Colaboradores
Sofía Archundia Ramírez-Estudiante de Diseño gráfico Abner Melo Castro-Estudiante de Filosofía Dinorah K. Pavón Taboada-Estudiante de Comunicación Héctor Ortega-Estudiante de Bachillerato UIC Gabriel Pano Morales-ExaUIC Bachillerato Antonio Guzmán Guzmán-Comunidad UIC Edgar Rogelio Ferrer Orosco-Estudiante de Filosofía Alejandro Landoni-ExaUIC Comunicación Eduardo Soto-Borja-ExaUIC Filosofía Ismael Hernández Valencia-ExaUIC Derecho Mario Alberto Pérez-Comunidad UIC Denicce Rojano Valdez-ExaUIC Comunicación Patricia Torres Villarruel-ExaUIC Derecho Alexa Axtle-ExaUIC Posgrados Comunicación Juan Jorge Farías Rodríguez-ExaUIC Administración estratégica-Posgrados Comunicación Elizabeth Téliz Martínez Arantza Ocampo
Diseño gráfico e Ilustraciones Karina Fernanda Mendoza y Acevedo
Corrección de estilo culturauic Karemm Danel
Director de la publicación Dr. Ranmses Ojeda Barreto
Grupo de Escritura Creativa Coordinación de Difusión Cultural Universidad intercontinental Insurgentes sur 4303, colonia Santa Úrsula Xitla, Tlalpan, Ciudad de México. @Agora_VirtualEC agora_virtual@hotmail.com issuu.com/agoravirtual es.escribd.com/agora_virtual @Agora_VirtualEC Todos los derechos reservados. Esta publicación es de carácter universitario, sin fines de lucro y no puede ser reproducida total o parcialmente por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico o cualquier otro, sin permiso previo de los titulares de las obras. La revista Ágora Virtual es una publicación de carácter universitario. Las opiniones enunciadas son responsabilidad de sus realizadores. La Universidad Intercontinental abre un espacio para la expresión artística como un ejercicio de extsión de la cultura; no obstante, el contenido de la publicación no representa necesariamente la opinión de la institución.
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DIFUSIÓN CULTURAL
Índice Presentación
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Una vida Sofía Archundia Ramírez
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Ciudad de Sangre Edgar Rogelio Ferrer Orosco
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En la escalera Abner Melo, Edgar Ferrer, Héctor Ortega y Gabriel Pano (creación colectiva)
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La cordura es la peor ceguera Héctor Ortega
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El momento adecuado Dinorah K. Pavón Taboada
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La cama sin tender Gabriel Pano
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El perro Abner Melo, Edgar Ferrer, Héctor Ortega y Gabriel Pano (Creación colectiva)
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Imposible Sofía Archundia Ramírez
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Uno y otro día más Héctor Ortega
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Rutina Dinorah K. Pavón Taboada
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El anciano que cuenta el tiempo Abner Melo, Edgar Ferrer, Héctor Ortega y Gabriel Pano (Creación colectiva)
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Priscila Dinorah K. Pavón Taboada
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Naturaleza y equilibrio Eduardo Soto-Borja
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Surrealismo Antonio Guzmán Guzmán
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Desafío a muerte Alejandro Landoni
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Dos muchachos Juan Jorge Farías Rodríguez
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Perspectiva Ismael Hernández Valencia
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La noche Antonio Guzmán
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Los abuelos Mario Alberto Pérez
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La mitología de la T Denicce Rojano Valdez
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Reflexiones Patricia Torres Villarruel
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Multiplicidad Alexa Axtle
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ETHOS (credibilidad) Alexa Axtle
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Caos, orden, caos Juan Jorge Farías Rodríguez
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Tápate Elizabeth Téliz Martínez
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Animadversión ciega Arantza Ocampo
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Ágora Virtual núm. 08
Minificciones 1
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Minificciones 2
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Minificciones 3
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Minificciones 4
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Minificciones 5
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Minificciones 6
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Minificciones 7
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Sofía Archundia y Gabriel Pano Sofía Archundia y Gabriel Pano Sofía Archundia y Gabriel Pano Sofía Archundia y Gabriel Pano Sofía Archundia y Gabriel Pano Sofía Archundia y Gabriel Pano Sofía Archundia y Gabriel Pano
Minificciones 8
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Minificciones 9
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Minificciones 10
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Minificción 11
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Minificciones 12
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Minificciones 13
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Minificciones 14
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Sofía Archundia y Gabriel Pano Sofía Archundia y Gabriel Pano Sofía Archundia y Gabriel Pano Alejandro Jodorowsky Jorge Luis Borges
Augusto Monterroso Julio Cortázar
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Presentación
A
10 años de la conformación del Grupo de Escritura Creativa en la Universidad Intercontinental, se constata no sólo el ejercicio universitario de la creación literaria, también la necesidad de espacios para su expresión, y la condición inminente de conservarlos como responsabilidad de una institución educativa interesada en la extensión del pensamiento a través de la expresión literaria. El tiempo siempre es testigo de lo duradero, pero también de lo perecedero. Una década de la suma de esfuerzos, talento, trabajo y disposición de todos aquellos que han transitado por la agrupación, confirma lo perdurable del proyecto. Con este número de Ágora Virtual, “Entre el orden y el caos”, también se conmemoran ocho años de la publicación digital. En este sentido, colaboró quien a su gusto y placer respondió a la convocatoria para la celebración de este aniversario, y formó parte no sólo de la agrupación, sino del sueño de materializar su trabajo creativo. Nos resta agradecer a quienes colaboran en este número, así como a todos los que hicieron posible la creación, crecimiento y permanencia de los proyectos del Grupo de Escritura Creativa y Ágora Virtual; que han sido muchos. Infinitas gracias. Dr. Ranmses Ojeda Barreto Director de la publicación
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Ágora Virtual núm. 08
Manifestación 1
Se despierta y corre a la siguiente habitación, abre las ventanas y no hay nada…
llora porque nada ha cambiado Sofía Archundia y Gabriel Pano
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Una vida Sofía Archundia Un día como cualquier otro en la Ciudad de México. En la calle se escuchaban los motores arrancando y el cuchicheo de las personas. También, se podía apreciar el sonido de los zapatos de la gente que transitaba por allí. Todo el mundo se movía, excepto una chica cuyo nombre es Lilian, la chica ermitaña del departamento 201 del edificio Luna Plateada. De algunos de los terrenos salía música, principalmente banda o cumbia, se notaba que era la hora del aseo en la casa. La canción que siempre se escuchaba era de la “Si en una rosa estás tú” (como le llamaba la chica). A veces Lilian se preguntaba qué era lo que tenía de especial esa canción. —¿Acaso le dará a uno más energía?—, se preguntaba siempre que lavaba los platos. En su edificio se escuchaban varias canciones sin género en específico, algo que no estaba segura de si era una bendición o una maldición. De repente uno de sus vecinos escuchaba Hombres G, y el vecino del otro lado escuchaba Skrillex; incluso, a su vecina de arriba se le ocurría escuchar metal y parecía que la emoción le ganaba tanto que de repente escuchaba y sentía las vibraciones de los saltos. ¿Qué escuchaba ella? Nada más y nada menos que música clásica, jazz y pop. Esos géneros siempre le ayudaban a hacer sus pinturas tranquilamente. Esa mañana, Lilian había decidido pintar el dije que su madre le había regalado cuando era pequeña. Deseaba
capturar los sentimientos que éste le provocaba al verlo. Mientras colocaba todas sus herramientas para pintar, sintió que su estómago rugía, por lo que suspiró y se levantó. En ocasiones, odiaba tener que comer cuando su inspiración estaba en su punto máximo. Cuando pasó frente a su espejo, su propia imagen llamó su atención. —El hambre puede esperar —se dijo mientras se acercaba al espejo—. Al ver su rostro, la primera pregunta que surgió en su mente fue —¿Cuándo cuidé mi rostro por última vez? Luego se preguntó, —¿Gané peso?—También notó que su cabello era considerablemente largo en comparación con la última vez, ahora casi le llegaba a la mitad de la espalda. El tono de éste era opaco. Si hubiera sido una chica muy preocupada por su físico, sería brillante y seguro gastaría millones de pesos en su mantenimiento, pero ella no le veía el caso, tampoco era como que saliera mucho de su casa. Su físico tampoco era el mejor, no estaba gorda, pero tampoco tenía la figura de las chicas que estaban en las revistas de moda o catálogos de ropa que ordenaba. —¿Debería de empezar a hacer ejercicio? —se cuestionó mientras caminaba hacia la cocina. Al llegar allí, suspiró y encendió la estufa para poner a hervir dos huevos, le daba demasiada flojera batirlos. Mientras esperaba, se acercó a la ventana, tomó su cajetilla y encendedor de la bolsa, sacó un cigarro y lo encendió. Suspiró al exhalar el humo. A veces
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le daba tristeza saber que se perdía de toda la vida que existía afuera de su departamento. Muchas veces deseaba cambiar, deseaba ser una chica con una vida social, social. Tenía 27 años y no había dado ni su primer beso. Estaba aislada de la sociedad. ¿A qué se debía su vida de ermitaña? Tal vez era el miedo a ser juzgada como antes. Su mente era contradictoria, deseaba salir y conocer el mundo, pero le aterraba estar en contacto con la gente. Ni ella se comprendía a sí misma. Dio la última calada a su cigarro y lo apagó en su cenicero, para después acercarse a la estufa, sacar el huevo y apargarla. Minutos después terminó de desayunar y regresó a su amado banco para comenzar a dibujar sobre el lienzo de tela que estaba frente a ella. Observó el dije detalladamente y se encargó de colocar todas las particularidades; en este caso, las ramificaciones del ala de mariposa. Ese collar le traía miles de memorias. Aún podía recordar aquella his toria que inventó cuando era niña, acerca de que el dije ayudaba a dos amantes a reencontrarse. Desde pequeña, su mente siempre había volado. Al comenzar a poner el color, recordó un par de cosas más, como cuando lo tiró desde el segundo piso de su casa para ver si se rompía o no, también cuando lloró demasiado porque pensó que lo había perdido y el destino de la pareja que había creado estaba perdido de la misma manera. Sí, había vivido demasiadas cosas con aquel artefacto. De repente, la puerta de su departamento sonó, ella decidió ignorarlo como siempre, estaba segura de que serían sus molestos vecinos invitándola a participar a sus juntas vecinales. —¿Disculpe, sabe quién vive aquí? —Se escuchó al otro lado de la puerta. —Sí, allí vive Lilian López —respondió una voz femenina. —¿Está en casa? La mujer dejó salir una carcajada en ese momento. Ahora Lilian sabía que era su vecina Martha, la única que parecía graznar en lugar de reír. —Más bien, deberías de preguntar cuándo no está —respondió la mujer—, Lilian es una ermitaña, jovencito, jamás la verás, lo mejor sería que le dejes ese paquete en la puerta. —Pero necesito que firme esto… —Suerte con eso, mijo —respondió la mujer, y poco después se despidió. Lilian suspiró, tendría que atender la puerta ahora, no quería dejar al pobre hombre parado durante horas. Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando sonó de nuevo el timbre de su departamento. —¿Lilian López? —¿Quién es? —preguntó la chica al estar cerca de la puerta. —Soy el nuevo cartero del vecindario, llegó un paquete para usted y necesito que firme unos papeles. —Está bien…
En ese momento la chica abrió la puerta topándose con una mirada sumamente curiosa. Al analizar el rostro de aquel muchacho, pudo deducir que era más joven que ella, con su voz lo notó, pero el rostro del chico simplemente lo confirmó. —Mucho gusto, mi nombre es Felipe García—comentó aquel chico con una amable sonrisa—, perdone por sacarla de su departamento, pero me dijeron que era sumamente necesario que firmara esto. —No se preocupe…ya lo he hecho antes, no es como que me cause mucho conflicto abrir la puerta —respondió la chica entre pequeñas risas. Algunos vecinos, incluso, se asomaron para verla. —Algunos de ellos jamás la habían visto—. Gracias por traerlo —dijo Lilian después de firmar y tomar el paquete—, adiós. En ese momento cerró la puerta dejando salir un suspiro. No soportaba mantener una conversación con alguien, verdaderamente no lograba hacerlo. —Eres una aburrida, a nadie le gusta hablarte—. Un par de días después volvió a sonar el timbre de su departamento, esta vez la chica se encontraba sentada en el sillón frente a su ventana fumando, como solía hacerlo en los momentos que no tenía inspiración para nada. —¿Quién es? —preguntó perezosamente desde su sillón, observando la puerta. —Felipe García. Llegó otro paquete para usted. Lilian observó el techo confundida, no recordaba haber comprado algo más que requiriera una firma. Al final, terminó levantándose para ir a recibir ese nuevo paquete, le daba cierta pereza tener que desplazarse en esos momentos. —Buenas tardes, señorita —dijo el joven con una brillante sonrisa—, necesito que firme aquí. —Está bien —Lilian respondió mientras tomaba de nuevo el papel. Al terminar, se lo regresó al cartero y tomó la pe queña caja. —De nuevo, muchas gracias —dijo la chica sonriendo amablemente—, hasta lue… —¡Espere! —dijo el cartero. Lilian lo vio un tanto confundida, cosa que hizo ruborizar ligeramente al chico—, bueno, quería saber si…pues... podíamos intercambiar nuestros números de teléfono. Lilian alzó una ceja con una ligera sonrisa, recargándose en el marco de la puerta. —¿Cuántos años tienes? —preguntó la chica con cierta diversión. —20… —Lo siento, pequeño— respondió inmediatamente la chica— te paso casi por 10 años. —Pero la edad… —Adiós. En ese preciso momento Lilian cerró la puerta, sintiendo cómo su corazón martilleaba con fuerza su pecho. Jamás se le habían declarado. —Aunque prácticamente no se declaró… —se dijo a sí
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misma—. No importa, tengo que evitar a toda costa ese tipo de cosas, sí —asintió cerrando los ojos—. Bueno, ahora ¿qué es este paquete? —murmuró mientras se acercaba a su sillón para abrir aquella caja. Al abrirla encontró una hermosa pulsera— ¿en qué momento te pedí, pequeña?—dijo entre pequeñas risas, mientras observaba el objeto— ¿debería de…? No, claro que no, es muy pequeño. Conforme pasaba el tiempo, Felipe visitaba con mucha más frecuencia a Lilian, aunque siempre lo rechazara. Él mantenía sus esperanzas en alto, o eso pensaba la de pelo oscuro por tantas visitas que tenía. —Lilian…sal conmigo, por favor —dijo por milésima vez el chico. —Felipe, ya te dije que soy mucho mayor que tú. —¿En todos los aspectos? —preguntó el más joven—. Escuché que jamás sales desde que te mudaste…¿nunca te has preguntado cómo es aquí afuera? —dijo Felipe acercándose a la chica, obligándola a retroceder— Puede que seas mayor que yo, pero estoy seguro de que no tienes tantas experiencias como yo, en todos los aspectos, así que… —El más alto tomó la mano de la chica—, déjame enseñarte todo lo que te has perdido. Lilian lo vio con el ceño fruncido; sin embargo, tenía razón, ella no sabía nada a comparación de él. Habían pa-
sado siete años desde que se había encerrado en su propio mundo del departamento. —Piénsalo… Felipe soltó la mano de Lilian al no ver alguna respuesta. La chica suspiró y se dio la vuelta para acercarse al ventanal de su casa. —Sí, no conozco nada —admitió la chica, provocando que Felipe se detuviera—, no sé quiénes son mis vecinos, no tengo amigos; prácticamente…estoy sola —dijo con voz quebrada, abrazándose a sí misma—, no encajo en la sociedad…eso es lo que he pensado siete años. Estoy harta, ya no quiero seguir viviendo de esta manera, encerrada, alejada del mundo —puso su mano sobre el vidrio—, quiero vivir. Pero…me da tanto miedo la sociedad, lo que puedan decir o hacer…es algo que me aterra… —Yo te protegeré —interrumpió el chico—; además, la gente siempre dirá y hará cosas que puede que no nos agrade, pero eso es lo que hace la vida emocionante. Si todo fuera paz, lo único que habría sería aburrimiento. El drama jamás ha sido algo malo —dijo Felipe riendo un poco— así que… ¿estás dispuesta a incluir al drama en tu vida? Lilian volteó a ver a Felipe, quien sonreía ampliamente. —Sí.
