F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I CA DICIEMBRE DE 2017-ENERO DE 2018
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Poema olvido garcía valdés
Voces de la fil xxxi y otros ámbitos
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on este número doble de La Gaceta del fce cerramos el año 2017 y empezamos el 2018 con buenos augurios, dada la sostenida producción editorial de nuestra casa y la bien dotada nómina de colaboradores de esta publicación. Para honrar a Emmanuel Carrère, Premio fil en Lenguas Romances 2017, publicamos un relato de Jorge Volpi en el que el narrador se deja influir por el personaje descrito a la manera del propio Carrère, no como imitación servil, sino como asimilación y adaptación al estilo objetivo del propio Volpi. En contraste ofrecemos un conciso y potente relato de Socorro Venegas, cuyo bien temperado pulso narrativo y aliento poético merecen reconocimiento. Roger Bartra explica la diversidad de sus intereses intelectuales como algo inherente a su manera de pensar, que constantemente le exige ir de una disciplina a otra para sustanciar sus originales ideas. Como todo pensador genuino, Bartra necesita los andamios puestos por otros para columbrar sus propios objetos de estudio. Al respecto recomendamos ampliamente el sugerente y bien armado ensayo de José María Espinasa incluido en este número. Nuestra colección de obras jurídicas se enriquece con la publicación de Cómo hacer funcionar nuestra democracia de Stephen Breyer, juez de la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos, traducido por su colega mexicano Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, cuya presentación del libro publicamos aquí. Lo acompañamos con un adelanto del libro El Poder Ejecutivo en la Constitución mexicana. Del metaconstitucionalismo a la constelación de autonomías del profesor Pedro Salazar Ugarte, estudio del acotamiento del poder presidencial por el resto de los poderes y la proliferación de agencias autónomas. Oportuno y útil para comprender el estado actual de la gobernabilidad de nuestro país. Los lectores de obras para niños y jóvenes podrían verse reflejados en la carta de una joven lectora a Antonia Michaelis por El cuentacuentos. Así avanza nuestra política editorial para crear nuevos públicos lectores. feliz navidad y próspero año nuevo les desea esta gaceta. •
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Largo camino roger bartra
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La melancolía moderna Aproximaciones a la obra de Roger Bartra josé maría espinasa
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Roger Bartra: pensador atípico y fecundo gerardo villadelángel
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El cuerpo del alma y el alma del cuerpo mercedes de la garza
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La hechura de Linda 67 fernando del paso
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Autopsia de la experiencia socialista de Chile otto granados roldán
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Yo también soy Emmanuel Carrère
José Carreño Carlón Director general del fce
jorge volpi Martha Cantú, Susana López, Socorro Venegas, Karla López, Octavio Díaz y Juan Carlos Rodríguez Consejo editorial
17 Roberto Garza Iturbide Editor de La Gaceta Ramón Cota Meza Redacción León Muñoz Santini Arte y diseño Andrea García Flores Formación Ernesto Ramírez Morales Versión para internet Jazmín Pintor Pazos Iconografía Impresora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V. Impresión Suscríbase en www.fondodeculturaeconomica.com ⁄editorial ⁄ laGaceta ⁄ lagaceta@fondodeculturaeconomica.com www.facebook.com ⁄ LaGacetadelFCE La Gaceta es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Ciudad de México. Editor responsable: Roberto Garza. Certificado de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de febrero de 1995. La Gaceta es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro postal, publicación periódica: pp 09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716
La institución de la desigualdad mario luis fuentes
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Educación artística para la convivencia humana clara jusidman
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Carta a Antonia Michaelis
21 Ilustración de portada León Muñoz Santini y Andrea García Flores
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La memoria en donde ardía socorro venegas
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Olvido García Valdés
hubo camelias, pasionarias, glicinas y era la aspereza, hubo un animal con una pequeña mancha blanca, caía la noche y era quieto sonaba el río, más estruendo a más agua, del cielo eran las luces, la hermosura, de aquel cielo de noche, verdes cristales rotos de donde venimos somos, de la respiración, del caminar toman forma los hombros, dulces frutas del mercado, casi no de este mundo y tras ellas los árboles, arde el sueño y son nutrias cuando salen del agua o un hueco que la palma calma del estómago, dice Calveyra muere de sus hojas el hombre verde enteramente álamo, y así va siendo
Jorge Luis Borges aconsejó escribir “como si estuviéramos soñando”. Este poema sin título parece darle la razón. Tras su aparente caos emergen formas que evocan el flujo de la vida y la existencia.
