Ágora virtual 7

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Entre los PASILLOS y el OLVIDO

Número 7 Año 7 Febrero 2018


Colaboradores

Sofía Archundia Ramírez-Estudiante de Diseño gráfico Abner Melo Castro-Estudiante de Filosofía Dinorah K. Pavón Taboada-Estudiante de Comunicación Antonio Guzmán Guzmán-Comunidad UIC Edgar Rogelio Ferrer Orosco-Estudiante de Filosofía.

Diseño gráfico original Óscar Saldivar López

Diseño gráfico

Norma Isela Nava García

Corrección de estilo Karemm Danel

Director de la publicación Ranmses Ojeda Barreto

Grupo de Escritura Creativa

Coordinación de Difusión Cultural Universidad Intercontinental Insurgentes sur 4303 Colonia Santa Úrsula Xitla, Tlalpan, Ciudad de México.

@Agora_VirtualEC agora_virtual@hotmail.com issuu.com/agoravirtual es.escribd.com/agora_virtual Todos los derechos reservados. Esta publicación es de carácter universitario, sin fines de lucro y no puede ser reproducida total o parcialmente por ningún medio, sea mecánico, fotoquímica, electrónico o cualquier otro, sin permiso previo de los titulares de las obras. La revista Ágora Virtual es una publicación de carácter universitario. Las opiniones enunciadas son responsabilidad de sus realizadores. La Universidad Intercontinental abre un espacio para la expresión artística como un ejercicio de extensión de la cultura, no obstante, el contenido de la publicación no representa necesariamente la opinión de la institución.


Índice

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Presentación Lágrimas y gimoteos/Abner Melo Castro Axel/Sofía Archundia Ramírez El invierno de Mauricio/Dinorah K. Pavón Taboada Alba/Abner Melo Castro Rosas en noviembre/Sofía Archundia Ramírez Las dos muertes/Edgar Ferrer Reflejo/Dinorah K. Pavón Taboada Morir en el sueño/Antonio Guzmán Guzmán


Presentación Dicen que la nostalgia es no querer dejar el pasado; pero los recuerdos son parte de aquello que nos alude con quiénes éramos y con el lugar donde nos encontrábamos en cierto momento de la vida, eso que justamente añoramos. En el transcurso de nuestra existencia somos esencialmente narradores de una historia, nuestra historia; en la que nos contamos aquellos sucesos que elegimos conservar, de manera consciente o inconsciente. Así vamos tejiendo la tela de nuestra identidad. En este número, Entre los pasillos y el olvido, se delinea un panorama sobre el relato que sugiere a la nostalgia en diversos contextos. Como siempre, es el resultado de los escritores universitarios de nuestra institución, quienes conforman el proyecto del Grupo de Escritura Creativa. Los relatos que se presentan trazan los recuerdos como parte de la cotidianidad de los seres humanos en el boceto de una memoria que se torna nostálgica.

Deseamos que los disfruten Mtro. Ranmses Ojeda Barreto

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Lágrimas y Gimoteos Abner Melo Castro Estudiante de Filosofía

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ágrimas y gimoteos llenan la sala de un rincón a otro. Todos abrazan a una madre consternada. El hijo mayor intenta ser fuerte, pero no puede contener el llanto mientras su padre continúa incrédulo, quizá por convicción. Esta muchacha pedante y presumida era apenas seis meses menor que yo. Nunca fue mi vecina preferida —no lo era de nadie—; ni siquiera entiendo que haya recibido tantas flores, aunque tal vez fue gracias a su encantadora madre, Martha. Cuando yo era chico, tuve que esperar a mi mamá un par de horas al salir de clases, Martha me vio y se acercó para preguntarme si me quedaría más tiempo. Inmediatamente llamó a mi mamá para pedirle permiso de llevarme a su casa para que no me quedara solo. En un abrir y cerrar de ojos yo ya estaba frente al televisor, comiendo unas deliciosas galletas remojadas en leche con chocolate. Llena de retratos familiares y cuadros al óleo, pintados por ella misma, esta casa resultaba absolutamente acogedora para cualquiera que tuviera la dicha de entrar. A pesar de la amabilidad de esta señora, la presunción de Mariana acababa con la paciencia de cualquiera…a pesar de ser bastante atractiva. Su piel morena, tez fina, cabello castaño, mediana estatura, buenas nalgas y esos senos que dejaba entrever le permitían tener una fila interminable de pretendientes, a los que siempre supo cómo mantener cerca, aunque nunca lo suficiente como para involucrarse en una relación o enamorarse, pues no eran dignos de ella, decía. Por supuesto que yo también me enamoré cuando estudiábamos juntos, y recuerdo lo mucho que me arrepentí: “me repugnas, aléjate de mí”, fue su respuesta a mi en-

cantadora declaración. Desde entonces comprendí que el despotismo empieza con “M” y que viene en forma de cara angelical y corazón de medusa. Era bastante común verla con tres tipos diferentes en una semana, y supongo que debieron darse cuenta, pero jamás escuché de alguien que se quejaran, hasta hace poco. Su padre la conocía bien; sin embargo, su carácter y apariencia estoica no le permitieron demostrarle afecto, ni siquiera hoy durante su funeral. Don Gerardo trabajaba en el ejército, así que no pasaba mucho tiempo en casa; tampoco hablaba y más bien estaba ausente. No es un mal hombre, definitivamente, pero tiene la personalidad de una tabla, así que nadie concebía que doña Martha, tan extrovertida y encantadora, se casara con él. La única manera de hacerle hablar era tomando la iniciativa, aunque tratándose de Mariana, no dudaba en hacerlo él. Alguna vez lo vi confrontándola, mientras detrás de ella los observaba su reciclable novio del día. Uno piensa que un hombre con esa profesión sabría disciplinar a sus hijos, pero disciplina no era la palabra que describía a Mariana, aunque sí a Roberto, la pulcritud encarnada, uno de esos jóvenes que rayan en la perfección: formal, cortés, inteligente, atractivo y con un cabello y atuendo impecables. Él fue el primogénito de Martha y Gerardo, el mayor por tres años. De él no se esperaba menos que las mejores calificaciones; el cuadro de honor siempre tenía un lugar reservado para una fotografía con su enorme sonrisa e insuperable peinado. A pesar de que era matadísimo y analítico, no le conocí novias, aunque seguramente muchas chicas lo buscaban. Si bien Roberto y Mariana no eran particularmente

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cariñosos entre ellos, uno podría jurar que se detestaban porque apenas se hablaban, lo cual parecía complacerles, además de que vivían cada quién en su propio mundo, él no le hubiera deseado un final así, y ahora se siente culpable. Poco a poco me enteré de la historia. Mariana tuvo una discusión con su amor en turno por la razón más obvia de todas: el muchacho le pidió formalizar la relación que llevaban desde hacía tres semanas y no aceptó. Empezaron con risitas burlonas y luego gritos, por lo que ella trató de evadir el pleito caminando hacia el parque que quedaba a un par de cuadras. Esa noche, Mariana no regresó a casa. Yo vi todo desde mi bicicleta. Martha estuvo llamando a su hija para despertarla antes de subir a su cuarto y darse cuenta de que no estaba. —Tal vez se fue a la escuela desde temprano, ya ves que nunca avisa—dijo Rodrigo, intentando calmarla; pero él sabía que no era así, creía más probable que se hubiera ido en una de sus aventuras casuales, no sería la primera vez, Mariana era un tanto promiscua. Así que Roberto se ausentó de un par de clases, rompiendo su perfecto promedio de asistencia, para ir a la escuela de su hermana, más por la preocupación de su madre que por la misma Mariana. Resultó en vano, ningún directivo la había visto y tampoco sus compañeros. A mí me mandaron llamar de la Dirección porque tomaba clases con ella. —La última vez que la vi estaba discutiendo con su… novio —no quise exponerla frente al director. —Caminaban hacia el parque que queda cerca de tu casa —Le expliqué a Roberto, y por su expresión, sospeché que algo andaba mal, pero no hice comentario alguno y regresé a mi salón. Al anochecer, la familia de Mariana decidió informar a las autoridades de la desaparición; proporcionaron datos personales, señas particulares, fotos, cualquier detalle de aquella mañana. Mientras tanto,

