Descargas eléctricas ligeras (2009), de Aleqs Garrigóz

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Aleqs Garrigóz

DESCARGAS ELÉCTRICAS LIGERAS

© Todos los derechos reservados: Alejandro Garrigós, México, 2009 1


ÍNDICE FRATERNIDAD / 4 INCITACIÓN / 5 EN UN CALLEJÓN / 6 EL VECINO / 7 PARA UN JOVEN MARINERO / 8 BUCÓLICO / 9 OJOS NEGROS / 10 CUERPO A CUERPO /11 LA CELEBRACIÓN DE LOS SENTIDOS / 12 SU VOZ ADÁNICA / 13 IMPOSICIÓN DE MANOS / 14 DEBAJO DE TUS ROPAS / 15

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Unir parole ad uomini fu il dono breve e discreto che il cielo mi ha dato. Sandro Penna

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FRATERNIDAD Rodeo con mi brazo tu espalda. Y aunque no tenemos puesta la camisa no sientes desagrado de mi piel que frota la tuya. Hemos medido, más de una vez, nuestra espalda una con otra por ver qué tanto hemos crecido. Así también, comparamos las manos y los largos sudorosos pies. Cuando tu sonrisa se me revela en medio de una broma encuentro señales que no sé del todo comprender. Me inquieta ese fenómeno religioso que es la alegría. A veces pienso que, por un instante, has sido poseído una potencia demoníaca. Cuando te calzas las medias para ir a correr, he llegado a querer hacerlo por ti, como un favor absurdo que nunca me pedirías. Tienes tus propios intereses extraños; bostezas cuando se ha excitado mi ánimo. No te comprendo, pero me gusta estar contigo; me regocijo al verte hacer las cosas que hacemos todos por rutina: comer, ducharnos, lavarnos los dientes, fumar, rascarnos las inglés reiteradamente. Los mismos elementos que forman tu cuerpo, forman el mío. Cuando salimos a orinar juntos al solar encuentro que, a pesar del tamaño que alarga la diferencia, somos arcilla de la misma imagen y semejanza. Aquella vez que escribiste una obscenidad guardé para mí el papel con esas letras que no eran inclinadas, ni puntiagudas, sino torneadas, de una caligrafía que, no se porqué, no podría decir tuya. A veces, si la miro a solas, algo como una activación, una descarga eléctrica ligera, se manifiesta en mi cerebro. Y cada que duermo a tu lado, si descubro que tu masculinidad se ha erguido y se mueve en sueños queriendo saltar, pulsátil, con su cálida personalidad de animal independiente, me pregunto si has sentido de mí lo que yo siento de ti...

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INCITACIÓN Compañero, ¿no crees que podríamos experimentarnos más, ser de verdad amables el uno con el otro, estrenar ámbitos en que nuestra masculinidad pruebe, por concordia, los sabores de su mismo género animal? Donde, por compartir dicha sin igual, frotemos nuestros pechos duros como aceros que trabajan por una misma meta, uno contra otro, para medirnos el ímpetu, los bríos en simpatía, todos los sentimientos que nos hacen tan fuertes. Donde nuestras lenguas, como moluscos, compitan en defensa de la territorialidad; y el ahínco estalle en una abundante eyaculación de dos. Yo, por mi parte, no tengo mesura en aceptar que mi atención hacia ti se podría extender hasta el apoyo, la protección, el favor más íntimos y sinceros. Te regalaría mi mediana posesión de orgullo: lamería, sin contrición, cual perro desesperado, el sudor que esmalta tus pies. El hombre escoge, por naturaleza, de sus semejantes aquel con quien congenia lo más. Vamos, andemos ese camino de libertad. ¿Quién mejor si no otro hombre, por propia experiencia, sabrá cómo, en dónde, para el regocijo palparte? Hombres: seres de pasión, compartiendo el mismo cuerpo multiplicado en otros héroes.

