Isaac Asimov. Segunda fundación.

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Los cálculos no eran difíciles. El Manual de las Rutas Espaciales era muy explícito sobre la ruta Fundación—Kalgan. Se produjo el tirón momentáneo del paso sin tiempo a través del hiperespacio, y quedó atrás el último año—luz. Ahora, el sol de Kalgan ya era un verdadero sol: grande, brillante, de un blanco amarillento; invisible tras las portillas que se habían cerrado automáticamente en el lado iluminado por el astro. Kalgan se hallaba sólo a una noche de distancia. 12. EL SEÑOR De todos ¡os mundos de la Galaxia, Kalgan era el que tenía, indudablemente, la historia más excepcional. La del planeta Términus, por ejemplo, era la de un ascenso casi ininterrumpido. La de Trántor, en un tiempo capital de la Galaxia, era la de una casi continua decadencia. Pero Kalgan... Kalgan empezó a adquirir fama como el mundo de recreo de la Galaxia, dos siglos antes del nacimiento de Hari Seldon. Era un mundo de recreo en el sentido de que convirtió la diversión en una industria provechosa; inmensamente provechosa, para ser más exactos. Además, era una industria estable, la más estable de la Galaxia. Cuando toda la Galaxia se extinguió como civilización, apenas unas salpicaduras de la catástrofe alcanzaron a Kalgan. Por mucho que cambiase la economía y la sociología de los sectores circundantes de la Galaxia, siempre quedaba una clase privilegiada; y la característica de una clase privilegiada es siempre la misma: la posesión del ocio, como única gran recompensa de su condición. Por consiguiente, Kalgan estuvo siempre al servicio —y siempre con éxito— de los perfumados y elegantes caballeros de la corte imperial y de sus resplandecientes y lascivas damas; de los toscos y bulliciosos señores guerreros que gobernaban con mano férrea los mundos que habían conquistado a fuerza de sangre, y de sus desenfrenadas amantes; de los obesos y extravagantes hombres de negocios de la Fundación, y de sus viciosas amigas. No había la menor discriminación, ya que todos ellos tenían dinero. Y como Kalgan atendía a todos y no rechazaba a nadie, como sus diversiones colmaban cualquier capricho, como tenía la habilidad de no inmiscuirse en la política de ningún mundo y de no poner en tela de juicio los derechos de nadie, prosperaba cuando todos se hundían, y se enriquecía cuan— do todos conocían la amargura de la pobreza... hasta que llegó el Mulo. Entonces también cayó, ante un conquistador indiferente a la diversión, interesado sólo en la conquista. Para él, todos los planetas eran iguales, incluso Kalgan. De este modo, durante una década, Kalgan representó el extraño papel de metrópoli galáctica: dueña y señora del más grande Imperio desde el fin del propio Imperio Galáctico. Y entonces, tras la muerte del Mulo, tan repentina como inesperada, llegó la caída. La Fundación se desmoronó, y con ella el resto de los dominios del Mulo. Cincuenta años después sólo permanecía el desconcertante recuerdo de aquel fugaz período de poder, como un sueño de opio. Kalgan no se recuperó nunca por completo. Nunca podría volver a ser el despreocupado mundo de recreo que fuera en un tiempo, porque el hechizo del poder nunca suelta del todo a su presa. Sobrevivió bajo el mando de una serie de hombres a quienes la Fundación llamaba Señores de Kalgan, pero que se daban a sí mismos el título de Primer Ciudadano de la Galaxia, imitando el único título del Mulo, y que mantenían la ficción de ser también ellos conquistadores. El actual Señor de Kalgan ocupaba su cargo desde hacía cinco meses. Lo había ganado originalmente en virtud de su posición como jefe de la Flota kalganiana, y por una lamentable falta de precaución por parte del Señor precedente. Sin embargo, nadie en Kalgan era tan estúpido como para estudiar demasiado a fondo la cuestión de legitimidad. Esas cosas ocurrían, y lo mejor era aceptarlas.

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