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En esta entrega recogemos diversas voces de la fil xxxi de Guadalajara sobre literatura, usos de la educación artística, filosofía, política, derecho y ecos de nuestros libros de literatura para niños y jóvenes. ¶ Sin menoscabo del resto de las colaboraciones, destacamos el ensayo La melancolía moderna: aproximaciones a la obra de Roger Bartra por José María Espinasa, y el relato La memoria en donde ardía por Socorro Venegas en la sección Trasfondo.
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Largo camino El autor reflexiona xiona sobre su inclinación ómenos desde diferentes especialidades. a estudiar fenómenos “Casi siempre me he enfrentado al problema de xistencia en una misma estructura entender la coexistencia de fenómenos diferentes y hasta opuestos”, dice. roger bartra
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urante mi largo rgo camino como intelectual he practicado diversos oficios. He ejercido –más o rden– la arqueomenos en ese orden– ología, el periología, la antropología, mía, la historia dismo, la economía, y la neurología. ¿Cuál es el hilo ta es la pregunque une estos diferentes oficios? Esta o mismo a veces ta que a veces me han hecho y que yo me planteo. No me ha angustiado laa dificultad de ocas ocasiones contestarla, a pesar de que en no pocas léctico por no he sido tildado de diletante y de ecléctico respetar las fronteras tradicionales entre diferentes especialidades y oficios. ado a pensar En el transcurso de los años he llegado os diferentes que hay algunos elementos que unen los rataré de exproblemas y temas que he abordado. Trataré plicarlo de una manera sencilla. Uno de estos elees, mezclas mentos es la presencia de contradicciones, dio y mi rey dualidades en los objetos de mi estudio flexión. Casi siempre me he enfrentado all problema de entender la coexistencia en una mismaa estructutos. De allí ra de fenómenos diferentes y hasta opuestos. mi interés por explicar la combinatoria dee diferenurales en tes fenómenos sociales, económicos o culturales una misma textura. Al mismo tiempo, me ha paren que las cido muy importante entender las formas en das para contradicciones y disparidades son mediadas mantener viva y funcional la unidad de una estructura. En mi breve época como arqueólogo me intereos que saron los sistemas socioeconómicos híbridos conjuntaban una base comunal campesina primio, una tiva con un aparato político muy sofisticado, tiguas de las características de civilizaciones antiguas como la egipcia, la china, la maya, la inca o la azteca. A este problema dediqué mis primeros estución dios sobre lo que se llamaba el modo de producción asiático o despotismo oriental, en la tradición propia de la economía política inglesa y de Marx. Cuando pasé a hacer investigaciones sobre las ela, estructuras agrarias en México y en Venezuela, ión enfrenté un problema similar: el de la articulación code las formas de producción campesinas con la economía industrial y urbana capitalista. De nuevo me enfrentaba a tratar de explicar una combinación de elementos primitivos y más avanzados engarzadoss en un solo sistema. Abordé el problema desde unaa perspectiva marxista muchas veces cerrada y dog-mática. Más tarde di un salto para estudiar la identidad nacional del mexicano, salto que además me ayudó a escapar de la jaula dogmática. Allí encontré también la combinación de una arcaica melancolía con las aspiraciones fáusticas por alcanzar un mundo nuevo. Reflexioné sobre la creación de ese híbrido mexicano que mezcla al indio agachado con el agresivo revolucionario. Esta combinación cristalizó en la invención de ese carácter mestizo y que yo representé con ironía crítica en ese curioso anfibio que es el axolote, que como sabemos está en proceso de extinción (al igual que el carácter nacional del mexicano). Después, como etnólogo, me fui a hacer estudios sobre los salvajes europeos y a tratar de entender la conexión de este antiguo mito con las modernas estructuras de lo que se ha llamado la civilización occidental. De nuevo aquí me interesó la dialéctica, en la imaginería occidental, de lo salvaje y lo civilizado, de lo bestial y lo humano, de lo primitivo irracional y el racionalismo moderno. Me ha fascinado también la extraña articulación entre el entusiasmo por el éxito y la felicidad que emana de la sociedad industrial capitalista, con la constante invocación a la tristeza y la melancolía.
