo” Antología Número 1 ® Antología: Ranmses Ojeda Barreto ® Fotografía: Miriam Aguirre Arvizu ® Cuentos: Sergio Abel Mata León, Jessica Cardoso Moreno, Melisa Agüero Pérez, Poulett Azereth Mejía Vázquez, Mariana Guadalupe Zebadúa Torres, Patricia Torres Villarruel, Ricardo Manuel Terán Camargo, Alejandro Roncero Olmedo, Jennifer Joselin Patiño Ramírez, Juliana Navarro Avilés, Daniel Eugenio Moreno Arroyo, Sonia Mendoza Uribe, Luisa Alejandra Marco León, Karina Maldonado Elorza, Elizabeth Jiménez Alonso, Rogelio Hernández Ramírez, Diana Elisa Gómez González, Edson Jesús García García, Miriam García Pérez, Ismael Alberto Contreras Hernández, Javier Ceballos Luciano, Mónica Cárdenas Anzures, José Santos García, Rutilio Antonio Reyes, Yazmín Andrés Becerril, Hugo César Vázquez Morales, Eduardo Soto Borja Quintanilla, Bernardo Román Macías Pisano, Ramiro Hernández Ortega, Anselmo Campuzano Martínez, José Luis Alejos Balderas, Ricardo Mejía Montiel, José Juan Uribe Solís. ® UIC Todos lo derechos reservados. Esta publicación de carácter universitario sin fines de lucro no puede ser reproducida total o parcialmente por ningún medio, sea mecánico, fotoquimico, electrónico o cualquier otro, sin permiso previo y por escrito de la UIC o de los titulares de la obras. Noviembre 2008 Ciudad de México.
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“Atrévete a contarlo”
Entre el tiempo y el otro Panorรกmica del cuento universitario
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Entre el tiempo y el otro
Prólogo El humano en un determinado tiempo de su existencia se da cuenta que vive apartado de los demás; de la presencia de aquél que no es él; de que están los otros y que existe algo más allá de lo que él distingue o imagina. No obstante, junto al individuo, encontramos también a una colectividad que se identifica entre sí, con un punto de vista particular sobre el mundo; que lo sustenta o reprueba. Los otros y yo: el yo y los otros. La otredad sorprende al humano tarde o temprano, cuando toma conciencia de su individualidad, y se vislumbra como parte de una colectividad dentro de un espacio y tiempo determinado. La intención del proyecto “Atrévete a contarlo” es atender al elemento de la narración para el desarrollo de las habilidades comunicativas en los universitarios. Entendiendo a la narración como la habilidad de crear una trama a partir de un proceso reflexivo, que permita la elaboración de un texto transformado. Es así que la narración, producto de la interpretación o reflexión, puede ser representada mediante la escritura. Este proceso de interpretación deriva entonces en la construcción de un texto. Concibiendo al texto como la derivación de los significados personales y de los significados del otro. En este proceso es en donde pretendemos introducir, implícita o explícitamente, estrategias narrativas que permiten la creación de ese texto transformado; involucrando el vínculo entre el otro y el yo. Entre el tiempo y el otro es un conjunto de relatos breves que derivan de la relación entre la individualidad y el otro. Mediante el reconocimiento del otro, a través de un proceso reflexivo, los universitarios participantes en el proyecto, resignificaron la percepción que tuvieron del contexto y del otro, para concebir y crear una invención original y valiosa. Las siguientes páginas son un ejercicio universitario que tiene la intención de abrir paso a las inquietudes sobre creación literaria. Es un espacio donde existe cabida para la pluralidad de ideas y temas que interesan a los universitarios. Es por ello que se presenta una gran variedad de tópicos y estilos que su único punto de encuentro es el reconocimiento de la otredad y el tiempo. En esta antología se traza una panorámica sobre el relato breve universitario, resultado del proyecto Atrévete a contarlo. Los relatos que se presentan van desde historias de amor y desamor hasta historias que reflejan la desolación del humano en el mundo contemporáneo. Sin lugar a duda, la pluralidad en el contenido de la misma, enriquece y justifica, en todos los sentidos, la razón de su publicación. Ranmses Ojeda
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“Atrévete a contarlo”
Índice Es El Jinete del Atrio
7 9 11 Después de ella nada Magia y mito 13 Salva una vida 15 Amistad incondicional 17 La ciudad de la esperanza 19 Pedro y Juan 21 Víctor en medio de la nada 23 Uicho 25 La siesta debajo del árbol 27 Una pequeña travesura 29 El hombre que perdonó 31 Cuando la muerte no permite la vida 33 Con Extraños 35 Cambio de actitud 37 Descubriendo el amor 39 El Gran Reportaje 41 Quién 43 Las cosas que uno no sabe 45 La vida delante y detrás del espejo 47 La noche inesperada 49 La Caída 51 Historia de un recuerdo 53 Una esperanza de vida 55 El juego del poder 57 La visita de la eternidad 59 El que a hierro mata… 61 Una historia de amor imposible 63 Historia Hipócrita 65 Erase una vez… 71 Los Saqueadores de tumbas 73
Daniel Eugenio Moreno Arroyo Sergio Abel Mata León Diana Gómez González Jennifer Patiño Alejandra Marco León Elizabeth Jiménez Alonso Ismael Alberto Contreras Hernández Miriam García Pérez Patricia Torres Villarruel Rogelio Hernádez Ramírez Rutilio Antonio Reyes José Juan Uribe Solís José Santos García Poullett Azereth Mejía Vázquez Jessica Cardoso Moreno Javier Ceballos Luciano Karina Maldonado Elorza Manuel Terán Camargo Sonia Mendoza Uribe Melisa Agüero Pérez Ramiro Hernández Ortega Hugo Cesar Vázquez Morales Eduardo Soto Borja Quintanilla José Luis Alejos Balderas Yazmín Andrés Becerril Alejandro Roncero Olmedo Anselmo Campuzano Martínez Mariana Zebadúa Torres Edson García García Juliana Navarro Avilés Ricardo Mejía Montiel Bernardo Román Macías Pisano
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“Atrévete a contarlo”
Es Daniel Eugenio Moreno Arroyo en a, o uy r e prim , soy m nn e o po oria sincer da. Su e a t s i ih arm un do r m , sien n seg entur lees la a r r v e y a a ú s; si n rsona ibirla erer ue t mo o sé era pe a escr de qu en la q mpeza está, r e terc mo pa estión istoria aquí , claro inefiu h e o c so ta c s una oria, la icar qu ión; e hecho l lugar o i d e hist i ind bitac s ha en e uier que go arte tu parece sta ha s raíce ron bi cualq lut a e con . Todo vo en biene limpi o fuera otros de e é o mía es nue añía d jo y n ejand en qu tagma que r D n a tú e comp u trab ntras. ca de este si es lo ón; i r s a e si l ente encu o ace inado te qué narrac de r e m caz l que t simism r term e deci e esta la vida que e en e de pe ía hab déjam parte d regir en la , a r e tipo s pod pacios nte tu e quis robet ños. p a e a resa e e t gar s y es er dur iempr de la lices n d ei s e a letr ca hac cabo, orado más f astant acaba no m b o s , te t n y al o ena te, su entra el que Vaya tieu n p . u fi e e a d c o i s l a ndiv stam e en de p bañ días e un s l e i o e u s o n z d p h ad u o lo ó su uchac oso tr grifo todos óstum a. Una s a l i p , El m el cur tro de rlo, no obra p na vid ntarse u e n a a r rl de de po es est dice do ntrar ué no de lee lapso dónd o que o l t enc e por q unidad a en e gar en el tex t t u o i don l n r r d e a c n n i ti a opo s a e u c ey oe ha ra nad é v y ne l uman cuent inuar l e e l , h t n la l alidad siempr r o ser que e a con re o rga a n. Y vez presur u fi cieron e com idí pu s a ec ó hi rm se a lleg as se volve que d a : í d l n e e il vi as Mi pesad mor d el día e s a lt mi ast de que e tigó h s más me ca , i fu
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lo inútil. Mi historia no está marcada por la lucha, pero sí por las apariencias, sí por la especulación, y sí por la falta de acciones que corroboraran lo que decía que creía y lo que sentía que vivía. Sin embargo, no creo que sea conveniente hacer atemporal lo que estás intentando leer; al menos, que yo sepa, en esta ocasión no funcionará para convencerte de que hablo sobre asuntos que van más allá de materia y espacio; con recursos copiados de quienes han asimilado la técnica, los cuales, al parecer, sólo terminarán proyectando un saber incomprendido para ellos. No, tu no necesitas interpretar frases sin sentido escritas de manera que me ponga en un pedestal para así ser visto como una eminencia; recuerda que yo ya no existo y, al fin y al cabo, que lea lo que está en este momento frente a tus ojos indica que he desbaratado mi fórmula secreta para que me perciba como todos lo hicieron durante mi paso por el mundo terrenal. Yo fui querido, eso está de sobra decirlo. Yo fui un depósito de deseos ajenos que nunca olvidé. Ellos se convirtieron en el arma que me acompaña en estos momentos previos al último de mis sufrimientos. Fuera de esto, creo que más allá de proposiciones tangibles, la respuesta al por qué, se encuentra en lo que le pude sustraer a todo lo que debí haber sido: la trascendencia. Así es, soy el experimento fallido de un laboratorio al que no le importó crear a mano lo que en nuestros días se hace en serie. Por una reacción en cadena de eventos que a falta de una visión, los ignorantes denominan como “destino,” todo me llevó a creer que yo era tan especial, que hasta ni la más fuerte de las impurezas podría desviarme de mi camino hacia la gloria eterna de las civilizaciones idealizadas; idealizadas por todos aquellos que no hallan su lugar caminando desprotegidos por debajo de rascacielos en la que la masa los acecha como si se tratara de su presa, un apetitoso pedazo de carne corriendo por la sabana africana. Busqué causas para aferrarme a ellas, busqué ideales para identificarme con lo que planteaban. Todo es fantasía; todo crea la ilusión de acercar a mi mesa los alimentos que no me corresponden. Al final, se ve lo invisible. Ahí siempre estuvieron todos los que nunca tuvieron conciencia de que existían en universos del reino de lo particular. Con uñas y dientes he orientado mis respiraciones hasta ahora que usted se encuentra leyendo mi último acto por alcanzar aquello que tanto anhelo. Yo quiero trascender en su vida pues usted es mi prójimo, yo debo de amar al prójimo; es más, déjeme decirle algo: lo amo. Vamos, por favor, sea sincero con su corazón, ¿no me ama? Por supuesto que sí, ahora acépteme, permita que su vida se convierta en la mía. Soy la causa absoluta de una infinita consecuencia, ¿no lo ve? Por supuesto que sí, lea la carta cuantas veces necesite, yo estaré orgulloso de usted aquí, amándolo como se merece. Sienta la maravilla que estas letras cargan consigo; son la verdad, son su destino, es mi destino. Yo sé que no me olvidará, le ruego que no lo haga, ayúdeme, ayúdeme, ¡ayúdeme! ¿Necesita algo? ¿Acaso no cree lo que le acabo de decir? Conteste. Conteste algo; déme una respuesta, la que sea. ¿No quiere una frase famosa para que así todos los que usted conozca puedan conocerme? ¿No sería genial? Es más, siéntase libre de citar siempre mi obra. Déme todo el crédito posible, porque, recuerde esto, yo lo amo, pero por ningún motivo abra los ojos, pues estoy parado frente a usted. 8
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El Jinete del atrio Sergio Abel Mata León
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as campanas de la catedral sonaban majestuosamente y llenaban el ambiente de fiesta, como fiesta es todos los días en San Juan: comerciantes afanados en vender llaveros y cajeta; multitudes, entre piadosos y fisgones, entrando a la catedral. Pero ésta no es la historia de esos peregrinos venidos de todas partes, sino de un hombre que encontró en la sencillez de su baile una forma de deleitar a niños y grandes.
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Montado en su caballo, negro azabache, sin sangre ni venas, caminaba, pues sólo hilos y telas tenía por cuerpo. Pero no por ser muñeco, como los más ingenuos niños le llamaban, estaba muerto, ¡vida era lo que en él salía!, y se le notaba a cada trote que daba, más vivo aun que aquellas bestias del campo que comen pasto y lo deshacen en sus panzas. Vestido de charro el jinete, con botas y espuelas en los pies, como manda la ley ecuestre, que hacían la vez de las patas del galante corcel, y a cambio unas muy cortas de paño colgaban a los costados del animal como si fueran las del montador. Sombrero ancho y camisa bordada. La rienda en la mano derecha y en la otra la cuarta; bigote largo y patillas cuadradas y no por ser postizas menos solemnes; pistolas de juguete y la carrillera de salva. Un pasito adelante y otro hacia atrás, dos de lado, una voltereta y viene de regreso aprovechando el ritmo de la banda que cantaba a un fulano el pávido návido. No, señora, no se confunda, decía, no soy una mojiganga, ni me escapé del rodeo; no se ría, señor, que esto es muy serio, y requiere más entrenamiento que montar a una bestia de carne y hueso. Y sin dar mayores explicaciones, apasionado, domaba a su bestia de trapo. Primero pensé que se le habían pasado los tequilas, pero cómo iba a ser, si también la bebida era ficticia. Mas sospecho que el animal no lo sabía, ignoraba su condición de fantasía porque se lo tomaba cada vez más en serio, hasta que cobró voluntad propia y lo demostró con un hecho sin precedente, pues, quizá asustado por las miradas de la gente o espantado por el atrevido chiquillo que intento tocarle, estuvo a punto de tirar a su valiente jinete enredándole las patas en las espuelas. Pero una astuta maniobra de aquel hombre cargado de experiencia hizo la diferencia ya que, sin pensarlo dos veces, desenfundó su pistola de juguete y tiró dos balazos al aire, sólo dos porque el cartucho hecho en China se resistió a dar otro tronido, pero al fin suficiente para que el animal recobrara el temple y se bailara otra polca ante la admiración de la gente. Qué es la vida, pensé al terminar la rutina de mis misas de domingo, un teatro, como uno muy solemne que dentro de la catedral se realizaba a canto gregoriano y vela de cera, y este otro montado en el gran escenario del atrio, con luces de sol y sonidos de campanas, y tanto uno como otro elevando el espíritu de quienes los contemplaban. No quiero que pienses que desprecio la liturgia que con tanto fervor se celebraba, lo que quiero es que aprecies también la celebración de la vida que aquí danzaba, pues la alegría de la existencia es cosa seria, y si es necesario bailar títeres en el atrio para robarte una sonrisa aquí estaré cada mañana, vestido de charro o de cura, cosechando alegrías para que te persignes con una gusto al mirar el altar de la vida.
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Después de ella, nada Diana Gómez González ba , esta a s e d r las ta squin odas fé de la e as cot o l a om oy, c o en el c r un poco cortad a ress senta Para vari n exp que siem . u a s r a a c n z o i e e n de m cidí ord capuchi ía cada v e l n d e e mo sas, gar d tina me t ra lo mis su l n do, e día. Mi ru los días e y los mi o e s te pre p rto, todo isma gen , el mism a h esto am to y más pre, l por supu or maldi nte m e i , s de i am es y eme lugar randa. M emediabl jeres. s o m i u y irr las m sconlo, M anhe ivo. Esto peor de e e s a to s e. corro rado de l ro perfec y temibl t s o s a enam de su ro pervers con todo s o ía ás Detrá mente m o lo hac . Maldig n m a a y o b l c e o ra de brujó ue la mi ecidió qu sus m e d ar Me mbres q e ella para logr o un o u h q s a l m lo ta lla co ra en erfec e; la ho víctima p tregué a e odía darl n p cupa era la os. Me e lo que o e r p o e iv e objet le di tod amigos s leguas s a , e. a s ; t i i idio más. M s por m ciándom a á e n v que l y au da vez m estaba o l , s a a á c cía ll ban ue e quería m lla mere y q a notab l tiempo ciente. E i tiempo e fi m niver Todo o era su los, todo u l e n a er daba jores reg ía que s n e e t m los Ella ión. c n e t a
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so entero para mí, ella era mi centro, mi vida entera, nada había fuera de Miranda. Poco a poco me fui quedando más solo, pues mis más cercanos amigos se alejaron de mí porque no soportaban ver cómo me trataba, y cómo yo cumplía, servicial, todos sus caprichos. Así pasaron varios años, pero un día todo cambió. Me citó en un restaurante cerca de mi oficina. Llegó luciendo más bella que nunca. Toda una diosa. Se sentó sin siquiera saludarme y me dijo, como si estuviera muy aburrida, que estaba harta de mi. Expresó que ya no le servía para nada, y que había encontrado a un hombre increíblemente millonario y encantador que no podía esperar para hacerla su esposa; así que tenía que dejarme ya que no podía arriesgarlo todo por una personita tan insignificante como yo. Le rogué que no me dejara. Le dije que me iba a morir, pero ella sólo se rió, y salió de aquel lugar para desaparecer de mi vida. Desde entonces, mi vida ha sido una completa basura, nada me importa y sólo deseo morir, dejar de existir, la odio tanto como la amo. Es enfermizo, me estoy volviendo loco. El café de la esquina es el único lugar en el que puedo sentarme y alejarme de mi trabajo, para dedicarme a pensar en las mil y una maneras de hacerla volver. En eso estaba pensando hoy, cuando de pronto apareció una mujer. Era una chica muy bella, tenía un rostro dulce y unos ojos cautivadores, claro que ninguna mujer jamás podría ser tan bella como Miranda, pero esta chica despertó mi interés. Notó que la miraba y me sonrió. No tuve más opción que devolverle la sonrisa, creo que tenía meses que no sonreía, se sentía rarísimo. La chica se acercó a mi mesa y preguntó si podía sentarse conmigo. Me sorprendió un poco su actitud, pero agradecí la compañía. Estaba fastidiado de estar solo, sufriendo mis miserias. Pasaron unos segundos en silencio hasta que ella me dijo que nunca había visto unos ojos tan tristes como los míos, y que lo lamentaba de verdad; porque yo era un hombre bueno que merecía ser feliz. No pude evitar una amarga carcajada y le pregunté que cómo sabía que yo era bueno, me dijo que era muy intuitiva y que sentía a las personas que valen la pena. Me dijo también que era actriz y trabajaba en una pequeña compañía de teatro musical. Yo le dije que era abogado y que trabajaba en el despacho de un senador, como su asistente. Me pidió que le contara más de mi vida, así que le conté desde mi infancia hasta la fecha, claro que omití a Miranda, no quería acabar hecho un mar de lágrimas frente aquella chica; probablemente se alejaría, y me agradaba su compañía. Estuvimos varias horas conversando. Ella me platicó de su vida, la cuál me pareció fascinante, nunca había conocido a alguien del medio artístico. Ella era original, alegre y refrescante, hacía meses que no me sentía tan bien. A las diez de la noche nos dijo nuestro mesero que debíamos marcharnos porque iban a cerrar el local. Salimos juntos y nos detuvimos unos instantes en la acera, la noche era agradable, el clima estaba delicioso. De pronto ella sacó una tarjeta de su bolso y me dijo que por favor la llamara, me dio un beso en la mejilla y se fue. Me quedé mirando unos segundos la tarjeta y la lancé a la calle. Mi vida no es nada sin Miranda, es mi oxígeno, el motor de mi vida. Tengo que encontrarla. Debe haber una manera de hacerla volver. Tal vez me pase la vida entera buscándola, pero sé que valdrá la pena.
