El muro de los navĂos
Alejandro Tarantino 2009
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El Muro
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Los NavĂos
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Abrimos puertas de batiscafo Abisales Las puertas celan los prodigios
AbandonĂŠ la superficie con agallas.
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Alud del extremo
Oeste de la espalda.
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Asombrado Al ser mirado Manifiesto Prendido de amor
Negra es la mano Sosteniendo La sangre De los amados 8
CarmesĂ el rango de los ungidos Asiento denostado
Hombres cuya semejanza es terrea Mira mi gĂŠnesis El letargo animal
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CĂşbica la forma donde la luz reposa al este
Frontera de los hielos amanecidos Desarbolado Ruina de cĂşpula 10
Galerna Sin faro destellante
Mascarรณn de proa Varado en los escollos Bate la marea su triunfo En mรกstiles y jarcias
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En el seno de tu nombre Bรกlsamo de tu seno
Senda erecta a tu boca.
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GeomĂŠtrica y densa quietud, Inabordable, cielo de lo humano
AlgarabĂa de los brotes hechos tiempo de espera
Sementera de Ăndigos y humedales
Cavidad materna el ocre
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Inabordable altura En mi yacen todas las formas desde Ur
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Inverso el aire Mi espiraciĂłn hiende tus pulmones
RaĂz de ti El muro vencido Orear de encuentro
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Me encontraste al borde de los abismos, ya nada me parecía posible, pensé que sólo me quedaba contemplar la soledad y el fulgor ocasional de lo vivido. Déjame de nuevo al borde de mi único mar, devuélveme el viento y el olvido y el cinismo elegante de mi arrogancia y mis intempestivas formas de decir sinsentidos que sofoquen el asedio de los nombres glorificados.
Amaré con el fervor de la pertenencia
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Nace en lo interno
La caĂda hacia lo hondo
Reino de masas ĂĄcueas
Donde sostengo tu alimento
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Nuota nella tempesta Tra resti di naufragi Incrocia le onde
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Ormai senza luce cercavo sementi Brucia la bruma intorno a te. D’amore e la pertenenza.
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¿Qué antigua
de las que estás hecho,
hybris
las que nunca
te recorre
borrarás
las venas,
a fuerza
y te lleva
de lanza?
a desafiar
las preguntas
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Rojo es el pez Alondra hĂspida Ahonda Sin esperanza En el trigo marino Grana acallada En la branquia Reposa transformado
Inciso En la espiga del tiempo Hendidura acuĂĄtica 21
Imposibles
Esperan los cielos Rota la tierra
Emerge
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Sé que te aíslas y miras Sé que lees de memoria lo leído
Sé que no sabes que me aislé Sé que sabes que soy memoria o palabra o ya olvido 23
Sua la notte LĂŠbe di malinconĂa
Mantiene l'amore Ed attende I dubbi
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Uno, Amore ibrido quello di due
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Vi el blanco De tus abrazos Estallar En la tierra de mis poros
Hebras de tu aliento En el gineceo de mi boca.
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Volátil deliquio Arenal y límite de las olas Tu vuelo Orilla roja
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Evanescentes De la materia del tiempo
SĂŠquito de los vivos
Hilera de cĂĄrmenes Al sur del recuerdo
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Lisboa acantilada Isla de las mareas
Kairuam en la tormenta Palermo silente
Arenas de ópalo
Ferita di sangue
Córdoba blanca Habitada Sed de Labios Náufrago en Alejandría
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He alzado todos los nombres escritos en las historias que conocí y los lugares océanos embravecidos y los desérticos escenarios donde los horizontes tremolan sacudidos por la distancia y la calima salina donde los espejismos ensueñan la liturgia de la lujuria y tu espalda sinuosa indica la arbórea certidumbre del contendiente elevando las oscuridades de tu ausencia a las luces indelebles de los creyentes ajeno al decir de la yedra y a las manos incendiarias para encontrarte alcé mástiles que surcasen simas erigí pináculos en los cielos donde gritar el adverso son de la indiferencia y todo mi ser es un ejército
en pugna por el torso donde reside tu latido y la raíz de tu voz percute sobre los hilos del destino corte a tu alrededor de quienes has sido desde el innúmero principio de tu sabor salitre vestida de sol tu sombra la solidez de una piedra la sangre la tierra que empuja los latidos de los anhelos parece derramada sobre ella la admiración de tu asesto ver la tempestad de dentro afuera depositar tus lágrimas en mis labios voz asida a tu boca forma de estar contigo sin ti más necesaria a mi… Tú 30