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A este tema he dedicado mis investigaciones sobre la melancolía española del Siglo de Oro y a sus expresiones más modernas en la filosofía y en el arte (es el tema del libro que acabo de publicar). Por último, me he interesado en la manera en que cristaliza la conciencia individual en una peculiar conexión de tejidos neuronales y redes exocerebrales. Dos dimensiones muy diferentes, el funcionamiento biológico del sistema nervioso central y las prótesis simbólicas de la cultura, se conectan para generar ese misterioso fenómeno que llamamos la autoconciencia propia de los humanos. De nuevo aparece el tema de la identidad como sistema híbrido compuesto por esferas muy diferentes. Mi desempeño como escritor me ha llevado a toparme con ese indefinible pero muy sólido muro que separa las ciencias de las artes. En ese muro hay una puerta como la que describió Dante para entrar en el infierno. Desde un lado la puerta lleva al infierno científico y en ella se advierte que al entrar hay que abandonar toda esperanza en la belleza. Desde el otro lado de ese muro si un temerario intenta pasar al terreno de las artes se le advierte que debe abandonar toda esperanza en la verdad. Esta dramática dualidad, que enfrenta la verdad científica contra el mundo artístico y literario de la belleza, amenaza a los científicos que quieren desempeñarse como escritores (y a la inversa, lo mismo que a los escritores que quieren ejercer oficios científicos). Pero tanto artistas como científicos viven en el mismo mundo. Por otro lado, se podría sospechar que esta pasión por estudiar y reflexionar sobre situaciones heterogéneas que coexisten proviene de mi propia condición personal. Ciertamente, por azares de las guerras y de la política, nací hace 75 años en México con una identidad múltiple: hijo de refugiados catalanes que escaparon del fascismo y crecido en el contexto cultural mexicano. Esta doble condición de latinoamericano y europeo ha sido al mismo tiempo un estigma y una bendición. Posiblemente ello explique los hilos que cruzan y subyacen en mi obra. • Guadalajara, 1° de diciembre de 20177
fotogr fot ogr af afíí a de león le ón m muñoz u ñoz santi n nii
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La melancolía moderna Aproximaciones a la obra de Roger Bartra Contra la propensión de nuestro nuest medio a suplantar la crítica con el encomio, en el autor nos entrega una lectur lectura atenta, rigurosa y comedida de d la obra de Roge Roger Bartra. josé maría espinasa
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lo largo de una ya larga amistad con Roger Bart Bartra y de una más larga relación como lector de sus obras se m me han ido clarificando muchas d de sus preocupaciones intelectuales. intelectu Pronto se pueden aprecia apreciar varios niveles en el desarrollo de sus escritos: eel teórico marxista con veleidades críticas da pas paso por un lado al politólogo, y por otro al pensado pensador de inquietudes antropológicas y al historiador d de las mentalidades. La manera en que se mezcla mezclan al principio las algu dos tendencias en sus libros, algunos hoy obras de referencia del pensamiento conte contemporáneo mexi—Las redes imaginarias del d poder político cano — mo y La jaula de la melancolía—, mostraba entonces una urdimbre de los niveles, difíc difícil de desenredar, P pero evidente en sus alcances. Perfilar el rostro s de la sociedad en que se vive ha sido siempre una h preocupación del filósofo, y al hacerlo no puede evitar ser a la vez un crítico del pr presente, formular hipótesis de futuro y una interp interpretación del pasado. La figura del intelectual qu que mira todo con siempr ajena a Bartra. distancia aséptica ha sido siempre En años posteriores el intento de enhebrar amaparec en una de sus bas tendencias o niveles aparece de salvaje. Fue en obras más ambiciosas: El mito del la época en que lo escribía —pu —publicado originalmente en dos tomos— cuando tr trabajamos juntos en la redacción del suplemento cu cultural La Jornada Semanal. Recuerdo cómo ese intento aparecía salpicando las conversaciones en nuestro quehacer y las preguntas que Bartra a veces nos hacía
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al equipo del suplemento, como si estuviera pensando en voz alta. Cuando él y el fce me invitaron a participar en esta presentación de inmediato recordé aquellas conversaciones y pensé en la evidente continuidad que él ha mantenido en su obra, desde sus primeros textos en los lejanos sesenta hasta el día de hoy, pasando por libros clave de nuestro pensamiento para un nuevo milenio. Continuidad que pasa por los distintos niveles críticos señalados. Por ejemplo, no ha dejado de pensar y reflexionar sobre la actualidad política mexicana, misma que nos da casi siempre sorpresas desagradables y pocas razones para festejar, pero cuyo funcionamiento él sigue tratando de entender para poder