La Gaceta del FCE. Ene 2017

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Una vida comprometida: Rodolfo Stavenhagen (1932-2016) por jacques lafaye


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Fernando del Paso: criadillas a la francesa

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os buenos escritores dejan su impronta en todo lo que escriben. Para ellos no hay temas menores. Su estilo brilla en las notas más ocasionales, hasta en los recados escritos a mano, pues asumen que cualquier falta a las reglas básicas de la escritura es una falla ética, una traición a su compromiso con el lenguaje. En esto no hay de otra: “el estilo es el hombre”. El libro La cocina mexicana de Socorro y Fernando del Paso, con 150 recetas de la primera y textos e ilustraciones del segundo, es un rotundo ejemplo de lo antes dicho. El platillo fuerte de la obra es, desde luego, el recetario, pero la entrada, los entremeses y las guarniciones de Fernando del Paso son una delicia que ningún amante de la buena literatura debería ignorar. El estilo del prefacio es, en esencia, el mismo que el de las grandes novelas de Del Paso: barroco, digresivo, versátil, arriesgado, lindante con el surrealismo, gozoso, amable, divertido, irónico de principio a fin… uno de esos textos cuya lectura uno no desea terminar. Cada frase nos depara golpes de ingenio, guiños picarescos o simples curiosidades que excitan nuestra imaginación o son motivo de amena conversación de sobremesa. El libro fue escrito por encargo en París mientras los Del Paso vivían allá. Su propósito es diluir los estereotipos franceses sobre la cocina mexicana como exótica o bárbara. A manera de bumerán, los casos de ingredientes exóticos de la cocina francesa misma y hasta de platillos repugnantes originados en el hambre presentados por Del Paso (las colas de rata empanizadas, por ejemplo) son abrumadores y… muy divertidos. Hay páginas enteras en las que uno no para de reír, sin ignorar la seriedad del tema: “… en estas dos cocinas de rancio abolengo, la francesa y la mexicana, se pierden las fronteras entre lo propio y lo ajeno, lo familiar y lo exótico, en beneficio de la gastronomía universal”. No crea el lector francés que la cocina mexicana “es el reflejo de una naturaleza tropical y barroca, historiada y tórrida, turbulenta y bárbara […] Encontrará también una cocina tranquila, de todos los días, acogedora, reconfortante, íntima” (como la humilde sopa de fideos, china y europea en su origen). Del Paso quiere macerar la arrogancia gastronómica francesa en amabilidad mexicana: “… tanto unos como otros, los que nacieron en esta parte del mundo como los que nacimos en la otra, necesitamos más modestia, me parece, para aprender y comprender nuestras semejanzas y nuestras diferencias, que no son tan escasas las primeras ni tan contundentes las segundas como podría pensarse”. Mensaje pertinente para los tiempos que corren. •

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Contra Natura rodolfo hinostroza

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La cocina mexicana de Socorro y Fernando del Paso dossier

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Nuestro Libro de Cocina socorro y fernando del paso

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El teatro de Elena Garro álvaro álvarez delgado

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Arraigo y vigor de la ciencia en cinco tiempos walter beller taboada

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La Revolución mexicana: un jonrón histórico ramón cota meza

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Una vida comprometida: Rodolfo Stavenhagen jacques lafaye

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Navegar el mar de los deseos pablo espinosa

15 José Carreño Carlón Director general del fce

pedro ángel palou

Martha Cantú, Adriana Konzevik, Susana López, Socorro Venegas, Rafael Mercado, Karla López y Octavio Díaz Consejo editorial Roberto Garza Iturbide Editor de La Gaceta Ramón Cota Meza Redacción León Muñoz Santini Arte y diseño Andrea García Flores Formación Ernesto Ramírez Morales Versión para internet Impresora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V. Impresión Suscríbase en www.fondodeculturaeconomica.com ⁄editorial ⁄ laGaceta ⁄ lagaceta@fondodeculturaeconomica.com www.facebook.com ⁄ LaGacetadelFCE La Gaceta es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Ciudad de México. Editor responsable: Roberto Garza. Certificado de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de febrero de 1995. La Gaceta es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro postal, Publicación periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716 Ilustración de portada © Fernando del Paso

El Cervantes de Nacho Padilla

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Rolling Stones luis alberto madrigal pérez

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¿La revolución era una fiesta? carlos andrés torres cabrera

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Bizarro Piano Bar agustín gendron


poema

Contra Natura Rodolfo Hinostroza fragmento

Leggierissima toda ojos entraste a mi tienda cubierta de flores/ oh animal olfativo/ así el color que atrae a las pequeñas bestias así casco de pavorreal y recordé: deseo cinético stasis en la contemplación de un cuerpo milenaria repetición así la mariposa y el coleóptero & en tu sexo/ el mar/ thrimetilamida & en tu pecho jugaban cervatillos de colores ojos de pez: te vi y lo supe un coup de cheveux y ruedo por tierra & antes había entrado en ti y vi: un universo líquido mareas dentro tuyo nuestros cuerpos imitando el movimiento del mar El Pez y la Luna arriba un cielo podrido jusqu’au bout pero las estrellas hombre errante Adieu gobernalle/ancla/astrolabio & más allá aún más atrás in the no man’s land del orgasmo el pez sueña así o (nota: es una bolita dibujada, ver fotocopia) amiboide forma líquida indiferenciada atracción impecable in suo ese perseverare conatur Spinoza dixit no sexo no el olor metálico del cielo but amor abominable odio hermoso Nada, Gameto mío! Remonta el río líquido hasta el origen La calcárida y la salamandra : para que yo abra mi tienda y un oleaje de muslos rescate toda una vida perdida.

Reproducimos un fragmento del poema Contra Natura del recientemente fallecido poeta peruano Rodolfo Hinostroza, uno de los mayores artífices de la poesía contemporánea en Latinoamérica, quien a través de un manejo experimental del lenguaje como materia poética se convierte en un punto referencial de las exploraciones estéticas del siglo . enero de 2017

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dossier 553 la cocina mexicana de socorro y fernando del paso

Nos honramos en presentar la edición conmemorativa de La cocina mexicana de Socorro y Fernando del Paso, un deleite para los amantes de la buena cocina y la buena literatura. ¶ Rememoramos al poeta peruano Rodolfo Hinostroza, recientemente fallecido, autor también de una guía de cocina mexicana y otra de cocina peruana, nada menos. ¶ Recordamos a Rodolfo Stavenhagen, uno de los intelectuales más influyentes y discretos de México. Un texto de Jacques Lafaye. ¶ Seguimos impulsando la lectura de la formidable Elena Garro, esta vez con la publicación de su Teatro completo, la edición más cuidada hasta ahora. La autora sigue cosechando lectores. ¶ Pablo Espinosa hace una emotiva y jarocha presentación de El mar de los deseos. El Caribe afroamericano, historia y contrapunto, del reconocido historiador Antonio García de León. ¶ Como muestra del nivel intelectual de nuestros jóvenes ensayistas literarios, presentamos los dos textos premiados en el Segundo Concurso Iberoamericano de Ensayo para Jóvenes 2016. ¶ Nuestra concurrida sección “Trasfondo” publica el cuento “Bizarro Piano Bar”, aventura de lo sublime en la prosaica ciudad nocturna. ¶ Ah, se nos olvidaba, hay una reseña sobre La revolución cósmica de Alan Knight, resumen de su magna obra La Revolución mexicana.

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la cocina mexicana de socorro y fernando del paso

Nuestro Libro de Cocina socorro y fernando del paso

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Con satisfacción, el anuncia la publicación de La cocina mexicana de Socorro y Fernando del Paso, una delicia en más de un sentido. Contiene 150 recetas de Socorro Gordillo del Paso con comentarios eruditos e ilustraciones de su marido, Fernando del Paso. Presentamos a continuación el prefacio como una probadita…

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igo nuestro libro de cocina, pero en realidad es mucho más de mi esposa, Socorro, que mío, ya que de ella son todas las recetas y todas las cocinó, absolutamente todas, cuando vivíamos en París. Yo me limité a escribir los textos, pero los textos, por buenos que sean, no se comen. El mérito es, pues, de ella. El título original del libro, escrito en Francia para los franceses, era Douceur et passion de la cuisine mexicaine —literalmente: Gentileza y pasión de la cocina mexicana—, porque queríamos hacerle ver a los franceses que la cocina mexicana no es tan picante ni tan agresiva como suele creerse. Por otra parte, les advertimos que la cocina chicana o texmex, por respetable que sea, no es cocina mexicana —aunque deriva de ella y en buena parte hereda su talento— y que el problema es que esa cocina viaja por el mundo con pasaporte falso, haciéndose pasar por mexicana. Por otra parte, para la edición mexicana hemos agregado cerca de veinticinco recetas, ya que, aunque en Francia se consiguen muchos ingredientes, más de los que uno se imagina, no se consiguen todos. Aun así, creo que sobra decir que este libro no es sobre toda la cocina mexicana, que es, como todos lo sabemos, inabarcable. Buen apetito y buen provecho. Socorro y Fernando del Paso

I El día que duró cuatro siglos por fernando del paso En 1492 Cristóbal Colón se tropezó con América. Colón sabía que el mundo era redondo. Lo que no sabía es que se iba a encontrar un continente a la mitad del camino a las Indias. Este encuentro fortuito fue resultado de una aventura financiada por los Reyes Católicos Fernando e Isabel que, de cualquier manera, no obedecía al deseo de ampliar los horizontes reales e imaginarios del hombre europeo: sus objetivos tenían más que ver con el estómago que con el espíritu. O digamos, mejor, con el paladar. Todo el mundo conoce —o debería conocer— la gran importancia que ha tenido, en la historia de la humanidad, aquello que ha servido para aumentar o poner de relieve el sabor de nuestros alimentos, que lo mejora, lo cambia o incluso que lo disimula u oculta. No en balde la palabra salario viene de sal. Tampoco es coincidencia que en francés pagar al contado se diga pagar en especie, puesto que antes se pagaba con especias. Ni que se llame “especies sacramentales” a los “accidentes de olor, color y sabor” que quedan en el Sacramento después de la transustanciación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. A nadie extraña, puesto que las especias eran sagradas: Toussaint-Samat, en la Histoire naturelle et morale de la nourriture, nos cuenta que la emperatriz romana Livia hizo construir un templo alrededor de un trozo de canela. Y Janet Long-Solis, autora de un magnífico estudio sobre la historia del chile, afirma que, en el siglo xiv, una libra de nuez moscada costaba, en Alemania, lo mismo que siete bueyes. En una Europa así, donde se consideraba indispensable cocinar con gran profusión de especias y no sólo las ya mencionadas, además de la clásica pimienta y el codiciado clavo: también con la perfumada lavanda originaria de los países mediterráneos, el azafrán que los árabes llevaron a España, el jengibre que los persas le dieron a los griegos y el laurel cuyas hojas había que arrancar de la corona del dios Apolo, en una Europa así, decíamos, la caída de Constantinopla en manos de los turcos en 1453, y con ella la clausura del camino más corto al Oriente, paraíso de las especias, constituyó una verdadera catástrofe. Fue entonces cuando Colón propuso llegar a las Indias por el otro lado del mundo, y se encontró con América. América, sin embargo, no resultó rica en especias, y en ese sentido no tenía mucho que ofrecer aparte de la vainilla y del chile y sus numerosas variedades, al que el propio Colón le dio el nombre de pimiento y sobre el cual el jesuita Joseph de Acosta, cronista de Indias, escribió que tenía tanto fuego “que quema al entrar y al salir, también”.

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En cambio, América le dio a sus conquistadores, además del tomate, el maíz, el chocolate y el cacahuate —originarios de México—, una raíz que tendría más tarde una enorme difusión en Europa: la papa, proveniente del Perú. Las sorpresas que ofrecía este inopinado continente fueron, desde luego, muchas más que esas cuantas novedades botánicas: sabemos, gracias al indio Juan Badiano, traductor al latín del herbario azteca que hoy se conoce como el Codex Barberini y se conserva en el Vaticano, y por el doctor Francisco Hernández, autor de la Historia plantarum Novae Hispaniae, que, tan sólo en México, los españoles se encontraron con más de diez mil especies de plantas desconocidas en Europa. Entre ellas, las orquídeas más deslumbrantes —una entre mil, la orquídea negra de la vainilla—, cientos de plantas medicinales, plantas, incluso, “homicidas y rencorosas”, como llamaba el costarricense Cardona Peña a la yerba del alacrán, “plantas lunares copiosas de leyenda” a las que se agregaban plantas textiles como el henequén, el árbol del hule con el que los aztecas fabricaron las primeras pelotas de la historia y la planta del tabaco, compañero —durante tantos años en los que éramos más inocentes y menos puritanos— del placer gastronómico, plantas que daban esponjas vegetales, y las decorativas como la tecuitlalxóchitl o flor dorada de los atardeceres, y el oloroso nardo, la magnolia, la hermosísima flor de Nochebuena o poinsettia, la dalia que tanto amaría la emperatriz Josefina (con ella alfombró los jardines de Malmaison) y el girasol, que adoptó como símbolo —quién otro podía ser— Luis XIV, el Rey Sol. Y por supuesto, arbustos y árboles que daban las frutas que, con tan buen gusto y tanta frescura, describe el propio padre Acosta, como la guayaba, la piña, a la que le hizo el feo el glotón de Carlos V de Alemania y I de España, las tunas de todos colores —y entre ellas las rojas, cuyo jugo usaban las indias para teñirse las mejillas—, la guanábana, el coco, “de mejor sabor que almendras”, y el mamey, “que sabe a melocotones y duraznos, o mejor”. Pero si conocer estas frutas no hizo sino alimentar el placer del jesuita, enterarse de la existencia de animales insospechados, unos comestibles, otros no, como el manatí, confundido tantas veces con una sirena, la espantable pero dócil y deliciosa iguana, el raro y exquisito armadillo y la llama; en fin, el guanaco, el mono araña, el ñandú, el perro chihuahueño, lo preocupó enormemente, porque se preguntaba —y le preguntaba a Dios—: si esos animales no existían del otro lado del mundo, y por lo tanto no habían formado parte de los pasajeros del Arca de Noé, ¿cómo es que se habían salvado del diluvio universal? Diluvio también, pero de lágrimas, derramó, según cuenta la leyenda, el conquistador de México, Hernán Cortés, la noche —desde entonces conocida como la Noche Triste— en que lloró una de las derrotas más importantes que le infligieron los aztecas. Por la misma razón había llorado, al despedirse de Granada en el mismo año en que Colón llegó a la isla de San Salvador, el sultán Abdalá-el Zaquir, más conocido como Boadbil, y Cortés lo sabía. No todos los días se pierde un reino. Y Cortés sintió que se le escapaba de las manos un reino inmenso donde, a falta de clavo y nuez moscada, corrían, bajo la tierra, ríos de oro y de plata. Cuando Felipe II construía El Escorial, otros monarcas europeos dijeron que no le alcanzaría todo el oro de España para construirlo. Cuando El Escorial quedó terminado, Felipe ordenó que en una torrecilla, a la vista de todos, se colocara un gran trozo del precioso metal para que todo el mundo se enterara de que le había sobrado oro. Y así fue, Felipe tenía razón, y también sus detractores, porque El Escorial se construyó, qué duda cabe, con la plata de América. Cortés sabía, por otra parte, que la grandeza de una victoria se mide por la grandeza del enemigo derrotado, y que Moctezuma, amo y señor de lo que fue entonces para su gloria —y volvió a ser hoy para su desgracia— la ciudad más grande del mundo, era un príncipe de rancio abolengo cuya majestad, fausto y esplendor eran sólo comparables a los de las grandes dinastías de Europa y del Oriente. Un rey que, obsesionado por la limpieza corporal, se lavaba las manos varias veces mientras comía y se bañaba varias veces al día, y es por eso que las malas lenguas dicen que mandaba colocar incensarios frente a sus huéspedes españoles, no porque los creyera dioses, sino para ahuyentar la peste: los conquistadores no se lavaban,

© josé he rnánde z-clai re

y muchas veces, semanas enteras, dormían sin quitarse las armaduras. Un monarca, y así lo atestiguan, asombrados, Bernal Díaz del Castillo, fray Bernardino de Sahagún y otros cronistas —en cuya mesa se servía, en los días calurosos, nieve traída de los volcanes nevados, el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl—, que endulzaba con la mejor miel de abejas del mundo y que contaba entre sus hombres con un grupo de estafetas de agilidad comparable a los portadores de las antorchas olímpicas, que todos los días se encargaban de hacer un recorrido de quinientos kilómetros desde el Golfo de México hasta el corazón del Valle de Anáhuac para que el emperador se deleitara con pescado y mariscos recién salidos del mar. Un soberano, en fin, en cuya mesa cotidiana se servían docenas de faisanes, perdices y codornices, jabalíes y patos salvajes, liebres y conejos, “y muchas maneras de aves y cosas que se crían en esta tierra, que son tantas que no acabaré de nombrar tan presto”, nos cuenta Bernal Díaz del Castillo, el cual, habiendo ya contemplado en lo que era también el mercado más grande del mundo, el tianguis de Tlatelolco, todas las frutas mencionadas por el padre Acosta y otras muchas como la papaya y el plátano, además de otras hasta la fecha desconocidas en Europa, como el nanche, y el zapote prieto, el guamúchil, la pitahaya, el tejocote, el garambullo y el caimito, agrega: “y fruta infinita”. El historiador mexicano Arnáiz y Freg decía, mitad en broma, mitad en serio, que la conquista de México la hicieron los indios, y la independencia, los españoles. En efecto, a principios del siglo xix los criollos —así se llamaba en América a los hijos y a los hijos de los hijos de españoles que pensaban, hablaban y actuaban como españoles—, por razones económicas, para liberarse del dominio de la metrópoli y aprovechando la invasión de España por las tropas napoleónicas, promovieron la independencia de México con la idea de ofrecerle el trono de la nueva nación a Fernando VII, el Deseado. Y fueron los indios tlaxcaltecas, enemigos de los aztecas, los que ofrecieron a Cortés la ayuda gracias a la cual, en gran parte, pudo conquistar el imperio de Moctezuma Xocoyotzin y doblegar a la Gran Tenochtitlán. Porque a la Noche Triste siguió, tras la victoria de Otumba y la llegada de refuerzos desde La Habana, el triunfo total de Cortés, y con él despuntó un día que duró cuatro siglos: en todo ese largo tiempo y hasta que, en 1901, Cuba se transformó prácticamente en un protectorado norteamericano en el reino de España jamás se puso el sol. Durante esos cuatro siglos —en realidad tres en lo que a México concierne: 1521-1821— se fraguó uno de los mestizajes más fecundos de la historia cuyos frutos mayores, entre los más suculentos y deliciosos, se dieron en el campo de las artesanías, el folclor y el arte culinario —también, y a largo plazo, en la arquitectura y las artes plásticas—. Pero en ninguna parte el resultado fue tan rápido, sorprendente y definitivo como en la cocina: a diferencia de los peregrinos del Mayflower, colonizadores del norte de los Estados Unidos que llegaron con esposas, hijas y hermanas que les hacían la comida y que trasplantaron la cocina europea a América, los españoles llegaron solos, sin mujeres. Por necesidad, se aparearon con las indias. Luego se casaron con ellas. Después, aprendieron a amarlas. Por necesidad, también, comieron lo que ellas les guisaban. Luego, se acostumbraron a la comida. Después, aprendieron también a amarla, y fue así como los criollos de la Nueva España en algo sí que muy pronto dejaron de ser españoles: en la forma de comer. Desde luego, el verdadero y profundo mestizaje culinario comenzó cuando, muy pronto también, les tocó a los indios descubrir a su vez los prodigios y monstruos benévolos que llegaron en los barcos españoles: el trigo, el arroz, las lentejas, la naranja solar, la lechuga de holanes verdes, la zanahoria, la coliflor con sus sesos al aire, la caña de azúcar y docenas más de plantas y frutas comestibles así como, entre los animales, la vaca de grandes tetas, la gallina que ponía huevos con yemas de oro, el borrego, el puerco mucho menos puerco y mucho más precioso de lo que su nombre parecía indicar y, aparte del fabuloso caballo, en último caso también comestible, otras numerosas bestias que nunca se hubieran subido al Arca de Noé si al Creador se le ocurre que Noé naciera en América. •