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don Gerardo se salió de su trabajo para buscarla. Martha lloraba sin detenerse. Pasaba el tiempo y aún no se tenían noticias. Nadie la vio desaparecer y la familia no recibió llamadas de extorsión, pero tampoco había indicios de que pasó la noche con alguna amiga, en hoteles cercanos u otro lugar. Esto se supo rápidamente en la escuela. Además, las autoridades descubrieron la interminable lista de amoríos de Mariana, fue así como dieron con Cristian Navarro, el muchacho con quien, declaré, estaba la noche que desapareció. Él se reportó enfermo ese día, y el día anterior, pero cuando por fin tomaron su declaración, no se contuvo y, sin querer, reveló más de lo que intentaba ocultar del paradero de Mariana. —Cruzamos el parque y ella pidió un aventón —aseguró Cristian. La seguí por la carretera en mi bicicleta hasta verla bajar de una camioneta —explicó. Mariana decidió bajar de esa camioneta cuando supo lo lejos que iban quienes la recogieron, aunque para ese momento ya habían recorrido bastantes kilómetros, por supuesto. Tampoco vio que Cristian la estaba siguiendo hasta que el auto arrancó. Él la alcanzó y continuó la pelea gritándole que le encantaba “andar de pinche puta”, a lo que ella respondió con una cachetada que provocó que empezaran a forcejear. Con esfuerzos, logró liberarse y lo empujó no sin antes lanzar un alarido; encolerizado, Cristian hizo lo mismo, pero Mariana cayó sobre la carretera cuando pasaba un auto. Fue tanto su pánico que decidió dejarla ahí, oculta entre la yerba del kilómetro 48. A nadie le agradaba Mariana, es cierto, sólo una amiga de la familia recordó hacerle una misa, pero eso no impidió que le organizaran el más bello de los velorios que se haya visto jamás por estos lugares.


Axel Sofía Archundia Ramírez Estudiante de Diseño gráfico

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e nuevo papá y mamá estaban discutiendo. Odiaba escucharlos así, no quería que se pelearan, quería que todo fuera como antes, que el equilibrio regresara. Esto era culpa de mi hermana, porque trajo el caos a mi hogar, a mi familia. Si ella no estuviera aquí, mis padres seguirían felices, nosotros seríamos felices. Cuando me acerqué a su cuna y la vi, ella estaba profundamente dormida. ¿Cómo podía dormir tan tranquila sabiendo que nuestros papás peleaban? No lo entendía, odiaba su calma cuando yo me sentía tan triste. Caminé de nuevo hacia mi cama y me recosté dejando salir un largo suspiro. Nuevamente comencé a llorar, estaba frustrado y no entendía nada ni por qué ahora todo era tan gris. Mis ojos se cerraron. El lloriqueo de mi hermana me hizo despertar, pero me tapé completamente con las sábanas porque no quería escucharla. Era una rutina que se repetía noche tras noche: mi madre apresurada caminaba hacia el cuarto, la cargaba y le daba de comer sólo para volver a dejarla en la cuna. ¿Por qué los bebés son tan ruidosos? No había decidido dormirme nuevamente cuando la escuché decirme que ya era hora de ir a la escuela. Entonces me levanté y arreglé rápidamente. Otra semana... Me encontré con Mei, mi mejor amiga desde la primera vez que llegué a una escuela. Yo le platicaba de lo mucho que odiaba a Ágata mientras ella trataba de calmarme diciendo que tenía que amar a mi hermana, pero ¿cómo podía hacerlo si desde que apareció, mi mundo se hizo pedazos?, porque yo no encontraba otra razón; sin embargo, siempre me respondía que la protegiera, que algún día la amaría. Yo no pensaba igual. Años más tarde, mis padres se divorciaron, en ese entonces yo tenía diez, el doble de la edad que tiene Ágata.

La verdad es que el tiempo ha pasado demasiado rápido, ella ya habla, con un tono agudo y melódico, su cabello es castaño y corto y su piel menos pálida. Mi hermana me amaba, solía seguirme a cualquier lugar y trataba de ayudarme con lo que fuera, pero yo la seguía odiando y le respondía con frialdad, no podía perdonarla, y tampoco el divorcio. No entendí por qué, pero mi mamá nos abandonó, simplemente no quería que estuviéramos cerca, así que vivíamos con mi papá. Yo era extremadamente serio y poco a poco me fui quedando sin amigos, Mei era la única que me soportaba. En la escuela, mis notas eran regulares y, sinceramente, me daba lo mismo, y a mi padre también, no le interesaba mi vida. Ágata era quien intentaba motivarme a sacar mejores calificaciones, pero yo le decía me dejara en paz. Me hartaba que estuviera detrás de mí. Jamás creí que mi hermana me caería bien hasta ese sábado nublado, el clima que me indicaba que no podría salir con mi mejor amiga. Yo me rehusaba a pasar la tarde encerrado con Ágata, así que decidí pedirle permiso a mi padre para ir a casa de Mei. —Ni creas que te dejaré ir con esa niña —contestó firme y furioso. Yo necesitaba irme, alejarme aunque fuera un momento de esa realidad, se lo dije y él se levantó de la silla; conforme se acercaba, se quitaba el cinturón. Mis piernas comenzaron a temblar, mi mente decía que corriera, pero mi cuerpo no reaccionaba, no podía moverme. Sabía lo doloroso que sería, entonces sólo cerré los ojos y esperé los golpes. —¡No papá! —gritó Ágata. Me sorprendió ver la manera como se aferraba a su pierna para detenerlo. La miró tan encolerizado que poco a poco caminó hacia atrás mirándolo con terror, y en ese momento supe lo que pasaría, el golpe sería para ella. Pude dejar que la golpeara, vengarme por todo lo que causó a nuestra familia, pero no lo hice, y antes de que la alcanzara, me paré frente a él con una actitud desafiante. —¡No dejaré que la lastimes! —grité con voz temblorosa.