intervenir en ella y hacerla mejor. Contra la costumbre de la politología mexicana no ha sucumbido a la tentación de volverse intelectual a sueldo de un partido o un gobierno ni a defender las torpes propuestas de nuestra izquierda sólo por ser de izquierda. En el terreno más filosófico sus trabajos sobre el funcionamiento del cerebro significaron un cambio en su investigación sobre la melancolía, misma que permeaba sus reflexiones sobre el salvaje y que desarrolló en el libro Cultura y melancolía. Las enfermedades del alma en la España del Siglo de Oro. La preocupación por la antropología melancólica no lo ha abandonado desde que publicó La jaula. Ya en otra ocasión me he ocupado de aprovechar sus títulos para explicar su evolución: la red y la jaula tienen evidentemente una cercanía en su uso (de hecho, la red es una jaula “líquida”) y no costaría mucho pensar en la melancolía como una “red visceral” o, forzando los términos biológicos, en el cerebro como una “víscera” o jaula de neuronas. El cine y la cultura popular, a su vez, son películas en tanto pieles de ese cuerpo social en los que se manifiesta el imaginario colectivo. En su formulación de las prótesis físicas el horizonte era evidentemente social: la cultura como una prótesis perceptiva en la que se funda la construcción de un imaginario colectivo. El uso constante de esta terminología no debe hacernos olvidar que el concepto que encierra es complejo. La persona imagina con su cabeza, es decir, con su capacidad imaginativa, pero la sociedad ¿cómo imagina? No lo hace sumando imaginaciones individuales, pues la traslación de un nivel a otro es más compleja que una simple adición. En todo caso funcionaría multiplicando y potenciando las intuiciones personales y las constantes colectivas, pero una cosa y la otra no ocurren en el mismo nivel. Es allí donde el interés sociológico de Bartra por las manifestaciones más evidentemente colectivas es muy importante. La poesía, por ejemplo, es un hecho cada vez más individualizado, y el poema pocas veces coincide con el hecho colectivo o se superpone a él (en el siglo xx mexicano tal vez sólo los de Amado Nervo y Jaime Sabines); en cambio, en esa forma degradada de lo lírico que es la canción popular, ocurre constantemente: Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Consuelito Velázquez, Lolita de la Colina, Juan Gabriel. Y así podríamos pensar que el mismo proceso de arraigo de las imágenes constantes se manifiesta en el cine como sucedáneo de la novela. El mito, según la idea de Bartra, se nutre de las más antiguas leyendas y construcciones imaginarias, sedimentadas en el tiempo por el uso —justamente lo que llamamos mitos, idea que se refiere, pienso, sobre todo a la civilización griega, aunque después se extienda a todas las acepciones culturales y religiosas— y a sus manifestaciones más próximas en la cultura popular, e incluso en los llamados medios masivos y en la sociedad del espectáculo, especialmente en el cine. Dicho de otra manera: la complejidad y densidad de una novela como Madame Bovary es mucho más fácil de apreciar si se le refleja en las miles de novelas rosas intrascendentes porque sus rasgos estructurales se pueden ver más claramente. De hecho, para el antropólogo hay un nivel en que la diferencia cualitativa entre unas obras y otras no es significante. No es que Bartra no sepa distinguir los textos literarios del rango de Madame Bovary frente a Lo que el tiempo se llevó, sino que el alcance masivo de uno y de otro implica incluso un contenido ideológico y una sintomatología. Esos síntomas reflejan la inclinación a volver aceptable la experiencia de la otredad a través de su banalización, sin desprenderse de su origen, como en la tos está presente la pulmonía. La otredad nos fascina mientras no represente un peligro, pero si no lo representa no es otredad real. Cuando Bartra refiere que investiga en archi-
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vos, museos y acervos iconográficos referencias para sus textos, por ejemplo sobre el mito del salvaje, lo que hace es dar por hecho que hay algo que decimos entre todos que no necesariamente decimos individualmente. Es curioso, se trata de una actitud contraria a la común, la cual supone que lo importante es lo que decimos individualmente, no en colectivo, idea que viene del romanticismo y que está en la base del concepto de arte. La frecuencia con que ciertos elementos representativos se repiten atrae su foco de atracción. En términos de método antropológico, esta mirada está en el origen del estructuralismo: en esa repetición —o en esa insistencia— subyace una estructura (del pensamiento, de la imaginación, incluso del habla), que es la que importa. Levy Strauss dice que los mitos se comunican entre sí sin que los hombres lo sepan, pero Bartra piensa que hay que saberlo, pues en ese misterio reside parte de nuestra ignorancia. Bartra no es, por lo tanto, un racionalista