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Magia y mito Jennifer Patiño
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ay dos tragedias en la vida, una es perder lo que deseas y la otra es obtenerlo” George Bernard Shaw Una vez conocí a un chico torturado que tocaba notas para sus musas. Le pintaba rostros al amor, preguntándose de qué color sería el corazón de la intrépida muchacha que fascinaría su mirada. Sus besos eran infalibles, pero fallaron conmigo. Después de quedarme a contemplar su mundo, supe que su mirada jamás seria mía, por lo que, con todo el dolor de mi corazón, partí a campos lejanos. En mis primeras noches sola le pedía a los astros que me mandaran una señal de magia que me guiara hacia donde debía estar; no había nada. Un día, hablándole al
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aire, se acerco a mí un príncipe azul que ofreció salvarme del dolor que anidaba en mi ser. Quería que fuera su princesa, y tal vez un día su reina. Comodidades y riquezas, amor y comprensión me esperaban a su lado. Lo dejé entrar a mi vida, pasaba las tardes en su castillo contemplando el cielo desde la torre. Era perfecto nuestro amor, sin dolor, sin preocupaciones. Yo sería su sol y su luna en unas semanas…él, mi esposo. Sin embargo algo faltaba, y una noche, escapé del castillo. Llegué a un pueblo no tan lejano. La gente se acercaba a verme y cuando intentaba descubrir la fórmula para construir muros, un científico que era un buen amigo me aseguro que la única manera de hacerlo era construirlo de piedra. Ese tipo de piedra que después no puede derrumbarse. Conversábamos de mi vida anterior. A partir de eso prometió, como mi mejor amigo, crear el amor perfecto para disipar el vacío. Una noche en su laboratorio fue inevitable darme cuenta de que se había robado mi corazón. En sus ojos vi ese calor que lo recorre a uno sin reparo, y tomé sus labios haciéndolos míos. Su olor llenaba mi cabeza de colores; cuanto más lo abrazaba, más sentía que lo necesitaba. Había cumplido su promesa. Por mi científico dejé aquellos miedos que el artista plasmó en mi lienzo; además, anuló los fuertes lazos que me unían al príncipe. Fue su fórmula la que llenó mis expectativas. Todas las veces que nos contábamos nuestros secretos, en aquellos campos solitarios, me hacia sentir segura de que a pesar de que no era lo que yo quería, se convirtió en lo que más he amado. Con su razón tomó la oscuridad de la noche para regalármela todos los días con un te amo. Un día el príncipe me encontró y lo acusó no sólo de raptarme sino de engañarme con una bruja del monte. Dolor y cuestionamientos. Con los ojos enrojecidos les fallé a mis grandes amores. Tomé la mano del príncipe azul, que una vez más, me había salvado de mí. Un hermoso vestido blanco, y mis ojos seguían buscando lo que me faltaba. Sentí conexión hasta que llegó a mis oídos música. Era el artista. En el momento que mi vida cambiaría para siempre con un sí, tuve una visión de la guerrera que había pintado en el bosque. Tenía magia porque sentía amor. Su vida ya no era un mito, era verdadera porque amaba. Pareciera ser un sueño hecho realidad. Soy yo quien ahora intenta fascinar tu mirada, pero voy a darte lo que tanto has anhelado, voy a sacarte de ahí. Juntos entraron hacia mí, me despedí del que me esperaba en el altar con un abrazo, y besé al músico. Al fondo de la iglesia estaba él, sólo entonces pude comprobar que mi científico se había convertido en un mago oscuro con la ayuda de la bruja. Era él al que amaba, a pesar de todo. Todavía sentía en mi cuerpo la seguridad del abrazo y el placer del beso. ¡No! Mi respuesta era ¡no! Tuve el arte que tanto quise y no era para mí. Pudo ser mío el cuento de hadas, pero mi alma estaba hecha para la magia. Corrí, salimos de ahí… No soy fugitiva por cobardía, sino por búsqueda de libertad. Y desde que estamos juntos hacemos magia en la oscuridad. 14
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Salva una vida Alejandra Marco León
daria, o de secun ñ a r e rc te gres. aba el os muy ale ig arlos curs m a e d les grupo chicos no s lo y tenía un A . s e ort s depordía de dep actividade decir: s la Era jueves n e solía articipar n, Carlos gustaba p ía a, rr u b a e de primari ue s ro e rc te e d tivas porq es ” nasticas d ué horror! “tablas gim sados mentales… ¡q ción portra emo son para re día tenían tel; e s e , o rg en el plan a rc e Sin emba lb a y la la. Carlos augurarse ir in u tr a s n ib o e c u q de s en uatro año hicheaban tardaron c n especial Jairo, cuc q s ue s, e s maldade la e d y sus amigo e s po n a divertir ompañeros. El tiem c cuánto iba us ó el acerles a s asta que por fin son h n a rí d o p H s de éste y pesado. , y despué o s e c pasó lento re l e nciando ción. timbre anu erada clase de nata esp vendría la
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El instructor, un hombre joven y agradable, dio con gran entusiasmo dio la clase sólo al grupo de Carlos; eran diecisiete alumnos. Algunos no sabían nadar, y tenían pavor al agua, así que el profesor decidió dar clase sólo a esos niños y permitirles a los que si nadaban; divertirse. Cuando la clase terminó, el instructor sonó su silbato, para que todos salieran de la alberca. Así lo hicieron, incluyendo a Carlos, pero su amigo Jairo y otro compañero llamado Andrés, seguían haciendo “bucitos”. Querían saber quien aguantaba más la respiración. Al oír el silbatazo, Jairo incitó a su compañero a competir por el último, y así lo hicieron. Carlos seguía observándolos. El instructor trataba de ordenar al grupo y, de repente, Andrés salió a tomar una bocanada de aire, pero Jairo no apareció. Carlos, angustiado, gritó: --¡No sale! El instructor se arrojó a la alberca y rescató el cuerpo inerte de Jairo. La escuela enmudeció por un instante. De repente empezaron a oírse gritos de órdenes para tratar de dar primeros auxilios al chico, pero nadie supo hacerlo. Carlos sintió que una sensación de impotencia recorría su cuerpo, y lo único que se repetía, era que su amigo estaba muerto. ¡Nadie pudo hacer nada!, ¿cómo era posible eso, en una escuela? La escuela se vistió de luto. Carlos, invadido de tristeza, no hallaba como consolar a la madre y hermana de Jairo. ¿Qué decirles?, ¿cómo justificar no haber hecho algo? Nada más que un abrazo intenso, y una mirada de dolor ante el hijo y hermano que no volverían a ver. Esto transformo la vida de Carlos y decidió hacer algo al respecto. Empezó a buscar cursos de primeros auxilios y encontró una asociación voluntaria de ambulancias que se dedicaba a impartirlos. No dudo ni un momento en inscribirse. Asistió a los cursos con entusiasmo y dedicación. Ahí descubrió su vocación: salvar vidas. Se graduó como paramédico, pero su deseo era aun más grande. Su intención era concienciar sobre la importancia de saber primeros auxilios y con esto poder salvar una vida.
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Amistad incondicional Elizabeth Jiménez Alonso
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lguna vez, tuve a una muy buena amiga. La consideré una de las mejores, porque ella era la única con quien conversaba en hora de receso. Nunca dudé de su amistad, ni del gran cariño que ella me tenía. Tal vez la impresión de tener a una amiga me hacía sentir feliz. Saber que contaba con uno de los tesoros más preciados del mundo era maravilloso. A ella le decía mi verdad absoluta, le tuve confianza desde el primer instante que la conocí. En muchas cosas coincidíamos, parecía que la vida nos deparaba algo en el futuro, algo tan interesante que a veces no cabía en mi cabeza. En ocasiones soñaba tanto, que mi amiga me decía cosas interesantes que llamaban mi atención para que yo también luchara para seguir adelante con las mismas ganas que ella. Sin embargo, ella nunca dudaba en el tiempo ni en sus capacidades ni en la forma en la cual se iba a superar. Verse realizada y convertida en una persona tal vez ideal, aunque no perfecta. Cuando mi amiga me miraba siempre entristecía, porque en mi cara sólo notaba sueño mas no lucha, ¿acaso porque no le ocultaba las cosas? Me sentía como una flor en seco. ¿Quién sabe si las cosas iban a ser como tomar el pan y remojarlo en leche? Me di cuenta de que no existe egoísmo en aquella persona a la cual uno llama amigo, porque aun en la tormenta y la tempestad sigue a tu lado. Una ocasión nos peleamos sin control. Pensé que lo perdía todo. No recuerdo bien por qué fue, pero fue terrible. 17
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Ella empezó a humillarme, empezó a decir todo lo que le había contado, lo gritó a los cuatro vientos. Era tan fuerte mi cólera, que empecé a defenderme. Me dolió mucho hacerlo. La empujé de tal manera que se dio un fuerte golpe en la cabeza, y quedó inconsciente por mucho tiempo. En ese momento sólo me dolían sus amargas palabras. No sabía cuales eran mis sentimientos, si las de una amiga o las de una enemiga. Me dolió verla. Me senté a su lado, al verla desmayada, me puse a temblar y a pensar cuál fue el error, qué era lo que yo había hecho para merecerme su rechazo. Me puse a llorar y a gritar sobre el porqué de las cosas. Tal vez fueron absurdas mis palabras, porque al fin de cuentas ella no me escuchaba. Me di cuenta de que había sufrido un daño en la cabeza. Empecé a gritar para pedir ayuda, en ese instante me sentí culpable, y me preguntaba a cada momento ¿fui capaz de matar a mi propia amiga? Al ver que nadie me escuchaba me dió miedo, porque tenía que enfrentarme a esa situación y nadie más lo haría por mí. Pasaban tantas cosas en mi cabeza al saber que yo era una asesina. No lo podía creer. Seguí gritando hasta que logré que alguien me escuchara. Era un señor que pasaba cerca de esa calle, corrió a mi y me dijo: --¿Qué pasa, muchacha? ¿Te hicieron algo? --Mi amiga tuvo un accidente, por favor ayúdenme, tengo que llevarla a algún hospital --Hay un hospital cerca de aquí. Espérame un momento, voy por mi coche. El señor tardó unos minutos, que para mí fueron eternos. No sabía que hacer. Tenía que declararme culpable si algo le sucedía. Por fin regresó el señor y nos fuimos rápidamente al hospital más cercano. La atendieron de emergencia, y para mi sorpresa, el doctor me dijo que iba a hacer todo lo posible para que ella estuviera bien. No me importó quedarme en el hospital. Su salud era lo más importante para mí en ese momento. Me quedé en la sala de espera hasta saber de su condición, y el señor también se quedó acompañándome. Salió el doctor y me dijo que ella estaba fuera de peligro, que el golpe que había recibió en la cabeza fue muy fuerte, pero no le afectó. Sólo quedó inconsciente. No sabía en qué pensar, quizá nunca me iba a perdonar por lo que le había hecho. Entré a la habitación. Ella estaba despierta. Me senté a su lado. No le pregunté nada en ese momento, porque me sentía una de las peores amigas. No merecía que ella me llamara amiga. Ella al verme a su lado, me dijo que era muy afortunada al tenerme como amiga. No tuve palabras para decirle algo. Me puse al llorar. Nos abrazamos y con las lágrimas en los ojos ella me dijo: -Ten presente que siempre serás mi mejor amiga, la vida nos tiene muchas cosas por delante, aprendamos a caminar juntas a luchar por lo que queremos. Con todo esto comprendí que nadie nace sabiendo, se aprende a base de los errores.
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La ciudad de la esperanza Ismael Alberto Contreras Hernández
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ra una noche lluviosa y muy fría de septiembre. Esperanza se encontraba temblando de miedo, ya que la perseguían por las calles de la Doctores. Se quitó las zapatillas porque se dio cuenta de que si seguía a ese ritmo pronto la alcanzarían. Al llegar a Vértiz, trató de parar un taxi, pero se percató que debido a su aspecto, ningún taxi le haría la parada. Atravesó la avenida con la intención de parar cualquier automóvil, para que la llevara a su casa. Al despertar, se dio cuenta que estaba en una habitación que le era desconocida y desagradable. Uno de sus apresadores, entró al cuarto para aventarle su comida: -¡Hasta que te despertaste! Ahí esta tu comida para que te la tragues. Sí quieres comértela, sino jódete. -¿Dónde estoy? ¿Qué me hicieron malditos? -Cállate perra-le dio una bofetada-Confórmate con saber que no te hemos matado. Hiciste que te persiguiéramos durante mucho tiempo, hasta que te atropellaron y te trajimos aquí. Por el momento sólo debes de saber que te debes de portar muy bien con nosotros, en especial con mi compañero. Te ha agarrado cariño –sonrió irónicamente. - No puede ser, pero… - No te preocupes, ya te dije, tú solamente pórtate bien con mi compa y has todo lo que él te pida. Además, parece que vas a estar aquí por un buen rato mija. Tus jefes no quieren aflojar la lana. Espero por tu bien que no hagan que se desespere el jefe, sino ahí si va a haber problemas – y salió. Ella, poco a poco, fue asimilando lo que estaba sucediendo. Fue analizando la situación en la que estaba inmersa. Empezó a recordar todos y cada uno de los detalles sobre aquellos hombres que la persiguieron por las calles de la Doctores, después de la fiesta de su mejor amiga. La tenían secuestrada.
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Habían pasado más de tres días desde que Esperanza fue metida en aquél cuarto y ya estaba perdiendo el control. Constantemente se preguntaba por qué estaba en esa situación. A la mañana siguiente despertó con un ligero dolor de cabeza y con ganas de vomitar a causa del hedor del cuarto. Tiempo después entró al cuarto, con una sonrisa en el rostro, el otro sujeto al que le decían “el jefe”; le dijo: - Hola, reina ¿Cómo amaneciste? - Me duele la cabeza, y no me digas así – le gritó. - Cálmate, cálmate, si solo vengo a darte lo que te gusta... Se precipito sobre ella. Ella le suplicaba que la soltara. Él en un tono déspota le susurraba que se dejara, que le iba a gustar como la otra vez. Ella, llorando, con las pocas fuerzas que le restaban, le soltó un golpe en el estómago: - No te preocupes reina, hoy seguro te toca, pero al rato vengo cuando tengas más ganas–y salió del cuarto. Ella se preocupó mucho porque probablemente la había violado cuando estuvo inconsciente. Pasaron más tres meses desde que había entrado a ese cuarto y no había señales de abandonarlo pronto. Esperanza empezó a notar que sus mareos ya eran muy constantes y cada vez más fuertes; empezó a preocuparse. Al día siguiente entró al cuarto de Esperanza el que siempre le proporcionaba la comida. Ella tomó el tenedor de su plato y se lo encajó en el cuello. Salió corriendo del cuarto. Entró a la que parecía ser la sala de la casa. El Jefe se encontraba dormido. Ella, al percatarse de esto, decidió salir lo más silenciosa posible. Al salir de aquella casa, se dio cuenta de que no sabía dónde se encontraba. Paró un taxi, y pidió que la llevara a su casa. Cuando llegó, se percató de que no había nadie. Saltó por la ventana del baño de la primera planta para poder entrar. Llamó a su madre, y ésta, al darse cuenta de que era su hija, empezó a llorar. Esperanza le dijo que todo estaba bajo control, porque había logrado escaparse del lugar en el que la tenían secuestrada. Esperanza empezó a hacer memoria de todo lo sucedido durante aquellos casi cuatro meses en que estuvo secuestrada. Recordó que era muy probable que aquel hombre la hubiera violado, cuando se encontraba inconsciente. Al llegar sus padres, les platicó todo detalladamente y fueron al doctor para que le hicieran a Esperanza los análisis correspondientes. Esperanza estaba embarazada de aquel hombre que la secuestro durante casi cuarto meses. Decidió no presentar demanda y tener a su hijo, olvidarse de todo lo que había acontecido, y se marchó de la ciudad para empezar de nuevo.
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“Atrévete a contarlo”
Pedro y Juan Miriam García Pérez
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abía dejado de llover y a lo lejos de las montañas apareció Pedro. Era un niño muy pobre, pero tenía un gran corazón. Su padre era un carpintero nada fuera de lo común, trabajaba muy duro para sacar a su familia adelante. Su madre era costurera, ella enseñaba a coser en la escuela del pueblo. Ella hacia lo posible para que su familia estuviera bien, pero siempre les hacía falta algo de comer.