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EL VECINO Varón que habitas mi mundo desde tu propia casa, paseando por los anchos corredores de mi mente y a cada paso dejas una estela de aromas y entusiasmo sin saber lo que me significas: no sé como decirte así, a voces, lo que sólo podría decir con el lenguaje universal del frotamiento, con el manoseo que va directo al orgasmo, con toda esta energía que me recorre de los pies a la punta ondulante del cabello. Varón de modos más que nobles, total autoridad de mi libido. Desde mi ventana, en tímida procesión de miradas, ausculto tu torso amante cuando después de la ducha sales a afeitar esa cara donde la sonrisa es lo mismo arma que escudo de honestidad. Grandes son los retos de mi debilidad hacia ti. Quisiera ser la lluvia de una regadera que lama la escultura de tu cuerpo, henchido de ejercicios, acrecentado por la vanidad. A solas, en mi habitación calurosa, masturbo mi fantasía cuando te oigo silbar felizmente, imaginando que así me llamas para que, presto, me aferre a tu virilidad. Varón, sin rodeos: quiero dormir en la misma cama contigo, soñar entre tus brazos que nunca despierto, beber de su fuente tu saliva matutina. Y, obviamente, conducirte en jadeante libación, para que tu alma se me entregue de repente entera, salpicándome de tibias y espesas complacencias, para así apaciguarme.

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EN UN CALLEJÓN Hay lugares que son de liviandad y regocijo. Así, en algunos callejones de las ciudades del mundo, los estudiantes se despojan de su fiebre. Es una muestra de urbanidad, secreto que se comparte con la mirada, el hacer de lugares públicos rincones inquietos para el desfogue. Yo tenía veinte años, estudiaba la vida con libros extraños bajo el brazo; caminaba de cara al viento de la oportunidad y encontré a un chico que se arropaba entre sombras: yo pensé en él con malicia. No era difícil ver que él estaba encendido en calores: tocaba su hierro como ofertándolo, mercancía lujosa regalada al primer postor. Luego me contagió... Yo pasé a su lado, andando de un modo especial para llamar su atención. Ya se estaba haciendo la noche, esa carpa sideral de los amantes fortuitos. Nadie veía, era un barrio mulato. —Qué es lo que tienes allí, entre las piernas? Y él me dijo: —¿Quieres ver? Pero no respondí con palabras. Entonces él se desabrochó la mezclilla y se presentó debidamente...

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A UN JOVEN MARINERO I Cógeme de la mano, llévame en una barca en que sólo quepamos tú y yo a esa nación tabú donde es lícita la trata carnal. Penétrame en esas rojas mareas, cuyo vaivén sentimos como toques en la médula. Marea en que los peces convulsionan, eléctricos, entre jubilosas espumas saladas. Bébeme: soy botella de un vino que se multiplica a sí mismo; deléitate hasta tocar fondo. Cómeme: soy cornucopia de mi propia abundancia. Habítame: mi cuerpo es hoy para ti un hostal con sillas, juegos de azar, música primitiva de tambores y omóplatos, danza y feliz prostitución. Marinero del amar… ¡No me dejes ir hasta haberte saciado! II Se mecen las olas arrullando candentes, pero no quiero dormir si no es contigo. Tus besos son estampa sabrosa cuando tiras de mi hebilla por acercarme a tu boca. En ella encuentro un sabor a tabaco y ron. Somos jóvenes, y seguimos en desarrollo, carambolos de tierras exóticas, con una estrella interior. Uno sopesa los músculos del otro y lo mide con los ojos. El otro se deja hacer. Inmenso es lo que siento por tu fuerza. Hombre, el océano... el océano nos pertenece.

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BUCÓLICO Hemos puesto uvas sobre nuestros cuerpos para devorarlas con ansia. El otro se retorcía entonces con gusto por esas sensaciones tan nuevas que se le iban despertando. Hemos jugado a causa del vino recreos de adulto sobre el césped fresco, suave como nuestra piel tempranamente despierta. Hemos bromeado tanto, tanto, como sólo dos locos harían. Hemos tocado la flauta y el laúd mientras los pajarillos se acercaban amistados y con su ala nos rozaban las mejillas, donde tenemos hoyuelos profundos como la amistad. Nos hemos bañado al natural a orillas del río, cerca de nuestra morada. Y el río fluía como aceite sobre una espalda morena. Oíamos el canto que le hacían los guijarros al entrechocar en su fondo pulposo; y jugábamos a abrazar nuestro reflejo en el agua, a apretarlo contra nuestros pechos lampiños: sólo nos quedaba la humedad silvestre en los brazos mientras nuestra risa penetraba la floresta. Hemos partido el pan, el queso, bajo la sombra de un oloroso cedro. Nos hemos dado un beso grande como un secreto de amor. ¿Como podríamos estar más felices de vivir?

