ALBAOLA en NATIONAL GEOGRAPHIC 08.2018

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N AT I O N A LG E O G R A P H I C .CO M . E S

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AGOSTO 2018

LOS SECRETOS DEL

SUEÑO

EL VENENO AMENAZA LA FA U N A A F R I C A N A

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P O D E R L AT I N O : E L A U G E D E LO S H I S PA N O S E N E S TA D O S U N I D O S

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D E C A Z A CO N LO S B A L L E N E R O S VA S CO S

4,95 € PVP CANARIAS 5,10 €

¿ P O R Q U É N E C E S I TA M O S D O R M I R ?


A bordo de un sueño E N U N A N AV E I N D U S T R I A L D E P A S A I A , G I P U Z K O A , L A N AO SA N J UA N C O B RA V I DA G RAC I A S A U N A R I G U RO SA RECONSTRUCCIÓN HISTÓRICA . POR EMMA LIRA

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F O T O G R A F Í A S D E M E N D I U R R U Z U N O /A L B A O L A

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Un sol rotundo desmiente ese norte brumoso que esperaba encontrarme en la bahía de Pasaia. He llegado hasta aquí en busca de un barco y de un sueño. No necesariamente por ese orden. La réplica de la nao San Juan, a tamaño real, se esconde de ojos indiscretos en el interior de un gran cubo de madera, como un regalo por abrir. Cuesta imaginar que esta sencilla estructura aso­ mada al mar, en el corazón de esta ría guipuzcoa­ na, atesore en su interior todo el conocimiento de los maestros navales de hace 500 años. A bordo del barco que me acerca al astillero me embarga una emoción inexplicable y antigua. Estoy exac­ tamente a diez minutos y cinco siglos del lugar desde el que los antiguos balleneros vascos daban el salto al Atlántico. En el silencio de una mañana luminosa imagi­ no el griterío y la actividad frenética del pasado. Probablemente como entonces, huele a tierra mo­ jada y a madera recién cortada. La historia que mi mente comienza a engranar, mientras Enara, la 50

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Pasaia, en la costa de Gipuzkoa, es el segundo puerto de mayor importancia en Euskadi, después del de Bilbao. De su ría partió hace unos 500 años la nao ballenera San Juan rumbo a Terranova. PÁ G I N A A N T E R I O R

Un carpintero refuerza las tablas del interior de la bodega del San Juan. En los balleneros vascos la altura de la bodega era casi siempre de 4 codos (2,30 metros), una medida óptima para apilar tres andanas de barricas de saín.

responsable de comunicación de Albaola Factoría Marítima Vasca, me conduce al interior de las instalaciones, empieza mucho tiempo atrás, exac­ tamente en 1565, cuando la nao San Juan, la au­ téntica, partió de aquí hacia las costas de la recién descubierta América para no regresar nunca más. «Los galeones vascos zarpaban en mayo y vol­ vían en octubre. Así lo hicieron durante tres si­ glos», me dice Xabier Agote, presidente de Albaola, la sociedad nacida a partir de un sueño: recuperar aquella embarcación emblemática hundida hace cinco siglos en la otra orilla del mundo. «Durante casi 300 años la caza de la ballena franca fue una de las principales fuentes de riqueza del País Vas­ co. Los balleneros fueron perfeccionando su téc­ nica junto con la de los barcos con los que se hacían a la mar. Eran un auténtico referente». JUANMA APARICIO / AGE FOTOSTOCK

LOS BALLENEROS QUE ARRIBARON A AMÉRICA. Según

una leyenda local, los navegantes vascos habrían llegado a las costas americanas en el siglo xiv, más de cien años antes que Cristóbal Colón. Dada la importancia comercial del saín, la grasa de ballena transformada en aceite, considerada el petróleo de la época y cuyo precio rondaba el equi­ valente a unos 8.500 euros la barrica, podría ser posible. «A los vascos no les gustaba revelar sus caladeros, para evitar la competencia –apunta Xabier–. Si habían llegado ya a la isla de Terrano­ va o a la península del Labrador en su búsqueda de ballenas, es lógico que jamás lo contaran». Se cree que el San Juan no llevaba siquiera cinco años recorriendo el Atlántico Norte cuando naufra­ gó. Para entonces los marinos vascos habían desa­ rrollado ya una importante industria ballenera a b o rd o d e un sueño