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Entonces, mi padre dejó salir una risa amarga antes de golpearme la mejilla con su cinturón; automáticamente sentí un chorro de lágrimas salir por mis ojos. Ágata también comenzó a llorar asustada, jamás la había visto así, por eso traté de sonreír a pesar de los golpes y le decía que hiciera lo mismo, que no pasaba nada, aunque no me creyó. Aun con sus cinco años, se daba cuenta de lo que pasaba. Cuando mi padre se detuvo, caí de rodillas; me ardía la espalda y mi corazón latía tan acelerado… Ágata se acercó a abrazarme fuertemente y no paraba de decirme cuánto me quería ni lo mucho que iba a cuidarme. Hasta ese momento comprendí lo que Mei trataba de hacerme entender, así que comencé a cuidar de mi hermana y a ver todas sus cualidades, la acepté por primera vez en mi vida. Ahora pasaba más tiempo con ella, ya no era frío y seco. No me importaba impresionar a mi padre, tampoco recuperar a mi familia, sólo Ágata. Me había convertido en un verdadero hermano. El día que cumplí la mayoría de edad, decidí que nos escapáramos de la casa; no sabía adónde iríamos, pero ya no estábamos dispuestos a soportar el maltrato de mi papá. Yo no estaba seguro de lo que hacía; sin embargo, los dos salimos con nuestras maletas. Con el poco dinero que ahorré, pagamos una habitación en un motel, luego llamé a Mei para explicarle la situación, era la única persona en quien confiaba. Fue por nosotros y, como vivía sola, nos llevó a su departamento. —¿Ahora qué harás, Axel? —preguntó Mei. Yo solté un largo suspiro mientras veía a Ágata dormir y me recosté

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en el sillón con la mente en blanco porque no sabía qué hacer; no tenía trabajo ni dinero. Me sentía perdido. —Habrá un concurso por una beca escolar y económica en una universidad, deberías ir —me dijo. Mis notas no eran las mejores, lo sabía, pero no tenía otra opción, aplicaría para esa beca y la ganaría, sí o sí, por el bien de Ágata; también conseguiría un buen trabajo que me permitiera mantenerla y ayudarla a tener un futuro sin tantas preocupaciones. Mei nos dio asilo mientras yo conseguía un lugar para vivir, siempre y cuando ayudara con los gastos de la casa. Comencé a estudiar para ganar aquella beca, y Ágata me animaba muchísimo, aunque yo le respondía que ella debía hacer lo mismo, a pesar de que siempre fue de las estudiantes sobresalientes. Realmente era inteligente. Pasaron los meses y con ellos el resultado del examen para la beca, ¡lo logré! Por fin tenía más estabilidad; además, conseguí un trabajo de medio tiempo en una librería. Sabía que trabajar y estudiar no sería fácil, pero era la única manera de ahorrar e irme a otro departamento para no abusar de la amabilidad de mi mejor amiga. El primer semestre fue de muerte, debía mantener un promedio alto y encima estaba el trabajo, no dormía nada. Ágata siempre me decía que lo dejara y Mei la apoyaba, pero yo tenía que soportarlo. Muchas veces me enfermé, miles de veces estuve a punto de tirar la toalla; afortunadamente, pensar en el futuro me alentaba a seguir. Sabía que mi esfuerzo valdría la pena en algún momento.


Con el tiempo me acostumbré y aprendí a organizarme mejor; durante mis tiempos libres en el trabajo, adelantaba la tarea (trabajar en una librería era una gran ventaja, ya que podía hacer mejores investigaciones); seguía sin dormir mucho, pero era normal, finalmente estudiaba ingeniería, una carrera bastante demandante. Mientras tanto, Ágata se volvía más inteligente y bella, se parecía a mi madre, pero en una versión buena, cálida, alegre y optimista, casi todo lo contrario a mí; yo aún era muy reservado, sí tenía amigos y, según Mei, miles de admiradoras, sólo que no me importaba mucho. A pesar de que mi vida parecía perfecta, tenía varios problemas. Había un tipo que me odiaba, Chris, quien siempre trataba de hacerme daño; me hacía burla por mi “pobreza” y les contaba a todos que yo no tenía futuro y que nadie me amaría jamás, que sería un don nadie. Yo no entendía su odio, así que traté de ignorarlo. La verdad es que muchos lo seguían y también trataban de fastidiarme, me enojaba tanto que terminaba por desanimarme y sacar malas calificaciones. Para mi último año de universidad, ya había ahorrado suficiente dinero para rentar un departamento, así que Ágata y yo nos mudamos. Estaba listo para comenzar mi proyecto final, construir un modelo de robot que, si era lo suficientemente bueno, me permitiría graduarme sin hacer una tesis, lo que más anhelaba en todo el universo. Una tarde, mientras ensamblaba el robot, tocaron el timbre, era Chris. Cerré de golpe la puerta y le pedí a Ágata que se fuera a su cuarto y cerrara con llave. Cuando abrí nuevamente la puerta, enojado le pregunté qué quería y quién le dio mi dirección. —Sólo vine a saludar —respondió con un tono divertido mientras recorría mi departamento con la mirada. —¿Está la pequeña y linda Ágata? No soportaba escuchar el nombre de mi hermana pronunciado por ese tipo. —No la metas en esto, Chris —dije desafiante, pero él me tomó del cuello de la camisa con fuerza. —¡Deja a mi hermano! —gritó Ágata desde de su habitación. Maldije en voz baja y le pedí que regresara a su cuarto, no hizo caso y enfrentó a Chris con la mirada, entonces me soltó y poco a poco se acercó a ella. Antes de que pudiera ponerle un dedo encima, me lancé sobre él y comenzamos a pelear. Mientras sentía los golpes de Chris, recordaba a mi padre, y los gritos de Ágata me ponían más nervioso. De pronto sentí que alguien nos sepa-

raba, era Mei, que a gritos también nos pedía que nos calmáramos; luego llegó un vecino, que fue el que se llevó a Chris. Todo quedó hecho un desastre. Después de eso me enteré de que Mei le contó toda mi historia a Chris, con lo cual se calmó un poco ¿Quién pensaría que ésa sería la forma de alejarlo? El día de la entrega final me quedé dormido y me faltaba terminar de ensamblar, ni siquiera probado el robot, pero hice todo rápidamente y salí corriendo del departamento; no desayuné ni me despedí de Ágata. Cuando llegué a la universidad, todavía faltaban 20 minutos para que empezara la clase, así que le hice los últimos ajustes a mi robot; todos me veían sorprendidos y Chris, como de costumbre, empezó a molestar. El profesor apareció en el salón y ahí mi suerte me jugó un truco otra vez: yo era el segundo en la lista, por lo que tuve que apurarme para ajustar unas últimas cosas en mi robot. Cuando me llamó para exponer mi proyecto, el corazón me latía a mil por hora, tenía que funcionar. Finalmente, se acercó a mí felicitándome y me entregó la rúbrica de evaluación, tenía 9.3, suspiré aliviado, era la calificación que necesitaba. Realmente mi vida tenía pequeños milagros. Cuando me gradué, Ágata estaba tan feliz como yo. Por supuesto no conseguí un trabajo inmediatamente, por lo que me quedé en la librería, aunque ahora de tiempo completo. La universidad me ayudó enviando currículos a varias empresas, que casi todas rechazaron, hasta que logré que me dieran una entrevista, que duró horas, por cierto. Al salir, una Ágata curiosa ya me estaba esperando. Yo no pude contenerme y le dije que ya tenía un empleo de verdad, a lo que respondió con un fuerte abrazo. De ahora en adelante, todo estaría mejor, toda esa vida de desgracias cambiaría. Al fin le daría una vida mejor a mi hermana.