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O J OS N E G R O S Tus ojos son dos abismos de sombra, lámparas taumatúrgicas que chispean mi apetito cuando, como un gato, recorro el caserío esperando la noche de los amantes. Ojos que conocen mi vigilia, que guardan mi sueño cuando, en tus brazos, caigo vencido por el sopor vespertino. Ojos que no se cierran cuando acaricio con mi lengua tus labios como si en ello se me fuera la vida. Yo encima de ti, o debajo, pero definitivamente adentro, más adentro que la oscuridad en tus ojos. La ceguera de la apetencia se instala como reino de dos entre nosotros cuando tus ojos, faros de tiniebla, vienen a señalar el derrotero de los barcos humanos que se hunden por voluntad en un agua de placer que hierve en la alcoba, mi alcoba, toda de invitación y confianza. Tú me desnudas con la mirada. Y sé que en su interior estaré haciendo alguna delicada, inocente obscenidad. Indescifrable y brillante obsidiana, algo –yo– madura adentro de ellos.

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CUERPO A CUERPO No se trata de declarar potestades mediante vigorosas pruebas de dominio carnal. No es por medirnos la fuerza como dos Hércules que pelearan por un territorio de olivos, vergeles, doradas riquezas. No es tampoco por exhibir elasticidad en rito animal. Pero, ay, a veces nos trenzamos como gladiadores y, tumbados en el suelo, forcejeando, nos jalamos cada prenda queriendo arrancarla en urgencia incontenible; ponemos a luchar los labios y nos quedamos así, por horas y horas, combatiendo contra nuestro propio deseo, dejándonos leves mordiscos en la espalda, círculos morados junto al pezón. Todo le hace la guerra a nuestro amor. Más ninguno pierde. Todo es un deporte que, atletas, practicamos, bajo las columnas bien sostenidas del placer… Hasta que uno finge rendirse. Entonces, uno invade al otro como a ciervo que es bueno de cazar, muchacho flechado por Cupido, ya traspasado de jabalina. Atendiendo la palpitación de nuestro ser, sentimos la gloriosa elevación del espíritu. Presionándonos la mano con ímpetu, entramos juntos a las puertas del Olimpo. Gritamos al derramarnos en cantidad; saboreamos ese jugo oneroso que nos viene del alma, que nos recorre con su espesura deleitosa. Entonces uno puede golpear en señal de victoria con la palma la carne contraria. No, de esa manera no: suavemente.

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CELEBRACIÓN DE LOS SENTIDOS Quiero verte por mí ser feliz: baila frenéticamente mientras despides cada una de tus prendas, juega con tu cuerpo y todos sus accesorios como en lo privado lo haces con un gesto devoto; como si fueras un mensajero santo y la cópula fuera tu regalo a mi humanidad. Quiero mirar cómo respondes a mi duelo de erecciones, presentas armas en la batalla del amor. Somos ángeles entrenando con espadas de carne sin hueso. Huelo cada rincón de tu anatomía: los cabellos revueltos en sudores deliciosos, tus ingles buenas para morder, esas piernas separadas como un preciso compás, los muslos de ternero recién sacrificado, y esa minúscula brisa que encierra, traviesa, tu axila. Toco de cabo a rabo el mapa de tu piel, esa orografía de siempre otra vez, donde gustan perderse los duendes de mis dedos y juegan complacidos, a sus anchas, maravillados: el monte dividido de tu pecho, la meseta abdominal, tus labios frescos como orillas de un lago. Te saboreo entero: los pies con minúsculo rocío, el cuello noble, la boca frutal, los oídos amables, el extraño lunar de tu ombligo en sazón, la leche que brota de tu ubre enigmática y las lágrimas que de puro éxtasis derramas en mí. Mis sentidos celebran contigo su querencia. La mente hierve, volcán en erupción del instinto sexual nuestro. Gime, gime si tu cuerpo lo está pidiendo. Espántame con ese grito bestial en que el placer es tanto… que parece que duele.

