Isaac Asimov. Segunda fundación.

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diálogo entre las mentes poderosas como las suyas. Debido a nuestras propias limitaciones, es necesario traducir a palabras lo que ocurrió entonces. Channis dijo, tensamente: —Está entre dos fuegos, Primer Ciudadano. No puede controlar a dos mentes de modo simultáneo, sobre todo si una de ellas es la mía..., así que habrá de elegir. Ahora Pritcher está libre de su Conversión; yo he roto los vínculos. Es el antiguo Pritcher; el que una vez intentó matarle; el que piensa que es usted el enemigo de todo lo que es libre, justo y sagrado; el que ahora sabe que usted le ha degradado durante cinco años a una indefensa adulación. Le estoy sujetando la voluntad, pero, si usted me mata, él quedará libre, y en mucho menos tiempo del que usted necesita para dirigir contra él su pistola o incluso su mente, le matará. El Mulo lo comprendía perfectamente. No se movió. Channis continuó: —Si intenta controlarle de nuevo, o matarle, o hacer cualquier otra cosa, jamás volverá a tener tiempo de detenerme a mí. El Mulo permaneció inmóvil. Sólo exhaló un suspiro. —Por lo tanto —dijo Channis—, tire al suelo su pistola y volvamos a negociar; después podrá recuperar a Pritcher. —He cometido un error —dijo finalmente el Mulo—. Me equivoqué al enfrentarme a usted en presencia de un tercero. Ello introdujo una variable excesiva. Supongo que he de pagar por mi error. Dejó caer el arma y la empujó con el pie hasta el otro extremo de la habitación. Simultáneamente, Pritcher se sumió en un profundo sueño. —Será normal cuando despierte —dijo el Mulo con indiferencia. El tiempo transcurrido entre el inicio de la presión del contacto del disparador por parte del Mulo y el momento en que tiró la pistola al suelo fue de un segundo y medio. Pero justo por debajo de los límites de la consciencia, por un instante que casi escapó a la detección, Channis captó un fugitivo brillo emocional en la mente del Mulo. Y era todavía el de un seguro y confiado triunfo. 6. UN HOMBRE, EL MULO... Y OTRO Dos hombres, aparentemente relajados y a sus anchas, polos opuestos físicamente y con todos sus nervios al servicio de la detección emocional, temblaban en una gran tensión interna. Por primera vez en muchos años, el Mulo carecía de la suficiente seguridad en sus métodos. Channis sabía que, aunque por el momento podía protegerse, le representaba realizar un gran esfuerzo, y que a su adversario no le costaría nada atacar. En una prueba de resistencia, Channis sabía que llevaría las de perder. Pero pensar esto era mortal. Confesar al Mulo una debilidad emocional equivalía a entregarle un arma. Ya había una chispa de algo —algo de vencedor en la mente del Mulo. Ganar tiempo... ¿Por qué se retrasaban los otros? ¿Cuál era la causa de la confianza del Mulo? ¿Qué sabía su adversario, que él ignoraba? La mente que acechaba no le decía nada. Si al menos supiera leer las ideas... Channis frenó rápidamente su remolino mental. La única solución era ganar tiempo... Dijo: —Ya que ha quedado claro, y yo no lo he negado después de nuestro pequeño duelo acerca de Pritcher, que pertenezco a la Segunda Fundación, ¿por qué no me dice el motivo de que yo viniera a Tazenda? —¡Oh, no! —rió el Mulo, alegre y confiado—. Yo no soy Pritcher. No tengo que darle explicaciones. Usted tenía lo que consideraba sus razones. Cualesquiera que fuesen sus acciones, me convenían, de modo que no me molesté en analizarlas.

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