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Ágora Virtual núm. 08
Ciudad de Sangre Edgar Rogelio Ferrer Orosco
Ahí iba yo, en medio de aquel ruido ensordecedor que no me dejaba escuchar ni mis pensamientos. Se percibe a mi alrededor el olor a alcantarilla. Ése es el olor característico de la ciudad, de algo que se descompone; de una ciudad que se pudre. Nosotros, los que vamos en este camión, somos el ganado, el cual sirvió de comida para que se alimentara la metrópoli con nuestra sangre. Todos nosotros alimentamos a esta bestia, a este monstruo llamado Ciudadela, los que posamos sobre sus lomos, la ayudamos a crearse. En mis adentros, apenas escuchaba estas palabras; mientras que en el exterior, todo seguía su ritmo habitual. —¡Háganse pá atrasito “de favor”!—Decía el chofer tratando de poner orden en aquel transporte público, en el cual la gente subía a pesar de ya no caber. — Pos si ya ni caben! –Atinó a decir la voz de un hombre que iba al fondo del microbús. Yo tenía poco de haberme subido. Iba rumbo a casa después de una larga jornada de trabajo —Lo que le toca a uno por estar jodido –venía pensando, pero eso no importa. Era de noche y tuve que subir por la parte de atrás del colectivo. Me tocó estar de pie, apretujado entre una mujer con una bolsa negra grande en sus manos. Como si no se pudiera ir en taxi, pero qué le vamos hacer. Estamos jodidos. Eso claro, sólo pasó por mi mente. A mi otro costado, un señor gordo que apestaba a sudor. Esa transpiración la podía sentir cuando se ladeaba hacia donde yo estaba. ¡Qué puto asco!, pero bueno, qué le vamos hacer. Estamos jodidos, seguía pensado. Frente a mí estaban sentadas algunas personas que dormían. Mientras tanto, todos nos empujábamos cada que frenaba aquel transporte inhumano. Todos los que estábamos ahí tratando de sostenernos de los tubos, esperábamos terminara pronto. Y digo inhumano porque ir así todos los días es inhumano. Pero qué le hacemos, ya nos acostumbramos y tenemos que sobrevivir. Ninguno de nosotros nos dirigimos palabra alguna. Además, todos venimos exhaustos. ¿La razón?, pues la sangre que le damos a la ciudad para que viva mientras nosotros pretendemos sobrevivir. Afuera el tránsito de la ciudad canta con sus cláxones, acompasado por el del pitido del silbato del policía. Mientras, adentro del colectivo se oye el rugir del camión con la típica música cumbia que había puesto el chofer. Era una composición a la que ya todos estábamos acostumbrados. Los pasajeros somos el auditorio de esa sinfonía caótica, que más que ello, pienso que son los quejidos de nuestros cora-
zones que hacían eco al unísono. Avanzamos entre el tráfico, los coches pitando con gente desesperada por querer salir de esa serpiente que formaba. Parecía que nos devoraba, para después quitarnos la energía y así expulsarnos. El rugir del camión, los cláxones, los gritos de gente de afuera y el ruido que llevábamos cada uno por dentro, eso es lo que era el instante ese típico instante. La mole de acero en la que íbamos avanzaba a vuelta de rueda. Curiosamente, cada impulso del camión, por pequeño que fuera, daba la sensación de alivio, pues eso significaba un paso más para salir de ahí, de ese paraje que parecía el infierno. Tal vez exagero con esa descripción, pero así soy. Veo las cosas malas, imaginándome esto como el Purgatorio, mientras las demás personas quizás iban absor tas en sus pensamientos, planeando cómo lidiarían con el siguiente día. Trataban de soportar la travesía, ya estaban acostumbrados, a cambio de una semana más de sobrevivencia durante la cual alimentarían a la bestia con su sangre y no con su carne. Entre la muchedumbre y mis pensamientos pesimistas, mi realidad se transformó instantáneamente, pues me percaté de una mujer. Una bella mujer de cabello negro, nariz afilada, labios rojos y tez blanca. Ella tenía puesta una blusa negra sin mangas que dejaba ver sus pálidos hombros. Sentada en los asientos de adelante, parecía suspendida en un sueño, acodada a la ventana y mirando hacia el exterior. Admiraba aquel caos como si fuera el paraíso. Su perfil me resultó hermoso. Aunque el camión iba lleno, vi que el asiento a su lado estaba vacío y pensé que tenía alguna bolsa. Mi destino era largo y apenas llevaba medio camino. El micro se aligeraba en cada parada y la gente se empujaba para salir. En cada oportunidad, dirigía mi mirada hacia la mujer de bello perfil y la envidiaba, pues iba fuera de su realidad, tal vez imaginándose en un barca por un rio, admirando los árboles a la orilla. Quizás, en lugar de escuchar cláxones, ella oía las aves cantando. ¡Quién fuera pájaro para mirarla de cerca y cantarle al oído! Después un largo rato, el camión logró salir de aquel de sastre, e íbamos entre las calles de la Ciudad. Quedábamos pocos de pie, y yo ya casi llegaba a mi bajada, pero aquella mujer misteriosa aún miraba por la ventana. Fui por curio sidad acercándome a su asiento lentamente, porque me parecía que no había nadie al lado aquella mujer; pero al mirar, me percaté de que a su lado había un pequeño con la cabeza recostada en sus piernas. —¡Vaya! —pensé—, es mamá.
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Es una madre hermosa, esa escena es lo único que me provocó paz en medio de este manicomio, entre esos ruidos de carros y esa música estridente. Una hermosa flor de loto en medio de este paraje no tan encantador. Ella tal vez se creó un mundo viendo lo hermoso en aquel paraje deprimente, pues su rostro sereno la delataba. Comencé a preguntarme si acaso estuviera loca, o drogada, pues en su rostro se miraba la calma, se miraba tan lleno de paz; eso me causaba rabia, pues yo no podía observar mas que basura alrededor mío, al igual que algunos otros. Sin embargo, su cara me decía lo contrario. Faltaban unas cuadras para llegar a mi destino cuando, de pronto, en una parada, un joven delgado de pelo corto, camisa blanca sin mangas y con algunos tatuajes, se subió. El hombre que estaba frente al chofer, en lugar de sacar monedas, sacó un arma de fuego de entre su cinturón y apuntó hacia la cabeza del conductor. —¡No te detengas, cabrón!, —le dijo el asaltante al chofer, —tú síguele. Todos nos asustamos. Yo me quede quieto, sintiendo miedo de hacer algún movimiento. — Me lleva mi alma, pensé. Si escondo mi celular y mi cartera, este cabrón me los va a quitar. De repente, la mujer de serena faz, salió de su trance, levantándose de su asiento y poniendo al niño a un lado al escuchar al hombre armado. La chica se dirigió hacia el hombre sacando de entre su bolso una navaja larga. —¿Cómo? ¿Se enfrentará con ese tipo? Seguramente la matará o la amenazará con el arma, comencé a decirme. Son sorpresas de la vida ver lo inesperado e inusitado. El hombre le asentó con la cabeza a la chica y ésta se volteo hacia nosotros. —A ver, a ver, esto es un asalto, hijos de la chingada, no se atrevan a hacer alguna pendejada o me los “enfierro”, — dijo la mujer gritando. El niño se quedó sentado en el mismo asiento, sólo miraba a los dos sujetos con normalidad volviendo la cabeza hacia atrás y hacia adelante. El pequeño, como de tres años, le dijo con una voz tierna al hombre que tenia encañonado chofer: —¿Ya nos vamos, papi? –El padre del pequeño le contestó con voz nerviosa: –Ahí quédate aplastado. Mientras tanto, la mujer avanzaba por los asientos ame nazando a cada uno con el cuchillo, pidiendo las cosas de valor para meterlas en una bolsa negra que tenía en la otra mano. Cuando llegó al lugar donde una joven no quería quitarse su anillo, la pelinegra, dejando la bolsa en el suelo, la tomó por los cabellos, casi arrancándoselos, y tomándola de la mano. —Quítate el puto anillo o te corto el pinche dedo. —Pero es que no sale —le contestó. Asustada, la mujer hizo un esfuerzo y logró quitarse el anillo. Yo estaba inmóvil y sorprendido por la escena. Cuando llego donde yo estaba parado, no podía mo-
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Ágora Virtual núm. 08
verme de la impresión, no podía dar crédito a que esa hermosa mujer fuera la misma maldad encarnada y me quedé pasmado. —¿Qué me ves, pendejo?, saca lo que traigas —me gritó, sosteniendo el cuchillo y la bolsa negra donde guardaba todo lo recolectado del robo. Yo, enseguida, le pasé mi cartera y el celular. Después de darle las cosas, se apartó y siguió con los de atrás. El ladrón que estaba al frente seguía apuntándole al chofer y de vez en cuando a nosotros, para que no intentáramos algo; sin embargo, la mayoría temíamos que aquel tipo nos diera un plomazo o que a la mujer se le fuera la mano. Terminado el atraco, el hombre le dijo al chofer que se detuviera. La mujer avanzó hacia adelante y tomó al niño, luego bajaron del microbús por la puerta delantera mientras todos veíamos cómo se alejaban corriendo. Yo apenas podía moverme del susto. Una señora lloraba porque le habían quitado la quincena y otros proferían groserías. —Hijos de la chingada, pero nos los hemos de topar —decía un señor como de 50 años, a quien le quitaron su reloj. —Vámonos de una vez, ¿pa´ qué le avisamos a la policía?, esos culeros no hacen ni madres, nomás van a venir a pre guntarnos pendejadas —nos dijo el conductor con voz fu riosa y siguió la ruta normal. Me bajé a la siguiente cuadra y seguí caminando hasta mi casa, pues ya me había pasado. Yo seguía alerta por si acaso. –Me lleva la jodida, esos cabrones se llevaron mi celular y apenas lo estoy pagando, y la cartera... lo bueno es que sólo traía 100 pesos. Pero las pinches credenciales. Luego de un momento de pelear conmigo mismo, llegué a casa, donde nadie me esperaba. Ya en mi cama, mi mente se enfocó en aquella hermosa mujer, a quien juzgué mal. Pensé que iba proyectándose un mundo hermoso, y la envidiaba por eso, su calma, su quietud; aunque tal vez sí lo hacía, a su modo. Mientras ella iba acodada en la ventana, quizás pensaba en su niño y su esposo, los cuales sobrevivirían otro día más sin la necesidad de alimentar, con su propia sangre, a la bestia llamada Ciudad. Mientras tanto, así transcurría otro día en esta ciudad. En ella, nosotros mismos nos hacemos daño todos los días, sangrando por heridas provocadas por palabras, acciones y omisiones. Debajo de nuestro pies, la bestia esperaba con la boca abierta para beber ese líquido y nutrirse y crecer aún más. Eso es lo que pienso todos los días al irme a trabajar y ver nuestras acciones. No somos excepto una sociedad enferma propagadora de odio, pero qué le vamos a hacer, estamos jodidos, ¿qué no?
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Manifestación 2
Limpia su rostro manchándose de sangre, pronto nota que frente a él se encuentra su antiguo amante Sofía Archundia y Gabriel Pano
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En la escalera Abner Melo, Edgar Ferrer, Héctor Ortega y Gabriel Pano. Creación colectiva
La mujer en la escalera que grita tu nombre sigue aproximándose. Sudas frío. Sabes lo que se aproxima. Con ella, decadencia. Tempestad. El fin se avecina. La adrenalina sube por tus venas, pero es lo único que puedes sentir en tu cuerpo ya. Ni tus piernas ni tus brazos son capaces de reaccionar. Con ella viene el terror de tus entrañas. No puedes contenerte en tu parálisis. Oyes los pasos lentamente. El crujir de la madera se escucha. Otro grito aún más fuerte estremece tus pensamientos. Tu alma llora por dentro. Pides a ese Dios ayuda. Imploras por tu vida. A lo lejos, una silueta se observa entre la espesura de la oscuridad. Te dices con una voz tenue, casi sin poder articular —¿qué quieres?— La sombra se detiene. Se alcanza a ver en su mano un reloj de bolsillo. Entre tu miedo le preguntas —¿qué es eso?— La sombra se acerca a ti. Entonces, miras su rostro descarnado. En su otra mano, una fotografía. Es la imagen de la mujer que amabas. La que se ha ido. La que no volverá. Sientes una mano delgada tomando tu pierna. Volteas la vista. Con horror observas a la mujer errante. Su rostro desfigurado cubierto de sangre y de su boca un olor fétido. Suelta un —¿por qué? —casi como susurro—, pero la voz te estremece y no contestas nada. Entre el pánico y el temor, pateas su rostro, mientras comienzas a llorar. Observas la casa. Los finos muebles. Los caros trastes. Todo el lujo del interior. En un instante todas esas imágenes son sustituidas por el rostro de la mujer. Ella coloca su fría y putrefacta mano sobre tu hombro. Te mira con su único ojo. Tratas de negarle la mirada mientras te cuestionas —¿de verdad valió la pena?— La mujer coloca sus palmas sobre tus mejillas. Estira sus esqueléticos dedos por tu cara. Luego, sus pulgares presionan contra tus ojos y te los comienza a hundir.
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La cordura es la peor ceguera Héctor Ortega Caminando por la calle, un psicólogo se encontró a un antiguo colega. Tan dichosa fue su felicidad al encontrarle, y amena su conversación, que ninguno de los dos notó que un vagabundo se plantó en medio de la plaza y comenzó a cantar. Cantaba al sol y a la vida sin ningún tipo de vergüenza. Ninguno comentó sobre los cantos del vagabundo. Seguían enfrascados en su conversación. Hablaban sobre ignorancia y educación, impuestos y salarios, matrimonios y divorcios. Total, en sus consultas habían escuchado de todo. No eran los únicos. Todos los transeúntes hablaban de los mismos temas. Hablaban y hablaban. Cada vez subían más la voz. El ajetreo era imparable, al igual que el ruido de sus bocas, de las que poco a poco dejaban de brotar palabras y que poco a poco comenzaban a escupir un líquido negro. El canto del hombre permanecía cada vez menos audible. El vagabundo explotó en cólera y gritó sin miedo a represalias. —¡Insensatos! Llevan un rato que dejaron de ha blar y comenzaron a escupir palabras. Salen a tropiezos de su boca junto con un líquido asqueroso de sus obscuras y cavernosas gargantas. Dejen la razón de lado. Yo que soy loco y pobre, veo la verdad de su ira. Su cuerpo trata de expulsarla como bilis negra. El vagabundo habló durante horas. Nadie le hacía caso. Su voz se fue apagando mientras se seguían escuchando las conversaciones sobre futbol, trabajo; hijo y padres; pobres y ricos; cuerdos y locos.