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El invierno de Mauricio Dinorah K. Pavón Taboada Estudiante de Comunicación

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l invierno de ese entonces era realmente intenso, y Mauricio, aunque vivía en la Ciudad de México desde hacía varios años, aún no se acostumbraba a él. Durante esa época, 1958, vivía en un pequeño departamento, con dos habitaciones, un baño, sala y cocina; no era mucho, pero con eso le bastaba. Cada viernes solía ir al Mercado de Jamaica no sólo a comprar adornos o ramos de flores para su tienda, él tenía otras intenciones. Un 14 de febrero conoció a una bella joven de cabello largo y rizado, alta, con piel apiñonada, hermosos ojos color miel, pestañas largas como la noche y una sonrisa tan dulce que ponía nervioso a cualquiera. Ambos se conocieron en la tienda de doña Lilia, de las más grandes del mercado, ahí podías encontrar de todo, desde guayabas y manzanas hasta las flores más exóticas. A Mauricio se le subió el color tan sólo de mirarla; no sabía qué hacer, quería hablarle, pero la muchedumbre le impedía pasar y tenía que esperar su pedido. La chica

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se fue a otro local al ver la cantidad de gente que había, así que Mauricio decidió alcanzarla. Ella se espantó, pero la química fue instantánea. Conversaron durante un par de horas, hasta que tuvieron que despedirse; la chica agarró su bolsa y saco una pequeña flor. —No me olvides, te doy esto con la esperanza de volver a verte. Me llamo Mohana —dijo. Mauricio quedó tan fascinado que no logró moverse. Ésa es la razón por la cual iba cada viernes al mercado, movido por la esperanza de volver a verla; sin embargo, los meses pasaban sin que se encontraran. Estaba a punto de rendirse cuando el 24 de diciembre simplemente no podía creer lo que veía….a Mohana. Estaba tan emocionado que corrió a abrazarla. Ambos notaron que todavía conservaban la flor de aquel día. Transcurrieron tan sólo unos minutos cuando comenzó a nevar y a cubrirse todo de una blanca manta invernal, tan brillante como un diamante. En ese momento no hicieron mas que sonreírse, pensando que se trataba de una señal para su reencuentro.


Alba Abner Melo Castro Estudiante de Filosofía

El sol me golpea la cara El pasto tatúa con roció mi espalda. Mis pies Hace mucho que dejaron de sentir la tierra. Aún trato de averiguar si sólo es la brisa Pegando en mis labios O si es mi respiración… Tengo sueño. Por primera vez en mi vida Siento que puedo dormir tranquilamente En paz… Sin las exhalaciones fantasmas Calándome en la nuca Sin las pesadillas con los niños Riendo y jugando (Como si buscaran mi tortura) Ya no más… No siento el frío que cada invierno me recuerda mi soledad, No siento el dolor de mis dedos congelándose Nunca he estado mejor… Ni siquiera siento el ardor de las lágrimas que nunca pudieron salir. Hoy El sol me reconforta.

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Rosas en noviembre Sofía Archundia Ramírez

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Estudiante de Diseño gráfico

ue un frío día de noviembre cuando lo conocí. Mi madre tenía un puesto de flores en el mercado de Jamaica, así que después de la escuela caminaba por ahí. Yo tenía 16 años y aún no conocía muchas cosas, excepto por las flores, mi madre me había enseñado todo sobre ellas, conocía todas las especies que vendíamos, y yo las amaba. Ésta era la primera vez que llegábamos tan lejos; en cuanto se inauguró el mercado, mi madre logró conseguir, gracias a Dios, un puesto. ¿Cómo lo había hecho? No tenía ni la menor idea, pero hace unos meses que nos dio la hermosa noticia fue el mejor día de todos, todavía podía recordarlo. —¡Lo conseguí! ¡Conseguí el puesto en el mercado de Jamaica! —gritó mi madre al llegar a la casa—. Yo me asomé por la pared de la cocina con una expresión de confusión, solté el cucharón embarrado de mole y corrí hacia ella. —¡Qué bien! —dije más que alegre mientras la abrazaba. Pude oler su fragancia a flores de cempasúchil recién cortadas; ya estábamos a una semana de noviembre, así que mi madre comenzaba a recolectarlas para venderlas. —¿Cómo lo lograste? —pregunté con extrema curiosidad mientras la miraba—. —Ni yo lo sé, cielo. Lo que importa es que lo conseguimos —respondió con una tierna sonrisa—. Fue uno de los mejores días de mi vida. Ya pasó un año de eso, y realmente nos iba bien gracias a que remodelaron el mercado, así que ahora llamaba mucho más la atención; además, era enorme, ya lo había recorrido todo, mis aburridas tardes después de la escuela me habían dado la oportunidad de conocerlo. ¿Por qué digo que eran aburridas? Porque mi madre jamás me dejaba ayudarle en nada, de cierta forma le daba miedo que me lastimara con alguna espina o me tropezara con el agua del piso, lo cual no me importaba. Las primeras veces que fui, le rogué que me dejara ayudarle, pero jamás accedió, entonces sólo me quedaba recorrer el enorme lugar. En diversas ocasiones me perdí, tengo que aceptarlo, por suerte, mi madre me encontraba, aunque a veces yo llegaba hasta el local de puro milagro. Había una gran variedad de cosas en el mercado, pero lo que más abundaba eran las flores, había miles de especies, incluso extranjeras, increíblemente hermosas. —¿De nuevo vagando por el mercado, Mohana? —dijo el señor Efrén, quien acomodaba algunos baldes llenos de flores frente a su local— Sí —reí levemente mientras veía aquellas flores de cempasúchil—. Ahora el lugar estaba inundado de aquel extraño olor que no sabía describir, porque era agradable y desagradable a la vez; me traía muchísimos recuerdos, como aquel de cuando era pequeña y ponía la ofrenda con mi madre. —Creo que las flores se están manteniendo muy bien, se ven muy lindas —sonreí—. —Lo sé, es un milagro que llegaran bien. Toma una, te la regalo. Sé que tu madre tiene miles, pero eres una escuincla muy linda —dijo Efrén—. Tomé una y le di las gracias. Después de platicar un rato me fui a caminar sin un rumbo fijo.

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Aunque hubiera mucho ruido, me gustaba el movimiento en el mercado; me parecía divertido escuchar todo lo que pasaba en cada pasillo, como si cada uno hablara de una historia diferente, de hecho, sí, cada pasillo contaba algo distinto, desde dramas por noviazgos hasta berrinches de niños porque no les compraban lo que querían. Realmente me divertía allí. Otro de los sonidos que dominaba el lugar era el del agua cayendo al suelo, porque los locatarios echaban cubetazos para mantener “limpio”, así que yo solía decirle a Amelia que simplemente regaban el cemento, pues, al final, se ensuciaría en el transcurso del día. Luego pasé por la zona de frutas, que siempre estaba lleno de gente, y con razón, las frutas que vendían eran deliciosas; yo planeaba comprar unas de mis favoritas, guayaba, con su dulce y ácido aroma que me hacía salivar de tan sólo pensar en darle la primera mordida , y mandarina. Antes de que me entregaran el kilo de guayabas que pedí, sentí que alguien me empujó. Al voltear para quejarme, me encontré con un hombre de medianos y redondos ojos color café claro, cejas negras bastante pobladas, labios un tanto gruesos, cabello negro y corto peinado de lado y bien rasurado, alguien bastante atractivo, o por lo menos del tipo que uno suele desear. —Fíjate por dónde caminas —le dije—. Tomé mi bolsa de frutas, pagué y empecé a caminar. Él se disculpó cortésmente. Se notaba que no era de por aquí, o que por lo menos no tenía la misma educación que yo; sólo bufé y seguí mi camino hasta el local de mi mamá, que cortaba algunas espinas. Sonreí y me acerqué. —¿Sabes que en esta época vendemos más cempasúchil que rosas, ¿verdad? —le comenté en un tono burlón mientras me sentaba a su lado y sacaba una de las guayabas. —Lo sé, lo sé, ¿pero sí recuerdas que estas flores las compran los enamorados en cualquier época del año? —respondió con una sonrisa divertida—. Estábamos platicando cuando una voz nos interrumpió; mi madre se levantó y yo fui tras ella, me sorprendí muchísimo al ver que era la persona que chocó conmigo un par de horas antes. —Me gustaría saber si me vendería unas rosas —preguntó de manera extremadamente educada. Todo en él gritaba que era más que rico, llevaba un traje gris impecable, una hermosa corbata roja, su pelo estaba peinado a la perfección y su rostro era de facciones finas, incluso parecía extranjero. En ese momento mi madre me vio alzar las cejas con una expresión de “te lo dije”, me reí y le enseñé la lengua. Al chico pareció darle gracia y mi rostro comenzó a calentarse hasta tomar un intenso color carmín. Dio las gracias, pagó el ramo de rosas y se fue. —¿Te gustó? —preguntó mi madre mientras acomodaba unas flores. Yo casi me atraganto con una guayaba y me sonrojé más. —Pues, no estaba tan mal, aunque no me interesan esas cosas horribles llamadas “novios” —. Y la verdad es que no necesitaba hombres en mi vida, ya tenía todo perfectamente planeado, mi futuro hecho. Me veía con una gran florería que se expandiría por todo el mundo, ése era el futuro más perfecto que podía imaginar, dijo mi mamá. La verdad es que no me gustaba que recordara a mi papá porque él falleció en un accidente, yo tenía ocho años en ese entonces. Pasaron los días y todo iba perfectamente bien, la tranquila y divertida rutina de siempre. Mientras caminaba por el mercado, volví a encontrarme con el chico de hacía unas semanas, vestido

