La Gaceta del FCE. Junio 2018

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Los plurales poderes de la prosa

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omamos el título del prólogo de Saúl Yurkievich a las Obras de Juan José Arreola (fce, 2012, 6ª reimpresión) como divisa de este número que presenta diversas propuestas para enfrentar o encuadrar el mundo mediante la literatura. Siendo éste el tema, se impone, antes que nada, la noble obligación de recordar al gran escritor Juan José Arreola, cuyo primer centenario de su nacimiento celebramos este año. Luisa Valenzuela se aproxima a este artesano de la palabra encuadrando su prosa como epítome de “libertad de una ilimitada imaginación regida por una lúcida inteligencia” (Borges). La de Arreola es una literatura cuya fuerza para crear “sentido” del “sinsentido” —añade Valenzuela— nos puede servir también para presentar resistencia espiritual a la abrumadora propaganda global y “la dictadura de la mente” tramada por la razón tecnológica. Quién mejor que Juan José Arreola para darnos goce y provocarnos reflexión moral mediante su manejo tan pulcro y sencillo del lenguaje, conciso, tendente a la exactitud, irónico, sutilmente pícaro a veces, o en sincero estado confesional, como si estuviera orando, según aconseja escribir su maestro Franz Kafka. La celebración de su centenario podría ser enriquecida por un reexamen de su posición ante la mujer a partir de su mea culpa, “La implantación del espíritu” (en la antología de Saúl Yurkievich). En el reportaje de Virginia Bautista, Beatriz Espejo nos recuerda la amistad de Arreola con Pita Amor, cuyo primer centenario también celebramos. Además de sus estilos forjados en la forma clásica, ambos tienen en común haberse dirigido con sinceridad a Dios, Arreola muchas veces y Pita Amor en momentos agónicos de su existencia. Un diálogo imaginario entre las Décimas a Dios de esta última y “El silencio de Dios” de Arreola podría enriquecer nuestra comprensión de ambos y arrojar nueva luz sobre la condición de la mujer en México. Hemos dejado al final el texto que por derecho propio es el principal de este número: “Viaje de ida y vuelta”, discurso de Sergio Ramírez al recibir el Premio Cervantes 2017. Sus palabras describen un amplio rango de visión imaginativa, desde la implantación del español en América, Cervantes, la “mezcla de voces revueltas a la lumbre del Caribe” energizadas por la revolución literaria de Rubén Darío, la entraña del solar nativo, hasta el llamado de la responsabilidad política. Ramírez honra lo que podríamos denominar tradición literaria clásica hispanoamericana, aquella que toma lo mejor del mundo y lo somete a su experiencia, con su propio ritmo existencial. Juan José Arreola, que veneró “a quienes mediante el uso de la palabra han manifestado el espíritu”, encaja bien en este nicho, igual que sus amigos y admiradores Borges, Cortázar, Fuentes, García Márquez, Vargas Llosa, bien retribuidos por Ramírez en su magnífico discurso. •

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Décimas a Dios guadalupe amor

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Literatura y discurso dossier

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Viaje de ida y vuelta Discurso de Sergio Ramírez al recibir el Premio Cervantes 2017 Pita, la última de siete amores elena poniatowska

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Pita Amor novelista beatriz espejo

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La dueña de la tinta americana virginia bautista

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Cartas de creencia alberto ruy sánchez

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En el primer centenario de Juan José Arreola El poder de la ficción luisa valenzuela

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Los salvajes en el cine roger bartra

José Carreño Carlón Director general del fce Susana López, Socorro Venegas, Octavio Díaz y Juan Carlos Rodríguez Consejo editorial Rocío Martínez Velázquez Editora de La Gaceta Ramón Cota Meza Redacción León Muñoz Santini Arte y diseño Andrea García Flores Formación Ernesto Ramírez Morales Versión para internet Jazmín Pintor Pazos Iconografía Impresora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V. Impresión Suscríbase en www.fondodeculturaeconomica.com ⁄editorial ⁄ laGaceta ⁄ lagaceta@fondodeculturaeconomica.com www.facebook.com ⁄ LaGacetadelFCE La Gaceta es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Ciudad de México. Editor responsable: Rocío Martínez Velázquez. Certificado de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de abril de 1995. La Gaceta es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro postal, Publicación periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716 Fotografía de portada: Mutāre, Procesos Editoriales y de Comunicación

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Ellas tienen la palabra Las mujeres en la escritura noni benegas

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Nuevas voces, antiguos libros ii concurso de cuento y poesía de estudiantes de letras clásicas de la facultad de filosofía y letras de la unam


poema

Décimas a Dios Guadalupe Amor No, no es después de la muerte, cuando eres, Dios, necesario; es en el infierno diario cuando es milagro tenerte. Y aunque no es posible verte ni tu voz se logra oír, ¡qué alucinación sentir que en la propia sangre habitas, y en el corazón palpitas, mientras él puede latir! •

“Dios, como un relámpago, me ha iluminado en algunos instantes”: Pita Amor. Hondura metafísica y expresión directa y rigurosa de esta dueña de las formas poéticas clásicas. Engendró prodigios verbales sin salir nunca de sí misma.

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Este número concentra a magnánimos representantes de la literatura latinoamericana, empezando por el entrañable discurso de Sergio Ramírez al recibir el Premio Cervantes 2017: la literatura como lámpara para iluminar lo recóndito de la existencia humana. La pequeña Nicaragua sigue cosechando laureles. ¶ Celebramos al mismo tiempo el centenario del nacimiento de Pita Amor y de Juan José Arreola con textos de Elena Poniatowska, Beatriz Espejo y Luisa Valenzuela, un reportaje sobre Pita y un poema suyo. Contribuimos a la revaloración de su obra con la reimpresión de su narración Yo soy mi casa. ¶ Tenemos adelantos de novedades y nuevas voces que hurgan sentido en la literatura de la Antigüedad griega y latina.

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lit erat ura y disc urso

Viaje de ida y vuelta Discurso de Sergio Ramírez al recibir el Premio Cervantes 2017 Homenaje a los artífices y renovadores de la lengua española: Cervantes, Darío y la generación del boom, sazonados en ese caldero de imaginación y creación verbal que es el Caribe. Nobleza obliga. El fce se congratula por esta distinción a uno de sus grandes autores. sergio ramírez

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ajestades: Vengo de un pequeño país que erige su cordillera de volcanes a mitad del ardiente paisaje centroamericano, al que Neruda llamó en una de las estancias del Canto General “la dulce cintura de América”. Una cintura explosiva. Balcanes y volcanes puse por título a un ensayo de mis años juveniles donde trataba de explicar la naturaleza cultural de esa región marcada a hierro ardiente en su historia por los cataclismos, las tiranías reiteradas, las rebeliones y las pendencias; pero, en lo que hace a Nicaragua, también por la poesía. Todos somos poetas de nacimiento, salvo prueba en contrario. “Poeta” es una manera de saludo en las calles, de acera a acera, se trate de farmacéuticos, litigantes judiciales, médicos obstetras, oficinistas o buhoneros; y si no todos mis paisanos escriben poesía, la sienten como propia, gracias, sin duda, a la formidable sombra tutelar de Rubén Darío, quien creó nuestra identidad, no sólo en sentido literario, sino como país: “Madre, que dar pudiste de tu vientre pequeño/tantas rubias bellezas y tropical tesoro/ tanto lago de azures, tanta rosa de oro/tanta paloma dulce, tanto tigre zahareño…”, escribe al evocar la tierra natal. En mi caso, me declaro voluntariamente un poeta, en el sentido que Caballero Bonald recordó desde esta misma cátedra al recibir el premio Cervantes del año 2012: “Esa emoción verbal, esas palabras que van más allá de sus propios límites expresivos y abren o entornan los pasadizos que conducen a la iluminación, a esas «profundas cavernas del sentido a que se refería San Juan de la Cruz»”. La poesía es inevitable en la sustancia de la prosa. Lo sabía Rubén quien, además de la poesía, revolucionó la crónica periodística y fue un cuentista novedoso. Y es más. Creo que alguien que no se ha pasado la vida leyendo poesía, difícilmente puede encontrar las claves de la prosa, la cual necesita de ritmos, y de una música invisible: “La música callada/la soledad sonora”. Es lo que Pietro Citati llama “la música de las cosas perdidas” en La muerte de la mariposa, al hablar de la prosa de Francis Scott Fitzgerald: “Para la mayoría de la gente, las cosas se pierden sin remedio. Pero para él, dejaban una música. Y lo esencial en un escritor es encontrar esa música de las cosas perdidas, no las cosas en sí mismas”. No todos en Nicaragua escriben versos, pero Rubén abrió las puertas a generación tras generación de poetas siempre modernos, hasta hoy, con nombres como los de Carlos Martínez Rivas, y Ernesto Cardenal y Claribel Alegría, honrados ambos con el premio Reina Sofía de Poesía Hispanoamericana; o el de Gioconda Belli. Curioso que una nación americana haya sido fundada por un poeta con las palabras, y no por un general a caballo con la espada al aire. La única vez que Rubén vistió uniforme militar, con casaca bordada de laureles dorados y bicornio con airón de plumas, fue al presentar credenciales en 1908 como efímero embajador de Nicaragua ante Su Majestad Alfonso XIII; un uniforme, además, que le fue

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prestado por su par de Colombia, pues no tenía uno propio. Rubén trajo novedades liberadoras a la lengua que recibió en herencia de Cervantes, sacudiéndola del marasmo. “Todo lo renovó Darío: la materia, el vocabulario, la métrica, la magia peculiar de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y de sus lectores. Su labor no ha cesado y no cesará; quienes alguna vez lo combatimos, comprendemos hoy que lo continuamos. Lo podemos llamar el Libertador”, dice de él Borges. La lengua que era ya la de Cervantes hizo a Centroamérica el viaje de ida cuando el 19 de agosto de 1605 llegaron a Portobelo los primeros ejemplares del Quijote; y el viaje de vuelta con los primeros ejemplares de Azul: es cuando el 22 de octubre de 1888 Don Juan Valera escribe desde Madrid en una de sus Cartas americanas: “Ni es usted romántico, ni naturalista, ni neurótico, ni decadente, ni simbólico, ni parnasiano. Usted lo ha revuelto todo: lo ha puesto a cocer en el alambique de su cerebro, y ha sacado de ello una rara quintaesencia”. Tres siglos después de Cervantes, él devolvió a la península una lengua que entonces resultó extraña porque venía nutrida de desafíos y atrevimientos, una lengua que era una mezcla de voces revueltas a la lumbre del Caribe, de donde yo también vengo, porque Centroamérica es el Caribe, ese espacio de milagros verbales donde los portentos pertenecen a la realidad encandilada y no a la imaginación, a la que sólo toca copiarlos: el propio Rubén, Alejo Carpentier, merecedor del premio Cervantes, Miguel Angel Asturias y Gabriel García Márquez, ganadores ambos del premio Nobel. En el Caribe toda invención es posible, desde luego la realidad es ya una invención en sí misma. En ese sentido, me figuro a Cervantes como un autor caribeño, capaz de descoyuntar lo real y encontrar las claves de lo maravilloso, cuando nos habla en El coloquio de los perros de la Camacha de Montilla, que “congelaba las nubes cuando quería, cubriendo con ellas la faz del sol, y cuando se le antojaba, volvía sereno el más turbado cielo; traía los hombres en un instante de lejanas tierras; remediaba maravillosamente las doncellas que habían tenido algún descuido en guardar su entereza. Cubría a las viudas de modo que con honestidad fuesen deshonestas, descasaba las casadas y casaba las que ella quería...” Rubén reconoció en sí mismo las señales de su mestizaje triple, “el signo de descender de beatos e hijos de encomenderos, de esclavos africanos, de soberbios indios…”, y desde allí, de esa húmeda oscuridad donde se confunden los ruidos y los murmullos de la historia, se arma en relámpagos la lengua que el nuevo mundo devuelve a la España de Cervantes. La virtud de Rubén está en revolverlo todo, poner sátiros y bacantes al lado de santos ultrajados y vírgenes piadosas, hallar gusto en los colores contrastados, ser dueño de un oído mágico para la música y otro no menos mágico para el ritmo, sonsacar vocablos sonoros de otros idiomas, dar al oropel la apariencia del oro y a los decorados sustancia real, conceder a los aires populares majestad musical, hallar y ofrecer deleite en el acaparamiento goloso

de lo exótico: “Un ansia de vida, un estremecimiento sensual, un relente pagano”. Pero esa lengua nunca dejó de ser la lengua cervantina, otra vez, como en el Siglo de Oro, una lengua de novedades, y es esa lengua de ida y de vuelta la que hoy se reinventa de manera constante en el siglo veintiuno mientras se multiplica y se expande. Una lengua que no conoce el sosiego. Una lengua sin quietud porque está viva y reclama cada vez más espacios y no entiende de muros ni fronteras. Rubén cuenta en su autobiografía que en un viejo armario de la casa solariega donde pasó su infancia de huérfano en León de Nicaragua, encontró los primeros libros que habría de leer en su vida. Tenía diez años de edad. “Eran un Quijote —dice—, las obras de Moratín, Las mil y una noches, la Biblia; los Oficios, de Cicerón; la Corina, de Madame Staël; un tomo de comedias clásicas españolas, y una novela terrorífica de ya no recuerdo qué autor, la Caverna de Strozzi”. Y termina comentando: “Extraña y ardua mezcla de cosas para la cabeza de un niño”. La edición en dos pequeños tomos en letra apretada de la Vida y hechos del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, que tuvo entonces en sus manos, era del año 1841, y había salido de la Imprenta de J. Mayol y Compañía, en Barcelona. Era aquel mismo niño a quien su tío abuelo, y padre de crianza, el coronel Félix Ramírez Madregil, igual que José Arcadio Buendía hace con su hijo Aureliano, lo llevó a conocer el hielo: “Por él aprendí pocos años más tarde a andar a caballo, conocí el hielo, los cuentos pintados para niños, las manzanas de California y el champaña de Francia”, recuerda en esa misma autobiografía. Cuando ya dueño del tesoro del viejo armario escoge el Quijote, la primera de tantas lecturas que haría de él en su vida, lo que empieza es un viaje, porque toda lectura es un viaje. Pero este será un viaje en que se narra otro viaje. Al revés de Ulises, que quiere llegar sin contratiempos a su hogar en Ítaca, don Quijote sale de su hogar en algún lugar de La Mancha en busca de contratiempos. Quiere ser interrumpido, y no se sorprende de las interrupciones; a eso ha salido, a toparse con ellas: endriagos, bribones poderosos, malvados encantadores, tentaciones de la carne que como buen caballero debe rechazar, sometido como se halla al voto de casta fidelidad a su dama. El mundo rural que don Quijote va a recorrer tendría muy poco de atractivo para alguien que emprende un viaje con sentido común, bajo las necesidades impuestas por la vida cotidiana. Es su imaginación encandilada la que creará los obstáculos, peligros y desafíos. Claro que los obstáculos que Ulises encuentra mientras navega hacia Ítaca también son fruto de la imaginación, la imaginación de Homero: sirenas cuyo canto causa la perdición de los navegantes, hechiceras que convierten en cerdos a los hombres, vientos encerrados en un odre que provocan naufragios al ser desatados. Pero los gigantes, magos, damas cautivas, cuevas y castillos encantados que don Quijote va hallando en la ruta, nacen de su propia imaginación. Es un mundo creado por él mismo, como personaje, superpuesto al mundo real. Es su propio personaje, en tanto Ulises es personaje de Homero. Ulises es un mentiroso consumado, que inventa para enredar a los demás. Don Quijote inventa para sí mismo, es criatura de su propia ficción. Apenas recobra el seso, todo aquel tinglado construido en su mente se deshace, los cortinajes y decorados desaparecen, y lo que permanece a la vista es la simple realidad racional. Entonces, sólo le queda morir. Ambos mundos, el real y el imaginado, se corresponden y se oponen en las páginas del Quijote. Los castillos de tiempos idos son las ventas del camino, y los venteros no son encantadores, sino prosaicos hospederos que si pueden esquilman a los viajeros. Pero un mundo no podría existir sin el otro, porque es su contrario y al mismo tiempo su contrapeso y complemento. Desde aquel primer viaje Rubén ya nunca abandonaría a Cervantes, que se convierte en un modelo suyo, literario y vital, según su soneto: “Horas de pesadumbre y de tristeza/paso en mi soledad./Pero Cervantes/es buen amigo. Endulza mis instantes/ ásperos, y reposa mi cabeza…” “Él es la vida y la naturaleza,/ regala un yelmo de oros y diamantes/ a mis sueños errantes/. Es para mí: suspira, ríe y reza.”, dice en la siguiente estrofa. La vida tal como es. El tiempo ya muerto de los caballeros andantes, que tampoco es un tiempo histórico pues se trata de personajes de ficción, entra en el tiempo real contemporáneo, y