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El teatro de Elena Garro: Ave Fénix de los ingenios La obra de Elena Garro sigue ganando lectores, sobre todo en las nuevas generaciones. A continuación publicamos el texto de presentación de su Teatro completo Guadalajara 2016 ( ) en la able, la edición por el editor responsable, hora, motivo más cuidada hasta ahora, de orgullo para esta casa. álvaro álvarez delgado

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a noche del 19 de julio de 1957, al correrse el telón del teatro El Caballito, en la ahora Ciudad de México, el público asistente al cuarto programa del grupo Poesía en Voz Alta ve una mesa con tres personajes sentados alrededor: don Fernando de las Siete y Cinco, Titina y Polito, todos vestidos de negro. Sólo don Fernando come, mientras Titina y Polito se dedican a mirar sus respectivos platos. “Las siete y siete y apenas han servido la sopa de poros. Sopa de poros: lunes. Lunes y mis mancuernillas checoeslovacas no aparecen”, dice de pronto don Fernando, a lo que Titina contesta: “Sí, hay alguien que hace aparecer y desaparecer las cosas. ¿Verdad, Polito?”, y el niño responde: “Sí, mamá. Las mancuernillas son como los lunes, que aparecen y desaparecen”. Con este cuadro de “Andarse por las ramas” Elena Garro irrumpe en la escena teatral de México. Por eso, cuando la Universidad Veracruzana publica su primer libro, Un hogar sólido, el 29 de noviembre de 1958, en la injustamente olvidada Colección Ficción (creada y dirigida por Sergio Galindo), ya había toda una historia detrás de ese libro color verde con una calavera negra en la portada y 149 páginas, seis piezas teatrales y cuatro ilustraciones de Juan Soriano. Esa historia no era sino el principio de una trayectoria cuya relevancia y trascendencia quedan afortunadamente en el porvenir. El legado teatral de Elena Garro está constituido por 16 piezas teatrales. Doce en un acto y cuatro en tres actos, que son las que presentamos esta noche en el Teatro completo de Elena Garro, como

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resultado del afortunado encuentro de varias personas, a quienes me gustaría externar mi particular agradecimiento: Víctor Manuel Pazarín, Juan Carlos Flores, Marcela Magdaleno, Jesús Garro, Raquel Steinmann, Adriana Romero, Eduardo Matías y Teresa Ramírez. Gracias a la labor de todos ellos tenemos la que, hasta ahora, es la mejor y más completa edición del teatro de Elena Garro. Para comprender la importancia de este hecho es necesario explicar un poco la historia. Debido quizás a la celeridad con que Elena Garro escribió sus seis primeras piezas publicadas, la edición de 1958 de Un hogar sólido tal vez sea la más cuidada de todas las que se habían presentado hasta ahora. A partir de su aparición y hasta el año 2005, cuando se publica Parada San Ángel, la mayor parte del teatro garriano se había ido publicando esporádicamente en La Palabra y el Hombre, en la revista Tramoya (ambas de la Editorial de la Universidad Veracruzana, lo más cercano a un hogar sólido para la obra de Elena Garro), en la Revista de la Universidad de México, en la Revista Mexicana de Literatura… o en publicaciones más discretas y modestas, cuya localización fue una verdadera odisea, la revista Coatl y la Revista de la Escuela de Arte Teatral, donde se publicaron las primeras versiones, nada más y nada menos que de Felipe Ángeles y de La dama boba… por no hablar de algunas antologías donde se incluyeron algunas piezas… y aquí comienzan los problemas de edición. En 1983 la Editorial de la Universidad Veracruzana publicó la segunda edición de Un hogar sólido sin indicar que era una nueva edición en la que se agregaban seis piezas a la de 1958, y sin explicar

archivo fce

por qué se incluían unas y se excluían otras, como La señora en su balcón (publicada originalmente en La Palabra y el Hombre) y Felipe Ángeles, que ya había sido editada por la unam en 1978 (Parada San Ángel y Sócrates y los gatos no habían sido dadas a conocer en ese momento)… y esta edición de 1983, en la que se basaron las posteriores, tenía varias erratas y variantes que ponían los pelos de punta. El duende de las erratas, no aquel enigmático personaje de gorro rojo del cuento de La semana de colores, se lució haciendo de las suyas. En seguida menciono algunos ejemplos, sólo algunos… En la primera edición de Un hogar sólido, ante la inminente llegada de “alguien” a la cripta, Gertrudis manifiesta extrañeza por la falta de un hueso: “¡Pero mamá, no seas injusta! ¡Es el fémur de Clemente!”, expresión que en 1983 cambia a “¡Pero mamá, no seas injusta! ¡Es el futuro de Clemente!” En La dama boba el presidente municipal de Coapa dice que en ese lugar no son “mañosos”, palabra que en 1983 es transformada en “mafiosos”. Algunas palabras características del interés de Elena Garro por el habla popular son modificadas por un afán hiper corrector… Además, las ilustraciones de Juan Soriano fueron cambiadas de lugar… Ta mala fortuna habían tenido las ediciones del Tan tea teatro de Garro que incluso la de Felipe Ángeles por la unam hace que los testigos en el juicio se esc escondan detrás de las “lámparas”, no detrás de las “mamparas”, como dice el texto originalmente pub publicado en Coatl. Todos los errores de este tipo son enmendados en la presente edición mediante el cotejo de cada una de las obras con todas sus edi ediciones anteriores en revistas y en libros… D de los primeros lectores críticos de la obra Dos de Elena Garro lograron condensar e incluso vislum lumbrar los parajes donde habría de situarse toda p la producción de nuestra escritora. Hablo de Juan Ga García Ponce1 y de Emma Susana Speratti Piñero2 (la académica argentina a quien tanto le deben las let letras latinoamericanas). García Ponce aprecia en n la naciente obra de Garro el enfrentamiento de la raz y la poesía, de la alegría y el sentimentalisrazón mo de la amabilidad y la amargura, y destaca la mo, nec necesidad de aprender a creer en los imposibles. Ve en el teatro de Elena Garro una gran preocupació por poner en letras su visión de la inestabilición dad de la realidad, la falta de un sentido definido de las cosas, la fascinación por el tiempo y nuestra rel relación con él, y subraya la soledad como el punto cen central de su propuesta dramatúrgica. Por su parte, Susana Speratti Piñero ve la aparición de Un hog sólido como un milagro que puede ocurrir hogar mu de vez en cuando y ve en ella la continuación muy de una tradición que va desde Valle-Inclán hasta el tteatro breve de Federico García Lorca, pasando por Apollinaire y Ionesco, el teatro clásico griego, las narraciones orales del folclor europeo, el teatro del Siglo de Oro español… todo ello para enmarcar lo q que considera la preocupación central del teatro de Elena Garro: “mostrar que tras la realidad de todos los días —o mejor, en ella misma— hay otra realidad infinitamente más rica”. Las letras de Elena Garro llamaron la atención desde un principio del público gustoso del teatro, de los lectores de suplementos culturales y de quienes gustan de las obras que hacen pensar, que incomodan por su sinceridad y valentía, que interesan por la calidad de su manufactura y que hechizan por la poesía que palpita o, mejor dicho, titila en ellas como un puñado de estrellas en la noche de los tiempos. “Algo” tiene la escritura de Elena Garro que no pasa fácilmente desapercibida. Tiene las propiedades del licor: embriaga en una primera lectura y destila sus aromas a través del tiempo. Largamente opacada por diversos asuntos que tienen que ver con todo, menos con la literatura, la obra de Elena Garro, como si de un Ave Fénix de los ingenios se tratara, comienza a resurgir ante los lectores de las nuevas generaciones, a quienes el único consejo que se les puede dar es acercarse a este universo sin prejuicios y con la visión de la inocencia. Ciertamente, la escritura de Garro no es sencilla pero una vez que se le entiende aparece como un claro en el bosque, una fuente de libertad y poesía. •

1 Juan García Ponce: “Poesía en voz alta”, Revista de la Universidad de México, vol. XI, núm. 12, agosto de 1957, pp. 29, 30 y 32. 2 Emma Susana Speratti Piñero, “El teatro breve de Elena Garro”, Revista de la Facultad de Humanidades [uaslp], tomo II, núms. 3-4, julio-diciembre de 1960, pp. 333-341.

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Arraigo y vigor de la ciencia en cinco tiempos A propósito de la reedición de La ciencia en la historia de México de Eli de Gortari, presentamos un resumen de sus ideas y una evaluación crítica de su enfoque. walter beller taboada

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l profesor pr f Eli de Gortari lanzó una voluta de humo de cigarro y narró: “Busqué al licenciado [Vicente] Lombardo Toledano y le externé mi intención de hacer una lógica dialéctica. Me respondió que no era necesaria, pues bastaba con el libro de [Porfirio] Parra [Nuevo sistema de lógica inductiva y deductiva, 1903]. Pero me dijo que me entregaría una traducción de un par de artículos sobre el tema escritos por Henri Lefebvre [publicados en 1946]. Continué, sin embargo, con mi empeño y así nació la Introducción a la lógica dialéctica [fce 1ª edición, 1956; 4ª edición —definitiva—, 1971]”. Eli de Gortari evocaba estos recuerdos en la biblioteca en su casa en Coyoacán. Sus palabras estaban enmarcadas por libreros desbordados de libros y por dos espléndidas fotografías de tamaño natural de dos mujeres desnudas, una blanca y otra negra, colocadas en el techo. Ese libro fue el primero en hacer un tratamiento explícito de la lógica dialéctica materialista, acorde con la ortodoxia marxista, y el primero publicado en ruso el año de 1959. Luego, entre 1960 y 1966, serían publicados los de M. M. Rosental, M. N. Alexéiev y P. V. Kopnin en la URSS. La visión y versión de la lógica dialéctica le trajeron a De Gortari tanto críticas despiadadas como elogios muníficos en el mundo universitario mexicano y latinoamericano. El texto muestra el talante de nuestro filósofo: siempre esforzándose por abrir nuevas perspectivas y campos de investigación, por más controvertidos que pudieran parecer —o incluso por eso mismo—. Además, refleja su tesón, laboriosidad y conocimiento de las cuestiones científicas. En su concepción, la lógica es la disciplina filosófica que estudia el devenir del pensamiento y los métodos de la investigación científica en los ámbitos formal y dialéctico. La lógica formal analizaría las reglas necesarias para formular razonamientos correctos. La lógica dialéctica explicaría el desarrollo evolutivo del pensamiento científico, mostrando las transformaciones de las reglas y los principios del conocimiento. La ciencia, además, sólo puede entenderse en relación con el desarrollo histórico de la sociedad en su conjunto. La verdad, siempre concreta La investigación científica tiene un carácter limitado porque depende de las situaciones que le dieron origen. Sin embargo, su horizonte se ensancha con el avance mismo del conocimiento. Por tanto, su análisis debe poner atención tanto a las fronteras como a las posibilidades históricas del saber en diversas etapas. Así pues, mientras la Introducción a la lógica dialéctica estudia los fundamentos del pensamiento científico, La ciencia en la historia de México (editada por primera vez en 1963) es su

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© köhler's med i zi na l- pfla nzen

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a rr ai go y vi gor d e la c i e n c i a e n c i n co t i e m p o

contraparte histórica. Ambas son el soporte de un programa de investigación sobre el método. Con la publicación de la segunda edición de esta obra por el Fondo de Cultura Económica tenemos acceso a una investigación monumental que busca comprobar cinco tesis dialécticamente integradas: 1) Que la ciencia es un factor de la historia, razón por la cual no podemos entender el desarrollo de las ideas y las realizaciones de la ciencia y de la tecnología si no conocemos la historia que las hizo posibles. 2) Que la ciencia, además de ser un factor de la historia, es un componente esencial de la cultura, la cual no podríamos comprender cabalmente sin advertir que los procesos científicos están entrelazados y recíprocamente condicionados con situaciones económicas, políticas, sociales concretas, realidades que caracterizan a nuestra cultura contemporánea. 3) Que el conocimiento de las tendencias, posibilidades y limitaciones de la historia de la ciencia puede contribuir a mejorar nuestras investigaciones debido a que las hipótesis son formuladas por continuidad, similitud, analogía o en contraposición con ideas del presente y el pasado. 4) Que la historia de la ciencia desempeña un papel fundamental en el aprendizaje de las ciencias, pues nos previene contra el dogmatismo (“las cosas siempre han sido así”) al puntualizar que las conquistas del conocimiento son producto de procesos que implican correcciones, ampliaciones y mejoras del saber; no hay, por ende, verdades eternas. 5) Que la ciencia en la historia de México comprende cinco momentos: la ciencia indígena, el contacto y la influencia mutua de culturas indígena-española, la introducción de la ciencia moderna, el motor de la reforma liberal y el desarrollo del positivismo, y, por último, el periodo posrevolucionario y contemporáneo. La praxis y las revoluciones antropológicas La ciencia en la historia de México muestra una gama de factores que pudieron dar surgimiento a la cultura humana, base material de la ciencia. En este contexto aborda los orígenes del hombre americano y conjetura cómo se habría dado el surgimiento de la escritura, la creación de los procedimientos de cálculo elemental y la construcción de los instrumentos y las herramientas. Sus interpretaciones corresponden obviamente al nivel de conocimientos de la época. Para dar cuenta de los datos arqueológicos se apoya en definiciones de arqueólogos de orientación marxista de las décadas de los treinta y cuarenta del siglo xx. Por ejemplo, usa el concepto revolución neolítica (del arqueólogo británico Gordon Childe, cuyo libro, Los orígenes de la civilización, fue traducido al español por el propio De Gortari en 1954 para el Fondo de Cultura Económica). La revolución neolítica sería el tránsito de la vida nómada a la vida sedentaria y comprendería el cambio de una economía recolectora (caza, pesca y recolección) a una economía productora (agricultura y ganadería). Con base en investigaciones de destacados antropólogos mexicanos, De Gortari hipotetiza cómo se habría dado la revolución urbana en América (otro término de Gordon Childe), que habría resultado, por un lado, de la acumulación laboriosa de un conjunto de conocimientos científicos (topológicos, geológicos, astronómicos, químicos, zoológicos y botánicos) y, por el otro, de experiencias en la agricultura y las artesanías. La escritura de los mayas y el español como lengua científica De Gortari da un paso más en el examen histórico al abordar la “ciencia indígena”. Expone los principales descubrimientos científicos de los mayas y puntualiza, por ejemplo, que el método de numeración, perfeccionado por los mayas, ofrece novedades únicas: “fue elaborado inicialmente por los olmecas de La Venta, esto es, un millar de años antes de que cualquier otro pueblo del mundo contara con un sistema análogo”. Destaca su exposición de la cultura maya, que incluye una explicación muy didáctica del cálculo aritmético de aquellos pueblos prehispánicos. Entre las hazañas científicas sobresalientes están el sistema vigesimal de numeración y su respectiva notación simbólica (utilizada en la astronomía y el comercio); la invención y uso del número cero (concebido ocho siglos antes de que los científicos de la India realizaran el mismo descubrimiento de manera independiente),

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así como la fabricación del papel (amatl), a base de fibras de la corteza de varios amates y, en algunos casos, de fibras de maguey, y el portentoso calendario anual derivado de agudas observaciones astronómicas. El análisis de la ciencia española inicia con una reflexión sobre los orígenes del castellano y su evolución. Al respecto De Gortari advierte: “el hecho de que la ciencia española fuera expresada precisamente en castellano es algo que la destaca peculiarmente dentro de su época”. Antes de ello, como es sabido, el latín era el idioma universal de la ciencia. “Por tanto, la adopción del español para la expresión culta fue fruto de una temprana madurez de la burguesía española y un síntoma de la integración de la nacionalidad, o sea, una característica distintiva de la modernidad […] porque en el desarrollo histórico de la cultura, el hecho de servirse de la lengua popular para el trabajo científico es algo que representa una etapa más desarrollada.” El descubrimiento de América y la hispanidad Sobre el descubrimiento de América por los europeos, De Gortari se propone superar las descripciones anecdóticas, adentrándose en el análisis de las condiciones científicas y sociales que hicieron posible esa aventura. Astronomía, tecnología, y desde luego, matemáticas, fueron los puntales de un evento que cambió el rumbo de la humanidad.

La ciencia en la historia de México muestra una gama de factores que pudieron dar surgimiento a la cultura humana, base material de la ciencia. En este contexto aborda los orígenes del hombre americano y conjetura cómo se habría dado el surgimiento de la escritura, la creación de los procedimientos de cálculo elemental y la construcción de los instrumentos y las herramientas.