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Pedro tenía mucha gente que lo quería porque él era un niño fabuloso, siempre ayudaba en todo lo que él podía hacer por los demás. Pedro no podía ser feliz como él hubiera querido, pues le hacía falta una persona con quien compartir su vida. En su pueblo, la gente normalmente tenía dinero. Conoció a un niño de su edad, su familia tenía mucho dinero, él era Juan. Pedro conocía a otros niños que eran sus amigos, pero también eran pobres como él, gente a la que de verdad le interesaba que Pedro estuviera bien. Un día él se sentía muy mal porque le daban mareos y migrañas muy fuertes. El conflicto es que no podía ir al doctor, porque no tenía dinero ni para las consultas ni para los medicamentos; así que se quedo un buen rato con esas migrañas y esos mareos. Después, uno de sus amigos lo vio muy mal. Su amigo Juan era un muchacho muy inteligente, así que decidió llevarlo con su médico. Pedro no quería ir porque no quería causarle problemas con sus papás. Cuando llegaron con el doctor, Pedro le dijo sobre los síntomas que tenía y de los malestares que ya no aguantaba. Le mandaron a hacerse análisis. Pedro tenía leucemia, y necesitaba un trasplante de médula. Juan le dijo que él y su familia lo iban a ayudar con todos los gastos de doctores, medicamentos, y las operaciones necesarias para que se recuperara. Juan fue compatible para ser el donante de médula que necesitaba Pedro. En el transcurso del trasplante de médula, Juan perdió mucha sangre. Ahora estaba en riesgo la vida de Juan y la de Pedro también. Después, uno de los doctores se acercó a la familia de Pedro y les dijo que se recuperaría rápido. Tiempo después, el mismo doctor se dirigió hacia los familiares de Juan. Les dijo que en el intento de salvarle la vida, su corazón ya no respondió y murió. Pedro se recuperó pronto y agradeció a la familia de Juan por haber dado su vida a cambio de la de él.
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“Atrévete a contarlo”
Víctor en medio de la nada Patricia Torres Villarruel
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or qué a veces preferimos desviarnos hacia el camino equivocado, en vez de solucionar nuestros errores y luchar por aquello que queremos? No lo sé, la verdad no tendría una respuesta. Siempre recuerdo a mi amigo Víctor porque tengo muy presente algo que me dijo y que es muy cierto; los errores que cometemos se pagan muy caro. Tarde o temprano la vida se encarga de cobrarlos. Víctor era un jardinero. Tenía muchas herramientas para realizar su trabajo, además llevaba muchos años dedicándose a la jardinería. Sus clientes eran de Coyoacán, el Ajusco, centro de Tlalpan y hasta de Xochimilco. Para él tener trabajo y salud, ya era ganancia. Comenzó a trabajar en mi casa, iba dos veces por semana muy temprano para cortar el pasto y arreglar las flores de las jardineras. Siempre fue muy amable, dedicado y esforzado en su trabajo. El problema fue cuando Víctor comenzó a faltar al trabajo que tenía en mi casa, sin ni siquiera avisar. A veces llegaba tarde y con aliento alcohólico. Así que mi mamá se molestó al ver esa actitud. Le dio las gracias y le dijo que ya no necesitaba más de sus servicios. Víctor lloró, pero comprendió que era su culpa. No reclamó. Sólo tomó sus herramientas y se fue. Pasaron algunos días; como habitualmente lo hacía, Víctor llegó temprano y habló con mi mamá. Le pidió por favor que lo dejara volver 23
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a trabajar, pues necesitaba mucho del trabajo. Mi mamá accedió. Ese día yo andaba por el jardín, me encantan las rosas y corté algunas para el florero de mi recámara y me percaté de que Víctor estaba muy deprimido. Me acerqué dándole una palmada en la espalda, para que sintiera confianza. Sus ojos llenos de lágrimas y con voz entrecortada, me dijo que a las dos mujeres a las que más quería también les gustaban las rosas. Me ayudó a cortar algunas rosas y comenzó a platicarme su historia. Se casó alrededor de los 23 años. Conoció a una mujer que le pareció única y maravillosa desde la primera vez que la vio. Ella se llamaba Blanca. Y con lágrimas rodando por sus mejillas me contó que se trataron durante algún tiempo. Se hicieron novios y después se casaron. Todo pintaba muy bien, y aunque la familia de ella no lo aceptaba, ambos tenían el deseo de formar una familia. Así que la primera niña llegó, la llamaron Jazmín. Blanca no trabajaba. Era ama de casa y se dedicaba al cuidado de la niña. Mientras que Víctor se dedicó durante un tiempo a la albañilería, pero lo dejó y empezó a trabajar en la jardinería. Blanca era muy desconfiada y celosa, no le parecía que su esposo tuviera que irse a trabajar a lugares alejados de su casa. Víctor le argumentaba que eso era lo que él sabía hacer, y para que los tres pudieran comer, necesitaban del trabajo de jardinero. Un día, Víctor terminaría su trabajo en un jardín de Coyoacán más temprano que lo normal. Entonces le daría tiempo de llegar a casa a comer con su esposa y su hija. Blanca se esforzó en preparar y tener todo listo para cuando él llegara. Pasaron las horas y Víctor nunca llegó. Víctor se fue con unos amigos a una cantina con la intención de sólo tomarse unas cuantas cervezas. En la noche que regresó a su casa, Blanca, muy enojada, ya lo esperaba, y al verlo en ese estado lo corrió de la casa. Me dijo que fue una discusión terrible. Él le gritaba que estaba harto de sus celos, su inseguridad y su desconfianza; y ella, le gritaba de la misma forma; que ya no soportaba que se fuera de borracho cada vez que se le antojaba. Víctor se fue y al otro día, arrepentido, quiso arreglar las cosas con Blanca, pero ella se negó. Le pidió que se olvidara de ella y de su hija también. A Víctor eso le partió el alma. Fue todo esto por la que Víctor a veces se iba a las cantinas, sólo o acompañado, a tomar y a perderse por días, descuidando su trabajo y descuidándose también a él mismo. Él le pidió a mi mamá otra oportunidad. Ella se dio cuenta de las cosas, y poco a poco Víctor fue perdiendo su confianza, hasta que no se volvió a aparecer por mi casa. Fue tanta su desesperación que se refugió en el alcohol y en una mujer que no era buena influencia para él. Llegué a verlo en la calle con una señora mucho más grande que él. Se rumoraba que tenía muy mala reputación. No volví a saber nada de Víctor. Algunos vecinos comentaban que se había juntado con aquella mujer. Otros decían que recapacitó y consiguió trabajo. Su historia es triste. Duele ver que no pudo luchar por su familia. Tengo muy presente algo que me dijo, que es muy cierto; los errores que cometemos se pagan muy caro. Tarde o temprano la vida se encarga de cobrarlos.
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“Atrévete a contarlo”
Uicho Rogelio Hernádez Ramírez
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icho era un niño de risa sincera. Con tan sólo nueve años, él ya tenía grandes aspiraciones para su vida. Era un niño que se caracterizaba por su simpatía, y su inteligente. Su familia tenía buenos principios morales. Él vivía en una casita sencilla pero con lo indispensable, ropa humilde pero limpia.
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Se levantaba con una alegría incontenible es su semblante. En una ocasión, a la hora del desayuno, alrededor de la mesa se encontraban sus padres y sus dos hermanos. Su padre le preguntó: - Cuando seas grande, ¿cómo quién quieres ser? – Ay, papá, qué pregunta más difícil. Pues voy a ser como abuelito. No, mejor como mi tío Catrín. No, mejor como tú, ya que tu eres grande, fuerte y muy inteligente. Su padre empezó a reír. – De verdad, papá. Te voy a comprar un carro y a mi mamá le regalaré un una cocina, porque yo seré un maestro y toda la raza me conocerá por “El Profe Uicho”, nomás para te limpies las chingüiñas. Después de unos años Uicho quedó huérfano. Su padre tuvo un accidente automovilístico. Uicho quedó destrozado. Era inconcebible aceptar que su padre ya no se encontrara con él. Sus sueños se diluyeron. Su madre tenía que tomar una decisión. Ella no podía sufragar los gastos de la familia y decidió ir a trabajar lejos de la región. Uicho y sus dos hermanos se quedaron al cuidado de los abuelos. Uicho siguió estudiando y trabajando, vendiendo paletas, hasta que terminó la primaria y tuvo que mudarse a Piedras Blancas. Ahí conoció a Susy, y se enamoró de ella. Pero su romance tuvo que terminar, porque ella debía irse a Chiapas con sus padres. Ellos prometieron volver a encontrarse. Sin embargo, tiempo después, Uicho conoció a otra chica llamada Martha. Los sueños de Uicho con Susy se terminaban, porque él decidió ya no ir a buscarla. Decidió cumplir la promesa que le hizo a su padre, y se convirtió en maestro. También decidió pasar el resto de su vida con Martha.
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“Atrévete a contarlo”
La siesta debajo del árbol Rutilio Antonio Reyes
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olía repetir en mi mente y en mi corazón, Dios no existe, tampoco el diablo. El único que existe soy yo. Un día al alejarme de mí casa para cuidar mi ganado, me dispuse a sentarme de bajo de un árbol a tomar una siesta. Cansado de caminar me venció el sueño.
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Soñé que había un río grande que nadie podía cruzar. Muchos intentaban, pero no lograban nada. De pronto, un perro negro, con grandes ojos rojos como la sangre misma, apareció, e hizo correr a la gente lejos del río para que no cruzaran. Sin embargo el tumulto era tan grande, que a muchos no les interesaba el animal feroz. Aquel que llegaba en sus garras, con dientes filosos, los hacía trizas y no se cansaba de devorarlos. Me quedé inmóvil para que no viera el animal feroz. El animal gritaba: - Ustedes me pertenecen. La soledad, la amargura, el llanto, y este calor infernal siempre los acompañarán. Este lugar es mío. Tiempo después, un hombre se acercó a mí y me pregunto: - ¿Qué haces aquí? - No sé por qué estoy aquí. Tampoco sé cómo llegué aquí. -¡Abre bien los ojos! En el momento que escuché su voz, quedé aturdido y mi cuerpo quedó paralizado. Vi a mis amigos y parientes, que estaban entre la multitud, con llantos y gritos desesperantes. Mi cuerpo quedó quieto, y con una voz vacilante y sin fuerza, traté de pedirle que me permitiera acércame un poco hacía ellos. -No es posible, mas, si insistes, tu alma no saldrá de allí. De repente, un trueno irrumpió mi sueño. Como hombre a quien se despierta a la fuerza: me levante y dirigiendo una mirada alrededor, suspiré. - ¡Gracias a Dios que era un sueño! Pero mi corazón no dejaba de palpitar y tenía un sudor intenso, no se si era del sueño, del calor o del susto. Reuní mi ganado para regresar a casa, pero seguí pensativo y con ganas de contarle a mis amigos de la otra aldea ¿Será conveniente?...
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“Atrévete a contarlo”
Una pequeña travesura José Juan Uribe Solís
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n un pueblo apartado de la ciudad vivía un joven llamado Audifred. Era un joven muy travieso y muy altanero, a quien le gustaba molestar a sus amigos y a la gente de su pueblo; ya no lo aguantaban, pues era tan insoportable hasta para su familia.
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Un día se quedó sorprendido, pues un grupo de jóvenes llegó a su pueblo para conocer la vida en el campo. Este grupo era muy jubiloso y la gente los recibió muy bien. Al joven se le ocurrió molestarlos para que se fueran pronto, pero su plan no se logró. Audiferd, para alejarlos del pueblo nuevamente, planeó una fechoría. Invitó a los muchachos para ir de día de campo, y llevarlos a los yacimientos de agua fría y perderlos ahí. Pero cuál fue la sorpresa de Audifred, que los jóvenes habían invitado a todos los del pueblo. Él se molestó mucho y se echó a correr. Audifred falló otra vez. Llegó el día más esperado de Adifred, el grupo de jóvenes tenía que despedirse, pues debían partir a su lugar de origen. La gente del pueblo no quería que se fueran, pues hicieron muchas cosas a beneficio de la comunidad. Pero Audifred no quitó el dedo del renglón y quería hacer su último plan. Se ofreció llevarlos a la central de autobuses que estaba en el pueblo próximo. Su intención era provocar un accidente en el camino. Y los convenció para llevarlos. Durante el trayecto Audifred no vio una curva y se fue a un barranco. El pequeño accidente que había planeado como una travesura se convirtió en una tragedia, que acabó con la vida de Audifred.
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“Atrévete a contarlo”
El hombre que perdonó José Santos García
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n el momento menos pensado, sin quererlo ni planearlo, de unas cómodas vacaciones en las playas mexicanas reconocí el verdadero valor de la vida y la lucha por vivirla. Mi amigo, el Padre Froilán, y yo, en Acapulco, salimos a caminar por las playas. Era una preciosa aurora. De pronto, entre troncos de palmeras algo se movía; al principio creí que era un animal, pero me equivoqué. Era un hombre que luchaba entre la vida y la muerte. Nos acercamos inmediatamente mi amigo y yo, movimos el cuerpo de aquel hombre que sabíamos que estaba vivo, lo llevamos a la habitación donde permanecíamos y, después de cuatro horas, empezó a reaccionar. Le pregunté ¿cómo se sentía? y por su nombre: “Me llamo Armando Benítez”. “¿De dónde vienes y hacia dónde te diriges?”, le preguntó el padre. “Soy catracho”, le contestó, “voy para los Estados Unidos, en busca de mejores condiciones de vida”. Le dijimos que descansara y nos retiramos de aquel hombre que se veía muy agotado. Al día siguiente, fuimos a la habitación de nuestro huésped para invitarlo a orar. Él inmediatamente reaccionó y manifestó alabado sea nuestro Padre Celestial. Abrimos nuestras biblias y leímos el Salmo 19. Aquel hombre, con sus ojos inundados de emoción, exclamó: “Estoy muy agradecido con Dios por concederme la gracia de estar vivo”. Poniéndose de pie caminó hacia la puerta del balcón que tenía una buena vista al mar y expresó: ¡No sé porque estoy vivo! Seguramente, Dios tiene algo planeado para mí. Éramos diez los que íbamos en una lancha. Nuestro destino eran los Estados Unidos: no sé donde estábamos, pero estábamos muy apartados de la orilla porque no se podía observar rastro de tierra firme. De
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pronto, un gigantesco pez pasó cerca de la lancha. El que conducía la lancha, con cara de espanto ordenó que nadie se moviera ni hiciera el mínimo ruido. Aquel silencio fue inútil porque en seguida sólo escuché un estruendo espantoso y me vi abrazado por las olas. Muy aterrorizado quise nadar pero no podía; me deje arrastrar por las olas. Alcancé un barril de plástico que me sirvió para flotar. Me dormí, y cuando desperté, estaba a pocos metros de la playa. Con ansias de vivir llegué hasta el sitio donde me encontraron. Fue así como llegué a la playa; después no me acuerdo de nada, ya no me pude mover: fue cuando ustedes me trajeron a esta habitación. Hoy puedo dar fe y testimonio de que es Dios quien me ha salvado”. El padre, con tacto, le preguntó: “¿Dejaste a alguien importante en tu tierra?, ¿tan difícil era tu situación para dejar tus afectos y tradiciones? El tono confiable del padre lo llevó a abrirnos el corazón: “Tengo 36 años de edad. A los 25 años de edad me casé con la mujer que he amado más en mi vida con quien tuve tres hijos: Armandito, Sofía y Humberto; los amo muchísimo. Sofía, mi esposa, es una mujer con muchos valores morales, muy buena cristiana; pero el diablo le puso una trampa. Sin embargo, no dejo de estar completamente enamorado de ella”. En el instante que nombró a su esposa, se le inundaron los ojos de lágrimas. Se quedó un rato en un abismal silencio: “Amigo, en verdad te digo: la vida es un misterio, que poco a poco tenemos que ir descubriendolo ¿No crees? Tengo un negocio allá en mi tierra y unos hijos a quienes quiero mucho, pero, lo más triste de mi vida, es lo que mi esposa me hizo”. Prosiguió: “Un día por la mañana tenía que ir de compras para surtir de mercadería la tienda. En mi comercio tengo un amigo, con quien desde hace mucho tiempo nos conocemos y me ayuda en las ventas, nunca me imaginé que él pusiera un precio tan bajo a nuestra amistad. Al regresar de comprar encuentro el negocio cerrado. Fui a mi casa para preguntar a mi esposa si conocía las razones: entré a mi casa y en mi propia habitación estaban los dos. No lo podía creer pero era una dura realidad, sentí un amargo en mi garganta. En ese mismo instante, tomé dinero y mi camioneta con la intención de perderme para no volver a la vergüenza y al engaño. Fue cuando tomé la repentina decisión de marcharme de la tierra que me vio nacer y crecer… Esa tierra que hace tres días no tenía sentido para mí”, y con su voz quebrantándose terminó, “y ahora, con una oportunidad más para vivir, vuelve a ser para mí fuente de esperanza”. Después de varios minutos, Armando se levantó y nos dio un fuerte abrazo. Mirándonos fijamente nos dijo: “muchas gracias; estoy muy agradecido con Dios porque se ha manifestado en ustedes. Volveré a mi tierra, hablaré con mis hijos y les contaré con lujo de detalles esta experiencia. Hablaré con mi esposa, le propondré salvar nuestro amor, pues todo depende de nosotros porque somos los únicos responsables para abrirle a Dios las puertas de nuestro hogar y entre con su plenitud de vida y felicidad en aquellas cosas que debilitaron nuestra relación, pero sobre todo, que nos colme de su perdón. Pues sólo el perdón nos impulsa por el camino que conduce a la conversión, es un proceso que lleva a la salvación. Y así nos dijo adiós.
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“Atrévete a contarlo”
Cuando la muerte nos sorprende Poullett Azereth Mejía Vázquez
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odo comenzó en la preparatoria. Yo sufría de depresión, pero un día vi la sonrisa de una estudiante muy bella. Me llamó mucho la atención, sí que era hermosa. Su nombre era Sofía. Era alta, morena, muy delgada, de ojos claros y una sonrisa muy linda. Los lentes ocultaban sus bellos ojos. Ese día ella vestía un pantalón azul, una playera de muchos colores y sin mangas. En la cintura traía un suéter blanco con botones grandes y usaba sandalias de colores.