P R E C I P I C I
O
Al mar Erosionado Liquen nutriente Sustento mural Cima horizontal del fin Ă?ndigo y pĂŠtreo Entra en la marea
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Griegos Los hipogeos Del hieratismo carmesĂ
Busto ignoto Al orĂn del muro Olvidado el valor de los ilotas 32
De amor herido
Ala de sed Centro eximio Enhiesto Remembranza De la oscuridad Semilla y nido Hoja y brezo En la rama Rumor El canto oĂdo ColibrĂ Entre tus senos Granados
Trino de clepsidra en tu vientre rameado
Irrumpen 33
Hijos de Leviatรกn Islas Al borne de la aspiraciรณn Limen las costas La extremidad voraz Informe De las masas รกcueas Tierra Lugar de no retorno Quietud y mirada Magnรกnima
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Rompen las innĂşmeras valientes Hipatias salinas contra el dique y los escollos desolados de la mar lastimada surgen en espumas antĂfonas elegiacas abatidas en el fiel de los homicidas hembra de la noche cerĂfera y naval sobrevenida
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Crece Si sviluppa La solitudine Piena di appartenenza
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A B O L I D A
La misericordia Sobre el pรกbulo el vacio En el vacio el vapor de las lรกgrimas Atmรณsfera impune de la adversidad orbita hiriente Exhala el ara durmiente pechos que trepidan sobre el Tรกlamo de los hombres
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Es la noche que antecede Negro que asciende al índigo
La oscuridad total
La espera Absoluta De los navíos De un mar anónimo para sí que aúlla Porque al alba inicia la derrota
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Al abra Llenos de rumor Cadentes Crujen los bajíos del canto
Atraviesa el alba la crepitación arbolada
Y un sueño se extingue Hacia la oscuridad
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Ha despuntado mortalmente toda la dispersión de los áureos y bruñen como celosías lo que puede ser indagado en el pretil de los capitanes bajo las jarcias alzadas otear la mura a sotavento arriar velas y fijar en los obenques la esperanza de los faros y los misereres lejanos de los capiteles románicos mesetas interiores que promulgan el gilvo de los puertos amanecidos y derogan las calinas de la madrugada hora donde capotan los terrores lunáticos en valores sin asgo a la tierra donde las manos son un atado de vientos que galoparán en los jubileos de los vencedores de nostalgias hasta los confines donde se despeñan los océanos
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B O R D A
De estupor Aire almizclado Puerto donde dicen adiĂłs los olvidos Y baten en las sienes ojos de ayer Embocadura llena de besos Y tu olor en el cĂŠfiro
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Sรณlido Pesante e imponente
Le aguarda
A B I S A L
Consummation
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Se alejan los reflejos en las aguas Y la oscuridad engulle las cuadernas y el bálsamo húmedo de las amarras mientras el cabestrante pende hacia la nada las estachas de los edenes donde el aliento espera el desorden de los besos ven al aire que habita el légamo y las praderas fanerógamas y los sílices que no son desierto sino lo hondo donde arriba mi jadear como hijo de Anfitrite al trino oquedal de tu reposo en él penetro deudo de las ninfas marinas vibro en ti extraviado canto
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Sostenidos Arpegios de la liturgia romántica Chopin Exilio sin verdades
Suave Lebrel de los dedos Distancia boreal Lóbulo en el cénit armónico Nocturno halo de ti
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Amargos son los dioses Son entelequia y elipsis
TĂş material
Viertes la luz en la eufonĂa anochecida
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CĂtara de saetas Albur de la sangre Negro es el speculum TĂş Sombra sonora
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Gira la angostura Gozne intempestivo Labra y fulge El elevado lárice Ruta de tu pecho A la mies de tu boca Astro antiguo Rayo y sierpe Jalón de bauprés y sextante 47
Nadador de cielos Ă ngel de tupas extensas Fiebre de intemperie Caes A la dignidad de los hijos
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En los calveros limĂtrofes de los altozanos la mar cimienta pantalanes en que desahogarse detenida y duradera como balandra alejada de la costa incierta en la dĂĄrsena
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S O F O F I L I A
Aura lunaria Vejez estelar de la fragua Sobre la unidad del agua salobre Ă ngulo celeste de la sabidurĂa donde reposa la edad
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Cuna al linde de la luz Alcurnia de las orillas Lugar de umbrales y raíz de ónice
Hay un crepúsculo vegetal bajo el mecer las maderas del tiempo un baile que crece hacia la tormenta y el estrépito de los púberes una fruición de fanales orgánicos que hienden la venérea cúpula del ayer en ríos púrpura como la carne y la sangre tuya
