El primo (2009), de Aleqs Garrigóz

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Aleqs Garrigóz

EL PRIMO

© TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS: ALEJANDRO GARRIGÓS ROJAS, MÉXICO, 2009

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Sรณlo hay una fuerza motriz: el deseo. Aristรณteles

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1 Vivir en compañía de mi primo es la dicha sobrehumana de quien tiene un amigo con el que morir junto, alguien a quien atender en la enfermedad y el desvelo. Yo soy de esos chicos amorosos que gustan de compartirlo todo: la comida, los cigarros, las sábanas. Mi primo es la otra mitad de mi tiempo; a él dedico mis mejores ánimos, mi empeño por ser mejor cada día, por recibir la vida con brazos abiertos, con una sonrisa grande y sincera. Abro mis sentimientos a él como quien abre un amplio ventanal para que entre el sol. Vivir con él es una bendición terrenal, como recibir los dedos de la luz del día sobre la frente, como vivir entre cantos en un oloroso jardín de manzanos, como nacer a diario: una alegría que se multiplica a sí misma. ¡Es tan bueno ser primo de mi primo!

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2 Quisiera acostarme con mi primo en una misma cama estrecha a fin de que yo deba dormir sobre él. Las horas antes del amanecer gastarlas en atesorar su olor en el fondo de mi entraña; besarnos hasta dolernos los labios. Que el alba nos descubra enraizados de lengua, manos calientes y planes. Que, apuesto como es, me haga receptáculo de sus fluidos, y que esa sensación me deshaga. Quisiera diluirme en los sueños espesos con que sueña en la mima habitación que yo, bañarme la piel con su saliva, lamerle el pecho terso y claro, calmar mi sed en su boca palpitante: impregnar la mía de su humor, de su fina y tibia humedad... Al fin que compartimos la sangre... ¡Haremos crecer flores y frutos carnosos en el árbol genealógico de nuestra familia!

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3 El toque de su mano trae a mí gratos recuerdos de la niñez, cuando cruzábamos en bicicleta el pueblo y nos perdíamos por los callejones donde aprendimos a pelear. Apoyadas mis manos en sus manos, podía saber que, si nos perdíamos, juntos encontraríamos el camino de regreso al hogar. Esas manos, atentas y afectuosas, forjadas en la más viril experiencia, estrujan mis ansias, mis sentidos. Sus manos son duras hojas de maple, de bellos contornos, en los que se ha instalado la perfección para habitar en este mundo. Allí la sensualidad, el orden y la suntuosidad cohabitan compartiendo amablemente el espacio. Quisiera que sus manos me soben; que innumerables me aprieten y sigan cavando hondas, muy hondas memorias en mí.

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4 Mi primo es alto como una palmera. Sus ojos son hermosos tréboles agridulces que mi fantasía mastica. Huele al bosque que a nuestra casa abraza. Unas gotas cristalinas caen de su axila cuando carga el fardo de leña para hacer el calor de nuestras noches. Yo amo ese trayecto que hace de la ribera del río hasta nuestra puerta, con el pecho desnudo y las venas de su cuello queriendo reventar de una presión varonil, tan cerca de lo divino, que lo hace asemejarse a un semidiós griego. Amo su cintura estrecha, más estrecha que nuestra amistad, bella como una palmera rumorosa. Amo también esas gotas que supongo deliciosas: quisiera lamerlas del suelo terroso. ¡Qué importa que me diga loco!

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5 No puedo evitar amarlo como lo amo. Sus cabellos perfumados a pino ondean en el viento como una bandera de lealtad. En sus actos encuentro la seguridad que a veces falta a todo hombre. Sus palabras son ya dulce consuelo, ya consejos útiles en la zozobra. Su voz es melodía entrañable que me dice que nunca me faltará; que siempre podré confiar en él; que, teniéndonos el uno al otro, acaso no nos falta nada. Sus cabellos son cobrizo ramaje y yo respiro bienestar en ellos. Cuando es necesario cortarlos, yo le ofrezco mi ayuda: así siempre está apuesto por mí, para mí. ¡Qué hermoso es! Daría mi vida en sacrificio por restregarlo a mi cuerpo tan fuertemente que, materia contra materia, nos fundiéramos en una sola entidad, que palpitara al ritmo de un universo trasfigurado.

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6 Los pezones de mi primo se me revelan, de pronto, con la ligera brisa de la tarde, bajo su camisa blanca olorosa a trabajo, cultivos generosos y pan. Son dos montecillos color del tabaco aromático que se queman en las hogueras de mi mente; dos montecillos donde pasta y lame su sal el ganado descarriado de mis deseos. Como una bestia mansa y sumisa soy en la cercanía de su pecho fuerte, que late la música de nuestra unión, en la que ambos ponemos partes iguales de cariño y vendimias en la mesa. Una bestia que retoza en su regazo y ronronea en los juegos fraternales en los que me carga y se tira sobre mí, con la sana armonía de dos chicos que se entretienen midiendo sus fuerzas: una bestia tan fácil de domar.