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via je d e i da y vuelta . d i s c ur s o d e s e r g i o r a m í r e z al r ec i b i r el p r em i o c ervan tes 2 01 7

entre ambos se produce un choque que, en lugar de destruirlos, los hace vivir. Y no se destruyen porque Cervantes narra con naturaleza esas historias asombrosas y disparatadas, lejos de afectaciones e impostaciones que generalmente esconden ignorancia. Un escritor natural es aquel que sabe de qué está hablando. Habla al oído del lector, no se desgañita. Conversa con suaves ademanes; enamora con la palabra y con los gestos: “Parla como un arroyo cristalino”. Frente a la locura que pasma, Cervantes no se inquieta; se ríe de manera sosegada, sin dejarse ver por el lector, y al tomar distancia de ese mundo estrafalario con la risa, que está lejos de ser una risa malvada, o jayana, nos enseña a ser compasivos, y nos acostumbra a contemplar con naturalidad la maravilla: “Es para mí: suspira, ríe y reza”. Los mundos muertos, construidos de cartón piedra, los decorados que huelen a pintura o a vejez, tarde o temprano serán comidos por la polilla, porque lo falso no sobrevive. En cambio, el mundo insuflado de naturaleza por virtud de las palabras se parece a la vida, o es como la vida. Naturaleza y vida se vuelven así inseparables. Y naturaleza y vida tienen que ver, sin duda, con el humor y la melancolía, que también son almas gemelas, como lo explica Italo Calvino en Seis propuestas para el próximo milenio: “Así como la melancolía es la tristeza que se aligera, así el humor es lo cómico que ha perdido la pesadez corpórea…” Estas dos cualidades de la literatura y de la vida se auxilian también en equilibrio porque tienen la sustancia de la ligereza. El humor en Cervantes pierde la pesadez corpórea de lo cómico. Vive de la ligereza, y en la ligereza, contraria a la pesadez que no deja circular el aire entre las líneas del texto. Tal como Sergio Pitol, premio Cervantes del año 2005, muerto este mismo mes en México, y a quien rindo homenaje, cervantino hasta la médula porque nunca se atuvo a la pesadez, y supo trocarla por el humor, la ironía y la parodia; un “raro” de los de Rubén, que supo hacer de la escritura una fiesta. En Vida de don Quijote y Sancho, Unamuno nos recuerda que don Quijote nos hace reír porque su seriedad a la vez nos divierte, y nos conmueve. No cree en el ridículo, porque para él el ridículo no existe: “Caballero que hizo reír a todo el mundo, pero que nunca soltó un chiste…”. Y Rubén, al invocarlo en Letanía de Nuestro Señor don Quijote: “Rey de los hidalgos, señor de los tristes/que de fuerza alientas y de ensueños vistes/coronado de áureo yelmo de ilusión…”, también invoca la naturaleza natural de las cosas: “Escucha los versos de estas letanías/hechas con las cosas de todos los días/ y con otras que en lo misterioso vi…”. En algún momento de la vida, uno se encuentra con Cervantes. Fue mi madre, Luisa Mercado, quien en sus clases de literatura en el colegio de secundaria, porque tuve la infinita suerte de ser su discípulo, me enseñó a leer el Quijote, y el Libro del buen amor del Arcipreste, los versos del Marqués de Santillana, las Coplas de Jorge Manrique por la muerte de su padre, a Lope y Quevedo; y no pocos de esos poemas los aprendí de memoria para siempre. Guardaba ella un ejemplar en cuarto mayor del Quijote que había pertenecido a mi abuelo Teófilo Mercado, converso a la austera religión bautista que llegaron a predicar en 1910 unos misioneros de Alabama, y desde antes liberal positivista, creyente con fe ciega en el progreso y en la educación, una especie de discípulo de Augusto Comte extraviado en Masatepe, el pequeño pueblo cafetalero de la meseta del Pacífico de Nicaragua donde nací. Era agricultor, agrimensor, constructor de pozos artesianos y ebanista. La mesa donde escribo salió de sus manos. Y entre sus libros de medicina, agronomía, y geodesia, y manuales de geometría plana y álgebra elemental, estaba el Quijote. Si para él toda lectura debía ser didáctica, y despreciaba a los poetas que se dejaban largo el pelo y a los novelistas que se perdían en el relato de desgracias amorosas y aventuras inventadas, ¿qué hacía, entonces, el Quijote en compañía tan extraña en su librero, sino desmentir su lejanía de la imaginación? ¿Y no lo desmiente también su nieto novelista? Cervantino y dariano, ato mi escritura con un nudo que nadie puede cortar ni desatar. Un nudo de palabras en mi oído desde la infancia, amamantado en una lengua híbrida que traía los viejos sones del Siglo de Oro represados en la arcaica arcadia verbal campesina, y entreveradas a esas palabras, que brillaban como gemas antiguas entre el polvo de los siglos, las de la lejana lengua náhuatl —Ma-

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satepe, mazatl-tepetl, tierra de venados— y desde muchos antes las de la lengua mangue, que mientras el paisaje de mi niñez se despeña hacia el cráter de la laguna de Masaya, al pie del volcán Santiago, donde bulle a ojos vista la lava rojo, malva y amarillo, como en la boca del infierno, los residuos de esa lengua ya casi olvidada van marcando los territorios comarcanos, Ñamborime, cerca del agua, Jalata, agua arenosa, Nimboja, camino hacia el agua. La lengua se hace primero en el oído. El mundo de un niño es un mundo de voces que alguna vez se vuelven escritura. Las de las consejas y las leyendas, las de los pregones de los mercados, la de los romances anónimos bordoneados en las guitarras. Las de la tertulia vespertina a la que comparecía mi abuelo paterno Lisandro Ramírez, violinista y compositor de valses, fox-trots y mazurcas, y maestro de capilla de la iglesia parroquial, junto a mis tíos músicos, pobres como él, y bohemios, quienes formaban entre todos la orquesta Ramírez. Reunidos en la tienda de abarrotes de mi padre, Pedro Ramírez, el único que se había resistido a tocar un instrumento porque lo cargaron con el pesado contrabajo, se entretenían en un solo jolgorio de conversación antes de subir las gradas de la iglesia parroquial para tocar el rosario de las seis de la tarde, una fiesta verbal cervantina aquella plática en la que nunca contaban chistes groseros, despreciaban el ridículo, convertían sus penas en alegrías, y se burlaban con gracia de sus propias desgracias, ganándose así, al reírse de ellos mismos, la soberanía de reírse de los demás. Narrar es un don que no brota sino de la necesidad de contar, esa necesidad apremiante sin la cual, quien se entrega a este oficio incomparable, no puede vivir en paz consigo mismo. Desde el fondo de esa necesidad un novelista debe iluminar en su prosa todo aquello que yace en las profundas cavernas del sentido, acercar la antorcha a los rostros de los personajes ocultos en la oscuridad, revelar los entresijos cambiantes de la condición humana. Es una epifanía de cada día, que no se da sin el uso de los procedimientos debidos, que empiezan por sentarse a escribir entre cuatro paredes como un prisionero que disfruta y padece de la necesidad de contar. Hay que saber atrapar la gracia. La escritura es un milagro provocado. Y no pocas veces un milagro una y otra vez corregido, “Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo… y no hay sino la palabra que huye”, dice Rubén. La página en blanco está llena de rastros, de sombras de palabras fugitivas. Siento que soy, así, la síntesis de mis dos abuelos, el músico y el ebanista, el que pulsa el arco y el que empuña la gubia, a medias el compositor que llenaba con sus signos melódicos la hoja de papel pautado, y a medias el artesano que nunca estuvo conforme con un mueble de gavetas desencajadas, que no asentara bien sobre el suelo, o cuyas junturas dejaran luces. Escribo entre cuatro paredes, pero con las ventanas abiertas, porque como novelista no puedo ignorar la anormalidad constante de las ocurrencias de la realidad en que vivo, tan desconcertantes y tornadizas, y no pocas veces tan trágicas pero siempre seductoras. Mi América, nuestra América, como solía decir Martí. La Homérica Latina, como la bautizó Marta Traba. A ese paisaje iluminado y a la vez lleno de sombras, desolado y a la vez lleno de voces recurro, dominado por la curiosidad y el asombro, en busca de sus rincones ocultos y de los humildes personajes que lo pueblan, cada uno cargando a cuestas sus pequeñas historias, y me seduce verlos caminar, sin ser advertidos, o sin advertirlo, hacia las fauces que los engullen, víctimas tantas veces del poder arbitrario que trastoca sus vidas, el poder demagógico que divide, separa, enfrenta, atropella. Ese poder que no lleva en su naturaleza ni la compasión ni la justicia y se impone por tanto con desmesura, cinismo y crueldad. A través de los siglos la historia se ha escrito siempre en contra de alguien o a favor de alguien. La novela, en cambio, no toma partido, o si lo hace, arruina su cometido. El vasto campo de La Mancha es el reino de la libertad creadora. Un escritor fiel a un credo oficial, a un sistema, a un pensamiento único, no puede participar de esa aventura diversa, contradictoria, cambiante, que es la novela. Una novela es una conspiración permanente contra las verdades absolutas. La realidad, que tanto nos abruma. Caudillos enlutados antes, caudillos como magos de feria hoy, disfrazados de libertadores, que ofrecen remedio para todos los males. Y los caudillos del narcotráfi-

co vestidos como reyes de baraja. Y el exilio permanente de miles de centroamericanos hacia la frontera de Estados Unidos impuesto por la marginación y la miseria, y el tren de la muerte que atraviesa México con su eterno silbido de Bestia herida, y la violencia como la más funesta de nuestras deidades, adorada en los altares de la Santa Muerte. Las fosas clandestinas que se siguen abriendo, los basureros convertidos en cementerios. Cerrar los ojos, apagar la luz, bajar la cortina, es traicionar el oficio. Todo irá a desembocar tarde o temprano en el relato, todo entrará sin remedio en las aguas de la novela. Y lo que calla o mal escribe la historia, lo dirá la imaginación, dueña y señora de la libertad, “por la que se puede y debe aventurar la vida”, pues no hay nada que pueda y deba ser más libre que la escritura, en mengua de sí misma cuando paga tributos al poder el que, cuando no es democrático, sólo quiere fidelidades incondicionales. Somos más bien testigos de cargo. Nuestro oficio es levantar piedras, decía Saramago; si debajo lo que hallamos son monstruos, no es nuestra culpa. En mis años juveniles “tuve otras cosas en qué ocuparme, dejé la pluma y las comedias…”, como expresa nuestro padre Cervantes. Y si un día me aparté de la literatura para entrar en la vorágine de una revolución que derrocó a una dictadura, es porque seguía siendo el niño que se imagina de rodillas en el suelo de la venta presenciando la función de títeres del retablo de Maese Pedro, ansioso de coger un mandoble para ayudar a don Quijote a descabezar malvados. Pero vuelvo a citar el primer párrafo de Historia de dos ciudades de Dickens, tal como lo hice en mi libro de memorias acerca de esos años, Adiós muchachos: “Fue el mejor de los tiempos, fue el peor de los tiempos; fue tiempo de sabiduría, fue tiempo de locura; fue una época de fe, fue una época de incredulidad; fue una temporada de fulgor, fue una temporada de tinieblas; fue la primavera de la esperanza, fue el invierno de la desesperación”. Vivo en mi lengua, en el ancho territorio de La Mancha, según la dichosa frase de Carlos Fuentes, un territorio verbal y a la vez una mancha indeleble. La Mancha que no se deslíe ni se borra. La escritura manchada, contaminada de belleza y de verdades, de ilusión y realidad, de iniquidades y de grandeza. Y al recordar a Fuentes, amigo y maestro, traigo delante de mí la deuda imperecedera con los escritores del boom, tan próximos a mí y que tanto me enseñaron. García Márquez, quien volvió a inventar la lengua en sus redomas de alquimista trasmutando la realidad en prodigio; Cortázar, quien en las páginas de Rayuela dio a mi generación las claves de la rebeldía sin sosiego, él, quien me hizo cronopio para siempre; el propio Fuentes, quien subió a los andamios para pintar la historia de México y la de América como un alucinante mural en movimiento; y Mario Vargas Llosa, cuyas novelas desarmé página a página, como si se tratara de un mecano, para aprender así los rigores del oficio. Y la otra deuda imperecedera. Tulita, mi esposa, a quien debo en muchos sentidos mi oficio, y quizás sea suficiente explicarlo repitiendo lo que puse en la dedicatoria inscrita en mi novela Castigo divino, de cuya publicación se cumplen ahora treinta años: que ella inventó las horas para escribirla; así como, mejor novelista que yo, ha inventado mi vida. Y junto con ella, lo que debo a mis hijos y nietos, presentes todos aquí, mi prole de la primavera del patriarca, de la que me siento tanto orgulloso como dichoso. Gracias a Juan Cruz, el Juan de Juanes, que supo armarme de nuevo con las armas de la literatura cuando regresaba de otras lides con la lanza quebrada; a Antonia Kerrigan, la mejor agente literaria del mundo, y a Pilar Reyes, la mejor editora del mundo. Gracias al jurado del premio Cervantes, presidido por el director de la Real Academia de la Lengua, Darío Villanueva, por apuntar de manera tan generosa su brújula hacia mi obra. Y gracias, don Felipe, por esta honra que España, la de “los mil cachorros sueltos” de la lengua, concede a Centroamérica a través mío, y a mi país de vientre pequeño, pero tan pródigo. • Alcalá de Henares, 23 de abril de 2018

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Centenario de Pita Amor

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prólogo

Pita, la última de siete amores Elena Poniatowska trató, admiró y padeció a su tía Pita Amor. “Pita Amor es importante para las generaciones venideras porque rompió esquemas como otras mujeres catalogadass como locas”, escribe. logo a Yo soy mi casa, Presentamos el prólogo nica obra en prosa reimpresión de la única a. de tan singular poeta. elena poniatowska

“Oh Dios, invención admirable hecha de ansiedad humana y de esencia tan arcana que se vuelve impenetrable. ¿Por qué no eres tú palpable para el soberbio que vio? ¿Por qué me dices que no cuando te pido que vengas? Dios mío, no te detengas ¿o quieres que vaya yo?”

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ita Amor encontró a Dios en una cita puntual que contrajo con él, el lunes 8 de mayo de 2000, cuando una neumonía le impidió respirar. Dios canceló otros compromisos para recibirla en la casa vecina a la de Carlos Fuentes en la calle de Apóstol Santiago, en San Jerónimo. Pita Amor le cantó a Dios y ella misma se creyó Dios. Para demostrarlo, Pita ha de estar ahora mismo dando paraguazos celestiales a San Pedro mientras interrumpe la música de las esferas para saludar a Jesusa Rodríguez: “¡Eres bárbara, mejor que Chaplin!”, y gritarle a Patricia Reyes Spíndola, mientras blande su bastón en el aire, parada en medio del pasillo del teatro: “¡Patricia, baja de ese escenario inmediatamente! Esta obra no te merece, es para tarados. ¡Bájate Patricia o voy a subir por ti!” Un coro de taxistas, agentes de tránsito y meseros humillados se habrán escondido tras las nubes para que ella no los insulte: “¡Changos, narices de mango, enanos guatemaltecos!”, en el mismo tono que usó cuando el diario Excélsior le pidió su opinión sobre el terremoto de 1985 y respondió: “Fue una buena poda de nacos”. Este personaje singular habría cumplido 82 años. Nació el 30 de mayo de 1918. Fue una niña privi-

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legiada, la última de siete Amores, hijos de Emmanuel Amor y de Carolina Schmidtlein. Pita recuerda que a su papá lo sacaban a tomar el sol en un balcón de una casa porfiriana con un “plaid” escocés sobre las rodillas. “Siempre lo vi sentado”, alega Pita. Ni su padre ni su madre tuvieron fuerza para controlarla. Sus caprichos y rabietas atemorizaron a sus hermanos y a todo el vecindario, primero en la calle de Abraham González y luego en la de Génova al lado de La Votiva, la iglesia favorita de los Trescientos y algunos más en el Paseo de la Reforma. Desde muy pequeña, Pita fue la consentida, la muñeca, la de los pataleos y rabietas, la de los terrores nocturnos. Era una criatura tan linda que Carmen Amor estrenó su cámara con ella y la fotografió desnuda. A Pita le fascinó contemplarse a sí misma y posiblemente ahí se encuentre el origen de su narcisismo. De su niñez habla en su novela Yo soy mi casa, publicada por el Fondo de Cultura Económica, título también de su primer libro de poesía. Pita creció oyendo poesía. En la noche, después de la cena, la familia acostumbraba leer un poema tras otro, y seguramente esta lectura en voz alta de Góngora y de Quevedo, de Sor Juana y de López Velarde influyó en ella. Dos de sus hermanas, inteligentes y creativas, Mimí y Elena, también escribían y decían poesía pero nunca se atrevieron a lanzarse al ruedo.

A Pita siempre le costó adaptarse al mundo, siempre fue la voz que se aísla en la unidad del coro, en el seno familiar, entre sus seis hermanas y su hermano “Chepe”, en el internado de Monterrey que no aguantó, y en donde no la aguantaron. Nunca pudo salirse de sí misma para amar realmente a otro; la única entrega que pudo consumar fue la entrega a su “yo”. Demasiado enamorada de su persona, los demás le interesaron sólo en la medida en que la reflejaban: no fueron sino una gratificación narcisista. Desde muy joven, Pita pudo participar en la vida artística de México gracias a su hermana Carito, colaboradora de Carlos Chávez y fundadora de la Galería de Arte Mexicano. Acondicionada en el sótano de la casa de los Amor, la galería (que después fue de Inés) expuso a Orozco, Rivera, Siqueiros, Gerardo Murillo, el Dr. Atl, Tamayo, Julio Castellanos, Frida Kahlo y muchos más. Si era una niña preciosa, fue una adolescente deslumbrante por su atrevimiento y su belleza. Tan llamaba la atención que la pintaron Rivera, Montenegro, Soriano, Raúl Anguiano, a quienes desconcertaban sus desplantes, sus grandes ojos abiertos, su boca desdeñosa y su voz de trueno. Más tarde, Diego Rivera habría de retratarla desnuda, para el horror de la familia Amor. En esa época todos se hacían cruces con Lupe Marín, María Asúnsolo, Nahui Ollin, Machila Armida,

fotografía de ricardo salazar, proporcionada por eduardo sepúlveda amor

Frida Kahlo “clavada de claveles”, como la definió Carlos Pellicer. “¿Ya supiste? ¡No te has enterado! ¡Hubieras visto! ¡Qué bárbara, Pita! ¡Nadie ha hecho nada igual!” Aunque mucho más joven, a esa lista de ofensas a la buena sociedad, vinieron a añadirse las de Pita Amor. A Pita nunca le importó el qué dirán. En medio de fandangos, pachangas e idas al cabaret de la época, el Leda, donde todas las noches Lupe Marín y Juan Soriano bailaban sin zapatos y hacían un show muy celebrado por los Contemporáneos; en medio de sus domingos en los toros, su asistencia a fiestas y a cocteles, Pita Amor produjo de golpe y porrazo, ante el azoro general, su primer libro de poesía: Yo soy mi casa, publi publicado a iniciativa de Manolo Altol Altolaguirre. Causó sensación. “Es impo imposible que ella lo haya escrito.” Inme Inmediatamente, Alfonso Reyes la apadr apadrinó: “Y nada de comparaciones odios aquí se trata de un caso odiosas, mitol mitológico”. Añ más tarde, para sus diáloAños e el teatro La Capilla, Salvador gos en Novo habría de escogerla a ella y a Sor J Juana Inés de la Cruz. Pita no tuvo empacho en llamar a la prensa dec y declarar: “Yo soy mejor porque ella eestá muerta y yo estoy viva”. Re Resulta contradictorio que esta mujer que no cejaba en su afán de escánda y salía desnuda bajo su abricándalo go de mink a gritar a media noche en el Pas Paseo de la Reforma: “¡Yo soy la reina de la noche!”, regresara en la madr madrugada a su departamento de la calle Río Duero y en la soledad del lecho escribiera en la bolsa del pan y con el lápiz de las cejas décimas sober soberbias: Ventana de un cuarto, abierta cuánto aire por ella entraba. Y yo que en el cuarto estaba, a pesar que aire tenía, de asfixia casi moría: que este aire no me bastaba, porque en mi mente llevaba la congoja y la aflicción de saber que me faltaba la ventana en mi razón.