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Ágora Virtual núm. 08
Manifestación 3
Un millón iguales que yo. Un millón donde yo estoy. ¿Qué me hace especial? Sofía Archundia y Gabriel Pano
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El momento adecuado Era la hora del descanso, hora perfecta para mostrarle la sorpresa a mi mejor amiga Pepa. Sabía que le gustaría bastante, ya que daríamos fin al concurso que habíamos hecho tiempo atrás. Al salir del salón, le dije que mi regalo estaba en el gimnasio y que para dárselo debía tener los ojos vendados. Ella se extrañó de que le hablara tan normal, pero al final se emocionó y aceptó. Sin que nadie nos viera, entramos por un atajo para llegar más rápido. Le dije que era una manera de disculparme por actuar tan grosera. Entramos a la bodega y la aseguré por si algún curioso quería entrar; así, me convierto en la ganadora del concurso. Es lo único que recuerdo de ese día. Si tan solo hubiera sabido que otras personas se sentían igual que yo, todo sería distinto. La pequeña Mai no sentiría presiones por ser diferente a los demás y por pertenecer.
Dinorah K. Pavón Taboada En el kínder era alguien muy introvertida, pero nada fuera de lo normal. Tenía amigos con los cuales hablar en el área de juegos, los invitaba a mi casa por la tarde. Fue una etapa muy feliz para mí. Todo cambió cuando mamá me dijo que no iría a la misma primaria que ellos. Tenía que cambiar de trabajo y la escuela quedaría demasiado lejos, por lo que no era algo muy conveniente para nosotras. Al ser una niña no lo entendí, pensé que había sido porque en algún momento me había portada mal y ése era mi castigo. Todo eso ocurrió en verano. A pesar de las visitas constantes de mis amigos, yo sentía un hoyo en el interior. Por más fuerte que fuera nuestra amistad, sabía que en algún momento tendríamos que separarnos, aunque era de mis mayores miedos. Terminó el verano y llegó el momento de afrontar la realidad, el primer día de clases en otra escuela. Mamá y yo la habíamos visitado anteriormente para ver las instalaciones. Los grupos eran numerosos en compa ración con mi kínder, con máximo 10 niños por salón. La escuela era muy reciente, tenía muchas áreas verdes y lo último en equipos. Debo admitir que me gustó la innovación que tenían, era algo totalmente diferente a lo que estaba acostumbrado, pero lo que más llamó mi atención fueron las canchas de deportes. Lo que más me gustaba de la escuela, aparte de estudiar, era correr y cualquier tipo de deporte. Sonó mi despertador y me senté en la cama contemplando mis pantuflas de conejito. Mi mente me decía que debía pararme ahora o no llegaría a tiempo, pero obviamente mi cuerpo no respondía. Con toda la pereza y los nervios del mundo me puse mi uniforme. Mamá me ayudó a peinarme y bajamos a desayunar. Ella me insistía que todo estaría bien y que era normal sentir nervios por ser la niña nueva, me dio un beso en la mejilla y subimos a la camioneta. Después de 20 minutos llegamos a la dichosa Escuela Municipal de Okubo. Me bajé y seguí mi camino hasta la entrada. Tenía que llegar al salón 1-F, pero la ansiedad me comía viva y no quería preguntar, me avergonzaba no saberlo; hasta que una maestra vio mi gafete y me llevó al salón al que debía ir. Todos se encontraban ya en el salón; por desgracia, tenía que presentarme (odiaba esa parte con toda mi alma). Con nerviosismo, escribí mi nombre en el pizarrón y comencé a hablar. —Ho…la, me llamó Mai Hashimoto, un gusto conocerlos —digo mientras me inclino para saludar. Veo un asiento en la fila del frente y me siento.
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Ágora Virtual núm. 08
La cama sin
En la mañana del 16 de abril, a las 7:30 a. m. Lorenzo despertó de su profundo y corto sueño para afrontar, una vez más, a la realidad. Después de luchar contra sus impulsos de continuar durmiendo, miró el reloj y saltó de cama, ya era tarde. Desayunó rápidamente. Se lavó de forma relámpago los dientes. Se vistió, tomó su mochila y salió de casa. Cuando llegó a la estación de tren, se encontró con un ejército de personas de todas las edades, tamaños y colores parado al borde del andén. El tren llegó después de varios minutos, y en su interior transportaba a otro ejército de personas que había estado en el borde de los andenes anteriores. Las puertas del tren se abrieron y se desató una pelea entre los que querían salir y los que querían entrar. Lorenzo logró hacerse espacio entre los gladiadores urbanos gracias a su delgada complexión. Entró al tren y se encontró sofocado entre gente perteneciente a varios diferentes ejércitos. El calor incrementaba al igual que el número de personas a bordo conforme el tren avanzaba por las estaciones. Cuando llegaron a la última estación y las puertas se abrieron, la presión de los vagones se liberó como si de una olla exprés se tratase; todos los ejércitos salieron disparados. Lorenzo se dirigió a la salida, bordeando diferentes obstáculos; finalmente, salió de la estación y se encaminó a su trabajo. El hombre caminó por varias cuadras, todas repletas de puestos de comida en la que los gritos de invitación a consumirla nunca cesaban. Lorenzo no podía distinguir de dónde venía cada grito ni de dónde se originaba cada olor; sus sentidos se aturdían con cada paso que daba. Una vez llegó a su destino, un enorme edificio color azul con ventanales enormes, Lorenzo tomó el ascensor, que también se encontraba repleto de gente, y se dirigió a su piso. El ascensor le recordaba bastante al vagón del tren. Llegó a su piso, se dirigió a su cubículo, se sentó y comenzó a trabajar. Redactar reportes, llenar formularios, imprimir, escanear, mandar correos, recibir y mandar más correos, descargar documentos, sacar copias, llenar más formularios, escanear, archivar. Luego de repetir el proceso durante 10 horas, con un pequeño descanso que consistía en formarse cerca de 15 minutos junto con otros empleados para tener algo de comer, finalmente Lorenzo era libre y se disponía a regresar a su casa. Bajó por el lleno y apretado ascensor, caminó varias cuadras repletas de olores y sonidos, tomó el tren repleto de gente completamente distinta a la que había visto en la mañana. Descendió del tren. Caminó hasta su casa y, al abrir la puerta, se encontró con un lavabo lleno de trastos sucios del desayuno, su pijama sucio tirada en el suelo y la cama sin tender.
tender
Gabriel Pano
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Manifestación 4
Regresó a casa con 10 medallas, nadie lo recordaba. Sofía Archundia y Gabriel Pano
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Ágora Virtual núm. 08
El Perro Abner Melo, Edgar Ferrer, Héctor Ortega y Gabriel Pano. Creación colectiva Un perro parece mirar fijamente tus entrañas. Ambos están tirados en el suelo hecho un charco de sangre. El rojo carmesí empapa tu cuerpo y el del animal. No eres muy diferente a esa bestia, excepto por el hecho de que tú aún sigues con vida. —¿Qué nos trajo aquí? —te preguntas. El perro que alguna vez significó algo en tu vida ya no es más que otro paso para sobrevivir. —Ojalá no hubiéramos llegado a esto… Es tu primer mes encerrado y el hambre te devora; devora tu compasión, tu cariño y amabilidad. Saca a la bestia buscando sobrevivir sin entrar en la locura. Empiezas a comer. La carne cruda del animal es seguramente lo más repulsivo que has comido en tu vida, pero el hambre es más feroz. Bebes su sangre con desesperación; la sed te consume. Con cada bocado, una náusea domina tu ser, pero sabes que es la única forma de sobrevivir. Aquel fiel animal significó una vida; hoy te la salva, se sacrificó por ti. Miras sus entrañas, comes y bebes su sangre de nuevo. El asco lo soportas porque tu cuerpo te pide comer. Lloras y comes; comes y recuerdas, pero eso se borra. Tu necesidad te hizo cometer esa aberración. —No tenía opción —Te justificas. Sin embargo, ese fiel amigo hoy te salva, sin saber que él te salvó de la soledad. Comes la esperanza, bebes de él. De pronto, el animal reacciona y, a pesar de haber perdido la mitad de sus entrañas, sonríe lentamente. Sus ojos, vacíos de vida, se fijan en ti. Un frío recorre tu cuerpo; empiezas a pensar que el animal querrá acabar contigo, pero no lo hace. En cambio, sus ojos empiezan a mostrar ternura. Te mira con compasión y con sólo verte, te pude decir sólo una cosa: —Lo entiendo —sale de su sangriento hocico. La situación es tan irreal que no te preguntas cómo ha hablado, simplemente lo miras, como hipnotizado. Él sacó lo mejor de ti en algún momento, y luego, hambriento, sacó tus entrañas. Tú le diste un hogar, y después lo devoraste. Sólo hay una pregunta que se aloja en tu cabeza: ¿Quién es la bestia, el perro que muerde la mano que le da de comer o la mano que estrangula al perro mientras duerme?
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Imposible SofĂa Archundia
Ágora Virtual núm. 08
N
o lo podía entender, jamás lo hice ¿por qué Julia estaba tan enamorada de Milo? Hasta donde yo sabía y había visto, él no era tan maravilloso como la mayoría de las chicas lo pintaban. Siempre intentaba presumir, muy pocas veces era humilde con los demás, siempre me molestaba. Lo odiaba. Observé el techo mientras estaba acostado. Pensaba en cómo podría enamorar a Julia; siempre solía hacerlo cuando me ponía a reflexionar sobre mi vida, aunque supiera que era imposible lograrlo, pues ella estaba enamorada de alguien, y ese alguien no era yo. Me dolía saber que jamás me vería como yo la veía, que jamás me amaría de la manera en la que yo lo hacía. De todas las personas que ella conocía, podía presumir que yo era quien sabía más sobre ella. Habíamos sido vecinos desde que tenía memoria. Ahora ya no lo éramos, pero la conocí quince años de mi vida. Todos estos años me habían enseñado que ella amaba las flores; si le preguntabas cuáles eran sus favoritas, te recitaría todas las que conocía; también sabía que la música de los ochenta y noventa le fascinaba, que ella (a pesar de no haber nacido en esa época) presumía saber todo sobre ese tiempo. Sabía, igualmente, que le encantaba correr por las mañanas, no para bajar de peso, sino para sentir el fresco viento; le encantaba bailar, nunca tomó clases, pero siempre bailó como la música se lo decía. Tal vez la conocía mejor que a mí mismo (o eso quería pensar). Julia estaba llena de vida, tanto que siempre ha logrado hacer sonreír incluso al más amargado. Me encantaba vivir con ella; alegraba mis días enteros, endulzaba mis oídos y deleitaba mi vista. Pero no podía seguir viviendo así, ilusionándome, fantaseando con estar con ella en algún momento; tampoco podría soportar más esas miradas tan dulces que le dedicaba a Milo (quien jamás le hacía caso). Tenía que irme antes de cometer alguna estupidez, porque, me conocía y sabía que si seguía cerca de ellos más tiempo, intentaría hacer que Milo terminara como un idiota para ella, lastimándola en el proceso, seguramente. El saber que el amor de Julia, que las miradas y palabras tan dulces que decía eran para Milo, me destrozaba. Sabía que esas cosas jamás serían para mí, porque Milo era el chico y yo, bueno, era su mejor amigo, solamente. Hubo un tiempo en el que me traté de convencer que ese título era más que suficiente. “Ser su amigo es lo único que necesito”, me decía a mí mismo siempre, una mentira que jamás me pude hacer creer. Me levanté de la cama con lágrimas en los ojos. No quería alejarme, realmente no deseaba eso, ella era algo necesario para mi vida; quería gustarle, pasar el resto de mis días con ella. Pero no era posible, nada de eso era posible. Su corazón le pertenecía a otra persona, sus pensamientos se concentraban en otro chico, y yo tenía que respetarlo.
Mientras guardaba las cosas en mi maleta, recordaba miles de cosas, desde que éramos pequeños hasta la actualidad. Me dolía, cada recuerdo era como una cuchillada al corazón; cada fotografía que metía a mi maleta era una dolorosa memoria más. Después de guardar todo, suspiré y dejé sobre mi cama una de las fotografías donde estábamos juntos y una carta. Esa carta contenía todos los sentimientos que tenía hacia ella, no me atrevía a confesarle mis sentimientos frente a frente. —¿Jay, estás ahí? —escuché su melódica voz fuera de mi habitación. Tuve que reunir todas mis fuerzas para responder con un simple “Sí” y un “Ya cené”. No lo había hecho realmente, pero no deseaba verla, no antes de irme. Cuando ella se fue, suspiré y bajé la mirada soltando un par de lágrimas más. Ahora temblaba por la tristeza. Salí de mi habitación a la hora en la que ella solía dormir. Sabía que si ella me veía partir, haría lo posible porque yo no me fuera, y también sabía que no podría decirle que no. Caminé por el departamento hacia la puerta, cada paso era un grito interno diciéndome que no me fuera, que me quedara. Pero a la vez, cada paso significaba una motivación más para irme de aquel lugar. Al llegar a la puerta suspiré y volteé a ver el departamento completo. Lo extrañaría todo. Estaba a punto de dejar al amor de mi vida entera. Suspiré, y cuando me di la vuelta para salir, escuché un sonido de llaves provenientes del exterior. En cuanto la puerta se abrió, me topé con la sorpresiva mirada de Milo. Venía de regreso de una fiesta, su olor a cigarro y a alcohol lo delataban. Hice una mueca mientras acomodaba mi mochila sobre mis hombros. —¿A dónde vas, Jay? —preguntó con cierta curiosidad y preocupación, por lo menos estaba sobrio. Yo me limité a bajar la mirada, apretando la correa de mi mochila— ¿Por qué esa maleta y mochila? —Sólo déjame pasar, Milo —respondí murmurando—, por favor —supliqué con la cabeza gacha. Mi voz se quebró y me maldije por ello. —¿Qué pasa, Jay? —preguntó mientras se acercaba a mí. Yo di un paso hacia atrás en ese momento—. Sabes que puedes contarme cualquier cosa, ¿cierto? Te escucharé. —¿Para después divulgarlo? —contesté con un tono amargo—, sí claro, lo tomaré en cuenta, gracias. —No soy así —se quejó. —¿Ah, no? —No, definitivamente no soy así —se defendió, pero yo seguía sin creerle, y seguramente lo notó en mi expresión—. Créeme, Jay, no soy un completo idiota, aunque lo parezca. —Pero actúas como uno. Milo rodó los ojos cruzando los brazos y suspiró, seguro le hartaba tanto como a mí esta situación. —Mira, Milo, no quiero empezar una pelea y estoy seguro de que tú tampoco quieres, así que sólo déjame ir. Créeme que
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no los volveré a molestar jamás, no tendrán que verme más. —¿Qué? ¿Por qué no volveremos a verte? —Estoy huyendo, Milo, por si no lo notaste —rodé los ojos—. Deberías de agradecerme por hacerlo, te dejaré estar con Julia. —¿Por qué querría estar yo con ella? —preguntó con el ceño fruncido— Si estás asumiendo que ella me gusta, no, no me gusta. —Debería gustarte —respondí bajando la mirada con las manos empuñadas—, en serio debería gustarte. —La persona que me gusta es mucho mejor que ella, créeme. —Sí, claro, dime una mejor mentira —respondí con una irónica risa alzando la vista para contemplarlo— ¿Quién es? ¿Fabiola? ¿Miranda? ¿Lucero? De repente, en un abrir y cerrar de ojos, sus labios se encontraban sobre los míos. Mis ojos se abrieron lo más que pudieron, incluso podría decir que amenazaban con salirse de donde estaban. —¿Ya quedó claro quién es? —murmuró sobre mis labios aún sosteniendo mi mentón. —¿Qué, qué te pa... —¿Qué está pasando? Ambos volteamos en cuanto aquella aguda voz se hizo presente. En ese momento sentí nervios, Julia había sido testigo de la confesión de Milo; había visto el beso, nos había visto besándonos. ¿Qué era lo peor? Que a mí me gustaba ella. —Julia… —No quiero escuchar explicaciones, Jay. Creí que éramos amigos…
—Yo fui quien lo besó, Julia —interrumpió Milo, poniéndose frente a mí—, yo le dije que me gustaba, yo me acerqué y lo besé. Él no tiene la culpa de nada. —Pero…Milo…yo creí que tú… que ambos… —No me gustas Julia —dijo él, bajando la mirada—, sé que te gusto, siempre lo he sabido, pero no siento lo mismo hacia ti. Hubo un momento de silencio, nadie sabía qué decir. No tenía ni la menor idea de qué hacer, no podía ver a Julia, y mucho menos a Milo ¿Qué había hecho para terminar en semejante problema tipo telenovela? —Váyanse… — dijo ella, rompiendo el sepulcral silencio—, lárguense de mi casa en este mismo instante… —Julia… —¡Ahora! Milo y yo salimos del lugar dejando salir un largo suspiro. Ahora todo había terminado definitivamente, ni siquiera podría mantener mi amistad con ella, o por lo menos no como antes. Ahora mi puesto de “mejor amigo” había sido destruido, todo por no tener la valentía de confesarme. —Lo siento —dijo de repente Milo, dejando salir un suspiro—, tengo un departamento de emergencias ¿quieres venir? —preguntó mientras me volteaba a ver—, y no te preocupes, no te haré nada. Lo observé un par de segundos y después suspiré. —Está bien, sólo porque no tengo ningún lugar a dónde ir. Milo sonrió y comenzó a caminar, fui detrás de él. Pude perder todo, pero, mínimo, tendría un lugar para dormir hasta encontrar un departamento.