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casi igual, aunque el traje era negro. Creo que era cuatro años mayor que yo, llegué a esa conclusión mientras lo observaba; de repente nuestras miradas se cruzaron, me descubrió. Ambos nos sonreímos, aunque yo me incomodé porque jamás sé qué hacer cuando un desconocido me sonríe, es extraño. En ese momento me fui, esperando no encontrarme de nuevo con él. Llegué a mi pasillo favorito, donde la mayoría de los puestos están repletos de dalias; esas pequeñas y hermosas flores color blanco que me obsesionan simplemente porque son perfectas. Para mí, representan la inocencia y felicidad que puede haber en el mundo y me pregunté en voz baja si la nieve sería de ese color. —No es de ese color —Me respondió una voz que me asustó tanto que di un brinco. —Soy Mauricio —sonrió burlonamente. —¿Y tú? —Mohana —contesté y salí corriendo. Mi corazón latía tan rápido… Las semanas pasaron y ahora Mauricio se aparecía en el mercado mucho más seguido; no es que lo buscara, pero me lo encontraba en todas partes, incluso en el puesto de mi mamá, porque iba ahí a comprar flores. Mauricio ya formaba parte de mi vida diaria. Para la víspera de Nochebuena, el extraño aroma de cempasúchil ya era otro, uno que me relajaba y hacía recordar la Navidad, la comida y los regalos. En ese momento, un “hola” me sacó de mis pensamientos, me giré y lo vi. Esta vez venía bastante abrigado, usaba una bufanda y un enorme saco negro. —Hola Mauricio —respondí. —¿Sigues preguntándote si el blanco de las flores es como el de la nieve? —Dijo en un tono burlón. Realmente me había agarrado confianza rápido, y yo a él. Ésta era mi vida ahora: el mercado y hablar con Mauricio. Me contó de los viajes que ha hecho… y de su novia; en ese instante yo sentí cómo se me revolvía el estómago y no entendía por qué. Así fue como me enteré de que ella era la razón por la cual iba tan seguido al mercado. Se veía tan feliz… mientras yo no sabía absolutamente nada de eso, ¿de verdad te volvías tonto?, porque de ser así, yo no quería enamorarme. —Te veo después, pequeña, tengo que ir con Eli. —Yo me despedí con una leve sonrisa y otra vez sentí que mi estómago se revolvía al escuchar ese nombre—. Meses después, Mauricio y yo éramos muy buenos amigos. Antes me caía mal, o mejor dicho, me hartaba que le interesara tanto mi vida, pero ahora se había convertido en el hermano que nunca tuve; me escuchaba y apoyaba, lo quería demasiado. Cuando llegué al mercado, vi a Mauricio muy triste. Amelia y yo nos acercamos a él para saber qué le pasaba y sólo alzó la vista, parecía que alguien le había quitado el alma o qué sé yo. Lo abracé con fuerza y cerré los ojos suspirando un poco, no necesitaba que me explicara lo que le pasaba, sólo quería que no se sintiera tan mal; él se quedó inmóvil, hasta que comenzó a llorar. —¿No preguntarás que pasó? —me recriminó. Yo negué con la cabeza mientras lo veía porque en serio no necesitaba explicaciones. —¿Por qué? —dijo curioso. –—Lo que te sucedió ya pasó, ¿no? Así que no te lo quiero recordar. Me contó que Eli lo cortó. Yo estaba sorprendida, aunque de repente me sentí tan enojada… ¿cómo fue capaz de hacerle eso? Mauricio no dejaba de repetir que era un idiota, que no había sido suficiente, entonces me desesperé y empecé a jalonearlo. —Cuando dices esas cosas, te conviertes en un idiota —dije más que molesta, y ¿triste? Traté de explicarle que si Eli se expresaba así, la idiota era ella. —Cuando estés más tranquilo, hablamos, no quiero escuchar tus lloriqueos. Sé que no medí mis palabras, pero estaba enojada. Más tarde, Mauricio se apareció en el local pidiéndome ayuda para regresar con Eli. —Finge ser mi novia —En ese momento abrí más los ojos, estaba confundida y otra vez con el corazón acelerado, mis mejillas comenzaron a tornarse rojas.