Pita Amor fue de escándalo en escándalo sin la menor compasión por sí misma. En un programa de televisión, cuajada de joyas, dos anillos en cada dedo, con su invariable bucle sobre la frente y sobre todo con un escote que hizo protestar a la Liga de la Decencia, alegando que no se podía recitar a San Juan de la Cruz enseñando los pechos, Pita Amor se puso a decir décimas soberbias, romances, todas las formas clásicas de la expresión poética con un éxito sorprendente. En Televicentro (hoy Televisa) se abrían dos vallas de curiosos que querían presenciar su programa de televisión en vivo. Ella misma lo dirigía: “Aquí la cámara, allá las luces”. Todos se doblegaban. Resultó más vanidosa que María Félix, quien exigía ver cada una de sus tomas en la “moviola” para censurar aquellas que no la favorecían. Sus “Décimas a Dios” fueron el delirio. Las declamaban los tramoyistas y los porteros. Pita dio recitales en teatros y en reuniones en que la ovación duraba más que una vuelta al ruedo. Aparecía en los periódicos un día sí y otro también. Salvador Novo escribió un diálogo entre Pita Amor y Sor Juana. Durante 20 años, desde la salida de su primer libro, sedujo a un público cada vez más numeroso. Formó en torno suyo a una especie de “infame turba” (como se autonombraron

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en Barcelona los intelectuales) que hacía y deshacía a su antojo: Josefina Vicens (quién leyó por primera vez en su casa El libro vacío), Octavio Paz, Tita Casasús, Sergio Fernández, Dolores Feliú, Antonio Peláez, Guadalupe Dueñas, Rubén Bonifaz Nuño, Diego de Mesa, Juan Soriano, Elena Garro, Archibaldo Burns, a quienes recibía en su departamento en la calle de Duero. El escándalo y la celebridad van del brazo. Pita llamó más la atención que sus dos hermanas mayores que hicieron obras valiosas y duraderas. Carito Amor de Fournier fundó la Prensa Médica Mexicana e Inés dirigió la Galería de Arte Mexicano. (Ambas huían de las candilejas) Margarita Amor —la más bella de las Amor— estuvo casada con el gastroenterólogo Bernardo Sepúlveda, quien fue nuestro secretario de Relaciones Exteriores en 1982 y miembro de la Corte Internacional de Justicia en La Haya de 2006 a 2015 y sin embargo quién permanece en el imaginario colectivo es Pita, quien Pita tantos disgustos y tantas vergüenzas le hizo pasar a la familia Amor. “¿Puedo decir que mi hijo es tuyo?”, preguntó una tarde a don Alfonso Reyes, quien le respondió con una sonrisa de sátiro que claro que sí, que encantado. Pita caminó siempre en el filo de la navaja. Su familia la contemplaba con verdadero espanto. ¿Estaría loca? Otras mujeres, mayores que ella, ya habían sido satanizadas: Nahui Ollin, la del Dr. Atl, que también tenía afición por la desnudez, abría la puerta de su casa en la azotea del convento de La Merced con los pechos al aire y se asoleaba en las baldosas calientes del techo del claustro; la misma costumbre tenía Tina Modotti, cuyos desnudos tomados por Edward Weston en la azotea de su casa en la avenida Veracruz son los más bellos que puedan contemplarse. Hoy la desnudez no causa tanto revuelo —Jesusa Rodríguez se ha desvestido en múltiples ocasiones—, pero en aquella época era cosa de “alegradoras” o de las apetitosas gorditas de casa de citas. Alguna vez me atreví a preguntarle si se consideraba extravagante y me respondió airada: —¿Extravagante yo? ¿De dónde sacas, mocosa insolente, que yo soy extravagante? Después de la muerte de su hijo, Manuelito, ahogado en la pileta de un jardín de tejocotes, en San Jerónimo, Pita Amor se aisló. Años más tarde volvió a figurar y a subir al escenario. Con una memoria prodigiosa se puso a recitar a Quevedo, a García Lorca, a Pellicer, a Sor Juana, a López Velarde. Al final de cada “show” juraba y perjuraba que era superior a Sor Juana, “porque ella está muerta y yo estoy viva”. Al final de sus días, la reacción de los espectadores ante su extraordinaria megalomanía era la risa. “Si me invitas una copa te hago un soneto.” En la Zona Rosa que frecuentaba a diario le tenían miedo los anticuarios y los visitantes de las galerías de arte. Impactaba su temperamento desbordante; no era difícil descubrir en Pita Amor la imagen viva de los estragos que provoca la falta de autocrítica. Hacía dibujos del tamaño de una baraja y los tendía en los restaurantes: “Son veinticinco pesos”. Caminaba por las calles de Génova y de Amberes con sus anteojos de fondo de botella y su rosa parada en la cabeza como una antena y la llamaban “La abuelita de Batman”. A Carlos Monsiváis

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quiso agarrarlo a paraguazos. En algún programa de televisión indicó que le gustaría tener un coche. El entonces presidente Luis Echeverría le envió un vw, pero como Pita nunca supo lo que es un volante y mucho menos un motor, le ordenó, imperial e imperiosa, al primer desconocido que la condujera, y después de dejarla en la dirección indicada, el chofer se esfumó con todo y coche. A veces Pita Amor era capaz de verse a sí misma con una extraordinaria lucidez: “Entre las deficiencias de mi personalidad existe mi ocio. Desde muy niña rondé de allá para acá sin lograr disciplinarme ni en estudios ni en juegos, ni en conversaciones. De mi ocio brotaron mis primeros versos y es en mi ocio maduro donde he ido engendrando el acomodo de mis palabras escritas.” Su libro de cuentos Yo soy mi casa, publicado por el Fondo de Cultura Económica, hizo pensar que se dedicaría de tiempo completo a la literatura, pero prefirió seguirle fiel a Góngora y a Quevedo. En la década de los cincuenta las mujeres adquirían valor por ser pareja de alguien; por si solas se les consideraba “chivas locas”, sobre todo si se inclinaban por algo tan sospechoso como el “arte”. En la cantina los bebedores brindaban tildándolo de “arte del colchón”. Dieciocho minutos duró la ovación en la sala principal de Bellas Artes en el homenaje que Miguel Sabido decidió rendirle. “Quiero una tiara, quiero un trono, quiero ver a mis súbditos desde arriba, quiero una carroza blanco y plata como la de doña Blanca, quiero una lluvia de pétalos de rosas, quiero que todos se prosternen ante mí.” Miguel Sabido lo cumplió y Pita apareció subida en un carro mágico sentada cual emperatriz entre nubes de tul y polvo de oro. El aplauso fue inolvidable. Desde lo alto, Pita nos saludaba y enviaba besos con sus dedos enguantados de blanco. Besos en vez de bastonazos. Pita Amor es importante para las generaciones venideras porque rompió esquemas como lo hicieron otras mujeres de su época catalogadas de locas. Al igual que Nahui Ollin, el rechazo y la censura la volvió cada vez más contestataria: las dos hicieron del reto y de la provocación su forma de vida. “Frente al éxito a mí me preocuparon más mi belleza y mis turbulentos conflictos amorosos. ”Porque yo que he sido joven, soy joven porque tengo la edad que quiero tener. Soy bonita cuando quiero y fea cuando debo. Soy joven cuando quiero y vieja cuando debo. Yo, que he sido la mujer más mundana y más frívola del mundo, no creo en el tiempo que marca el reloj ni el calendario. Creo en el tiempo de mis glándulas y de mis arterias. La angustia hace mucho que la abolí. La abolí por haberla consumido.” Mi cuarto es de cuatro metros, mi cuerpo mide uno y medio y la caja que me espera será el final de mi tedio. •

reseña

Pita Amor novelista Muestra representativa del estilo narrativo, los recuerdos y la sinceridad a veces cruda de Pita Amor, atributos que la identifican como una de las grandes narradoras mexicanas. La novela ha sido reimpresa por el fce. beatriz espejo

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n 1957 Guadalupe dio a conocer su novela Yo soy mi casa de 350 páginas, con el mismo título de su primer poemario; pero si en el otro caso aludía a cuestionamientos ontológicos, en éste literalmente alude al lugar que la marcó para siempre. En la portada mostraba el dibujo con un pañuelo en la cabeza que le hizo Diego Rivera y que tuvo mucho tiempo a la entrada de su departamento. Aprovechaba como epígrafe sus octosílabos, “Casa redonda tenía de redonda soledad: el aire que la invadía era redonda armonía de irresistible ansiedad”. Y cerraba con otro: “Al decir casa pretendo expresar que casa suelo llamar al refugio que yo entiendo que el alma debe habitar”. Era consciente de su celebridad y una autobiografía la ayudaba a incrementarla. Es verdad que la memoria tiende a inventar y a contar mentiras para darle rienda suelta a la imaginación. Una imaginación que nos explica a nosotros mismos, aunque nos transformemos al atrapar cuanto

guardamos dentro sin separarlo de las emociones. ¿Hasta qué punto le ocurrió esto a Guadalupe en aras de embellecerse a sí misma trastocando su realidad? Al momento de contarnos sus historias, todos los escritores lo hacen. Guadalupe se apoyó en adjetivos que no utilizaba en su poesía, cambió el apellido Amor por Román, aumentándole una letra, y dejó su propio apelativo y las iniciales en algunos nombres y, ella que juzgaba la insinceridad como lo más condenable en un artista, omitió explicaciones que hubieran sido de importancia para entender mejor la psicología y actitudes de protagonistas que transitan los párrafos casi convertidos en sombras. En cambio develó su niñez tormentosa, insomne e insoportable, de géminis oscilante. Niña sensible, inquieta, preguntona, afrontaba su soledad en llamas. Ociosa empedernida, no dejaba de pensar. Maltrataba a su nana Pepa que a escondidas fumaba cigarros Gardenia Chorrito y la mimaba hasta la exageración pero exasperaba a las demás sirvientas que la asustaban con mariposas negras o con el robachicos, a pesar de lo cual ya les improvisaba sobre las mesas danzas

fotografía de ricardo salazar, proporcionada por eduardo sepúlveda amor

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frenéticas o cantaba a grito pelado tangos de moda que nadie quería oír. “Te quiero, me decía el embustero; te juro que mi amor es noble y puro; vidita, cuando acabe de estudiar…”; sin embargo temía a la institutriz de amigas suyas por representar la autoridad. Padecía temperamento de hechizada y memoria que recordaba, con escenas de locura, humillantes acontecimientos pasados o los olvidaba después de dormir algunos momentos. Observaba la jaula de un canario pensando que necesitaba volar sobre los tejados vecinos y más allá hacia confines lejanos. Sufría lo indecible cuando descubría cómo desangraban guajolotes o sacrificaban cerdos destinados a placeres culinarios. Pensaba con terror que iban a estar colgados gran parte de la mañana y que al recorrer, desde los sótanos a la azotea, no iba a librarse de verlos. Habló de su apetencia desmedida, de su glotonería y gusto por los dulces que devoraba hasta el final de sus días. Y ese rubro le proporcionó materia prima para un pasaje cargado de color parecido al bodegón “Puesto de mercado” pintado por Olga Costa. “Yo devoraba con los ojos todo aquello que no podría devorar con la boca. Y antes de marcharme, pasaba revista a las vitrinas de la dulcería Larín. Aquí un estante lleno de mazapanes de almendra; junto a él, cien pomos con todas las figuras del mundo, hechas caramelo; después, el enorme burro de chocolate, y a sus pies, docenas de muñecas de azúcar. Más allá, cajas y cajas de galletas finísimas; botes de vidrio repletos de dátiles, pasas y cerezas, y un tumulto de paletas en forma de animales; y miles y miles de dulces envueltos como flores…” Sus ojos abarcaban la noche, el pecho y los brazos llenos de manchas rojas y calientes en una negrura sin hendiduras traicioneras. Sus oídos escuchaban los ruidos callejeros, las campanas de las iglesias cercanas, el silbato del camotero o del tren nocturno, las fugaces sirenas de las ambulancias y hasta las risas y rezos del día que se habían quedado estampados en los muros. Dedicaba el libro a sus amigos con una hermosa letra Palmer tendiente a inclinar los renglones, seña de temperamentos depresivos. Recurrió a una estructura novedosa reconstruyendo sus vivencias infantiles en una especie de recorrido imparable por la casa donde había nacido. Se permitió juegos temporales, puesto que más bien cada cuarto, iluminado de modo distinto y con diferentes aromas, la llevó a la aprehensión de un recuerdo o de anécdotas sobre la Decena trágica, la lucha cristera y otros pasajes históricos que había escuchado. Invocaba al Dios, que tanto oyó invocar, como muletilla que la ayudaba rítmicamente. Empezó describiendo una incompatibilidad imparable con su madre, el segundo personaje en importancia, pues como indica el título, la novela se narra en primera persona y atiende a un yo pertinaz. El primer apartado es la recámara, el baño azul moiré, los estucados del techo, la colcha tejida, el tocador ante el que cada mañana esta mujer metódica se trenzaba el pelo antes de emprender sus agobiantes tareas que sin embargo le permitían recibir y corresponder invitaciones. Comenzaban con una misa en la capilla cercana de la Divina Infantita, ataviada con minucioso lujo oriental, donde se había casado con un hombre mucho mayor de edad y desentendido de los

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imperativos diarios. Y seguía con cartas a su hermana, la Marquesa de Hermosillo del Rey, que frecuentaba casinos europeos, y no estaba cabalmente enterada de su situación; pero mandaba baúles pletóricos de regalos para cada componente de la familia. Desde el principio se dejó sentado el imparable derrumbe de una fortuna que por años habían agotado en un nivel de vida que se empeñaban en sostener ayudados por la costurera Bibi y el Monte de Piedad. Allí quedaban los aretes de brillantes, los prendedores de perlas y turquesas, los anillos de amatistas que servían para amainar los rigores del gasto y detener lo inevitable. Les cortaron la luz ocho meses eternos, doscientos veintiséis días en que se alumbraban con medio kilo de velas compradas cada mañana. Los años dejaban su pátina y habían vuelto algunos rincones parajes siniestros y ninguno tan húmedo y decepcionante como la habitación de los porteros, salvo los sótanos convertidos en lagunas donde se había ahogado un gato. Los tapices se desgastaban, las baldosas se desprendían y las macetas, aunque tuvieran las iniciales de la abuela paterna, se veían devastadas, la escalera de servicio era deplorable con su hierro carcomido y roto en varios peldaños. El espacio que servía de cava con libreros viejos estaba lleno de telarañas: Un día mamá ordenó a una criada que bajase al sótano para quitar los tumultos de polvo que cubrían las botellas. La sirvienta cumplió escrupulosamente su tarea, al punto que con estropajo y jabón las limpió una a una, dejándolas relucientes y sin su etiqueta original. Nunca más se pudo distinguir el espeso vino de Borgoña del animoso Chablis.

Ese hurgar en el pasado hizo de Pita una maestra que con pocas líneas trazaba retratos y modas de la época y de la burguesía nacional con sus juicios y prejuicios: “Era Úrsula Vélez elegante a la inglesa, de pelo cano, huesosa; tenía la cara acribillada de arrugas, entre las que imperaba una boca torcida. Siempre vestía traje sastre y usaba un sombrerito masculino, suavizado por un velo”. “Longoria era un chico de familia conocida, pero no muy encumbrada. Tocaba bien la guitarra y era cordial con todo el mundo. Oviedo parecía tener veinte años más de su edad; jamás miraba de frente y a mamá la inquietaba.” “Algunas veces llegaba Gastón Rojas a la reunión de mi hermano. Más que él, llamaba la atención su traje y su arreglo esmeradísimo. Educado en Francia era flexible y sonriente con mis hermanas mayores. A veces se dejaba arrebatar, sin darse cuenta, por el brío de una canción mexicana.” “La Gorda Preciado, como le llamaba mamá, era cariñosa conmigo y jamás se molestó porque cantase con mi voz estridente o porque contara todas las mentiras que necesitaba para despejar mi selvática imaginación.” “¡Las Salcedo, con vestidos de piqué blanco! ¡Las Salcedo, con zapatos de ante blanco, con calcetines y guantes blancos!” “Algunas veces vi salir de su cuarto a Ignacia, nuestra gorda cocinera indígena, con labios henchidos de resentimiento. Iba envuelta en su rebozo palomo y en las manos llevaba un portamonedas.” Y se esmera evocando a las personas más queridas: “… en aquel instante se reflejaba en el espejo veneciano

su aristocrático perfil aguileño (de su padre), sus blancas patillas a la usanza del siglo xix, su cuerpo endeble lleno de espíritu y de fatigas, su traje oscuro, y esa elegancia que no habían podido abatir ni los años, ni los sinsabores, ni las privaciones. Un halo de pureza parecía rodearlo y sus pasos eran tan mesurados que se diría que no tocaban el suelo”. Plasma las relaciones entre los de arriba y los de abajo. Mientras unos, a pesar de sus apuros, vivían todavía rodeados de porcelanas valiosas, vírgenes estucadas y tapetes franceses, los otros habitaban rincones desmantelados. No recibían el sueldo merecido y los patrones ni siquiera sabían su nombre, como en el caso de los porteros; sin embargo, por las tardes se juntaban a rezar el rosario en un supremo acto de solidaridad cristiana. Y los misterios y jaculatorias se repetían en monótono e imparable sonsonete mántrico, Arca de la alianza, Torre de marfil, Estrella de David, Puerta del cielo. Los asistentes arrodillados con hilos de cuentas en las manos se creían parte de un mismo núcleo casero y todos quedaban contentos por darle alientos a su fe, menos Pita que no borraba sus pensamientos lóbregos. Sabía que cada Ave María la acercaba a la temida noche en cuyas oscuridades parece emboscarse la muerte asesina del tiempo y evitaba la galería donde colgaban los retratos de su abuelo, escritor de cartas amenas, y su bisabuelo que la perseguían con miradas implacables. La novela reconstruye los fusilamientos contra los muros de la cárcel de Belén a los que concurría la gente de la ciudad como si fueran espectáculo gratuito y que en nuestra literatura dieron tema a pasajes extraordinarios; fiestas infantiles animadas por loterías de juguetes; las posadas en que se adorna el portal con los peregrinos, se encienden velitas de colores y el burro y el toro toman su lugar ancestral durante nueve días seguidos. La Navidad con su árbol pletórico de esferas y la cena en que sacaban a relucir una de las siete vajillas que aún poseían, las copas de cristal firmes sobre la mesa como soldados antes de emprender batalla, las servilletas y manteles almidonados, los manjares exquisitos que no se comían a diario, el Nacimiento donde, en uno de sus actos imprevistos, Pita cambió al Niño por su muñeca Conchis. Las obras de caridad en la Colonia Romita. Acudían las señoras para darle pucheros y servirles a los pobres en supremos actos de humildad, imitando a Cristo en la Última Cena, o mostraban una esplendidez entre comillas, “se engalanaban como si fuesen a una gran recepción social, y realmente era estridente el contraste cuando doña Susana Cuervo de Infante, con su cara de avestruz, acentuada por las plumas del sombrero, entregaba, sonriendo forzada, un paquetito de ropa a una mujer rodeada de cuatro o cinco hijos famélicos”. La novela habla también de las tardes de tejidos destinados a los huérfanos en que las hermanas Román, junto con sus amigas, creían pagar los beneficios de su vida con labores que presumían entre sí antes de gratificarse con cafés olorosos a climas tropicales y suculentas galletas. El mejor pasaje trabajado a base de luces y sombras, el mejor no sólo por ser extenso y detallado, todos son de muy diversos tamaños, reconstruye su Primera Comunión.