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Queda de ti Un vestido de aguas a la deriva Alimento de leyendas costeras AĂąiles labios frĂos sin ti Queda de ti Tu nombre que no digo 52
Trasluz oneroso de los enhiestos cruces de la claridad desposeída turba tu seda de vientos y calendas de Pérgamo derruido cuyo espectro yace en los vestigios del Serapeo de Alejandría junto a la aponía y lega este miedo antiguo iliterato
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Amantes Ateridos en la noche Saben del amanecer Sienten la herida expuesta
Apostada la balanza nos aguarda Como alondra en los eriales Jaras y retamas lecho de tierra Huidizos ocres en los herbazales
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C R O N O S
Devora a los amantes Saciedad de su hambre En el tabernรกculo del Tรกrtaro รณrfico Sitial del รณnfalos oscuro Donde se extienden la Llanuras Eliseanas Colmas de amores heroicos
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Catarata de lágrimas
Lloran los ojos el cuerpo yacente de las horas y se derraman El iris del cónclave contenido martillea qué haré Diluirme Percutido en la voz de tus dígitos labiales
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Es una periferia el sueño Diáspora de lo que fui Extraño viaje de vanidad
Ajeno en mí
Deja que llore en la mañana Esta vaciedad a la que tornan Agrestes azules de la lejanía
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En pie la sangre Niebla de invierno en vaguadas Viento de olmos ancianos Poniente de huraĂąas horas
Montaraz es el gesto Profusa la herida Por donde tĂş vendrĂĄs
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Quiebra
EurĂdice
La antigua edad de los ciegos Los cauces de Tesalia
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Antígona Túmulo Aéreo Alzado Mujer
Huella indivisa Abate la tibieza eidética
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Hebra de arcilla Libídine
Médula
Sícula
Inciso el
jugo impenetrado
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Centro
Fuego
Tierra quemada Áspid iracundo del verde Recoge las lágrimas de su veneno Amamanta la extinción De la memoria calada Río que no es rius Sino olvido
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Sargo negro
Plata hilada en descenso
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Magenta del pez
Batalla de la branquia
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MĂĄstil de soledad AĂşn El canto
Ahogado
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Cenere d’amore
F I Ă M M A
Brucia la terra
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RERUM L E C T R NATURA
Coro: Bosques ebrios de danzantes Enhebrad justicia y canto en la noche DionisĂaca serĂĄ la estirpe Ausencia y placer Amor y destierro
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Espectral es el pasado
Panoplia del filรณsofo Huella del Hoplita Casco corintio de las almas
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Avisto los ínferos La fuente Eunoe
No me dio el olvido Muros y naves Lugares de averno Adultero reposo Tú y no Él
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Cielo in Verso Mares negros
InhĂłspito oscuro Carmen et error
ConfĂn y destierro Ars amandi
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Cura deum fuerunt olim regumque poetae Publius Ovidius Naso
Antiguamente fueron los poetas Preocupación de dioses y de reyes (Ars Amatoria 3, 405)
Ahora yacen polvo de Pérgamon En las innúmeras areniscas De un tiempo sin sucesión
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Fino alla riva oscura Non c’é un ritorno Suolo In lontananza La spiaggia Si é possibile
Nuotare
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Atalaya
Proa
terrena
BauprĂŠs
geolĂłgico
Hirsuta
coraza
Quebranto
Abisal
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La unión ligada a la heredad de la evanescente calina que surge de las piedras que exudan la acre condensación de la médula y la febrícula del témpano
Espiral terrosa donde lo cóncavo se hace indeterminado ateneo de las formas en que amamos Núcleo de la periferia Lugar que arquea la voz central del sexo
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Jarcia bajo la lluvia Obenque en los masteleros VigĂa a la ventura de la cofa Amura de batalla Marinaio sconociuto
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D I S T O P Í A
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Hápax del cénit Nómadas en las oquedades
Heroísmo
Centro inverosímil del fragmento
Mediocridad
Nadir de la cópula Patética de la belleza
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Cade Bianco Nell’ ombra Libero Umano
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Nomina si nescis, perit et cognitio rerum Si ignoras el nombre de las cosas, desaparece también lo que sabes de ellas
Salino Linnaeus
Empírica
taxonomía
Acantilado
Farallón que avista la deriva
Escorzo de
la especie
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Faraglione N A Aria
S
calcรกrea
C E
L O Acqua
petrigna A B I S S A L
Profondo
E
80