Igualmente, examina las consecuencias inmediatas de todo ello: el conjunto de los viajes de exploración “aportó el conocimiento irrefutable de que nuestro planeta es un cuerpo aislado, que puede recorrerse en todas direcciones en un mismo sentido acabando por regresar al punto de partida y, que, por consiguiente, no se encuentra sumergido ni tampoco está sostenido, como lo representaban las creencias antiguas”. En cuanto al periodo de la Colonia, De Gortari subraya la influencia recíproca de las culturas. Por lo que hace al continente europeo, resalta la incorporación de los saberes del medio oriente y, por lo que hace a la Nueva España, destaca el influjo recíproco de los saberes indígenas y españoles que se dio en muchos terrenos, englobando los conocimientos agrícolas, botánicos y de medicina, además de las palabras de origen indígena. Describe el nacimiento de diversas instituciones educativas, como el Real y Primitivo Colegio de San Nicolás Obispo, fundado por Vasco de Quiroga en Pátzcuaro en 1540, la institución de enseñanza superior más antigua del continente americano. Ninguna organización permanece indiferente al cambio y es por ello que las instituciones educativas fueron progresivamente recibiendo la influencia de la modernidad. La historia poscolonial es dividida por De Gortari en tres etapas. La primera es efecto de la filosofía y de la ciencia de los siglos xvi y xvii, con dos características que se prolongan hasta los inicios

del siglo xix: independencia de la teología y una concepción del universo apoyada en bases comprobables por medio del experimento y el desarrollo de explicaciones racionales de los procesos. La segunda etapa abarca acontecimientos como la Revolución francesa y la Revolución industrial, dando pie al caudal influyente del positivismo en México. La tercera etapa corresponde a la era posrevolucionaria y llega hasta la segunda mitad del siglo xx. La Guerra de Reforma y la Revolución mexicana De Gortari recalca que México “fue el único país de la América española donde los separatistas criollos no pudieron evitar la participación de los campesinos indígenas, mestizos y mulatos en la lucha por la independencia nacional”. Con la Reforma liberal se abre un capítulo novedoso de la historia de la ciencia y de la sociedad mexicana. De Gortari había estudiado esta etapa en La ciencia en la Reforma (1957), escrita en ocasión del centenario de la Constitución de 1857. En aquella etapa cambió el carácter de la investigación con enfoques científicos que sustituyeron los muros de la escolástica. La culminación se alcanzará con el positivismo mexicano. En cuanto a esto, De Gortari distingue dos momentos: uno de ascenso positivista luminoso, bajo el impulso del movimiento de Reforma, y otro de esclerosis científica y educativa, de caída en la especulación idealista, durante la época del dictador Díaz. Para examinar la etapa posrevolucionaria y contemporánea, De Gortari se apega a los lineamientos del historiador comunista irlandés John D. Bernal (cuyos libros, La ciencia en la historia y La ciencia en nuestro tiempo, editados en 1959 y 1960, fueron traducidos por el propio De Gortari). Entre otras tesis, De Gortari defiende la posición de que un Estado nacionalista y popular es el mejor incentivo para la ciencia, la educación y la cultura. Según este enfoque, la confianza que los campesinos y los trabajadores industriales pusieron en sus propias obras para construir un México independiente, mejor y más equitativo, se comunica a los científicos, al tiempo que los gobiernos revolucionarios harían esfuerzos por llevar la enseñanza elemental a las comunidades menos desarrolladas y abrían las puertas de las universidades a los jóvenes de escasos recursos. Problemas de la historia de la ciencia en México Un primer problema de la historia de la ciencia en México es el material mismo del estudio. Según De Gortari, desde la época en que los antiguos mexicanos quedaron sometidos al colonialismo español las contribuciones nacionales a la ciencia han sido muy escasas y muy poco conocidas en otras latitudes. Un segundo problema es el enfoque de la selección e interpretación de los datos históricos. Después de La estructura de las revoluciones científicas de Thomas S. Kuhn (fce, 1ª ed., 1971) sería ingenuo suponer la posibilidad de una reconstrucción histórica “neutral” de la ciencia. De Gortari realizó la suya con base en modelos derivados de cierta orientación marxista. Pero eso sólo delimita su enfoque, no lo hace mejor ni peor que otros puntos de vista. Ciertamente, su perspectiva supone que el conocimiento científico tiene una continuidad lineal, sin rupturas, ya que lo define como orientado por una dialéctica en la que cada innovación está vinculada de manera orgánica a ideas previas. Un tercer problema es la definición misma de su objeto de investigación que deja de lado los mitos, la magia y la religión, que por mucho tiempo se combinaron con las ideas científicas. Por último, aunque es inevitable que las obras históricas envejezcan, La ciencia en la historia de México es un conjunto de puntos de partida que permiten renovadas interpretaciones. Apuntemos uno: en la actualidad contamos con abundantes conocimientos derivados de las neurociencias, los cuales permiten replantear muchos indicios y datos de la evolución del saber y de la formación de las organizaciones sociales. Como sea, el libro escrito por Eli de Gortari es un capítulo del materialismo dialéctico en México y eso tiene un valor histórico en sí mismo. •

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La Revolución mexicana: un jonrón histórico Contra la mayoría de las corrientes historiográficas actuales, el autor sostiene que la Revolución mexicana es un fenómeno coherente que merece un lugar en el panteón de las grandes revoluciones. Hoy es posible tener una visión general de ella, si bien muy matizada por las diferencias regionales, sectoriales, individuales y culturales. ramón cota meza

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a presente colección de ensayos retoma la narración y los temas principales de La revolución mexicana del mismo autor (fce, 2010; Grijalbo, 1996), en diálogo crítico con las diversas corrientes de interpretación del fenómeno en los últimos 40 años. Knight mantiene con solvencia su interpretación general de la Revolución mexicana como fenómeno coherente y unidad de análisis histórico válido, sin descuidar la enorme diversidad regional, sectorial y de actores y los avatares del proceso mismo. En palabras de Javier Garciadiego, La Revolución mexicana de Alan Knight es “la más importante historia general… Puede decirse que es un libro ya clásico sobre el tema”. El título La revolución cósmica podría prestarse a equívocos, pero se trata, en palabras del autor, de un “concepto literario caprichoso” que hace eco juguetón del concepto “la raza cósmica” de José Vasconcelos. Así como para Vasconcelos el mexicano es un “ser híbrido”, para Knight la Revolución mexicana es un fenómeno híbrido también, con elementos de otras grandes revoluciones entretejidos en un tapiz nacional propio y vivo. Por su originalidad y sus consecuencias, la Revolución mexicana pertenece al selecto club de las grandes revoluciones: la inglesa, la francesa, la rusa, la china, la boliviana y la cubana. El tema principal del libro es responder la debatida cuestión de si la Revolución mexicana fue un éxito o un fracaso. Las palabras éxito y fracaso pertenecen al vocabulario de la historia, porque la historia tiene que ver con seres que buscan metas conscientes (Marc Bloch). En sentido “técnico”, la Revolución mexicana es para Alan Knight un éxito porque derrotó a la contrarrevolución y sobrevivió. Desde el punto de vista “normativo” (logros y fracasos respecto de ciertos criterios) también lo fue porque pudo introducir las grandes reformas que se propuso. Los grandes ganadores fueron los sonorenses porque dominaron el proceso y crearon el nuevo estado: se anotaron un “jonrón histórico”. La gran troika de Obregón, Calles y Cárdenas fue un equipo de talento sin par. Hay evidencia dura y suficiente para mostrar que el país cambió radicalmente debido a la Revolución. El cambio fue político, económico, social y, en cierta medida, cultural, sin ser uniforme, más bien variable por regiones, por comunidades y por sectores. El cambio político consistió en el paso de un sistema oligárquico y personalista a otro más popular y populista, basado en organizaciones masivas. No fue un cambio democrático en el sentido clásico, liberal, representativo, pero abrió cauces a la participación popular en sentido progresista. El populismo no fue arbitrario sino “rutinizado” o institucional. La Revolución mexicana inició como un proceso liberal democrático en 1910, cuya derrota por la contrarrevolución en 1913 instaló en los revolucionarios la convicción de no cometer el error de Madero. De acuerdo con Knight, el proyecto made-

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rista no fracasó porque el pueblo mexicano fuera adverso a la democracia. Hay evidencia suficiente de gran participación electoral desde la época de Díaz. El fracaso de Madero no debe buscarse en la maldición antidemocrática de los tlatoanis y los virreyes, sino en la intención de introducir la democracia en el contexto adverso de una sociedad tensa y polarizada por huelgas, toma de tierras, rebeliones, bandidaje y motines urbanos. Para no repetir el error de Madero, los revolucionarios, a partir del triunfo armado en 1920, comenzaron a crear un Estado centralizado que mantuvo los principios liberales y democráticos en la letra, pero que en la práctica impuso un régimen de tintes autoritarios basado en una maquinaria de clientelismo controlado y caciquil. No obstante, la transformación del país fue real. Los campesinos consiguieron sus tierras aunque no todos en la forma deseada. La dinámica agrarista empezó como proceso autónomo desde abajo, pero a medida que el Estado se fue consolidando, el reparto de la tierra se volvió un proceso centralizado, sujeto a cálculos de poder y con desviaciones como la introducción del ejido colectivo. Pero no derivó en una solución totalitaria estilo soviético. El nivel de vida de los campesinos aumentó, aunque no de manera uniforme. La Revolución no produjo al movimiento obrero, pues éste venía manifestándose constantemente desde el Porfiriato, pero le permitió crecer, organizarse y expresar sus demandas hasta el punto en que hubo una suerte de colonización obrera del Estado. A fines de la década de 1920, casi la totalidad de la clase obrera estaba sindicalizada y sus líderes ejercieron gran influencia en las decisiones del gobierno. Las tendencias anarquistas fueron neutralizadas o marginadas hasta su extinción. Con altas y bajas, el poder adquisitivo de la clase obrera aumentó. La Revolución se apoyó en el crecimiento capitalista, pero con fuerte intervención del Estado y canalización política de la presión popular. El buen sentido capitalista de Calles se mostró en la manera en que contrarrestó los efectos de la Gran Depresión con medidas anticíclicas. La relación del Estado con varias empresas extranjeras fue inestable, mas no por hostilidad ideológica de los revolucionarios sino por las circunstancias económicas mismas. La nacionalización del petróleo no fue un acto arbitrario, sino que atendió a una fuerte presión obrera en una coyuntura internacional propicia. En suma, la Revolución fue un movimiento social amplio, no una estrecha lucha por el poder de líderes corruptos y ambiciosos. Su muerte por mil cuchillazos revisionistas ha sido muy exagerada. Fue una verdadera revolución que merece su lugar en el gran panteón de las revoluciones, tanto por los hechos revolucionarios mismos como por sus radicales consecuencias en el periodo 1920-1940. No originó una transformación total y holística como la que pretendieron impulsar las revoluciones rusa, china y cubana, sino una suerte de ingeniería social radical. El totalitarismo tipo europeo no apareció ni como tentación.

La Revolución terminó en 1940 en el sentido de que las tendencias radicales fueron eliminadas; pero el cambio desarrollista trazado por Obregón y Calles continuó, si bien en forma mucho más gradual. Se formó una clase media y una configuración política estable en el contexto macropolítico de la Guerra Fría. A diferencia de muchos historiadores contemporáneos que se han dedicado a estudiar regiones, episodios, procesos y personajes específicos de la Revolución, Knight mantiene una perspectiva general, aunque muy matizada. La Revolución mexicana no es para él un monolito sino un mosaico en el que, no obstante, se pueden discernir patrones y estructuras. Podemos respetar a los historiadores de aspectos particulares de la Revolución y nutrirnos de sus hallazgos, pero no necesariamente renunciar a las explicaciones generales. Los giros interpretativos hacia la “historia de barro” (los de abajo) y luego hacia aspectos regionales y particulares de la Revolución son producto de la historia misma. Los nefastos sucesos de 1968, 1971, 1976 y 1982 fueron vistos como resultado de un pecado original del movimiento. Los historiadores sintieron la responsabilidad de exponer cuándo y cómo había ocurrido la caída del hombre revolucionario. El énfasis en la historia de barro puede verse como una respuesta al agotamiento de la retórica revolucionaria oficial. Resultó entonces que la Revolución mexicana había sido más variada y complicada que la imagen oficial heredada. Los grandes caudillos de la historia de bronce eran menos nobles e importantes. Las metas revolucionarias habían sido mixtas y hasta contradictorias. Los logros habían sido parciales y hasta negativos. De todas las corrientes revisionistas, la más importante es la historia local y regional, que hizo pedazos la interpretación de la Revolución como proceso nacional monolítico. Luego vino el segundo giro interpretativo, éste enfocado en la historia cultural (etnicidad, género, tradiciones). Los rebeldes campesinos resultaron sujetos con ideas e identidad propias. Nada de esto hubiera sido posible sin la proliferación de los centros de estudio o, la apertura de archivos locales y el mejoramiento de su gestión a partir de la década de 1970. Como es obvio, esto fue resultado de la acción misma del Estado y de su compromiso con la educación, una de las metas de la Revolución. Con el paso del tiempo podemos tener una visión más sobria, matizada y objetiva de la Revolución mexicana y considerarla como hecho histórico, no como reliquia nacional ni como objeto de disputa ideológica. Sus procesos son vistos ahora como mucho más fluidos y fragmentados. No obstante esta complejidad, el fenómeno presenta patrones coherentes. Hoy predomina una suerte de perspectiva posrrevisionista que mantiene la crítica a la historia oficial, la preocupación por los de abajo (subalternos) y los de afuera (provincia) y el reconocimiento de los factores culturales. Los actores tienen motivos diversos y el Estado se ve ahora más limitado que el Leviatán alguna vez imaginado. Hay un tornasol de varias interpretaciones en juego: la que reconoce a un Estado poderoso pero popular, progresista y benefactor (herencia de la historia oficial), la que ve un Estado poderoso pero autoritario y opresor y la que ve a un Estado no tan poderoso, más variable a través del tiempo, y capaz tanto de opresión como de reforma. Con el paso del tiempo y la transformación política, la historia mexicana se encuentra menos politizada y el maniqueísmo histórico se ha esfumado. Al respecto, se puede comparar la conmemoración de los 50 años de la Revolución en 1960 (véase México: cincuenta años de revolución, fce, México, 1960) con la de los 100 años en 2010, presidida por el gobierno de un partido que nació como reacción contra la Revolución. En conclusión, para Knight no hay espacio para una nueva interpretación general de la Revolución mexicana, pero quedan muchos aspectos por explorar y cabos por atar, los cuales podrán ser integrados al cuadro general para darle más coherencia pero también más heterogeneidad. Respecto de la Revolución mexicana no podemos escapar al lugar común: “Muchos Méxicos, muchas revoluciones”. • La revolución cósmica. Utopías, regiones y resultados, México 1910-1940, Alan Knight, México: fce, 2015, 196 pp.

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Una vida comprometida: Rodolfo Stavenhagen (1932-2016) Pocos intelectuales mexicanos canos tan discretos fo Stavenhagen, e influyentes como Rodolfo fallecido en noviembre de 2016. Presentamos migo y cofrade Jacques la remembranza de su amigo óatl y Guadalupe, Lafaye, autor de Quetzalcóatl as obras Los conquistadores y otras sa editorial. sobresalientes de esta casa jacques lafaye

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na vida, vida intelectual en particular, es fruto de una experiencia vital modelada por influencias personales y es típica de un fenómeno generacional, como lo percibió Ortega y Gasset. Si se enfoca de esta manera la vida de Rodolfo, se imponen unos datos masivos: fue un “niño de la Guerra”, se entiende que de la segunda Guerra Mundial en Europa; que esto fuera traumático lo puedo atestiguar por ser niño europeo de la misma generación. Como él, yo salí al éxodo en 1940, no por mar sino por tierra, bombardeado y ametrallado por la fuerza aérea del Tercer Reich. Pero pude regresar a mi casa, intacta, tres meses más tarde; Rodolfo regresó a Fráncfort muchos decenios después, invitado a dictar una conferencia en la Universidad. Por si fuera poco todo lo anterior, no nos olvidemos de que Rodolfo era un niño alemán que hablaba alemán con sus padres, mientras sus abuelos morían en un campo de concentración, también alemán. Cuando gracias a las amistades germánicas el ya adolescente Rodolfo fue invitado por Gertrude Duby (Gertrude Loertscher, suiza-alemánica) y Frans Blom (danés) a conocer la Selva Lacandona y sus indios, en 1949, sus anfitriones hablaban en alemán. Si el joven Rodolfo, que ya se estaba convirtiendo en todo un mexicano, sintió nacer su vocación antropológica en esta circunstancia, o si fue en un trabajo de campo posterior entre los indios mazatecos, no lo sabemos con seguridad. Sí sabemos, en cambio, que la primera circunstancia que influyó en su vocación de “defensor de los indios” fue la pasión de su padre Kurt Stavenhagen, quien logró juntar una de las más importantes colecciones de obras prehispánicas, tanto líticas como cerámicas. Yo tuve el privilegio de visitarla guiado por él mismo (unos años antes de conocer a Rodolfo), estuvo presente su madre, una señora con distinción tal que me hizo pensar en las que pintara Gustav Klimt en Viena, pero a ella la retrató Diego Rivera, amigo, con Frida, de la pareja. La colección Stavenhagen ha sido donada por Rodolfo a la unam y está en exposición permanente en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco. También gracias a las amistades germánicas, Rodolfo pudo ir a estudiar arte en la Universidad de Chicago, donde escuchó también las conferencias de Robert Redfield, amigo de Frans Blom; lo cual no pudo más que confirmar su deseo de dedicarse al estudio antropológico de los indios de México. Los campos de Redfield habían sido Yucatán y Tepoztlán. Ya en los años cincuenta se invitaron a la enah eminentes antropólogos de Estados Unidos, a iniciativa, principalmente de Pablo Martínez

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del Río y Pedro Bosch Gimpera, y posteriormente de Ángel Palerm, quien había sido funcionario de la oea. Rodolfo ingresó a la Escuela Nacional de Antropología e Historia, donde siendo estudiante hizo un trabajo de campo como asistente de Alfonso Villa Rojas (ex colaborador de Redfield), entre los mazatecos, “hombres sin tierra” (Luis Suárez, 1969), expulsados de su solar ancestral por el “progreso”: la construcción de la presa Miguel Alemán en la cuenca del Papaloapan. Al año siguiente volvió Rodolfo a esta región como colaborador del Instituto Nacional Indigenista (ini), dirigido entonces por Alfonso Caso, quien tenía como subdirector a Gonzalo Aguirre Beltrán. Pero su tesis de maestría la dedicó a una población flotante, la de Tijuana, naciente ciudad de frontera en los años cincuenta. Se da el caso de que su hijo Gabriel está ahora filmando en la frontera norte, según me dice su hermana Marina, también conocida cineasta. A raíz de estas experiencias de campo y en medio de las polémicas intelectuales y políticas del momento, Rodolfo quedó desilusionado de la deriva burocrática del Estado nacido de la Revolución, así como del dogmatismo marxista-leninista imperante. Ya en aquella obra de juventud escribió: “La constitución de una disciplina social única (que incluya la antropología social y la sociología) debe ser el próximo paso lógico, particularmente en México, donde los antropólogos han hecho ‘sociología’, y donde la sociología apenas está comenzando a constituirse en una ciencia de la investigación científica” (Introducción a Tijuana 58, edición de El Colegio de la Frontera Norte, 2014). Rodolfo se trasladó a París en 1959, donde se doctoró en La Sorbona en 1965, con una tesis titulada Las clases sociales en las sociedades agrarias, bajo la dirección de Georges Balandier, quien era entonces un joven profesor, fraternal con sus estudiantes (le llevaba algo más de diez años a Rodolfo; falleció tres semanas antes de él). Balandier era lo que se catalogaba entonces en Francia como “un africanista”; su campo de investigación era el África subsahariana (Afrique noire); tuvo relación con Cheikh Anta Diop, el prohombre de “la Négritude”, y estudió en particular la clase obrera de Senegal. Esto no era original en la fecha; Bourdieu estudió la clase obrera en Argelia, Touraine la clase obrera en Chile… El trabajo de Balandier en Senegal podría resumirse como el estudio de los efectos perversos de la colonización, seguidos de una supuesta descolonización, que no pasó de ser un neocolonialismo. Según escribió el maestro de Rodolfo: “Ninguna sociedad está jamás totalmente liberada de su pasado” y también: “Nunca se insistirá bastante sobre el hecho de que la relación generalizada de las sociedades actuales ha llega-