simple que busca descifrar enigmas, sino dejar que los misterios nos hablen, aunque nos hablen, como es natural, de forma misteriosa. No es un juego de palabras, es la descripción de esa actitud receptiva ante el fenómeno estudiado, que nos habla de algo imprevisto y hasta insospechado. Es decir: el mito se expresa a través de sus síntomas, pero no necesariamente se explica, pues esto último implicaría el abandono de su condición de mito. Por eso en una época racionalista el mito se retira a la sombra y deja de estar activo como mecanismo del imaginario colectivo, repitiendo con tintes cada vez más diluidos los tintes anteriores, e incluso pervirtiendo su sentido. De allí el sentido de “mitificar” como falsear algo. Y el arte, en especial la literatura, tiene ese problema: “mitifica”, inventa para calar más hondo en la realidad, aunque la mayor parte de las veces se quede en la trivialidad del invento. En el siglo xix hubo muchas narraciones sobre la pesca de ballenas pero sólo una Moby Dick. Y todos los personajes que viajan en el Pequod son versiones del salvaje, incluido Ismael, ese hombre que resurge de las aguas para que le demos nombre y pueda así, nombrado, referirnos lo que ocurrió. Una versión del salvaje es la del arponero malayo cuyo cuerpo está cubierto por tatuajes. El tatuaje es un signo —un símbolo— y un gesto de salvajismo a la vez, pero contiene en sí mismo una enorme sofisticación. La superación depende del soporte: no hay, en ese sentido, nada más extremo que la piel (ni siquiera el hueso). En las guerras primitivas uno se vestía con la piel del enemigo; ir más allá es vestirse con la propia. Y, en una busca elipsis, pienso que en Bartra el salvaje moderno se contempla a sí mismo y cae en la melancolía. Por eso es natural que pase del estudio de lo mexicano a la melancolía como equivalente de la prisión en que nos encontramos. Una de las leyendas virreinales escritas y reescritas es La mulata de Córdoba. Bruja, traza sobre la pared de la prisión en que está presa por sus malas artes, un barco en el cual escapa de su encierro. Las malas artes se vuelven buenas para escapar. El ajolote, ese enigma evolutivo que sirve a Bartra para simbolizar el encierro de nuestro anómalo desarrollo como nación y país, es, en su evolución o falta de ella, una “mulata de Córdoba”. El arte representa así la posibilidad de escapar de la jaula y también el síntoma de la enfermedad que nos aqueja. Las prótesis que Bartra estudia en sus libros sobre el cerebro son manos que salen de la jaula o de la red para buscar asir una exterioridad salvífica. En el apretado texto La melancolía moderna, Bartra prosigue, sintetiza y pone nuevos rumbos a su trabajo de décadas anteriores. Destaco algo que me parece un hallazgo: dentro del pensamiento no sistemático que el siglo xix nos hereda a través de pensadores como Nietzsche y Kierkegaard, precursores de esa condición fragmentaria o inacabada de la reflexión más sugerente en el siglo xx y lo que va del xxi, Bartra adjunta a un pensador anómalo en ese contexto, Alexis de Tocqueville, pero lo relaciona de forma muy sugerente, con él viaja al continente americano y en breves trazos analiza a un pensador de este continente, William James. Ese viaje también implica un cambio de método, que es también un regreso al tono de algunos capítulos de El mito del salvaje: interroga a los artistas plásticos o a los escritores. Munch, Chirico, Klee o Delvaux son pintores que figuran la melancolía. Su discurso iconográfico nos hace entender tal vez mejor lo que ese concepto tan complejo y elusivo significa en el siglo xx, un siglo que surge, en cierta manera, en la
exigencia o necesidad de ser consciente de lo que se hace. Si una tirada de dados no abolirá el azar, tampoco podemos renunciar a la voluntad de conciencia que implica el método. Esto se hace presente en ese texto paradigmático que es el poema El cuervo de Poe, mismo que tiene su sombra en el ensayo en el que el escritor busca plasmar un “método científico”. Es paradójico aunque no sorpresivo que sea Poe quien lo formule y de él pase a Baudelaire y Mallarme. No hay persona más necesitada de conciencia que el delirante, más ansioso de un método que el melancólico. Bartra traza en ensayos breves sobre determinados artistas —véase el que escribe sobre Edward Hopper— páginas deslumbrantes, tanto que ese reproche que le hice alguna vez vuelve a mi memoria: por qué tan poco. Me ocurre como con la nueva cocina, me quedo con hambre. Su lectura responde a esa necesidad marcada por el texto de Poe: el poema es un acto de conciencia absoluta, y esa conciencia tiene que ser necesariamente individual. Bartra —él mismo lo señala— pertenece a la generación del 68. La rebelión estudiantil que marca ese año tuvo en el impulso lúdico su mejor virtud, y esa voluntad de juego despertó la furia del poder que no sabía bien a bien qué significaba. Si antes mencionamos El cuervo como un homenaje a la