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—Eres un idiota, realmente un idiota —respondí. —Vamos, Mohana, ayúdame, amo a Eli. No sé qué haré sin ella —suspiró. —Vivir, eso es lo que harás, y no pienso ayudarte en tu estúpido plan —lo interrumpí—. Al notar su expresión de confusión, mi corazón comenzó a latir a mil por hora, como a punto de salirse de mi pecho. —No recordaba que fueras tan apática, Mohana—. En ese momento yo sólo podía pensar en lo mucho que odiaba que me hablara así y con ese tipo de palabras que yo desconocía, lo odiaba con toda mi alma. Cuando se lo dije, soltó una carcajada, logrando que varias personas voltearan a vernos. —Quise decir que no recordaba que fueras tan mala —expresó entre risas. —Pues ahora lo soy, así que olvídate de ese plan y de mi ayuda en cualquier cosa que tenga que ver con Eli—. —¿No lo harías por guayabas? —preguntó mientras me veía con una sonrisa divertida. —No me tomes por tonta —le dije. Mauricio suspiró y se quedó mirándome, de una manera tal que me hizo temblar. A regañadientes accedí a ayudarle y bromeé pidiéndole que no se olvidara de mis guayabas. Él me dio las gracias mientras me daba un fuerte abrazo. —Ya, ya, suficiente contacto físico por hoy —lo empujé no sin antes dar un largo suspiro—. No entiendo por qué te ayudo con semejante estupidez—. —¡Lo haces porque me amas! —gritó entre risas. Después se fue. Amelia seguía insistiendo con que moría por Mauricio y yo lo seguía negando, aunque admití que ya no sabía si sólo lo admiraba o era algo más. Ella empezó a hacerme burla hasta que le tapé la boca. En eso llegó mi madre preguntando qué estaba pasando, así que yo traté de desviar el tema tratando de verme interesada en su día. —Fui a ver si alguien compraba este ramo, son las últimas rosas que nos quedan y me pareció buena idea ir a ofrecerlas. Por cierto, se me hizo que Mauricio no viniera por unas. —¡Su novia cortó con él! —contestó Amelia. —¡Amelia!, eso no se dice a la ligera —arremetí. —Ay, sí, lo dice quien le gritó frente a todo el mundo —me miró. —A veces creo que ustedes dos tienen cinco y no 16 años. En fin, ahora entiendo por qué no vino, pobre chico…pero ya tienes una oportunidad, hija, ¡conquístalo! —En ese momento comenzamos a reírnos las tres. —Como si eso fuera posible —dije entre risas nerviosas. —La burra hablando de orejas. “Jamás fui suficiente para ella” —contestó Amelia. La voz de Mauricio resonó en mi cabeza. Amelia tenía razón, ahora yo estaba actuando como él y ya no tenía ninguna duda, estaba enamorado de él, aplausos para mí. —Nada es imposible, amor —trató de alentarme mi mamá. Ya habían pasado algunos meses y Eli comenzaba a sentirse celosa, así que trataba de acercarse más a Mauricio. El plan iba perfectamente bien, excepto por una cosa, yo me enamoraba de él cada vez más. Había veces en las que no recordaba por qué éramos “novios” y al volver a la realidad sentía como si un balde de agua helada cayera sobre mí. Odiaba ilusionarme y lastimarme así. Un día que Mauricio y yo decidimos salir a dar la vuelta, me dijo que todo marchaba como lo había planeado.

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—Sí. Dentro de poco van a regresar —le aseguré mientras sentía cómo la grieta de mi corazón se hacía mucho más grande con esas simples palabras. —Sí, seguro —sonrió levemente. —Si no me hubieras ayudado, seguiría en depresión. Gracias. En ese momento, mi corazón se rompió completamente y comencé a sentir que mis ojos se calentaban y llenaban de lágrimas. Así que me despedí y me eché a correr sin detenerme hasta llegar al camión. Noté que Mauricio venía detrás de mí, pero no quería que me viera llorar y no me importó que la puerta se le cerrara casi en la cara. ¿Por qué no podía ser yo su novia y acepté ayudarlo? ¿Por qué soy tan masoquista? A pesar de mi tristeza, logré llegar al mercado ya cuando estaban cerrando. Mi mamá me vio y me preguntó si mi cita con Mauricio había sido tan mala. La abracé con fuerza y me quedé callada, no quería hablar en ese momento. —Ay, mi niña, si ya no quieres seguir con esa farsa, díselo. Asentí sollozando, sabía que debía que acabar con esa situación inmediatamente. La próxima vez que viera a Mauricio, le diría que termináramos con este asunto, finalmente, ya tenía a Eli a sus pies, así que no creí que hubiera problema. Decidí citarlo en el parque de siempre y al verlo, comencé a llorar porque estaba con Eli, besándola. Cuando Mauricio abrió los ojos y notó mi presencia, se separó de ella rápidamente con una expresión de sorpresa. Ése era el momento en el que yo debía actuar…tal vez ni siquiera sería una actuación. —¡Lo sabía! —dije con voz temblorosa —Creí que olvidarías a Eli cuando es obvio que la amas. Fui una idiota—. Nuevamente me eché a correr hacia el mercado, las lágrimas no dejaban de salir de mis ojos. Después de varios minutos me quedé sin fuerzas para seguir, así que frené y apoyé mis manos sobre las rodillas; no podía respirar de tanto que sollozaba, me dolía el pecho, era como si me estuvieran clavando un cuchillo. En cuanto llegué al puesto, mi madre me abrazó con fuerza mientras yo me aferraba a su camisa. A pesar de que todo había sido una farsa, no lo soportaba, me sentía como una idiota, era una idiota. —Jamás volveré a enamorarme así, ¡jamás! —grité desesperada para comenzar a llorar con más intensidad. Durante todo un año estuve evitando a Mauricio; cada vez que iba a nuestro puesto, yo me ocultaba; ahora ya no paseaba por el mercado, incluso había días en los que ya no me aparecía por ahí, simplemente no quería verlo, no podía escuchar lo feliz que era con Elizabeth, jamás había podido, y en esa situación menos. —Voy por un helado al parque, mamá —sonreí levemente mientras la miraba. —¿Un helado con este frío? Vaya que eres rara.

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Me despedí y fui hacia el parque, realmente hacía frío, pero no me importaba, tenía un enorme antojo de helado de chocolate, mi favorito. Llegué al carrito de helados, pedí uno, lo pagué y comencé a caminar tranquilamente. De pronto escuché que alguien dijo mi nombre, volteé sorprendida y me encontré con Mauricio. Mi corazón se detuvo y un enorme nudo se formó en mi garganta, no estaba lista para verlo, aunque ya había pasado demasiado tiempo, era doloroso. —¿Dónde has estado? ¿Por qué me has evitado tanto? —preguntó al tiempo que se me acercaba. —Simplemente no quería verte, ¿algún problema? —respondí con voz temblorosa. —Sí, sí hay un problema —se acercó aún más —¿No pensaste en cómo me sentiría yo? ¿No pensaste que te extrañaría? —Comencé a enojarme y se volvieron a juntar miles de lágrimas en mis ojos. —¿Eres una idiota? —replicó. —¡Tú eres el idiota! —grité dejando salir mis lágrimas. —¡Yo soy quien debería preguntar eso! ¡Yo soy quien debería estar molesta! —él me vio atónito. —¿Nunca te cruzó por la mente que me gustabas?–¡¿Nunca pensaste lo mucho que me dolió verte besando a Elizabeth?! ¡Tú eres el idiota! ¡Te odio con toda mi alma! —En ese momento sus brazos me rodearon y sus labios se apoderaron de los míos, yo lo traté de empujar, pero mientras más luchaba, más me pegaba a él. Terminé rindiéndome después de varios segundos, él se separó en ese momento y me miró a los ojos. —Lo siento, Mohana…no sabes cuánto lo siento —acarició mi mejilla. —El día que nos viste besándonos me sentí muy mal. A pesar de que había vuelto con Eli, no podía sacarme de la cabeza tu expresión de tristeza. No entendí por qué me sentía así, creí que ya todo estaría bien por haber regresado con Elizabeth, pero no verte durante tanto tiempo y el que me ignoraras tantas veces hizo que me diera cuenta de quién era la persona a la que realmente amaba; sólo que no podía aceptarlo, tú eras mi mejor amiga, o es lo que quería pensar, pero no era así, tú siempre fuiste alguien demasiado especial. Aunque pareciera que Elizabeth tenía todo a su favor, siempre hubo algo en ti que me hizo amarte, y creo que fue tu locura, y todo en ti, lo divertida, agresiva e irónica que puedes ser —vaya forma de confesarse, pensé. —Eres un idiota, ¿lo sabías? —reí. —Lo sé, pero soy tu idiota. Siempre me sorprendió cómo en los días fríos se vendían rosas, pero ahora podía comprenderlo: para el amor no existe tiempo exacto.