Pecio vano Abordado por el olvido Gime en las mareas El hondo crepitar de sotavento Sien de la proa abatida Reposa
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A M O R
Sol de la ciudad hermética Isla de aniquilación Hipogeo de la derrota
HELIOPOLIS Sobre los acantilados de mármol E R E O S
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Hélice de los ojos Máscara de escarcha Pasmo Lenta magnanimidad del recogimiento Cubierto de crepúsculos
83
Solidez
Isla Sonora
Amotinada
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R U T A marina M O T Ă? N de la melancolĂa N A V Ă? O de sal
85
S A L I T R E Y H E R R U M B R E
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Dársena de la conciencia bajo la lluvia de julio nombre de goleta varada en rieles mohínos sin mar de poniente y nordeste de límpidos azules clavados en los pantalanes de oriente como firme promesa su única lealtad agónica el ocaso donde cesa lo incandescente y su nombre Belleza Austral arriado en tierra
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Tremano Fulmini di acqua Accanto a me
Su di me
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DespuĂŠs de ti avanza la luz
dĂa A L
Inexorable
B
sin ti
A
Desgarro
audible
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Doble
VigĂa de la cofa
Grito y silencio recios Tierra de demora
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Gavia de mesana Mastelero a popa Bitรกcora de intemperie Eslora de mรกstil Lucernario de navegaciรณn Tremolar del Sudestada Teces de plata allende Donde no hay estelas Norte hurtado a la deriva
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A T A L A Y A
Calafate de oreos Aguador de llantos
Mesura la ausencia Aquel que otea
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A
A
N
N G
G
O
E
S
L
T
U
O
S
N O V U S
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Cuaderno de bitácora
Aljibe de cubierta
Para decirte adiós Perseguido de dolor Labra el océano mi ruina La sed perpetua de ti
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Vela en torno C A P O T A N D
Quietud de marino
O
Este rojo
al pairo
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Cruce de amura providencia
BauprĂŠs de
Proa Atrio de espuma Precede tu arista Aquello que pretende
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Cormorán de umbría e inmersión Cala de nimbos ciegos
Ave que bate la respiración
La mirada
de los cielos
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Cรณncava fertilidad E
P
R
E
ร
R
T
D
I
U
C
R
A
A
Sombra de hetaira VOZ
de Aspasia y Diotima
98
S F E R A S U L L A T E R R A
99
Batalla de cien aguas Castillo de popa al garete ExtravĂo de miradas Bajo las olas encendidas H U N D I
M
E
I
L
E
E
N
V
T
A
O
C I Ă“ N
100
BahĂa almenada
Fiel de los confines Reducir al silencio al LeviatĂĄn In Natura
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Cuaderna
Brea de intersticio
Calado de la derrota
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C I M A De La F I S U R A
Luz de brega Brocal de boga
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Orizzonte nero
Onde di argento
L’ aria pulita
Tu e la mortalitĂĄ
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S A B B I UMAN A
Nel buio Scende In riva al mare Origine di sangue
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El muro de los navíos Abrimos puertas de batiscafo. Abisales, las puertas celan los prodigios. Abandoné la superficie con agallas, como un alud en el extremo, al oeste de la espalda. Asombrado al ser mirado, manifiesto estar prendido de amor: negra es la mano sosteniendo la sangre de los amados; carmesí el rango de los ungidos: hombres cuya semejanza es terrea. Mira mi génesis, el letargo animal. Cúbica la forma donde la luz reposa al este, frontera de los hielos amanecidos. Desarbolado, semejante a una cúpula de ruinas enaltecidas tras la galerna del Mar de Alborán, sin faro alguno destellante salvo el de Orán de los corsarios, tan lejano. Mascarón de proa varado en los escollos, efigie de tumba en las aguas perjuras. Bate la marea su triunfo en mástiles y jarcias agotando la resistencia de los brazos, que halan sin piedad la salinidad del aire, la sed onerosa del esfuerzo en las cordadas que tensan la suerte inevitable de la derrota. Al borde de 107
la última marea, entre cielos de cobalto y aguas embravecidas, exhausto, descanso, en el seno de tu nombre, bálsamo de tu seno, senda erecta a tu boca, que enlazo a mi suerte desconocida y a la magnánima escotadura de tu saliva en mi falta, hecha palabra tan precisa y olor cóncavo de tu cuerpo. Rumor de brezos sobre las olas del aire, ráfagas silábicas de ti, cuyo nombre abarca lo que quise decir y fue escrito sobre la teoría patética de un lenguaje diáfano: pathos de mi distancia, soledad de mi vida: tu nombre es lo decible de mi. Geométrica y densa quietud, inabordable, cielo de lo humano donde se reflejan los espejismos de las palabras que son, algarabía de los brotes hechos tiempo de espera, sementera de índigos y humedales, alacena de significados que esperan la cavidad materna del ocre. Entre cielos y tierras, tu piel adviento de los ocres, tu voz de los azules, tú de los otros. Inaccesible altura donde aún enraízan los alardes de un 108