melancolía, la fascinación por el poeta niño a la Rimbaud o por el poeta maleante a la Villon tiene evidentes nexos con el mito del salvaje. El primitivo en la historia es equivalente a la etapa de la niñez en la vida de un hombre: ambos aún no han sido tocados por la maldad del tiempo y de la duración. Barta, interesado en los procesos históricos, busca respuestas a sus preguntas y eso hace que, a pesar de que se ocupe de la melancolía, su temperamento no sea melancólico. Véanse por ejemplo sus trabajos recientes en los que se interroga sobre el destino de la sociedad en el poscapitalismo o la alternativa que puede ofrecer la concepción china del progreso. Hay algo de infantil en la sociedad norteamericana, pero su aliento lúdico no es liberador sino preocupante. El poeta-niño se traduce ahí en Chucky, y éste a su vez en su alter ego presidencial, George Trump, un niño diabólico con el control atómico en sus manos. El “nunca jamás” (nevermore) de Poe es una letanía que equivale a la necesidad del sobreviviente en Moby Dick: llámenme Ismael. Pero por eso el libro de Bartra termina con un texto sobre Samuel Beckett, en cuyo universo lo que se busca es la ausencia de nombre. Cuando, a partir de la elección de Trump, la hipótesis de Hannah Arendt —el mal es estúpido— vuelve a resonar en nuestros oídos, escuchamos con terror su eco melancólico: el bien es igualmente estúpido, y tal vez por eso, por no tener coartada, más peligroso. El hombre salvaje en estado puro, es decir, ese que todavía no es hombre, descubre las herramientas y el lenguaje simultáneamente, aunque no encontraremos nunca ese momento en que se acuesta sin saber hablar y se despierta hablando, ya que por más mítico o mitológico que sea, su construcción ha ocurrido a lo largo del tiempo, como la lenta edificación de un imaginario, mismo que culmina en la noción de una enfermedad compartida por el cuerpo y por el alma: la melancolía. Pero esas herramientas y ese lenguaje son prótesis: una corporalidad que se exterioriza. Por eso humanizamos a los robots y a las computadoras en nuestra ciencia ficción; transferimos a la herramienta rasgos humanos, ya sea la bondad o la maldad y, sobre todo, el ansia de poder, la voluntad de dominio. El tipo de ensayista que es Roger Bartra no borda sobre nimiedades en busca de una página perfecta, a la manera de su contemporáneo Hugo Hiriart; tampoco crea sistemas interpretativos ni marcos ideológicos, sino que propone espacios narratológicos a la manera de Roland Barthes, donde los personajes son mitos y pulsiones de poder, sumas de intuiciones individuales en manifestaciones colectivas y, por lo tanto, imaginarios sociales. Hay novelistas psicológicos que crean personajes, narradores de gestas épicas, incluso novelistas de ideas a los que Bartra se acerca un poco, sin confundirse con ellos, pues su vocación es crear narraciones en las que los mitos revelen sus ambigüedades y sus pliegues, sus zonas oscuras y su luz más primigenia. Con esa luz debemos alumbrar la lectura de sus libros. •
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Roger Bartra: pensador atípico y fecundo Homenaje a Roger Bartra por sus aportaciones a la vigorización intelectual de la reticente izquierda mexicana y sus estudios sobre la melancolía, la identidad, el ser político, el yo y el otro. gerardo villadelángel
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abrá que identificar la construcción de Roger Bartra, el pensamiento y el orden revelados en sus libros, con el socrático concepto de lo atópico, descifrado por el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han en su ensayo La agonía del Eros, donde da sentido a un centro carente de lugar, de algún modo flotante y extraño, en el que el lenguaje total se aísla del “infierno de lo igual”. Para Byung-Chul Han, sin embargo, “la cultura actual del constante igualar no permite ninguna negatividad del atopos. Comparamos de manera continua todo con todo, y así lo nivelamos para hacerlo igual, puesto que hemos perdido precisamente la atopía del otro. La negatividad del otro atópico se sustrae al consumo. Así, la sociedad del consumo aspira a eliminar la alteridad atópica a favor de diferencias consumibles […] Todo es aplanado para convertirse en objeto de consumo”. En una línea, ¿qué es aquí el atopos y cómo se desenvuelve en la obra de Bartra? En nuestras letras, Bartra es incomparable, puesto que su atopos radica en lo aún no transitado que ha obtenido de la voz del antropólogo un tratamiento muy singular,