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Me la presentaron unas amigas. Me sonrió y me invitó a tomar unas chelas. La verdad en ese momento yo no deseaba tomar. Al decirle que no, me dijo que ya no estuviera triste, sonrió y se fue. Toda esa semana la saludé. Empezó a tenerme confianza. Nunca olvidaré la salida a un bar cerca de la universidad. Ella se puso borracha, y le dedicó una canción a un chavo que no conocía. Tampoco olvidaré jamás el día que en una fiesta, ella bebió cinco cervezas, dos caballitos y un trago de mezcal, me contó cosas de su vida con las cuales la consideré una persona digan de admiración. Llegó la graduación y la preparatoria terminó. Un día ya no supe nada de ella, y entonces empecé mi búsqueda. Comencé a buscar en el lugar donde ella vivía. La noche en la que fui a visitarla, encontré la puerta abierta. Vi a su padre masturbándose frente a ella. Hice ruido y de inmediato él salió a buscarme, pero no me alcanzó. Empecé a preguntar a los vecinos. Me enteré de que eso lo hacia con todas sus hijas. También de que todas las noches él abusaba de su madre. Después de la escena con su padre, tuve la valentía de platicar con él sobre lo que hacía con sus hijas. Pero él se me dio una cachetada y me dijo que no era nadie para meterme en su vida, y salí corriendo de ahí. A la semana siguiente descubrí que ella iba diario al doctor pues tenía leucemia en etapa terminal. Meses después me enteré de que ella se había ahorcado con las sábanas de su cama. Mi curiosidad no terminó ahí y seguí investigando. Localicé a sus compañeros de otras escuelas. Ellos mencionaron que Sofía se prostituía por obtener una buena calificación o por droga. También me enteré de que a los dieciséis años trabajó de mesera. Fui al café donde trabajó y mencionaron que la corrieron por drogadicta. Las revelaciones que había escuchado sobre la vida de Sofía me dejaron estupefacto. Era como si de repente la Sofía que yo conocí, fuera completamente otra de la que me hablaba la gente. Decidí entonces poner punto final a mi curiosidad y quedarme con el recuerdo de la hermosa mujer a la que había conocido.
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“Atrévete a contarlo”
Extraños Jessica Cardoso Moreno
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l cielo era aún azul oscuro y Valerio estaba al volante. Él no era muy atractivo, tenía un bigote extraño y pequeñas marcas en toda la cara, pero hablaba más que Dévit, el guapo rubio de mirada banal y aburrida. Sabía, tras tan sólo unos minutos de haber subido a su auto, que no querría nada con ninguno de ellos. Y sabía que mis amigas tampoco. En la parte trasera del coche no había asientos. Julieta, Alana y yo estábamos sentadas con cierta incomodidad sobre la extendida cajuela, pero no nos quejábamos. La compañía no era del todo desagradable; Arturo, un tranquilo perro raza mudi nos entretuvo gran parte del camino. Mis ojos viajaban constantemente del animal a los dos italianos que se habían ofrecido a llevarnos a nuestro hotel. El viaje se había vuelto indecentemente divertido desde el momento en que subimos al avión y descubrimos que por nueve horas seríamos vecinas de un grupo de jóvenes españoles que compartían nuestras aspiraciones, intenciones, modales y ganas… el vuelo había estado cerca de su fin cuando Álvaro salió discretamente del pequeño baño treinta segundos antes que yo. Taché una hazaña más de mi lista. -¡Estamos en Roma, cabrones!- gritaba yo asomando la cabeza por la modesta ventana de nuestro acogedor cuarto de hotel, y mis amigas alimentaban mi euforia con risas a la vez que me pedían por favor que callara porque “se van a quejar los otros huéspedes, pendeja”. Hice caso y me posé en la cama para observarlas desempacar y, mientras se inhibía mi flujo de adrenalina, pensaba en una pregunta para Julieta. Era en relación con un juego que habíamos empezado en el avión y ahora no podíamos pausar. -¿Ver cómo matan a un borrego bebé o tener alopecia? Julieta me miró con ojos diminutos y boca semiabierta por un segundo antes de expresar su vaga y negativa opinión acerca de mi pregunta, pero el arco de mi ceja le causó la suficiente presión para responder, aunque en voz muy baja y con un giro de los ojos. -El borrego. -¡Ja! Sabía. -Pero sólo si fuera la única vez. -Sí, sí, sí. Qué Greenpeace ni qué chingados. El viaje prosiguió en ese tono y los días siguientes estuvieron llenos de sexo casual y preguntas como “¿No tener brazos o tener síndrome de Tourette?”, “¿Prefieres que te dé herpes o cortarte el pelo como Marcia Gay Harden?”, “¿Coger con Carmen Salinas o con ese tipo de allá, el del bronceado tipo Mark Spitz?”. A los dieciocho años no necesitas mucho para divertirte. 35
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Pensaba en eso mientras miraba el cielo aclararse a través del cristal cuando fui interrumpida por el repentino alto del vehículo y el sonido de una puerta abrirse. Volteé a tiempo para ver a Valerio bajar aprisa del auto, correr hacia el frente en donde un grupo de niños jugaba futbol a media calle y patear el balón en dirección a la portería (o ese espacio sobre la acera marcado con dos botellas vacías). Inmediatamente regresó al coche coreado por los gritos y risas de los mocosos que retomaron el juego tan pronto como el hombre volvió a acelerar. Tras intercambiar miradas y sonrisas, dejamos el viaje proseguir en silencio un rato, antes de que Valerio lo rompiera con su pesado acento italiano. -El hotel está lejos, eh- pausó. –Muy lejos. Y nosotros estamos muy cansados. Hemos manejado toda la noche. Miré a mis amigas, quienes se apresuraron a agradecer por tercera vez a los jóvenes el habernos rescatado de una pulmonía. Porque debe entenderse el grado de desesperación en que nos habían hallado y que éste, mezclado con excelentes previas experiencias, euforia implacable y un inexorable sentido de posibilidad, lleva a una a pensar que la inmortalidad es conseguible. O quizá simplemente a no pensar. Aquella noche, alrededor de las cuatro de la mañana, hora a la que las calles se vacían y las atracciones ya están cerradas, nos encontrábamos sentadas en una bajita acera, esperando a que el transporte nocturno apareciera y nos llevara a nuestro lugar de hospedaje a tiempo para tomar un baño, desayunar y salir de nuevo a turistear. Pero éste jamás llegó y, no contando con que los calurosos días traerían noches de frío violador, las tres habíamos optado por usar faldas y sandalias. El buen humor se agotaba. El silencio era abrazador. Y el alcohol consumido había provocado hambre. Nadie hablaba ni se miraba. Entonces el ruido de un motor hizo brincar nuestras cabezas como cachorros que oyen llegar a sus dueños y vimos a dos hombres en una Vespa que se aproximaban sin mirarnos, el de atrás cargando una cubeta de plástico. Lo siguiente fue que una cortina de agua nos cayó de sorpresa, como en cámara lenta, e incluso antes de sentir la humedad o el frio pude sentir como si una bola roja subiera dentro de mí de mi estómago a mi garganta, calentando mi pecho en el camino y provocando que mi entrecejo se frunciera y mis labios se curvaran hacia abajo. La moto desapareció al instante. No pudimos contraatacar. Y, de acuerdo, al vernos las unas a las otras, toda la frustración salió en forma de carcajadas estridentes, pero la manifestación no duró más de un par de minutos pues nuestros cuerpos fueron dominados por temblor y escalofríos. Entonces, el auto de Valerio y Dévit pasó frente a nosotras, se detuvo y regresó. La amena plática consistió en minutos de quejas nuestras, presentaciones, algo de risas, algo de flirteo. Nos fue ofrecido un preciado aventón al hotel en que nos quedábamos. La escena terminó con una afirmación que pudo haber sido meditada con más detenimiento. El cielo se tornó azul claro. Iba a ser un día soleado. Valerio y Dévit no hablaron más. Sabía, tras tan sólo unos minutos de haber subido a su auto, que no querría nada con ninguno de ellos. Y sabía que mis amigas tampoco. Tendrían que conformarse con algunos euros o una felación breve, con condón y sin emoción.
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“Atrévete a contarlo”
Cambio de actitud Javier Ceballos Luciano ho ranc a n u iví a habí . Allí v ers a c ” h u n L Fresnillo sus tres aba a S “ n st res y ado e gu llam sus pad si no l orque lo n ca ue ap k co Érick c i cuel sar de q n r s e É A a e p gra al os. man iar. Iba padres. A nía una nza a e estud aban sus belde, t la enseñ ura t e d man n poco r retener er la lec a d era u idad par y enten s c o a r est cap ad. s ma cilid de lo ucha fa m con
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Lo que más le gustaba era el trabajo del campo, ya que la mayoría de las personas de esa región se dedica al cultivo de la tierra, además de la cría de ganado. Se levantaba junto con sus hermanos, de madrugada, a ordeñar las vacas para que su padre fuera a las rancherías cercanas a vender la leche, o para que su madre hiciera queso. Al terminar, Érick iba a acostarse otro rato a la cama para dormir nuevamente. Durante el día ensillaba su caballo para salir a pasear y convivir con sus amigos de otras rancherías. A veces, echaban carreras de caballos o también de bicicletas. Por las noches se volvían a reunir para jugar futbol. Érick era el portero del equipo. Jugaban hasta muy noche, así que llegaba a su casa cuando sus padres y sus hermanos ya estaban descansando. A pesar de todo, el trato que Érick llevaba con sus hermanos y con su madre era bueno, pero no así con su padre. Su padre bebía mucho. Un día que estaba ebrio quiso golpear a su esposa. Los cuatro hijos se enojaron y quisieron golpearlo, pero su madre no lo permitió. Después de eso, Érick tuvo un gran rencor hacia su padre, por lo cual se sentía desesperado. Por los problemas que tenía en su casa, Érick se emborrachó. Para su mala suerte, su novia, una joven muy bella, cortó con él. La experiencia fue terrible para él, sentía que su corazón se destrozaba y quería dejar de existir, su vida ya no tenía sentido. Él, triste se dedicaba a vagar por las rancherías. Platicaba con otras muchachas, pero sólo era para pasar el rato, no para entablar un noviazgo. Cierto día, unos religiosos llegaron pidiendo hospedaje a la casa de sus padres, porque iban a estar unos días en Fresnillo. Durante su estancia invitaban a Érick al monasterio para que viviera una experiencia de religioso. Érick se resistía y no les contestaba nada, solamente los miraba, y se salía de su casa. Pero los religiosos lo invitaban todos los días, así que se le fue sembrando la espinita y lograron interesarlo, a tal grado que empezó a acercarse a la capilla y comenzó a hacerles plática a los religiosos. Ellos le explicaron como era el ambiente en el monasterio. A él le pareció interesante y aceptó tomar una experiencia con ellos. Estando en el monasterio, los religiosos fueron involucrándolo en las actividades del lugar. Allí Érick logró olvidar lo de su padre y lo de su novia. Le dio un valor especial a la vida. A Érick le gustaba el ritmo de la vida religiosa, pero sentía que no era para él. Así que después de estar un año en el monasterio, conviviendo con los religiosos y conociendo un poco del amor de Dios, decidió abandonarlo y regresar a Fresnillo, San Lucas. Ahora les da consejos a sus padres y sobre todo a sus hermanos para que se respeten ellos mismos.
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“Atrévete a contarlo”
Descubriendo el amor Karina Maldonado Elorza
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osé Alberto era un hombre sencillo, pero sobre todo muy atractivo. Tenía el cabello largo de color castaño, ojos color miel, y tez bronceada. El gran defecto que tenía era ser mujeriego. Siempre utilizaba a las mujeres para satisfacer sus necesidades sexuales y después las dejaba sin que le importara herirlas.
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Entre el tiempo y el otro
Anthony era el mejor amigo de José Alberto. Él sabía todo lo que pasa en la vida de éste, pues a él era al único que le tenía confianza para platicarle todas sus cosas. Sin embargo José Alberto no sabía que Anthony estaba perdidamente enamorado de él. La noche de su fiesta de graduación, José Alberto conoció a una chica muy guapa llamada Regina. La hizo su novia y le fue fiel, pues se enamoró perdidamente de ella. No obstante, ella lo trataba muy mal. Una noche se fueron de fiesta, pero cada quién por su lado, coincidieron en el mismo lugar. Desafortunadamente, José Alberto la vio besándose con otro. Él, muy desconcertado, se fue de la fiesta. Desesperado le habló a Anthony para platicarle lo ocurrido, pues necesitaba desahogarse con alguien. Esa noche José Alberto había bebido tanto que se quedo inconsciente. Anthony se lo llevó a su casa y, aprovechándose del estado en el que se encontraba José Alberto, empezó a besarlo. Su acto resultó fallido, pues José Alberto se había quedado dormido. A la mañana siguiente, Anthony muy atento, fue a dejarle el desayuno a la cama, y José Alberto le preguntó qué había pasado. Anthony le explicó lo sucedido y no desaprovechó la oportunidad para insinuarle que lo intentara con otra persona, que lo intentará con él. José Alberto furioso y sorprendido le dijo que jamás lo haría, pues su delirio eran las mujeres. Tomó sus cosas y se fue de la casa de Anthony, gritándole e insultándolo. Anthony muy triste y arrepentido ante la reacción de José Alberto, pensó en suicidarse, pues la vida ya no tenía sentido sin él. Anthony, muy ebrio, decidió llamar a José Alberto para decirle que lo amaba y prefería morirse a soportar su desprecio. José Alberto le dijo que a él no le importaba lo que hiciera o lo que dejara de hacer con su vida y le colgó. Anthony se deprimió aun más. Tomó la pistola, le llamó a José Alberto otra vez. Jaló el gatillo y disparó. Falleció instantáneamente. José Alberto se desconcertó y fue a verlo. Cuando llegó lo vio bañado en sangre lo abrazó y le dijo: -Perdóname, yo también te amo, pero las apariencias pudieron más que mis sentimientos, y todo lo que te dije, lo dije sin pensar. Ahora ya te perdí, no supe valorarte, te adoro y te adoraré el resto de mi vida.
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“Atrévete a contarlo”
El gran reportaje Manuel Terán Camargo
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os amigos se encontraban conversando en la cafetería, realmente me sorprendió el tiempo que llevaban ahí. No dejé de mirarlos desde el momento en que comenzaron a intercambiar palabras, no es que mi trabajo sea escribir reportajes sobre conversaciones ajenas, ni mucho menos fotografiarlas y observarlas con este sigilo, lo mío es hacer denuncias ciudadanas; reportarlas y escribirlas en un periódico. Pero era imposible dejar de escuchar a estos amigos. Parecían de verdad gente muy importante, y adinerada. Incluso me eran familiares, pero no podía recordar con certeza. Al paso de un rato supe quiénes eran. Su historia era digna de convertirla en un guión cinematográfico: tantas experiencias, tantos lugares, tantas emociones, un solo amor. Cabe mencionar, que, pude haber tomado papel y pluma, y de esa manera empezar una carrera entre mi mano y el papel con todo lo que pude escuchar. Llegué tan sorprendido a casa que no pude contener mi emoción por el acontecimiento. Así que hice cómplice a mi futura esposa. -Amor- le dije con un extraño asombro y al mismo tiempo agrado. -Siéntate y escúchame por favor. Esto que te tengo que contar me dejó anonadado. No creo que recuerdes a estas personas, quizá las hayas oído mencionar, así que hasta que acabé de contarte la historia, me puedes preguntar todo lo que quieras. –Jaime recuerda que tienes problemas con el corazón. No debes de recibir emociones fuertes. Mejor olvídalo y ya. No le hice caso y me dispuse a contarle. -Eran aproximadamente las cuatro de la tarde, estacioné mi carro. Bajé de él, y entré en esa cafetería que tanto nos gusta. Estaba casi desierta. Había alrededor de cuatro personas: dos a la vista y dos en la sala de lectura. No le di importancia, me acerqué a la caja y le pedí a Raúl, como siempre, un capuchino grande. De pronto empecé a escuchar que las dos personas de arriba, comenzaban a discutir. No pude contener mi curiosidad. Subí dos escalones, y al reconocer quiénes eran, me quede perplejo. Eran gente pública muy importante. Uno de ellos era un político, sin cargo público actualmente. Estuvo encarcelado durante cinco años por un supuesto fraude bancario. La persona con la que discutía era un cantante muy importante de los años ochentas, con una carrera trunca provocada por los excesos de alcohol, drogas y sexo. No podía creer que estos dos personajes tan importantes se conocieran, pero además por su conversación me di cuenta que fueron amigos desde la infancia. Creí que esa era la oportunidad de mi vida, una historia así en el periódico me hubiera llenado de gloria y de varios miles de billetes. Pensé, esta es mi oportunidad de tener la casa de mi sueños. Me disponía a ir por mi cámara y el micrófono, cuando me di la espalda y escuché mi nombre en boca del político. Rápidamente me di la vuelta y no hice más que escuchar. – ¿Quién crees que era ese gran político? Le pregunté a mi novia. Callada y con un ceño en su frente me dijo: 41
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-Continúa, Jaime. Entonces le dije: - Mi amigo de la secundaria y preparatoria, Augusto García. De pronto Camila tiro el vaso que tenía en la mano – ¿Qué pasa, te encuentras bien? - No- Me contestó, pero sin entenderle continúe mi relato. - Sí, Augusto García. Mi amigo, el cual todos pensábamos que había fallecido a causa de la depresión que le causó entrar al reclusorio. Un día fueron a visitarlo unos amigos en común y me contaron que las autoridades del reclusorio les dijeron que se había suicidado. Claro que yo lo publiqué en ese entonces. -¡Ah! ¡Augusto! Lo que más recuerdo con claridad de él, es que en un periodo de la prepa me dejó de hablar. Traté de hablar con él, pero siempre se negó. Nuestros amigos me decían que estaba así por nuestro noviazgo. Tiré de locos a mis amigos. Pensé que todavía tenía problemas con sus papás. Tiempo después él se fue a vivir a los Estados Unidos y no supe más. -Pero eso no es todo. El cantante con el que mantenía una conversación, era tu compañero de la Secundaria: Ricardo ¿Recuerdas? Le dije a Camila. -¿Ricardo Gallegos?- Si, élCamila se quedó muda automáticamente. No le di importancia y continúe. - Lo más curioso de su conversación fue saber que Augusto no fue a prisión por un fraude, sino por que intentó matar a Ricardo. A su amigo de toda la vida. Según lo entendí por su conversación. Éste le respondió: “Yo también estuve a punto de morir, no por el alcohol, ni la droga, ni las mujeres, mucho menos por el hecho de estar consciente de que mi carrera se había venido abajo totalmente. Fue el saber que el amor de mi vida, me engañaba contigo”, le gritó. A lo cual Augusto le contestó: - Jamás fue tuya, Ricardo. Ella siempre me amo a mí. Corrió a tus brazos cuando supo que una mujer estaba embarazada de mí. Pensó que eso me mataría, y casi lo hizo, pero ahora al saber que se divorcio vine decidido a buscarla. De pronto Camila se desvaneció y en pocos segundos volvió en sí. – ¿Qué te pasó? Mejor no te hubiera platicado nada. Veo que te impactó mucho. Camila me respondió con una voz quebrantada: - No. Dime cómo acabó ese encuentro por favor. - Ricardo se puso de pie. Estrechó fuertemente la mano de Augusto y le dijo: - Hermano tienes razón por eso he venido a pedirte después de tantos años me perdones. Estoy consciente que te fallé. Te pido perdón- Le dio un abrazo, y le preguntó serenamente: - ¿Qué vas hacer al respecto, por algo estás de regreso en Guanajuato? Así terminó. ¿Puedes creerlo? Dos personas tan famosas y reconocidas por su trabajo recuperando una amistad. Además, amigos nuestros. ¿Quién será esa mujer por la cual se pelearon y terminaron en ese entonces su amistad? ¿Qué locura? Pensar que esta mujer todavía sigue enamorada de Augusto. Bueno, tengo que aceptar que Ricardo lo reconoció. Pero, ¿por qué nunca me platicaste que tu amigo Ricardo y mi amigo Augusto jugaban futbol y eran amigos?...