tiempo para la vida, porque en ellos yacen todas las formas de Ur, y mi garganta aún guarda el frescor del Éufrates y una memoria entre las aguas malditas y los vientos soterrados de un apocalipsis que no merecieron sumerios y acadios, memoria de una ocultación que ha emergido en los amantes: cuerpos de la fugacidad y la llama, muro intempestivo que el pavor de otros asedia. Pero aún mi respiración, inverso el aire, hiende tus pulmones con el peso de lo que es sólido y mojado y raíz de ti y orear de encuentro, vencido ya el muro de los ajenos y derruido por una época que les hizo tan viejos como el olvido del tiempo y a nosotros nos preservó en el instante, ellos son polvo, nosotros el susurro de todos los amores. Miraba hacia los hielos del norte y las tinieblas hiperbóreas: las lluvias y la noche se cierran gélidas sobre los témpanos, delirando descubrimientos que no importan a nadie, quizá a otros que nacerán con el estigma de los locos, náufragos 109
que no se ahogan, los que se van más allá de la miseria del presente. Me encontraste al borde de los abismos, ya nada me parecía posible, pensé que sólo me quedaba contemplar la soledad y el fulgor ocasional de lo vivido. Déjame de nuevo al borde de mi único mar, devuélveme el viento y el olvido y el cinismo elegante de mi arrogancia y mis intempestivas formas de decir sinsentidos que sofoquen el asedio de los nombres glorificados. Te amaré con el fervor de la pertenencia, atravesando el caos y los arcanos del Estrecho de Aniano, con el espíritu invicto de Diomedes. Nace en lo interno el fragor, perihelio de los influjos, caído hacia lo hondo, al reino de las masas ácueas donde se extienden las llanuras abisales, donde sostengo tu alimento de animal pretérito, porque en el talud dio su inicio el ósculo y el hambre y el asedio de las corrientes. Nadar en la tempestad tras los restos de los naufragios, a través de las olas. Nadar hacia el 110
lecho de las mareas, cruzando las metamorfosis de los hielos, el frio de la soledad blanca y la oscuridad lívida y silenciosa de la sangre, mientras brama en la costa el oleaje y las piedras, y el viento azota las últimas ausencias. Abrasa, entorno a ti, la bruma. Ahora, sin luz busco simientes de agua, cristales de sal y el olor salino, en la piel aterida, todo lo que este amor pide, porque de amor es la pertenencia. Antes del olvido entre mares de un tiempo inconcebible… Porque más allá de la muerte dejaremos atrás las cenizas y nuestra desaparición, los días de la historia sin salvadores, los días alciónicos de nuestra unión sin el viento de los dioses. ¿Qué antigua hybris recorre las venas, y lleva a desafiar las preguntas de las que estamos hechos, las que nunca borraremos a fuerza de lanza? Híbrido de otros, lammasu de las puertas del vacío bajo cuyo dintel no cruzan los puros, los biblioclastas que saquean la mistura, esa promiscuidad advenida de la 111
materialidad del pathos, del neuma mineral de lo vivo. Memoria del pez fósil en los nesocratones de la palabra. Rojo es el pez, alondra híspida del primer oxígeno, ahonda sin esperanza en el trigo marino, grana acallada en la branquia. Reposa transformado, inciso, en la espiga del tiempo el sueño de lo que seremos, el génesis de la falta y la oscuridad en la que soy tú, hendidura acuática del animal nostálgico. Imposibles, esperan los cielos. Rota la tierra emerge la huella del agua, el muro diviso de lo que es y existe, rojo como la sangre lo que surge de la roca ígnea quebrada, negro su tiempo de magma discontinuo: ha parido un corazón pétreo, muelle de las tempestades orgánicas, armónica pauta que nos alojará en lo que fue antes que nosotros, en la nada de mí y de ti tras los bastimentos. Y ahora, presentido el cesar de la fragancia, sé que te aíslas y miras, sé que lees de memoria lo leído, sé que no sabes que también me aislé, sé que sabes 112
que somos memoria y palabra o ya olvido. No sabemos nada. Suya la noche, lebrel de melancolía, mantiene el amor y atiende las dudas de un extraño amor hibridado de dos, fosca alada del silencio donde Horacio deposita su ironía y se oye un carmen saeculare. En las bucólicas horas del amor leerás la cuarta égloga de Virgilio, y seremos la carne de una edad heroica, por esperanzada, de un amour fou cuya sonrisa hará que la muerte espere las convulsas horas de su victoria y el llanto del último de los dos. Porque en la mañana de sombra estremecida, vi el blanco de tus abrazos estallar en la tierra de mis poros, y quise morir mientras hebras de tu aliento perduraban en el gineceo de mi boca. Mineral calcáreo la tierra que acoge el sexo, volátil deliquio de los sin tiempo, arenal y límite de las olas insistentes, donde yace tu cuerpo como una orilla roja. Los besos, evanescentes, de la materia del tiempo, séquito de los vivos, hilera de cármenes al sur 113