La colcha china primorosamente bordada en antiguo raso azul eléctrico se había rescatado del Monte de Piedad para dar un fondo fastuoso al altar improvisado en el hall, cubierto de azahares, azucenas y cirios fervorosos. Oficiaba el Obispo de Morelos y Pita recibía la hostia en un reclinatorio, con el cabello cortado de polquita y fleco, vestido de organdí lleno de alforzas (aunque ella hubiera querido que estuviera recamado de perlas), limosnero, enaguas de encajitos, velo, misal de nácar, guantes de cabritilla y una enorme vela que llegaba al piso. El sol inundaba el recinto con un vértigo entusiasta; pero ella estaba atenta al desayuno colmado de pasteles, tamales, chocolate y golosinas, listo para servirse, y además estaba atenta a los regalos, una caja con etiqueta de La Esmeralda, una moneda de oro o una insignificancia, y no dejaba embargar su corazón por un arrobamiento digno de lo que entonces se consideraba el día más importante de una vida, la ola de piedad iba y venía en compás marino a pesar del retiro al que había asistido como preparación. La misa se alargaba más de la cuenta, a ratos creía que iba a desmayarse y a ratos se fijaba en los invitados que con sus galas ocultaban alguna pared despintada o un zoclo carcomido y se enorgullecía de ser el centro de acontecimiento tan suntuoso. Por fin el copón llegó hasta ella y el pan eucarístico estuvo sobre su lengua, sus ansias eran un desbordante río de lava inundándola, sin que esto le impidiera a los ocho años atender la tos de un invitado o la inquietud de los sobrinos de otro que no podían estarse en paz pensando en la futura comilona igual que lo pensaban los demás niños presentes. Las cosas salieron como se habían previsto, hasta cuando se acabó la celebración y Pita advirtió que una moneda de oro había desaparecido, entró a sus consabidas pataletas y en uno de sus gestos imprevistos jaló la colcha china y derrumbó el altar. En la fuente se veía a sí misma reflejada como estrella; pero era la barda lo más atractivo. Se aferraba a sus barrotes enmohecidos por donde entraba un aire liberado. La barda le sirvió a su padre para escapar y esconderse durante la Persecución Religiosa. Y desde la barda ella escuchaba los ecos de las conversaciones de las criadas o de su familia y se sentía desamparada en una soledad nacida de sí misma y cultivada a lo largo de su sobresaltada niñez. Rondaba la barda recapacitando en el tiempo, esa hemorragia lenta que nos lleva a la muerte, Jamás fue un refugio alegre sino una evidencia de que allí terminaba la casa. Luego recordó a una vieja pintarrajeada que habían destajado misteriosamente junto con su manada de gatos en la calle de Abraham González. Recordó otros crímenes y decidió cometer uno más. Bajar la escalera como quien sube los peldaños de un cadalso, trajo a la mente las imágenes de sus abuelos, de sus tíos; pero agarró el picaporte con determinación incubada en años de soledad, clamores y silencio. Miró la fachada y se fue caminando acompañada por el viento. Con solo esta novela, gracias a su trama original y a su tenaz autocrítica, Pita Amor merece un reconocimiento entre las escritoras de mayor prestigio en el ámbito mexicano. •

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reportaje

La dueña de la tinta americana “¿Por qué me desprendí de la corriente misteriosa y eterna en la que estaba fundida, para ser siempre la esclava de este cuerpo tenaz e independiente?: ” Pita Amor virginia bautista

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a irreverencia y el escándalo marcaron la vida de la poeta mexicana Pita Amor (19182000), quien se transformó de la niña que temía a la oscuridad, en la joven precoz que practicó a sus anchas la libertad sexual, de la mujer independiente que rechazó la maternidad, en la anciana “majadera pero genial”, que recorría las calles de la Zona Rosa vendiendo sus versos manuscritos en papeles sueltos. De niña, en los años veinte del siglo pasado, entró a la iglesia de la Divina Infantita gritando: “¡Tuve un aborto, tuve un aborto!” Golpeó a una monja en la escuela del Sagrado Corazón, en Monterrey; “volaron dientes y lentes y la devolvieron a su casa”. Esto se lo contó Paula Amor, prima de Pita y madre de la escritora Elena Poniatowska Amor, al investigador Michael Schuessler, biógrafo de la también novelista y cuentista. “El pintor Juan Soriano —cuenta Schuessler— me compartió que cuando Pita era chica andaba por la galería de la familia y que a veces se quitaba la ropa y se ponía detrás de

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una cortina. Era de aarmas tomar. Era fácil verla y admirarla, admi pero difícil estar con ella. Al final de su vida insultaba y le daba da bastonazos a la gente. Una vez m me dijo: ‘Michael, yo soy bonita cuando quiero, y fea cuando debo’ ”. Así recuerda el autor del libro Pita Amor. La undécima musa (2018) a la poeta que conoció en 1990 y de quien este año se conmemora el centenario de su nacimiento. “Era clasista, racista. Le decía a la gente cosas como ‘usted nació criado, es criado y morirá criado’, ‘indio pata rajada’ o ‘hijo de gata’. Era una señora menudita, pero muy déspota. Me decía ‘soy una majadera, pero una majadera genial’. ¿Qué le comentas ante eso?”, se pregunta. El doctor en Lenguas y Literaturas Hispánicas, egresado de la Universidad de California en Los Ángeles, presenció el fin de la leyenda de una gran poeta, la última década de vida de la autora de la novela y el poemario que llevan el mismo título, Yo soy mi casa (fce, 1957). Su historia comenzó el 30 de mayo de 1918 en la Ciudad de México, cuando la menor de siete hermanos, bautizada como Guadalupe Teresa Amor Schmidtlein, nació en el seno

de una familia conservadora, católica y porfirista. Los padres de Pita fueron Emmanuel Amor Suverbielle y Carolina Schmidtlein García Teruel, miembros de la aristocracia mexicana. De joven buscó el éxito en el cine y el teatro, pero no destacó en ninguna de estas disciplinas. Su belleza fue captada por artistas de la talla de Diego Rivera —quien la pintó desnuda, lo que produjo gran escándalo en la familia Amor—, Roberto Montenegro, Raúl Anguiano, Juan Soriano y Antonio Peláez, entre otros. Pita protagonizó su primer gran escándalo a los 18 años, cuando se convirtió en amante de José Madrazo, un rico ganadero de 60 años, con quien mantuvo una larga relación. Se involucró también en romances con toreros, pintores, artistas y escritores, además de mujeres. La autora de Puerta obstinada (1947) y Círculo de angustia (1948) llegó tarde a la literatura, pero de manera explosiva. Un día, a los 27 años de edad, según cuenta ella misma, escribió en una servilleta y con el lápiz con el que se pintaba los ojos: “Casa redonda tenía de redonda soledad: el aire que la invadía era redonda armonía de irrespirable ansiedad…” (Documental “Pita Amor, señora de la tinta americana”, Eduardo Sepúlveda Amor). Su genio literario fue reconocido por Juan Rulfo, Xavier Villaurrutia, Manuel González Montesinos, José Gaos y su mentor Alfonso Reyes. Fue amiga de Frida Kahlo, María Félix, Gabriela Mistral, Salvador Novo, Pablo Picasso, Elena Garro y Juan José Arreola, reconocimientos y amistades que la convirtieron en la poeta mexicana más famosa de los años cincuenta. A principios de los sesenta le sucedió una desgracia de la que nunca se recuperó. A los 41 años decidió tener un hijo, Manuel, que nació el 19 de diciembre de 1959, pero se sintió incapaz de criarlo y se lo dio a su hermana mayor. Antes de cumplir dos años, el niño murió ahogado en una pileta. El trágico accidente “la obligó a un mutismo creativo que duró casi una década”, explica Schuessler. “La muerte de su hijo fue un parteaguas en su vida. Ella se escondió de sí misma, se aisló. Hay un antes y un después. Cambia totalmente la temática de su poesía. Sus versos son más anecdóticos, pierden el misticismo y la profundidad que tuvieron. No son de ese espesor sicológico y espiritual. Lamento decir que nunca lo recuperó”, concluye. Vanidad y caprichos La escritora Elena Poniatowska recuerda que su tía Pita Amor, prima de su madre Paula, siempre estaba con ellas y las seguía a todas partes. “Cuando llegamos [a México], ella luego luego buscó a mi mamá. Le hacía mucha ilusión porque mi mamá era muy bonita.” En entrevista, Poniatowska evoca que una vez fueron a Cuernavaca, Morelos, ella, su mamá y su hermana Kitzia. “Yo estaba feliz porque íbamos a estar solas. Y, de repente, ¿adivina quién llega en taxi? Te imaginas en taxi hasta Cuernavaca, en 1943 o 1944. Me pregunte: ‘para qué viene, va a echar a perder la vacación’. Yo quería a mi mamá para mi sola y llegó ella.” La cronista agrega que Pita también las visitaba a menudo en su casa de la calle Berlín número 6, en la colonia Juárez. “Era muy bonita, pero muy chaparrita, creo que más bajita que yo. Tenía unos ojos enormes y trenzas, se las cruzaba. Todo el tiem-

ce di da p or e duardo se p úlve da

po quería estar con mi mamá. Yo me preguntaba por qué estaba siempre encima de nosotros.” Así era la autora de los poemarios Polvo (1949) y Décimas a Dios (1953), cercana a su familia, pero a la vez desdeñosa. “Era muy vanidosa, te daba unos cortones marca demonio. Primero hizo cine. Una vez interpretó a un gatito con orejas. Bailaba bien. Era muy segura de sí misma.” Poniatowska detalla que su tía se hizo amiga del grupo de Diego Rivera. “Él la pintó desnuda y fue un escándalo. El retrato se exhibió en una exposición y en el recorrido estaba Miguel Alemán. Fue cuando ella le dijo ‘Señor presidente, esto no es un retrato del cuerpo, es un retrato del alma’. Entonces, el presidente le contestó: ‘Ay, pues que alma tan rosita tiene usted’, aludiendo al color del desnudo”, añade. La narradora, que recrea la vida de Pita en su libro Las siete cabritas (2000), cuenta que solía ir con ella a La Villa y se tomaban muchas fotos. “Nunca me quiso mucho, pero a mis hijos sí. Cuando empecé a firmar mis artículos me decía: ‘No te compares con tu tía de fuego. No te compares, porque soy la dueña de la tinta americana y tu eres una pinche periodista”. Sin embargo, Elena admira la poesía de su tía. “No entendías cómo podía irse de farra y regresaba a las cinco de la mañana y escribía sonetos como esos.” Coincide en que a partir de la muerte de su hijo Manuelito, en 1961, nunca fue la misma. “Años después deambulaba por las calles de la Zona Rosa vestida de mariposa, de libélula, de Isadora Duncan, envuelta en chales y plumas de avestruz, colmada de joyas, flores artificiales y con la cara pintada como jícama enchilada. Las calles Liverpool, Berlín, Londres, Hamburgo, Florencia y Versalles la vieron envejecer y enloquecer”, lamenta. La escritora Beatriz Espejo rememora que cuando conoció a Pita Amor, a finales de los años cincuenta, le pareció “una mujer muy bonita, elegante y llena de entusiasmo por la vida. En ese momento era la poetisa más leída de México. Publicó en editorial Aguilar y en Espasa-Calpe. En España tuvo una gran acogida”. La narradora veracruzana dice que, al pasar los años, se dio cuenta que Pita “escribía como los místicos y vivía como los paganos. Andaba de un lado a otro, de cabaret en cabaret. Era una mujer que le encantaba el escándalo”. Cuenta que un día se la encontró en la panadería La Esperanza. “Entré a comprar un pan para mi mamá y empecé a oír una serie de gritos y aullidos; y era Pita que tenía un ataque de histeria y la gente salía corriendo. Me acerqué a ella. No sé cómo saqué el valor, tenía yo menos de 20 años, y le dije que se calmara. Le di mi nombre y sí me ubicó, pues yo publiqué mi primer libro a los 18 años con Juan José Arreola, que era muy amigo de ella. Se calmó. Le ofrecí llevarla y quiso ir a la casa de Arreola […] La subí a mi Renault. Me costó un trabajo horrible, pues ella tenía como nueve meses de embarazo. Estaba a punto de dar a luz y tenía miedo de llegar a su casa. La llevé con Juan José, quien no estaba. Luego llegó como a las ocho de la noche y no le dio mucho gusto verla. Yo me zafé del asunto y me fui a mi casa”, dice. La doctora en Letras por la unam asegura que Pita llamó a su casa al día siguiente para agradecer. “Le dijo a mi mamá que yo era una joven muy buena y que quería que fuera su secretaria. Mi mamá le agradeció y le dijo que no quería que descuidara

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la d ueña d e la ti nta a m e r i c a n a

presentación

mis estudios. Pero en realidad no le gustaba su reputación.” La investigadora y catedrática cuenta que, ya mayor, la fue a ver a los departamentos del Edificio Vizcaya, donde vivía. “Le hice una entrevista, creo que buena, que convertí en cuento. Le pagué para que se dejara entrevistar, pero a la mera hora no quiso y escribí el cuento ‘Entrevista con una adivina’, que aparece en mi libro Alta costura, que ahora se está traduciendo al inglés”, detalla. Respecto a la obra poética de Pita, Espejo apunta que le parece interesante. “Aunque los ritmos, los tonos y la temática es de una poesía ontológica. Su mejor libro, a mi juicio, es Polvo. Pero lo que más me gusta es su obra en prosa. Fue una escritora que se ocupó tanto de sí misma que nunca se ocupó de los demás.” Temas metafísicos Michael Schuessler destaca que Pita Amor fue una de las últimas poetas que recurrieron al soneto. “Ella clausura tal vez una gran época. Pero creo que estas cosas son cíclicas. Y, en el caso de Pita, hay un ejemplo importante. Sólo hay que pensar en la Generación del 27 en España: Federico García Lorca, León Felipe, los Machado. Ellos practicaban este tipo de verso clásico español y se volvieron fanáticos de la obra de un gran poeta, Luis de Góngora, que había sido ninguneado. Igual sor Juana en México, no tuvo mucha presencia en los siglos xviii y xix. Realmente resucitaron estas formas clásicas de la poesía española”. El también catedrático de la uam confiesa que le agradan los temas metafísicos y místicos que la poeta recreó. “Su añoranza por Dios, por el desconocimiento de lo que iba a ser de ella después de haberse convertido en polvo. Y, después de haber aprendido más sobre su personaje, esta idea de que una mujer tan frívola, tan mundana, tan materialista, tan pachanguera, llegara a su departamento y escribiera en un papel de estraza: ‘Dios, invención admirable’ ”. Resalta que ese contraste tan fuerte que había entre su persona y su poesía se ilustra fácilmente de esta manera: “Ella, en sus recitales, decía que era Pita y que iba a declamar los versos de Guadalupe Amor. Una división que ella misma reconocía entre su ser y su obra”. El autor del libro Elenísima, sobre Poniatowska, cuya edición en inglés fue nominada al Premio Pulitzer, acepta que también le asombró la novela autobiográfica Yo soy mi casa, que el Fondo de Cultura Económica reeditará este año con un estudio preliminar de Schuessler. “Casi diez años antes de Rayuela, de Julio Cortázar, tenemos una novela dividida no en capítulos, sino en espacios. No hay un narrador en tercera persona tradicional ni una línea cronológica de desarrollo, sino espacios y vistazos, impresiones, todas provenientes de sus experiencias […] “El debate es si es una autobiografía novelada o una novela del espacio, femenina. Es muchas cosas, ahora llamará más la atención al ver dónde se puede colocar. Es casi única y no tendrá paralelo por lo menos hasta 12 o 15 años más tarde. Brinda una perspectiva de una clase social devastada por la Revolución mexicana. En ese sentido, llena un vacío”, menciona. El experto en teatro y pintura mural de la Nueva España subraya la importancia de los cuentos de Pita reunidos en el libro Galería de títeres

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(1959). “Hace falta revisar su prosa. Toca temas absolutamente tabúes para su época. Habla, por ejemplo, de una señora que nunca se baña o de un chico homosexual que vive con su madre. Fue muy atrevida. Hay que releerlos y reeditarlos.” El narrador propone, en el marco del centenario de su natalicio, rescatar del olvido a “La undécima musa”, llamada así por Salvador Novo. “Hay que revisar todas sus facetas. Fue modelo de pintores importantes y ella misma dibujaba. La imagen era vital para ella. Propongo que se reedite su Poesía reunida, los poemas escritos antes de la trágica muerte de su hijo Manuel, porque ésa es la obra más connotada, celebrada, explorada, criticada.” Aclara que, aunque Pita Amor pertenece a la tradición de mujeres irreverentes y rebeldes del México de principios del siglo xx, como Nahui Ollin, Frida Kahlo y Tina Modotti, se diferencia de ellas porque desde el principio brilló con luz propia. “Era la poeta más famosa de México desde sor Juana. Pita fue una celebridad, las demás no, eran sombras de hombres. Comparte con ellas la locura. Pita y Nahui padecieron durante sus últimos años de neurosis importantes. Pero ella fue siempre independiente y su obra gustó en su momento a nivel internacional”, añade. Schuessler recuerda que, lamentablemente, “la dueña del infierno”, como se autodenominaba, murió de pulmonía el 8 de mayo de 2000 en el olvido y la soledad que tanto temía. “Al final se dejó devorar por el personaje que había inventado. Deambulaba por la Zona Rosa, agarrando a la gente a bastonazos y diciéndole cosas horribles. Su familia hizo lo humanamente posible, pero Pita se gastaba el dinero que le daban en lo que se le antojaba”, cuenta. “Vivía en el Edificio Vizcaya, en Bucareli. Debía subir 148 peldaños, el ascensor tenía 40 años sin funcionar. En un departamento sin un solo libro, ni un solo disco y sin un solo papel. Sólo una mesa de centro con unos conitos donde guardaba sus anillos, un sofá, televisión, cocineta, una cama y un baño”, recuerda. Quien acostumbraba recorrer desnuda el Paseo de la Reforma, cubierta sólo con su abrigo de mink, y bailar sobre las mesas de los bares presumiendo su belleza, terminó en una silla de ruedas pero conservando intactos el egocentrismo, la vanidad y la seguridad que la caracterizaron. La autora de Todos los siglos del mundo (1959) está enterrada en el Panteón Francés. Su biógrafo adelanta que está trabajando en la relación de Pita Amor con Alfonso Reyes. “Eran muy amigos, ella iba mucho a La Capilla. Me acaban de mandar cuatro o cinco cartas que ella le escribió a Reyes, y un perfil que le hizo. Será interesante saber lo que pensaba de él.” El estudioso dice que nota con agrado que, a casi 30 años de su encuentro inicial con Pita, la obra de la poeta ha renacido como el ave fénix. “Noto un renovado interés en su poesía de parte de jóvenes lectores y, obviamente, una fascinación con su multifacético personaje que ha sido recreado por actores, dramaturgos, ensayistas y lectores. Esperemos que los próximos cien años le brinden a Pita un lugar aún más destacado en la gran constelación de escritoras mexicanas”, concluye. •

Cartas de creencia Texto de presentación de la exposición del mismo nombre con testimonios sobre las preocupaciones y ocupaciones de Octavio Paz en la creación del clima cultural en México. Inaugurada en la librería Rosario Castellanos el 18 de abril en conmemoración de los veinte años de la muerte del poeta. alberto ruy sánchez