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do a ser el dato dominante” (Sociologie des mutations, 1968). La preocupación social fue general en nuestra generación, la actividad intelectual era inseparable del compromiso político. En el aspecto intelectual y teórico este interés se confundía con el cuestionamiento del análisis clasista: la alianza entre obreros y campesinos para hacer la revolución, el modelo estalinista y el modelo maoísta, etcétera… Rodolfo impulsó, seis años antes de la Primera Declaración de Barbados, la sustitución del modelo étnico al modelo clasista, como principio de análisis y explicación. Lo que mostró Rodolfo en sus famosas Siete tesis equivocadas sobre América Latina es que la descolonización política de la América Latina, igual que la reciente de África, no había puesto fin al colonialismo, que había pasado de externo a interno en unos decenios. Así escribió: “las regiones subdesarrolladas de nuestras naciones juegan el papel de ‘colonias internas’; por ello, en lugar de plantear el problema de las naciones de América Latina en términos de ‘sociedad dualista’, sería más conveniente hablar de ‘colonialismo interno’” (primera tesis). El título Siete tesis… fue una alusión implícita (pero transparente en aquella fecha) a los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana de José Carlos Mariátegui (1928), que postulaban una sociedad dualista, medio feudal (rural), medio burguesa (urbana); un análisis marxista clásico de la cuestión agraria. Ya Miguel Ángel Asturias había precedido al peruano con una tesis sobre: Sociología guatemalteca: El problema social del indio (1923), un cuadro aterrador de la miseria indígena en todos sus aspectos, manifiesto humanitario y antirracista precursor de la generación indigenista. Antes de presentar su tesis, Rodolfo se había mudado a Río de Janeiro, como miembro del Centro Latino-Americano de Pesquisas em Ciencias Sociais; tanto este centro como el Museo Paulista y otras instituciones como la FUNAI (Fundação Nacional do Índio) vivieron en aquellos años un clima de controversias, igual que el ini de México. La visión de Brasil de Gilberto Freyre en Casa-grande e senzala (1933), y en Interpretação do Brasil (1945) fue matizada por Sérgio Buarque en Raizes do Brasil (1936), y abiertamente rebatida por un grupo de antropólogos de la generación siguiente, la de Rodolfo, quien pasó entre ellos los años inmediatamente anteriores a la elaboración de sus Siete tesis. Estos antropólogos, varios de ellos también políticos (como Fernando Henrique Cardoso, que llegó a ser Presidente de Brasil, Darcy Ribeiro, quien fue gobernador del Estado de Guanabara), cuestionaron radicalmente la visión feudal de la historia nacional. Otro, Roberto Cardoso de Oli-

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una vida comprometida: rodolfo stavenhagen (1932-2016)

veira, investigador del Museo Nacional de Río de Janeiro, escribió un ensayo crítico de los tópicos dominantes de la antropología titulado O índio e o mundo dos brancos, que apareció en 1964, el año anterior a las Siete tesis de Rodolfo. La cantina del museo, en la que me tocó compartir comidas con Roberto aquel mismo año, era un foro de apasionados debates sobre “el problema indio”; en Brasil se trataba de reconsiderar la política de Rondon, aplicada por el Serviço de Proteção ao Índio. Por si quedara la menor duda respecto de la inquietud, a la vez teórica y política, de los científicos sociales de aquella generación, tenemos una carta de Andre Gunder Frank a Rodolfo, fechada en 1963. Gunder Frank, judío alemán refugiado con la Universidad de Chicago, conocía íntimamente a Rodolfo desde que éste fuera estudiante en esta misma universidad; así lo revela el tono de la carta. La escribió Gunder Frank estando en Brasilia, invitado por el rector de la universidad (lo era en la fecha Darcy Ribeiro), como lo fui yo en aquel mismo verano. En esta carta, Gunder Frank hace alusiones a sus intercambios intelectuales con Roberto Cardoso, Fernando Henrique Cardoso, Octavio Ianni… pero lo esencial para nuestro propósito es que menciona a Rodolfo irónicamente, llamándole: “that guy Stavenhagen”. Lo que él esperaba de Rodolfo era que formulara la tesis según la cual la supuesta sociedad dual latinoamericana no existe; escribió explícitamente: “well, I mean to write an article demonstrating that each and everyone of this propositions is wrong”. Lo cual fue directa incitación a escribir sobre las “tesis equivocadas”, cuyo título le anticipa. Entiéndase que con esta observación no pretendo cuestionar la paternidad del ensayo más famoso de Rodolfo, sino mostrar que ha sido fruto de un debate entre investigadores afines. Gunder Frank publicó posteriormente una obra que tuvo gran eco: Capitalismo y subdesarrollo en América Latina (1967). Ahora hay que señalar que, ya en 1948, François Perroux había publicado “Esquisse d’une théorie de l’économie dominante” (Economie Appliquée), donde destacó la unidad orgánica (no se decía “globalidad”) de la economía mundial: si hay una economía dominante, tiene que haber economías dependientes. A su regreso a México, en 1965, Rodolfo publicó su ensayo polémico: “Siete tesis equivocadas sobre la América Latina” en el periódico El Día. Dicho ensayo surgió en medio de las intensas controversias de las que fue teatro la Escuela Nacional de Antropología de México, muy politizada en aquellos años. Para resumirlo, los gobiernos de aquel tiempo consideraban que el presidente Cárdenas había resuelto el problema de la población rural (todavía mayoritaria) mediante la reforma agraria. Y que a partir del presidente Alemán el problema nacional prioritario era la industrialización y la ciudadanización de los indios, esto es, “forjar patria” (según el lema famoso de Manuel Gamio). Los antropólogos, al contrario, pensaban que la crisis del ejido (provocada por la elevada tasa de crecimiento demográfico y la corrupción de los bancos de apoyo ejidal) era una prioridad y que la protección de las culturas indígenas era otra prioridad. Entre los responsables políticos y la sociedad seguía vigente (si bien no explícitamente) el viejo esquema “civilización o barbarie”, visión maniqueísta subyacente en la política de asimilación y ciudadanización de los indios. Contra esta visión se levantó la voz de una generación de antropólogos y sociólogos, la de Rodolfo. Las “Siete tesis” salieron en París al año siguiente, en 1966, en una revista de izquierda radical independiente (desaparecida en 1973). “Independiente” significaba en aquella fecha no enfeudada al Partido comunista. La revista había sido creada en 1961 por François Maspero, hijo del librero-editor vanguardista Henri Maspero. He guardado en mi archivo el ejemplar de: “Sept théses erronées…” que me mandó Rodolfo al salir la edición (la dedicatoria que me puso confirma su manejo coloquial de la lengua francesa). Este alegato ha tenido tal resonancia que se han celebrado los cincuenta años de su aparición (en 2015) con un coloquio en El Colegio de México. En aquella ocasión expresó su deseo de escribir ahora las “siete tesis correctas” sobre América Latina, desafío que le fue planteado por su amigo Pablo González Casanova (a quien llegué también a conocer en 1960, en la tertulia cotidiana de Huguette Balzola en su Librairie française del Paseo de la Reforma). Como muestra de la obra institucional de Rodolfo Stavenhagen, a partir de 1969 realizó investigaciones como miembro del Instituto Internacional

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de Estudios Laborales de la Organización Internacional del Trabajo en Ginebra, por otro nombre la oit. Su papel crucial en el establecimiento de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, México, a partir de 1974, fue una manera de proteger el patrimonio intelectual de dicho organismo, cuando la dictadura chilena amenazaba con aniquilarlo. Se debe también a él la fundación del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México, que dirigió entre 1973 y 1976, y de un Doctorado en Ciencia Social, con especialidad en Sociología, única oferta de formación de investigadores sociales que existía en el país en aquella época. Posteriormente residiría de nuevo en París como director de la División de Ciencias Sociales de la unesco (esto es subdirector general de la institución). En 1992 fundó en México, junto con Marie Claire Acosta, Jorge Carpizo y Sergio Aguayo, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, surgida de la Academia Mexicana de Derechos Humanos, creada en 1984. En 1996 salió por el unrisd (The United Nations Research Institute for Social Development) la obra más acabada de Rodolfo: Ethnic Conflicts and the Nation-State (Macmillan Press, 1996). Este libro, de 324 páginas de tipografía apretada y estrechos márgenes, cubre toda la problemática de los conflictos étnicos en el mundo: hubo 30 guerras de secesión desde 1945, y sólo 14 consiguieron un estatuto de autonomía, y 50 países tenían conflictos étnicos en 1996. Rodolfo, en esta auténtica obra maestra, ha profundizado el análisis sociológico y político, conceptual y diplomático, en todas sus facetas y su complejidad, que reflejan las siguientes citas (que tomamos de la edición en español de Siglo XXI): El ecocidio y el etnocidio son dos procesos entrelazados y, como resultado, la lucha por el medio ambiente es una lucha por la supervivencia de los grupos étnicos y también sus culturas (p. 16). Así podemos concluir que las etnias se transforman en naciones cuando logran crear estructuras de Estado mediante dinámicas históricas variables, o cuando una estructura de Estado constituida se convierte en el marco que da forma nacional a una o varias etnias (p.26). Por último, entre los estudiosos de la etnicidad está de moda actualmente tratar los problemas conceptuales mencionados negando cualquier “realidad” a los grupos étnicos como tales. Lo que parece ser más importante es el “discurso” sobre la etnicidad, es decir, la forma en la que la gente inventa o construye su etnicidad o la de otros (p. 33).

En las conclusiones se leen diagnósticos como éstos: El término “etnicidad” tiene sin duda alguna utilidad, pero ¿en realidad no estará simplificando y abarcando en conjunto a fenómenos diversos que antes se denominaban “lucha de clases”, “guerra de liberación nacional”, conflictos en torno a la “construcción nacional” o simplemente una “lucha por el poder”? ¿La etiqueta “étnico” en realidad ayuda a explicar y distinguir cierto tipo de conflicto de otros o, por el contrario, sólo confunde los problemas? (p. 355). En este contexto, ¿qué es ser pueblo? Definir cuidadosamente la naturaleza y características de los pueblos sujetos del derecho de autodeterminación no es un mero ejercicio de etiquetado o clasificación. Sin duda alguna, el derecho a la autodeterminación implica el derecho a la definición de sí mismo, como con toda razón argumentan las organizaciones indígenas (p. 377).

Desde su propio destino de lo que se llama en las Naciones Unidas: displaced person, Rodolfo no dejó de manifestar activamente su interés por “los olvidados”, en el caso de México, indios y campesinos (categorías que no necesariamente coinciden). Dedicó su reflexión y su acción a la protección de los seres y las culturas marginadas, no sólo en México sino en el mundo. No deja de sorprender que un hombre como él, que se veía como activista político, llegara a tener una carrera de funcionario internacional, la cual le permitió cumplir institucionalmente con su ideal. Lo debió a su modestia y humanidad, así como a su extraordinario poliglotismo: me consta que dominaba, coloquial y académicamente, cuando menos cuatro idiomas internacionales. En realidad, Rodolfo quedará en la memoria como, mutatis mutandis, un nuevo Las Casas: igual que el dominico, estuvo activo en el campo local, viajó a Europa para convencer a las instancias políticas, obtuvo “Leyes nuevas” de protección de los indios, pero con limitados efectos prácticos; puedo dar testimonio de que tuvo plena consciencia de ello. Con empatía ha intentado fomentar la “diplomacia preventiva” en conflictos étnicos, dada la escasa eficacia de la ex post facto intervención de las Naciones Unidas: fue un mediador sin igual. Para los que tuvimos el privilegio de compartir su amistad, su simpatía y solidaridad nunca se han desmentido. Hace dos años lo invité a participar en un coloquio de El Colegio de Jalisco; para convencerlo, le dije: “Rodolfo, a nuestra edad nos vamos a morir y no nos veremos más”. Me contestó: “Ah, no hables así”. Y con gusto vino. Cenamos en mi casa, con Elia y otros copartícipes venidos de la capital y del extranjero; le dije: “Rodolfo, se me ocurrió pedirte la conferencia de clausura, acordándome de que en las procesiones Eclesiásticas el Papa aparece sólo al final.”; se rio. Nos invitó a visitarlos en Cuernavaca, a Elena y a mí, pero por circunstancias contrarias no pudimos ir, y nos quedamos con el pesar. ¡Que viva su memoria! Entre sus libros se pueden destacar los siguientes: Pioneer on Indigenous Rights, Springer Briefs on Pioneers in Science and Practice, 2013 (3 volúmenes). Los pueblos originarios: el debate necesario, Buenos Aires, CTA Ediciones/ CLACSO, 2010. El desafío de la Declaración. Historia y futuro de la Declaración de la ONU sobre Pueblos Indígenas, Copenhague, Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (iwgia), 2009. Los pueblos indígenas y sus derechos, México, unesco, 2007. La cuestión étnica, México, El Colegio de México, 2001. Ethnic Conflict and the Nation-State, Londres, McMillan, 1996. Entre la ley y la costumbre: el derecho consuetudinario indígena en América Latina, México, Instituto Indigenista Interamericano, 1990 (en colaboración). Derecho indígena y derechos humanos en América Latina, (México, El Colegio de México, 1988 (en colaboración). Desarrollo agrícola y estructura agraria en México, México, Fondo de Cultura Económica, 1974. Sociología y subdesarrollo, México, Nuestro Tiempo, 1972. Las clases sociales en las sociedades agrarias, México: Siglo XXI, 1969. Tijuana 58. Las condiciones socioeconómicas de la población trabajadora de Tijuana, México, El Colegio de la Frontera Norte, 2014, (tesis de Maestría, enah, 1959). •

Rodolfo Stavenhagen fue relator especial de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y Libertades Fundamentales de los Indígenas entre 2001 y 2008. La resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas para la Declaración de la ONU sobre pueblos indígenas, de 2007, debe mucho a las encuestas y a la obstinación constante de Rodolfo; él mismo la calificó como un “Desafío” (en el título de su publicación). En 2010, pidiendo la aplicación de los Acuerdos de San Andrés, Rodolfo declaró en el Senado: “se debe reconocer el derecho colectivo de los pueblos indígenas con su derecho a la libre autodeterminación. Recuerdo que cuando discutíamos este concepto un sector del gobierno nos decía que los indígenas querían establecer otro país. Nada más falso: quieren libre autodeterminación para participar en la decisión de su desarrollo”.

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Navegar el mar de los deseos Texto leído en la fil Guadalajara sobre El mar de los deseos. El Caribe afroandaluz, historia y contrapunto, de Antonio García de León, historia de las formas musicales originadas en el Caribe colonial. García de León es autor también de Tierra adentro, mar en fuera. El puerto de Veracruz y su litoral a Sotavento, 1519-1821 ( ), Premio Haring 2016. pablo espinosa

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as aguas erotizadas, los mares de los deseos, la historia cantada. Cuando el doctor Antonio García de León me hizo el honor de invitarme a participar de esta mesa de privilegio, asombrado y emocionado le dije de inmediato: “Pero Toño, sé que sabes que no soy historiador, no soy académico”. “Pero eres jarocho”, me aniquiló. Y entonces me percaté de que mi responsabilidad como lector de ese libro, como los muchos que he leído sobre la historia de la música, consiste en situarme como lo que soy: un lector que escucha, un escucha que lee. Y ubiqué a la vez mi escritura sobre música, que no consiste en producir textos de musicología sino que son escritos resultado del asombro. Y al leer este libro fascinante, El mar de los deseos, que ahora nos reúne, escuché el mar, bailé danzas rituales, compartí los cantos de encantamiento y conversé con el autor, como seguramente lo harán los futuros lectores que se bañen en este mar de deseos, y pude entonces decirle a Toño, a quien nos habla en este libro y no de manera engolada, doctor Antonio García de León. Toño es querido, respetado, admirado por las legiones de jarochos que disfrutamos de su bonhomía y de su gran calidad como músico. Porque, qué mayor autoridad moral de un historiador que habla de un tema que no sólo conoce, sino lo practica. Como todo verdadero científico que se respete, el doctor García de León conoce su materia, la degusta, la cultiva de manera semejante a como Oliver Sacks probó los medicamentos que prescribía a sus pacientes y así pudo contar con verosimilitud y asombro propio las historias de sus libros fascinantes. Los libros de un científico que dialoga con sus lectores. La autoridad moral del doctor García de León la podemos poner en nuestra mente así: con una mano sostiene un vasito con ron mientras en la otra enarbola una jarana, él tiene puesto un sombrero inconfundiblemente jarocho: de color claro y hendiduras amplias como si el viento del Sotaven-

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to las hubiera esculpido y su paliacate rojo vibra como las velas frente a las cuales Pascal Quignard pone a temblar a los contemporáneos de Georges de La Tour. “Temblaba ante las velas, así comienza el siglo xvii”, escribe Pascal Quignard, y anuncia en la misma página: “En 1600, un niño de siete años, mientras permanece frente a un horno de panadero, ignora que va a consagrar su vida a eso: a poner al hombre frente a sí mismo con la ayuda de una llama”. El doctor García de León ha consagrado su vida a poner al hombre frente a sí mismo con la ayuda de una llama. La llama del conocimiento, de la investigación científica rigurosa pero también, como buen jarocho que es, rompe la solemnidad del lenguaje académico y nos pone a vibrar con su prosa. Y es que la materia que lo ocupa tiene esa naturaleza antisolemne, sencilla, sin tapujos, con la gracia y el encanto de la cultura de Sotavento. Recordé en ese punto el contenido de un disco que compré cuando estudiante. Era un elepé de la colección de grabaciones de campo del Instituto Nacional de Antropología e Historia, institución en la que por cierto nuestro autor es investigador emérito. Puse el disco a sonar, y cuando escuché lo que reproduciré enseguida, tuve que regresar la aguja varios surcos atrás, tanto por el disfrute como por el asombro. Estos versos decían así: Para ver que sentía Para ver que sentía yo enamoré a una preñá Yo enamoré a una preñá para ver que sentía Y allá por la madrugada la preñada me decía: Bájate hijoelachingá, que estás matando a la cría.