del recuerdo. Al norte del Trópico de Cáncer, lejos del espanto de los hielos, la muerte de la pasión ha sido desterrada de la Lisboa acantilada, isla de las mareas, de la Córdoba blanca habitada de sed, de Kairuam en la tormenta circundada de arenas de ópalo, de Palermo silente herida de sangre, de los labios de un náufrago en Alejandría. Lugares de una beligerancia ancestral, donde la vida, sitiada, aun palpita en el recitar de la estirpe. He alzado todos los nombres, escritos en las historias que conocí y los lugares, océanos embravecidos y los desérticos escenarios, donde los horizontes tremolan sacudidos por la distancia y la calima salina, donde los espejismos ensueñan la liturgia de la lujuria, y tu espalda sinuosa indica la arbórea certidumbre del continente, elevando las oscuridades de tu ausencia a las luces indelebles de los creyentes. Ajeno al decir de la yedra y a las manos incendiarias, para encontrarte, alcé mástiles que surcasen simas, erigí pináculos en 114
los cielos donde gritar el adverso son de la indiferencia, y todo mi ser es un ejército en pugna por el torso, donde reside tu latido y la raíz de tu voz percute sobre los hilos del destino, corte a tu alrededor de quienes has sido desde el innúmero principio de tu sabor salitre. Vestida de sol tu sombra, la solidez de una piedra, la sangre, la tierra que empuja los latidos de los anhelos, parece derramada sobre ella la admiración de tu asesto: ver la tempestad, de dentro afuera, depositar tus lágrimas en mis labios, voz asida a tu boca, forma de estar contigo sin ti más necesaria a mí. Tú, cuyo cuerpo es precipicio al mar, erosionado: liquen nutriente, sustento mural, cima horizontal del fin: índigo y pétreo entra en la marea. Lleno el lecho, griegos los hipogeos del hieratismo carmesí, donde reposa el busto ignoto de la dualidad, al orín del muro marino. Olvidado el valor de los ilotas y la fuerza hoplítica, yacen los aspis del amor herido, ala de sed en la arena 115
sumergida, centro eximio, enhiesto orden de la tragedia y remembranza de la oscuridad. Semilla y nido, hoja y brezo, en la rama del laurel se esconde el rumor, el canto oído del desamor, esperando un colibrí entre tus senos granados, trino de clepsidra en tu vientre rameado. Irrumpen hijos de Leviatán, islas, al borne de la aspiración. Limen las costas, la extremidad voraz e informe de las masas ácueas. Tierra, lugar de no retorno, inane quietud y mirada magnánima. Aún eluden los dioses tu boca de agua la mía de greda. Hiperión concedió el fondo de los archipiélagos al silencio de la razón, y el rumor del oleaje a los amantes aislados. Rompen, las innúmeras valientes, Hipatias salinas, contra el dique y los escollos desolados; de la mar lastimada surgen en espumas antífonas elegiacas, abatidas en el fiel de los homicidas: hembra de la noche cerífera y naval sobrevenida. Crece, se desenvuelve la soledad, plena de pertenencia al sueño helénico, el que 116
surge en la noche entre las púas agrias del cristianismo, ajeno a su pena de turba y su cirílica sensualidad. Abolida la misericordia sólo queda la piedad del símbolo niceno, el amor sin carne, queda sobre el pábulo el vacio, en el vacio el vapor de las lágrimas: atmósfera impune de la adversidad, orbita hiriente. Exhala el ara durmiente, pechos que trepidan sobre el tálamo de los hombres la lenta humedad y el efluvio de las locuciones. Todo ha de ser un no a la muerte inmatura. Vida que no espera. Es la noche que antecede, negro que asciende al índigo: la oscuridad total, la despedida absoluta de los navíos, de un mar anónimo para sí, que aúlla porque al alba inicia la derrota. Al abra, llenos de rumor, cadentes crujen los bajíos del canto. Atraviesa el alba la crepitación arbolada. Y un sueño se extingue hacia la oscuridad. Ha despuntado, mortalmente, toda la dispersión de los áureos, y bruñen como celosías lo que puede ser indagado en el pretil de los 117
capitanes. Bajo las jarcias alzadas, otear la mura a sotavento, arriar velas y fijar en los obenques la esperanza de los faros, y los misereres lejanos de los capiteles románicos. Mesetas interiores que promulgan el gilvo de los puertos amanecidos, y derogan las calinas de la madrugada, hora donde capotan los terrores lunáticos en valores sin asgo a la tierra, donde las manos son un atado de vientos que galoparán en los jubileos de los vencedores de nostalgias, hasta los confines donde se despeñan los océanos: borda de estupor en el aire almizclado, puerto donde dicen adiós los olvidos y baten en las sienes ojos de ayer: embocadura llena de besos y tu olor en el céfiro. En tanto, sólido lo abisal le aguarda, pesante e imponente la profunda densidad abisal le aguarda, abisal la consumación le aguarda, al amante, quien navega en el extremo extinto del mundo cuando ya todos sucumbieron. Se alejan los reflejos en las aguas, y la oscuridad engulle 118