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asta los datos más candentes de una biografía nos hacen sentir el abismo del tiempo. Recordar a quien ya no está entre nosotros y nos marcó la vida es un acto peligroso. Caminamos en la orilla, con los pies en el presente, pero mirando siempre al precipicio de lo que fue. Nos ejercitamos en el olvido de lo que duele, de la pérdida y sus padecimientos para concentrarnos en la idea de los instantes luminosos. Pero no basta. Hasta que de pronto llega a nuestras manos y a nuestros ojos la misteriosa concentración de la vida en un objeto, en unas palabras, en una firma escrita sobre un papel. Esta materialidad se vuelve poderosa, está cargada de una fuerza de conmoción inesperada. Ataca primero a los sentidos, pero se apodera de todo el pensamiento con más eficacia que si nos hubiera llegado directamente como idea. La fascinación que ejercen sobre nosotros ciertos archivos está vinculada a esta materialidad desatada que, más allá de las ideas y la información que nos proporcionan ciertos documentos, ejercen un sacudimiento sensible que nos arrastra en su caudal de vitalidad. Entre los innumerables tesoros de todo tipo que resguardan los archivos del Fondo de Cultura Económica se encuentran estos que conciernen a Octavio Paz. Algunas cartas significativas, muchas primeras ediciones, dan cuenta de la enorme importancia que tuvo en la vida del poeta la relación con sus principales editores mexicanos. Se dibuja a lo largo de los años y con los diferentes directores y editores del Fondo una firmeza solidaria,

una continuidad excepcional. Aunque éstas y otras cartas han sido impresas en varios volúmenes anotados, verlas aquí expuestas en su forma original nos hace entrar en contacto directo con gestos vitales de quienes las escriben. Sus personalidades, sus preocupaciones y hasta sus obsesiones convertidas en correcciones e insistencias. También vemos las intermitencias, los cambios de opinión política, y la idea clara y tenaz que guía cada proyecto editorial. Una simple antología de la poesía mexicana, por ejemplo, no es tan simple. Vemos cómo hay detrás una idea clara y compleja de la poesía de nuestra lengua. Hay también una idea de lo que significa estar vivo en ese momento cultural. Y en ese instante de la política mundial. Todo lo implícito y explícito en estas cartas dibuja un fresco de momentos cruciales de la historia cultural contemporánea durante el siglo xx. Alegra y hasta entusiasma ver cómo detrás de cada idea tenaz hay una voluntad de construcción cultural y de formación de una obra sólida. Mucho más allá de cualquier batalla, de cualquier enemistad y hasta de cualquier reclamo del ego, la lucha más constante lleva la conciencia de estar construyendo una obra tanto personal como compartida. Aquí se aprende y se comprende por qué fue protagonista de nuestro tiempo. Por qué hay trascendencia en sus palabras y en sus libros. Por qué nos siguen impactando y dando sentido a lo que vivimos. Si nos entregamos a la lectura de estos documentos, entre las líneas mecanografiadas o manuscritas nos asaltará una sensación de vivacidad tenaz: aquí están latiendo las huellas de una pasión. •

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homenaje

En el primer centenario de Juan José Arreola El poder de la ficción Entregada a la corriente de audaces estampas poéticas en la narrativa de Juan José Arreola, la autora deja fluir su propia inventiva en este homenaje a quien hizo gala de libertad creativa, ironía y sutil inteligencia. luisa valenzuela

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igura señera, genial, irreverente, profundamente literaria, Juan José Arreola. Verdadero canto a la libertad creativa que me da vía libre para jugar con el lenguaje. Entonces separo las sílabas en una pícara asociación que quizá se haya hecho mil veces por estas latitudes, pero siento muy afín a mi sur de sures (como lo definía nuestro tan añorado Carlos Fuentes) y exclamo de manera celebratoria, ahora y siempre: ¡Arre, ola! Enfatizando la misma interjección que estimula a nuestros caballitos criollos. Arre caballito, vamos a Belén, que mañana es fiesta y pasado también… Para Arreola, el hombre de los bestiarios, el caballo principal fue el del ajedrez: “El caballo blanco salta de un lado a otro, sin ton ni son, de aquí para allá y de allá para acá. ¿Estoy salvado? Pero de pronto me acomete la angustia y comienzo a retroceder inexplicablemente hacia uno de los rincones fatales”. A ese caballito de madera de patas truncas sí que le dirá arre a lo largo de su vida. Juan José Arreola. Tengo clara la imagen de su figura algo élfica, ese despliegue de entusiasmo con sus rizos negros (me sentía hermanada). Cuando lo conocí lucía a

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toda hora un frac gris perla que le quedaba perfecto. Un frac con colas, de esos que los lores ingleses usaban por las mañanas para sus paseos a orillas del Támesis. Se lo veía elegantísimo. E irónico. Juglar de juglares, maestro del cuento en tierra de novelistas y poetas. Lo conocí a través del querido y muy recordado amigo, Javier Wimer, y mi carta de presentación fue el libro extraño que Joaquín Díez-Canedo había tenido la valentía de publicarme: El gato eficaz, título que parecía elegido adrede para atraer la atención de quien tanta vitalidad le había conferido a los bestiarios. ¿Habrá tenido, como tantos otros escritores y escritoras, algún gato de mascota, Arreola, él, que según nos cuenta en su autobiografía se crió “entre pollos, puercos, chivos, guajolotes, vacas, burros y caballos”? Caballos. Precisamente. Por eso mismo repito: Arre, ola. Como un tsunami feliz que nos arrastra en su corriente creativa y nos deposita en inesperadas costas hechas de deslumbramiento. Nos arrastra a todos, a legos y a maestros de ese género tan exigente que es el cuento corto. Y aprovechando este impulso digo abc, y no sólo para destacar el alfabeto arreolano hecho de luz. Son tres los nombres sutilmente concatenados gracias al primero de ellos:

rogelio cuéllar

Arreola, Borges, Cortázar. Una constelación precisa y radiante, como el cinturón de Orión que nosotros llamamos las Tres Marías y otros llaman los Tres Reyes Magos. Reyes magos ellos tres, devotos cultores de la narrativa breve. Los maestros argentinos no pudieron menos que fijar su atención en el irreverente y disruptivo maestro mexicano. Los unía una misma pasión verbalmente zoófila, fantástica y literaria. Dos caras de una moneda equivalente: Borges y Arreola. El argentino escarbó en los antiguos tratados y las viejas literaturas para armar y revivir una vasta zoología fantástica (la hidra de Lerma, la rémora, la mandrágora, el minotauro, los animales de los espejos, el devorador de sombras); Arreola creó su propia tradición, revelando lo fantástico de la zoología real, de un mini cuento al otro. Al leer su Bestiario entendemos que el bisonte es “tiempo acumulado”, el búho “un armonioso capitel de plumas labradas”, la jirafa un “cuadrúpedo de cabeza volátil”, el hipopótamo un “buey neumático”, el avestruz “un polluelo gigante con pañales”, montado en zancos, agregaría yo, entregándome a la corriente de felices definiciones poéticas. Entre Arreola y Borges se registran dos encuentros públicos en México que quizá fueron uno solo. Del que supongo fue el primer encuentro, Arreola

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e n el pri mer centena r i o d e jua n jo s é a r r eo l a . e l p od er d e l a f i cc i ón

mencionó su inquietud por haber hablado demasiado. Y Borges, con su proverbial y fino sarcasmo, comentó que el mexicano le había permitido “intercalar unos cuantos silencios”. Otro encuentro —quizá el mismo— fue un diálogo radiofónico en el que podemos apreciar la erudición literaria de ambos, hecha del puro placer de la lectura. Más conocido aún, al respecto, es el prólogo que Jorge Luis Borges escribió para Confabulario, en el que leemos el muy citado y justo párrafo: “Creo descreer del libre albedrío, pero, si me obligaran a cifrar a Juan José Arreola en una sola palabra que no fuera su propio nombre (y nada nos impone ese requisito), esa palabra, estoy seguro, sería libertad. Libertad de una ilimitada imaginación, regida por una lúcida inteligencia. Un libro suyo, que recoge textos de 1941, de 1947 y de 1953, se titula Varia invención; ese título podría abarcar el conjunto de su obra”. Pasando a la letra C, encontramos una carta que Julio Cortázar le envió a Juan José Arreola, fechada el 20 de septiembre de 1954, en la que comenta un par de libros que le llevó a París la crítica Emma Speratti, amiga de ambos. En dicha carta, Cortázar (el epistolero, supo llamarlo su compatriota Jorge Boccanera), reflexiona larga y brillantemente sobre el género cuento que ambos cultivan y veneran, y dice “Encuentro en sus cuentos una fraternidad que me emociona y me hace desear ser su amigo”. Y también le dice a Arreola: “Usted es una hormiga león, si son las hormigas león las que hacen un embudo en la arena para que sus víctimas resbalen al fondo. Cuatro palabras y zás, adentro.” Es en la “Insectíada”, para usar un título arreoleano, que se hermanan a y c, desde ambos extremos de la América Latina. Así, son las hormigas las que narran, en un breve, intenso texto de Cortázar, su paseo sobre una pintura de Alechinsky. Si bien a y c comparten un título de libro, los cuentos cortazarianos que lo aproximan a su admirado Arreola figuran en otros volúmenes, posteriores a su propio Bestiario. Ambos escritores, por ejemplo, se hermanan en el axólotl o ajolote, que para Arreola es un pequeño lagarto de jalea, o un lingam, y para el argentino tiene “pequeño rostro rosado, azteca”. Pero si de insectos se trata, interesa sobre todo destacar la migala, esa araña de hábitos nocturnos cuyo instinto de atacar y devorar cualquier cosa móvil es tan poderoso que el macho de la especie debe aproximarse a la hembra con mucha cautela durante el apareamiento. El cuento de Cortázar, “Historia con migalas” (Queremos tanto a Glenda, 1980), las usa a manera de metáfora de un peligro inmanente e invisible: “Ya es muy tarde pero no tenemos sueño, el calor sigue subiendo en el salón sin que se nos ocurra abrir las dos puertas. No hacemos más que fumar y esperar lo inesperable; ni siquiera nos es dado jugar como al principio con la idea de que las muchachas podrían imaginarnos como migalas al acecho; ya no están ahí para atribuirles nuestra propia imaginación, volverlas espejos de esto que ocurre en la oscuridad, de esto que insoportablemente no ocurre.” En cambio “La Migala”, la hecha de palabras que habita en Confabulario (1952) accede a la metáfora desde un lugar bien concreto: “La migala discurre libremente por la casa, pero mi capacidad de horror no disminuye. ”El día en que Beatriz y yo entramos en aquella barraca inmunda de la feria callejera, me di cuenta de que la repulsiva alimaña era lo más atroz que podía depararme el destino. Peor que el desprecio y la conmiseración brillando de pronto en una clara mirada. ”Unos días más tarde volví para comprar la migala, y el sorprendido saltimbanqui me dio algunos informes acerca de sus costumbres y su alimentación extraña. Entonces comprendí que tenía en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror que mi espíritu podía soportar”. La migala es el peligro acechante que el protagonista del magistral relato ha soltado en su casa para, entendemos al final, escudarse en el miedo constante y no pensar en su amor imposible. Leemos: “Entonces, estremecido en mi soledad, acorralado por el pequeño monstruo, recuerdo que en otro tiempo yo soñaba en Beatriz y en su compañía imposible”. Arreola fue (es, porque la gran literatura nunca muere) excelso en el arte de ceñir la narrativa a su

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mínima expresión, dejando todo el espacio necesario para permitirle a quien lee acceder a lo no dicho, lo insinuado y apenas bosquejado, y alcanzar un entendimiento profundo que capta los secretos inefables. He ahí el poder de la ficción, un poder que devela y abre puertas y permite construir sentido del sinsentido del mundo real. Y al leer y releer “La Migala” (hay una preciosa edición de arte del cuento, ilustrada por Gabriel Pacheco, con prólogo de Christopher Domínguez) no puedo menos que pensar en los peligros que una se lleva a casa, inadvertidamente muchas veces, y las más de las veces se nos cuelan. Y pueden ser aún más nocivos que una araña, por más letal que ésta sea, y pasan por lo general inadvertidos. Pienso en las ideas espurias, las que nos inculcan muy a nuestro pesar y van lentamente socavando nuestro poder de raciocinio.

Importa fomentar a fondo la lectura, no necesariamente de los diarios, que mienten, sino de la ficción que dice una verdad que va más allá de la evidencia. La lectura no de los libros de ensayos sino de la buena ficción. La que, a sabiendas su valor ficticio, nos brinda lentes de aproximación a la realidad, herramientas de encuadre. Y hasta de defensa. Porque el problema no reside tanto en la información falsa que nos cuelan en nuestras redes sociales o a través de los medios hegemónicos. No. El problema está en creerles, en tragarse todo lo que nos dicen porque apuntala nuestros prejuicios, nuestras ideas preconcebidas.

¿Qué nos ha pasado, me pregunto, en el mundo occidental, para que lo real se torne ficción y de la peor calidad? Una verdadera amenaza al acecho de sus víctimas. Una araña letal de la mente. Estamos hoy a merced de la desinformación, las informaciones no confiables, las falsas verdades. La posverdad, en suma. Y ya se habla del pensamiento mágico, dependiente del lavado de cerebros que con toda perversidad se organiza desde las redes. Como los trolls del gobierno argentino actual... una artesanía, si no estuvieran abonados a las complejísimas investigaciones, hoy por todos conocidas, realizadas a través de Facebook por Cambrige Analytica y The Messina Group. Herramientas de las que se valen los gobiernos autoritarios para mantenernos a raya y doblegar nuestra intención de voto. Es la peor de las dictaduras por invisible. La dictadura de la mente. Es sabido que el algoritmo para determinar qué tipo de mensaje, en qué tono se le redacta a cada uno la información convincente si bien falsa, el algoritmo, repito, se arma clasificando a los individuos según el tipo de personalidad. Parecería obra de un Orwell actual. Cambridge Analytica ha revelado que usa el modelo ocean (por sus siglas en inglés), clasificando a los individuos en cinco grandes tipos: al Factor o (de openness) pertenecen quienes se entusiasman con las nuevas experiencias, al factor c los responsables, al factor e los extrovertidos, a factor a los

amables, bien dispuestos, contemporizadores. Los del factor n son los neuróticos, quienes sufren de inestabilidad emocional. Ocean. El océano… que como bien nos ha aclarado el presidente argentino, a raíz de la aún inexplicada y muy lamentable pérdida en alta mar del ara San Juan, ¡un submarino de la armada es muy grande mientras que el submarino es chico! El problema con la intrusión en Facebook para recabar los perfiles de millones de usuarios radica por supuesto en la brecha a la confidencialidad, pero su uso malintencionado señala algo aún más grave que esa falla en la seguridad de la red social más difundida del mundo. Radica en nuestra propia incapacidad de verdadera lectura, de analizar y sopesar los contenidos y reflexionar al respecto, descartando la chatarra. Es como si ya no supiéramos más leer. Es decir interpretar los escritos, discernir, sopesar. Y captar los metamensajes y las corrientes internas de la letra. Su falsedad mal disimulada. Importa fomentar a fondo la lectura, no necesariamente de los diarios, que mienten, sino de la ficción que dice una verdad que va más allá de la evidencia. La lectura no de los libros de ensayos sino de la buena ficción. La que, a sabiendas su valor ficticio, nos brinda lentes de aproximación a la realidad, herramientas de encuadre. Y hasta de defensa. Porque el problema no reside tanto en la información falsa que nos cuelan en nuestras redes sociales o a través de los medios hegemónicos. No. El problema está en creerles, en tragarse todo lo que nos dicen porque apuntala nuestros prejuicios, nuestras ideas preconcebidas. En cambio, obras como la de Juan José Arreola nos invitan al pensamiento lateral. A ver al mundo de otra manera, pero mirando bien, observando la rareza profunda que cotidianamente organiza al mundo. Y enriquece nuestro pensamiento. Tal como enriquecen la poesía, la ficción, que nos permiten comprender desde otros ángulos, poner en marcha nuestro poder de deducción que de sorpresa en sorpresa nos lleva a comprender qué hay detrás de esta llamada realidad. Y nos la muestra enriquecida, ya lo he dicho en otras oportunidades, en el sentido del uranio enriquecido que cobra nuevo peso y valor. En larguísima, inconmensurable conversación con Fernando del Paso, titulada “De memoria y olvido” (ya desde el título sabemos del doble juego de aquello que va construyendo la psiquis de cada cual), leemos una última confesión melancólica. “No he tenido tiempo de ejercer la literatura”, dice el entrevistado con su bien aguzado y sutil sentido del humor. “Pero he dedicado todas las horas posibles para amarla. Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías a Franz Kafka. Desconfío de casi toda la literatura contemporánea. Vivo rodeado por sombras clásicas y benévolas que protegen mi sueño de escritor. Pero también por los jóvenes que harán la nueva literatura mexicana: en ellos delego la tarea que no he podido realizar. Para facilitarla, les cuento todos los días lo que aprendí en las pocas horas en que mi boca estuvo gobernada por el otro. Lo que oí, un solo instante, a través de la zarza ardiente”. No olviden que la lectura, sobre todo de la gran literatura, y del sentido del humor tan arreoleano, son el mejor antídoto para mantenernos fuertes y resistentes ante la avasalladora corriente de neoliberalismo a ultranza y de salvaje capitalismo que pretende no sólo colonizar y pauperizar nuestros bolsillos sino también nuestras mentes. •

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adelanto

Los salvajes en el cine Exploración de la mirada cinematográfica de los seres humanos salvajes y los deformes, testimonio de la concepción de la otredad y su evolución humanitaria en este nuevo libro del antropólogo Roger Bartra. Publicamos el primer capítulo. roger bartra

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l cine ha acogido las dramáticas vidas de salvajes reales, de casos verdaderos que han estimulado la imaginación de cineastas y conmovido a los espectadores. Ha explorado el atractivo de humanos viviendo en un supuesto estado natural. Estos ejemplos son fascinantes porque también revelan la oculta condición salvaje de quienes rodean y explotan a los seres anormales que son exhibidos. Una película que retoma un caso real del siglo xix es La donna scimmia (Se acabó el negocio, 1964), una producción francoitaliana con Annie Girardot y Ugo Tognazzi. Se trata de la adaptación a tiempos modernos de la vida de Julia Pastrana, una mexicana que sufría de hipertricosis y que fue exhibida en los Estados Unidos y en Europa como ejemplo de mujer salvaje.1 El director de esta película, Marco Ferreri, traslada la trama a Nápoles, donde en un convento vive una joven huérfana totalmente peluda, pues sufre de hipertricosis. Un empresario de poca monta la descubre y decide organizar un espectáculo con la mujer simio. Para lograrlo, el pícaro se casa con la joven. La exhibe como un fenómeno raro supuestamente capturado en la selva africana y monta un

1 Véase mi ensayo “El trágico viaje de una salvaje mexicana al mundo civilizado”, Istor, núm. 64, primavera de 2016, pp. 179-198.

