escapara. Dirige, ¿lo comprende usted? Pero ¿por qué? Porque era de los nuestros. Pero ¿cómo lo sabían ellos? ¿Contaban con que fuese un traidor? ¿Qué opina usted? —Ahora está diciendo que tenían intención de atraparla. Francamente, me está cansando un poco, Anthor. Termine de decir lo que sea; quiero irme a la cama. —Terminaré muy pronto. —Anthor extrajo unas fotografías de un bolsillo interior. Eran las familiares curvas del encefalograma—. Las ondas cerebrales de Dirige —explicó Anthor en tono casual—, tomadas a su regreso. Era algo claramente visible para Darell, y su rostro estaba lívido cuando miró a su interlocutor. —Está controlado. —Exactamente. Dejó huir z Arcadia, no porque fuera de los nuestros, sino porque pertenecía a la Segunda Fundación. —Incluso después de saber que ella iba a Trántor, y no a Términus. Anthor se encogió de hombros. —Le habían programado para dejarla escapar; no podía modificar aquello. Era sólo un instrumento. La suerte ha sido que Arcadia eligió el camino menos probable, y posiblemente está a salvo. O, por lo menos, estará a salvo hasta que la Segunda Fundación pueda modificar los planes para afrontar este nuevo estado de cosas... Hizo una pausa. La pequeña luz de aviso del vídeo estaba relampagueando, en un circuito independiente. Aquello significaba la presencia de noticias urgentes. Darell también la vio, y con el gesto mecánico de una larga costumbre puso en marcha el vídeo. Sólo pudieron oír el final de una frase, pero antes de que se terminara ya sabían que se habían encontrado los restos de la Haber Mallow y que, por primera vez en casi medio siglo, la Fundación volvía a estar en guerra. Anthor apretó las mandíbulas. —Muy bien, doctor, ya lo ha oído. Kalgan ha atacado, y Kalgan está bajo el control de la Segunda Fundación. ¿Seguirá usted el ejemplo de su hija y se trasladará a Trántor? —No. Correré el riesgo. Me quedaré aquí. —Doctor Darell, no es usted tan inteligente como su hija. Me pregunto hasta qué punto se puede confiar en usted. Su mirada serena se clavó en Darell durante unos momentos, y luego, sin una palabra, se fue. Y Darell se quedó lleno de dudas, y casi de desesperación. Sin que nadie le prestara atención, el vídeo continuó emitiendo excitados sonidos e imágenes, mientras describía con nervioso detalle la primera hora de la guerra entre Kalgan y la Fundación. 17. LA GUERRA El alcalde de la Fundación intentó peinar, sin resultado, los mechones de cabellos que orlaban su cráneo. Suspiró —¡Cuántos años malgastados y cuántas oportunidades perdidas! No quiero hacer recriminaciones, doctor Darell, pero nos merecemos la derrota. Darell observó tranquilamente: —No veo razón para desconfiar de los acontecimientos, señor. —¡Desconfiar, desconfiar! Por la Galaxia, doctor Darell, ¿en qué basaría usted cualquier otra actitud? Venga aquí... Condujo a Darell casi a la fuerza hacia el límpido ovoide, colocado graciosamente sobre su diminuto so» porte, dotado de un campo de fuerza. Al contacto de la mano del alcalde se iluminó por dentro; era un modelo exacto, tridimensional, de la doble espiral galáctica. —Marcada en amarillo —explicó el alcalde con excitación— tenemos la región del espacio que se halla bajo el control de la Fundación; en rojo, la que está bajo el control de Kalgan. Darell vio una esfera roja rodeada por un casco amarillo que la envolvía casi completamente, excepto en una franja que se dirigía hacia el centro de la Galaxia.
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