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Ágora Virtual núm. 08
Manifestación 5
Ella no regresará, pero ese lienzo de luz durará para siempre. Sofía Archundia y Gabriel Pano
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Uno y otro día más Héctor Ortega Un calor insoportable se esparcía por todo el vagón. Cada uno de los pasajeros que ahí me acompañaba intentaba ignorar el sentimiento de aquella opresiva situación. Algunos se enfrascaban en conversaciones triviales, otros preferían mantenerse callados y aguantar a la espera de su estación, pocos miraban sus celulares intentando evadir el aburrimiento y, finalmente, se encontraba ese pequeño grupo de personas privilegiadas que poseían audífonos, de los cuales yo formaba parte. Una vieja canción se reproducía en mis ya gastados audífonos. El auricular izquierdo llevaba algunos días descompuesto, aunque no es como que me importara escuchar con un sólo oído. Gracias a la música, podía olvidarme de las gotas de sudor que escurrían de mi mano a mi antebrazo. Llevaba ya un buen rato sujetándome del pasamanos, con lo cual, era lógico que mi mano comenzara a sudar. A mi lado se encontraba una mujer con rasgos indígenas. Ella llevaba en brazos un pequeño bulto cubierto con un rebozo, era un bebé. El pequeño dormía plácidamente, soltaba un bostezo cada lapso de tiempo, como si quisiera devorar mi alma, pero nunca despertaba. No era un bebé agraciado, pero quién era yo para juzgar. Frente a mí, un anciano, leía un periódico; pasaba las hojas sin ningún tipo de entusiasmo y soltaba, cada cierto tiempo y de manera intercalada, un suspiro de resignación acompañado de un pequeño espasmo de sorpresa. Mi vista se encontraba fija en un punto de la nada, pues mi atención estaba más en tratar de descifrar lo que decía aquella vieja canción. Distraído, no noté en qué momento se inundó el vagón. La gente se apachurraba para poder entrar, al igual que salir. Entre sus empujones y el brusco movimiento del metro, mi cuerpo chocó accidentalmente con el de la mujer y, como consecuencia, el bebé se despertó. Un poco aturdido, me repuse del golpe y y volteé hacia la señora para ofrecerle disculpas, pero antes de pronunciar palabra alguna, ella me fulminó con la mirada y empezó a gritar en un idioma que yo desconocía, pero, antes de poder pronunciar palabra alguna, ella me fulmino con la mirada y empezó a gritar en alguna idioma que yo desconocía. Aunque lo más probable es que estuviese hablando en español y la nula atención que recibía de mi parte, me dificultase hilar sus palabras.
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Ágora Virtual núm. 08
Intentando evadir la situación, me colé entre la gente para salir de ese vagón del infierno, dejando a la mujer gritando al aire. Por suerte, la estación en la que acababa de bajar era la correcta. Con paso decidido, subí por las escaleras evitando chocar con la gente. En el momento que salí, una luz cegadora me recibió junto a un calor mucho peor que el de hace rato. Decidí ignorarlo y caminé hacia mi destino. Mientras caminaba, mientras pasaba por los locales de comida, un sentimiento desagradable se originó en mi estómago. Éste, como no podía ser de otra manera, rugió ante los distintos aromas que mi hambriento amigo deseaba. Por mi mente pasó la idea de sentarme a comer un rato, pero enseguida noté que me era imposible, pues la muchedumbre me dificultaba el paso hacia los restaurantes y hoy no estaba de humor para pelear con la gente. Intentando por todos los medios olvidarme del hambre sigo con mi camino; paso tras paso me acerco más a mi recompensa, aunque la próxima vez iré en un día más calmado y sin tanto calor. Los humos se me bajan un poco y una débil sonrisa aparece en mi rostro. Ante mi vista está la tienda a la que quería llegar, la única que tiene el libro que más ansío, sólo nos separa una calle, tan cerca. Redoblo mi paso, ya casi llego, pero como si los dioses quisieran burlarse de mí, una manifestación se interpone en mi camino. Me detengo en seco y espero a que terminen de pasar, ¿qué más me queda? Pero la gente nunca termina, pasa y pasa gente y nunca veo el final de esa maldita multitud. Comienzo a desesperarme y en mi enojo empiezo a ver sonrisas diabólicas en los rostros de los manifestantes, sonrisas que me dirigen desprecio y burla con sus miradas. Asqueado, retrocedo unos metros. Me tallo los ojos esperando olvidar aquellas imágenes, ¡Dios, qué horror! ¡Que se vaya al demonio, yo me voy! Camino con furia a la estación, dejando inconclusa mi misión. Cuando finalmente llego a casa, el ruido no para. El vecino de al lado tiene una fiesta escandalosa; el de arriba está practicando la batería, pero no da ni una para la música, y mis hermanos no paran de gritar. En esta ciudad no se puede estar tranquilo. Me tiro a la cama y respiro hondo, mañana será otro día.
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Rutina Dinorah K. Pavón Taboada
La alarma suena a las 5:20 a. m. tiempo de levantarse. Dejo pasar un rato más, aunque sé que es una mala decisión, ya que “cinco minutos más” significa un retardo asegurado por el caos que se desata en las calles. Me alisto como puedo y subo al despintado coche verde que está en el garaje, arranco y piso el acelerador. Llego a la esquina de la secundaria y se puede ver una fila que no tiene fin. Mis esperanzas de poder llegar a tiempo desaparecen poco a poco. Nudos, choques y personas aventando el automóvil se apoderan del retorno que se encuentra cerca de mi escuela. El poco buen humor que tenía se convierte en mal genio al escuchar los cláxones. Conforme me acerco a la universidad, caigo en cuenta que no puedo dar paso atrás, ya que en el regreso se puede admirar el río de automóviles inmóviles en el pavimento. El reloj marca las 6:50 y, a pesar de encontrarme relati vamente cerca de mi destino, siento que no lo lograré. De repente el río comienza a fluir rápidamente y a las 7:00 por fin llego al salón con un ataque de asma, pero tranquila por salir de aquella pesadilla otro día más.
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Ágora Virtual núm. 08
Manifestación 6
Subió al camión con una guitarra en las manos y una en el corazón. Nadie quiso escucharlo. Sofía Archundia y Gabriel Pano
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El anciano que cuenta el tiempo Abner Melo, Edgar Ferrer, Héctor Ortega y Gabriel Pano. Creación colectiva El anciano de los dedos tullidos que cuenta el tiempo, mira con paciencia el movimiento silencioso del reloj. La falta de sonido le hace temblar y gruesas gotas de sudor resbalan por su frente. Sentado en un viejo sofá, levanta la mirada al techo y ve las manecillas inmóviles. Sus ojos se paralizan y el sudor deja de correr por su cara. Siente los músculos más relajados y un peso se libera de él. Mientras sus últimos pensamientos se generan en su interior, va recordando todos y cada uno de los momentos más importantes que vivió y se da cuenta que la mayor parte de su vida la pasó mirando el reloj. ¿Es nostalgia? ¿Es tristeza? ¿O es el recuerdo de su padre abriendo el nuevo aditamento familiar en la cena de navidad? —¡Compré un reloj nuevo! —decía con su jocosa sonrisa. ¿O será acaso aquel primer reloj de sol, hecho a mano por su hijo de preescolar? ¿O aquel reloj de la torre de la iglesia en el que se casaba con su esposa? El anciano de los dedos tullidos se alegra y sonríe con melancolía. —Eso me gano por vivir mi vida como relojero. —De tiempo viví y ahora él me mató, bueno, lo hace a cada tictac. Ese sonido como grano de arena va vaciando mis suspiros. Recuerdo instantes felices, otros crueles y cada uno de ellos significan lo mismo, un instante. Un pedazo en la línea de mi absurda existencia. Suenan las campanas del reloj, son las 12. Tocan la puerta; siguen los golpes de ese reloj y los de la puerta. Mira el reloj. —¿Quién podría ser? —se pregunta. Camina hacia
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la vieja puerta de madera y mira por la rendija, parada en el umbral de la puerta una persona cubierta en un manto negro le observa, impávida. Tiene un raro presentimiento y sospecha quién podría ser. Continúa sonando la campana del reloj y aún tocan la puerta. No quiere abrir, pues intuye de qué persona se trata… —¡Abre!, no lo repetiré de nuevo. —El anciano, a sabiendas de que poco le quedaba, tomó la perilla y abrió la puerta con brusquedad. El encapuchado entró lentamente a la casa, se sentó en el viejo sofá y miró al anciano. —Supongo que sabes a qué he venido. ¿Cierto? —Sí, a llevarme al otro lado. El encapuchado empieza a reír jocosamente, era una risa de genuina gracia, pero ésta comenzó a apagarse lentamente y terminó con un silencio sepulcral. —No, anciano tonto, vengo a cubrir tu puesto. —El hombre se quitó la capucha, revelando a un hombre joven, el hijo del relojero. —¡¿Pero qué…?! —exclamó estupefacto. — Tú me has condenado a esto, ningún caso me hiciste en vida, ni a mí, ni a mi madre. Todo por tu estúpida afición y ahora, ¿qué me queda? Nada más que ser el reemplazo de un relojero fracasado. Ahora, ¡lárgate! El anciano miró hacia la puerta, salió de la casa y volteó por última vez. Lo único que observó fue a un joven de manos delicadas que cuenta el tiempo.
Ágora Virtual núm. 08
Manifestación 7
La balanza se inclina, he perdido la cordura. Sofía Archundia y Gabriel Pano
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Priscila Dinorah K. Pavón Taboada Desde que conocí a Priscila nada ha estado bien. En mi primer día de clases en preparatoria no tuve con quién juntarme. Todos hicieron amigos con facilidad menos yo, siempre se me ha complicado desde que era una niña y he tratado de combatirlo poco a poco. Sonó el timbre para la hora del lunch y todos salieron con sus nuevos amigos a desayunar, en cambio yo me quedé en el salón. Al voltear, me di cuenta que una niña estaba en la misma situación que yo, y se encontraba leyendo un libro que a mí me gustaba bastante, así que decidí acercarme. Maldito el momento que decidí ir a su asiento, porque comenzaría el tiempo más raro y complicado de mi vida. Al principio parecía sólo ser una chica seria y de pocas palabras. Eso lo comprendo todos somos así al momento de conocer a personas nuevas, pero ella era diferente. Tiempo después fue agarrando confianza y me contaba sus cosas, entre ellas, que sufría de abuso por parte de su padrastro. Cuando eres una niña de diez y 16 años no sabes cómo reaccionar ante esas cosas, sólo puedes decir que todo estará bien. Las semanas transcurrían y se fue abriendo ante el grupo. Una de sus curiosidades es que ella decía tener un tercer ojo y por ello podía ver cosas que otros no; también leía las cartas, por lo que se volvió algo popular en el grupo. Un día, ella se fue durante el receso porque había conocido a un chico y quería hablar con él; en consecuencia, me quedé sola siin saber hacia dónde dirigirme. Fue entonces que una niña de otro salón me reconoció de la optativa de Diseño Gráfico, ya que ambas estábamos en esa clase, y me invitó a comer con ella. Gracias a eso formé mi grupo de amigos. Todo era risas y diversión, hasta que Priscila se entrometió.
Poco a poco ella fue tomando protagonismo, haciendo que los demás me hicieran a un lado; no todos obviamente, porque ellos sí eran conscientes de su forma de manipular a los demás. Su grado de manipulación era tal que logró convencer a la maestra de matemáticas de que un chico de mi salón, con el cual me llevaba bastante bien, era peligroso y podía dañar a los demás. Al no lograr su cometido, inmediatamente decidió fastidiar al chico junto con su séquito. El pobre chico ya no sabía qué hacer y optó por irse de la escuela. Simplemente no podía creer que alguien tuviera tanta envidia y enojo guardado como para hacer que expulsaran a otra persona. Después de lo sucedido, quise hablar con la coordinadora y decir que él no había hecho nada malo, que lo molestaban, pues simplemente no soporto que culpen a alguien injustamente; sin embargo, no cambió nada. Porque simplemente no soporto que alguien sea culpado injustamente, pero no cambio nada. Los meses pasaron y mis amigos le creían más a ella que a mí. Yo les dije que era una mentirosa y que jugaba con ellos, pero pasaban de mí. Por más que intentaba hacerlos entrar en razón, no lograba conseguirlo. Era tan…frustrante. Los primeros amigos que hacía y los primeros que perdía por una persona tan conflictiva. Ese sentimiento de impotencia nadie lo entendía, eso lo sé perfectamente. No saben cómo se siente estar en una situación con personas que te quieren dañar todo el tiempo, ni siquiera los adultos pueden. Finalmente, ya no quise intentar nada, ya que siempre empeoraba las cosas, y pensé: “Todo se regresa en esta vida”. Y así fue. Los maestros se dieron cuenta de que Priscila era problemática y la expulsaron de la escuela. Sonará mal, pero en ese momento sentí que el peso que traía se había desvanecido y me alegré de no verla más.