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espectáculo en el que ella actúa con un vestido corto y escotado, imitando a un mono. Acaban enamorándose y viajan a París a presentar su show; pero ahora es un número erótico donde ella baila semidesnuda. Con el tiempo, la dama salvaje queda embarazada, pero, como en la vida real de Julia Pastrana, muere en el parto y su hijo no sobrevive. Ambos cuerpos son embalsamados para un museo, aunque el marido los reclama para exhibirlos de nuevo. Antes que Julia Pastrana, que murió en 1860, hubo otro caso famoso en Francia. En 1797, en los bosques de la región de Lacaune, fue encontrado un niño salvaje desnudo. Se escapó, pero fue recapturado en 1799 y llevado a París, donde el doctor Itard se encargó de él en la Institución Nacional de los Sordomudos. La extraña y enternecedora historia de este niño feral, llamado Victor de Aveyron, fue retomada en la excelente película L’enfant sauvage (El pequeño salvaje, 1970) dirigida por François Truffaut. En ella se recrea la relación de Itard con Victor y la educación que recibió para integrarse a la civilización. El caso sería un tema de discusión entre Itard y Philippe Pinel, el eminente psiquiatra. Pinel sostenía que el niño había sido abandonado porque sufría de idiotismo. En cambio Itard creía que sus deficiencias mentales provenían de que había crecido en soledad, al margen de la sociedad. Victor, el pequeño salvaje, fue estudiado como un ejemplo del hombre en estado

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puro de naturaleza. En la película el que carece de las cuatro extremidamismo director, Truffaut, actúa en des, dos gemelas siamesas pegadas el papel de Itard y expone con gran por la cadera, una mujer barbuda, sensibilidad no solamente la preocuun hombre tan flaco que se presenpación de los filósofos y médicos de ta como el esqueleto humano, una comienzos del siglo xix, sino tammujer sin brazos, muy hábil con sus bién los problemas de la relación de pies, y una persona mitad hombre y los humanos con la naturaleza, más mitad mujer. Ellos son lo opuesto a propios del siglo xx. El doctor Itard los superhéroes salvajes con podequiso demostrar, con sus tenaces res especiales que comentaré más intentos por educar a Victor, que el adelante. Son fenómenos anormales contacto con la civilización provodisminuidos y despreciados que se caría un salto en la condición del exhiben al margen del espectáculo salvaje y que el niño abandonaría su central del circo, con sus trapecis“estado puro de naturaleza”. Fratas, payasos, tragafuegos y, podecasó en el intento, pero logró una mos suponer (aunque no aparecen), cierta domesticación; sin embargo, domadores y equilibristas. En la pegracias a él la historia de Victor lícula, la bella trapecista Cleopatra, de Aveyron se volvió un mito que que es la amante del hombre fuerte ha fascinado a muchos. La película Hércules, seduce a uno de los enade Truffaut solamente abarca los nos, Hans, quien tiene como novia primeros años de la educación del a la tierna enana Frieda. Cleopatra salvaje, al cuidado de Itard y de la planea matar a Hans para quedarse señora Guérin, que recibió una pencon su inmensa fortuna. Le adminissión del gobierno para cuidarlo en su tra veneno poco a poco en el vino, casa, donde Victor murió en 1828, pero al caer enfermo Hans se da a la edad de 40 años. Una versión cuenta y organiza a la comunidad de mucho menos lograda de la historia monstruos para vengarse de Cleode un infante feral fue protagonizapatra y de Hércules. En una escena da por Jodie Foster en Nell (1994); dantesca de extremo salvajismo que en este caso se trata de una niña fue omitida en la versión final de la que es encontrada en una cabaña película, los freaks rebeldes castran aislada en las montañas de Carolina a Hércules. Además le cortan las del Norte, tras la muerte de su mapiernas a Cleopatra, le deforman las dre. La niña feral es estudiada por manos para que parezcan patas y le médicos, quienes descubren que su pegan plumas en el torso para exhiextraña habla en realidad es un inbirla. Ella aparece hacia el final de glés deformado por el habla afásica la película graznando como la mujer de su madre, que sufrió una lesión pato. Los productores decidieron covascular en el cerebro. rregir el horror de la película con un Otro niño feral que llegó al cine final feliz, en el que los enanos Hans fue Kaspar Hauser. La historia de y Frieda se reconcilian. La versión este muchacho que vivió solo y original de la cinta fue destruida por aislado hasta la adolescencia fue ser considerada demasiado fuerte recogida por Werner Herzog en para los espectadores.2 Las películas que recrean las una buena película: Jeder für sich vidas y las desgracias de los seres und Gott gegen alle (Cada quien humanos que fueron considerapara sí y Dios contra todos, 1974). Kaspar Hauser había sido encerrado dos salvajes y por ello exhibidos o estudiados como tales son una y encadenado toda su vida en una reminiscencia de las viejas expremazmorra sin casi ningún contacto siones del mito. Ya no ocupan un con otros seres humanos. No aprenlugar destacado en la imaginación dió a hablar ni podía caminar bien. popular, aunque su presencia tráEn 1828 apareció sorpresivamente gica en los circos y en las galerías en Núremberg. Fue exhibido como de monstruos influyó mucho en la rareza y estudiado como ejemplo encarnación mítica de los moderdel buen salvaje. A diferencia de nos salvajes. Julia Pastrana, Victor Victor de Aveyron, Kaspar superó de Aveyron, Kaspar Hauser y los los estragos que le ocasionó su vida freaks son todavía símbolos de vieal margen de la sociedad, resultó jas actitudes que veían a la otredad ser muy inteligente, aprendió con como un objeto de lástima y desrapidez y se convirtió en un joven precio. Despertaron una curiosidad culto. Fue misteriosamente asesimorbosa repugnante, pero también nado cuando apenas tenía 21 años, impulsaron una mirada humanista aparentemente víctima de una intrique comprendió que detrás de las ga dinástica. deformidades se podían ocultar vaMuchas de las personas que eran lores morales significativos. Detrás exhibidas, como Julia Pastrana, la de lo que la sociedad consideraba mujer simio, sufrían de diversas como una fealdad extrema apareanormalidades y eran presentadas cía una belleza que era necesario como seres monstruosos. Hay una reconocer. impresionante película que, además de tratar sobre la vida de estos La invención del salvaje monstruos humanos, los presenprehistórico ta actuados por ellos mismos. En El cine ha reciclado el antiguo mito Freaks (Fenómenos, 1932), dirigida del salvaje invocando por Tod Browning, se viajes a la prehistoria. Al cuentan las desventuras de contrastar la civilización esas criaturas explotadas tecnológica moderna con en el sideshow de un circo, la rudeza primitiva de con una conmovedora nuestros ancestros, se actuación de los propios justifica o se explica el freaks. Son vistos y exhiprogreso que tanto nos ha bidos como monstruos y alejado de ellos. El acerbestias, pero su bestialidad camiento ha ocurrido de no es representada por Los salvajes diversas maneras. Una de rasgos animales, salvo en en el cine ellas es la extraordinaalgunos pocos casos (la roger bartra mujer cigüeña y la mujer pato), sino por su anormafce, méxico, 2018 lidad. Los personajes son 2 Véase una reseña del accidentado proceso de filmación de Freaks enanos, pinheads (microen el libro de David J. Skal, The céfalos), un muchacho sin Monster Show: A Cultural History of piernas que camina con los Horror, Norton, Nueva York, 1993, pp. 146-159. brazos, un hombre-torso

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ria exploración que hizo Stanley Kubrick de un mundo primigenio poblado de salvajes con aspecto simiesco en 2001: A Space Odissey (2001: Odisea del espacio, 1968). Al comienzo de la película aparecen unos grupos de hombres-mono que se disputan a chillidos el uso de un abrevadero. De manera extraña aparece ante ellos una misteriosa estela negra, rectangular y muy bien pulida, que obviamente es una intrusión alienígena en la vida salvaje primigenia de una civilización inteligente. Los salvajes hirsutos se asombran y palpan aquel descubrimiento. Aparentemente, el oscuro monolito inspira a uno de ellos a usar un hueso grande de animal como instrumento para atacar con ventaja a otros. Es el instante en que se crea la primera arma. Extasiado, el salvaje lanza el hueso al aire, que da varias vueltas antes de que la escena se disuelva y aparezca en la pantalla una nave espacial moderna en órbita. A partir de ese momento, la historia nos lleva a la poderosa e inteligente computadora, llamada Hal, que se rebela contra los hombres en una nave estelar. Kubrick explora la situación de unos humanos, originalmente salvajes, que han construido una máquina dotada de una inteligencia excepcional que amenaza con aniquilarlos y sustituirlos. La condición salvaje y agresiva de los humanos se ha transferido a un sofisticado robot cibernético que controla las operaciones de la nave espacial. Otra forma como surgen los salvajes prehistóricos en el cine ha sido la de imaginar la sorpresiva aparición en el contexto de la sociedad moderna. Los salvajes prehistóricos son inquietantes porque se asume que hay en ellos un lado no humano que puede ser peligroso. Un ejemplo sintomático de esta manera de recrear el mito del salvaje lo encontramos en la película Iceman (El hombre del hielo, 1984). Me interesa este ejemplo porque, en el ámbito de la ciencia ficción, presenta a un antropólogo que se enfrenta al extraño fenómeno de un hombre salvaje que vivió hace 40 000 años en lo que hoy es Canadá y que ha sido hallado por un equipo de científicos dentro de un bloque de hielo. Logran revivirlo y el hombre prehistórico despierta completamente desconcertado; es recluido en el ambiente cerrado de una especie de invernadero que ha sido adaptado para él, que incluye una cueva, dentro de las instalaciones modernas de investigación científica en el Ártico. El antropólogo logra establecer una difícil relación con el hombre salvaje, que habla una extraña lengua gutural, tiene creencias religiosas primitivas y parece interpretar la estancia en el lugar como una especie de viaje iniciático. Cuando el salvaje ve un helicóptero sobrevolar el domo transparente del lugar donde está recluido muestra señales obvias de adoración, que parecen tener relación con los dibujos de pájaros tatuados en su cuerpo y que él también ha dibujado en la arena. Según el antropólogo, la palabra que pronuncia el salvaje cuando ve el helicóptero (beedah) es el nombre que los inuit (esquimales) de la región dan a un pájaro mítico. Esta ave es un mensajero divino que transporta a los seres humanos que lo merecen a un espacio celeste. El antropólogo asume que el salvaje murió durante un peregrinaje onírico para alcanzar la salvación en una época en que su

pueblo fallecía a causa del advenimiento de una era de glaciaciones. Los otros científicos quieren hacer experimentos con el salvaje, interesados en descubrir el secreto de la reanimación lograda en un hombre muerto 40 000 años antes. El antropólogo, que considera al salvaje como un ser humano, lo ayuda a escapar al darse cuenta de que no podrá sobrevivir en el mundo civilizado moderno. Un helicóptero persigue al salvaje que corre en medio de la tierra helada, pero en su huida el fugitivo se agarra del tren de aterrizaje del aparato. El pájaro mecánico se eleva y en un punto muy alto el salvaje se deja caer para terminar así el viaje onírico que había iniciado 40 000 años antes. Es curioso que antes, en 1962, otra película estadunidense presentase la historia de un salvaje gigante de la época de las cavernas que inexplicablemente aparece en el desierto de California. Se trata de Eegah, una producción que ha sido considerada por algunos críticos como la peor que se haya filmado en los Estados Unidos. En efecto es atroz, pero ello le da el peculiar encanto de una filmación extremadamente pobre, con una pésima actuación y una representación grotesca del mito del hombre salvaje. En la película, el padre de la bella heroína, que no es antropólogo sino un escritor de libros de aventuras, decide volar en helicóptero por el desierto buscando fotografiar a un enorme salvaje al que su hija Roxy estuvo a punto de atropellar durante una excursión. El hombre de las cavernas, un gigante barbudo que parece más bien un beatnik en traje de pieles, ha observado al helicóptero dejar al padre de la bella muchacha en el desierto. Lo espera, lo atrapa y lo lleva a su caverna. La guapa Roxy y su desabrido novio, en un auto adaptado para correr a campo traviesa, buscan al padre desaparecido. Mientras tanto, el escritor se ha hecho amigo del salvaje, al que observa en su cueva rendir culto a ídolos primitivos. Más tarde el salvaje, que se llama Eegah, logra raptar a Roxy y la lleva a su caverna. Su padre tiene una teoría: por la similitud entre los dibujos que Eegah suele hacer y las pinturas rupestres prehistóricas, el salvaje proviene de una antigua tribu ya extinguida. Sólo queda, extrañamente, aquel gigante que vive en soledad y habla un lenguaje insólito. Como era de esperarse, el salvaje se enamora de la guapa Roxy, que va vestida con una muy breve falda que deja al descubierto sus bellas piernas. En la escena más ridícula de la película, Roxy usa la crema y la rasuradora de su padre para afeitar la cara peluda de Eegah. El gigante trata de hacer el amor con ella, pero es rescatada por el novio. Los tres civilizados regresan a la ciudad, a Palm Springs. El salvaje sigue el rastro de la atractiva Roxy hasta donde se celebra una fiesta donde el novio, que parece un muy devaluado Elvis Presley, toca la guitarra y canta con un grupo musical. La joven Roxy no ha dejado de pensar en Eegah, como le confiesa a su padre. Más tarde, la bella y su novio aparecen bailando al pie de la alberca, cuando el salvaje llega súbitamente y toma en brazos a la joven para llevársela. •

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lit erat ura y disc urso

adelanto

Ellas tienen la palabra Las mujeres en la escritura La reconocida poeta y ensayista describe su propia trayectoria de pensamiento sobre la invisibilidad de las poetas en la historia, hallazgos de recintos ocultos de la poesía en español, ahora bien reconocidos y mejor valorados. Esta casa ha publicado también su libro de poemas El ángel de lo súbito. Antología esencial (fce, 2013), entre muchas obras suyas conocidas. noni benegas

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ntento recordar ahora, pasados veinte años, cómo, lo que iba a ser un prólogo, se convirtió en una investigación de más de setenta páginas, y terminó por conformar el “Estudio preliminar” que aquí se recoge. De qué modo, enfrentada al reto de tener que ser coautora de una antología de mujeres poetas a fines del siglo xx,1 me avine a hacerla, mientras a mi alrededor algunos la encontraban inevitable, y otros murmuraban sobre el sinsentido de encerrarlas en un gueto. Estaba perpleja. Había aceptado el desafío, interesante si los hay, de trabajar en lo que me gusta: leer, y más aún conocer de primera mano la obra de mis congéneres, pero tampoco quería hacer el ridículo, ni dejarlas mal paradas. ¿Cómo iba a demostrar ante el mundo la necesidad de una selección exclusiva de mujeres, en los albores del nuevo milenio? En tanto que poeta, justificaba mi ausencia de las antologías españolas por el hecho de no ser nativa y haber llegado con veintitantos años; es decir, la proverbial exclusión de los de fuera pese a formar parte del orbe de la lengua y vivir aquí. Acostumbrada, pues, a no contar, yo no me daba cuenta de la invisibilidad, realmente. Para decirlo con una imagen: no veía 1 Noni Benegas y Jesús Munárriz, Ellas tienen la palabra. Dos décadas de poesía española, estudio preliminar de Noni Benegas, Hiperión, Madrid, 1997 (4a edición, 2008).

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yendas tejidas alrededor de su figura a través de sus poemas, y de autores de la Antigüedad. De ellas nacieron tres arquetipos cuya impronta sobrevive. La mujer madura que seduce jovencitas en una escuela o convento y por extensión en cualquier espacio cerrado. La madura que se suicida por el amor de un joven varón que la rechaza. Y la mujer poeta en tanto musa incorpórea, este último propagado por Platón, que la bautiza “décima musa”. Marks dedica su estudio al primero, fundamento de la lesbiana. Pero ofrece un dato curioso que permite atisbar soluciones a enigmas, antaño sin respuesta. En su texto “Safo y Faón”, Ovidio fundió en una sola la leyenda de la poeta y la suicida. Es decir, alzó un arquetipo imposible de mujer inmaterial, a la vez que ardiente. De Empecé a hurgar y me fui hasta el allí es fácil deducir que este modelo comienzo del asunto, a la ganó prestigio a lo largo de Revolución Iindustrial, para los siglos y podría haberse luego remontar al siglo xx, convertido en fuente de ley tomar conciencia de la pegitimación de las poetas que nuria que habían pasado mis con su suicidio refrendan el antecesoras. Ya no podía devalor de su trabajo. Es decir, tenerme, cada día que pasallaman la atención sobre la ba era una nueva revelación. obra, que sin ese desenlace Hice calas más hondas, que hubiera pasado inadvertida, alcanzaban a la inventora y subrayan su interés, por el ellas tienen del género lírico, Safo, de hecho de que les costara la la palabra quien tenía una imagen convida. noni benegas fusa. Teresa de Lauretis me sugirió un estudio de Elaine fce, méxico, 2018 Marks,3 que aisló las tres letextuality”, en Homosexualities and

que la reina estaba desnuda. Pero tras una ojeada al índice de las selecciones canónicas de la época pronto descubrí que la presencia de españolas también estaba bajo mínimos. El asunto me empezó a intrigar. ¿Se trataba de una sustracción, un robo, o simplemente ellas permanecían en un periodo de desarrollo anterior al de los hombres —casi infantil, diríamos—, a tenor del prólogo de la compilación, que en el mismo sello editorial me precedía?2 Nuestras antepasadas no habrían alcanzado la excelencia de sus pares, y por deducción se podía concluir que tampoco en la última mitad del siglo xx lo habrían logrado. Esto me sublevó. Yo conocía versos de mujeres poetas que igualaban, si no superaban, a los masculinos. Entonces me aboqué a la febril investigación.

2 Ramón Buenaventura, Las diosas blancas, Hiperión, Madrid, 1985. 3 Elaine Marks, “Lesbian Inter-

French Literature, Cultural Context/Critical Texts (introducción de George Stambolian y Elaine Marks), Cornell University Press, Nueva York, 1979, pp. 353-377.