Con ese desparpajo disfruté la lectura de este libro que se convertirá en un nuevo disco, como lo es ya la obra anterior de Antonio García de León: Tierra adentro, mar en afuera. El puerto de Veracruz y su litoral a Sotavento, 1519-1821, distinguido por la Asociación Americana de Historia, entre más de 1 300 trabajos sobre el tema, con el Premio Claren-

© andrea garcía flores

ce H. Haring, considerado el Nobel de los historiadores. Toño también es nuestro glorioso Premio Nacional de Ciencias y Artes en Historia 2015. El rigor metodológico de El mar de los deseos lo disfruta el lector tanto como los muchos misterios descubiertos. Tecnicismos como “índice de retención”, “comercio inmaterial”, “variables dialectales”, “isoglosas” e “isomusas”, la “lingüística histórica” y los “papiamientos musicales” se ventilan en acompasado diapasón en la forma sonata que adquiere este libro: tres movimientos y ocho apartados. Su lectura nos mantiene en el vaivén propio de la marea, en los pleamares y bajamares. Vemos cobrar vida a El nacimiento de Venus de Botticelli, pero en lugar de esa rubia voluptuosa emergiendo desnuda de las aguas dentro de una concha marina, vemos a una mulata que mueve sus amplísimas caderas mientras el mundo entero se estremece. Tiembla frente a las velas. Somos testigos, al leer este libro, de la primera globalización económica y cultural que se dio en los siglos xvi y xvii en el Caribe, como en el Mediterráneo, mientras nos sentimos mecidos por el viento en una hamaca y nuestra epidermis sudorosa es atacada por mosquitos y danzan por ahí Vivaldi, Scarlatti y Händel escapados de la novela Concierto barroco de Alejo Carpentier. Tenemos frente a nosotros la historia del andar del mar. De sus sonares, de sus andares, con el espectro musical y poético del primer Caribe colonial, conocido en todas sus regiones como fandango. He aquí un libro gozoso, un mar de descubrimientos, una invitación a mojarnos en las aguas erotizadas de nuestra historia, de lo que somos. En nombre de todos los lectores no académicos que amamos el conocimiento, agradezco al doctor García de León, a nuestro querido Toño, por este fandango maravilloso que es su libro. Porque a usted, admirado científico y fandanguero, como decimos en son de admiración superlativa en Veracruz, le rezumba el mango, caballero. •

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El Cervantes de Nacho Padilla To Tomar la ficción como realidad, y el mundo real co como objeto de ironía, ese juego de espejos donde se refleja el hecho literario, es el legado de Cervantes a la literatura moderna. Así lo concibió y lo ejerció Ign Ignacio Padilla, como lo hace ver el autor de esta bre breve y elaborada disquisición. pedro ángel palou

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ara Nacho, Cervantes era la máquina narrativa por excelencia. El que, en su caso, podríamos llamar factor Cervantes, representaba el lado lúdico de lo literario, la experimentación estructural. El autor del Quijote era caro a Padilla, no por lo lingüístico, sino por la profunda subversión textual de algunos temas que siempre fascinaron al autor de Amphytrion: el doble, la máscara, el monstruo, el diablo, la gruta y la caverna —lo mismo la Cueva de Montesinos que la espeleología—, el teatro dentro del teatro, lo metaliterario como metáfora de la manera en que opera toda literatura. Del Quijote, Nacho abrevaba, pero también se permitía conjeturar. ¿Quién cuenta la novela? En los prólogos el autor finge ser el único escritor, pero luego Cide Hamete y el traductor lo complican todo. Y en la segunda parte el personaje se sabe ya, plenamente, personaje de un libro. La segunda parte responde al lector de la primera, responde al falso Quijote de Avellaneda. Nada más cercano a Nacho que ese juego de espejos que se refleja en otra pregunta central de Cervantes, la naturaleza de la ficción. Una naturaleza particular, digamos, descentrada de lo real. Es una ficción que se finge real y se vuelve aún más ficción debido a esa pretensión de realidad. Desde la cuestión nominal tan importante para el autor de La Gruta del Toscano como para su maestro: Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quixada o Quesada, que en esto hay alguna diferencia entre los autores que deste caso escriben: aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quijana (I: 1).

Nos estamos preguntando, en realidad, si el personaje fue —es— persona de carne y hueso. En la novela hay un principio básico: un hombre que juega a ser otro. El narrador carece de informes fidedignos, y de los que propone, Quixada o Quesada, no está tampoco cierto. Cervantes logra que se juegue a ser otro, incluso “jugando con las palabras”, por ejemplo, su jamelgo, que antes era “Rocín”, ahora es “Rocinante”. Es decir, la transformación primero es lingüística. Debemos pues imaginar la biografía de Quijano antes del Quijote (referencia a Trapiello que escribió la biografía después del Quijote). Su infancia, sus fantasías, su sexualidad (por qué prefería mujeres inventadas también), etc. Que incluya las razones del cambio de identidad. El autor llama caballero a su personaje porque es ya pura y simplemente el protagonista de un libro de caballerías. Es entonces la biografía de la primera parte el ejercicio de alguien que quiere ser algo y alcanza a serlo, puesto que en la continuación de su historia se le reconoce tal de manera explícita. Entonces el protagonista de la historia ha pasado a serlo de un libro publicado. Como en Carlos Fuentes, que escribió todo un arte de la lectura basado en su propia visión de Cervantes —Terra nostra como resultado narrativo—, el factor Cervantes en Ignacio Padilla es el que, creo, genera su idea de lo literario. Me explico con una cita que es en realidad una interrupción. El curio-

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imp so impertinente —intercalado en la novela— está siendo leído en tiempo real, y de pronto: Se suspende la lectura, acuden al camaranchón y hallaron a don Quijote en el más extraño traje del mundo: estaba en camisa, la cual no era tan cumplida que por delante le acabase de cubrir los muslos, y por detrás tenía seis dedos menos; las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello y no nada limpias. Tenía en la cabeza un bonetillo colorado, grasiento, que era del ventero. En el brazo izquierdo tenía revuelta la manta de la cama […] y en la derecha desvainada la espada, con la cual daba cuchilladas a todas partes, diciendo palabras como si realmente estuviera peleando con algún gigante; y es lo bueno que no tenía los ojos abiertos, porque estaba durmiendo y soñando que estaba en batalla con el gigante que fue tan intensa la imaginación de la aventura que iba a fenecer, que le hizo soñar que…

La ficción y la realidad son una y la misma cosa en Padilla, igual que en su maestro Cervantes. No sabremos nunca dónde empezó una y dónde termina la otra en tanto supuesto hombre real, por la prueba del mundo propicio, congruente. Para el caso no importa que el mundo —la casa de los duques, por ejemplo, en el capítulo XXXIII— haya sido un escenario teatral poblado de verdaderos actores, porque don Quijote lo toma por verdadero, o hace como si lo fuera, o se ciega voluntariamente para creer en él, para aprovecharlo. Pensemos en el niño que está obligado a inventarse un juguete (no el que lo posee, sino el que crea un castillo de una caja). De la misma manera don Quijote crea el mundo que necesita. Don Quijote tiene siempre una visión correcta de lo real pero es como un niño que se irrita si alguien le vierte en la cara que su caja no es un castillo, que éste no existe. El narrador, así pues, afirma que el personaje confunde la realidad porque está loco, pero luego nos da pistas para saber que el personaje ve tan claramente las cosas como Sancho o el lector mismo. Por eso quizá el tema de la ironía, el de la melancolía cervantina, le interesaban tanto a Nacho Padilla. Es esa mirada crítica del lector la que pondera. En el ensayo “La moral y la fábula” Enrique Lynch plantea una duda: ¿Por qué estoy tan dispuesto a ceder en mi autonomía moral cuando me pongo en contacto con la literatura? La fábula y la sátira pertenecen a un género híbrido, bifurcado entre literatura y filosofía. Los relatos o narraciones morales que se producen en la confluencia entre un desasosiego suscitado por el sinsentido de los valores y un anhelo para reformar las conductas individuales. La idea de que la literatura sirve como técnica para cambiar las conductas anima la escritura de los moralistas. ¿En qué punto se tocan estas dos concepciones? Fabula y sátira revierten para moralizar […] ¿Por qué es lícito extraer un conocimiento moral de nosotros mismos por el mero hecho de recrear literariamente las acciones protagonizadas por otros?.

ciamiento de los demás, por la pérdida del vínculo con la realidad: la sensación de no pertenecer, de ser incapaces de comunicar la desesperanza. Como en el Pantagruel de Rabelais, donde uno de los recursos para dar cara a la aflicción es la parodia. De hecho es un tema presto para suscitar la risa: “Ya he dado en don Quijote pasatiempo al pecho melancólico y mohino”, escribe Cervantes muy renacentista; usando el término melancolía como mohín, la paradoja se acentúa: la melancolía es fuente de alegría. Y esto ya estaba desde Aristóteles, que puso de manifiesto que todos los hombres eminentes han sido melancólicos. Igual en Cicerón, que usando el concepto platónico de “furor divino” insistió en que los grandes creadores y transformadores son melancólicos. Sólo en la Edad Media, a través del pecado de la acedía, madre de todos los vicios, se asiste con el Renacimiento a una rehabilitación del papel positivo de la melancolía. Es el ocio valorado de Angelo Poliziano que lleva a la vita speculativa sive studiosa del Homo literatus o el centro del discurso de Pico della Mirandola: de Homnis dignitatis. No es gratuito que un neoplatónico como Marsilio Ficino nos indique que Platón colocaba la parte más alta del espíritu (mens) bajo el imperio de Saturno, el más alto de los planetas, cuyos hijos son melancólicos. No es gratuito, tampoco, que la mejor representación de esta idea esté en el mejor ilustrador del Quijote, Alberto Durero, quien en su grabado famoso Melancolía I resume el ideal renacentista del hombre apesadumbrado por sabio. Sin embargo, los sabios rehúyen la corona de laureles y, a diferencia de Sancho, que busca la gobernatura de la ínsula, don Quijote preferirá ser a beautiful loser: … Por mis valerosas, muchas y cristianas hazañas he merecido andar yo en estampa en casi todas o las más naciones del mundo; treinta mil volúmenes se han impreso de mi historia y lleva camino de imprimirse treinta mil veces de millares (II, XVI).

Ese fue, literariamente, Ignacio Padilla. El factor Cervantes, acaso una fórmula infinita, nos puede seguir ayudando a entender una obra que, lamentablemente, no seguirá escribiéndose. Nos queda la lectura de lo que Nacho sí alcanzó a escribir. Nacho, como Cervantes, nos sigue encantando. Y al abrir sus libros nos pasará, siempre, que como a Alonso Quijano nos encontremos: … mirando a todas partes por si descubría algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse y donde pudiese remediar su mucha hambre y necesidad, vio no lejos del camino por donde iba una venta, que fue como si viera una estrella, que no a los portales, sino a los alcázares de su redención le encaminaba.

Esa estrella, esa redención, ese camino seguirá siendo nuestra lectura de Ignacio Padilla. •

Nos ha dicho Agustín Redondo que la melancolía es el elemento más significativo de la creación cervantina. Quizá porque aparece por el distan-

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segundo concurso iberoamericano de ensayo para jóvenes 2016

Rolling Stones Presentamos el texto ganador del Segundo Concurso Iberoamericano de Ensayo para Jóvenes 2016, esta vez sobre la novela Los de abajo de Mariano Azuela, , a cien años de su primera edición. un clásico del entra paralelismos entre el México El autor encuentra rito en la novela y el México actual. violento descrito luis alberto madrigal pérez rez

How does it feel? How does it feel To be without a home Like a complete unknown Like a rolling stone? —bob dylan

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uando le preguntaron sobre la edición conmemorativa del centenario de Los de abajo, Víctor Díaz Arciniega, investigador de la uam-Azcapotzalco y responsable del volumen, aseguró que esta novela de Mariano Azuela es excepcional porque representa a “la sociedad vista en su presente inmediato”.1 No es por llevarle la contraria al valiente que se atrevió a colocarle las comas originales a un texto clásico cien años después, pero parecería que su sentencia se queda corta. ¿Acaso Los de abajo no habla también del futuro? Es uno de esos libros que cumple una función fundamental en cualquier plan de estudios de literatura de secundaria o preparatoria. Si Azuela no lo hubiera escrito, algún otro tendría que haberlo hecho, aunque sólo fuera por su atinadísimo título: profundamente mexicano en un país donde más de la mitad de la población vive todavía por debajo de la línea de la pobreza, y hondamente latinoamericano y tercermundista, pues ¿quiénes serían “los de abajo” en Noruega? Es además el libro

1 Silvia I. Gámez, “Conmemoran a ‘Los de abajo’ ”, Reforma, http://bit.ly/2a8WRLg.

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que —según nos dicen en esos años escolares— rompió con la narrativa de éxito uniforme de la Revolución mexicana y empezó a cuestionar su mitificación. Por este par de razones —un título que parece explicarse por sí mismo y una historia y personajes que parecen existir únicamente como declaración política— sería entendible que nadie leyera la novela. A final de cuentas, si se nos repite la lección eterna que nos deja Los de abajo, ¿qué importancia puede tener hojearlo en el presente? Pero ya se sabe lo que pasa con los textos clásicos cuando nos decidimos a desempolvarlos: cada quien empieza a ver cosas distintas. La supuesta enseñanza original puede quedar enterrada bajo la interpretación particular. En el libro más vendido de todos los tiempos, algunos encuentran a Dios entre aleluyas y otros una letanía de condenas misóginas y homofóbicas. Un musulmán dice que el Corán demuestra que el islam es una religión de paz y otro cita de memoria los versos que le mandan, inexorablemente, a colocar un par de bombas. Si bien la lectura contemporánea de Los de abajo no provee una novedosa interpretación teológica del mundo, sí ofrece la oportunidad de hacer a un lado los juicios institucionales que durante décadas han convertido al texto en un mero instrumento historiográfico para explicar la Revolución mexicana, arrebatándole así su sentido plenamente literario. La Biblia tiene vigencia porque está llena de buenos cuentos. Los de abajo es, aunque parezca una obviedad recordarlo, una buena novela.

© leop oldo mé nde z

Azuela se encargó de dejarla escrita de manera que pudiera ser leída como tal, aun un siglo después del contexto preciso al que hace referencia. (Quizá la aparición de la novela por entregas en un periódico contribuyó a crear alrededor suyo el aura de Historia con mayúscula, de goce estético efímero, que se atribuye a lo que aparece en los diarios.) Tómese por ejemplo que el conflicto armado mismo al que alude el libro no se menciona sino hasta el cuarto capítulo, una vez que un escuadrón sin título ya quemó la casa del protagonista. Pero cuando finalmente se le pone nombre a la lucha, tampoco queda muy claro de inmediato de qué se está hablando. “[Estos condenados del gobierno nos] han declarado la guerra a muerte a todos los pobres”,2 dicen unos pobladores de la sierra (aún sin nombre), con lo que se establece el tono atemporal y carente de referencia geográfica de una sentencia que bien pudo haberse dictado en tiempos de María Antonieta o de Porfirio Díaz. Sólo con el correr de las páginas aparecen epítetos como “carrancista” o “villista”, que empiezan a dotar de la novela de una especificidad histórica. Sin embargo, el carácter netamente mexicano y contemporáneo del libro se revela a través de otras aristas. No es difícil, por ejemplo, que a un lector entre Tijuana y Mérida se le diga que los protagonistas son

2 Mariano Azuela, Los de abajo, Fondo de Cultura Económica, México, 2011, p. 19.

perseguidos por “los federales” y no se ponga inmediatamente del lado de estos últimos, lo mismo en 1916 que en 2016. Compárese esa reacción con la de nuestro hipotético lector noruego: ¿qué clase de ciudadano es aquel que no está en el bando moral de la ley y el gobierno? “¡Quémenlo…, es federal!…”,3 clama la turba en Los de abajo cuando atrapan a un desconocido en la sierra. “¡Línchala… mátala…!, gritaban […] Su única identidad era un uniforme azul de la Policía Federal que la convertía en el enemigo a vencer”,4 narra una nota de El Universal, fechada el 25 de junio de 2016, que recupera la historia de una agente durante el enfrentamiento entre maestros y federales en Nochixtlán, Oaxaca. Ésa no es la única clarividencia de Azuela en la novela. Otro ejemplo de que Los de abajo dialoga con el futuro se encuentra en el personaje Luis Cervantes, el periodista y médico urbano que se arrima a una revuelta popular de la que sale bien parado. “¡Lo que es eso de saber y escribir!”,5 suspira Anastasio, uno de los revolucionarios, cuando discute con Demetrio Macías, el líder guerrillero, sobre las cualidades del nuevo miembro en las filas del grupo. Con esa simple sentencia, Anastasio, Macías y Azuela anticipaban el triunfo de los licenciados en México, treinta

3 Ibid., p. 23. 4 Pérez-Stadelmann, “Me rociaron gasolina”, El Universal, http://www.eluniversal.com.mx/ articulo/estados/2016/06/25/historia-me-rociaron-gasolina. 5 Azuela, op.cit., p. 50

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años antes de que Miguel Alemán se convirtiera en el primer presidente egresado de la universidad y girara el sistema político nacional de las carabinas a los despachos. La figura de Cervantes, además, es elemental en la puesta en escena de uno de los grandes temas de la novela: la orfandad revolucionaria. “¿Pos cuál causa defendemos nosotros?…”,6 le pregunta Demetrio Macías a Cervantes sin el mínimo toque de ironía, una vez que el mé médico le jura lealtad al movimiento pro progresista que cree que encabeza la pan pandilla de pistoleros a la que se ha un unido. Desconcertado, Cervantes no enc encuentra qué contestar, confrontado con una praxis que poco a poco pie pierde el romanticismo de lo teórico. “¿En dónde están esos hombres ad admirablemente armados y montad […]?”,7 se cuestiona melancótados lic licamente el periodista. No será el últ último en hacerlo. El siglo xx estuvo lleno de hombre bres y mujeres como Luis Cervantes en distintas latitudes. Se llamaban rep republicanos ahí, maoístas allá, san sandinistas acá, guevaristas en todos lad lados; millones de personas que hic hicieron una apuesta temprana por el fut futuro, muchas veces con las mejores int intenciones, sin mirar a profundida dad al camarada que tenían al lado. En la lógica revolucionaria del siglo pa pasado, denunciar los horrores del Gu Gulag o las actitudes antidemocráticas de Fidel Castro era sólo hacerle el jjuego a la derecha, a la contrarrevol volución, a los enemigos del pueblo. Me Mejor dar el gran salto adelante con est este que ahora tenemos, pese a que na nadie alcanzaba a ver si traía paracaí caídas. “Por tanto, revolucionarios, ban bandidos o como quiera llamárseles, ello ellos iban a derrocar al gobierno; el ma mañana les pertenecía; había que est estar, pues, con ellos, sólo con ellos”,8 ref reflexiona Luis Cervantes en una nov escrita dos años antes de la novela Re Revolución rusa. Sino trágico de la izquierda con contemporánea en general y de la me mexicana en particular: la ausencia de referentes claros, de alternativas reales, de plataformas verdaderamente progresistas. Un fenómeno que provoca que quienes se identifican con la izquierda en el país sientan que tienen que pasear en Coyoacán, no ver Televisa y arrimarse a movimientos como el de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (cnte) —que no busca transformar las estructuras económicas de la nación, redistribuir la riqueza o abolir la propiedad privada, sino abrogar una reforma educativa— para sentir que son oposición. Que pueden decir, como los pobladores de Luvina, que el gobierno no tiene madre, y con eso quedar muy bien en una sobremesa. En la novela, “los de abajo” son en realidad los huérfanos: aquellos que van de un estado a otro, de una sierra a otra, buscando primero a Pánfilo Natera, pero después y siempre a la sombra del otro patriarca llamado Pancho Villa, referido en términos mitológicos, casi infantiles, por quienes tendrían la edad y experiencia como para poder verlo a los ojos. “¡Ah, Villa!… La palabra mágica. El gran hombre que se esboza; el guerrero invicto que ejerce a distancia ya su gran fascinación de

