—Conque te ha dicho eso, ¿eh? Pues no entrarán, y nosotros tampoco. Ahora vete y dedícate a tus cosas. Ya me has estorbado bastante. —Pero, Puchi, ¿por qué no? ¿No vas a permitírselo? ¡La niña ha dicho que fundarás un Imperio! —No me importa lo que haya dicho... ¿Qué? —Se acercó a Callia y la cogió firmemente por el codo, hundiendo los dedos en la suavidad de su carne—. ¿Qué fue lo que te dijo? —Me haces daño. No puedo recordar lo que dijo si me miras de este modo. El la soltó, y Callia se frotó en vano las marcas rojas de su brazo. Murmuró: —La niña me ha hecho prometer que no lo diría. —Vaya, vaya. Dímelo, ¡y ahora mismo! —Pues dijo que el Plan Seldon había sido cambiado y que hay otra Fundación en alguna parte que está organizando las cosas para que tú fundes un Imperio. Eso es todo. Dijo que el señor Munn es un científico muy importante y que el palacio del Mulo contenía pruebas de todo esto. No dijo nada más. ¿Estás enfadado? Pero Stettin no contestó. Abandonó precipitadamente la habitación, mientras los ojos bovinos de Callia le seguían con expresión desconsolada. Antes de una hora fueron enviadas dos órdenes con el sello oficial del Primer Ciudadano. Una tenía por objeto mandar quinientas naves al lugar del espacio donde se realizaban lo que oficialmente se llamaba «maniobras de guerra». La otra tuvo el efecto de sumir a un solo hombre en la más completa confusión. Homir Munn abandonó sus preparativos para la marcha cuando llegó a sus manos aquella segunda orden. Se trataba, naturalmente, de la autorización oficial para visitar el palacio del Mulo. La leyó una y otra vez, con sentimientos que no eran precisamente de alegría. Pero Arcadia estaba encantada. Sabía lo que había ocurrido. O al menos, pensaba que lo sabía. 14. LA ANSIEDAD Poli puso el desayuno sobre la mesa, mirando de reojo el televisor, que emitía los boletines informativos. Este trabajo podía hacerse con facilidad sin merma de eficiencia. Como todos los alimentos estaban envueltos en recipientes esterilizados que servían de platos desechables, sus deberes en lo tocante al desayuno consistían únicamente en elegir el menú, colocar los recipientes en la mesa y llevarse después los residuos. Chasqueó con la lengua al ver las imágenes y gimió suavemente. —¡Oh! La gente es tan malvada —observó, y Darell se limitó a asentir con la cabeza. La voz de Poli subió de tono, lo cual hacía de forma automática cuando se lamentaba de la maldad del mundo. —Veamos, ¿por qué esos terribles kalganeses se portan así? —Acentuó la segunda sílaba, alargando mucho la «a»—. Podrían dejar a la gente tranquila. Pero no, quieren jaleo, siempre jaleo. Lea ese titular: «Las turbas ante el Consulado de la Fundación.» ¡Ah!, me gustaría poder decirles lo que pienso. Eso es lo malo de la gente: que no recuerdan nada. No recuerdan nada, doctor Darell; no tienen memoria. Por ejemplo, la última guerra después de la muerte del Mulo..., claro que yo era una niña entonces. Mi propio tío resultó muerto, y aún no tenía treinta años y sólo hacía dos que se había casado. Habían tenido una niña hacía poco. Aún la recuerdo: tenía los cabellos rubios y un hoyuelo en la barbilla. Tengo un cubo tridimensional de él en alguna parte... Y ahora la niña tiene un hijo que sirve en la Flota, y si algo sucede... Tuvimos patrullas de bombardeo, y todos los viejos tomaron parte en la defensa de la estratosfera..., no quiero imaginarme lo que hubieran hecho si los kalganeses hubiesen llegado tan lejos. Mi madre solía hablarnos, cuando éramos niños, del racionamiento de alimentos y de precios e impuestos. Era muy difícil soportar tantos gastos... Si la gente tuviera sentido común no querría volver a pasar todo aquello. Aunque supongo que la culpa no es de la gente, y que incluso los kalganeses preferirían quedarse en casa con sus familias antes que ir de aquí para allá con sus naves, matándose unos a otros. La culpa es de ese
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