Como éste, numerosos fueron los hallazgos y muchas las pistas acerca de un fenómeno muy preciso: la invisibilidad de las mujeres creadoras. Algunos encontraron sitio en el “Estudio preliminar”; otros, como el que acabo de referir de la poeta del siglo vi a.c., hubo que eliminarlos por razones de espacio. Pero no fue hasta que di con las teorías de Pierre Bourdieu, que logré salir del círculo vicioso en que me había encerrado el enfoque tradicional.4 Es decir, poner el acento exclusivamente en la calidad de las obras sin advertir que una vez que se publican entran a formar parte de un espacio común a ambos géneros, donde lo propio es luchar por hacerlas visibles. Así, apliqué la teoría de “campo” de Bourdieu, en tanto espacio social atravesado por redes de relaciones entre personas con una actividad, modos de ser y de actuar en común, que a su vez defienden esa producción ante la sociedad. La forma en que esas personas interpretan y generan prácticas permite identificar el campo de que se trata. Para ello, exploré una posible constitución de ese espacio en España y descubrí un periodo en el siglo xix, en que se conjugaron circunstancias políticas y culturales que dieron pie a ello. Al tiempo, tras analizar las condiciones de génesis del campo, descubrí hasta qué punto estuvo siempre traspasado por intereses espurios, y no por la calidad de las obras, que tanto nos distrajo. Todo ello lo cuento en el “Estudio”, y parece plausible, a tenor de la reseña que le hizo el por entonces director de la Real Academia, donde recoge los hitos esenciales de ese proceso.5 Años después, coincidí con un joven sociólogo del grupo de estudios Bourdieu de la Universidad Complutense, que se interesó por mi estudio, y tras leerlo me descubrió que fue el primer trabajo de un discípulo del sociólogo francés en el mundo6 aplicado a la literatura escrita por mujeres, pues el pionero en Francia es de Delphine Naudier, del año 2000.7 Ni yo misma sé cómo pude deshacer el nudo y dar una interpretación admisible a semejante intríngulis milenario; o mejor sí, lo tomé como una causa propia que a la vez atañe a muchas, y me vincula profundamente a ellas desde la raíz de un oficio común. Incluso hoy, mientras un debate en las redes agita las celebraciones del centenario de Gloria Fuertes, mi “Estudio preliminar” se revela útil. Cuestionada por Javier Marías en su columna dominical de El País Semanal, del 25 de junio, sale en su rescate Ana López Navajas, laureada investigadora de la Universidad de Valencia, que cita mi trabajo en la página web de Genialogías del 28 de junio: “Gloria Fuertes es, en palabras de Noni Benegas, maestra en el arte de decir sin aleccionar. Sus versos se alejan del tono mesiánico y didáctico del poema militante, y trabaja con el potencial expresivo de la lengua coloquial, viva. Fuertes, que ya había participado en el postismo, utiliza el humor y la paradoja para poner en entredicho la ideología reaccionaria”. •

4 Pierre Bourdieu, Las reglas del arte (Génesis y estructura del campo literario), Anagrama, Barcelona, 1995. 5 Víctor García de la Concha, “Ellas tienen la palabra”, en ABC, Madrid, 31 de diciembre de 2007, p. 9. 6 Yeray Zamorano, La causa literaria de las poetas españolas, comunicación privada. 7 Delphine Naudier, La cause littéraire des femmes. Modes d’accès et de consécration des femmes dans le champ littéraire (1970-1998), tesis doctoral en sociología, París, École des Hautes Études en Sciences Sociales, 2000.

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Décimas a Dios guadalupe amor

A cien años del natalicio de Guadalupe Amor, el Fondo de Cultura Económica y el Centro Cultural de Tijuana recuerdan a esta poeta mexicana con una de sus obras más célebres: Décimas a Dios; la cual representa todo su estilo narrativo y temático en tan sólo unos pocos versos. En esta obra, la autora se apega a la tradición clásica de la poesía española y relata su experiencia religiosa en un momento de desesperanza en el que alcanzará un estado de fe absoluto. Este libro narra la búsqueda que emprende la voz poética de la divinidad. Se trata de encontrar a Dios en un momento en el que ella misma se sintió desesperanzada. A lo largo de las páginas que conforman este poemario, se relata el primer contacto con ese ser supremo, mismo que la autora va desarrollando. tezontle 1ª ed., 2018

Conferencias políticas Educación, sociedad y democracia

El cambio electoral Votantes, encuestas y democracia en México

carlos fuentes

alejandro moreno

A lo largo de su prolífica vida, Carlos Fuentes se destacó en diversos ámbitos de la literatura, entre ellos el ensayo. Conferencias políticas recopila una serie de textos dispersos que datan de 1992 a 2012 y en los que el autor lleva la pauta de la evolución política y social de México a través de los años. En ellos se abordan temas como el progreso, la educación y la democracia para descubrir las necesidades que atañen a nuestro país. La historia y la literatura son presentadas a lo largo de la obra como vías para la educación y el conocimiento. Esta recopilación incluye La situación mundial y la democracia, La máquina del tiempo, Decálogo del cambio, Nueva educación, nuevo milenio; México: generaciones y regeneraciones, Responsabilidad social y sociedad civil, España y México: sol y sombra, El bicentenario de la independencia, El desafío de la educación, Tiempo de despegar y Los tiempos de la actualidad.

En los últimos veinte años la conducta del electorado mexicano se ha modificado tanto por el contexto como por la transformación de la política en nuestro país, el autor estudia minuciosamente la coyuntura del proceso electoral desde 1998 hasta la actualidad, utilizando como herramienta de investigación la encuesta, exponiendo de una manera clara su relevancia y lo que develan sus resultados. El aumento en el nivel de escolarización de los votantes, el debilitamiento del partido dominante, los medios de comunicación dominados por Internet y las redes sociales y la aparición de más opciones en las candidaturas, además de la creciente indiferencia con la que los ciudadanos miran la democracia, han marcado las expectativas y pautas de comportamiento de la ciudadanía frente a la votación. Alejandro Moreno es doctor en ciencia política por la Universidad de Michigan, profesor en el Departamento de Ciencia Política del itam y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Ha participado en investigaciones para instituciones como Proyecto Comparativo de Elecciones Nacionales y el Latinobarómetro. Entre otros libros, publicó en el fce El votante mexicano. Democracia, actitudes políticas y conducta electoral.

letras mexicanas 1ª ed., 2018

política y derecho 1ª ed., 2018

Paisaje con mano invisible m. t. anderson

En esta novela futurista, una especie alienígena conocida como “vuvv” se ha apoderado de la Tierra, sumiendo en la pobreza a sus habitantes, sólo un grupo reducido de ricos ha conservado sus privilegios al lograr invertir en las empresas de los vuvv. Para hacer frente a esta nueva realidad y poder ayudar a su familia, después de que su padre los ha abandonado, Adam decide participar con su novia Chloe en un programa donde las parejas se conectan en vivo para trasmitir su experiencia de amor a los vuvv. Al principio todo sale bien, pero con el paso de los episodios la relación se deteriora y la convivencia se vuelve insoportable. Adam se refugia más aún en los paisajes que diseña en 3D: lugares fantásticos e imposibles que quisiera habitar, luego, animado por Reilly, su profesor de arte, comienza a usar pintura en sus paisajes y captura en ellos la realidad de su pueblo. No son las pinturas que los vuvv comprarían, pero a él le permiten plasmar la verdad de lo que vive su pueblo. Cuando es seleccionado para participar en el concurso de arte interplanetario de adolescentes tendrá que decidir si está dispuesto a sacrificar sus ideales por una oportunidad que podría cambiar la suerte de su familia y conseguir la cura de la enfermedad que sufre. Paisaje con mano invisible es una novela breve pero profundamente sagaz que traslada al lector a un escenario no tan lejano y lo orilla a cuestionarse sobre temas urgentes hoy día.

Cómo implementar de evaluaciones aleatorizadas Una guía práctica rachel glennerster y kudzai takavarasha

Enfocada en el análisis de la pobreza, esta obra persigue la comprensión de los procesos que subyacen a la persistencia de las desigualdades económicas, a través de la aplicación de evaluaciones aleatorizadas. Los autores parten del aprendizaje práctico y los proyectos de la organización Abdul Latif Jameel Poverty Action Lab (j-pal), cuyo objetivo es erradicar la pobreza a través de la investigación, para construir una guía que proporcione herramientas necesarias para implementar pruebas de impacto. Rachel Glennerster es doctora en economía por el Birkbeck College de Londres. Fue consejera económica del Tesoro Británico y actualmente es la directora ejecutiva del Abdul Latif Jameel Poverty Action Lab, cuyos miembros utilizan las evaluaciones aleatorizadas para combatir la pobreza. Además, se desempeñó como socia de desarrollo en el Instituto de Harvard para el Desarrollo Internacional. Kudzai Takavarasha se graduó del Instituto Tecnológico de Massachusetts como economista e ingeniero químico. Se unió al j-pal poco tiempo después de su fundación, en donde contribuyó al desarrollo de su política sobre las evaluaciones aleatorizadas. administración pública 1ª ed., 2018

a través del espejo 1ª. ed., 2018

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tercer concurso iberoamericano de ensayo para jóvenes

t ras f o n d o

Nuevas voces, antiguos libros Presentamos los textos tos ncurso ganadores del III Concurso tiago de Cuento Lydia Santiago y del II Concurso de Poesía Rubén Bonifazz or Nuño, convocados por el Colegio de Letras ad Clásicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la unam.

Uróboros eduardo verduzco ferrara Primer lugar en cuento Tal vez sea por esto que pensar en un hombre se parece a salvarlo. roberto juarroz, poesía vertical, i—9

Cualquiera diría que estábamos parados al borde del abismo. —Contacto —repetía el doctor Covarrubias—, hemos tenido el primer contacto con el pasado. Naturalmente se desmoronaron la mitad de los postulados; los intelectuales, antes refugiados en su atalaya de erudición, ahora se asfixiaban en histeria colectiva. La espada del Atrida retumbaba con cada golpe que le daba a su propio casco y era lo suficientemente fuerte como para que la escucháramos, aquí y ahora. Quizá el sonido también viajó hacia atrás, hasta las tierras de Caldea, y detuvo a Abraham con el cuchillo frente a Isaac. Avanzó un poco en el tiempo y atentó contra el vigoroso ánimo de César, que quebró en llanto frente a la estatua de Alejandro el Grande en Hispania. Viajó más, de la misma forma que un poderoso terremoto, y nos alcanzó a nosotros en el presente. El doctor Covarrubias continuó la junta con su discurso burocrático, propio de cualquier institución moderna. A mí me exigían rendirle cuentas a un nuevo teorema. Necesitaban más números para explicarse el estruendo que escuchábamos de la espada de Menelao. Se supone que los números nos salvan de cualquier apuro precipitado. Comprender el mito de Troya se volvió indispensable. Llegaban llamadas telefónicas a todos los profesores de la junta. Las urbes temblaron. Parecían patrañas, pero eran tan ciertas como la propia fuerza gravitatoria: un vórtice de tiempo gigantesco se había abierto en medio del Atlántico y nos conectaba con los bramidos de miles de aqueos. Las noticias lo decían, internet lo compartía, la comunicación se desquiciaba. Escuché a otro profesor decir: “Somos tan sofisticadamente inútiles”. La junta terminó, pero me pidieron que permaneciera ahí un momento. —Usted es la mujer más adecuada para esto, Helena —me dijo el director. Ponía un peso considerable en mis hombros.

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—El nombre no me va ayudar —respondí. b rl D i Me vio con cara de burla. Desgraciada ironía. La manipulación del tiempo fascinaba a tantos, pero aquella no concordaba con la realidad, por lo tanto no podía ser verdadera. Recibimos una llamada de Buenos Aires, otra de Moscú y una más de Estambul. Allá la pasaban quizá peor. Curiosamente el principal motivo de pánico era que la mayoría no reconocía la cólera del Pélida o el llanto de Helena. Eran extraterrestres del tiempo. Las flechas de Apolo llovieron sobre nuestro presente y la gente se cubría como podía. La furia del pasado rebotaba y no sabíamos asimilarla de ninguna manera. El director me buscó de nuevo a los pocos días del contacto. Fui invitada a la siguiente expedición que se haría hasta los bordes del abismo. Allí donde había surgido el túnel de tiempo, los colmillos de la serpiente comenzaban a engullir la cola. El buque partió de Nueva York. Conocí a las mentes más brillantes del globo en la embarcación: curiosos, estudiosos, ociosos y pretensiosos. Bromeábamos acerca del fin de los tiempos mientras trabajábamos. El viaje duró tres días, atravesamos la zona tórrida y los primeros kilómetros después del trópico de Capricornio, hasta los límites del mundo. Llegamos a mares de los antípodas, cuya única referencia terrestre era la isla de Gough. La propia deriva del remolino nos atrajo hasta el centro. Llegó el momento de intentar cruzar. Hubiera sido fantástico alcanzar el otro lado con todo el equipo. La centrifugación no se apiadó de la expedición y se llevó a los más débiles. Vi aventureros saliendo disparados del barco. Unos quedaron atrapados en el ejército de Minos, otros devorados por las quimeras del desierto. El doctor Covarrubias se mantuvo a mi lado. La embarcación fue destartalándose hasta arribar turbulentamente al estrecho de los Dardanelos. Miramos los cielos con esperanzas de volver a ubicar el túnel. Allá a lo lejos, en la tropósfera, podía distinguirse el presente, o un futuro para nosotros. Navegamos de prisa por las costas de Asia Menor. Se manifestó la presencia de Poseidón con sacudidas del mar. El casco de la nave resistió los golpes. Conforme nos acercábamos a la gran Wilusa aparecían naves de los melenudos que intentaban embestirnos. Fracasaban inevitablemente. Encallamos a unos tres kilómetros de las playas del gran Príamo. Nos preparamos enseguida para abordar las barcas de emergencia. Nos acompañaba también un reducido pelotón armado. El equipo, de unos veinticinco especialistas, sabía bien que aquella empresa tenía la posibilidad de fracasar. —Ya se han quemado las naves en muchas ocasiones anteriores —pronunció el doctor. Desembarcamos frente al sitio. Las gigantescas huestes apenas se reunían para la asamblea y el magnánimo Atrida sostenía el cetro de Hefesto,

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encolerizado ante nuestra inesperada presencia. Bramó enunciados incomprensibles para la mitad de nosotros, y los traductores que nos acompañaban rápidamente emitieron el mensaje descifrado. —¿Cuáles son sus intenciones y a qué parte del gran reino de Argos responden? —interpretaron enseguida de la boca de Agamenón. Nos quedamos fríos. —Detengan el sitio... a toda costa —respondió Covarrubias—. Presten poca atención al Ensueño de Zeus y eviten la destrucción de la ciudad de anchas calles. Me acerqué hasta él y le pregunté discretamente qué pretendía. Me murmuró la gran verdad: “Nosotros sí sabemos cómo termina la historia”. Salvar a Troya implicaba atar un montón de cabos sueltos en el futuro. El Atrida argumentó que eso era imposible. El casco de Menelao había retumbado en el tiempo para dar fin a la prisión de Helena, y Paris se había salvado de la muerte únicamente por intervención divina. Aquel duelo era solo el principio de la furia de los aqueos, hartos ya de nueve años de sitio. Sabían bien que incluso Zeus podía ser sometido a las demandas de Hera y que el mensaje del Ensueño era un vil engaño. Prometimos volver con evidencia de que la decisión resultaría desastrosa. Quedaba poco tiempo para nosotros. Paris descansaba detrás de los muros de la ciudad, pero en ambos lados ya se esperaba con ansias el enfrentamiento. Navegamos de vuelta a los Dardanelos con la alarmante presión. —No cuente con que nos apoyarán allá en el presente —dije al doctor. Los demás tomaron posturas muy diversas. Detener la guerra de Troya significaba desviar el curso de la naturaleza; permitir que ocurriera apuntaba a que el vórtice en el mar se cerraría y la histeria de los modernos cesaría. Jugar a Dios siempre es excitante. Nos recibieron del otro lado del túnel con ansias. Los gobiernos contenían el caos a toda costa y los intelectuales formulaban nuevas hipótesis sobre la ruina de las anteriores. La isla de Gough era la capital de los medios. Fuimos rigurosamente escoltados ante las grandes autoridades. “La realidad es la siguiente...”, comenzaba explicando el doctor Covarrubias. —Y la doctora Valencia les contará algo más interesante —dijo al terminar de narrar nuestra aventura en el abismo. Luego me pidió que demostrara el caso con números en el pizarrón para que quedara claro que, en medio de tantas inducciones, ese otro lado del vórtice era una realidad cognoscible. Tantos cerebros estaban de acuerdo con que algo pasó hace tres mil años y esa conglomeración de creencias hacía posible el fenómeno. Eso es el pasado. —La Grecia de Homero es tan real como nuestro presente —concluía agotada y con la boca seca. Los líderes del mundo nos miraron incrédulos. La propuesta final de mantener abierto el túnel resultaba inaudita. —Mirar hacia atrás es inútil —respondió un maniqueo. Nos dieron la espalda y decidieron hacer una última expedición para cerrar el asunto con los aqueos. Troya debía extinguirse en el fuego. De nuevo nos llevaron hasta las zonas meridionales de la Tierra. La prensa nos esperaba de vuelta para dar la gran noticia del cierre. Traspasamos incompletos, como aquella primera vez cuando perecieron los débiles de la tripulación. Vi la creación del Tártaro y el encierro de los gigantes arrojados por Zeus, escenas de Atenas fracasando ante el Peloponeso y la retirada de los Diez Mil de las tierras de Persia. Al arribar a los Dardanelos fuimos recibidos por la titánide Eos, hermana de Helios, el gran Sol. Nos contó que el Atrida había decidido ignorar el mensaje de Zeus y levantar a las huestes. Desde los príncipes de Beocia hasta los marinos de Corinto, todos iban como bestias imaginarias dispuestas a devorar la ciudad de anchas calles. La serpiente almuerza su propio cuerpo y no nos tomamos la molestia de descubrirlo. Maniobramos de prisa para encallar en el mismo lugar y desembarcar con la tripulación. Covarrubias permanecía en silencio; el único objetivo que teníamos esta vez era asegurarnos de que la guerra ocurriría para cerrar la ventana de Grecia. Pisamos la costa con indecisión. El doctor pidió que solo yo lo acompañara junto con los traductores hasta la asamblea. Los intérpretes susurraron en su oído el enunciado del rey de Argos. Covarrubias respondió con un murmullo que no comprendí y el mensaje llegó hasta Agamenón. Me tomaron por los hombros bruscamente, fui atada y vendada sin que me diera tiempo de gritar. Oí a lo lejos los motores de las barcas dejar la playa. Retiraron el vendaje después de arrastrarme por la arena, presencié el sacrificio de un cabro y el derramamiento del vino. Abandonamos Troya. El curso del río fue desviado y Helena dejó de importarle a los aqueos. El eterno retorno comenzó a devorarse de nuevo.

Los motivos de Eneas fernando fernández rivera Primer lugar en poesía

Alguien, en algún momento de la noche, pierde la costa, una mujer que pudo amar y darle un hijo, darle una patria a su hijo. Alguien enciende un cigarro con el fuego de Vesta, mientras las naves de Eneas cabecean en la playa, donde las algas comenzaron a convertir la madera en una tregua con el destino. La lágrima que no pude derramar tiene el nombre de una reina,

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el día en que me nombró suyo la soledad imitaba la lluvia, su pecho era una cueva donde la oscuridad moró con el amor. Olvidé los muros de mi ciudad, eternamente ardidos en la memoria del poeta, por ti, Dido. En tu lecho dejé mis armas de extranjero huyendo del naufragio, quise creer que tenía un sitio en la tierra, un pedazo de reino para mis muertos. Mi padre se volvió una isla que la muerte rodea y sueño con su voz, envuelto en los vapores de la sibila. Es la noche que entra por la ventana y abandona a una mujer en los brazos del fuego. La luz es tenue cuando ella ruega a las aguas que le devuelvan lo que migró, le pide al hombre que creyó suyo como el árbol suplica a las aves “no dejes que el invierno entre bajo tus alas” . Quizá un día fantaseaste con sus manos envejecidas sobre tu rostro, quizá un día esperaste que sus naves ardieran en el horizonte con sus sueños vanos. Y ahora buscas arrancarle su silencio de estatua, rasguñas su rostro y solo encuentras sal bajo tus uñas, Él ha huido esta tarde, viendo el mar. Lo odias, hay tres cosas encendidas esta noche. La pasión que cicatriza cuando se apaga una colilla contra el pecho, cruzar el umbral de la puerta y ver el marco donde su reflejo falta. El impulso de las luciérnagas que salen desde el fondo de la hoguera, donde las cosas pierden su nombre y se puede soplar un año en un puñado de ausencia, y un corazón bramando sangre, enloquecido por la venganza, un corazón que gruñe y enseña los dientes “maldita sea tu sangre y tu tierra, forastero, elemento sin rumbo jalado por cuatro caballos que persiguen las estrellas”. Estrella impronunciable eres, hijo de Venus. Eneas, tú navegas a la sombra de la aurora muerta.