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Las dos muertes Edgar Ferrer

Estudiante de Filosofía

V

eía a través de la ventana del taxi todos aquellos coches cubiertos por una manta blanca sonando sus cláxones en el tránsito de la ciudad, de fondo, alcanzaba a escuchar la música de Pedro Infante, aun así, yo solo pensaba en lo ocurrido esta mañana. Ya en el departamento, la casero tocó a mi puerta para avisarme que me llamaba por teléfono Brisa, una amiga. —Qué raro nombre —dijo la vieja. —Yo me quedé sin habla. —¿Entonces qué le digo?, está en el teléfono y ya ve que sale recaro. —Voy para allá Panchita. Al ver el teléfono, levanté la bocina con miedo. —¿Diga? —¿Eres tú, Ernesto? —contestó Dolores, una mujer lejana, pero que aún amaba. —Con que eres tú, Dolores. —Sabes que odio me digan así. —¿Qué se te ofrece? —le contesté fríamente. —Pues sólo quería saber cómo estabas. —Todavía vivo, aunque la última vez me dejaste medio muerto —respondí. La mujer se rió sarcásticamente. —Mira, Dolores, tú me dejaste fuera de tu vida y yo te saque de la mía. Ya viste que estoy bien, así que adiós. —Espera, quiero verte otra vez. —Dolores, es mejor que cuelgue. —Espera. —Tú no me esperaste ni tuviste compasión. —Solo déjame verte, Ernesto, necesito decirte algo importante. —Si te contesté fue por educación, así que dímelo ya. —Necesito que sea en persona. —¡Ay, Dolores!, ¿qué pretendes ahora?, ya me causaste una pena y ahora regresas cual tormenta. Te estás equivocando, adiós. —Por favor no cuelgues, estoy enferma y pronto moriré, quiero despedirme de ti, si es que quieres acompañarme en mis últimos días. Sé que tú me querías y te traicioné, por eso ahora te pido que me dejes quedarme contigo. Después me citó en el mercado de Jamaica, quizá porque por esos rumbos nos conocimos. En ese entonces yo era un viajero que iba a los pueblos a vender flores, porque mi madre tenía un puesto ahí. Dolores resultó ser hija de uno de nuestros proveedores, yo decidí llamarle Brisa por su actitud serena e intempestiva; sutilmente, le estaba diciendo lo bipolar que era. Por otro lado, ese lugar también me recuerda mi infancia. Cuando iba allí a ver a mi abuela, solía contarme la historia de mi tío abuelo, quien murió en este mercado a causa de un disparo por culpa de una mujer comprometida a la que cortejó sin saber que estaba con alguien (ese novio era un amigo suyo que estaba de viaje), así que éste decidió dispararle. La novia vivió el resto de su vida con la culpa y se quedó sola. Esa historia me daba miedo; además, que alguien se vengara de ti me resultaba triste, pues cuán decepcionado y deprimido debes estar como para asesinar a un cuate. Eso pensaba de niño. Continuando con la historia de Dolores, ella salía con Carlos, un amigo mío que vivía en Estados Unidos y con quien mantenía una relación a larga distancia, pero él terminó casándose con otra. Dolores y yo nos enamoramos, pero cuando Carlos volvió, le propuso continuar juntos. Al enterarse de que éramos pareja, peleamos, así que decidí irme lejos para no empeorar las cosas. Tiempo después, él se suicidó porque ella lo traicionó nuevamente. La historia de mi tío abuelo se repetía. Carlos me asesinó con su silencio. Por todo eso, no aceptaría verla, aunque su tono enfermo me hizo sentir remordimiento. Pobre mujer, ¿qué tendrá?, su voz era la de una anciana.

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—¿Y luego, compa, irá al mercado?, porque está cerrado, ¿no ve el clima? Hace rato pasé y los puestos ya estaban cerrados —habló el taxista. —Me veré con una persona. —¿Con este frío? Perdón, pero están locos. Le pague a al taxista y baje del taxi. Observé la nieve alrededor, no había ningún puesto abierto, la plazoleta estaba sola. A lo lejos vi cómo un punto se acercaba, y en la blancura la reconocí. Tenía el cabello corto, tez blanca, un cuerpo delgado y su caminar era pausado; conforme se acercaba, notaba el color miel de sus ojos y sus pequeños labios que tantas veces se posaron en los míos, pero apenas lo recuerdo. Ahora, su mirada era diferente, se notaba su enfermedad, pero no me atreví a preguntarle qué tenía. Mi corazón comenzó a latir más rápido al tenerla frente a mí y no supe qué decirle. —Hola, gracias por venir, creí te arrepentirías —me dijo débilmente y tosiendo un poco. —¿Dolores, es verdad lo que dices o es una mentira más? —respondí enojado. —De verdad estoy enferma, así que te pido perdón por el dolor que te provoqué, lamento lo sucedido aquel día. ¿Aún me quieres? —Te quise Dolores, con el alma, pero vi eres una persona egoísta y fuiste mentirosa. —Odio me llames Dolores, tú me decías Brisa, ¿recuerdas? —me contesto enojada. —Yo te dije te casaras conmigo y aceptaste, luego me enteré de que eras novia de Carlos. En fin, pensé que estabas casada con aquel sujeto de dinero, Juan, y te lo repito, ese día moriste para mí. —Perdóname, Ernesto. —me dijo tristemente. —¿De qué te perdono?, ya lo olvide. —Entonces regresa conmigo —me pidió con lágrimas en los ojos. Le expliqué que sólo acudí a verla porque me comentó que estaba mal y la compadecía, pero ella ya estaba en el pasado y jamás volvería con ella. —Lo entiendo. Unicamente te pido que te quedes conmigo estos días. Noté su rostro cansado y sus ojos llorosos; aquella mirada, de la cual me enamoré, se había desvanecido. —Te amé tanto Dolores, y ahora me dices que morirás. Verte morir será igual que aquel día. Tú estás aquí porque te abandonaron, ¿y te digo una cosa?, conmigo te equivocas. Tienes familiares. Ve con ellos, con tu familia, y muere tranquila. Dolores me miró. Estaba llorando. Me di la vuelta y la dejé en aquel invierno infernal. Esa tarde en el periódico salió una nota: “Mujer se arroja a las vías del tranvía”, así que no sólo murió ella, en mi interior, yo también, porque la mujer a la que quería tanto se convirtió en ceniza.

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Reflejo Dinorah K. Pavón Taboada Estudiante de Comunicación

M

e encuentro en un cuarto obscuro con tan sólo un espejo en su interior, tengo una necesidad inmensa de tocarlo así que me acerco más y más. Cuando estoy a unos centímetros, volteo a ver mi reflejo, soy yo, aunque algo cambiada: cabello corto y ropa extraña; además, con una expresión de angustia menciona unas palabras que no puedo comprender. El espejo se desvanece y siento que caigo en un abismo; cuando estoy por llegar al suelo, me despierto de un brinco. Decido no hacerle caso a ese sueño (que más bien es una pesadilla recurrente) que le atribuyo a los nervios de entrar a una nueva escuela en un país que apenas conozco. En Japón todo es diferente, como el orden y la seguridad, porque es inusual que la gente robe, lo cual me agrada bastante, te sientes libre de dejar tus cosas por ahí sin preocupaciones. Bajo las escaleras rumbo a la cocina y veo a mamá haciendo el almuerzo onigiri y salchichas en forma de pulpitos. A pesar de que apenas está aprendiendo a cocinar ese tipo de cosas, le ha quedado bastante bien. Ella insiste en que coma el desayuno, huevos con jamón, y no sé por qué preparó mi platillo favorito, pero no le doy importancia, me despido y me dirijo al metro para llegar a la escuela secundaria pública de Osaka. En el metro se puedo sentir un ambiente tan tranquilo y relajado que puedo olvidar mis preocupaciones por un momento; al llegar a la estación, suena el timbre de la escuela y me echo a correr.