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entre otros medios, por su discurso e imaginación, un logos que perdería vigor sin el poder suplementario de un erotismo también presente, de un Eros que respira y no agoniza, de una semántica envolvente por seductora que, al final, en una mixtura de belleza y reflexión, ha logrado crear un corpus antropológico, para mí más filosófico, de atracciones estéticas e intelectuales inusitadas. Eso es el carácter de los filósofos, desde que alguien como Sócrates, el ejemplo mayor mas no único, fue llamado atopos por la forma como veía la realidad, por cómo la interpretaba y, sobre todo, por cómo la decía, según ha contado Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso. Considero a Bartra un filósofo que practica desde el castellano una búsqueda de la verdad que ha aportado no pocas visiones a la discusión de la metafísica de Occidente, disponiendo argumentos con nombres de líneas conceptuales coincidentes, como Giorgio Agamben, Alain Badiou, Rafael Argullol, el mismo Byung-Chul Han o, por mencionar a otro mexicano, Manuel de Landa. Suma teórica y literaria, con prosa de lo mejor del idioma, sus títulos, tan bellos y sugerentes como El duelo de los ángeles, El mito del salvaje, La jaula de la melancolía, Las redes imaginarias del poder político,
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Territorios del terror y la otredad, Cultura y melancolía, Las enfermedades del alma en la España del Siglo de Oro o Antropología del cerebro, han pautado novedosas interpretaciones sobre la identidad, el ser político (en el sentido más clásico) y el ser individual, melancólico y presa de los poderes del yo y del otro. Su trabajo más conocido, el relativo a la construcción de la democracia mexicana, “la izquierda” y sus luchas y perversiones, y el demacrado rostro del nacionalismo revolucionario, es un foco específico que se ha abierto al estudio de la socialdemocracia europea, puesto a la mano incluso desde su óptica de editor con las publicaciones El Machete y La Jornada Semanal en su primera época, esta última imprescindible para la educación sentimental de mi generación. Por sus 75 años y a tres décadas de la publicación de La jaula de la melancolía, celebramos hoy la obra de Roger Bartra, cada día más luminosa en las tormentas de la opinión desmesurada y en la vorágine de un aparato editorial decadente. •
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presentación
El cuerpo del alma y el alma del cuerpo La búsqueda de nuevas bases para la ética a partir de los avances de las biociencias, a favor de un nuevo humanismo y contra los reduccionismos viejos y nuevos, es el tema de Juliana González. Publicamos la presentación de su más reciente libro por Mercedes de la Garza. mercedes de la garza
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partir del descubrimiento del adn, las ciencias de la vida han mostrado que no hay una sustancia sui generis en el hombre, distinta del cuerpo, que constituya lo que denominamos espíritu. Estos hallazgos descalifican las ideas dualistas que se gestaron en Grecia, las cuales conciben dos ámbitos ontológicos en el hombre: alma y cuerpo, ideas que siguen manteniendo algunas religiones, fieles a sus ancestrales dogmas.1 En esta obra, Juliana González se aboca a dicha problemática desde los campos de la ética y la bioética. Con profunda conciencia de la significación de los grandes hallazgos de las ciencias, aunados a una conquista de lo exterior, a la predominancia actual de fines de poder, de mercado, y meramente tecnocráticos, con la consecuente pérdida de los valores humanos, la autora se centra en la búsqueda de los fundamentos éticos que
den sentido a los avances del conocimiento científico, y a la vez protejan los valores humanos, o sea, aquellos que han hecho del hombre ser lo que es, que le han dado a su humanidad. De este modo, las preguntas básicas son “¿qué es la naturaleza humana?” y “¿qué sentido tiene la vida del hombre? En diálogo con grandes pensadores como Francis Crick, Paul Ricoeur, Jean Pierre Changeux, Hans Jonas, Anne FagotLargeault, Antonio Damasio, John Rawls y Jesús Mosterín, entre otros, la autora emprende la búsqueda de la espiritualidad o el “alma” (para no perder el concepto), pero ahora desde el cuerpo, en pos de la superación tanto del materialismo como de los reduccionismos a los que en ocasiones han conducido las ciencias, en particular las de la vida. En el nuevo “hombre neuronal”, ¿dónde se encuentra el alma? ¿Está sólo reducida a funciones biológicas? El libro recoge, repensados, actualizados y reescritos, artículos originales suyos acerca de esa temática, así como nuevas reflexiones desde dos posturas: 1. La asunción de una ontología dialéctica como medio para comprender la dialéctica de la realidad. 2. La confirmación de la dialéctica de la vida y del mundo por las biociencias, con la finalidad de hallar fundamentos que permitan
1 Éstos también se contraponen a los grandes logros de la actualidad: la igualdad, la superación del racismo y de la discriminación, el respeto por las igualdades y por la diversidad humana. Esos y todos los dogmas forman parte de los que Octavio Paz denomina “los fanatismos de las identidades”, o sea, centrarse en el yo, lo mío, mi verdad, mi país, mi religión, mi partido… y estar en contra de todo lo que sea “otro”.