Yo, Jasón adán gerardo bravo herrera Primera mención honorífica

Canto I Ahí vas: a hablar de mí como si fuera el malo. Como si sólo te hubiera dado penas. Como si nunca hubiera sido suficiente. Jasón, hijo de Esón… de mí podrían cantarse tantas cosas: los argonautas, las harpías, el vellocino de oro… —¿no fue esto último lo que me empujó hasta ti?— Sólo tú sabes que me he arrastrado, trayendo situaciones sin salida a cuestas pero de todas ellas has sido tú mi maldición. Esta noche el viento mete la tierra y la lluvia en mis ojos No lloro, me pregunto por ti: la eterna interrogante. ¿Cómo podría hablar de ti sin conocerte? No sufro, me acuerdo de ti, con el cabello hecho una trenza, casi parecía que los pámpanos y las parras crecerían si decías la palabra correcta… Luego descubrí que tu magia y tu mundo eran oscuros. De aquel bosque cargado de tinieblas, El bosque del dios de la guerra, Donde aceptamos arrebatar el vellocino a la serpiente. Nunca pensé recibirlo de las manos mismas del dragón convertido en mujer, convertido en ti, Medea. Aquel dragón que nunca cerraba los ojos y que, al contacto con tus yerbas, durmió sólo para que su furia viviera en ti. Pobre loba sin hijos, que aúlla herida para encontrarlos en la noche. Pobre estorbo de ti misma. Del cual estuve enamorado. Que veía un mundo siempre desde sus ojos, buscando reflejos de sí misma en todo, que te confirmaran que eras la víctima. ¿Creíste que era tan fuerte como el Argos? Mi torso se daña fácilmente cuando hay tormentas.

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i i i con c u r s o d e c u en to ly dia sa ntiago y ii concu rso de poesía ru b én b onifa z nu ño

La tempestad furiosa, Medea. Nos amamos como se deben amar las bestias. A mordidas. Jugamos como niños. Somos piezas en un tablero a voluntad de los dioses. Ahora eres sólo un viejo cómplice Los sauces han florecido otra vez después de que cayeran sus hojas largo tiempo. Ya no eres herida, eres cicatriz. Canto II Y yo siempre huyendo por ti. Bebiste de mis ojos hasta dejarlos secos. Probaste mi boca hasta dejarla inerte. Convertiste mi vida en una eterna huida, mas no pude huir de ti, hubiese sido demasiado cómodo. Ahora mira este rostro, dime qué lees… Ya no hay furia, ya no hay odio. Nunca más encontrarás ese reflejo tuyo en mis ojos. En mis oídos siempre sonó tu voz, incluso antes de que desembarcaras en Colcos. Y ese día comencé a llorarte como si hubieras muerto ya del todo. Era una chiquilla nerviosa, las palabras se me amontonaban en la lengua por querer decírtelas todas. Medea ha muerto, pero nunca se irá de tu memoria, hoy sólo soy sangre que será lavada, retazos de una leyenda. Ahora es a mí a quien toca hablar de ti. El niño mimado jugando a la guerra. Aquel que pensaba: “Estoy tan lejos y esto no se parece a casa”. En vano llueve sobre ti, fatalidad de los reyes. Tus pisadas se oyen como las de los toros de bronce. El amor me obligó a salvarte, no lo niego. Pero hoy no puedo soplar bajo tus velas, no quiero. Voy caminando con los ciclos de la sagrada luna. Aúllo, me desgarro con mis uñas, encajo mis colmillos en mis propias patas… ¡pero no volveré a ese agujero contigo! No puedo. Ya nunca más seré tu apéndice. Canto III Así habló y bebió seducido por la desgracia. Así habló mientras guardaba el sentimiento en las úlceras. Así habló traspasando las costras de la juventud perdida. Así habló componiendo una vida errante compartida. Así habló mientras golpeaba la imaginaria puerta de un hogar disperso. Así habló mientras la soledad temblaba. Así habló amando los gestos obscenos, uno del otro. Así habló prestando espacio a los malos pensamientos. Así habló mientras penetraba su egoísmo, fracturaba su orgullo… Canto IV Fuiste halcón clavado en una estaca. Herida pero temible todavía. Capaz de apaciguar la llama del fuego infatigable. El fuego de la hoguera que encendí en honor a Hécate. El fuego voraz que engulle a una hija y un padre que queda adherido a ella como hiedra en el laurel. Restos flotando en el mar y un padre que detiene la persecución para recogerlos. Mientras otro padre bebe sangre de toro hasta morir. Mientras otro padre es mutilado y cocinado por sus hijas. Legado interminable de muertos. Entre ellos mis hijos. Serpenteemos como en nuestros días de comunión. Rostros de piedra que se transforman. Tiernos ojos inmutables. Vidas erizadas. Los mitos finalizan… Los mitos comienzan…

Casandra mircea gerardo lavaniegos solares Segunda mención honorífica en poesía

En esta aldea todo se traiciona. Con esta pluma, lanza carbonizada que recogí de la tierra, me enfrento a la catástrofe. Ver las ruinas de este pueblo es volver la mirada a nuestra infancia y preguntarnos: ¿hubo alguien, entre toda esa multitud sedienta de venganza, capaz de contemplar el oleaje vinoso de ese atardecer que susurraba tantas cosas?

para visitar la cabaña de Tiresias. Estaba acostado sobre un montón de paja seca como perro pastor entre el rebaño. Desde el momento en que tomó asiento comenzó a hablar. Su lengua parecía la antena de una radio en sintonía con múltiples frecuencias sin conexión alguna entre ellas. «Los profetas no deben andar gritando la verdad a los oídos de los mortales.» Le escupiste el rostro al ciego anciano. Salimos corriendo sin mirar atrás. Así eras tú, nunca respetaste a los mayores. A pesar de que en las asambleas, a las que tú siempre asistías, esa era la primera de las leyes. El haber vivido más en esta tierra no tenía para ti importancia alguna. En todo caso era un lastre con el que tenían que cargar quienes no habían sabido enfrentarse a su muerte en el justo instante. Preferías jugar con los niños en la playa cuando la procesión llegaba a la costa para despedirse de los hombres que desaparecían en alta mar. Y ellos también se divertían contigo. Cantaban: ¡Casandra, Casandra! Ojos de leopardo. ¡Casandra, Casandra! Nariz de cigüeña. ¡Atrápanos! Lo mismo ocurría con los mitos que nos narraban nuestras madres. Mientras la mayoría de los jóvenes se reflejaban en los cuerpos pétreos de Aquiles y Héctor y las muchachas célibes ambicionaban las riquezas de Penélope y Clitemnestra, tú y yo sabíamos que esas historias eran un espejo cruel de los deseos del hombre. Aprendimos a rogar frente a las aras ardientes para que ninguna de esas fantasías se repitiera. Pero míranos ahora, las garras del destino se extienden en el cielo como una nube de polvo. En la cola del torbellino que asola nuestras vidas apenas se distingue el brillo de los labios. Te violaron para callarte, fisuraron tu lenguaje a pedradas hasta reducir tu danza al volátil vaivén de la ceniza. Y a mí me encerraron en las entrañas de este caballo de madera para que me volviera loco. En el laberinto de la ira nadie habla. Todos parecen enemigos monstruosos. Nuestros dioses, los dioses jóvenes, nada hicieron para evitarlo. Sé que tu voz renacerá en sus ecos, clamando en la marea embravecida por un lugar en el Olimpo de las pasiones. Y aunque ahora vagues por los escabrosos barrios de la Hélade perdiéndote entre rostros hostiles y miradas de odio, sé que tu grito es lo único que puede salvarnos. Y convertir este choque entre amazonas y cíclopes en un paisaje donde las mujeres y los hombres se encuentren. Bien lo dijiste una vez con esa faz que ignoraba su belleza: el amor es la única guerra humana. •

Recuerdo cuando nos escapamos de las lecciones de Quirón

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El Fondo de Cultura EconĂłmica (FCE) convoca al Cuarto Concurso Iberoamericano de Ensayo para JĂłvenes 2018, eell qque ue tiene como propĂłsito fomentar el gusto por la lectura, el desarrollo en el campo de la escritura y el pensamiento crĂ­tico e independiente en torno a las obras de grandes escritores iberoamericanos, de acuerdo con las siguientes:

Bases: • PRIMERA: En esta ediciĂłn, el Concurso se centrarĂĄ en el tema, “HispanoamĂŠrica, espacio de migracionesâ€?. • SEGUNDA: La convocatoria queda abierta a partir del 6 de marzo hasta las dieciocho (18) horas del 27 de septiembre de 2018. • TERCERA: PodrĂĄn participar jĂłvenes de entre dieciocho (18) y veinticinco (25) aĂąos que re•‹†ƒÂ? ‡Â? ¹š‹…‘ ‘ ‡Â? ƒŽ‰—Â?‘ †‡ Ž‘• Â’ÂƒĂ€Â•Â‡Â• ‡Â? Ž‘• “—‡ •‡ —„‹…ƒÂ? Žƒ• Ď?‹Ž‹ƒŽ‡• †‡ ÇĄ ‡Â?–‹¹Â?Â†ÂƒÂ•Â‡ÇĄ Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, EspaĂąa, Estados Unidos, Guatemala, PerĂş y Veneœ—‡ŽƒǤ ‘• –”ƒ„ƒŒƒ†‘”‡• †‡ Â?‘ ’‘†”žÂ? ’ƒ”–‹…‹’ƒ” †‡ ‡•–ƒ …‘Â?˜‘…ƒ–‘”‹ƒǤ • CUARTA: Cada participante podrĂĄ incluir un Ăşnico ensayo. Los textos deberĂĄn estar redactados en espaĂąol o portuguĂŠs, ser inĂŠditos y no encontrarse participando en otros concursos, ni en espera de ser publicados en cualquier tipo de medio o soporte. • QUINTA: Los interesados deberĂĄn enviar un texto con una extensiĂłn de entre quince mil (15.000) › †‹‡…‹‘…Š‘ Â?‹Ž Č‹ͳͺǤͲͲͲČŒ …ƒ”ƒ…–‡”‡• ȋ‹Â?…Ž—‹†ƒ „‹„Ž‹‘‰”ƒĎ?Ă€ÂƒČŒÇĄ …‘Â? Â‡Â•Â’ÂƒÂ…Â‹Â‘Â•ÇĄ ‡Â? ˆ‘”Â?ƒ–‘ ‘”†Ǥ ÂŽ ‡Â?•ƒ›‘ debe enviarse como archivo adjunto a la direcciĂłn de correo electrĂłnico: concurso.iberoamericano@fondodeculturaeconomica.com • SEXTA: En el mismo mensaje en el que se remita el texto los participantes deben adjuntar un breve cu””‹…—Ž—Â? ˜‹–ƒ‡ †‡ Â?žš‹Â?‘ Â?‹Ž Č‹ͳǤͲͲͲČŒ Â…ÂƒÂ”ÂƒÂ…Â–Â‡Â”Â‡Â•ÇĄ …‘Â? Â‡Â•Â’ÂƒÂ…Â‹Â‘Â•ÇĄ ÂƒÂ•Ă€ …‘Â?‘ —Â? …‘Â?’”‘„ƒÂ?–‡ ‘Ď?‹…‹ƒŽ †‡ ‹†‡Â?–‹†ƒ† †‹‰‹–ƒŽ‹œƒ†‘ ‡Â? ‡Ž “—‡ …‘Â?•–‡ ‡Ž Â?‘Â?„”‡ …‘Â?’Ž‡–‘ǥ ˆ‡…Šƒ †‡ Â?ƒ…‹Â?‹‡Â?–‘ › Â?ƒ…‹‘Â?ƒŽ‹†ƒ† †‡Ž ’ƒ”–‹…‹’ƒÂ?–‡ǥ ƒ†‡Â?ž• †‡ —Â? Â?ĂŻÂ?‡”‘ Â–Â‡ÂŽÂ‡ÂˆĂ—Â?‹…‘ †‡ …‘Â?–ƒ…–‘ › —Â? …‘Â?’”‘„ƒÂ?–‡ †‡ †‘Â?‹…‹Ž‹‘ †‹‰‹–ƒŽ‹œƒ†‘Ǥ • SÉPTIMA: ÂŽ Œ—”ƒ†‘ ‡•–ƒ”ž …‘Â?ˆ‘”Â?ƒ†‘ ’‘” ’‡”•‘Â?ƒŽ‹†ƒ†‡• †‡ ”‡…‘Â?‘…‹†‘ ’”‡•–‹‰‹‘ › ‡•’‡…‹ƒŽ‹•–ƒ• †‡Ž –‡Â?ÂƒÇĄ …—›‘• Â?‘Â?„”‡• •‡ †ƒ”žÂ? ƒ …‘Â?‘…‡” …‘Â? Žƒ Â’Â—Â„ÂŽÂ‹Â…ÂƒÂ…Â‹Ă—Â? †‡Ž ”‡•—Ž–ƒ†‘ †‡Ž …‘Â?…—”•‘Ǥ — ˆƒŽŽ‘ •‡”ž ‹Â?ƒ’‡Žƒ„Ž‡Ǥ ÂŽ …‘Â?…—”•‘ podrĂĄ ser declarado desierto. • OCTAVA: ÂŽ ”‡•—Ž–ƒ†‘ †‡Ž …‘Â?…—”•‘ •‡”ž †ƒ†‘ ƒ …‘Â?‘…‡” ‡Ž ͳ͡ †‡ Â?‘˜‹‡Â?„”‡ ʹͲͳͺǥ ‡Â? Žƒ• ’ž‰‹Â?ĥ ™‡„ †‡ ¹š‹…‘ › •—• Ď?‹liales. • NOVENA: El premio es Ăşnico e indivisible y consistirĂĄ en cuatro mil dĂłlares estadounidenses (USD$ 4.000), asĂ­ como la puÂ„ÂŽÂ‹Â…ÂƒÂ…Â‹Ă—Â? †‡Ž ‡Â?•ƒ›‘ ‡Â? ƒ ƒ…‡–ƒ †‡Ž ÇĄ › ‡Â? Žƒ• ’ž‰‹Â?ĥ ™‡„ †‡ Žƒ ‡†‹–‘”‹ƒŽ ’”‡˜‹ƒ Â…Â‡ÂŽÂ‡Â„Â”ÂƒÂ…Â‹Ă—Â? †‡Ž ”‡•’‡…–‹˜‘ …‘Â?–”ƒ–‘Ǥ • DÉCIMA: ÂŽ ˆƒŽŽ‘ †‡Ž …‘Â?…—”•‘ •‡”ž …‘Â?—Â?‹…ƒ†‘ ƒŽ ‰ƒÂ?ƒ†‘” ’‘” Â?‡†‹‘ †‡ …‘””‡‘ ‡Ž‡…–”×Â?‹…‘Ǥ ‹ ‡Â? —Â? Žƒ’•‘ †‡ •‹‡–‡ Â†Ă€ÂƒÂ• ‡•–‡ Â?‘ ”‡•’‘Â?†‡ ƒ ‡•–ƒ Â?‘–‹Ď?Â‹Â…ÂƒÂ…Â‹Ă—Â? ‡Ž Œ—”ƒ†‘ ’‘†”ž ‡Ž‡‰‹” ‘–”‘ ‡Â?•ƒ›‘Ǥ • UNDÉCIMAÇŁ ƒ…‘”†ƒ”ž …‘Â? ‡Ž ‰ƒÂ?ƒ†‘” ‡Ž ’”‘…‡•‘ ’‘” ‡Ž …—ƒŽ •‡ ”‡ƒŽ‹œƒ”ž Žƒ ‡Â?–”‡‰ƒ †‡Ž ’”‡Â?‹‘ › ˜‡”‹Ď?‹…ƒ”ž ’‘” Ž‘• Â?‡†‹‘• Ž‡‰ƒŽ‡• Â?‡…‡•ƒ”‹‘• Žƒ ‹†‡Â?–‹†ƒ† †‡ ‡•–‡ǥ ›ƒ •‡ƒ ’‘” •À ‘ ’‘” Â?‡†‹‘ †‡ •—• Ď?‹Ž‹ƒŽ‡•Ǥ ƒ”ƒ –ƒŽ ‡ˆ‡…–‘ ’‘†”ž •‘Ž‹…‹–ƒ” ƒŽ ‰ƒÂ?ƒ†‘” †‘…—Â?‡Â?–‘• ƒ†‹…‹‘Â?ƒŽ‡•Ǥ •DUODÉCIMA: El jurado podrĂĄ otorgar las menciones especiales que considere pertinentes. Los ensa›‘• “—‡ Šƒ›ƒÂ? •‹†‘ ƒ…”‡‡†‘”‡• ƒ †‹…Šƒ Â?‡Â?…‹×Â? ’‘†”žÂ? •‡” ’—„Ž‹…ƒ†‘• ‡Â? ƒ ƒ…‡–ƒ †‡Ž ÇĄ ’”‡˜‹ƒ …‡lebraciĂłn del contrato respectivo. •DÉCIMA TERCERA: La participaciĂłn en el concurso implica la aceptaciĂłn irrestricta de las presentes bases. •DÉCIMA CUARTA: —ƒŽ“—‹‡” …ƒ•‘ Â?‘ ’”‡˜‹•–‘ •‡”ž ”‡•—‡Ž–‘ ’‘” †‡ ¹š‹…‘Ǥ

•Nota: Para desarrollar el tema se sugiere utilizar como bibliografĂ­a bĂĄsica las siguientes obras del FCE: Fronteras. Procesos y prĂĄcticas de integraciĂłn y conflictos entre Europa y AmĂŠrica (Siglos XVI-XX) de Valentina Favarò y otros; Migraciones de Gloria Gervitz; Migraciones, capital y circulaciĂłn de talentos en la era global de AndrĂŠs Solimano, Migraciones internacionales en AmĂŠrica Latina: Booms, crisis y desarrollo de AndrĂŠs Solimano, El azar de las fronteras. PolĂ­ticas migratorias, ciudadanĂ­a y justicia de Juan Carlos Velasco Arroyo; Camino hacia una tierra socialista. Escritos de viaje de CĂŠsar Vallejo; La frontera como reto de Leopoldo Zea y HernĂĄn Taboada; BitĂĄcora del cruce. Textos poĂŠticos para accionar, ritos fronterizos, videografitis, y otras rolas y roles de Guillermo GĂłmez-PeĂąa y El fenĂłmeno migratorio en el siglo XXI. Migrantes, refugiados y relaciones internacionales de Catherine Wihtol de Wenden. www.fondodeculturaeconomica.com


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