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SU VOZ ADÁNICA En medio del paisaje en calma su palabra es una flecha de fuego, armonía que me atraviesa el corazón en espera como el pico de un ave el centro florido de un higo. Se anida en lo más íntimo de mi salvajismo, me recorre como un temblor de tierra. Los hilos de sus frases van tejiendo en el aire red que me acorrala. Mi cuello es, por su labia, un tallo dichoso ofrecido a su sed, a la ansiedad de sus dientes y boca. Y no sé resistir a sus cantos: apenas ondea su bandera musical en el aire y ya me tiene a su lado, lamiendo sus costados. Mi vida es pariente amoroso de su voz. Nuestras frecuencias se reconocen, corresponden. Unidos estamos en la gracia de la concupiscencia oral, danzando el pie en un huerto de manzanos, en este asueto donde cohabitamos él y yo sin culpa, desnudos y saciados, pradera azul de la mano de Dios extendida. ¡Alegría! Tendré por una eternidad, sólo para mí, la soltura de su lengua que blande el pecado ya redimido, sus labios en donde nació el rojo absoluto, revolcándoseme encima.

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IMPOSICIÓN DE MANOS Mis manos enlazadas en las tuyas van trenzando una guirnalda de unidad; mi tacto en tus formas descubre planicies donde las yemas quisieran plantarse para siempre, playas doradas al calor del tiempo. Tu cuerpo es la patria de sangre donde se abisma la dicha. Quiero navegar por tus hombros, tus caderas, como un barco que sigue el contorno irregular del mundo. Ésta es nuestra noche solar, de plenitud, hecha a la medida del goce. Subiré a tu tronco como una hiedra de caricias, velaré aprendiendo tu figura; me afanaré en ti en frote deleitoso para que, inhalando el perfume de tus traspiraciones, pueda alucinar más mi juventud, modelada por la diestra de la creación. Deja que mis palmas crezcan a tu sombra, que mis dedos sostengan en su poder el regalo de tu frente inclinada hacia mí. Tocaré como a un arpa tu felicidad argentina; sobaré tus genitales lustrosos de mansas humedades para ofrendarte un efecto espasmódico, la calidez vibrante que galopa en el dorso, se alarga en apetencias mayores... y se va explayando hasta el delirio.

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D EBAJO DE TU ROPA Debajo de tu ropa hay un tesoro ofrecido a la menor palpitación, a la mínima señal de gusto. Trepo a ti, estatua viva, a colocarte la corona de mis manos que sólo quieren, como es natural, divertirse. Hay todas las cosas que merezco por ser tu amigo en las buenas, plácidas cosas que nos ofrece, con su faz de fruta abierta y desgajada, la vida. Por ser la otra mitad de tu naranja apetitosa. Tus calcetines enfundan pies tan hermosos que vulneran la mirada. Tus calzoncillos dejan, cuando quieren, entrever unas nalgas exactas en su formación, de músculo tenso y grato a los mordiscos; tu camisa, unas tetillas rosadas que simpatizan con mi palabra lujuriosa. Tus pantalones guardan las mayores de todas las preciosuras: el metal púbico, los testículos suntuosos. Debajo de tu ropa se escribe una historia, día a día, con la tinta purpurina de nuestro pacto sensual, historia de cariño y miel de los panales desbordados de nuestros corazones que no saben negar su delectación. Pero no es sólo lo que hay debajo de tu ropa lo que provoca, estimula mis ansias amatorias. Porque cuando no te tengo en presencia, amor, cuando sales de mis brazos para luchar de nuevo contra el mundo, toco olfativamente tu ropa para brindarme un momento conmigo y con tu rastro.

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