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Me siento muy ansiosa, realmente no sé qué piensen los asiáticos de los alumnos extranjeros y menos de los mexicanos. En el pasillo está el director Takeshi esperando para presentarme con mis compañeros, quien, por cierto, no parece japonés totalmente, sino una mezcla entre asiático y estadunidense. —Buenos días, Rosaura-San —me dice alegre. —Buenos días, director —contesto con algo de timidez. Dejo salir un gran suspiro, entro al aula y me presento escribiendo mi nombre en el pizarrón, Akari Roura. En este punto tal vez se pregunten por qué tengo un nombre japonés; y es muy sencillo, mis abuelos nacieron aquí y mi padre en México, pero volvamos a lo importante. Todos me miran muy asombrados y me dicen que soy muy linda. No sé qué de lindo ven en mí, y no es que no me guste mi apariencia, sí me gusta, pero se me hace raro que mis compañeros actúen tan entusiasmados si soy muy diferente: cabello castaño con un tono rojizo y rizado, piel apiñonada y ojos grandes y… bueno, son de un color raro, violeta, aunque decidí esconderlos bajo pupilentes azules para no llamar tanto la atención. Me sonrojo y me siento en el pupitre que se encuentra justo al lado de la ventana, volteo y veo caer los delicados pétalos del sakura que vuelan uno a uno como ligeras gotas de agua mientras transcurre el primer día de clases. Poco antes de finalizar la clase me doy cuenta de que uno de mis compañeros me observa muy sorprendido, como si hubiese encontrado un tesoro escondido; al mirarlo se pone tan nervioso que casi se cae de su asiento. Avergonzado vuelve a su sitio algo cabizbajo. Por fin suena el timbre y me voy corriendo, pero antes de llegar a la puerta, ese chico me grita que espere, entonces me detengo en seco. Estoy tan nerviosa, al grado de que comienzo a sudar frío. —Sólo quería pedirte una disculpa por lo que pasó en clase, es que…nunca había visto a alguien con ese color de ojos —en seguida verifiqué si tenía los pupilentes y claro, me faltaba uno. —Sí, lo sé, parezco alien —de pronto empiezo a sentir un nudo en la garganta y cuando estoy a punto de retirarme, él dice unas palabras que me dejan atónita. —Pienso que el hecho de tener ese color de ojos te hacen alguien única —en ese momento me sentí aún más nerviosa, así que me despedí y me fui a casa. Llego y veo que mi mamá tiene un pastel y me abraza —¡Feliz cumpleaños! —grita mientras yo me siento muy confundida, había olvidado por completo que hoy era mi cumpleaños número 17. Ella se gira y me da un extraño regalo, un espejo antiguo bastante mono. Después de comer pastel, fui hacia mi habitación para examinar ese extraño objeto. Luego de observarlo por varios minutos, me doy cuenta que tiene una nota que escribió mi abuelo; al terminar de leerla, pronuncio irritum refectione. Después de eso, mi vida cambió para siempre.

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Morir en el sueño

Antonio Guzmán Guzmán Comunidad UIC

M

iguel estaba a punto de meterse a la cama cuando escuchó que tocaron la puerta. Era Alberto, su vecino y amigo. Había sido un día muy pesado, por lo que después de una hora, sólo deseaba entregarse al sueño y descansar para estar listo al día siguiente. —Me duelen los pies, no puedo dar un paso más, tampoco aguanto los hombros. Por favor, Miguel, haz un esfuerzo, necesitas escribirle a tu madre aunque sea para saludarla y saber cómo está. Ella lo necesita para que se sienta mejor, lo sabes. Luego de una hora, Alberto se marchó. Ahora sí, nada ni nadie interrumpiría su sueño, descansará aunque la casa se derrumbe y apagará todas las luces para dormir profundamente. —Abrázame colchón, no me dejes. ¡Qué suave, tú, sábana!, ¡y tú, cobija, no te quedas atrás, me envuelvo en ti. ¡Ay, almohada, otra vez sabrás mis sueños!, es inútil evitarlo, sólo te pido no contarlo. Hasta mañana. Creo que ya pasó mucho tiempo. Vaya, son las dos de la mañana. ¡Qué calamidad! Dormiré más. ¿Por qué se mueve la cama? ¿Estoy soñando? Me quedo quieto para ver si continúa moviéndose, pero no. Seguramente fue un sueño. Ahora son las 2:30. —¡Miguel, cierra los ojos y duérmete!, ¡por lo que más quieras, duérmete! ¡Mi cabeza! ¡Qué calor! ¿Y ese bullicio? ¿Qué pasa afuera? ¿Está temblando? No hay alarma. Esa gente que no para de hablar. Se escuchan los ruidos del día, ¿por qué? ¿Qué pasa? No puedo levantarme. Me cuesta trabajo respirar; no puedo moverme, ni siquiera un brazo. Quizás siga soñando. Los pies los tengo que mover. Necesito salir de esta cama. ¿Qué pasa? Estoy desesperándome, pero ¿por qué? Siento una picazón, pero no consigo extender ni un dedo. ¿Y ese ataúd? ¿A quién van a sepultar? Es poca gente la que acompaña. ¿Quién murió? Tal vez lo conocí. Ahí van mis hermanos, están tristes, los vecinos también. —¡Alberto! ¡Habla! ¿Sucedió algo después de que te fuiste? ¿Estás enojado? ¡Contéstame! ¡No puede ser! Ése soy

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yo en el ataúd, pero estoy vivo. ¡¿No se dan cuenta?! ¡Ustedes saben que quiero vivir! Tengo planes, ¡no puedo morir! Me levantaré. Saldré de esta horrible caja que me asfixia; la romperé y la sacudiré con todas mis fuerzas, para que, quienes la cargan, se den cuenta de que en realidad llevan a un vivo a sepultar. Así me sacaran de ella. ¡No puedo! ¡Alguien haga algo, por favor! Está bien, con calma, concéntrate y lanza un golpe a la vez con los pies para romper la caja. Sigo sin lograrlo. Me hace falta el aire. Está muy oscuro. Si yo voy aquí, ¿quién está viendo que soy yo el que está aquí adentro? ¡No puedo morir! Yo amo la vida. No estoy viejo. No conozco al amor de mi vida. Tengo que cuidar a mis padres; visitar a mis amigos que hace tiempo no veo; jugar con mi primer hijo. ¡No puedo morir! ¡No ahora! No escucho ni veo nada, desisto en levantarme. Voy a cerrar los ojos con mucha fuerza, seguiré dormido, así, quizá mañana despierte.

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DIRECTORIO Mtro. Bernardo Ardavín Migoni Rector Mtro. Hugo Antonio Avendaño Contreras Vicerrector Académico Ing. Raúl Alberto Navarro Garza Dirección General de Administración y Finanzas P. Juan Francisco Torres Ibarra M.G. Dirección General de Formación Integral Coordinación de Difusión Cultural Lic. Dora María Gómez Alonso Coordinadora Mtro. Ranmses Ojeda Barreto Jefe de Departamento de Intercambio Cultural y Evaluación Prof. Israel Reyes Zúñiga Jefe de Departamento de Comunicación Cultural Mtra. Enriqueta Soto González Auxiliar ¡Síguenos!

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