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“Atrévete a contarlo”
Quién Sonia Mendoza Uribe
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e encontraba sentada en las escaleras cuando sintió que alguien la observaba, pero no sabía quién era. Volteó hacia todos lados. Escuchó una voz que gritaba: -Anabel, ven. Era su madre, que necesitaba ayuda para cargar unas cajas que no aguantaba. Anabel corrió inmediatamente. Encontró a su madre recargada en una pared del cuarto, intentando soportar la pesada caja, para no tirarla, pues estaba llena de figuras de cerámica, que vendía para poder colaborar con la economía de la casa. La casa se encontraba llena de cajas por un lado y por el otro. Se habían cambiado de casa.
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Entre tantas cosas revueltas, Anabel encontró una antigua figura que su madre había hecho hacía mucho tiempo, pero esta figura nunca había sido vendida. No sabían por qué razón, pero ya había durado mucho tiempo sin ser vista. A ella se le hizo raro que estuviera afuera, como si ya hubiese sido desempacada, porque no se sabía de su ubicación desde hace varios meses. Al día siguiente Anabel se despertó asustada por un ruido que había escuchado en el fondo de su ropero. Al asomarse vio tirada una moneda de oro que le había regalado su abuela antes de fallecer. Ella antes de morir, al momento de dársela, le dijo – no se la dejes. La pregunta de Anabel era a quien podría dejársela, si en la casa sólo vivían ella y su madre. Anabel sabía que su madre nunca le quitaría algo que su abuela le hubiera dejado, ya que sabía lo que significaba. Por eso la guardo y no tomó en cuenta el comentario que la abuela le había hecho. Incluso llegó a pensar que había tenido alguna alucinación. Al día siguiente ocurrió lo mismo. Un sonido en el fondo de su ropero la había despertado nuevamente. Al asomarse, sorprendentemente estaba la moneda tirada en el piso. Exactamente en el mismo lugar en donde la había encontrado la mañana anterior. Así que decidió esconder la moneda y averiguar qué estaba ocurriendo. En lugar de la moneda colocó una de chocolate con envoltura dorada. La guardó en el mismo lugar. Decidió despertarse mas tempano de lo común, y esconderse en un sitio donde pudiera observar el fondo de su ropero. Al transcurrir veinte minutos, vio que algo se movía. Era algo diminuto, pero cuando se acercó, se dio cuenta que era la figura de cerámica que su mama había pintado, y que nunca se había vendido. Decidió esperar para sorprenderlo al agarrarla, y cuando la tenía en sus manos le preguntó quién era. El duende, asustado, se escondió. Mencionó que lo único que quería era su moneda ya que sin ella no podía estar completo. Ella, sorprendida, se dio cuenta de que efectivamente, le hacía falta una de estas en su carrito; y nerviosa aseguró que esa moneda se la había dado su abuela. El duende le explicó que un día la abuela la había tomadoy nunca la devolvió. La tenía guardada bajo llave, y todo este tiempo había intentado recuperarla pero no podía. El sólo la quería para poder ser feliz y estar completo. Anabel, al percatarse de la angustia del duende, decidió dársela e invitarlo a formar parte de la casa, y su diminuta familia.
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“Atrévete a contarlo”
Las cosas que uno no sabe… Melisa Agüero Pérez
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ué día tan pesado. Camino hacía la estación de Metrobús más cercana y con las moneditas que traigo en el bolsillo me dirijo a la maquina expendedora de tarjetas y rapiña, a depositar aquel dinero que me dejaría transportarme a un destino al que no estaba muy segura de querer llegar. La espera era agónicamente larga en aquella estación atestada de gente, que sin razón alguna arrastraba su tristeza mientras esperaba igual que yo (no sé si yo también arrastraba lo mismo, pero arrastraba algo). El Metrobús con su estúpido claxon anuncia que ha llegado y al abrir las puertas la gente entra en estampida para encontrarle asiento a sus
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pesados traseros llenos de tamales, tacos y garnachas en general. Con un chirriante piiiii el conductor hace cerrar las puertas y como reses nos arrastra por el camino que nos llevará a nuestros destinos. Una estación, y la que sigue, y la que sigue. Es espantoso, la gente apesta, yo apesto; y faltan unos metros para llegar a la siguiente estación. Pasaron los metros y al abrirse las puertas, se abrió luz a mis ojos ciegos y la descubrí. Era esa belleza excepcional, que no sabes por qué, pero es. No podía creerlo: todos sus gestos, su forma de pararse, su forma de no arrastrar tristeza, sino preocupación. Quizá como yo. Todo, todo era perfecto, sus defectos eran preciosos; la hacían una persona normal. Su cuerpo irregular, pero a la vez simétrico donde tenía que serlo. Era una chica normal tomada del tubo para sostenerse y yo sólo pensaba en lo sensual que debía verse si lo tomara más en serio. Cruzábamos miradas de vez en vez, y ella sonreía al verme babear. Le ofrecí el asiento un par de veces, pero ella quería seguir mostrándome su voluptuoso cuerpo que se mecía con el andar del camión. No me negué, ésa es la verdad, verla era lo mas pinche cachondo que me había pasado en la vida, y aparte de cachondo. Era el placer mas culposo que había tenido en toda mi vida, pero no podía evitarlo, y sentirme culpable. No iba a detener el flujo de sangre acelerado que corría por mis venas al verla tan cómodamente hermosa. Después de unos cuantos minutos de excitación, comencé a temer que llegaba la hora de la despedida. Yo podía pasar de largo mi estación por seguirla, pero de nada serviría, de todas formas se bajaría y seguiría su rumbo…no podía evitar el adiós…yo también tenía que llegar a un destino y seguir con mi vida. Fuera cual fuese, me gustara o no. Me sentí sola, ésa era la verdad. ¿Por qué no podía seguirla? ¿Por qué no podía cortejarla? ¿Por qué ni siquiera podía hacerle un cumplido a esas preciosas caderas que junto con sus nalgas eran la meritita razón para volver loco a cualquiera, pero en esta situación era a mí? ¿Por qué, por qué? Si tenía las tetas más antojables que había visto jamás. Ésas que me habían hecho cambiar todo el contexto en que vivía mi cabeza. Nada, simplemente nada. Llegó la estación a la que pertenecía mi destino y decidí hacerlo rápido antes que aquel chirriante piiii siguiera taladrándome los oídos. Era la hora de volver a tierra, de comenzar la rutina, de volver a casa. Él estaba ahí, esperándome. Con una sonrisa me acerqué a darle un beso. Volvía a sus brazos. Volvía a su sexo. Volvía a ser yo, la que lo amaba.
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“Atrévete a contarlo”
La vida delante y detrás del espejo Ramiro Hernández Ortega
-¿A
dónde vas? -¡No puedes salir de aquí! ¡Ya sabes, corres peligro y corren peligro!- Fue la respuesta del enfermero en turno, que no permitía a los huéspedes hacer algo fuera de lo normal.
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-¡Déjame! No me quites a lo que tengo derecho: a respirar aire puro, ver el cielo azul, admirar la naturaleza y hablar con la gente. Ésta es mi condena, mi sueldo, mi regalía por vivir desordenadamente. Mírame: olvidado, rechazado y enfermo. Mi bata blanca a media rodilla, habla de que soy miembro de un grupo selecto, que se encuentra enclaustrado entre cuatro paredes, sin poder ver el mundo, sin vivir como una persona normal. Tengo derecho. Soy ser humano al igual que todos ustedes. -¡No me importa lo que digas! Tú escogiste estar aquí, por ejercer tu libertad ¿o me equívoco? Di la media vuelta. Me quité del ventanal que estaba en la sala de espera de mi augusto hotel, y me dirigí al cuarto para buscar la cama 103; que era donde yo pasaba la mayor parte del tiempo. Eso era lo que vivía día con día en el hospital que se encontraba en la calle de la Esperanza. Entre las avenidas de Igualdad y Dignidad, en la colonia La paz. Ésa era la dirección donde Carol estaba destinada a pasar sus últimos días, como un niño pequeño que debe tener los mejores cuidados. Las crisis más fuertes que le venían eran las de juzgar la bondad y el amor de un supuesto Dios, que escuchaba por boca de un sacerdote que visitaba el distinguido hotel. -Para entrar al reino de los cielos es necesario ser como un niño-siempre decía el sacerdote. Carol siempre pensó que él ya era de nueva cuenta como un niño, sólo le faltaba algo. Él se veía como una simple pieza del enorme rompecabezas, donde era la número 189,328, 285,478, 345 que difícilmente encontraría su lugar. Aunque le costaba aceptarlo, reconocía que las palabras del sacerdote entraban muy en el fondo de su corazón y provocaban todo un huracán de emociones encontradas, a las que tenía que dar solución. Al amanecer, tomó un lápiz, una hoja y el frasco de tranquilizantes para irse directo hacia los sanitarios en donde había un gran espejo. Se puso frente a el. Se miró detenidamente. Escribió. Tomó las pastillas y después… Los enfermeros tomaron el cuerpo como se toma una caja llena de objetos inservibles, destinada sin más a la basura. En la barra del sanitario, cerca del lavabo, estaba mojada la nota que decía: “Hoy entraré al reino”.
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“Atrévete a contarlo”
La noche inesperada Hugo César Vázquez Morales
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ncontrarme de nuevo con ese lugar trajo a mi mente muchos recuerdos. Fue inesperado. No es que crea en el destino, pero se encargó de llevarme a ese lugar de nueva cuenta. Me trasladó a aquel momento. En un instante pasaron por mi mente muchas imágenes, y en todas aparecía ella. Algo tenía esa mujer, que por más que quise quitarla de mis pensamientos no lo logré. No puedo mentir, soy un hombre talentoso, emprendedor de negocios. Estoy realizado como todo hombre y trato de ser feliz, porque, aunque a veces logro serlo, el recuerdo de ella siempre me hace miserable. Quién iba a imaginar que esa noche algo diferente ocurriría, que la presencia de un ángel (la llamo ángel porque me dio tantas de las cosas que pensé nunca conocer) fue luz a mi oscuridad. Decidido a descansar, después de leer mi libro y lavarme la cara, me dormí. Al cabo de unos minutos alguien llamó a mi puerta, con toda honestidad decidí seguir durmiendo, pero la curiosidad me pudo. Me levanté descalzo e inmediatamente abrí la puerta. Entonces la vi. Era la chica de buena apariencia que conocía desde hacía tiempo, pero que por alguna circunstancia no coincidíamos en vernos. 49
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-Buenas noches Alberto, me dijo muy dulcemente, se que es muy tarde como para andar paseando de noche, pero un presentimiento me hizo llegar hasta aquí. -No hay problema, pasa y siéntate, le contesté. Al empezar a platicar con Berenice sentí algo que no había experimentado, la cual ignoré para no tener que ocuparme en otra cosa. Fue una noche genial, platicar con alguien agradable, reír por cada tontería, sentir la compañía de quien se preocupa por ti, disfrutar del café que preparo sólo en ocasiones especiales, en fin, me sentía como nunca; un hombre nuevo. La invité a quedarse en casa, y a pesar de tener una mirada temerosa, aceptó, pues era demasiado tarde para que una mujer anduviera sola de noche. Como todo buen caballero le otorgué mi cama, y yo me dirigí a dormir en el sofá. Había pasado algo de tiempo, y entre dormido y no, comencé a sentir cómo se movía algo muy lentamente sobre mis sábanas. Abrí inmediatamente los ojos y la vi. Era ella, que estaba sentada sobre el sofá. Una mano estaba sobre mi cuerpo y la otra apuntaba con su dedo a mi boca invitándome a permanecer callado. En ese momento volví a tener la extraña sensación, que cual tuvo ímpetu al sentir su mano abrir la bragueta de mi pantalón. No pude contenerme. La dejé que siguiera y fue cuando reaccioné. Necesitaba estar con alguien, sentirme querido, amar y desear. Esa era la extraña sensación que me provocó al verla. Incorporándome del sofá la abracé fuerte, evitando que se fuera. Le fui bajando sutilmente el vestido. Recorrí su piel hasta estremecerla. Podía sentir su necesidad de mí. Constantemente repetía frases que tiempo atrás me parecían estúpidas: te amo, te quiero, te necesito. En una frase resumiría todo ese momento, no te vayas. Había estado con otras mujeres, pero ninguna me había hecho sentir lo que ella había provocado. Sentir nuestros cuerpos húmedos. Fundirnos en una sola piel. Quedé maravillado con ella. Era todo lo que buscaba: tierna, frágil, delicada. Me sentía todo un hombre, y no necesariamente por mi virilidad demostrada, sino porque encontré lo que pensaba que había perdido. Llegó la mañana y, tuve que terminar con ese momento que nunca se volvería a repetir. Tomé valor. Me invadió un sentimiento de culpa al haberla utilizado. Se que pasé un momento increíble, que encontré todo lo que buscaba, pero mi vida es así; ocupado siempre. No hay cabida para sentir algo que perturbe mi vida. Haciéndome de hierro le dije que se marchara, que nada había pasado. Berenice, con el alma destrozada y los ojos húmedos se marchó sin decir nada. La expresión que tenía decía más que cualquier palabra. Ese dolor hizo que día a día se fuera marchitando, como la flor al faltarle el agua. Sin embargo, por más que traté de olvidarlo, siempre está presente lo que sucedió. Me clavó su espina la bella rosa, jamás la podré olvidar. Nada está dicho, el destino siempre tiene una nueva jugada. Es tan enigmático e incomprensible, que a pesar de saber que ha pasado tanto tiempo, ella estará aquí al anochecer…
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“Atrévete a contarlo”
La caída Eduardo Soto Borja Quintanilla
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n la tercera casa de la tercera privada, una familia hippie se preparaba para comenzar el día; la madre se encontraba en la cocina, terminando el desayuno; el padre revisaba cosas en el comedor. La mamá se acercó a las escaleras y gritó con fuerza: - ¡Elizabeth! Al principio no hubo respuesta, la mamá gritó; con más fuerza. - ¡Elizabeth! En el segundo piso de aquella casa, en el rincón del pasillo izquierdo, de la habitación contigua a la terraza dormía una adolescente de 19 años, que medio abrió los ojos, tras el grito de su madre. - Mm… ¿qué ocurre? Elizabeth, Lizzy como prefería que la llamaran, contempló su habitación: ropa tirada, cuadernos y libros de mitología desordenados y en el suelo. El cuarto estaba iluminado por una única ventana, todo lo demás era oscuridad. Lizzy era alta, esbelta, de cabello rojo, ojos verdes hermosos, tez blanca y mandíbula mediana. Siempre caminaba con paso decidido. Las paredes estaban repletas de carteles, acerca de diferentes tipos de vampiros. La esbelta chica de 19 años trató de incorporarse en su cama hecha un desastre. A la derecha de su cama tenía un pequeño mueble de madera con lámpara y encima de la mesa, un libro. El título de este, rezaba así: Vampiros, cómo convertirse en uno Mi libro preferido, pensó Lizzy. Se levantó y lo acomodó en la repisa. - ¡A desayunar! - le gritaba con insistencia su madre. - En un momento bajo - respondió mientras preparaba sus cosas para darse un rápido regaderazo. A los 10 minutos, la chica bajó y se sentó donde estaba su respectivo plato; junto a su padre. - Tardas mucho, hija - le dijo su mamá. - Buenos días hija. Desayuna, que me voy. Esto te ocurre por acostarte tarde. Apenas llegas al colegio. Es tu última semana antes de entrar a la Universidad --- le dijo su padre. Lizzy desayunó hot-cakes, entonces, recordó el sueño que tuvo la noche anterior. Entraba por una enorme cueva y encontraba un ataúd; con un fuerte soplo, Lizzy le quitó el polvo; y tras abrir el ataúd, qué estaba algo pesado, vi un cuerpo inerte y chico recostado. 51
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Sin advertirlo, de la más profunda oscuridad que Lizzy pudo ver jamás, salieron un montón de murciélagos hacia ella. De tantos que eran, Lizzy calló al suelo, y se tapó del ataque con sus brazos… - ¡Elizabeth! - ¿Qué? - volvió a la realidad, y percibió a su madre, ya molesta por su lentitud. - Apúrate. Lizzy desayunó rápidamente y después de limpiarse la boca y demás, salió de la casa. Su padre la esperaba con el carro encendido, y ambos se fueron. - ¿Elizabeth?, ¿hija? - gritaba la mamá al borde de la escalera. Tras unos segundos; ella apareció. - ¿Qué ocurre Mamá? - Necesito tu ayuda. Baja por favor. Lizzy bajó las escaleras y encontró a su madre en la cocina, preparando la comida. - Dime. - Sácame el pan y pártelo; luego abres esta lata de chiles verdes. - ¿Qué cocinamos? - Tortas. Media hora más tarde, llegó el papá y comieron los tres. Ya entrada la noche, Lizzy terminaba de hacer la tarea, y al prender la televisión, le tocó “El Conde de Montecristo”. La vio como una hora, luego, empezó a escuchar voces: Lizzy, Lizzy, ven a mí... - ¡¿Quién está allí?! - la chica volteó a todos lados. No había nadie allí. Apagó el televisor, y subió a dormirse. Se acomodó en sus suaves sábanas amarillas, y cerró los ojos. A la media noche, un ruido la despertó: - ¡¡¡AAHH!!! Se levantó y caminó a la puerta, sólo sombras. ¿Qué está pasando?, pensó. Caminó por el pasillo, sentía curiosidad, una noche así; sólo el viento estaría violento a esas horas. Un mal presentimiento recorrió cada centímetro de su cuerpo. Bajó las escaleras, y sólo percibió movimientos en la sala. Caminó por la cocina, y escuchó una voz: - Tienes el libro clave, lo has leído, te llevaré a nuestro mundo… De repente, Lizzy comenzó a escuchar unas voces melodiosas que provenían de arriba. Pisó un escalón, y éste rechinó; un rayo sonó a lo lejos del terreno. Subió pisando otro peldaño, y este crujió con más fuerza. Se detuvo por unos segundos; y decidió subir todos de un solo tramo. Así que brincó saltándose cuatro escalones. Lizzy, Lizzy, Lizzy, ven a mí. Elizabeth, estás cerca. Lizzy… Cuando la chica llegó a su cuarto, distinguió una silueta negra, pero como estaba junto a su ventana, Lizzy no le reconoció. Avanzó un paso dudosamente. La silueta levantó lo que pareció su brazo, y Lizzy sintió que una extraña energía la atraía hacia esa presencia. Esta se le acercó y le susurró: - Te llevaré a mi mundo… Sin advertir nada, Lizzy fue succionada a otra dimensión, y nadie pudo hacer nada por ayudarla. Lizzy abandonó, sin darse cuenta, la tierra… 52
