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Fruta incompleta (habitante de un bodegón)

Fruta incompleta (habitante de un bodegón)

Por La Eugenia

Románticamente se me ha permitido habitar en un bodegón. Me dijeron - ¡Niña mira! - me acerqué, crecí, experimenté y después gritaron - ¡Mujer! tranquila. Por un rato he aceptado esta habitación, y este tapiz de colores varios con trazos cambiantes, mis huesos ya no resienten tanto el frío naciente del cuenquito de porcelana en el que habito, debajo tiene una manta arrugada, amarillenta por el pasar del tiempo, la misma que abraza una botella, no de vino, sino, de sangre y recuerdos míos.

Me otorgaron un cuchillo pa’ tener presente la violencia, más no para defenderme de ella, una cuchara pa’ cuando tenga que drenar agua de aquí, de tantas lágrimas, y un tenedor, de plata, finísimo en donde me reflejo. Aún no logro averiguar para qué es el tenedor.

Como mujer, me “permitieron” la creatividad, claro, siempre y cuando me mantenga en el margen de estos límites a los que me empujaron. Me dicen - ¡Son Tuyos! - y los respiro tan ajenos.

Este cuadro, no solo se me adorna de penas y nostalgias, también tengo un rosario, encajes por ahí tirados, frutas en canastos, una copa fracturada, flores vivas y muertas; ah, también, casi en el fondo, casi invisible, un hueso, no sé cómo se llama y mucho menos si es de humano. Entre las frutas me rodearon de manzanas y me pidieron no ser Eva. -No las muerdas, son pecado - eso dijeron, me lo repitieron hasta el cansancio. Pero aquí las dejan, fresas y cerezas pa’ lo divino, melocotones y uvas que también son lo prohibido. Y después de todo, no logro comprender qué fruta soy. Me siento más una flor, en donde, por mis pétalos se han posado moscas, mariposas y libélulas, tómese como bondad, maldad y un “no sé que fue”.

Incluso, una vez, en esta porcelana, totalmente aburrida pregunté por la obtención de un cuerpo; me dieron uno, pero era de cristal. A los siete días lo rompí, y pa’ que no se me desbordara todo el aliento, aprendí a contener la respiración.

De todo esto ya ha pasado tiempo, sigo dentro de este bodegón, y su luz, su brillo, ya no es tono blanco pureza-inocencia, ahora, se encuentra amarillo, no por desobediencia, sino por tiempo perdido. Y las frutas intactas, ya se encuentran putrefactas, con todas las flores marchitas. Entonces, el cuadro ya no emana olor a frescura y atracción a la vista. Ahora nadie se acerca, les incomoda un olor distinto a la no-pureza. Y yo, en el fondo de este cuenquito de porcelana pienso, en la juventud perdida, en el tiempo aturdida. Sé que es tarde, ya no importa, me abalanzo y muerdo cada fruta, me sirvo del vino inexistente en la copa rota, me cuelgo todo, el rosario y los encajes. Colecciono todas las moscas, mariposas y libélulas muertas. Trato todo, hice todo. Pero, siento el mismo vacío que obtuve después de esos siete días de haber habitado un cuerpo. Traté todo.

Entonces, regreso al cuenco y me cubro con la manta amarillenta. Traté todo; o casi traté un todo.

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