las cuadernas y el bálsamo húmedo de las amarras mientras, el cabestrante, pende hacia la nada las estachas de los edenes, donde el aliento espera el desorden de los besos. Ven al aire que habita el légamo y las praderas fanerógamas y las sílices que no son desierto, sino lo hondo donde arriba mi jadear como hijo de Anfitrite al trino oquedal de tu reposo. En él penetro deudo de las ninfas marinas: vibro en ti extraviado canto. Enhebro sostenidos, arpegios de la liturgia romántica, Chopin, en este exilio sin verdades a donde acudo, mi suave lebrel de los dedos, distancia boreal en la que soy porque me imaginas con alma, lóbulo en el cénit armónico, nocturno halo de ti. Amargos son los dioses que no danzan, son entelequia y elipsis de las luces del frio. Tú, material, viertes la luz en la eufonía anochecida; cítara de saetas, albur de la sangre. Negro es el speculum. Tú, sombra sonora de los amanecidos marinos: gira la angostura como 119
gozne intempestivo, labra y fulge el elevado lárice: ruta de tu pecho a la mies de tu boca, astro antiguo, rayo y sierpe, jalón de bauprés y sextante. Cuando en el penol tu mano encuentre la tersura de dos vientos. Nadador de cielos, ángel de tupas extensas, fiebre de intemperie en el pálpito, caes, a la dignidad de los hijos. Incierta en la dársena la hora que contiene la respiración del amor, cercada como tierra por las aguas saladas: en los calveros limítrofes de los altozanos la mar cimienta pantalanes en que desahogarse detenida y duradera como balandra alejada de la costa. Aura lunaria, vejez estelar de la fragua sobre la unidad del agua salobre, ángulo celeste de la sabiduría donde reposa la edad de la sofofilia: cuna al linde de la luz, alcurnia de las orillas, lugar de umbrales y raíz de ónice. Hay un crepúsculo vegetal, bajo el mecer las maderas del tiempo un baile que crece hacia la tormenta y el estrépito de los púberes, una fruición de fanales orgánicos que hienden la 120
venérea cúpula del ayer, ríos púrpura como la carne y la sangre tuya. Queda de ti, un vestido de aguas a la deriva, alimento de leyendas costeras, añiles labios fríos sin ti. Queda de ti, tu nombre que no digo. Trasluz oneroso de los enhiestos cruces de la claridad desposeída, turba tu seda de vientos y calendas de Pérgamo derruido, cuyo espectro yace en los vestigios del Serapeo de Alejandría, junto a la aponía, y lega este miedo antiguo iliterato. Amantes ateridos en la noche saben del amanecer, sienten la herida expuesta. Apostada, la balanza nos aguarda, como alondra en los eriales: jaras y retamas lecho de tierra, huidizos ocres en los herbazales. Cronos devora a los amantes: saciedad de su hambre en el tabernáculo del Tártaro órfico, sitial del ónfalos oscuro donde se extienden las llanuras Eliseanas, colmas de amores heroicos. Lloran los ojos el cuerpo yacente de las horas y se derraman. El iris del cónclave contenido martillea qué 121
haré: diluirme percutido en la voz de tus dígitos labiales: catarata de lágrimas. Es una periferia el sueño, diáspora de lo que fui, extraño viaje de vanidad. Ajeno en mí. Deja que llore en la mañana esta vaciedad a la que tornan agrestes azules de la lejanía donde horizontal habitas. En pie la sangre como la alta niebla de invierno en las vaguadas, como viento de olmos ancianos y poniente de hurañas horas. Montaraz es el gesto, profusa la herida por donde tú vendrás: Eurídice quiebra la antigua edad de los ciegos, los cauces de Tesalia: Antígona, túmulo aéreo, mujer, huella indivisa que abate la tibieza eidética del logos. Mujer plural sin nombre, hebra de arcilla: libídine, médula, sícula: inciso el jugo impenetrado. Centro del fuego en la tierra quemada, ya ceniza y mineral, futuro de otro organismo. El áspid iracundo del verde recoge las lágrimas de su veneno, amamanta la extinción de la memoria calada, rio que no es rius sino olvido. Sargo negro nada, plata hilada en descenso, 122
magenta del pez, batalla de la branquia herida en la marejada, mientras en el aire yodado un vertical mástil de soledad declina, aún el canto, ahogado. Vientos solares desecarán las aguas, y quedará ceniza de amor, llama, que abrasará la tierra que fue piélago. En la naturaleza de las cosas aguarda Electra, oíd qué le corean voces húmedas y ardientes: bosques ebrios de danzantes, enhebrad justicia y canto en la noche; dionisíaca será la estirpe: ausencia y placer, amor y destierro. Espectral es el pasado de donde viene el tiempo vencido, detenido y cansado de sí: panoplia del filósofo, huella del hoplita, casco corintio de las almas que no fueron áureas como el aliento sino ánimo de la carne finita. Avisto los ínferos, la fuente Eunoe, y la comedia de los sueños: no me dio el olvido. Muros y naves, lugares de averno, adultero reposo, tú y no Él. Cielo inverso como mares negros es lo que me acoge y me circunda, inhóspito oscuro donde el arte de amar, confín 123