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“Atrévete a contarlo”
Historia de un recuerdo José Luis Alejos Balderas
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s el tiempo que se proyecta hacia la eternidad en el baúl de mis recuerdos, añorando los años de mi niñez. Recostado sobre el suelo de la terraza del segundo piso, recibiendo el calor de mi padre el sol, soñaba tantas cosas que deseaba que me sucedieran, pero no fue así… El tiempo pasó volando, incauto, estéril, implacable. ¿Por qué se considera que el tiempo rige la vida del ser humano? ¿Cuándo parece que el tiempo pasa muy rápido y cuándo muy lento? ¿Por qué pasa eso? Transitaré en un reloj desde mi infancia, veloz etapa de sueños, pasando por una juventud de hormonas desbocadas, hasta una madurez con dolores y escasas alegrías; tren que no descarrila, pero que hiere e indudablemente, mata. Constantemente me cuestiono qué puedo hacer para que, en definitiva, el recuerdo no robe lo que pertenece al olvido, pero dudo si el recuerdo conoce cuáles son las cosas que pertenecen al olvido… Ella es el mejor recuerdo que tengo desde siempre y para siempre, pero, ¿ella pertenece también al olvido? Anhelo el poder encontrarla nuevamente en mi camino. Poder reflejarme una vez más en esa mirada, que me hace soñar; sentirme dueño del mundo. A su lado soy feliz y nada me puede destruir, pues me hace fuerte frente a la adversidad. Nos amábamos tanto, pero la distancia era grande y no podíamos besarnos. ¡Si por un solo instante pudiéramos estar juntos! Pero está prohibido en este universo oscuro, en este universo helado y matemático. Aún recuerdo la noche tibia en la Ciudad de las Rosas; serena, paciente a la espera del encuentro de aquellas almas que se encontraban vagando en el éter de sus sueños, esperando encontrarse en un universo paralelo. Andando por aquellas calles tranquilas de la ciudad, con aquellos faros a media luz, con los niños corriendo en el jardín, y la gente saliendo del templo después de misa, ahí me encontraba yo. Envuelto entre decenas de personas, caminando de un lugar a otro. Los novios platicaban en el jardín acerca de su posible destino. Los jóvenes riendo de sus aventuras que habían ocurrido durante la tarde. Me encontraba platicando con un gran amigo sobre los amores eternos, los amores platónicos, de los amores inesperados que te cambian la vida y te impulsan a perseguir los sueños inalcanzables. Después de haber conversado largo rato decidimos regresar a nuestro poblado, cuando así de entre la noche callada, pudimos percibir una voz penetrante, cálida y llena de vida. Se acercó una dulce imagen con delicada figura rompiendo el estupor de la noche. Era 53
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amiga de mi compañero, se acercó a saludarnos, algo apresurada y casi sin aliento, pues había recorrido algún tramo para tratar de alcanzarnos. Ella quedó frente a él y no pude observar de quién era aquella dulce voz. Entonces mi mirada se perdió por un instante al observar una luna llena esplendorosa, que atravesaba con sus rayos de luz las nubes y también mi alma. Entonces mi compañero rompió el trance en el me encontraba. Cortó el silencio diciendo: -¡Te presento a la señorita Zaira! En ese instante pude reconocer de quién era aquella voz, mientras que un halo de luz de luna iluminó sus ojos brillantes, despiertos, alegres, color miel, que me embrujaron al instante durante el encuentro de nuestras miradas. El mundo se detuvo, todo quedó en silencio. No existía nadie más en este universo. Sólo ella y yo. En tanto que yo, absorto, continuaba admirando la belleza de sus ojos iluminados por aquella mágica luna. No se cuánto tiempo pasó. Tal vez una eternidad, o sólo algunos segundos, quizá toda una vida. Poco tiempo después pude reaccionar y extender mi mano hacia aquel ángel que había soñado tantas veces desde niño… A partir de esa noche fui creyendo en ella. Mi mundo se tornaba en una gran pirámide, la cual fui cimentando bloque por bloque; un sueño cargado de deseos, que al final solamente resultó ser quimera. Como olvidar las caminatas por las noches tomando su mano o aquellos momentos en los que mis poemas se posaban hasta su ventana, cual ruiseñor que despierta a la aurora; así mis versos susurraban en su almohada cuánto la amaba ¡Oh Dios, cuánto la amaba! Mis mañanas eran hermosas y a todo cuanto pasaba a mi alrededor le encontraba sentido. Las tardes cargadas de cielos azul turquesa preparaban a la bella Ciudad de las Rosas para recibir la tranquila noche. Y despedía a coro al astro rey, dejando a la nostalgia correr detrás de éste. La algarabía y el alboroto se desvanecían dando paso a la mensajera del cielo, que corre tratando de alcanzar a su amante que pocas veces le encuentra. Tardos se hacían los minutos y las horas del día, añorando escuchar su voz. En numerosas ocasiones hice del viento mi mensajero. Le contaba cuán grande era para mi ese ángel de ojos de miel. Aún no comprendo lo que pasó. No sé cómo terminó o en dónde declinó nuestra relación. Tal vez languideció por la penuria del tiempo que, como juez, sentencio con al campo desolador del olvido. ¿Habrá sido la ausencia la causante de todo? No sé en que momento la barrera de la distancia se opuso entre nosotros. Aquél olor de primavera sólo me remonta a la soledad. Y aún yaga en mí la herida de aquella noche de abril, en que mi lucero quedó cubierto por la gran nube de la desesperanza. Buscaba tu figura en medio de la noche y lo único que encontré fue al bufón de la distancia. A veces esta luna de octubre me parece un poco más luminosa y me remonta a los días en que me reflejaba en la miel de tus ojos. Entonces nace tu recuerdo, aunque mis días son eternos por esperar tu llegada.
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“Atrévete a contarlo”
Una esperanza de vida Yazmín Andrés Becerril
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ngélica, cansada de sus dolores de cabeza, decidió consultar un médico. Se dirigió al consultorio. El doctor comenzó a revisarla y posteriormente le pidió que se realizara unos exámenes. Le encargó que regresara cuando estuvieran listos los resultados. Pasaron dos semanas después de la visita y Angélica regresó acompañada de su marido. Le entregó los estudios. El doctor los examinó. Los resultados eran claros. Angélica tenía un tumor cerebral en un estado muy avanzado que hacía imposible cualquier intervención quirúrgica.
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Cuando el matrimonio estaba por retirarse del consultorio, el doctor pidió hablar a solas con el esposo. Fue muy difícil explicarle que él ya nada podía hacer por su esposa. Después, el esposo de Angélica, le pidió al doctor que le dijera cuanto tiempo de vida le quedaba. El doctor le respondió que aproximadamente dos meses. Sin embargo pasaron los meses y Angélica seguía viva. Parecía haber mejorado, gracias a la voluntad vivir; de luchar hasta el último instante. Por casualidades de la vida el doctor se enteró de la milagrosa recuperación de Angélica y decidió visitarla. Eran las 6 de la tarde cuando el doctor tocó timbre en la casa de Angélica. La plática entre ellos se concentró en la extraña recuperación de la señora. Después de unas horas, los tres estuvieron de acuerdo en que lo que estaba sucediendo era un milagro. Antes de irse, el doctor le confesó al esposo de Angélica que él estaba seguro de que no duraría más de dos meses, pero prefirió no darle un tiempo determinado. Angélica constantemente se realizaba estudios para saber de su recuperación, pero por descuido dejó de realizarlos. Esta vez ya no había remedio. Angélica estaba en estado terminal. Murió tiempo después debido al crecimiento del tumor. Un pequeño descuido terminó con una esperanza de vida.
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“Atrévete a contarlo”
El juego del poder Alejandro Roncero Olmedo
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na mujer muy atractiva me contó lo que le había ocurrido hacía tiempo. Cuando ella tenía diez años, estudiaba en una escuela de monjas. Siempre estuvo en contra de la Iglesia y de la política. Era muy rebelde. Tenía muy buenas calificaciones, pero pésima disciplina. Tenía facilidad para ser líder. Las maestras le tenían mucho respeto.
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Practicaba gimnasia olímpica, y lo hacia muy bien, al grado de que ganaba todos los campeonatos en los que ella participaba. Su más grande sueño, en aquel entonces, era ir a las olimpiadas. Tiempo después, en la preparatoria, concursó en un encuentro de poesía. Ganó con una facilidad endemoniada. Ahí conoció al Presidente de la República y se entrevisto con el. Cuando terminó la preparatoria, entró a la Facultad de Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus profesores eran muy prestigiados: un magistrado, el mejor abogado administrativo, el Secretario de Hacienda, y demás. Ella aprendió todo lo que pudo de sus maestros. En el transcurso de su carrera universitaria, empezó a trabajar como la asistente de un diputado muy importante. Ella se enamoró del diputado, pero un su romance culminó cuando lo asesinaron. Ella continúo su carrera profesional y llegó a ser diputada. Hizo muchas iniciativas de ley, todo con un sentido, quería llegar a la presidencia. Tuvo muchos obstáculos cuando empezó en la política. Intentaron matarla en varias ocasiones. Había un diputado que tenía muchas influencias en México. Lo veían muy seguido con los narcotraficantes más peligrosos del país. Tuvieron muchos conflictos porque ese diputado era su competencia directa. Era muy peligroso y todos le tenían miedo, menos ella. Por eso mucha gente se unió a ella, mientras que él quería quitarla del camino. El mandó a unos sicarios a que la mataran. Entraron a su casa. Eran cuatro, dos se quedaron afuera y dos entraron. Ella estaba dormida cuando uno de ellos irrumpió en la puerta. Ella despertó y se percato de que el sicario le estaba apuntando en la frente. Ella intentó decir unas palabras, pero se escucho un disparo. El sicario que la apuntaba cayó desplomado a los pies de la cama. Ella levantó la cara para ver quién había disparado. Se dio cuenta de que había sido el otro sicario quien había disparado. El sicario le confesó quién había mandado matarla y le dijo que no iba a pasar nada, pues él estaba ahí para protegerla. A la mañana siguiente amaneció muerto el diputado, con un balazo en la frente y con el cuerpo quemado. Llegaron las elecciones. Ella arrasaba en las encuestas. Su partido político dio todo el apoyo para que ganara, pero ella en por un momento pensó que perdería las elecciones. El día de los resultados hubo un atentado y quemaron todas las boletas. La Institución Electoral organizó otras elecciones seis meses después. En esos seis meses ella hizo una campaña excelente y ganó todas las encuestas. Su opositor estaba muy enojado por eso. Un día, cuando ella iba a visitar a su madre llegaron tres individuos a golpearla. Ella dejó atrás el suceso, y siguió con todo su plan para llegar a la presidencia. Tiempo después recibió una caja con un mensaje que decía: “Esto es sólo una advertencia”. Abrió la caja. Vio la cabeza de su madre. El juego del poder había ganado nuevamente la partida, y yo lamentaba profundamente la ausencia de mi abuela.
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“Atrévete a contarlo”
La visita de la eternidad Anselmo Campuzano Martínez
A
mí me conocen como la Pelona, la Catrina y con otros nombres más. Yo me encontraba organizando mi gran fiesta, ya cercana, en un antiguo teatro al lado del mar. Todas las gradas de aquel teatro estaban ocupadas por aquellos que cada día voy invitando; los que me acompañan van vestidos algunos con elegantes trajes y otros con sencillos vestidos de manta. Mi vestimenta es de gala, vestido negro con crinolina, un sombrero y una capucha que me recubre todo mi rostro, pero podía ver a través de una fisura de la tela. Era tiempo de ir por otro invitado especial. En la trajinera que me lleva por los caminos, para visitar a mi invitado, a mi paso todo parece detenerse; tal pareciera que mi paso es como un breve suspiro en la corta vida de aquellos que visito. Todos temen mi visita, porque les causa dolor; el dolor de una separación que ellos piensan que es eterna. Sentado sobre su cama se encuentra Germán. Parece como si me hubiera visto, cansado, con los ojos inmersos en la nada. No sé si sepa que vengo por él, pero es tiempo de que me acompañe. -Germán- le dije- es momento de partir. - ¿Quién eres? - me pregunta como si no quiera saberlo¿Qué haces aquí? -Soy la dama que todos temen y nadie comprende. Es momento de que acompañes. -Pero no quiero acompañarte en este momento. Mañana es un día muy importante para mí y no puedo partir. Un soplo de aire frio y el silencio se apoderó de aquella recamara, sentimiento de soledad y tristeza, como si el comienzo de una mística despedida empezara a gestarse.
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-No, no puedo; mañana, dijo Germán, como un murmullo entrecortado por el tiempo -Es momento de partir. Tu camino en este mundo marcó su final y nada puedes hacer para evitarlo. -¿Por qué eres injusta y cruel? ¿Por qué quieres compartir con los hombres de tu soledad trayendo dolor y desolación a cada momento de tú visita? Eres injusta, mira cuantos hombres desean que los visites y que los lleves por los senderos que tú caminas, cuantos intentan suicidarse, cuando son malos y merecen que te los lleves y tú no los visitas. Permanecí callada. Cada sonido que salía de la boca de aquel hombre parecía un eco en la oscuridad. De forma desesperada trataba de convencerme de que no le marcara mis caminos para recorrerlos eternamente a mi lado. Se levantó aquel hombre de su lugar para dirigirse a una vieja mesa de madera que se encontraba en medio de aquella habitación. Tomó una pequeña botella de tequila y un vaso, que lo llenó despacio, como si estuviera repasando cada momento de su existencia. Se sentó en una silla de madera y palma. Un reflejo tenue de un relámpago, ilumino su oscurecido rostro, del cual una lágrima brotó y resbaló cual surco por la tierra. -Te llevaste a mi madre. Recuerdo que de niño- dijo con melancolía brotada de su corazón- me cuidó con esmero y con mucho amor, pero tú… - sepultó sus palabras con un trago de aquel tequila- me dejaste en la soledad. Por ti dejé de pensar en el mar, dejé de ver la estrella que iluminaban mi camino. He llorado como el mar. Por ti la amargura me sigue a cada momento de mi existencia. Llorando, indefenso, como un pequeño niño ahogado por la pena de su corazón, tomó una fotografía y lleno de tristeza se levantó, y se dirigió nuevamente a su cama. -Germán, Germán, no me culpes por tus penas y dolor, cada vida de ustedes los humanos en este mundo es un momento de eternidad. Ustedes la desprecian llenado su corazón de odio. Si hubieras vivido cada instante, como si tu tiempo fuera limitado este momento, no sería difícil para ti. Cada momento en esta tierra es un momento de nacer y morir. La vida existe porque yo existo. Imagina si no hubiera guerras, enfermedades y muerte, este mundo no tendrá sentido y acabaría con todo lo que existe en él. Mira a un niño nacer y a un viejo ceder el lugar. Me dices que soy injusta, pero más injusto eres tú por dejar ir lo que ya no es. -Mañana es el día que mi madre me visita, mira lo que he preparado - apuntado con el dedo a un rincón de aquella habitación. Un pintoresca ofrenda, con un poco de pan, mole, fruta y un jarro de barro con tequila. Al verlo de aquel modo y con una ternura en sus palabras, me pasó algo que nunca me había sucedido. Martha, su madre, iba a mi lado. Al verla Germán, su rostro, antes oscuro, se lleno de mística alegría. -Es momento-dijo Germán– he comprendido que el final, no es más que un inicio. La recepción de mi fiesta estuvo llena de olor a flores y melancolía. Y en medio de aquel teatro, dos figuras bailando al son de la música, como si esta noche fuera eterna, y el murmullo del viento que lleva un soplido de nostalgia en la eternidad... 60
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“Atrévete a contarlo”
El que a hierro mata… Mariana Zebadúa Torres
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n una ciudad caótica como el Distrito Federal, vivía Magda con su familia. Vivían mamá, papá e hijos juntos. Ella era guapa, motivada porque ya iba a empezar su vida como universitaria. Debido a su gran facilidad con la aplicación de las matemáticas, decidió estudiar actuaría. Su mamá y papá solían darle consejos acerca de la nueva vida que iba a enfrentar, pues ellos pensaban que no era fácil, pero gracias a la inteligencia de su hija, estas dificultades podrían ser superadas.