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en aquel territorio que Francia terminaría por reclamar. Hacía mucho tiempo que venían usando aquellas calas como fondeaderos, lugares en los que aprovisionarse y construir atalayas para otear ballenas, hornos para fundir la grasa y obtener el preciado combustible e incluso cementerios don­ de enterrar a sus muertos. Llegaron a conformar poblaciones ambulantes de miles de individuos, como relataba asombrado el explorador francés Jacques Cartier cuando en 1543, al alcanzar la de­ sembocadura del río san Lorenzo, dijo haber en­ contrado «en esas aguas remotas no menos de mil vascos pescando bacalao». Los marinos cantábri­ cos llegaban cada año al litoral atlántico cana­ diense para una nueva campaña ballenera, hacían su trabajo, contrataban mano de obra local a cam­ bio de pan y sidra y procuraban zarpar rumbo a casa en torno al mes de octubre, antes de que los hielos les cerraran el paso, con sus naves cargadas con los valiosos productos extraídos de los cetá­ ceos, sobre todo, las barricas de aceite de ballena. Pero no todos volvían. La nao San Juan, una embarcación de 200 toneladas construida en Pasaia, no lo hizo. Su naufragio quedó registrado en los archivos de la época, pero permaneció dor­ mido durante 400 años hasta que alguien se topó con él, buceando, no en las gélidas aguas atlánti­ cas, sino en los ingentes archivos de la población guipuzcoana de Oñati. Selma Huxley, una histo­ riadora anglocanadiense que había llegado al País Vasco casi por casualidad, decidió instalarse allí cuando descubrió unos lazos entre aquel rincón del Cantábrico y su añorado Canadá en los que nadie parecía haber reparado. A través de testa­ mentos, documentos de compra de provisiones, contratos y pólizas de seguros, desentrañó la acti­ vidad comercial internacional de toda una época y rescató la olvidada historia de los balleneros vascos. Exploró archivos, tradujo textos y analizó mapas de la época. Así fue como se enteró de la existencia del San Juan y como dedujo que debía de reposar frente a la actual población de Red Bay, en el lugar donde se había hundido 413 años antes. Y allí estaba. Huxley había puesto su investi­ gación en conocimiento de Parcs Canada, la enti­ dad encargada de velar por el patrimonio histórico canadiense, que destinó recursos y personal a la búsqueda del pecio. Lo encontraron en 1978. La nao San Juan estaba casi intacta, milagrosamente preservada gracias a los sedimentos que la cubrían y a las bajísimas temperaturas, a solo 10 metros de profundidad y a otros tantos de la costa. 52

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«Si nadie había dado con ella antes, fue porque nadie en la zona sabía nadar –afirma Xabier–, ¿para qué nadar si no hay probabilidades de sobrevivir en un agua cuya temperatura media es de 2 grados?». El arqueólogo submarino Robert Grenier fue el encargado de la recuperación del pecio. Y desde el principio, tanto él como su equi­ po repararon en que la especial conservación de la nao aportaba una valiosísima y desconocida información sobre la construcción naval de la época, pero también sobre las condiciones de vida y el trabajo de sus tripulantes. La historia se narra fielmente en los paneles que Albaola conserva en la sala museo de Pasaia. Es lunes y está cerrado al público, por lo que la visita es absolutamente privada. Xabier Agote, que debe de haber contado esta historia miles de veces, no puede evitar emocionarse al llegar a este punto, porque mientras los buzos de Parcs Canada comenzaban a extraer y documentar aquella joya de la arqueología subacuática y se creaba el Red Bay National Historic Site para la difusión del recién descubierto patrimonio, a 4.000 kilómetros de allí, ajeno a todo aquello, un Xabier niño miraba el mar con nostalgia desde la misma provincia que había visto partir al San Juan. Era muy joven, pero ya le dolía ver como las embarcaciones tradicionales vascas iban que­ dando relegadas frente a las nuevas tecnologías de construcción, y no podía evitar lamentar que el secreto de su construcción artesanal se perdie­ ra para siempre. C A R P I N T E R O S D E R I B E R A . Xabier Agote supo lo que quería hacer cuando fuese mayor antes de saber que aquello tenía un nombre. Fue en un reportaje emitido por la televisión francesa don­ de se encontró con aquella profesión tan antigua

En 1978 los arqueólogos de la agencia pública Parcs Canada hallaron cerca de Red Bay, en la península del Labrador, los restos sumergidos del San Juan. El estado de conservación de la madera era óptimo, a pesar de los siglos transcurridos desde su naufragio. El estudio del pecio dio lugar al artículo de portada de National Geographic de julio de 1983. BILL CURTSINGER / NATIONAL GEOGRAPHIC CREATIVE

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De cada una de las piezas que componen la estructura de la nao se sacan plantillas que luego se usan en el bosque para buscar los robles con la forma adecuada. La madera elegida se labra después en el astillero.