6 Ibid., p. 23 7 Ibid., p. 32 8 Ibid., p. 33

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boa”,9 dice un personaje de la tropa de Macías. “¡Nuestro Napoleón mexicano!”, exclama con emoción imberbe Luis Cervantes, con lo que parece ignorar de manera deliberada lo que les pasó a los franceses revolucionarios, progresistas y democráticos que creían que el de Córcega sería lo que no terminó siendo. Ese constante errar, aunado a la ausencia de referentes ideológicos claros (¿pos cuáles?, preguntaría Macías) deja a los guerrilleros a merced de cualquier vaivén con aires de causa y la oportunidad de conseguir frijoles y algún dinero. Y es ahí donde entra en juego el aspecto más interesante de una lectura contemporánea de Los de abajo: la novela también habla, aunque sin proponérselo —y en eso se revela el carácter más literario del texto, el menos acartonado—, del narcotráfico mexicano. En 1916 las frases de Luis Cervantes eran premonitorias: aún no había evidencia histórica que respaldara una actitud más cautelosa respecto a los movimientos revolucionarios progresistas del siglo xx. Para 2016, la realidad es opuesta, y los comentarios del periodista sólo pueden caracterizarse como de una ingenuidad dolorosa. Hace cien años, pues, todavía existían el mito de Villa y el mito de la izquierda redentora. Hoy día su ausencia es un hecho dado. Si en la época de Los de abajo el gobierno le declaraba la guerra a los pobres, los pobres podían salir con sus rifles y decir que eran parte de una columna revolucionaria. Ahora los pobres siguen en guerra, agarran sus cuernos de chivo y se defienden con la siembra serrana de amapola. El sentido y fin último de la lucha es, según parece insinuar la novela, lo único que habría cambiado entre 1916 y ahora. El narcotráfico ha remplazado a la revolución popular como amparo de la violencia, pero también como la narrativa política que otorga sentido a la misma. ¿Acaso no es raro que el narco haga hoy día eso que se supone corresponde a la izquierda, como redistribuir la riqueza, construir escuelas, casas y hospitales y ampliar el campo de oportunidades sociales? ¿Es también casualidad que esas mismas sierras de Durango donde la gente acoge a los bandidos de Los de abajo, poniéndolos lejos de la mirada de los federales, sean ahora parte del Triángulo Dorado, la guarida predilecta de los narcotraficantes? Baste también recordar la razón por la cual el protagonista del libro, Demetrio Macías, se convierte en un líder revolucionario: “¿Sabe por qué me levanté?… Mire, antes de la revolución tenía yo hasta mi tierra volteada para sembrar, y si no hubiera sido por el choque con don Mónico, el cacique de Moyahua, a estas horas andaría yo con mucha priesa, preparando la yunta para las siembras”,10 le cuenta Macías a Cervantes. El cacique se conoce hoy día como el jefe de plaza, el capo. El “choque con don Mónico” suena a una extorsión no pagada por Macías. Si un sicario contemporáneo diera esa razón para justificar su línea de trabajo, pocos dudarían de la veracidad de su relato. A lo largo de la novela, Macías y sus allegados llegan incluso a

exhibir el mismo comportamiento misógino, violento y prepotente con el que narrativas contemporáneas han caracterizado ad nauseam a los narcotraficantes en el México del presente. —Oye, mozo— gritó el güero Margarito en una cantina—, te he pedido agua con hielo… Entiende que no te pido limosna… Mira este fajo de billetes: te compro a ti y… a la más vieja de tu casa, ¿entiendes?… No me importa saber si se acabó, ni por qué se acabó… Tú sabrás de dónde me la traes… ¡Mira que soy muy corajudo!… Te digo que no quiero explicaciones, sino agua con hielo… Me la traes o no me la traes? ¡Ah, no?… Pues toma… El mesero cae al golpe de una sonora bofetada.11 La escena, ambientada hace más de cien años, parece sacada de la vida de cualquier narco sinaloense en la última temporada en Netflix. Los protagonistas de la historia de Azuela comparten incluso con sus contrapartes narcocriminales la afición por los apodos. En Los de abajo no son “el Cochiloco” o “el Pozolero” quienes mueven los engranes de la historia, sino “la Codorniz” o “el Manteca”. Ambas camadas de gatilleros, pasados y presentes, establecen en sus conversaciones vasos comunicantes no difíciles de conectar. “Yo maté a un tendajonero en el Parral”, comienza su anécdota un pistolero en la misma escena de la cantina que acaba de citarse. Así se siguen las historias de orgullo asesino. “El tema es inagotable”, nos dice el narrador de la novela, en una voz que hace eco del mismo cansancio y desesperanza con que se comenta la narcoactualidad mexicana desde hace algunos años. Páginas más adelante, esa pesadumbre explícita del narrador se convierte en desprecio por sus personajes. En otra reunión, bajo el influjo etílico, arranca el tema del “yo robé”: “[Que] aunque parece inagotable, se va extinguiendo cuando en cada banca aparecen tendidos de naipes, que atraen a los jefes y oficiales como la luz a los mosquitos”. Conforme se acerca el final de la novela queda claro que Macías y compañía no son ya los revolucionarios que cambiarán a México como esperaba Cervantes —quien se larga a vivir a Texas, lejos de la praxis, como el propio Azuela—, sino seres tan intrascendentes que pueden ser comparados sin más con esos molestos insectos voladores a los que nadie da la bienvenida.

9 Ibid., p. 73 10 Ibid.,pp. 45-46

11 Ibid., p. 84 12 Ibid., p. 137

Mientras que para nuestro hipotético lector noruego Los de abajo sería una novela histórica que describe la barbarie atávica de una revolución sombreruda, para los mexicanos el libro está poblado de frases de una premonición escalofriante —“Por los caminos no puede transitar gente pacífica ahora. Usted lo sabe, mi jefe”—12 que no pueden y no deben quedar enterradas bajo la pétrea narrativa oficial construida alrededor del texto. El volumen de Los de abajo que provee las citas para este ensayo es la reimpresión número cincuenta de un libro que, dice la página de derechos, tenía cuatro ediciones hasta 2011. A éstas se suman las apócrifas, las piratas, la del centenario y las publicadas en otros idiomas.

También habría que añadir las incontables calles Mariano Azuela que uno puede encontrar en una rápida búsqueda topográfica por internet, y el hecho de que el premio Nacional de Ciencias y Artes jalisciense esté enterrado en la mismísima Rotonda de los Hombres Ilustres. El peso de una tradición cultural puede ser opresivo y más de una como la mexicana (que se cimienta como pisadas de elefante, a través de las décadas, en incontables libros de texto gratuitos, efemérides, medallas, ediciones conmemorativas), que encima de todo sirvió durante los años del régimen priista para proveer un relato de legitimidad y de coherencia literaria y política posrevolucionaria. Puede, a final de cuentas, hacer que libros como Los de abajo queden resumidos en una clase olvidable de “la novela de la Revolución” y pierdan su cariz literario a fuerza de ser encapsulados en una sinopsis fácil, didáctica y cerrada que niega las posibilidades hermenéuticas de toda creación artística. El riesgo de asegurar que un libro sólo habla de su “presente inmediato” es hacerse a la idea de que los textos del pasado no tienen nada que decirnos. Los de abajo no es un manual de soluciones para lidiar con el problema del narcotráfico ni de la violencia en México, un país donde algunos de sus primeros pobladores eran felices arrancando los corazones a sus vecinos. Nadie está diciendo que volver al texto de Azuela, a cien años de su publicación, revelará las claves secretas para comprender el fracaso nacional o la deriva de la izquierda. En todo caso, lo que este ensayo busca probar es que el libro tiene cosas que decir a los lectores de 2016, cuando el cisma entre carrancistas y villistas parece menos grave que el que separa a hipsters y mirreyes. (Aun así, sí hay advertencias en el texto sobre lo que supone “declararle la guerra a los pobres” o llegar a un estado social donde la conversación sobre el “yo maté” se vuelva inagotable.) En otras palabras, la ficción a veces nos permite, a través de las vidas de otras personas, evitar ciertos escollos. Ningún capitán que haya visto la película Titánic puede navegar a la mitad de la noche por el norte del Atlántico sin un sentido de responsabilidad acrecentado, aunque sea de manera inconsciente. Las historias nos permiten vivir de manera vicaria los errores de otros para no tener que cometerlos nosotros mismos. La clave, pues, no está en petrificar la novela, hacer un busto con ella, dejarla inmóvil a lo largo de un siglo y hacer cincuenta ediciones para que a ninguna biblioteca le falte su reproducción monolítica, sino en dejar que la roca tome su propio curso y a su paso a veces derribe, a veces construya. “Mira esa piedra”, dice Demetrio Macías al final de Los de abajo, “cómo ya no se para”. El destino de todo libro es contribuir a esa avalancha. •

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segundo concurso iberoamericano de ensayo para jóvenes 2016

¿La revolución era una fiesta? Mención honorífica en el Segundo do mericano Concurso de Ensayo Hispanoamericano para Jóvenes (2016), el presentee texto discurre sobre la relación de la violencia homicida y la fiesta en la obra dee uzmán Mariano Azuela y Martín Luis Guzmán desde un enfoque antropológico y filosófico. carlos andrés torres cabrera

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artín Luis Guzmán tituló La fiesta de las balas a su más famoso cuento sobre la revolución mexicana. Revolucionario también, pero con el arma de la novela, Mariano Azuela escribió Los de abajo, un retrato de campesinos inmersos en el paisaje festivo y mortal de principios del siglo XX mexicano. Todas estas alusiones a lo festivo nos hacen preguntar si en verdad la Revolución mexicana pudo ser una fiesta, a pesar de las celebraciones bajo el fulgor de las balas, el brindis con copas manchadas de sangre y el baile de corridos con la muerte. Pareciera que los escritores antes mencionados se quedaron con un sabor amargo, sardónico e insatisfecho de lo que creyeron fue una fiesta. Martín Luis Guzmán plasma en su cuento la figura hercúlea y solitaria de Rodolfo Fierro, mano derecha de Pancho Villa. A pesar de sus notables atributos humanos (a Guzmán le parece que) Fierro enfermó de antagonismo porque puso en escena las asesinas dramaturgias del general Villa. A un suceso que tendría que ser rutinario, Fierro le inyecta una dosis de sádica diversión. Fusilar quinientos prisioneros de guerra es una rutina de la revolución que cualquier hombre de bien trataría de terminar lo más pronto posible como un trámite doloroso pero necesario. Cuando cualquiera optaría por un rápido fusilamiento en el paredón, Fierro —sin dejo de compasión— se brinca la costumbre y propone un juego: los prisioneros harán carreras con la bala; si logran brincar y sobrevivir al paredón de fusilamiento, se ganan su libertad.

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No hay salvación, todo es la ilusión de un juego falso. La perfecta puntería de Fierro acaba con todos los prisioneros. Los espasmos de los hombres al morir semejan, para el autor, a cuerpos bailando en una fiesta. De la misma forma, en Los de abajo, el güero Margarito hace bailar enanos disparando balas a sus pies. En ambos relatos las balas ironizan sobre el cuerpo ajeno y lo hacen bailar la danza de la muerte. Martín Luis Guzmán enfatiza el trato hostil que Rodolfo Fierro da a sus prisioneros, haciéndonos creer que les da una oportunidad para salvarse al brincar el paredón. En realidad no hay tal oportunidad, todo está maquinado de tal forma que nadie escape, Fierro muestre su habilidad con la pistola y todos mueran por igual. El fugitivo sobreviviente resulta una afortunada equivocación. Mientras Rodolfo Fierro se divierte jugando al asesino, se duerme fetalmente en un cómodo “pesebre” y se preocupa tiernamente por quitarse la hinchazón de su dedo índice por tirar del gatillo; la masa de prisioneros muere con la esperanza de sobrevivir. Juego con la muerte y con las ilusiones, La fiesta de las balas parece un brutal antecesor del videojuego. Llamar fiesta a este cuento se vuelve una calurosa ironía. Decir lo contrario, tomar en serio la palabra fiesta, sería un absurdo. Así como sería absurdo decirle a un niño que está en una fiesta cuando juega a asesinar marcianos frente a su televisor. Festejo el de las balas que cumplen con su cometido. Festejo onanista, ególatra, el de Fierro. Festejo brutalmente liquidado el de los prisioneros creyendo en su salvación; pero nunca fiesta. En la película boliviana Yvy Maraey (2013), Elio Ortiz y Juan

Carlos Valdivia asisten a la fiesta de un pueblo. El pueblo está dividido en dos: el barrio guaraní, indígena, y el barrio karai, de personas de piel blanca. Ambos barrios celebran fiestas al mismo tiempo en un ambiente tenso, al borde de la confrontación. Inevitablemente, después de horas de tomar bebidas alcohólicas, los barrios pelean por una nimiedad. Elio Ortiz, antropólogo, lamenta la pelea y afirma: “Esto ya no es una fiesta”. Y Juan Carlos Valdivia, cineasta, reflexiona si en algún momento no deberíamos dejar de ser occidentales o indígenas para ser más humanos y estar más unidos. Octavio Paz (1999) no piensa lo mismo cuando, en El laberinto de la soledad, afirma que por la explosión desbordada de las íntimas pasiones humanas en una fiesta uno puede llegar a asesinar, emocionado por el encuentro con sus semejantes humanos. Richard Schechner y Victor Turner cuando estudian el ritual —operación similar a la fiesta— hablan de la “experiencia de la camaradería ritual comunitas”: La comunitas […] representa el deseo de una relación total, no mediatizada de persona a persona, una relación que no obstante no sumerja al uno en el otro, sino que salvaguarde sus caracteres únicos en el acto mismo de realizar su comunidad […] Casi en cualquier parte la gente puede ser subvertida respecto a sus deberes y derechos y llevada a una atmósfera de comunitas […] ese momento en que personas compatibles —amigos, congéneres— alcanzan un destello de mutuo entendimiento lúcido en el plano existencial, en que sienten que todos los problemas, ya sean emocionales o cognitivos, y no sólo sus propios problemas, podrían resolverse si tan sólo el grupo al que se percibe […]

© andrea garcía flores

como nosotros pudiera sostener su iluminación intersubjetiva. [Turner citado en Schechner, 2012].

Este alto grado de comunidad, de relación y empatía, imposibilita el homicidio. El acto de matar requiere distancia emocional entre personas. Una fiesta es un espacio para hacer comunidad. Quien está dentro de una fiesta se vuelve parte de una comunidad. Un acto violento suspende el ambiente festivo y propicia la guerra. La fiesta es una forma de ritual. Es necesario recordar que lo que nosotros llamamos fiesta tiene su antecedente en las formas rituales de la Antigüedad clásica y cristiana. La fiesta es un momento de derroche, se consumen los excesos de la producción alimenticia. Fiesta es signo de abundancia en todos los sentidos. Exceso de alimentos terrenales para el estómago, emocionales para el espíritu, sexuales para el cuerpo. La fiesta es fuego artificial, no arma de fuego. Aceptación de la muerte, no consumación. Goce de la vida, no sacrificio. Después del goce viene la redención de los pecados. Entonces sí, la muerte se presenta en forma simbólica cuando termina la fiesta. No puede haber sacrificios ahí donde todavía no hace falta nada por lo cual sacrificarse. Cuando Ernest Hemingway escribió Fiesta en la década de 1920, retrató a la “generación perdida” de estadounidenses que iban a París a buscar una justificación, una motivación existencial en la vivacidad de las fiestas nocturnas. Los estadounidenses buscaban tomar cucharadas condensadas de vida después del vacío que les dejó la primera Guerra Mundial. Los jóvenes contraponían la vivaz locura de la fiesta parisina a la mortal experiencia de la guerra. (Juan Villoro, 2006)

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¿la revolución era una fiesta?