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7 Los pies de mi primo caminan siempre descalzos por los pasillos de mi imaginación, donde tienen sendos altares en que son venerados con caricias de bálsamos, ídolos de oro. Yo quisiera recorrerlos en un masaje con los dedos languidecidos y codiciosos; reconocer como propios cada pequeño pliegue, cada uña cristalina recortada tan pulcramente por él. Pies felices como flores que no tienen reparo en ofrecer su exquisito olor a naturaleza. Un cosquilleo eléctrico recorriendo su médula habrá de sentir cuando mis manos cambien su lugar a esta boca donde puedo introducir, por completo, los cinco dedos de cada uno de sus pies y limpiarlos de cualquier impureza, haciéndolo relajarse, para que lenta y plácidamente se quede dormido, mientras yo lo miro y cuido su sueño, echado como un obediente perro a sus pies.

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8 A veces, en el tedio de una tardecilla, después de las faenas del campo y las ocupaciones del hogar, si no hay ganas por jugar ajedrez o barajar en la mesa las cartas y apostar el mundo, su mirada busca la mía invitándome a un juego que desde críos practicamos. Recostados cómodamente en el sofá, hacemos crecer con la caricia caliente de nuestras manos nuestros penes; y friccionándolos al mismo compás, nos coordinamos por eyacular juntos para ver quién lo hace más lejos, cómo nuestras descargas cruzan el espacio una al lado de la otra. Como balas líquidas cortando el aire surcan la habitación las radiantes gotas de semen, moneda del país de mi concupiscencia. ¡Nunca se sabe quién ganará! A veces él, a veces yo. Pero siempre, siempre, con un apretado abrazo celebramos nuestro rito especial. Y entonces, millonarios que ostentan el derroche de su fortuna, ganamos los dos.

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9 En las tormentas del verano gustamos de oír la orquesta de las afueras en la que sapos, grillos y lechuzas modulan extraños cantos que nos hacen pensar en la sorprendente magia de la Creación. Si, de repente, una centella nos espanta, nos tentamos afablemente el hombro, nos rodeamos la espalda con los brazos, atentos al peligro que pueda acechar: nada pasará sobre nuestra potencia sin que defendamos nuestro territorio, nuestro sólido nicho. La lluvia abrillanta las verdes extensiones donde cogemos setas sorprendentes, nos bendice gentil con su protección en las dádivas que nos va regalando en cantidad. Y si lo deseamos, corremos bajo ella, salpicándonos el uno al otro porque sí, jugando luchas en los charcos de barro. Desnudos.

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10 Mi primo tiene un lunar en la mejilla. Es como una estrella rosada que da un misterio tal al cielo de su cara; como la marca del beso que un serafín le dejara en señal de ternura, una ternura infantil: leve y delicado goce que practicaría desmesuradamente en él. Sus facciones son más que graciosas y simpáticas; como las miles de complacencias que encontramos por los caminos tupidos de bondad: vainas, hojas, corolas abiertas, frutos gozosos. Como una hoja amarillenta caigo desde mí hasta mí mismo, cuando su lunar se me revela en todo su esplendor bajo el sol del mediodía y parece hablarme de secretos celestiales. Mi primo parece a contraluz un serafín… ¡el más puro de todos! Algunas veces he creído que está a punto de diluirse: luz en la luz.

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11 Confieso que más de una vez hemos orinados juntos, y entonces la competencia consiste en ver quién lanza el chorro metálico más lejos. Y alguna vez, en broma, él orinó mis manos y mis pies descalzos. Así es nuestra relación: no tenemos falsos pudores; el afecto anega nuestros lazos conmoviéndolo todo desde la inmediatez hasta el horizonte. Ese afecto lo demostramos del modo más natural, tal como el instinto nos lo dicta: un apretón de manos, un beso en la mejilla, una palmada en el muslo, un espaldarazo oportuno en la fatiga. No tenemos secretos ni nos mentimos: la verdad de nuestra compenetración es la cifra óptima que nos señala ante el mundo. Y nuestras aficiones son mellizas, así vivimos conectados de una forma tal que, se diría, es mágica.