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como la navegación misma y con un nombre de reminiscencias poéticas: carpintero de ribera. Xabier no se amilanó por la inexistencia de asti­ lleros de madera en su país. Se matriculó directa­ mente en la Escuela de Construcción Naval de Maine, en Estados Unidos, y mientras esperaba a ser admitido se dedicó a viajar para conocer mun­ do y perfeccionar su inglés. Sería en Australia donde un amigo con quien practicaba surf le mostraría una portada de Na­ tional Geographic. «Oye, ¿tú no eres vasco? Pues tienes que ver esto». La revista publicaba un exhaustivo reportaje en el que se hablaba de la recuperación de la nao San Juan, nacida en Pasaia y enterrada bajo las aguas de Red Bay. Xabier vio tan claro su destino como si se lo aca­ baran de mostrar en una bola de cristal. «Esa por­ tada me cambió la vida; aún la conservo», afirma con orgullo, mostrándome el panel donde la tiene expuesta. «Ahí supe lo que quería hacer el resto de mi vida. Lo que tenía que hacer –se corrige–. Volvería a Pasaia, montaría un astillero tradicio­ nal y reconstruiría ese barco, una réplica a escala real. Estudiaría las técnicas ancestrales de cons­ trucción naval, recuperaría el patrimonio maríti­ mo de mi tierra y me echaría a la mar para recrear el último viaje de aquel ballenero». Era 1985. Xabier tenía 21 años. Y aquí está, 33 años después, en el astillero­ museo construido con sus propias manos, des­ granando su historia junto con la del San Juan, como si ambas fuesen una sola. Si te encontraras a este hombre en cualquier otro entorno –en la montaña, en un despacho, en un bar o 300 kiló­ metros tierra adentro–, sabrías, pese a todo, que es marino. Hay algo en su porte, en su calma, en su manera de mirar, como si necesitara de hori­ zontes, que te hace pensar en los mares que ha surcado, los barcos que ha capitaneado y las tra­ vesías a las que se ha enfrentado. Un día, hace ya 20 años, recibió una invitación de The Rockland Apprenticeshop, de Maine, para recrear una embarcación típica vasca. Construyó una trainera de pesca del siglo xix con fondos donados por emigrantes vascos en Estados Uni­ dos, que navegó durante tres semanas por el río Hudson antes de que Xabier decidiera legarla a su tierra natal. La trainera recorrió toda la costa vasca en 29 etapas de cabotaje proporcionando una visibilidad mediática hasta entonces inexis­ tente al patrimonio marítimo vasco. Acababa de nacer Albaola. 56

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A L B A O L A , U N A P I E Z A I M P R E S C I N D I B L E . En el lenguaje náutico y en euskera, una albaola es una pequeña pieza dentro del complejo engranaje de un barco. Aquí y ahora, Albaola es algo más que Xabier, su pieza clave, el hombre que la fundó. Albaola es una factoría marítima que pretende estudiar y reproducir embarcaciones tradicio­ nales en un astillero abierto al público, es una escuela de navegación, un taller de modelismo naval y un centro de formación de carpinteros de ribera, el llamado Lance Lee, que, en homenaje al viejo profesor que Xabier Agote tuvo en Maine, se basa únicamente en la motivación personal. Albaola es también un museo que abarca un patrimonio inmaterial e intangible, la relación comercial histórica entre el País Vasco y la penín­ sula del Labrador. El proyecto se nutre de hasta 24 personas enamoradas de la historia y la nave­ gación y del grupo de voluntariado Auzolan, cuyos miembros contribuyen a crear todo un uni­ verso marítimo alrededor del concepto de la ar­ queonavegación. Esa será la misión del San Juan cuando esté listo para echarse a la mar: la arqueo­ navegación, un viaje en el tiempo. Xabier recuperó el proyecto de la vieja nao como a un amor de la infancia: cuando ya estaba preparado para ello. Y entonces se entregó de lleno a esta empresa colosal. El reconocimiento mun­ dial del conjunto arqueológico de Red Bay como Patrimonio de la Humanidad por parte de la Unesco en el año 2013 reafirmó la importancia de una embarcación singular que, representada en el logo de la organización, pasaba a simbolizar el patrimonio arqueológico sumergido. En 2014, el día de San Juan, se puso la quilla y se dio oficial­ mente por iniciada su construcción. Apenas dos años después, en 2016, la ciudad de Donosti ganaba la capitalidad europea de la cultura con la réplica del San Juan como proyecto trans­ nacional y vertebrador. Ese fue el espaldarazo