Bolívar Echeverría, filósofo, pensaba que la historia humana se divide en dos tiempos. El tiempo ordinario de la cotidianidad, de la rutina, de las reglas establecidas. Y el tiempo extraordinario en el que la sociedad y las reglas establecidas se ponen en crisis y se cuestionan. Al tiempo extraordinario pertenecen el juego, la fiesta y las artes. Asesinar significa fragmentar, excluir, confrontar, agredir. Fiesta, por el contrario, significa unir, comulgar, incluir, vivir, tener empatía. Octavio Paz dice que fiesta es participar. En una fiesta participamos para crear comunidad, no para destruirla. El asesinato suele vincularse con la soledad y la enemistad. Como en La fiesta de las balas, Rodolfo Fierro, el que asesina, es un solitario. En Los de abajo, Demetrio Macías —líder revolucionario— huye y enfrenta al ejército federal porque un cacique de la región lo acusó injustamente de ser revolucionario. Con muchos triunfos y cierta fama de gran general, Macías se mantiene al margen de la lucha revolucionaria y concentra sus esfuerzos contra el cacique local y las tropas federales que lo atacan. Cuando puede, él y sus veinte hombres descansan de la pesada faena de la guerra y viven de la bondad de pueblos hartos de la hostilidad federal. Todo cambia cuando Luis Cervantes, un estudiante de medicina, se une a la tropa de Macías y le recomienda sumarse a las filas del general Natera, pues dice Luis: “Es mentira que la lucha de Demetrio sea sólo contra el cacique local, es en realidad una lucha contra todos los caciques del país que oprimen al pobre”. Convencidos, Macías y su tropa salen rumbo a Zacatecas para unirse a la bola. Una vez sumada a las filas de Natera, la tropa de Demetrio adquiere los vicios de los grandes ejércitos de la revolución y acepta sin consideración a desertores federales y asesinos maniáticos. Roban a pobres y a ricos por igual, matan a gente inocente y secuestran muchachas para violarlas. Se ganan entonces la enemistad de los pueblos que antes los alababan y pronto acaban con las riquezas disponibles para la manutención de una tropa cada vez más numerosa. Luis Cervantes deserta y se va a vivir a Estados Unidos con las ganancias que le dejaron los robos de la revolución. La tropa de Demetrio Macías pasa hambrunas, sufre cuantiosas bajas, deambula por ciudades pauperizadas y vacías, pierde la motivación, ya no sabe ni por qué lucha y termina por morir toda en una emboscada. Sólo sobrevive Demetrio Macías que aún sin razón para pelear sigue, solitario, el vértigo pronunciado de matar en una revolución ajena. Luis Cervantes irrumpe en la novela con buen semblante. Aunque de clase alta capitalina, parece un chi-

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co inteligente y solidario que busca ayudar a la causa revolucionaria. Un estudiante de ideales buenos y coherentes. Simpatizamos con él porque después de pasar mucho tiempo con un personaje y ver la historia desde su perspectiva, adoptamos su visión de la realidad y nos identificamos con él (criticaría Brecht). Camila se enamora de Luis Cervantes. Ella es una mujer campesina que representa la bondad absoluta, la pureza inmaculada, la ayuda desinteresada. Sin embargo, su idilio se derrumba por la desidia del capitalino. Cuando Demetrio Macías pide para sí a Camila, el “curro” Cervantes la rapta con engaños, como si el enamorado fuera él mismo, y la lleva sin escrúpulos con su general. Esto nos hace ver a un Luis Cervantes cuyo amor por el campesinado son pura palabrería hueca e interés por estar cercano al poder. Es como si las bondades de la patria rural se corporeizaran en una mujer, y el hombre, al despecharla, también rechazara sus ideales revolucionarios. Poco a poco vamos deconstruyendo nuestra positiva visión de Cervantes. La manera en la que trata a Camila, su hipocresía cuando roba, sus maleables ideales y sobre todo su posterior deserción de la tropa en el momento más crítico, nos hacen terminar por desencantarnos. Pareciera que su intervención en la revolución y la recomendación de unirse a las tropas de Natera no eran honestos ideales sino mero oportunismo. Y en una lucha armada aprovecharse de los demás no es ni revolucionario ni festivo. El hombre de clase alta no pudo ni trató de hacer comunidad con la tropa que hipócritamente apoyaba. Bolívar Echeverría, filósofo, pensaba que la historia humana se divide en dos tiempos. El tiempo ordinario de la cotidianidad, de la rutina, de las reglas establecidas. Y el tiempo extraordinario en el que la sociedad y las reglas establecidas se ponen en crisis y se cuestionan. Al tiempo extraordinario pertenecen el juego, la fiesta y las artes. Para Echeverría la fiesta es el espaciotiempo en el que sucede el encuentro de la sociedad con lo platónico y lo imaginario, a veces mediante la ayuda de alucinógenos. La fiesta es entonces un momento en el que todos juntos podemos cuestionar las reglas de nuestra sociedad y sumirnos en el caos sin consecuencias. Es tratar de acercar el mundo objetivo a la imposibilidad y la perfección de lo imaginario. Por eso, en la fiesta el rico es pobre, el loco es rey, la mujer es hombre. La fiesta es un espacio de innovación, de creación, de imaginación de otro mundo posible. En este sentido, la fiesta es la posibilidad de la revolución, de subvertir nuestro mundo. Como decía Turner (Schechner, 2012) sobre la comunitas: es cuando tenemos la sensación de que si seguimos así de interrelacionados podremos solucionar todos nuestros problemas. La muerte, sin embargo, no subvierte el mundo, sino que lo destruye. Una revolución como la mexicana es entonces fiesta en tanto proceso imaginativo y no es fiesta en tanto confrontación. Mijail Bajtin, pionero en la lectura “carnavalesca” de la literatura, veía en la risa la característica central de los carnavales. La risa como inteligencia. La risa como crítica. La risa como un producto ajeno a la seriedad de la Iglesia. Elemento de las clases populares a contrapelo de las élites. Henri Bergson decía que para

reírnos de algo o de alguien tenemos que distanciarnos emocionalmente y adoptar una postura crítica. Antonio Lafuente afirma que reírnos juntos fomenta un sentimiento de comunidad. El que ríe forma parte, es incluido, es parte de la comunidad. La risa es paradójica: se ríe de alguien, lo ataca, lo critica y al mismo tiempo hace comunidad, incluye, une. La risa es tiempo ordinario de consolidación de comunidad y tiempo extraordinario de crítica hacia la misma. Paradoja de la fiesta: une y desune. Identidad crítica. Leonardo da Jandra critica la visión marxista de Bolívar Echeverría y de Mijail Bajtin. La modernidad y los marxistas, dice Da Jandra, tienden a ver todo en términos contrapuestos, buscan separar el tiempo ordinario del extraordinario, lo apolíneo de lo dionisiaco y sobre todo lo sagrado de lo profano. Si los marxistas buscaban la confrontación, los opuestos, la dialéctica, las revoluciones las concebían como fiestas, pues se veía la revolución como tiempo extraordinario, no como tiempo ordinario y productivo. Lo necesario ahora es ver la complementariedad de los opuestos. Quizá Da Jandra olvida que el marxismo no sólo contempla la tesis y la antítesis, también vislumbra la necesaria síntesis. Y síntesis es lo que anhelan tanto Da Jandra como Echeverría. La fiesta no puede ser totalmente profana y dionisiaca, es decir, obedecer al exceso sin medida. La fiesta también debe tener una pequeña dosis de sacralidad, de belleza, de reglas mínimas para la convivencia. Una sacralidad que es contacto con la divinidad del estar todos interconectados, creyendo alcanzar la verdad de una imaginación suprema, colectiva y empática. La novela Los de abajo está llena de fiestas en los momentos de esparcimiento, cuando no se libran batallas. Su lenguaje es reflejo de la risa carnavalesca y de la cultura popular. De manera paulatina, las fiestas van transformándose, camaleónicas, dependiendo de su entorno. Al principio los revolucionarios participan del derroche y la música de los pueblos en que irrumpen. Todos comparten el anhelo de un mundo donde los federales no saqueen las casas y no violen a las muchachas. La tropa comparte mujer y los casados se enamoran. Un campesino se disfraza de cura. Cuando los revolucionarios no cumplen el rutinario trabajo de batallar en la revolución, comen lo más que su pobreza les deja y descansan para recuperarse. Luis Cervantes llega para trastocarlo todo, él representa el punto de quiebre de la realidad campesina. La pureza e idealización del campesinado se corrompe con la llegada de la contaminada urbanidad de Cervantes. Esta confrontación de clases dentro del mismo bando atenta contra la naturaleza festiva de la cotidianidad revolucionaria. Morenos y güeros, ricos y pobres, esas fueron las diferencias que avivaron la mecha de buena parte de la revolución. En la fiesta y en la revolución, las jerarquías sociales, los gremios y las diferencias deberían tender a borrarse. Cervantes es un hombre que nunca empatiza, nunca se incorpora, ni se vuelve real congénere o hermano de los revolucionarios a quienes apoya. Es por su culpa que la segunda ronda de fiestas se da en las ciudades: La tropa entra a saquear las casas, los pobres se enriquecen por un

tiempo, comen en abundancia, gastan en exceso. Una mujer, La Pintada, enamora a varios hombres y los cela. Las novias de unos son novias de otros. Los cuerdos son locos y los locos dicen comentarios cuerdos. Luis Cervantes, universitario, da un discurso que nadie entiende pero todos aplauden, la intelectualidad se vuelve farsa. Esta particular abundancia de recursos robados se derrocha en exceso, lo que da paso a la tercera ronda de fiestas donde todo escasea. De vuelta a su lugar de origen, la tropa no es recibida. Lo único que queda es robar miserias y saquear casas vacías. En el capítulo final hay un precioso contraste entre la tranquilidad y el festejo del inicio del día con el súbito e inesperado tiroteo que acaba con la tropa de Demetrio Macías: “Fue una verdadera mañana de nupcias […] Los soldados caminan por el abrupto peñascal contagiado de la alegría de la mañana […] Y por eso los soldados cantan, ríen y charlan locamente”. “¿Con que si el enemigo, en vez de estar a dos días de camino todavía, les fuera resultando escondido entre las malezas de aquel formidable barranco, por cuyo fondo se han aventurado? […] Y cuando comienza un tiroteo lejano, donde va la vanguardia, ni siquiera se sorprenden ya […] Pero el enemigo, escondido a millaradas, desgrana sus ametralladoras, y los hombres de Demetrio caen como espigas cortadas por la hoz.” (Azuela, 2007). La mañana que era una fiesta de nupcias se eclipsa con el fuego mortífero de la metralla. Así se consumó el final de la fiesta, cuando se bebía el último barril de tequila, cuando se cantaba, se reía y se charlaba. Así se terminó de fulminar la fiesta, con las ametralladoras del enemigo. La fiesta cegada con la muerte, la muerte que cegó una comunidad, la comunidad que sobrevive en Demetrio Macías, solitario, disparando eternamente como Rodolfo Fierro, por la ya muy ajena causa de la revolución. La Revolución mexicana no fue una fiesta, aunque tuvo muchas fiestas dentro de sí. La característica fundamental de la lucha armada es que hay homicidios, eso impide llamar fiesta a la revolución. Pero la capacidad de los revolucionarios de imaginar, de subvertir el orden cotidiano, el fuerte sentimiento de comunidad en algunos fragmentos de las obras analizadas nos permiten declarar que en la revolución pervivió una actitud festiva para contrarrestar el poco fraternal y frívolo hecho de la muerte violenta. •

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El volcán y el sosiego Una biografía de Gonzalo Rojas fabienne bradu bra

El rumbo de la transformación educativa Temas, retos globales y lecciones sobre la reforma sistémica

Gracias a ssu cercanía con Gonzalo Rojas, R su obra y su familia, y después de una minuc minuciosa investigación y largas entre entrevistas, Fabienne Bradu traza cron cronológicamente pero con ritmo y tono t novelísticos la vida de este ggran poeta chileno: la relación con sus padres, sus innumerables viajes por Chile y el resto del mundo, sus amoríos abiertos y clandestinos, su descubrimiento de la poesía, sus relaciones con Salvador Allende y Pablo Neruda, su participación en encuentros y lecturas y la recepción de los premios Reina Sofía y Cervantes, entre otros. El lector descubrirá la deslumbrante vida de este hombre cordial y altivo marcado por profundas contradicciones, una de las voces fundamentales de la poesía hispanoamericana contemporánea. Con este volumen, el fce inicia los festejos del centenario de su nacimiento. tierra firme 1ª ed., 2016, 486 pp. $290

helen janc malone (coord.)

La reforma educativa se ha convertido en objetivo esencial de toda nación que pretenda mantener o elevar el nivel de vida de sus habitantes. Publicada originalmente en 2013, este volumen contiene 25 ensayos agrupados en cinco apartados que dan una visión global, coherente y crítica de la educación en el mundo. Las miradas de estudiosos de diversas nacionalidades y experiencias permiten conocer las diversas reformas educativas emprendidas en el orbe, los factores que intervienen en el desarrollo de los estudiantes —como la tecnología—, las distintas capacidades de los alumnos, el diseño de los programas y la formación docente requerida para lograr los objetivos que se proponen. Lo más interesante aquí es constatar la gran diversidad de puntos de vista sobre el tema. educación y pedagogía 1ª ed., 2016, 224 pp.

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Peces dulce acuícolas de México en peligro de extinción

¿Qué era el socialismo y por qué se desplomó?

El mar de los deseos El Caribe afroandaluz, historia y contrapunto

Martín y el rey del bosque

antonio garcía de león griego

En esta nueva aventura acompañamos a la entrañable ardilla Martín a conocer los misterios que esconde el bosque donde habita. La historia empieza cuando Ramón cuenta las leyendas en torno al rey del bosque, quien aparece cada cien años para traer prosperidad y mejorar la vida de sus habitantes. Martín reflexiona sobre esa idea y, a la mañana siguiente, se queda muy sorprendido pues en la puerta de su casa aparece un ser misterioso. Todas las características descritas por Ramón encajan, no puede haber equivocación: es el “rey” que viene a enseñarles algunas costumbres y hábitos que, según Martín y sus amigos, “mejorarán” la vida de todos. Algunas son tan extrañas como rascarse mucho detrás de las orejas, dar vueltas en círculos y, además, una actividad muy peculiar: marcar el territorio. Pero esto, en lugar de solucionarlo todo, hará del bosque y sus habitantes un caos muy apestoso. La visita del rey afectará a los animales del bosque en más de un sentido, los obligará a reflexionar sobre la convivencia en su pequeña comunidad y tendrán que buscar juntos la solución al problema que ellos mismos crearon.

sebastian meschenmoser

katherine verdery gerardo ceballos, edmundo díaz pardo, lourdes martínez estévez y héctor espinosa pérez (coords.)

Los peces en general, y los dulceacuícolas en particular, son el grupo más diverso entre los vertebrados, pero también uno de los más diezmados. Este libro es un extenso catálogo de las especies de peces dulceacuícolas en peligro de extinción en México, cuyo objetivo es generar un mayor conocimiento sobre ellas y sus hábitats para su mejor preservación. El catálogo contiene fichas técnicas e ilustraciones de cada una de las especies, incluyendo mapas de localización. Es referencia indispensable para los estudiosos del tema y de las ciencias biológicas y ambientales en general. ediciones científicas universitarias 1ª ed., 2017

Este conjunto de artículos es el resultado de diversas investigaciones realizadas en la década de los ochenta y principios de los noventa sobre el funcionamiento del socialismo real y las direcciones que tomaron las naciones de la Europa del Este después de su derrumbe. El enfoque de la obra es antropológico imbuido de un espíritu escéptico ante las expectativas de una supuesta transición inmediata al libre mercado, y prejuicios como la creencia en la existencia de un totalitarismo absoluto. El método expositivo describe con claridad la lógica interna del socialismo real y las causas de su colapso dentro de las dinámicas nacionales y el contexto mundial. umbrales 1ª ed., 2017

Estudio de gran amplitud y detalles de los orígenes históricos y culturales de la música del Caribe y sus relaciones con las tradiciones y corrientes musicales de América con una visión de conjunto bien articulada. Describe las condiciones históricas y la conformación cultural de lo que el autor llama “el Gran Caribe”, para ubicar su tema central, el cancionero, recopilación de las expresiones musicales surgidas en esa gran región. Este “cancionero colonial caribeño” es producto del nexo entre tradición histórica y tradición cultural, por lo que se convierte en una herramienta muy valiosa para la reconstrucción histórica de la época colonial y la apreciación de su herencia en nuestra época. historia 1ª ed., 2016, 299 pp. $245

los especiales de a la orilla del viento 1ª ed. en español, 2017, 64 pp.

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t ras f ond ondo

Bizarro Piano Bar Agustín Gendron cturna Una historia de la ciudad nocturna —sublimes contra rudos en un bar de Sanborns— narrada por una es voz que superpone sus ideales estéticos y recuerdos más mica preciados a la ordinariez cómica de la vida. A duras penas, lo sublime alcanza a librar el trance.

uando Billy nos contó sobre su nuevo trabajo, supe que tarde o temprano lo tendríamos que rescatar. Y no es que fuera un mal pianista; al contrario, su técnica era impecable y sabía conectarse con el público. Podía tocar de todo, contar muy buenas historias y ser encantador. Si acaso tendía a adornar de más una frase o a sobrecargar las melodías, muy al estilo de su ídolo Oscar Peterson, pero cuando estaba en vena era capaz de darle vida a todo lo que salía de sus manos. No; su verdadero problema estaba en lo que él mismo definía como su “lado jazz”. “¿Lado jazz? Más bien su afición desmedida por el alcohol”, sentenciaban las almas simples, siempre tan definitivas en sus juicios. En realidad, ambas partes tenían algo de razón: si bien era innegable la existencia de algo indefinible en la personalidad de Billy, algo que lo impulsaba hacia el lado oscuro de la luna y lo incapacitaba para engrosar las filas de la gente de bien, también era indiscutible que, bajo el influjo de Baco, su repertorio se volvía más impredecible, sus historias más extrañas y su encanto más desconcertante. Por eso, cuando Billy nos dijo que iba a tocar en un bar de Sanborns se encendió una pequeña luz roja en el tablero de la cordura, junto con un discreto regocijo con aroma a azar y a precipicio. “La clientela de esos lugares no aprecia lo que tú tocas”, le advertimos. “Sólo tienen dos cartas de navegación: la nostalgia o la lujuria, y ambas acaban por aburrir si se vuelve a ellas noche tras noche.” Pero Billy no se arredró: “Para todos tengo, con tal de que no arrebaten. Si andan chipilosos les suministro trova y boleros, con algo de Chopin en medio para amacizar. A las parejitas puedo complacerlas con

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su José José de aperitivo y les doy la estocada con Sinatra: los moteles me van a pagar comisión. ¿Quieren sus Beatles? Van. ¿Su Elton John? Pero cómo no; a Emmanuel lo compenso con Serrat y a Mijares me lo bajo con un buche de Leonard Cohen. Creo que puedo llegarle hasta a Arjona. Eso sí, chingaderas estilo Richard Clayderman no las toco ni aunque me inviten una botella de coñac. Toda profusión tiene un límite. Pero no os preocupéis: mi selección musical es más variada que la carta de los cocteles... No estoy en plan exquisito, y cuando me aburra me largo”. Tales fueron sus palabras. Francamente, lo de Arjona me pareció exagerado, pero me dio gusto verlo tan animoso. De hecho, el primer mes fue una verdadera luna de miel entre tan singular pianista y los clientes del bar, a quienes no parecía desagradarles su ecléctico repertorio. El único contratiempo fue la inmediata animadversión entre Billy y el capitán de meseros, torvo sujeto cuyas oblicuas miradas lo hacían parecer espía de caricatura, como si trajera algo oculto entre manos. Su ojeriza no era gratuita: en primer lugar, Billy había desplazado como entertainer del bar a su amigo Nicho Mercado, quien, frente a su teclado Casio, soltaba una retahíla de éxitos de ayer y hoy, con la peculiar virtud de hacer que todos sonaran igual. Billy odiaba los sintetizadores, precisamente por su uniformidad. La única condición que puso al firmar el contrato fue que lo dejaran meter al bar su viejo piano vertical que, pese a su desastrada apariencia, emitía un timbre muy sonoro, y era idéntico al que toca Sam en Casablanca. Ahora que lo pienso, creo que esa similitud era una premonición de lo que ocurriría algunos meses más tarde…