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Ágora Virtual núm. 08
Naturaleza y equilibrio Eduardo Soto-Borja
El caos y el orden son dos caras de una misma moneda. Son dos formas de ver el universo; de entenderlo o, por lo menos, de interpretar su funcionamiento. A veces escucho que la gente los concibe como polos opuestos; que el orden es jerarquía, estructura; mientras que el caos es desorden, desajuste, algo sin rumbo fijo y “errático”. ¿Será? ¿Que al principio fue el caos y después surgió el orden? ¿Y si hubiera sido al revés? ¿Cómo podríamos realmente concebirlo? Es algo verdaderamente fascinante y que incluso conforma la esencia misma del universo, de nuestro entorno, de nosotros mismos. ¿Qué somos, al final, sino una extraña mezcla de diversos elementos en armonía con el vasto entorno llamado universo? Caos y Orden. Y como en toda filosofía, sabemos que representan un equilibrio entre muchos otros. A menudo asociamos el orden con una clara visualización de elementos, e inmediatamente pensamos en el caos como la imposibilidad para que esto se dé. ¿Y si el caos fuera más complejo que eso? ¿Y si el caos fuera una especie de orden que aún no entendemos? ¿Y si el caos es una especie de orden superior a todo lo que concebimos? Las posibilidades son infinitas, pero nuestra forma, nuestra herramientas, nuestros constructos teóricos para comprender esta bella naturaleza todavía son elementos; por lo que deberemos ser pacientes y pensar nuevas ideas, a fin de aproximarnos a este fenómeno llamado caos y orden.
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ManifestaciĂłn 8
La puerta se cierra, comienzo a llorar. SofĂa Archundia y Gabriel Pano
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Ágora Virtual núm. 08
Surrealismo Antonio Guzmán Guzmán —La intención es hacer cosas distintas, ¿me entiendes? Este ambiente me sofoca, no la tolero y muchas veces quiero irme a otro lugar que no sea como éste, y no me preguntes por qué, pues esa respuesta ni yo la tengo. Me escucho con fuerte carga de fastidio, no tengo nada que decir; pero por favor, hagamos cosas diferentes, que no sean las que hemos hecho o las que hacen las demás gentes. Por mi parte, entiendo tu desconcierto. Discúlpame, hay cosas que se pueden hacer diferentes, te pido por favor no califiques de irreverencia o frivolidad mi comportamiento, entiendo que puedo vislumbrar cosas que no se pueden ver a simple vista, pero que están ahí. Y no pienses que estoy perdiendo el juicio es lo último que te pido. —Espera, espera, cálmate. No sé qué te sucede, pero estás acelerado. Has dicho muchas cosas; algunas, francamente, no las comprendo. Empecemos desde el principio, ¿qué es
lo que quieres, precisamente? Si no queda claro la respuesta a esa pregunta, pienso que continuar con lo que sigue sería difícil, ¿no crees? Alberto llevaba en las manos un balón mientras caminaba al lado de Eduardo. Venían de jugar una cascarita, se dirigían a la tienda para refrescarse la boca, el sudor se había secado en sus frentes y las piernas las sentían extenuadas. Para la hora que era, la tarde cerraba con anaranjado ocre, el viento soplaba insistente cada vez más frio; las luces de la ciudad se encendían a la vez que formaban un tapete brillante. —Estuvo bien el partidito, ¿no? —Dijo Alberto mientras daba una palmada en la espalda a su amigo de la secundaria. Llegaron a la tienda y después de comprar, salieron. La noche ya había caído por completo. Luego, se colocaron
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debajo de un árbol, se sentaron y sin decir nada veían a la distancia la enorme ciudad que se extendía a sus pies. —¿Qué piensas hacer mañana? —No lo sé todavía, ¿por qué? —Ah, sólo decía. —Quizás acompañe a mi tío a comprar unas cosas. —¿Donde siempre? —Sí. Ambos amigos se habían caído bien desde el primer día de la secundaria, se la pasaron juntos los tres años haciendo infinidades de cosas, dentro y fuera de la escuela. Entre ellos, las cosas iban cambiando sin que lo notaran, y es que, aunque habían ingresado después a la misma preparatoria, esta vez les había tocado estar en grupos separados. A pesar de eso se veían frecuentemente, se saludaban y se iba cada quien a su grupo; a la salida coincidían y juntos regresaban a sus casas. En los fines de semana concertaban verse, jugaban futbol o iban a la casa de Eduardo a escuchar música o simplemente a conversar; entre ambos había complicidad de querer acompañarse, aunque nada se dijeran. —¿Sabes?, he pensado en lo que viene después de terminar la escuela; es decir, qué carrera elegir. Estoy entre Medicina y Filosofía; cosas diametralmente distintas, lo sé, pero ambas me agradan. —Vaya, si tú lo dices. —Se encogió de hombros a la vez que le daba un sorbo a su bebida, sin fijarse en la reacción de Alberto, que sintió en su interior un desliz de indiferencia por parte de su amigo. —De la filosofía me interesa y llama la atención este mundo de apariencias y la manera como funciona la naturaleza, su incesante transformación. Por otro lado, de la medicina toda su fisiología y anatomía; además, tiene buena reputación. Eduardo se inmutaba ante lo dicho por Alberto, tenía la vista clavada hacia enfrente, en un punto perdido, mientras en el horizonte, casi negro, atravesaba un avión con luz blanca y una intermitente lucecita roja. —Pienso que deberías seguir tu vocación, eso te ahorra ría mucho tiempo y dinero. Es una decisión que sólo a ti te pertenece. Piensa bien las cosas, para que evites arre pentimientos insensatos. Si te gusta filosofar, estudia filo sofía, o si quieres ver sangre, la medicina es una opción. Sólo te digo que estarías haciendo cosas que los demás hacen. —¿Cómo? ¿Qué quieres decir con “como los demás”? —Te decía que hay que hacer cosas, pero esas cosas, que ya se conoce cómo se hacen, hacerlas de otra manera. —Y cómo son esos otros modos de hacer las cosas si no se conoce cómo son? —No lo sé. —Pues no te entiendo. Algo comprendo sobre los diálogos de Platón, pero lo que tú dices me resulta confuso. —Esto que te digo tienes que verlo como una intuición, como una corazonada; son cosas que no te puedes explicar, las percibes, pero no hayas cómo expresarlas.
—Escucha cómo hablas, parece que eres tú quien quiere estudiar en Filos. —Nada de eso, cualquiera siente lo que yo, sólo que pocos lo hablan. Además, a mí no me gusta complicarme la vida, simplemente te digo las cosas que siento porque tú eres mi amigo, ¿o no? —No lo dudes, pero francamente poco te comprendo. —Alberto, siempre he reconocido tu inteligencia, no me salgas con que no comprendes lo que significa lo que es in novación, con todas las propiedades de ser diferente a las demás cosas. —Nada, aunque sea diferente, Eduardo, nace por sí solo; debe tener algún antecedente o algún punto de partida. —Así es, pero los antecedentes pueden ordenarse de modo diferente. Es como el esquema para jugar futbol, puede ordenase de otro modo. —Sí, pero tiene que haber un principio base; el portero es portero, el único que puede tomar el balón con las manos. —Correcto. ¿Y que pasaría si todos pudieran tocar el balón con las manos? —Pues eso sería rugbi. —Bueno, y ¿qué pasaría si en vez de balón fuera una jarra de vidrio? Y no simplemente eso, que los jugadores jugaran con vestidos de novia y en vez de porterías fueran trajine ras de Xochimilco? —Sencillamente ya no sería futbol y sería todo una locura —¿Por qué una locura? —¿Qué más si no eso? Pasó un auto cerca de ahí alumbrando el rostro de ambos amigos, dio vuelta y se perdió. Eran cerca de las ocho de la noche, la gente que pasaba caminando parecía espectros sin rostro. La luna blanca se encontraba atrás de la nebulosa, descuajada en nacarados colores. Ladridos de perros se escuchaban solitarios y los idilios se ocultaban en las sombras. Ellos no sabían que su plática sería de las últimas antes de la partida de Eduardo; no sabían que la separación había dado marcha. —¿Verdad que te escandaliza que las cosas se diseñen de manera distinta? —¿No debería? —Alberto, no sé si me entiendas, pero para vivir de una forma más apegada a lo que nosotros somos, se necesita obedecer un poco más a lo que nos dice nuestro interior. El orden que se establece y que a diario vemos cuando de casa salimos, no es la única posibilidad. -¿Sabes?, se está siendo tarde y ya comienzo a extrañar mi casa. —No me digas que te vas. Siéntate, que te quiero preguntar una cosa antes de que te retires, y como eres un filósofo, seguro me darás una interesante respuesta... a menos de que te urja irte; pero creo que no, así que siéntate, mira qué bonita luna y qué rica brisa la de esta noche, inmejorable ambiente para filosofar, ¿no es así médico-filósofo?
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Ágora Virtual núm. 08
—¿Qué diferencia hay entre estar aquí y escuchar la irrele vante conversación que tiene mi hermana con su novio? Las imaginaciones tienen de correlato las fantasías. —Podría ser, pero la pregunta es la siguiente: ¿Qué es la vida si no se devela su misterio? —La ciencia se ha encargado de desmitificar esos mismos misterios; no del todo, claro, pero cuestiones de otra natu raleza entran en las especulaciones, nada más. —Pero si algo es especulativo, nada mejor que la Filosofía; esa supuesta disciplina que te gusta practicar, de la cual piensas vivir. —Es mejor tener algo ya preestablecido en lugar de envisionar algo que no lleva a nada.
Sin advertido, el cielo se había atestado de nubes, relámpagos que se habían alojado atrás de la serranía estaban acercándose, una gruesa gota de lluvia cayó y estalló en la mejilla de Alberto. Se hizo un silencio profundo, hasta que se escuchó un fuerte trueno que sacudió a los amigos de secundaria. Eran casi las 10, la gente en la calle había disminuido. Los ríos se habían formado en el lecho del pavimento. Eduardo corrió calle arriba, salpicándose los pantalones; por su parte, Alberto tomó su balón y comenzó a jugar con él mientras los mismos ríos formados en el piso, resbalaban sobre su espalda y su rostro. Han pasado cerca de 20 años desde aquella noche; poco saben el uno del otro; en tanto, Eduardo vive en el surrealismo de la vida.
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Manifestación 9
Y después de todo este tiempo, sigue contemplando la puerta. Sofía Archundia y Gabriel Pano
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Ágora Virtual núm. 08
Desafío a muerte Alejandro Landoni Precisamente llegó a las 16 horas con su maleta negra al departamento de mi hermanastra, en el quinto piso del edificio. Observó que había abundantes cajas en varios lugares y ocupaban todas las ventanas, por lo que las movió para revisar hacía dónde se veía. Varias cajas tenían su estampa pegada, pero no tenían nada escrito. Leyó un papel arriba de una caja rectangular: “La mudanza será hasta el siguiente año, Jorge”. Se acomodó en una habitación como deseaba y se quedó dormido en la alfombra verde. Despertó a las 10 de la noche por una alarma interna, y moviéndose lentamente, miró a través de la ventana de la habitación donde estaba. Las luces de las casas de alrededor estaban prendidas y sólo un poste de luz tenía el foco fundido y colgando. De los edificios cercanos, se veían las pantallas de las televisiones prendidas, los reflejos de los espejos y las lámparas de escritorios. El único jardín inhabitado de la zona se encontraba vacío y ninguna luz dejaba ver la extensión del largo pasto y el pozo cerrado.
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Sacó el fusil de la maleta, lo cargó y lo acomodó por debajo de la ventana para mantenerlo oculto. De repente, pasaba por la ventana, vigilando, para ver cómo iba todo. Lo hacía de un momento a otro a fin de que nadie lo observara. Notó que ninguna persona que pasaba caminando por la calle volteaba a ver al cielo; sin embargo, pasó que a media noche ya no había luces en los cuartos. Fue a las tres de la madrugada que salió desde abajo una mujer con una linterna, adornos grises y una falda negra para abrir el pozo del jardín. Poco a poco subieron las otras mujeres, que tenían el mismo tatuaje en el cuello: un marsupial con forma de nahual. Agarró el radar y se puso los audífonos para detectar cualquier ruido, pues emitían ciertos ruidos al girar unos metales circulares. Le comenté al investigador Ele acerca de los ruidos, de los cuales se quejó mi hermanastra y una de las razones por las que se mudó. Después de un rato de espera y mientras escuchaba lo que mencionaban las hechiceras, volteó a verlas. En ese momento se dio cuenta de que la hechicera maestra esperaba las noches de luna llena para poder ver su reflejo en el cielo y así asegurarse de las maldiciones de muerte ya establecidas, por todas las anteriores. Ellas continuaron sentadas repitiendo una afirmación mental. Como todas tenían los ojos cerrados, puso el fusil en la ventana, y al hacer zoom, desde el hotel vacío, se percató del reflejo de la luna y un vidrio. Al escuchar unas palabras diferentes, dichas con un tono arduo, que interrumpieron el sonido de las hechiceras, detectó que era otro investigador privado el que estaba ahí. Grabó su aclaración en su celular. Ambos apuntaron sus fusiles uno contra otro. Entonces, él se hizo a un lado cuando escuchó el disparo de su enemigo. El inves tigador Ele resultó herido, aunque sólo un poco, arriba del codo derecho, así que rápido sostuvo su pistola. Después bajó las escaleras corriendo; mientras tanto, alcanzó a escuchar bostezos y crujidos de vidrios. Abrió la puerta principal y enfrente de él lo detuvieron las hechiceras. Primero le quitaron su pistola, pues él había intentado matarlas cuando abrió la puerta, pero ellas estaban adentro y afuera. Por el escándalo, varios ciudadanos se despertaron y las hechiceras se retiraron con él a la plaza. Estando ahí, él vio que también atraparon al otro investigador. A las 4:33 a. m. hicieron el hechizo al investigador y, sin dispararle, murió. Como inspeccionaron al investigador Ele, vieron que era de nuestra mafia, así que le dijeron que su objetivo de vida cambiaría: ahora tendría que matar a quienes se habían resistido al hechizo y no morían. Ella, la hechicera maestra, y yo somos aliados.
Dos muchachos Juan Jorge Farías Rodríguez
Antonio observa que todo en su clóset se encuentre como a él le gusta. Los pantalones de vestir deben ir todos juntos, al igual que los que usa cuando viste casual, y desde luego que todos van ordenados por color. Así se pueden ver también sus camisas y sus playeras tipo polo, ordenadas por categoría y sin una arruga. Por supuesto, sus zapatos, los cuales limpia y bolea cuando menos una vez por semana; tienen su propia sección. Complacido, se dirige hacia la impecable cocina de su lujoso departamento, se sirve un café y se sienta a leer el periódico. Lava la taza, la seca y la vuelve a guardar en la sección de las tazas dentro de la alacena. Sale del departamento. Viste traje azul oscuro, camisa de un tono más claro de azul y una corbata de rayas que combina perfectamente; todo es del mismo diseñador italiano. Sube a su automóvil alemán, que el mozo del edificio acaba de lavar como todas las mañanas, arranca, revisa su cabello engominado en el retrovisor y se dirige al despacho de abogados que lo acaba de hacer socio. Roberto se levanta con pereza, fue una noche ruda y tiene resaca. Se rasca una nalga y camina arrastrando los pies hacia la cocineta del cuartucho en el que vive. Toma una taza del lavabo, la huele y se encoge de hombros. Se sirve un café, lo prueba y le agrega un chorro de vodka. Deja la taza en el fregadero, va al baño dejando la puerta abierta, se mira en el espejo y sonríe al ver su cabello rizado alborotado y su rostro sin rasurar. Aún lleva la ropa de ayer. Su ropa se encuentra dispersa por toda su habitación, se quita la playera y se pone la primera que encuentra en el piso, se pone unos tenis que algún día fueron morados y sale a la calle. Levanta la cara y deja que el sol toque su rostro por unos instantes. Camina hacia su auto, el cual deja estacionado en la calle y que necesita una buena lavada desde hace un mes, sube y después de tres intentos consigue encenderlo. Con calma se dirige al lugar en el que trabaja como diseñador. El rubio cabello de Laura ondea con suavidad al tiempo que camina por la banqueta, su ligero vestido veraniego acentúa su juventud y su esbelta figura. Porta gafas de sol y en una mano lleva un bastón con el que va ubicando los obstáculos frente a ella y en la otra a Alan, un labrador que la va guiando en su camino a la cafetería en la que se citó con su amiga Mariana.