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Xabier Agote y Markos Sistiaga (con la plantilla en la mano) comprueban la idoneidad del roble que han elegido en los bosques de Sakana para obtener una varenga pique del San Juan. Hace uno o dos siglos ese roble fue podado y guiado precisamente para que con el tiempo diera una forma idónea para uso naval. ABAJO

Tres operarios buscan el tronco de roble adecuado para obtener la pieza llamada curbatón, con la que se labrará el talón de quilla del San Juan. a b o rd o d e un sueño

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definitivo para que el proyecto recibiera una importante inyección de fondos públicos. «Los fondos públicos son completamente ne­ cesarios para arrancar, y su inversión retorna directamente al municipio –me advierte Xabier mientras nos adentramos en la nave en que se alza la réplica de la nao San Juan–. Pero la autén­ tica libertad está en la autosuficiencia, y a eso es a lo que Albaola aspira». En la actualidad más de un 60 % de sus fondos provienen de la inversión privada, de las visitas al museo –que busca ser el segundo más visitado de Gipuzkoa–, de grandes patrocinios e incluso del micromecenazgo a tra­ vés del apadrinamiento de piezas del barco. Para autofinanciarse, Albaola también organiza even­ tos, talleres, conciertos o conferencias en su co­ queto astillero en la bocana de la ría. Su referencia más inmediata es el Hermione, una réplica de la fragata con la que el marqués de Lafayette viajó a Estados Unidos para ayudar a los colonos que querían independizarse de Ingla­ terra. Su construcción se prolongó durante 17 años y supuso una inversión de 50 millones de euros, pero ha significado un increíble empujón econó­ mico para la ciudad de Rochefort. Albaola desea seguir sus pasos. O su singladura. A B O R D O D E U N S U E Ñ O . El armazón de madera se yergue frente a mí como la estructura de un monstruo gigantesco. Huele a resina. A mi izquier­ da un rudimentario sistema mecánico sirve para trenzar las cuerdas de cáñamo que formarán parte de la arboladura de la nao. Para respetar lo que en la asociación se conoce como integridad conme­ morativa, absolutamente todo el proceso de cons­ trucción tiene que reproducirse con los mismos medios con los que se habría hecho en el siglo xvi. «Lo único que fallaría son los planos –me dice Xabier–. Antes no se usaban porque cada maes­ tro naval tenía las proporciones en su cabeza. Nosotros hemos alzado planos gracias a la docu­ mentación técnica cedida por Parcs Canada y tenemos maquetas que nos ayudan a visibilizar hasta el más mínimo detalle». A partir de ahí se

La construcción de la réplica del San Juan ha permitido rescatar antiguos oficios vinculados al mar que habían caído en el olvido y en los que los vascos eran grandes expertos, como los carpinteros de ribera. «Los marinos vascos perfeccionaron su técnica junto a la de los barcos con los que se hacían a la mar. Eran un auténtico referente», dice Xabier Agote, presidente de Albaola Factoría Marítima. 58