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12 Su pene henchido de sangre: mi delirio. Quisiera recostarme en su regazo mientras él masca una brizna de hierba y cuenta las parejas de pájaros que van surcando los paisajes, mientras siento el bulto de su entrepierna que crece por mi proximidad. Sorprenderlo entonces una vez más en todo su grosor; y esta vez tocarlo y oprimirlo, con la lengua acariciarlo, apurar cada gota lúbrica que brote de él. Que mi primo conduzca a su modo mi cabeza dócil a su ademán, sus gemidos contundentes hagan eco en la floresta, y no niegue alguna palabra obscena nacida de su éxtasis. Y, finalmente, apurar su chorro de leche viril lanzado directamente a mi garganta; lengüetear lo que de ella quede en su pene aún duro, como un gato pequeño lo haría con unas gotas nutricias; exprimírselo con dedos y labios para asegurarme hasta el último rastro, calmando así esta sed quemante, turbadora, que desde hace años me consume.

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13 Sus maneras tienen algo indefinible, que me extravía y me hace sentir por instantes flotar en el aire en un rapto particular. Me deleita descubrirlo hablar solo, entonar alguna cancioncilla, silbar de gozo mientras se ducha o atiende a los becerros del establo. O mejor aún: sorprenderlo a la orilla del río, recostado en la arena, mientas acaricia sus testículos y sus piernas pensando en no sé qué cosas de cara al cielo. Su sombrero de paja, su pelota de cuero, tienen para mí una significación tal, que me he quedado mirándolos larga, religiosamente, como se miraría una rosa abriéndose de golpe. Una rosa enorme y abierta: eso es su corazón que me brinda sus pétalos para que me cobije. ¡Un santuario todo de roja pompa en el que puedo habitar!

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14 La despreocupada diversión de la juventud nos vence a todas horas: bañándonos en el frescor del río, jugueteando con plateados peces que por momentos nos rozan los genitales; en la ducha donde jugamos a golpearnos los glúteos con franelas, dejándonos marcas que decimos de propiedad, o a estirarnos los calzoncillos hasta romperlos; dando de comer a la tórtola migas de pan con la palma extendida; asustando con inocencia al cervatillo cuyos ojos son como tembloroso rocío; contándonos historias fantásticas del oro al final del gran arcoíris que parece estar echo de sueño: que tiene los colores con que nos teñimos las horas, que se tiende como una sonrisa inversa sobre el luminoso y vivo horizonte de los ámbitos ya explorados por nosotros. Él y yo: dos exploradores que no se cansan de recorrer esas zonas permitidas del otro que, en entrañable comunión, nos causan tanto placer a los dos.

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15 El abdomen de mi primo es como una planicie trabajada con sabiduría; su ombligo es un pequeño pozo de esperanza que quisiera llenar de sabroso vino para sorber, hasta enloquecerlo de risas y enloquecerme de embriaguez, de contento. Le soplaría, le haría tantas cosquillas que podría orinarse en los pantalones. Sí, entre las sabanas empapadas nos revolcaríamos los dos, abrazados, buscándonos las costillas para hurgarlas, rozándonos nariz con nariz, palpándonos por doquier, besándonos donde el morbo nos exija. Y el aliento de cada uno, que hemos conocido en la cara cuando dormimos juntos, se fundiría en un solo aliento a júbilo y plenitud. Entre las sábanas así inundadas, con el oído puesto en su vientre, su interior me revelaría su concierto, esa organización que lo hace tan sano. ¡Ah, ilusión, ilusión; absurda ilusión!

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16 Sentado en la pelvis de mi primo cabalgaría la noche entera, como sobre un potro desbocado y recio, penetrándome de su virilidad. ¡Que la deliciosa marea del orgasmo nos sorprenda al mismo tiempo, mirándonos a los ojos, aullando de desenfreno! ¡Que las criaturas del bosque entero festejen con tremenda algarabía un amor completado así, glorioso como una alborada con dos soles! ¡Que la tierra tiemble desde el fondo y rayos rasguen la cercanía! ¡Que el río se vuelva vino y suenen trompetas anunciando nuestro juicio: habremos obrado bien, tan bien! El principio y el fin del mundo lo encuentro en él, siempre en él. A veces con una agitación festiva. Otras con la sentimental discreción de los besos robados calladamente a sus labios en la mitad de la noche cómplice. La noche alcahueta, nuestra nodriza.

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ÍNDICE 1. Vivir en compañía de mi primo... / 2 2. Quisiera acostarme con mi primo... / 3 3. El toque de su mano... / 4 4. Mi primo es alto como una palmera... / 5 5. No puedo evitar amarlo... / 6 6. Los pezones de mi primo... / 7 7. Los pies de mi primo... / 8 8. A veces, en el tedio de una tardecilla... / 9 9. En las tormentas del verano... / 10 10. Mi primo tiene un lunar... / 11 11. Confieso que más de una vez... / 12 12. Su pene henchido de sangre... / 13 13. Sus maneras tienen algo indefinible... / 14 14. La despreocupada diversión... / 15 15. El abdomen de mi primo... / 16 16. Sentado en la pelvis de mi primo... / 17

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