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Ágora Virtual núm. 08
El tráfico está a vuelta de rueda, pero Roberto no tiene problema, escucha rock alternativo de los noventa, mueve la cabeza hacia delante, tamborilea el volante y canta los coros. Antonio se encuentra histérico, toca el claxon y aprovecha cualquier oportunidad para hacer un rebase. Tiene que frenar al ponerse la luz roja y tras insultar al semáforo se percata del coche viejo y sucio que se encuentra a su lado, lo mira con desagrado y más aún al desaliñado conductor. La luz cambia a verde y aprovecha para meterse frente a Roberto, que había arrancado y tiene que frenar abruptamente. Pendejo —dice Roberto que se lo toma con calma y reanuda la marcha—. Más adelante recuerda un atajo con el que puede adelantar unas cuantas calles; además, ahí se encuentra doña Maru que vende unas donas deliciosas, así que se detiene a comprar una y sigue su camino. Mariana está apunto de entrar a la cafetería cuando ve que en la acera de enfrente se encuentra Laura. Le grita —¡Hola Laura! —ésta sonríe y saluda con la mano del bastón. Laura y Alan se detienen en la esquina a esperar el cambio del semáforo. Roberto da vuelta en una esquina y retoma la vía que lo lleva directo a su trabajo. Se coloca detrás de un camión que avanza lentamente, le da una mordida a su dona y sigue disfrutando de su música. Antonio rebasa un coche tras otro avanzando tan sólo unos metros. Cuando se tiene que detener detrás de Roberto, éste no puede evitar una sonrisa y un —¿ya ves pendejo? ¿No que mucha prisa? —Antonio aprieta el volante con furia al ver frente a él al que ya había denominado como el coche basura. El camión se detiene al ponerse el semáforo en rojo y Alan comienza a caminar con Laura detrás de él. En ese preciso instante, Antonio, que por la altura del camión no se había percatado del color de la luz del semáforo, logra pasarse al carril vecino y sintiéndose victorioso pisa con furia el acelerador. Se escucha un sonido agudo al derraparse un automóvil que frenó abruptamente. Mariana deja caer su bolso al salir corriendo tras observar a su amiga tendida en el suelo y a Alan que se lamenta y le da ligeros golpes con su nariz. Roberto baja de su coche para ver lo que sucede y alcanza a observar a Antonio, que baja de su coche y se pone una mano en la frente. Muy pronto el ambiente será invadido por el sonido de las sirenas.
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Manifestación 10
Traza el nombre que tantas lágrimas te ha costado pronunciar. Sofía Archundia y Gabriel Pano
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Ágora Virtual núm. 08
Perspectiva Ismael Hernández Valencia Si la manera de sobrevivir a través del tiempo es evolucionando constantemente, entonces se puede decir que el universo ha estado cambiado desde el inicio del tiempo, quizás desde el aliento de Dios o quizás desde el Big Bang, dependiendo de la perspectiva con la que se mire. Esa constante evolución ha culminado en nosotros, los seres humanos, y nuestra constante carrera contra todo aquello que nos rodea. Desde que el hombre es hombre, se ha preocupado por ser más, tener más, conocer más, conquistar más, valiéndose de todo aquello de lo que dispone y haciendo suyo lo que no le corresponde. Quizás esto sea bueno, pues contamos con avances científicos y culturales: hemos pisado la Luna y hemos curado a los que amamos, manteniéndolos junto a nosotros un poco más; sanamos el alma con las pinturas del Delacroix, conquistamos el mundo onírico de la música con las sonatas bélicas de Wagner y nos asombramos de la hermosa decadencia de la victoria alada, enorgulleciéndonos de nosotros mismos y nuestra capacidad de crear belleza. Pero es que esa misma capacidad creadora viene acompañada con una capacidad inversamente proporcional, y es que si vemos todo aquello que ha dejado de ser hermoso por nuestra culpa, ese orgullo se adelgaza hasta sentir vergüenza. Hemos usado nuestro
ingenio para construir máquinas cuyo fin es torturarnos y destruirnos; medimos el tiempo y el paso de los años con las crisis que acontecen en ese momento; corremos contra nuestra misma especie para alcanzar lo que el otro quiere y hacerlo nuestro, como un niño que roba un juguete en el jardín de niños; destruimos nuestros viejos hogares —el bosque, el mar, los polos— en busca de materiales para vender; mutilamos a las ninfas, a las sirenas y a la madre de todas las criaturas, cortándoles las alas, arrancándoles la cola para colgarlas en un puesto en el mercado donde participa el mundo entero y con una determinación como la de quien busca cumplir una fantasía sexual; coleccionamos monedas que lanzamos a un pozo sin agua y sin fondo, deseando sentirnos completos. Pero de nuevo, todo depende de la perspectiva con la que se mire. Es como si el espíritu humano estuviera infectado con un hongo de depresión que lo carcome poco a poco, nublando su inteligencia y su prudencia, porque es inverosímil que la misma y única raza que se cuestiona su existencia, que busca en aquello que no existe en el mundo tangible las respuestas a nuestros cuestionamientos actuales, sea la misma que justifica y fomenta el sacrificio de la felicidad y la plenitud con tal de alcanzar la aprobación social, que sea la misma
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que no entiende que quitar una vida está mal, que sea la misma que cree que sólo teniendo demasiado de algo es como consigues tenerlo de verdad. Esa depresión universal ha tomado forma de agujero negro, y por él se va todo lo que debería hacernos felices, y esa necesidad de sentirnos completos nos ha hecho consumir y consumir y consumir. Consumir arte, consumir conocimiento, consumir materiales, consumir especies, como si corriéramos desesperadamente contra el paso del tiempo, queriendo lograr la trascendencia, queriendo lograr vencer el olvido. Consumimos todo como una enorme trituradora que ruge metálicamente y expulsa un pegajoso humo negro. Pero, ¿qué más podríamos hacer? Seguimos el ejemplo del universo, y evolucionamos para poder sobrevivir. Consumimos palos y rocas y ahora tenemos casas y edificios. Consumimos caballos y carretas y ahora tenemos automóviles y aviones. Consumimos especies animales y ahora sabemos el valor que cada una de ellas representa al planeta. Y es que todo depende de la perspectiva con la que se mire. Quizás esa misma depresión hace que veamos todo lo que sucede a nuestro alrededor como el castigo que se nos impone por nuestra ignorancia. Nos flagelamos pensando que somos los destructores de lo que conocemos y amamos, y encontramos comodidad en ese pensamiento y en ese dolor, pues no sabemos ser felices. Vemos con nostalgia al pasado, a nuestros imperios y nuestros sabios, olvidando aquellos que tenemos en el presente. ¿Haremos eso en un futuro? ¿Añoraremos esta época y pensaremos que los problemas actuales eran cosa de niños en comparación a los que vinieron después? Lo más probable es que así sea, pues el hombre lleva tan poco tiempo en la Tierra y es tan joven que esas mismas preguntas son las que tiene cualquier adolescente que comienza a ver que la vida tiene dientes y que en cualquier descuido te los hinca y te arrebata un pedazo de carne, dejando un dolor agudo mientras te mira con sus ojos amarillos y su lengua llena de sangre. Son las preguntas que tienen los jóvenes al comenzar la vida adulta, y recordar que los héroes de la
niñez han muerto, que los recuerdos de la adolescencia se borrarán eventualmente, dejando personas sin rostros y labios sin voz. Son los pensamientos que tiene un viejo al darse cuenta que su vida pasó ante sus ojos y él, como el espectador de una obra, dejó que los actos sucedieran uno tras otro, sin intervenir, sólo mirando, y ahora que baja el telón, sabe que desperdicio la única oportunidad que tuvo de vivir. Todo es caos si miramos en retrospectiva, todo es desesperación, todos son tiros errados, oportunidades desaprovechadas, recuerdos dolorosos. Sí, todo es caos. Pero en el momento que sucedieron, cuando el adolescente estaba en el bachillerato, cuando el joven se blindaba con libros de los dientes de la vida y el viejo le daba su tiempo a su familia, no había forma de aprovechar más el instante. Vivieron al máximo cada segundo y en su momento, cada decisión fue la correcta. Aquellos días duraban 24 horas, no un par de segundos como en el recuerdo. Y tan fueron buenos momentos, buenas decisiones y días largos, que los recordamos aún, que los disfrutamos y guardan un espacio no sólo en el cerebro sino en el corazón. Y como siempre, todo depende de la perspectiva con la que se mire. El orden tiene una fuerza inversamente proporcional llamada caos. Nosotros y el universo entero existimos en el centro de esas fuerzas que luchan una contra otra como toros amarrados, pero que permanecen inmóviles por compartir una fuerza exactamente igual. Estamos entre sus cornamentas, estamos en equilibrio. Y cuando uno de los toros avanza dos pasos hacia adelante, es cuando pisamos la luna, es cuando creamos una sonata de Wagner. Pero el otro toro avanzará dos pasos adelante también, y es cuando estaremos en una nueva crisis, cuando le quitaremos la vida a alguien. Dos toros nos aplastan, y esa presión y ese dolor han fomentado la depresión que nos aqueja y que nos hace pensar que sólo existe caos cuando en realidad había orden. Pero todo depende de la perspectiva con la que se mire.
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Ágora Virtual núm. 08
La Noche Antonio Guzmán Guzmán
La noche es noche, la oscuridad es cuando del otro lado del planeta el sol se encuentra. En la noche casi todos caminan a casa para resguardarse después de la jornada. En la noche se prepara el café. Las lámparas se encienden, las sombras aparecen, los ruidos ambientales se apaciguan y las sirenas de las ambulancias, o de una patrulla, se convierten en el fondo musical de la ciudad. Disminuye la gente en las calles, los negocios cierran, las habitaciones de los hoteles se encienden como faroles. Aparece el universo encima de mi cabeza, su amplitud, su inmensidad. En la noche, el color de la vida desaparece empezando otra, se dejan atrás historias o se interrumpen para continuar al día siguiente; sobresale, entonces, lo negro por todas partes, se forman rincones oscuros que simulan bocas a la entrada de tiempos y lugares distintos. Después de asimilar la temporalidad, de ubicarse en el espacio, surge la curiosidad para que la mirada indague alrededor; entonces, embarga la extrañeza, la natural manera de pensar sobre las cosas del mundo se hace manifiesta. Conozco dos mundos en uno mismo, el día y la noche. Quiero en este escrito dar cuenta del segundo, si ustedes me lo permiten. En la noche, la realidad se introduce en mi cuerpo, así parece; la noche impulsa un regreso hacia mi ego, hacia mi interior, y a partir de ahí aparece la dualidad entre realidad y yo. Las cosas suceden para que me dé cuenta de los espacios, de una mayor aproximación a lo que es realmente el cariz de las cosas. En esas horas del día; es decir, las horas de la noche, resaltan las cosas que hay y las cosas que suceden. Por cierto, se dice que un día completo incluye las horas de la noche. ¿Sería lo mismo decir una noche completa que incluya las horas de la luz del día?
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En la noche, bajo la quietud de la naturaleza, se escucha la caída vertiginosa de una hoja desde las alturas de un árbol o cuando esta misma hoja es arrastrada por el piso; también se evidencia el paso del minúsculo insecto en el interior de la selva de plantas. Encima de la vida que duerme, acontece otra que despierta; los movimientos se trazan, se dibujan solitarios o en conjunto, y eso se manifiesta cuando alguien, a distancia, camina, o cuando en el cielo, el avión sigue su derrotero hasta desaparecer debajo de la blanca nube. Los movimientos se entrecruzan, muestran su violencia; las aves duermen, algunas de ellas salen abruptamente del denso follaje del árbol, seguramente sus congéneres se darán cuenta, los demás quedan acurrucados. En algunas ocasiones, con ayuda de la niebla, se trazan tangencialmente gruesos bloques de luz irradiados desde lámparas, se asemejan a los haces de luz solar del horizonte al reposar el detrás de alguna nube. Cuando llueve, se raya el espacio de líneas brillantes, eso sucede si la lluvia cae con cierta fuerza, porque cuando esa fuerza mengua, las millones y millones de gotas se comportan de modo distinto. Cae la lluvia, los arroyuelos formados demuestran múltiples movimientos, circulares, espirales, y cuando chocan contra alguna barrera, estallan todos los movimientos rompiéndose todos los trazos establecidos. La lluvia vuelve a ser lluvia, las gotas se separan del cúmulo y se vuelven a reunir; entonces, bajo otro dominio, las burbujas, conjuntos de átomos, diseñan volteretas formando agitados borbollones. Toda esa vitalidad no se pudo contener cuando, en dicha ocasión, el agua de lluvia se desbordó e ingresó a los espacios internos del edificio América. Esa noche, claramente vi en el piso las líneas dibujadas hechas de tierra; eran estuarios serpenteados trazando curvaturas caprichosas propio de la naturaleza cuando expresa su talento formando exquisitas estructuras que, como autora, sólo ella es capaz de hacer. Y qué decir de las siluetas que los árboles dibujan a contraluz de la blanca noche; esas siluetas son manchas oscuras fijadas en el horizonte nocturnal, nacen difusas desde abajo y culminan en una relación, que en conjunto, forman una cordillera arbolada cuyo volumen se borra. Por su parte, los gatos, moradores furtivos, juegan, pelean y caminan, dejan una estela de movimientos cuando se corretean entre sí. No quiero dejar de señalar, de hacer mención de peculiares árboles de los muchos que hay aquí, y es que las formas
diseñadas cautivan mis sentidos. Por mencionar algunos, se encuentran los que rodean el edificio América, que son en sus troncos rectos ballestas con remates de altas copas, a diferencia de los que se ubican por los campos de futbol y las clínicas de odontología, de base gruesa, que muestran contorsiones que parecen del tronco florecer; algunos otros tienen tan amplia madera, que bien podría sacarse de ellos un tótem. La relación de ramas, hojas y vara, debajo de ese conjunto y a contra luz, denota su íntimo entramado, proyectando sobre el piso la radiografía de ese cuerpo, considerablemente manifestando en los últimos días del año, cuando las hojas cumplen su ciclo y caen del suelo dejando descobijado al árbol, y esos mismos árboles, sobre todos los del estacionamiento de alumnos, quedan erizados apuntando hacia el infinito. Por otro lado, sabrán ustedes que el cielo se observa de manera distinta según el lugar donde se ubique. Pareciera lógico, pero en realidad hay rincones donde los elementos ahí reunidos son de verdad idóneos para tener una perspectiva que no tiene otro sitio. Se trata de sitios peculiares, y es que el cielo nocturno donde mejor se observa es donde se forma una bolsa de obscuridad, como el jardín de bachillerato y sus canchas de baloncesto, sin marginar los campos de futbol. Todo eso lo menciono en referencia a las tantas lunas que me ha tocado describir con la mirada y por las innumerables líneas de colores trazadas por estrellas fugaces. No puedo dejar de mencionar a las nubes, inestables en todas sus formas. Mirándolas, les encuentro cierta definición; sin embargo, caminado algunos pasos, la mirada vuelve y las nubes han mutado, perdieron para siempre su original manera de ser para inmediatamente reconstruirse en otra posibilidad de ser. Estas nubes son tan inestables como la travesía celeste de la luna. Ella viaja sin cesar, avanzando inexorablemente; parece que no lo hace, pero cuando ha atravesado el cenit y va un poquito más allá, parece que le urge salir de escena y aprieta el paso para descender por el horizonte y ocultarse detrás de la montaña azul. Aunque no siempre es así; bien que la he sorprendido queriendo quedar colgada en el mejor ángulo celeste, exhibiéndose, ufana, con su blancura, su redondez abierta, en plenitud, ofreciendo ilusiones e imaginaciones a quienes le siguen ante una imponente belleza que, sin duda, hechiza. Así las noches en este edén, así las horas en vela, únicas e inefables, así la noche.