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vuelve al rudimentario pero efectivo método del siglo xvi y al uso de plantillas bidimensionales a escala 1:1 que sirven para buscar, uno a uno, los árboles más apropiados a la forma de cada pieza. La comarca de Sakana, en Navarra, proporciona la madera necesaria para la ejecución del proyec­ to: roble bravo para los travesaños y roble corvo para las piezas más grandes y tortuosas. «Hay estructuras que deben ser de una sola pieza, y con la veta a favor para ofrecer más resistencia a los envites del Cantábrico», puntualiza Xabier. Aquí incluso la tala se hace como manda la tradi­ ción: en las lunas menguantes del invierno. En un proceso colaborativo, la selva de Irati proporcionará los abetos para los mástiles y las vergas; los árboles han sido cedidos por la Junta del Valle de Salazar. Diferentes poblaciones del valle del Ebro, como Cervera del río Alhama, Fi­ tero o Ágreda, cultivan seis hectáreas de cáñamo para confeccionar la cordelería y el velamen. Incluso la brea, elaborada con resina de pino, pez y grasa animal, está hecha como antaño, en hor­ no tradicional, por la Cabaña Real de Carreteros de Quintanar de la Sierra, en Burgos. Y por su­ puesto también es transportada como se hacía en el siglo xvi: en grandes carretas tiradas por bue­ yes. «Trajeron la primera hornada en una travesía de 18 días desde Quintanar hasta Pasaia –cuenta Xabier–. Cada pueblo por el que pasaban era una fiesta». La Red San Juan, que engloba a los proveedo­ res de las materias primas de la nao, ha hecho que caminos carreteros, transportes fluviales, gestión forestal y oficios tradicionales como el trenzado de cuerda, la elaboración de brea o las ferrerías hidráulicas recuperen su valor antropológico y nos hablen de la relevancia que tuvieron en la construcción naval de la época, en una especie de «itinerario de los balleneros». Nos adentramos en el interior del navío, que duerme a cubierto de la lluvia en espera del día en que por fin pose su inmensa panza en el mar. «Será en el próximo festival marítimo, en el año 2020 –me dice Enara–, pero será una botadura técnica; se pondrá en el agua para seguir traba­ jando sobre él. Nos quedará toda la parte superior: mástiles, cordelería y velamen». Bajamos a la ter­ cera cubierta, la más profunda. Desde la quilla, una columna vertebral de más de 14 metros de largo, las cuadernas emergen como las costillas de un enorme animal mitológico. Pese a sus dimensiones me parece pequeño, pequeño para 60

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enfrentarse a una tormenta, para cabecear en un Atlántico fiero, pequeño en comparación con el tamaño de una ballena. Trato de imaginar las tri­ pas del barco repletas de barricas que volvían a casa con la preciada grasa del animal. «Es mucho más ancha que otras naos, ¿lo ves? –me señala Xabier–. Está todo pensado para la optimización de la carga». Esta condicionaba de tal modo la estabilidad del barco que a la ida era necesario servirse de algún tipo de lastre. «Lleva­ ban teja del País Vasco. Una vez allí les servía para construir hornos donde extraer el aceite de ballena. De un año para otro las tejas se destruían y con el tiempo se pulverizaban. De ahí viene el nombre de Red Bay, la bahía Roja». La geografía como reflejo de la historia. Nom­ bres de origen euskera en las costas del otro lado del mundo. Cuando se haga a la mar, el San Juan contará todo eso a quien sepa escucharlo. Volve­ mos a la primera cubierta. Alcanzo la superficie como si llegara a un puerto. Xabier se despide en busca de una visita institucional de miembros del Parlamento Europeo con un mal disimulado orgullo; le encanta que su sueño se haya conver­ tido también en el de otros. Jon, otro de los miembros de la Factoría, me acompaña de nuevo al puerto. Los peregrinos que hacen el camino de Santiago y bajan del monte Jaizkibel observan la estructura cúbica de madera reciclada sin imaginar que se encuentran ante un astillero de otro siglo. Xabier me da el alto a punto de irme. «No tengas reparo en contar lo que te he dicho: aquella portada de National Geographic cambió mi vida, me dio un objetivo». Le prometo que lo haré. Mientras me voy alejando, siento el pasado a mi espalda y algo más, la nostalgia inde­ finible de, durante unos instantes, haber vivido, literalmente, a bordo de un sueño. j

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Además de desarrollar el proyecto del San Juan, Albaola estudia y reproduce embarcaciones tradicionales y es un centro de formación de carpinteros de ribera. En la imagen, un alumno marca el ancho del bisel de una tabla provisionalmente clavada a la popa de una nueva embarcación. ABAJO

Para hacer los clavos a medida según la técnica tradicional, un herrero corta la varilla cuadrada de hierro después de darle la forma de la punta. Los dos o tres centímetros de la parte gruesa serán martilleados para hacer la cabeza del clavo. a b o rd o d e un sueño

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