y destierro, ya no podrá ser muerto, en una última frontera. Nadie erra por lo venerado. Fueron los poetas, valedores de Eros; ahora yacen, polvo de Pérgamon, en las innúmeras areniscas de un tiempo sin sucesión, furono i poeti… La voz se extingue. Hasta la oscura orilla no habrá un retorno, solo, en la lejanía, bracea y se vacía en la marea, atrás queda lo vivido, la playa es posible: nadar es hallarse proa terrena, bauprés geológico, hirsuta coraza del ansia, atalaya sobre el quebranto abisal. La unión, ligada a la heredad de la evanescente calina, que surge, de las piedras que exudan la acre condensación de la médula y la febrícula del témpano. Espiral terrosa donde lo cóncavo se hace indeterminado, ateneo de las formas en que amamos, núcleo de la periferia, lugar que arquea la voz central del sexo. Desconocido navegante, híbrido de agua y aparejo: jarcia bajo la lluvia, obenque en los masteleros, vigía a la ventura de la cofa, amura de batalla. 124
Inversa ficción de los faros convexos, fatamorgana del litoral, que anuncia la lluvia de tierra sobre las olas que corona el émulo de los vencidos. Lo que se dice una sola vez del cénit de un amor, lo dice el poeta: nómadas en las oquedades: heroísmo. Centro inverosímil del fragmento la voz y el coraje. Anverso sin armisticio ante la mediocridad: nadir de la cópula, patética de la belleza, esa vehemente agitación de la melancolía. Cae blanco en la sombra, libre y humano el aedo de la desaparición, de la restitución sin plañir la dignidad de los nombres épicos de todo lo que no es cosa. Nomina si nescis, perit et cognitio rerum. Linnaeus salino, empírica taxonomía acantilada, farallón que avista la deriva en el escorzo de la especie: nombre sin principio. Declive del aire calcáreo, del agua pétrea, donde nace lo abisal: profundo decir nada del fuego fatuo y la tierra fluida, lentamente. Pecio vano, abordado por el olvido, gime en las mareas el 125
hondo crepitar de sotavento, sien de la proa abatida, reposa. Amar heroicamente, sobre los acantilados de mármol, en las ciudades del sol, sol de la ciudad hermética, isla de aniquilación, hipogeo de la derrota, donde la pasión hiende al canto místico silencio. Hélice de los ojos esta afonía, máscara de escarcha de un pasmo que acrecienta la lenta magnanimidad del recogimiento, cubierto de crepúsculos. Solidez amotinada de isla sonora, rebelada voz de la resistencia cuando amar es un derecho que emerge: ruta marina, motín de la melancolía, navío de sal en la breve luz de mediodía: surge poderoso el grito atónito del primer azoro. Salitre y herrumbre en la superficie del cuerpo enamorado, depositado en el confín de lo atravesado. Dársena de la conciencia bajo la lluvia de julio, nombre de goleta varada en rieles mohínos, sin mar de poniente y nordeste de límpidos azules clavados en los pantalanes de oriente. Como firme promesa su única lealtad agónica, el 126
ocaso donde cesa lo incandescente, y su nombre, Belleza Austral, arriado en tierra. ¿Será la naturaleza del amor un naufragio del aire, detenida respiración, cuando ya nada después sea posible? Tiemblan, rayos de agua, cerca de mí, sobre mí. Presienten la ausencia. Después de ti avanza la luz como un inexorable desgarro hasta el alba: día sin ti. Audible el dolor. Doble vigía de la cofa: grito y silencio, recios baluartes del beso. Ulterior, tierra de demora en el don de las bocas. Surca el corazón, aparejado, lo incógnito de su coraje, animus sobre la gavia de mesana, mastelero a popa y bitácora de intemperie y eslora de mástil, lucernario de navegación cuando tremola el Sudestada. Teces de plata allende, donde no hay estelas y sí un norte hurtado a la deriva. Un amor en la atalaya: calafate de oreos, aguador de llantos. Mesura la ausencia, aquel que otea la angostura del viento que se eleva desde el pasado: ángeles de desamor que se abaten en pos de la palabra 127
para llenar sus bocas del alimento humano del tiempo finito. Para decirte adiós, perseguido de dolor, labra el océano mi ruina, la sed perpetua de ti escrita en el cuaderno de bitácora, vacio el aljibe de cubierta. Mientras, capotando el ansia y al pairo, con la vela mayor entorno, sacudida por la driza del hálito, la quietud del marino mira al este rojo en un mar ennegrecido. E la nave va, cruce de amura y bauprés de providencia, proa: atrio de espuma, precede tu arista aquello que pretende. Élan vital: cormorán de umbría e inmersión, cala de nimbos ciegos, ave que bate la respiración de los cielos, la mirada, la cóncava fertilidad de la voz en sombra de las hetairas, que perdura, erótica, en el vuelo nocturno de sus nombres, de Aspasia y Diótima. Esféricas sobre la tierra como un alerce sesgado y en la entraña exacto. En la oscuridad, bajo las olas encendidas, una batalla de cien aguas; cuando el castillo de popa se va al garete, en el extravío de las 128
miradas, hundimiento y elevaciĂłn de tu cuerpo amado: reducir al silencio al LeviatĂĄn en el fiel de los confines, in natura, cuando la boga de tu pecho fatigado alcance la bahĂa almenada. Tu ser, cuaderna, brea de intersticio, calado de la derrota. Ya eres cima de la fisura, luz de brega y brocal de boga. En tu garganta el primer grito reposa su eco de edades sin nostalgia. El horizonte negro, a tu espalda olas de argento y el aire limpio, y comprendes: tĂş y la mortalidad. Arena humana, en la oscuridad desciende al borde del mar, al origen de la sangre.
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