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Ágora Virtual núm. 08
Manifestación 11
Calidad y cantidad No se enamoró de ella, sino de su sombra. La iba a visitar al alba, cuando su amada era más larga. Alejandro Jodorowsky
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Los Abuelos Mario Alberto Pérez Me gusta hablar de los abuelos, ya que cierta parte de ellos se va envolviendo de cierto misticismo con el pasar de los años. En casa de mis abuelos había, en un rincón del patio, un pequeño cuarto de piedra y láminas con una pesada puerta de madera asegurada por un enorme y pesado candado. Este candado, con un pequeño tirón, vencía el arco de acero y salía volando, dejando el tesoro detrás de la puerta, a merced del mundo, pues en esta fortaleza abarrotada de tiliches (como decía mi abuela) se encontraba un sinfín de objetos de incalculable valor para mi abuelo. De las paredes tapizadas de clavos colgaban sombreros viejos de todo tipo y diversos materiales, bolsas con trozos de madera, cachos de cables de colores, lámparas y máscaras de cartón pintado y hasta una espada de utilería usada en una película de bárbaros, cajas con piedras de unicel y libros amarillentos tan gordos que nunca me imaginé a alguien terminando de leerlos, cachos de pieles sintéticas con las que podría hacerse un abrigo para explorar el Polo Norte, en el piso pilas de cajas que contenían los más extraños objetos
encontrados por mi abuelo durante su larga vida con la idea de que algún día podrían servir para algo, por ejemplo, para construir máquinas y aparatos con los que se podrían hacer cientos de experimentos. Muy al fondo se encontraba una pesada caja metálica con herramientas oxidadas y hasta un cacho de riel de ferrocarril y a su lado, sobre una oscura mesa de madera, se encontraba una inservible televisión de bulbos y sobre ella una torre de historietas de Kaliman; quizás éste era su tesoro más preciado. Este cuartito era el escondrijo ideal para mi abuelo, su refugio para leer, una vez más, sus historietas y repasar sus objetos, que aunque no los tenía en orden, sabía perfectamente dónde estaba cada cosa. Mi abuela, adoradora del orden y la limpieza, no comulgaba con lo que en ese cuartito albergaba, al mirar el caos que reinaba ahí pegaba de gritos diciendo que era un nido de arañas y grillos, lagartijas y ratones, a lo que mi abuelo contestaba sereno y con paciencia: —las arañas atrapan moscos, por eso las dejo vivir ahí, ratones no hay y las lagartijas son tan silenciosas, que casi no se ven. —¡Ay, Paco, ordena ese cuarto, tienes un caos.
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Ágora Virtual núm. 08
Pareciera que pasó un huracán, ¡mira!, ¡todo revuelto!, — gritaba mi abuela casi desfalleciendo. —No esta revuelto, todo está dispuesto según las necesidades. Dentro de ese caos, como tú lo llamas, hay cierto orden que me permite saber dónde está cada cosa; en cambio, si me pongo a ordenarlo como tú quieres, me llevaría mucho tiempo y entonces sí tendría un caos en mi cabeza, pues no sabría dónde acomodar tanta cosa, y el no tener todo a la vista, me pondría como loco por no encontrarlo con prontitud —replicó mi abuelo, sentándose sobre una montón de periódicos viejos apilados a la entrada. Pasaron algunos días y un sábado, mi mamá me llevó a visitar a mis abuelos, pues mi abuelo regresaba de un viaje de trabajo; al llegar a su casa, me recibieron un aroma a pino fresco y en la cocina el olor de un exquisito guiso, que no distinguí, pero que me hacía salivar. Mi abuela cocinaba y, al verme, se acercó hasta mí con los brazos abiertos, me besó la frente y sacó de una canasta una bolsa con pasas y nueces; me dio un puñito yo le sonreí. Sin decir nada, salí al patio a buscar a mi abuelo. —No comas ansias, mejor come tus pasas, llegará en cualquier momento, —me dijo mi abuela. Y así fue. Apenas terminó de decirlo, él apareció detrás de la puerta que da a la calle cargando un beliz en una mano y en la otra una chamarra a cuadros. Al verme, dejó el beliz en el suelo y encima la chamarra y un sombrero. Me dio un abrazo, otro a mi mamá y para cerrar con broche de oro uno a mi abuela, acompañado de un pequeño, pero cariñosos beso. Qué alegría y qué paz se respiraba en casa. —¡Abuelo, vamos a tu bodega! —dije dando pequeños saltos. —Vamos, pues. Ya verás, te tengo una sorpresa, —pronunció mi abuelo y noté que mi abuela quedaba como petrificada, abriendo enorme sus ojos. Mi abuelo salió tras de mí y de un tirón abrió el candado e hizo a un lado la pesada puerta de madera. Entré detrás de él y en medio de la oscuridad encontré un botón y encendí la luz. Mis ojos esperaban la sorpresa que mi abuelo me prometió; sin embargo, vi a mi abuelo inmóvil a la mitad del viejo cuartito con una mueca desencajada y el cuerpo como congelado, y es que estaba casi totalmente vacío, y digo casi porque quedaba colgado de una viga un foco viejo y amarillento y es que como había dicho mi abuela, ahí había un caos y ella quería orden, pero ahora no había caos, aunque tampoco orden; sólo había nada y el foco, que era lo único que se conservaba, en ese instante se fundió, dejándonos en tinieblas. En el umbral de la puerta, la silueta de mi abuela apareció de manera cautelosa. —Perdón, Paco… creo que no lo pensé bien —dijo con voz entrecortada. —¿Qué has hecho con mis cosas? —Pregunto él. —Las vendí a un hombre que pasó con un carrito gritando que compraba fierros viejos y demás —explicó con tono de arrepentimiento y tristeza. Mi abuelo se sentó sobre un tronco viejo con su manos sobre las rodillas y su cabeza sumida entre los hombros; su
mirada denotaba frustración. Mi abuela se acercó y acarició su cabello a manera de consolación, mi madre me tomó y yo la abracé de la cintura mirando a mi abuelo devastado, era como un niño que acababa de perder sus juguetes favoritos. El silencio lo rompió mi abuela al decir: —Quizás aún lo pueda recuperar, apenas ayer se llevó las cosas. —¿Pero sabes dónde está? —Pregunto mi madre. —Siempre está a dos cuadras de aquí, cerca del mercado —respondió mi madre. Mi abuelo, en un dos por tres, se levantó e iba a salir en su búsqueda cuando mi abuela le detuvo para darle el dinero que había recibido por todas las cosas. Con el dinero en mano y acompañado de mi abuela, salieron en busca del comprador. Después de un rato llegaron juntos, con las manos vacías, pero con una gran sonrisa, mi abuelo por haber recuperado sus cosas y mi abuela por… no sé, sólo la veía contenta. Por la tarde llegó un hombre con un carrito de metal donde traía un montón de cajas y diversos objetos pertenecientes a mi abuelo, todos ayudamos a meterlas en el viejo cuarto apilando cosas por aquí y por allá, colgando otras tantas de los clavos de la pared y así hasta que el lugar quedó lleno nuevamente. —Abuelo, creo que no has encontrado todas tus cosas. —No es así, este gentil hombre (refiriéndose al señor del carrito) me ha regresado todo y más, pues tenía consigo algunas historietas que han hecho crecer mi colección y me las vendió a un buen precio. Lo vi feliz y esa felicidad me la contagió al sacar de una caja un reloj de cuerda que marcaba las horas en sentido contrario, lo cual me pareció extraordinario, y a mi abuelo más; para mi abuela no lo era tanto y sólo dibujó en su rostro una breve sonrisa de resignación, pues sabía que ese cuartito seria, nuevamente, el reino del caos, pero la paz y el orden permanecería en casa mientras mi abuelo estuviera contento con su cuarto de tiliches.
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La mitología de la T Denicce Rojano Valdez
Triz 1 Detrás ¡traz! de un calor superficial, te encuentro. Cada palabra y sonrisa, me cuentas. El orden es el fuego prometido, pero ¿quién nos lo prometió? ¿Qué pasó con el caos?
Triz 2 Hablo de mí con la que soy, me encuentro con que la cicatriz naciente es parte del dios mitológico en que se volvió: Hades, su nombre; Hera, la fuerza con la que renazco.
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Ágora Virtual núm. 08
Manifestación 12
Un sueño En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma de círculo) hay una mesa de madera y un banco. En esa celda circular, un hombre que se parece a mí escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra celda circular... El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben. Jorge Luis Borges
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Reflexiones Patricia Torres Villarruel
“La noche no puede superar al amanecer, ni hay tormenta que destruya al cielo…por lo tanto, no hay obstáculo que supere a la esperanza, ni miedo que destruya un sueño, todo final busca un nuevo comenzar”. Agosto 2015
“La felicidad dependerá del buen manejo de aquello que se posee; por ello, no se requiere tenerlo todo para disfrutar de la vida, sino al contrario, se requiere vida para poder disfrutarlo todo”. Abril 2015
“Misconception is thinking about time heals everything, and it only teaches you to accept what you can´t change… life is ironic, it takes absence to value presence”. Agosto 2015
“Y entonces, nada será más interesante que hallar respuestas en el silencio cuando no exista cabida para las palabras”. Marzo 2015
“Tropezar y recorrer un camino equivocado no significa retroceso, sino experiencia y trascendencia…porque el camino al igual que la oportunidad, no aparece de la nada, se construye día a día”. Julio 2015 “¡Expresa!...no sabes los sentimientos y emociones que tus palabras generen en los demás. ¡Arriesga!...no conoces las experiencias que por miedo no te atreves a vivir. ¡Trasciende!...y deje huella durante el camino recorrido”. Mayo 2015 “Intenta siempre vivir el presente al máximo y lograrás hacer de la espontaneidad de cada momento, algo cotidiano”. Mayo 2015 “No ves la realidad hasta que te obligas a ti mismo a abrir los ojos. Negamos aquello que duele para aceptar lo que no existe…negar, esclaviza; aceptar, transforma”. Mayo 2015 “Each of our questions…eventually will find an answer… but it´s important to understand that in your life some of the written stories will be remembered forever, it doesn´t mean that they will last forever”. Abril 2015
“En la medida en que aprendas a distinguir la diferencia entre fantasía y realidad…el golpe de la decepción será menor…pues no toda realidad es como parece, ni todo sueño es una fantasía”. Marzo 2015 “…Y será la inmensidad del silencio quien revele los más profundos y sinceros sentimientos, cuando con palabras no sea posible expresarlos”. Diciembre 2014
“Quien provoca risas, en ocasiones también es causante de lágrimas…irónico que una misma persona pueda estabilizar y desestabilizar a la vez…ignorar es fácil, y… ¿olvidar?...”. Noviembre 2014 “Best moments are not planned, they just happen…and the excitement of remembering them lasts forever”. Octubre 2014 “La magia no se ve, se siente…y ella está presente cuando sin explicación alguna, el corazón vibra aceleradamente”. Septiembre 2014
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Ágora Virtual núm. 08
“Jamás te permitas desanimarte o rendirte, recuerda que cada día representa una oportunidad para cambiar y comenzar de nuevo”. Septiembre 2014
“Arriésgate y lucha, aunque exista la posibilidad de perder… porque aquel no lucha, de antemano ya está perdido”. Agosto 2014
“Aprende a interpretar el silencio de una persona y lograrás comprender más de lo que sus palabras puedan expresar”. Agosto 2014
“Conocerse a sí mismo…no existe mayor y más compleja sabiduría”. Julio 2014
“Atrévete a sentir con tal emoción para vivir…da alas a tus sueños y cree en ellos para crearlos”. Agosto 2014
“Tratar de entender la vida y esperar a que algo suceda, es desperdiciar tiempo y provocar que sea la vida misma la que pase…siempre habrá interrogantes; por ello, no hay razón para vivir buscando respuestas, lo realmente importante es eliminar dichas interrogantes. Mayo 2014
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Multiplicidad Alexa Axtle
Y me ha vuelto tan fuerte, el jamás exhalar lo que tanto me duele... Allá. Adentro. En un espacio lleno de olvido, comencé apilando mis batallones derribados; alegres, activistas, conscientes e idealistas. Fracasados todos y cada uno de ellos. Los encerré a todos en cajones llenos de vacío. Aquí. Afuera. Corriendo sin parar, bajo las sofocantes sedas del espejismo, durante las estridentes tormentas de violines en catarsis, he olvidado custodiar al Pensamiento, quien me abandonó y tras ayer salió corriendo. No sé... Ahora. Tras las olas de la humillante imposición, compré la farsa del circo con lo que me alcanzó. Fue tal la ofuscación, que hasta la cabeza se me extravió. Y al haber intercambiado una cosa por la otra, son ahora las escarpadas marejadas, los acontecimientos manifiestos, de una o más decisiones disparatadas. Mientras... Aquí y Ahora, ya tan lejos de Allá, Aún no encuentro el camino de regreso. ¿Dónde está mi batallón, después de tanto tiempo?
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Ágora Virtual núm. 08
Manifestación 13
La oveja negra En un lejano país existió hace muchos años una oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura. Augusto Monterroso
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Ethos (credibilidad) Alexa Axtle
Toño: Yo. Jacobo: ¿Tú? ¡Ja! (sarcástico) Toño: Estoy tan cansado. Karla: Apenas tienes 29 años, Toño. Toño: Lo dices porque ignoras todo por lo que he pasado. Jacobo: Has sufrido porque has querido, porque en tu vida no estaba contemplado el sufrimiento. Toño: Yo... Jacobo: ¿Otra vez? Toño: (exaltado) Es que no te entiendo Jacobo. No comprendo el enigma que guardan tus comentarios. Jacobo: Seguimos en la incapacidad del individuo común, por despertar del espejismo. Toño: Ahora me resulta profundamente doloroso el saber que abrí mis brazos con inocencia al vacío. Así como lo hace un niño que corre hacia sus padres, a quienes deifica, ignorando que al precipitarse a estrechar una nada llena de acciones definidas, rechaza su autenticidad y se ve inconscientemente obligado a sustituirla, por una programación artificial. Jacobo: Y todo lo que te ha definido hasta ahora resulta no hacerlo en absoluto. Como si hubieras comprado el paquete al olvido de tu verdadera existencia. Toño: (nervioso) Bueno... Yo... Jacobo: Después de todo... insistes. Toño: (Ríe) Lo cual es bueno, significa que… sigo buscando. Jacobo: Sigues buscando.
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Caos, orden, caos Juan Jorge Farías Rodríguez
Caos, orden, caos. Su vida, tu vida, mi vida, La vida de todos.
Tú y yo, siempre aliados, Siempre buscando el orden, Siempre terminando en el caos.
Nos juntamos y charlamos, Reímos y nos tocamos, Nuevamente terminamos peleados.
Tu familia nos ordena, La sociedad también ordena, Y tú y yo todo lo desordenamos.
Caos, orden, caos. En la calma tú me odias, En la tragedia nos amamos.