El caso es que las maniobras para acomodar el instrumento en el pequeño escenario requirieron la participación de todos los meseros y trastocaron la rutina del bar. Tuvieron que mover varios anaqueles, cargar el piano en vilo por un pequeño tramo de escalera y apartar todas las mesas y sillas del bar. Semejante ajetreo provocó la furia luciferina del infame capitán, quien no podía concebir tanta chocantería de un pinche cantante. “Ni que fuera Plácido Domingo”, farfullaba. “¿Por qué no puede tocar un teclado portátil, como todos los demás? ¿Por qué tiene que ser un piano de verdad?” “¡Pues justamente porque es de verdad!”, contestó Billy a un empleado de la tienda que días después le relató el episodio de la mudanza. A este respecto es justo aclarar que nuestro amigo se había ganado el aprecio del personal de servicio. Algunos meseros le pasaban incluso una que otra copa de brandy a trasmano para animarlo cuando no lo sentían inspirado, algo, por cierto, muy poco frecuente, porque nosotros mismos, que llegamos a ir al bar tres o cuatro veces por semana, manteníamos su inspiración bien aceitada. Cuatro copas por noche. Tal era la medida exacta para hacer que salieran el Herbie Hancock o el Thelonious Monk que nos hacían la noche. Más alcohol significaba acercar peligrosamente a Billy a su “lado jazz”. Antes de la infausta noche de los médicos, el “lado jazz” de Billy apareció sólo dos veces: en la primera no contamos con que uno de los meseros, con más buena fe que prudencia, proporcionó a Billy una copa coñaquera llena de Fundador. Esa descomunal dosis, sumada a la que ya tenía entre pecho y espalda, hizo que el pianista empezara a intercalar fragmentos de Schumann y Liszt en su repertorio habitual. Cuando

© andrea garcía flores

se siguió de largo con un medley de veinte minutos entre Duke Ellington y Bartók, ante el comprensible desconcierto del respetable entramos rápidamente en acción, cortando de tajo el insólito recital mediante el muy barato ardid de sentar a Billy en nuestra mesa y ya no dejarlo levantarse. Por suerte, ese día el lugar estaba casi vacío. La segunda vez, el lado jazz de Billy requirió un mayor trabajo de control de daños. Esa vez, contrario a su costumbre, Billy se sentó al piano con varias copas encima, así que cuando llegó al cuarto vodka interrumpió su actuación a la mitad de “I’ve Got You Under My Skin”, se volvió hacia la clientela y declaró: “¿Sabían que la baronesa Nica alcanzó la iluminación en estas tierras?” Silencio absoluto. Nos había tomado por sorpresa. De una mesa contigua se dejó oír una débil voz de mujer: “¿Quién?” “La baronesa Nica de Koenigswarter, nacida Pannonica Rotschild, nieta del hombre más rico del mundo a principios del siglo veinte. Después de pasar varias semanas en México, decidió abandonar a su marido para dedicarse a proteger el alma del jazz. A ella nos encomendamos ahora y a su nombre dedicamos estas ofrendas. Que su luz llegue a todos los que buscamos redimir la sed inextinguible detrás de nuestro instrumento”, y se arrancó, como era de esperarse, con “Everything Happens To Me” y “Straight No Chaser”. A la mitad de “Ruby My Dear”, otra pausa. Parado sobre el banco del piano, Billy pedía la atención de los asistentes: “Ahora es tiempo de invocar la palabra sagrada para protegernos de las falsas promesas y las tentaciones instantáneas. Unámonos en coro para repeler a los inicuos y reavivar

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la fe.” Manteniendo su precario equilibrio, Billy arremetió: “They’re selling postcards of the hanging, they’re painting the passports brown The beauty parlor is filled with sailors, the circus is in town…”

Cuando terminó, uno de nosotros dijo: “Eso no es un poema, Billy, es una canción”. Pero Billy, arrebatado por la emoción, no se dejó intimidar: “Si nos obstinamos en meter lo inefable en cajitas, acabaremos atrapados dentro de una de ellas porque es nuestra propia mente quien las crea. Recuerden lo que dijo un sabio maestro: la realidad es elástica; el tiempo, poroso. Tal vez esto lo estamos viviendo mañana. ¿Ven este piano? Parece más sólido que una montaña, pero puedo sacar de él los sonidos más sublimes; apenas una vibración que se apaga en un segundo sin dejar huella; pero también ocurre lo contrario: su madera es frágil; nada puede contra una varilla de metal, pero cuando la oscuridad se cierne sobre los desamparados, se vuelve indestructible. Nada es lo que parece y todo está en movimiento. Ahora, como escribió James Douglas Morrison, otro gran poeta popular: When the music’s over…” Y a voz en cuello empezó a recitar sonetos de Quevedo. Llegado este punto, varias parejas pidieron la cuenta, amagando con protestar ante la gerencia. Cuando el capitán le hizo una seña al guardia de seguridad, volvimos a entrar al quite: “Perdonen ustedes esta inesperada interrupción. Es que somos asistentes al congreso de poetas que organizó la universidad y nos dejamos llevar por la emoción, pero ya nos retiramos. Una disculpa y que sigan disfrutando su velada. Con su permiso.” Y mientras uno de nosotros pagaba la cuenta, los demás tomamos rumbo a la salida, llevándonos a Billy a rastras. Fuera de estos episodios, disfrutamos siete u ocho meses de buena música, conversación y tragos. Hasta llegamos a establecer un buen acuerdo: los martes y los miércoles el lugar (y por ende el repertorio del pianista) era nuestro; el jueves, una hora y una hora, y los viernes y sábados el resto de la clientela mandaba. Esos días nos limitábamos a hacer una discreta petición. Los meseros, contentos de tener buenas propinas aseguradas los días más flojos de la semana, nos recibían con la cordialidad reservada a los habituales. Incluso nos permitían usar como salida una puerta semioculta al final de la barra, misma que daba a unas escaleras de servicio, y de allí directo a la calle. Pero nada es para siempre, y finalmente llegó la infausta noche de los médicos. Fue un jueves cualquiera; nada que presagiara el fin de nuestra utopía pianística. Si acaso un poco más de gente que la usual. De acuerdo con nuestro trato, la primera hora transcurría envuelta en la calidez del más accesible Chick Corea. Entonces aparecieron cinco jóvenes residentes de un hospital cercano, cada uno acompañado por su respectiva enfermera. Dos o tres todavía de bata blanca, y uno de ellos portando un estuche de guitarra. Nada raro; ya habíamos visto a varios de sus colegas soltar la tensión de su demandante actividad en el bar en compañía de las infaltables enfermeras, siempre ávidas

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de hincarle el diente a presas tan suculentas. Pero los médicos de aquella noche parecían más agresivos. “Qué hueva de música”, le oí decir a uno. Billy también lo oyó pero aguantó vara, pensando que en la segunda hora se aplacarían con la selección de las favoritas de siempre. Cuando terminó su primer set y se sentó en nuestra mesa a tomar algo y conversar quince minutos como siempre lo hacía, los patanes aprendices de matasanos sacaron la guitarra y se pusieron a berrear un infecto popurrí de lo primero que les venía a la cabeza. En ese momento pensé que había que castigar tanta majadería, empujando a Billy al “lado jazz” con la ayuda de tres Magnos triples y un misil etílico bautizado “T con A”, consistente en dos partes de tequila por una de anís. Todo este arsenal fue consumido en cuarenta minutos, al cabo de los cuales estábamos listos para el combate contra los emisarios de la vulgaridad. Como era previsible, cuando Billy regresó al teclado los médicos y sus secuaces no se callaron. Una de las enfermeras, no sé si por socarronería o ganas de distender el ambiente, exclamó: “Ya dejen tocar al pianista”, y dirigiéndose a nuestro amigo, preguntó melosa: “¿Puedes tocar ‘Balada para Adelina’?” “De poder, puedo”, contestó Billy, “eso lo puede tocar un chimpancé con media hora de ensayos, o uno de tus amigos con media hora más, pero poder y querer son cosas distintas. Ahora dime, ¿por qué alguien que se consagra al cuidado de la salud querría infectar el alma de los demás?” La joven se le quedó viendo con perplejidad conmovedora, acaso descifrando si lo que acababa de escuchar era un insulto, un halago, o algo intermedio. Su compañero, más sagaz, masculló algo ininteligible y volvió a tomar la guitarra. Con harto coraje y sentimiento, entonó: …y cómo es él… en qué lugar se enamoró de ti… Inmediatamente después de oír eso, Billy aulló: “¡Miserables apologistas de Sancho! ¡No seguirán mancillando este santuario! ¡Por el poder de Santa Pannonica y Santa Jeanne Moreau, les ordeno respetar la belleza!” Y atacando las teclas con auténtica sed justiciera, gritó a todo pulmón: “¡Camaradas, por la gloria de San Robert Zimmerman, acallemos a los mercaderes del templo!”, y se dejó venir con: Come you masters of war… You that build all the guns… Soltando toda la tensión en un grito que pudo haberse oído hasta la calle, mis tres amigos y yo nos pusimos de pie, volcando vasos y cacahuates, uniendo nuestras voces a la de Billy. Ante la fuerza bruta de nuestro ataque lírico, los doctores, levantándose también, se cambiaron rápidamente a los versos de José Alfredo para inyectar enjundia a su contraofensiva vocal. Las enfermeras, todavía sentadas, volteaban para todos lados, mientras los meseros, estupefactos, parecían no percatarse del tumulto que empezaba a formarse a la entrada del bar, entre el que destacaba una señora que preguntaba desde cuándo había karaoke en Sanborns. Sin saberlo, todos ellos presenciaban el bizarro remake de una de las secuencias más célebres del Hollywood de antaño, sólo que en vez de nazis había médicos; en vez de La Marse-

llesa canciones de Dylan, y en vez de Bogart, un mesero entrando apresurado a advertirnos: “¡El capi fue por los tiras y ya vienen entrando!” Ante el peligro de pasar la noche en los separos de la policía depusimos la indignación y la defensa del ideal estético. Abrimos la bendita puerta de servicio y salimos en estampida doctores, enfermeras, amigos, pianista y un grupo de vivales que huyeron sin pagar. Al llegar a la calle nos dispersamos, como mandan los cánones de una fuga eficaz. Yo corrí hasta un café de chinos una cuadra adelante, me senté en un gabinete y pedí un té. A la media hora me fui a mi casa. Al día siguiente, el emisario al que enviamos a liquidar nuestra cuenta nos dijo que un mesero le confió que cuando las fuerzas del orden y el tenaz capitán entraron por fin al bar, abriéndose paso entre la multitud de curiosos, sólo hallaron a una parejita tomada de la mano —que no se había enterado de nada—, sillas patas arriba, varios vasos rotos y la única víctima del zafarrancho, una guitarra tirada a la mitad del local, desfondada por un certero pisotón en el centro de la caja. Junto a ella, la oscura mole del piano se alzaba incólume, ajena al caos, como un benévolo y antiguo dios tutelar. Y precisamente, ahora había que resolver el asunto del piano. Por fortuna contábamos con Juan Camargo. Juan Camargo no se andaba por las ramas. Jazzófilo más empedernido que nosotros mismos, un viernes por la noche tomó por asalto una estación de radio experimental universitaria; encerró al solitario operador (quien pensó que todo era una broma; el intruso le prometió que “sólo iba poner una canción”) en la cabina de locución, extrajo con una mueca de asco el CD de Kenny G que transmitían y lo sustituyó por una grabación del concierto de John Coltrane en Tokio en 1966. Abrió el micrófono y comunicó al público que escucharían la versión de Trane a “My Favorite Things” sin interrupciones. 57 minutos y 20 segundos más tarde, Camargo, todavía conmovido por la belleza de lo que acababa de escuchar, se secó una lágrima, liberó al azorado operador y, ante sus airadas protestas, se despidió diciéndole: “Más bien agradece que no les puse a Cecil Taylor”. Cuando le conté a Juan Camargo lo ocurrido en el bar, se dispuso de inmediato a ejecutar el rescate del piano. Tres días después de la noche de los médicos, se presentó en el bar con un enorme legajo de papeles bajo el brazo, acompañado de cuatro gorilas que reclutó en el gimnasio que frecuentaba. Cuando el capitán de meseros salió a su encuentro, se presentó diciéndole en un tono que no admitía dudas: “Buenas tardes; soy el representante legal del bufete de abogados Monk y Koenigswarter. Vengo en cumplimiento de una diligencia judicial.” “Si se refiere a los lamentables ó sucesos de hace unos días”, contestó o el capitán curándose en salud, “debo informarle que ningún cliente ha in-ó terpuesto una denuncia. Nadie salió lastimado y no hay motivo para…” Levantando una mano, Camargo lo atajó: “Ignoro la naturaleza del inciden-te que me refiere, pero ese asunto no es de nuestra incumbencia. Vengo por el piano.” “¿Perdón?”

“Tenemos entendido que dicho instrumento pertenece a un tal…” “¿Billy?”, se animó a decir uno de los meseros, con una mezcla de curiosidad y congoja. “En efecto. Así se hace llamar ese individuo, quien, por cierto, debe dos años de renta del departamento que actualmente ocupa. Como resultado de un fallo judicial en su contra, se nos ha facultado para embargar todos los bienes materiales del susodicho. Aquí tengo toda la documentación correspondiente, misma que pongo a su disposición para su debida revisión”. “No hace falta, señor abogado”, graznó el capitán, cuyos malignos ojillos brillaban de puro gozo. “Este es un establecimiento absolutamente respetuoso de la ley. Cumpla con su obligación de inmediato.” “Me da gusto ver que todavía existen personas de bien. Mil gracias. Muchachos, procedan a retirar el piano, por favor.” Y así lo hicieron. Esta vez, el mismísimo capitán ordenó a los meseros apartar los anaqueles y abrir espacio. La cosa no les tomó más de cinco minutos. En cuanto a Billy, juró no volver a embarcarse en el show business, promesa que, como también sabíamos, duró poco menos de siete meses. No lo culpo: él es feliz tocando, sin importar dónde. Dos o tres años más tarde tuvimos que rescatar el desvencijado piano una vez más; ahora gracias a la intervención directa del taimado Patarroja y sus confiables Chicas-ángel, pero eso, como dice un clásico, es otra historia. Regresé al bar justo al año de la noche de los galenos del mal, a manera de homenaje. Un mesero sobreviviente de aquella época me ofreció, en rápida sucesión, un abrazo, una silla y un gin and tonic. Como buen profesional que era, me dejó instalarme, y a la media hora, junto con el segundo coctel, me trajo la pregunta que deseaba hacerme desde que me vio entrar: “¿Y qué fue de nuestro locuaz amigo pianista? ¿Recuerda el día que se le voló el sarape porque descubrió que tenía un Sancho que era doctor y se puso a invocar a Santa Mónica, a Juana de Arco y a Supermán? ¿Se acuerda que le rompió la guitarra en la cabeza al que no lo dejaba tocar, y luego tuvieron que salir en chinga por la puerta de servicio? Eso sí, que bien le tupía a las teclas… Salúdemelo si lo ve.” Iba a decirle que Billy sería incapaz de agredir a un semejante, y mucho menos de destruir un instrumento musical, pero no lo hice. Supongo que así es como se tejen las leyendas. •

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CONCURSO INTERNACIONAL DE ¡Si tienes entre 9 y 15 años esta convocatoria es para ti! ¿Cómo participo? 1. Si tienes entre 9 y 11 años de edad participa en la categoría A. 2. Si tienes entre 12 y 15 años de edad participa en la categoría B. 3. Elige uno de los siguientes libros de la colección A la Orilla del Viento del FCE: Categoría A Concierto No. 7 para violín y brujas, de Joel Franz Rosell Travesuritis aguda, de Rafael Barajas, El Fisgón La decisión de Ricardo, de Vivian Mansour El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica, de Juan Villoro Categoría B Un viejo gato gris mirando por la ventana, de Antonio Malpica Los osos hibernan soñando que son lagartijas, de Juan Carlos Quezadas En la oscuridad, de Júlio Emílio Braz Odisea por el espacio inexistente, de M. B. Brozon 4. 5.

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Ve a tu librería más cercana o cómpralo en nuestra librería virtual www.fondodeculturaeconomica.com Cuando hayas terminado tu lectura, te invitamos a pensar ¿qué te pareció?, ¿te gustó?, ¿le cambiarías algo?, ¿te recuerda a alguien?, ¿quién fue tu personaje favorito?, ¿le añadirías algo?, ¿qué te hizo sentir? Cuéntanos tus opiniones grabando un video de 3 minutos máximo en un celular, tableta o computadora. El nombre de tu video debe contener el hashtag #LeoyCompartoFCE + el título del libro que hayas elegido: #LeoyCompartoFCETravesuritisAguda Listo, ahora ¡súbelo a YouTube! www.youtube.com · Accede a YouTube y crea tu cuenta. · Haz clic donde dice Subir video (parte superior de la página). · Selecciona el video que desees subir. · Mientras el video se sube, puedes agregar información, título, hashtag y descripción. · Cuando haya quedado como tú quieres, haz clic en Publicar para terminar de subirlo a YouTube. · Selecciona la opción Compartir (Share) y copia el enlace que aparece. Regístrate en nuestra página www.fondodeculturaeconomica.com y sube el enlace de tu video.

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Bases A.

La convocatoria estará abierta a participantes de 9 a 15 años de edad. Deberán presentar un video en idioma español, sin importar el territorio geográfico en el que residan. La participación en este concurso implica la total aceptación de las bases de esta convocatoria.

B.

El premio del Concurso Internacional de Booktubers 2016 consistirá en un reconocimiento, una tableta, un paquete de libros del FCE y un taller en el Centro de Cultura Digital.

C.

El video deberá ser de 1 a 3 minutos de duración, de no ser así, será descalificado. Se valorarán las opiniones personales de los participantes más que los resúmenes de los textos.

D.

Se descalificarán aquellos videos que se limiten a contar el libro, específicamente el final, o que sólo respondan las preguntas que sugerimos en el punto 5.

E.

Cada participante deberá ser registrado en nuestra página: www.fondodeculturaeconomica.com por un adulto responsable.

F.

Los videos se recibirán desde el 19 de octubre de 2016 hasta el 10 de febrero de 2017. No se aceptarán videos extemporáneos bajo ninguna circunstancia.

G.

El Fondo de Cultura Económica designará un jurado compuesto por cinco prestigiosos autores y booktubers que elegirán dos videos ganadores, uno por cada categoría, y otorgarán menciones si así lo consideran.

H.

El fallo del jurado será inapelable y se dará a conocer el 10 de marzo de 2017 por correo electrónico a los ganadores, en la página del FCE y en nuestras redes sociales. Ese mismo día se dará a conocer el lugar de la ceremonia de premiación, la cual se llevará a cabo el 1° de abril de 2017.

I.

Cualquier caso no previsto en esta convocatoria será resuelto por el Fondo de Cultura Económica.

J.

Los datos personales de los participantes son de carácter confidencial, y así serán tratados de conformidad con las disposiciones jurídicas aplicables.

K.

En caso de dudas, pueden comunicarse a las oficinas del Fondo de Cultura Económica en el teléfono 5554491800 o a los correos cperez@fondodeculturaeconomica.com y hdelarosa@fondodeculturaeconomica.com ¡Listo! Lee, graba y comparte


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