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Magda se percato que la situación no era tan difícil como se la planteaban sus padres, la escuela le gustaba. Y sus conocimientos eran suficientes para entender su carrera. La relación con sus amigos mejoraba día con día, en especial con un joven de nombre Jorge, que con el tiempo finalizó su relación de amistad para empezar una de noviazgo. La forma de conocerlo fue la más desafortunada, pues en una noche de copas, ellos tuvieron sexo. Durante un tiempo sucedió lo mismo, y con esto ambos descuidaron sus estudios. Ella ya no era la persona brillante que entendía a la perfección, pues no tenía tiempo de estudiar. Él no se preocupaba tanto por preparar su futuro, pues ya lo tenía asegurado con sus padres. Los padres de Magda, al percatarse de ciertas actitudes, decidieron platicar con ella; trataron de hacerle ver las pequeñas fallas que debía cambiar, pues había tenido un cambio drástico emocionalmente, por el amor que sentía hacia Jorge. Ella no hizo caso a las sugerencias, pensó que era lo suficientemente adulta para saber qué hacía de su vida. Magda se embarazó, y con esto vio truncados sus estudios; ya que el bebé que esperaban no había sido planeado. En principio, la noticia no le pareció del todo mal por la emoción de tener a su hijo, pero con el tiempo la situación fue empeorando poco a poco. Su embarazo fue problemático, tenía muchos ascos, mareos, y principalmente una depresión a consecuencia de que Jorge seguía en su vida normal: saliendo con sus amigos por las noches, los fines de semana, y bebiendo hasta perder el sentido. Magda se sentía frustrada, ya que él nunca se hizo responsable de la situación. Los padres de Magda no lo tomaron del todo bien, pues pensaban que ellos le habían dado un consejo a su hija y ella, lo había desechado. Sin embargo la apoyaron hasta el nacimiento del bebé. Después de algún tiempo, Magda y Jorge siguieron su relación. Una relación que se tornó enfermiza, puesto que lo único que les mantenía unidos era su adicción al alcohol. Un día cuando se encontraba en casa con su círculo de amigos, el niño no dejaba de llorar. Magda, ebria y fuera de sí, comenzó a golpear a su hijo hasta que sin darse cuenta lo mató. Magda sintió descanso por aquella gran responsabilidad que se había acabado. Y justificó ante todos el asesinato de su hijo, inventando que se lo habían robado. El tiempo transcurrió, pero un infortunado día, caminando por donde había una excavación profunda, cayó sin que alguien se diera cuenta. Por el golpe, quedó inconsciente y no pudo dar señales de vida. A las dos horas siguientes del accidente, la excavación fue rellenada sin que nadie supiera nada sobre el fin de la vida de Magda.
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“Atrévete a contarlo”
Una historia de amor imposible Edson García García
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n Forks Washington fue donde empezó la aventura amorosa de Isabella Marie. Ella vivía con su madre en Phoenix. Su madre, llamada Reneé, era una mujer muy atrevida con un espíritu joven para su edad. Reneé estaba a punto de casarse con Jilberto, un jugador de baseball. Isabella o Bella, como ella prefería que la llamaran, quería dejar que su madre estuviera con su esposo sin que tuvieran que preocuparse por ella. Bella no podía irse a vivir sola, ya que sólo tenía quince años, así que decidió ir a vivir con Carlos, su padre. Su padre era el jefe de policía en Forks. Bella tenía mucho tiempo que no lo veía. Carlos, como ella lo llamaba era muy similar a Bella; responsables, tímidos, serios. Él no era casado. Siempre había estado solo desde que Reneé lo abandonó, cuando Bella sólo tenía seis meses de haber nacido. Cuando Bella llegó, Carlos estaba fascinado, pero Bella no. Pues a diferencia de Phoenix, en Forks el clima siempre es frió y lluvioso; y era rara la ocasión en que hacia calor. Bella estaba inscrita en la preparatoria de Forks, y todos la esperaban ansiosos de conocer a la hija del Jefe Swan. Bella al día siguiente estaba muy nerviosa, ya que era su primer día de clases y no conocía a nadie. Carlos le había comprado una pick up Chevy roja del año 1984, para que ella se trasladara a los lugares del pueblo. Cuando llegó a la escuela todos la veían como si fuera algo magnifico en el mundo. Muy nerviosa se dirigió a la oficina del Director, en donde la secretaria la reconoció con mucha facilidad llamándola: Isabella Marie Swan. La amable secretaria le dio un croquis de la escuela con las materias que le tocaban. Su día fue bueno. Conoció a varias amigas, y a algunos chicos que estaban muy interesados en ella. Conoció a Jessica y Ángela, quienes fueron muy amables. También conoció a Mike, quien mostraba un interés peculiar por conocerla. Bella se sentía incomoda ya que todos la veían y murmuraban sobre su estancia en la escuela. Eso no le sorprendió mucho, ya que Forks era un pueblo pequeño, donde todo chisme o rumor se sabía con rapidez. En la hora del almuerzo Jessica y Ángela la invitaron sentarse con ellas. Todo marchaba bien excepto por las preguntas a las que fue sometida. Una mesa fue la que llamo su atención, la mesa donde estaban dos chicas hermosas y extremadamente pálidas; una era rubia, más bella que una modelo, alta con unas facciones finas, la otra era un poco más bajita, con cabello corto color café, eran hermosas. Junto con ellas se encontraban tres chicos; uno con unos músculos enormes y cabello 63
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café oscuro. El otro tenía el cabello dorado y era callado, pero el que más llamo su atención fue el joven de cabello cobrizo, delgado, con unos ojos color topacio, pálido, alto, y sobre todo con un misterio en los ojos. Él también noto que Bella lo observaba con tanta atención. Bella le pregunto a Jessica quién era. Ella respondió que eran la familia Cullen, hijos adoptivos del Doctor Cullen y su esposa Esme. Ellos eran Alice la chica de cabello café, Rosalie la rubia, Emmett el musculoso, Jasper el de cabello dorado, y el chico más divino, pensó Bella, era Edward, Edward Cullen Cada día de la semana transcurría con normalidad, pero aquel chico, Edward, no le dirigía la palabra, hasta que un día, con una voz musical le habló. Edward era muy atento, caballeroso, pero misterioso con una piel fría como el hielo y blanca como la cal, pero a ella no le importó. Bella estaba enamorándose del chico misterioso. Un día el Señor Banner, profesor de español, dejó una investigación sobre vampiros. Cuando la noche llegó ella empezó la investigación, tomando como recurso la fuente más fácil, el Internet, en donde aparecieron varias páginas sobre el tema. Ella automáticamente dio click en la página principal, ya que quería tener el mayor tiempo libre posible para pensar en ese joven. Leyó en la información acerca de los rasgos de un vampiro, y notó que todos encajaban con los rasgos que tenía Edward, y aclaro el misterio. Edward era vampiro. La idea fue aterradora, pero el chico ahora era su vida. Al siguiente día llegó temprano a la escuela ansiosa de pedir una explicación. Él se estremeció cuando ella le dijo sus sospechas, pero al fin le dio una explicación de su piel pálida y fría. Sus sospechas eran ciertas Edward era vampiro, a ella no le importó. Bella, llena de dudas, empezó con un interrogatorio larguísimo: ¿cuántos años tenía? ¿quién lo transformó?, y muchas cosas más sobre su origen. Él poco a poco empezó a explicarle cada una de sus dudas. Un noche él la invitó a un partido de baseball con sus hermanos. Todo iba bien hasta que dos vampiros se acercaron a jugar. Preocupados rodearon a la frágil humana; ya que ella olía excesivamente bien. Los vampiros tenían el aspecto de la familia Cullen. Eran James y Victoria. Al oler a Bella empezó la cacería. Fue una lucha fabulosa para mantener viva a Bella, que ahora era la razón de ser de Edward. La pelea parecía un baile muy coordinado y elegante, la cual no todos disfrutaron tanto como Emmett el chico musculoso y atlético. Él luchaba contra Victoria; Alice y Rosalie contra James. Todo sucedió con suma rapidez, pero el gran baile terminó con unos simples pasos. La boca de Emmett se deslizo por el cuello de Victoria, como una caricia parecida a un beso. Minutos después su ardiente maraña de peló rojo ya no siguió conectada a su cuerpo. Alice junto con Rosalie siguieron el baile con James. Era un baile que hubiera roto el corazón de una bailarina, por la velocidad con la que se movían. Segundos después la cabeza de la melena roja y la de la melena negra rodaron hasta unirse. Bella estaba atónita, por lo cual era difícil que se mantuviera en pie. Edward la cargo y la llevo a casa. Ella estaba feliz ya que el chico divino, de cabello cobrizo, ojos color topacio, Edward, estaría con ella para siempre. 64
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“Atrévete a contarlo”
Historia hipócrita Juliana Navarro Avilés
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rataba de complacerme todo el tiempo. Me daba lujosos objetos, me trataba mejor que a una reina, me hablaba de una manera dulce y tierna, me adoraba igual que a una deidad y me respetaba, era un caballero. A mí me gustaba, la pasaba bien. No era guapo, pero no me molestaba darle un beso de vez en cuando mientras no fuese de lengua. Una noche salíamos del teatro y me besó. Sentía su lengua dentro de mi boca con un asco infernal. Cuando terminó sólo quería volver el estómago, pero al contrario de eso, dulcemente le sonreí. Desde esa noche empezó un romance entre nosotros, un romance tan puro y sincero. Un romance en el que yo era feliz. Días después, cuando dábamos un paseo me pidió que fuera su novia. Empecé a llorar, a desesperarme, sentía que me moría por dentro.
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Aún no olvidaba su rostro: sonrisa perfecta, cuerpo de ensueño, amaba que me abrazara con sus fuertes brazos. Sus manos recorriendo lentamente mi cuerpo mientras me besaba tiernamente. ¡Cómo me encantaba! ¡Cómo lo extrañaba! ¡Manuel! Vi a Luis y mi cuerpo gritaba desesperado que no podía estar con él, que lo detestaba, me repugnaba; odiaba su loción y no soportaba que me tocase, era como si un fuego ardiente me quemara y me dejara ardiendo. Le dije que sí y mentí diciendo que lloraba porque estaba demasiado contenta. Sacó de su bolsillo una caja cuadrada de color negro y la abrió. Cuando vi su contenido me sorprendí: un anillo de plata, pequeño, con un corazón. Lo sacó y lo insertó en mi dedo anular. Creí que sería feliz. No pasó mucho tiempo cuando recibí una carta de su parte, decía: Mí amada Darlín: No puedo estar más tiempo alejado de ti. Te necesito a cada instante. Te ofrezco vivir conmigo, una vida plena y llena de felicidad. Eres la luz de mi vida así que te ruego aceptes. Te amo, siempre tuyo: Luis Carranza Sentí que me volvía loca con esa carta, mi mente empezó a trastornarse mientras leía y trataba de captar cada palabra. Dos días después de que recibí la carta, Luis fue a visitarme. Habló con mi madre y me llevó a un café donde preguntó por mi respuesta a la carta que me había mandado. – Sí- le respondí. Cuando pronuncié esa palabra, esa mínima palabra, supe que estaba firmando mi condena de muerte. Pero no tenía opción, si no, él trataría de vengarse de mí y podría matarme. Le di la noticia a mi madre quién la tomó muy bien. Ella quería mucho a Luis, le encantaban los obsequios que me daba cada día. Nos mudamos a una modesta casita en las lomas. Durante las primeras tres semanas nunca dormimos juntos. Él era un caballero y sabía que tenía que respetarme, así que yo tenía una preciosa y lujosa habitación. El veneno enfermizo de su amor me volvía loca, era increíble lo mal que me sentía a su lado. Pasaban los días y me sentía atrapada. Comenzaba a asfixiarme, más de lo que imaginaba, cuando respondí accediendo a su propuesta. Necesitaba matarlo para poder ser feliz, para quedarme sola, para dejar de temer, para no volverme loca. Empecé entonces a planear mi asesinato y mi coartada. Mi actitud cambió por completo; pobre, le quedaba poco tiempo, estaba planeando como matarlo y era yo quién decidiría en qué momento moriría. Lo besaba y abrazaba mucho más a menudo, lo acariciaba dulcemente cuando pasaba cerca de él, pero jamás le entregué lo que él más deseaba, mi cuerpo, mi virginidad, mi secreto. Las sirvientas me veían adorarlo, veían como cambiaba mis ansias locas por verlo, como disfrutaba cada momento con él. Hablaba de él todo el tiempo, estaban convencidas que lo amaba de verdad. Nadie tenía que saber por qué no me entregaba a él. 66
Proyecto Asociado
“Atrévete a contarlo”
Por fin lo elegí, elegí el día perfecto para terminar con mi sufrimiento, para terminar con mi hipocresía. Esa mañana me levanté muy temprano y le dije que deseaba ir de viaje a la playa, que si podía irme sola, que necesitaba unos días para mí. Pensando que me sentía agobiada por la locura vivida en la ciudad me dijo que no habría ningún problema, que ese día, a las 3 podría tomar un avión que me llevara a Cancún. Se fue, salió de la casa de la misma manera que siempre lo hacía, porque pensaba que al regresar del viaje estaría yo aún más feliz y entregada a él. Salí minutos después que él, y le pedí al chofer que me llevara al supermercado a comprar algunas cosas que harían falta en la casa mientras no estaba. Compré una bolsa de chocolate para repostería, las galletas favoritas de Luís, una tarjeta de amor para dedicarla, veneno para ratas y algo de queso, las ratas invadían la casa, tenían que caer como moscas, teníamos que deshacernos de ellas, eran asquerosas, me repugnaban, las detestaba. Regresé a la casa y me dirigí a la cocina, necesitaba arreglar el queso para matar a las ratas; corté el queso en pedazos muy pequeñitos y los coloqué en una tapa de cubeta, sería terrible si uno de nosotros ingiriera el veneno, había comprado el más poderoso, me dijeron que podría matar a una persona en muy pocos minutos, tal vez dos horas, espolvoreé el veneno sobre los trozos de queso cual azúcar glas, le pedí a la cocinera que me pasara un tazón, una vez junto a mí le pedí el azúcar al igual que el chocolate y las galletas. Al momento que se volteó para alcanzarme los ingredientes accidentalmente moví la mano izquierda torpemente y el veneno cayó el en tazón, levanté la caja, no me fijé que había caído dentro del tazón, sólo limpié con una servilleta lo que cayó sobre la mesa. En cuanto trajo los ingredientes tomé de inmediato el azúcar y vacíe la mitad de la bolsa en el tazón, no me di cuenta de que había caído veneno para ratas, y se mezcló con el azúcar. Creo que no había mucha azúcar, creo que se cayó la mitad de la caja de veneno… Derretí en otro tazón la mitad de la bolsa de chocolate en el horno de microondas y tomé las galletas una por una, remojándolas primero en el tazón de chocolate y antes de que se secaran las revolqué en el azúcar, quedaban blancas, me gustaba el blanco, me hacía sentir paz, me daba ese sentimiento de libertad… Acomodé las galletas en una bandeja decorada por mí, llena de corazones, las galletas hechas con amor. Seguro las comería y no dejaría ni una, las sirvientas lo convencerían, todas habían visto con cuanto amor las había hecho. Me lavé las manos más de una vez, no quería que el azúcar quedara en ellas pues no me gustaba el dulce, no como a él, no quería oler dulce estando en la playa, podría atraer a las abejas, no era buena idea. Le dije a una de las sirvientas que pusiera el queso en lugares específicos, no quería animales en la casa cuando regresara, nadie las había visto, pero yo sabía que estaban, nadie dudaba de mi palabra. 67
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Me dirigí a mi habitación para preparar mi maleta, quería estar fuera tan sólo una semana, tenía que empacar cosas importantes, tenía que dejar lo esencial, regresaría a la misma casa pronto. Antes de irme dediqué la tarjeta que había comprado en frente de todas las chicas de la limpieza, tomé la bandeja con las galletas y la llevé a su habitación. Acomodé todo sobre la cama. “Espero que las disfrutes y las comas cada noche que yo no esté, te recordarán a mis dulces labios…” decía una pequeña tarjetita que dejé encima de las galletas. El chofer metió mi maleta al auto y, tras cerrar la puerta a mis espaldas, sentí que el viento soplaba dándole la bienvenida a mi libertad. Respiré. Subí al carro y nos fuimos al aeropuerto. Documenté mis maletas, me dirigí a la sala de espera, abordé el avión, pedí una conga, me gustan las bebidas dulces cuando contienen alcohol, el mareo es más agradable. El avión aterrizó, bajé y me dirigí a buscar mi maleta, eran las 5 pm cuando salí del aeropuerto. Me llevaron al hotel y me asignaron una suite que Luis pidió para mí. Subí y me cambié, me puse el biquini rojo, el nuevo, lo había comprado una semana antes en la plaza popular. Bajé a la playa con mis lentes y un pareo color blanco, tomé uno de los camastros y me acosté, me cubrí el cuerpo con loción bronceadora. Esa noche, Luís llegó más temprano que de costumbre a casa. No quiso cenar, se veía algo triste. Volteó hacia uno de los rincones y vio el queso envenenado, lo levantó y le dijo a la sirvienta que quitara el queso, que no había ratas en la casa. Se dirigió a su habitación y cuando encontró las galletas y las tarjetas se puso a llorar. Se dirigió a la sala de televisión para ver el noticiero de la noche mientras se comía las galletas. Pasaban los minutos y él estaba frente al televisor, se terminó las galletas, no quedaba ni una, con el dedo ensalivado se comió también el azúcar que había caído en la bandeja, cuando la terminó pensó que tenía un sabor extraño, seguro había cambiado la marca del azúcar. Cerró los ojos a las casi dos horas de haber terminado las galletas, las había comido de prisa, no tomó ningún líquido. Lo vieron dormido y le cubrieron con una frazada, no querían que tuviera frío, se veía pálido, seguro había tenido un día pesado, al día siguiente se recuperaría, ya se le pasaría. Regresé a la habitación ya en la noche, me di una ducha y me vestí para bajar a cenar. Ahí un muchacho me invitó una copa, una chica de veintiún años siempre llama la atención en cualquier lugar que se encuentre. Platicamos por muchas horas, él coqueteaba conmigo, pidió mi número de celular. Nos despedimos y me besó, creo que olvide comentarle que estaba comprometida, bueno, así me sentía; olvidé comentarle que estaba enamorada, bueno, eso aparentaba. Subí a mi habitación, me quité la ropa. Comencé a soñar con sus fuertes y morenas manos recorriendo mi cuerpo, desvistiéndome. Me acosté encima de las sábanas y me dormí. Aún no podía sacar a Manuel. 68