Caos, orden, caos…
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Manifestación 14
Página asesina En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere. Julio Cortázar
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Tápate Elizabeth Téliz Martínez
Participación del Grupo Literario de la Universidad Panamericana Zaguán Literario
L
evanté mi cabeza de mis brazos cruzados y abrí los ojos. Bultos borrosos y brillantes fueron tomando forma conforme mis párpados daban paso a una luz intrusa. El sonido del teléfono, voces en el pasillo, tecleado en la computadora, risas en el otro escritorio, café sirviéndose en una taza y pasos constantes de un lado a otro. Sus ojos, los noté de la nada. Estáticos y bien clavados en mí. Moví el ángulo de mi mirada a otro lado, pero mi vista rebotó de regreso a su rostro. Hizo algo, ancló mis pupilas en las suyas y no me dejaba ir. El timbre de un móvil rompió las cadenas y pude huir. Intenté prestar atención a la voz en mi oído, pero algo a una distancia me lo impedía. Nunca antes lo había visto: saco desgastado, camisa blanca percudida, botón a punto de volar por una barriga, cabello alborotado y cejas que se intentaban alcanzar sobre su nariz. Eché un reojo: seguía ahí. Unos tacones comenzaron a acercarse a mi escritorio mientras que él seguía mirándome. Las palabras en mi oído derecho se comenzaban a enredar entre sí y el tacón sobre el piso empezó a sonar más fuerte. Las piernas cubiertas con medias baratas robaron mi mirada; una detrás
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de otra se movieron en cámara lenta al pasar justo a mi izquierda. —Tápate, —escuché a la derecha, seguido por el agudo beep del fin de la llamada. Volteé hacia atrás para ver marchar a las altas agujas con suela roja y cubierta negra. Al regresar mi cabeza, vi el registro de llamadas del celular; la palabra “desconocido” encabezaba la lista. Al segundo me percaté de que ni siquiera recordaba la conversación, pero la última palabra punzaba en mi oído aún. Miré hacia el frente y ahora él estaba hablando con otro, después vi hacia mi pecho. Un botón se había zafado de su ojal y la línea entre ambos senos se hacía visible. Mis mejillas comenzaron a concentrar un calor que fue moviéndose hasta mi estómago y se empezó a hundir justo en el centro. Mis dedos se movieron rápidamente para abotonar la camisa y, al ver si era libre de testigos, encontré ahora la mirada de los dos hombres sobre mis manos. Me levanté de mi silla, tomé mi saco, arrebaté mi bolsa del escritorio y caminé hacia la entrada. —¿A poco ya se va?, —escuché detrás de mí. No tengo puta idea de quién es. Mi paso se detuvo de golpe y mi cabeza giró hacia él. Sus labios comenzaron a formar una sonrisa que descubría dientes amarillentos, uno por uno. Volteé a mi alrededor, pero nadie parecía extrañarse del desconocido en la oficina. Me quedé callada frente a él y sólo se me ocurrió asentir la cabeza; después seguí mi andar directo al elevador. El pequeño espacio estaba lleno de personas, pero mi urgencia por salir no podía esperar. Me metí entre corbatas, camisas y sacos para tener mi propio lugar; al ver las puertas cerrar, comencé a sentir calor a mi alrededor. Los números rojos en la parte de arriba comenzaron a descender y con ellos el ritmo de los golpes que sentía por dentro en mi pecho. Al marcar la planta baja, las puertas se abrieron y pude ver la calle poblada. Los de adelante comenzaron a salir y justo cuando di el primer paso afuera, un toque delicado sobre mi nalga me hizo voltear. Él. Sus ojos me dejaron inmóvil unos segundos, pero los empujones a mi lado me obligaron a seguir. Comencé a caminar más rápido, ahora sobre la acera de la avenida sin voltear en ningún momento hacia atrás. Dejé mis ojos pegados hacia el suelo y empecé a pensar adónde iba. La casa estaba sola, ¿qué tal si me sigue? —Tápate, —a mi derecha se escuchó, seguido por un empujón que me hizo perder el equilibrio sobre mis tacones. Me detuve y mi vista pasó de mis pies a mi pecho. La camisa estaba desabotonada una vez más, el calor en mi estómago se empezó a hundir de nuevo. En medio de la multitud, mis dedos volvieron a dejar el botón en su ojal. Intenté disimular lo ocurrido, así que seguí caminando. Moví mi mentón hacia arriba para mezclarme en la normalidad de los demás. Los rostros de las personas se movían y se perdían entre sí. Los gestos eran serios e indiferentes, pero unos ojos me tomaron sin aviso. Él de nuevo, justo al frente. Esta vez no me detuve y empecé a
caminar en su dirección. Mi andar de pronto se alentó: la multitud comenzó a crecer de la nada y el espacio empezaba a hacerse cada vez más angosto. Mis piernas seguían una tras otra y pronto mis codos se unieron a la lucha por abrirme paso. Mis ojos, por otra parte, no podían moverse de los suyos. Atrapada. —Te veo todo —escuché, pero esta vez pude ver de qué boca venía. Quedé anonadada e intenté pasar una mano a mi pecho, pero estaba tan apretada, que mi brazo no se podía quitar de mi costado. Era una mujer de edad avanzada, arrugas en la cara, cabello blanco y unas pupilas viendo directamente hacia mis senos. —Ten pudor, —dijeron al otro lado. Esta vez no supe si el joven junto a mí fue la fuente de las palabras, pero sus ojos también estaban ahora clavados en mí. Volví mi vista al frente y él observaba la escena; parecía disfrutarla. Las voces empezaron a subir su tono y mi cabeza giró en su eje buscando una salida. Estaba encerrada por las miradas de la multitud. Cerré mis párpados y mi cuerpo fue liberado de la presión a su alrededor. Los cuerpos que me estaban sosteniendo en el mar de gente me dejaron caer sobre el piso. —¡Ya tápate!, —fue lo que distinguí entre los que ahora eran gritos en mis oídos. Mis brazos estaban extendidos sobre mi cabeza y mis piernas esparcidas en el el piso. Moví mis manos hacia mi camisa y sentí el botón fuera de su ojal. La gente empezó a aumentar el volúmen. Mis dedos hicieron lo posible por abotonar rápido la camisa y en cuanto lo lograron, silencio. Doble mis rodillas hacia mi pecho y lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. Cubrí mi cabeza con ambos brazos y me quedé quieta. Poco a poco las voces volvieron a tomar el lugar y escuché los pasos del ir y venir de la multitud. Levanté mi cabeza de mis brazos cruzados y enderecé mi espalda. Lo busqué entre todos y alcancé a ver su rostro voltear. Sus pies comenzaron la caminata y lo vi perderse con los demás.
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Animadversión ciega Arantza Ocampo
—Tú ni siquiera tienes cara de Rosalía. Suena como primavera, colores rosas, olor fresco, humor alegre… No, no eres Rosalía. Tal vez, sólo tal vez podrías pasar por Carmen. ¿Carmen?... No, es un motivo para que te comparen con esa horrible canción de aquella mujer despistada. En todo caso, siempre te ha gustado el nombre de Laura… Los cabellos caramelo de la chica fueron atrapados entre sus largos dedos, miró con aburrimiento sobre el espejo viejo y tras pasear la mirada por todo el cuerpo reflejado en él, dejó caer sus hebras con un largo suspiro. Eran pasadas las tres de la tarde, pero ella seguía usando las mismas prendas con las cuales había despertado desde muy entrada la madrugada. El rastro de su larga jornada estaba marcado en tonos purpúreos debajo de sus grandes ojos y como huecos a cada lado de su fino rostro. Habían pasado unas cuantas horas desde que había perdido sensibilidad en sus piernas, había un ardor picante en sus talones, pero la determinación la mantenía como estatua frente a su reflejo. Ladeó la cabeza, analizando las pupilas temblorosas que le regresaban la mirada, su azul se asemejaba a la pintura de una pared muy desgastada, muy decolorada. A su alrededor habían cuatro paredes grises, una gran ventana con cortinas corridas, una cama deshecha con sábanas lilas y una puerta beige, largamente cerrada. Amarillentos rayos solares exploraban el frío espacio, pese a que afuera desfilara una cálida tarde, entre esas cuatro paredes olía a tierra mojada. Reinaba un silencio liviano que acompañaba a la imperceptible corriente de aire, ambos jugando con las pelusas volátiles evidenciadas por la luz. Si la quietud pudiera hablar, se limitaría a susurrar, a admitir que estaba en espera de algo, algo muy deseado. Mientras más horas pasaban, más se pinceleaba la escena, poco a poco se transformaba en un cuadro de Van Gogh o Monet. La joven parecía ser un personaje estático, de vez en cuando cambiaba el lado hacia donde inclinaba la cabeza; sin embargo, su tarea se empeñaba en mirar el espejo de arriba a abajo. La habitación meditaba, la chica también, pero ella más bien indagaba y excavaba. —…Agatha, como la escritora. Podrías leer todas sus novelas pensando que tú misma las escribiste, misterio tras misterio. En todo caso, las hermanas Brontë también tenían nombres musicales: Charlotte y Emily, ¿No serías acaso una mujer admirable? Podrías saltar de una lectura a otra, inspirarte y escribir más libros, nunca terminar de contar his-
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torias. ¡Qué divertido! Todos te verían y se conmoverían, te buscarían para ser tus amigos, para preguntarte mil cosas. De seguro te pedirían respuestas, sobre las dudas acerca de los finales, de los personajes, de tu inspiración. ¿Qué te inspiró a crear ese problema? ¿Qué te llevó a escribir ese final?... ¿Qué te impulsó a crear ese mundo? El sol estaba a un par de horas de esconderse, la luz en el cuarto comenzaba a ser más anaranjada, el olor a lluvia seguía ahí.Aúnresbalabaelsilencioenelambiente,todoestabareposando, aguardando, aguardando. Con un suspiro, el primer despertador coartó la estática, el pie derecho de la joven estatua comenzó a subir y bajar en un constante golpeteo. Inadvertidamente, ya había un indicador del tiempo, un trote que con su ritmo simulaba un reloj, un reloj que avanzaba sin llegar a ningún lado. Podría también ser el sonido de una gotera, la cual explicara el olor a humedad, pero los rayos solares seguían ahí, más densos que antes; en realidad era un repiqueteo humano. —¡No me mires así! Tienes facciones de todo menos de Alejandra, no sé cómo si quiera lo consideraste. Si fueras un poco menos rubia y más curvilínea podrías presentarte orgullosamente como Camila o Selena. Bueno, hay que sacarle ventaja a tus ojos azules… María. Así te cantarían muchas canciones bonitas, recibirías muchas serenatas y se pelearían por ti, la güera. Pero por qué no jugar con tu tez, sería
curioso conocer a una chica como tú que se llamara Panchita, es interesante revolver las cartas del juego... Hazlos creer algo y luego rompe la fachada. La luz fue retrocediendo poco a poco, centímetro a centímetro, parecía que le costaba despedirse de un lugar tan necesitado de ella. Seguían resonando las pulsaciones, al contrario de la luz, parecían avanzar y exaltar su presencia. La temperatura también fue perdiendo fuerza, estaba siendo vencida por el advenimiento de la oscuridad y de la lluvia. Entonces, la joven llevó sus manos a su cabello y enredó sus dedos entre sus fibras resecas y enmarañadas. Su rostro pareció alargarse, así observaba el reflejo completamente de frente, con la barbilla un poco alzada, casi desafiaba al espejo. —Medasunpocodevergüenza,¿yatelohabíadichoantes? Claro que sí. Tal vez deberías llamarte Berta, por rara. De esa forma, todos estarían avisados y no se meterían con alguien como tú, así es como yo acabé aquí. Elvira es un nombre feo, con ese todos te evitarán, algo digno y justo de hacer. Entre tantos enredos, tantas vueltas y tantas miradas, pareces un laberinto. ¿Por qué debo ser yo la que debe encontrar la salida? Yo no pedí esto, yo no pedí estancarme contigo. Pero eso sí, fue mi error acercarme a ti para tratar de conocerte, para cuestionarte. Dicen que la curiosidad mató al gato… Ya no había luz a su alrededor, la habitación estaba más
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gris que antes, el frío vibraba haciéndole segunda al tamborileo de pie y a los erráticos suspiros de la joven. La cama destendida se sintió más vacía que antes, las paredes grises se estremecieron ante la falta de pintura, la puerta no se movió, no se abriría. Por primera vez, la castaña retrocedió, su rostro por fin expresaba algo fuera de la monotonía, sus pupilas temblaron igual que aquellas en el espejo. La noche había caído como balde de agua fría sobre los pinceles que pretendían embellecer la blanquecina escena, el telón se había cerrado, la realidad estaba tras bambalinas. —No me sigas, como sea que te llames. Mejor sigue el rumbo por el cual venías, devuélvete a esa caja de pandora y no vuelvas a presentarte ante mis ojos; lo mejor será que te quedes así, lejos e invisible. La pregunta aquí es, ¿Quién eres?... Exacto, no lo sabes. Siempre ha sido así, no trates de negarlo, no puedes escapar de esto, no puedes negar tu propia existencia. Oh, pero si ya eras alguien antes de plantarte aquí, antes de tratar de provocarte una metamorfosis. Mejor dicho, ya eras nadie antes de estar aquí, has vivido tras una máscara todo este tiempo, los milagros no existen y tú eres prueba viviente de eso. ¡Abre los ojos! ¡No hay salida! ¡Tú misma has cerrado esa maldita puerta! Tras retroceder tantos pasos, la estatua viviente se topó con el borde de la cama y tropezó, cayendo sentada sobre el colchón. Sus ojos estaban conectados con el espejo frente a
ella, la única luz provenía de afuera, de los faros en la calle, pero el terror en su expresión era tan crudo que parecía desprender un aura luminosa. Por fin parecía despertar de un largo sueño, la bella durmiente estaba resintiendo el tornado de la realidad, ante ella, una joven de aspecto anímico y facciones desfiguradas por el miedo la miraba como si fuera lo más escalofriante de la vida. Comenzó a temblar, la vida volvía a ella, sintió las sábanas bajo de ella y aspiró el fuerte olor a lluvia. La oscuridad que rodeaba a la chica del espejo se parecía mucho a la que la abrigaba a ella también afuera de ese cuadro. Negó desesperadamente, la chica frente a ella la imitó; los recuerdos comenzaron a llover sobre ella: días de encierro, lluvias intrusas entrando por su ventana abierta, noches sin dormir, soledad, depresión, confusión, negación. Era ella, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras encarnaba a la mujer del espejo, a quien le había reprochado mentalmente por tantos días seguidos. Como hoyo negro, la imagen la arrastró hacia la habitación, hacia el espejo, y estaba sola, aterrorizada y en blanco. Así, como ráfaga y derrumbe, algo subió por su garganta y salió disparado hacia sus labios: —¿¡Cómo te llamas!?... ¿¡Cómo me llamo!?
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DIRECTORIO Mtro. Bernardo Ardavín Migoni Rector
Mtro. Hugo Antonio Avendaño Contreras Vicerrector Académico
Ing. Raúl Alberto Navarro Garza
Dirección General de Administración y Finanzas
P. Juan Francisco Torres Ibarra M. G. Dirección General de Formación Integral
Coordinación de Difusión Cultural Lic. Dora María Gómez Alonso Coordinadora
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Jefe de Departamento de Intercambio Cultural y Evaluación
Prof. Israel Reyes Zúñiga
Jefe de Departamento de Comunicación Cultural
Mtra. Enriqueta Soto González Auxiliar
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