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“Atrévete a contarlo”
A la mañana siguiente no despertó, la frazada no había servido para nada, estaba helado, llamaron a la ambulancia. Ya en el hospital lo descubrieron, había sido envenenado. Llamaron por teléfono al hotel, salió uno de los encargados de la recepción a buscarme a la playa, yo sólo vivía ahí, con mis lentes y mi bikini nuevo. Recibí la noticia de la muerte de Luís con gran sorpresa. Subí de nuevo a la suite para empacar de nuevo mis cosas. Estúpida, no previne que sería tan pronto, yo quería ir a la playa, quería volver a ver a Marc, el muchacho que conocí la noche anterior. Estúpida. Otra vez al aeropuerto, otra vez al avión, de vuelta a México en pocas horas y en mi casa a la 1 pm. Me llevaron al hospital, comencé a llorar, allí estaba mi mamá. Trató de consolarme pero ya había empezado con el llanto, si lo detenía no podría volver a hacerlo, no de esa manera. Sabían que había sido el veneno, era su culpa, había tocado el queso envenenado, su cuerpo había disuelto la mayor parte del polvo y no obtuvieron la cantidad. Había sido su culpa. Regresamos a la casa y ésta estaba siendo registrada por la policía, buscaban pruebas, encontraron el queso envenenado, eso era, era para las ratas pero él no se lavó las manos después de tocar el veneno. Fue su culpa, nadie más había estado involucrado. Fui a la que hasta entonces había sido mi habitación, eché un último vistazo una vez que había recogido todas mis pertenencias. Tomé el libro que me había regalado unos días antes, lo abracé contra mi pecho y lamenté su muerte. Cuando bajé el libro algo salió de entre las hojas, una carta: Mi preciosa mujercita, mi amada Darlín. No sé cuando vayas a encontrar esta carta, si lo haces antes de que llegue el día de mi muerte te lo explicaré todo, pero si no, quiero que sepas que esto es un testamento, aunque no fui a ninguna notaría. Amor, el día que muera quiero que tú poseas todo lo que tengo, quiero que te quedes con todo. Eres la única persona con un valor importante para mí por lo que quiero que seas tú quien se quede con todo. Jamás podré expresarte cuánto te amo ni lo que he llegado a sentir por ti. Espero algún día puedas saberlo. Te amo con el alma entera. Al morir, quiero que te quedes con la casa de las Lomas, los 3 carros, que se te entregue el dinero de mis cuentas bancarias, pero lo único con lo que realmente espero que te quedes es un recuerdo lindo de mí, el recuerdo del fuego que hubo en nuestro amor y todos los momentos que compartimos. Me despido vida mía, te amo, jamás lo olvides. José Luís Carranza Velásquez Enseñé la carta a las autoridades, un abogado la hizo válida. Me dieron todos los papeles que me correspondían de la casa, los coches, las cuentas… 69
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Lo vendí todo y regresé a casa de mi madre, excusé que no podía vivir en la misma casa en que murió la persona que más amaba. Regresé a Cancún un mes después del fallecimiento, otra vez llevé el bikini rojo. Me fui a la playa, como siempre, que estaba cerca del mar y me bajé por un camastro. Me senté e iba a ponerme la loción bronceadora, cuando una voz familiar me preguntó - ¿Necesitas ayuda? Volteé la vista y encontré un cuerpo alto, robusto, moreno, sexy. Volví a voltearme y unas manos fuertes tomaron el aceite entre ellas y comenzaron a frotar mi espalda. Terminó con el delicioso masaje y se hincó de rodillas frente a mí. Me besó profundamente, igual que la primera vez. Sentí su lengua en mi garganta, quería comérmelo entero. Subimos a la suite, por fin mi sueño se hacía realidad. Sus manos fuertes y morenas me quitaron la ropa de manera apasionada, frenética, me besaba, me mordía, me abrazaba fuertemente. De mi boca pasó a mis pechos, los besó como si fuera su última voluntad, bajó por mi abdomen, llegó a mi ombligo, bajó aún más besándome hasta que llegó a mi pubis, me penetró con su lengua. ¡Cómo lo deseaba! Yo gemía y gritaba de placer, ya no pude más, le pedí que me penetrara. Lo hizo de la manera más dulce, empezando con movimientos lentos fue aumentando la intensidad hasta que las embestidas eran casi inaguantables. Estaba feliz, llena, completa. Cuando terminamos de hacerlo nos metimos entre las sábanas, me abrazó y nos quedamos dormidos. Cuando desperté mi amado aún dormía. Empecé a pensar en lo bien que la estaba pasando, que lástima que mi felicidad hubiera dependido de la muerte de Luís, que injusto. Tal vez debí haber terminado con él, me sentía culpable, yo lo maté… ¿Qué pasaría si encontraran que la culpable soy yo? Da igual, eso no pasará. Me gustaba cuando me llamaba princesa, me abrazaba con ternura, su mirada era de amor. Parecía un pajarito, aunque era enorme, lo sentía como un halcón. Ya había conseguido mi objetivo, ya era feliz, sí, era feliz. Pobre, ya no podía con su enfermedad, yo lo ayudé, gracias a mí murió. Se estaba volviendo loco, pobrecito, lo ayudé a ya no sufrir más. Veo hacia atrás y no logro arrepentirme, él estaba mal, yo necesitaba respirar. Terminó, seré feliz, Manuel regresó a México conmigo. La pasaremos bien, nos amamos, lo amo, el me quiere bien. Ya no sufriré. Me molesta que su madre me crea culpable de la muerte de mi ex esposo. Probablemente pronto probará mis galletas, son tan buenas, ya encontré la fórmula secreta. Así será…
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“Atrévete a contarlo”
Érase una vez… Ricardo Mejía Montiel
Q
ue alguien imagine que existen cosas que nacen viejas porque alguien las encuentra en un tiempo que se halla inexorable en marcha vectorial, de la cual renuncia consecutivamente. En ello se encuentra de nuevo el ciclo del ser de los milagros, que se suspenden por la misma marcha sin amor, indiferente e implacable, sólo cuando el tiempo toma su virtud de ser inadvertido; es que la vida se vuelve a contemplar, sin compases artificiales de fríos números. Por ello lo que nace viejo es rescatado de su almacén de olvido, empolvado de horas muertas. Así se renace, como cuando atrás de la cabeza de un niño enfermo hay un viejo cerezo del que caen miles de flores rojas a través del tiempo. Tiempo que no muere ni se repite, sólo pide ser respetado como el hálito enamorado de la vida, que es víctima de la prisa sin consumirse; la prisa que devora la armonía de la paz. Así caminando viejo, regando con intenso color de vida, es que surge la melodía de los cantares que se hacen vivificación, como el ritmo cadencioso y lleno de metáforas que en el campo gris resalta su intenso rojo; rojo sangre, rojo cereza, rojo que nace en la cabeza de un niño. El niño que sabe mirar, que se inspira del perder diario un día en el que no hay medida, sólo el compás melódico del dictado del universo, en el que se signa a un pentagrama escrito en el corazón; sin medida ni grafía en el sentir vivificante de contemplar sin ser culpable de cumplir su tarea. En el revivir el canto del viejo blues, que se hace flor de cerezo para alegrar el campo de algodón, se engarza la historia que cantan las voces sabias que anonadan al niño
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del cerezo de las flores rojas. Las que camina en un perder a diario una parte de sí, para ser una parte de todo. Lo enfermo de nostalgia en la vida que se pierde inadvertida. ¿Sabrá alguien algo de la chispa cautiva que habita en el rincón de los corazones, ahí donde abunda la inocencia que se niega a morir? Las verdades como la poesía o el canto esperan ser encontradas, por eso nacen viejas. Mi cabeza está herida por mirar despierto. Las imágenes se vierten poco a poco como el rico rompope de vainilla, que se disfruta despacio para perdurar su dulce sabor. Ahora a caminar con el diario bajo el brazo, que narra los típicos síntomas de la vejez en la que se encuentran los seres sin leyenda, sin música, con tiempo agotado. Pronto este diario será un montón de hojas impresas perdiendo su utilidad de comentar lo que sucedió. Su próxima utilidad será calentar mis doloridos huesos. Sigo las caras dulces de los niños que juegan. Una ligera brizna me saca de mis pensamientos, y me hace sonreír. Vago sin remedio. Me llaman los que me envidian. Les miro con compasión, pues a diario pisan las flores de cerezo; rojas como la huella de una herida profunda. De la vida que se escapa, sin ser vivida. Sé que inicie esta lucha sin campo de batalla ni cuartel, donde no me resigno a nada. Todo inicio tiene algún final. Mi camino comienza cantando el regreso a lo que es. Regresará en forma de la flor del cerezo, para que en tono rojo matice la dulce sonrisa que nace de la esperanza. La nota surge suave sin sentirse cansada, a pesar del lento compas, brota melódica de mi armónica. Engarzada de plata y carey, raspo la cuerda debajo del color ocre desgastado, nace sin ser sentida la historia del tiempo cotidiano que se niega a vivir medido. Quiere no ser percibido, para que el corazón angustiado recobre la paz que le arrebata el transcurrir numérico del ciclo vital. Así nace mi blues, de la belleza tratada con indiferencia por ser de una flor roja menos en el cerezo de mi cabeza ¿A dónde correremos felices sin flores ni cerezos? ¿Quién encontrará lo que nace viejo, y ya nadie quiere encontrar? Niño sí. De mirada inocente y corazón puro. Me llaman niño porque miran que soy un inútil con un sueño de no morir jamás. Niño porque dicen que me espanto con facilidad. Y así es, me espanta la indiferencia ante tanta vida. Me espanta el que se busque morir sin sentido… Por ello soy un cuento de érase una vez. Alguien que quiso contar estrellas y juntar las gotas del mar. También hubo quien quiso desarmar la música y encerrarla en un frasco para administrármela como medicina dosificada. Soy cuento de niño que descubrió muchas medidas pequeñas y grandes para contar el tiempo, y saber cuándo no perseguir a las sombras. Así, niño que quiere en su inocencia cantar blues para que todos sepan que nació viejo, porque igual que el tiempo no quieren ser medidos. Soy un cuento columpiándose en un cerezo detrás de la cabeza de un niño enfermo. De este viejo cerezo caen las flores rojas que curan a este niño que padece de indiferencia, anímico de sentir, de asombrarse, miope de no mirar la belleza, tratando de curarse de su sordera, con una vigorosa melodía, para llenar sus pulmones y percibir la inocencia del aliento primero, que lo hace bueno. 72
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“Atrévete a contarlo”
Los saqueadores de tumbas Bernardo Román Macías Pisano
L
os primeros rayos del sol jugaban saltando sobre un cuerpecillo de niño que estaba boca arriba sobre un montículo de tierra suelta en el panteón. Mundito Vacío no tuvo la suerte de heredar la estatura de sus padres y abuelos. No es de corpulencia normal, sino pequeño, de complexión delgada. Su rostro se ve afable, desde lejos se le ve sosteniendo una sonrisa aparentemente amable. Su aspecto de aparente bondad y su habilidad para convencer pronto hicieron que tuviera amigos en la ciudad, y en la comunidad. Manejaba un doble discurso sobre su identidad, aunque sus padres le hablaban sólo en castellano, desde pequeño fue familiarizándose con la lengua zapoteca en los juegos y en la escuela. En la ciudad, siempre negó ser de Yalálag y hablar una lengua indígena. Decía que había nacido en Villa Alta, la tierra que usurparon los conquistadores a los zapotecas desde 1526. En Yalálag decía: -Entiendo el zapoteco –con una sonrisa humilde-, sólo me falta hablarlo, por algo nací en esta preciosa tierra. Su rostro atento cubría muy bien la maldad que crecía en su alma. Sus ademanes y sus palabras no eran ofensivos, sólo él sabía la verdad sobre sus sentimientos hacia la gente. Era la máscara perfecta de un joven humilde dispuesto a dar atención a la gente, pero al mismo tiempo medía y sopesaba a buena distancia cada ángulo de cobro. Cualquiera aseguraría que es el muchacho más noble de toda la comarca; con educación, ocultaba su maldad. Cerca del mediodía llegó a su casa. Con la boca reseca buscó agua, después de tomar agua le dio hambre. En su casa encontró a dos músicos rezagados de Pozo Cangrejo tomando mezcal. 73
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-¿Osté es Mundito Vaciée? ¿Y cuánd vas osté a siudá otre vés? -Mañana mismo. ¿Por qué? -¿Qué no compre osté cose antigüe que sale de tumba? -¿Se trata de huesos y calacas del panteón? -No, joven Mundito, cose antigüe de tumbe antigüe. -¿Cómo qué cosas? Hombre de piedre y de barre, así… santos, dios antigüe, olla, collare de piedre, platos y figure que yo no sé nombre. Tráelos para ver. ¿Oye, de dónde sacas esas cosas? -Arade, tiene yo una yunte, en terrene de gente de Yalala. Cuande yo está arando encontré tumba antigüe. Mañane trae yo un chiquihuite de cosas. Y al día siguiente, muy temprano llegó el músico de Pozo Cangrejo cargando ligeramente un piscador. Mundo, de ligera astucia por herencia, examinó cada una de las piezas aparentando que no eran de considerable importancia. -¿Y cuánto quieres por estas chingaderas? Nada tienen de belleza, son tan antiguas que hay que darles un tratamiento; a algunas sólo les falta partirse en mitades. -Cuánto da, jove Mundito, yo sé donde encuentre más. -Mira, yo no tengo dinero, pero puedes llevarte carne de res, tortillas, algo de mezcal y cigarros ¿Qué tal, te parece? -Yo, jove Mundito, yo quiere dinere. Yo, tiene maíz y frijol. Osté déme dinere y se quede con todo. -Mira cabrón, o tomas lo que te dije o llamo a la policía para que te arresten y te manden a Villa Alta, donde mi difunto padre, aun muerto, tiene mucha influencia, para que encierren por varios años. -No, no, jove Mundito, a Ville Alte no, mejor deme osté mezcal, sigarre y carne, ese que está tendide al sol. Cuando el huérfano de padre retornó a la ciudad, se llevó la urna del Señor Gwzi’o y un collar. La primera joya tenía unos 25 centímetros de altura y el collar resultó ser de jade, sus 18 piedrecillas verdes bien labradas. Al año siguiente de la venta de las piezas antiguas, Mundo Vacío se encontraba en la frontera haciendo otros negocios, masticando un mal inglés. Veinte años después, intempestivamente regresa a Tierra Azul. ... -¡Oye, Nicanor! ¿qué me cuentas de un músico de Pozo Cangrejo que vendía cosas sacadas de las tumbas? -¿Te refieres a ese cabrón de Uperto Calderón? Vendió muchas cosas, muchos años estuvo sacando cosas de piedra y de barro. -¿A quien se las vendía? ¿Con quién trabajaba? -En las fiestas del pueblo se las ofrecía a cualquier visitante. Después vino un comprador del valle. Pero este señor no le pagaba bien a Uperto. -¿Era un pinche gringo ojos de gargajo que usa sombrero de cuero? -No, era uno del valle de Oaxaca con otro mozo. Ése fue a Lachibeyid a comprar un calendario de piedra que tiene figuras que nadie entendía. Dicen que mucho tiempo lo 74
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tuvo el dueño del terreno con veladoras y copal, hasta que llegó este vallisto a convencerlo; quien sabe por cuánto le ganaron la voluntad, el caso es que entre cuatro personas lo cargaron para los Albarradas donde llega la avioneta. -¿Dónde puedo encontrar a ese Uperto Calderón? -En el panteón. -¿Murió? -Si, murió. Lo mató una serpiente. -¿Cómo? ¿Está muerto o se fue con el vallisto? -Dicen que fue al abrir una tumba, porque siempre tuvo trabajo con su yunta; el arado alzó la tapa de una tumba y lo más extraño es que lo encontraron muerto dentro. -A ver, a ver, Nicanor, desenrédame ese cuentecito de Uperto. No me digas que lo castigaron los dioses de piedra. Seguro se fue de trompa por borracho. -Pues aunque no lo creas, encarcelaron a un curandero que tiene su rancho cerca de un pueblo mixe de Chichicaxtepec. Dicen que tiene poderes. Cada vez que tiene la necesidad de cazar un animal, saca un juguete de papel que vuela. -¿Y qué tiene que ver un juguete con la muerte de Uperto? -Deja que te explique, tú no dejas que uno hable. Mira, dicen que Uperto abría tumbas sin pedir permiso a los muertos, lo único que le interesaba era sacar cosas antiguas y luego las volvía a tapar. Y extendió el relato que sabía. -Cuenta la gente que parte de su trabajo también eran esas lajas labradas de las tumbas, iba a cargarlas y las vendía. Lo que nadie se explica es que un tal don Bonifacio, jugando con su papalote, el cual mandó al cielo, de repente revienta el hilo y fue a caer en esa tumba donde estaba Uperto Calderón sacando pertenencias de los muertos. Los que vieron pasar el papalote por los aires dicen que iba directo a esa tumba. Lo mismo dicen que pasó con los vallistos que venían a comprar antigüedades por estos rumbos: a uno de ellos lo mordió una serpiente cuando subió sobre una roca buscando las mulas que trasladan la mercancía. -Si esperas que me trague esa historia de niños, te diré que me sé otras y mucho mejores. -Don Bonifacio estuvo en la cárcel unas horas hasta que el Consejo de Ancianos intervino para liberarlo. -¿Estuvo en la cárcel de acá o de Villa Alta? -Estuvo en la cárcel de acá, de Yalálag, detenido, porque es de este pueblo. Las autoridades examinaron el papalote, lo tuvieron resguardado como cuerpo del delito; lo miraban con extrañeza y temor, finalmente liberaron a don Bonifacio junto con su juguete. Según que los muertos castigan a los saqueadores. Primero muere Uperto, después otra serpiente parecida muerde al ayudante del comprador vallisto quien fallece en Tlacolula. Al mero comprador le sacaron el espíritu y se volvió loco: pregunta a cualquiera de los del pueblo y te van a decir lo mismo. -A esos batos los asaltaron, Nicanor. Luego inventaron ese cuento. -Sólo dios sabe, patrón, pregunta con la gente del pueblo y verás qué te cuentan. 75
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Directorio Mtro. Juan José Corona López Rector D.I. Marcela Castro Cantú Dirección General Académica Lic. Emilio Fortoul Ollivier Dirección General Administrativa Jurídica Dr. Alejandro A. Gutiérrez Robles Director General de Desarrollo Integral Mtro. Jaime Zárate Domínguez Responsable de la Comisión de Formación Humana Lic. Juan Carlos Ramírez Robledo Responsable de la Unidad de Integración Humana Lic. Ranmses Ojeda Barreto Programa Caixa UIC D.G. Miriam Aguirre Arvizu Diseño Gráfico UIC
Unidad de Integración Humana Programa Caixa UIC Insurgentes Sur 4303 Colonia Santa Úrsula Xitla Tlalpan D.F. Tel: 54.87.13.00 y 54.87.14.00 Ext. 1849 y 1845
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