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redefinir al hombre actual y crear un nuevo humanismo desde la bioética, recuperando los valores éticos de la vida humana. El trabajo que encabeza el libro, “De la materia a la vida y de la vida a la libertad”, parte de esas premisas centrales para hallar “el puesto del hombre en el cosmos de hoy”. La autora se propone, desechando cualquier dogma, definir una nueva concepción del ser humano que derive de los avances científicos. Del hombre, como parte de la Naturaleza, como un resultado de la evolución de las especies. Del hombre, hermano genético de los animales. De aquel ser que ya no es ni vive en el centro del universo, sino en un pequeño planeta que, como muchos otros, gira alrededor de un sol, también como muchos otros soles. El hombre, que lejos de poseer una sustancia divina, sólo es un momento más de la evolución. Sin embargo, ¿por qué el ser humano es diferente de los demás animales? ¿Es sólo un grado más en la evolución de los homínidos o bien, es un salto, una “emergencia” de otra cosa? ¿Por qué el hombre es creador, consciente de sí mismo y responsable de su mundo? Como respuesta a estas decisivas cuestiones, el capítulo hace primero una breve síntesis de la extraordinaria trayectoria del cosmos: el largo proceso que va desde el Big Bang hasta la aparición de los homínidos (procedente de los homínidos: gorila, chimpancé, orangután y bonobo), como un proceso continuo, pero con sus “saltos” o “emergencias”, entre las cuales está la aparición del Homo sapiens y las primeras muestras del alma humana en las cuevas de arte rupestre. Logra así una visión sintética de los grandes momentos del continuo-discontinuo del mundo: “De la materia a la vida, de la vida a la libertad”. Así, en búsqueda de la comprensión de la diferencia del hombre, sin desprenderlo de su naturaleza biológica, la autora de Bíos asume la idea dialéctica del continuo-discontinuo, es decir, del surgimiento de algo nuevo en el seno de un continuo, que podemos asociar con la deriva genética:2 la aparición azarosa de una novedad, que no estaba concebida y predeterminada en sus antecedentes. El Homo sapiens emergió de un continuo, así como la vida surgió en el seno de la materia inanimada. Juliana González se une de este modo a las tendencias más significativas actuales, aquellas que buscan confirmar la unidad y la continuidad, el continuodiscontinuo, incorporando la dimensión de la conciencia y del mundo espiritual a la vida biológica, pero sin negar la especialidad del hombre como ser en proceso, artífice de su propia gestación y abierto a la comunicación interhumana y a su intrínseca relación con el mundo. El hombre es el único ser determinado y libre al mismo tiempo; su naturaleza es histórica, en constante devenir, y el largo proceso de humanización no termina nunca, de tal modo que puede conducir a la deshumanización. “La naturaleza nos ha dejado a la mitad del camino”, se ha dicho, en tanto que los otros animales son seres completos, acabados. 2 Proceso de la evolución que se da por azar, que es completamente aleatorio, al contrario de la selección natural.
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Para González esa vía es la que permite superar las aporías de los dualismos y de los reduccionismos que han dominado la tradición occidental y resurgido en la actualidad por los avances de las biociencias. La postura de la autora ante estos fenómenos es, como la de todas sus búsquedas filosóficas, una ontología dialéctica, cercana a la filosofía heracliteana. Lo esencial para ella es partir del evidente carácter dialéctico de los propios cambios temporales, como son el cambio evolutivo y la historicidad, asumir que el hombre es cuerpo y el cuerpo es alma: dos realidades distintas y al mismo tiempo una; implicación recíproca de los contrarios, complementación e interpenetración de materia y vida, y de vida y libertad. Después del primer capítulo donde se de abordan estas ideas fundamentales del libro, la autora se centra en la problemática de la bioética (a la que dedica siete capítulos). Este es el cauce adoptado por ella para emprender la búsqueda del sitio del hombre en el mundo actual. Desde la ética, la bioética nace y se desarrolla a partir de las posturas científicas y tiene como función orientar a las biociencias hacia fines favorables para la humanidad. Para Juliana importa tanto una bioética práctica, como una teórica, estrictamente filosófica, que reflexione sobre sus propios fundamentos y que acceda a las cuestiones ontológicas. Juliana considera que es imposible pensar en la ética sin asociarla a la bioética, porque la ética no puede dejar de lado aquello que afecte a los campos de la vida, tanto del planeta, como la vida humana. Debemos repensar la vida y la muerte, como dice Peter Singer. Y esa bioética debe dejar atrás los dogmas, debe ser laica y dialógica, abierta al irrestricto respeto a la pluralidad. Pero la laicidad no significa una oposición a la religión, “la fe no se discute”, afirma Juliana. Las bases de la laicidad son racionalidad, reconocimiento de la pluralidad o diversidad, duda inherente al espíritu científico, tolerancia (que significa aceptar, respetar y comprender el derecho a la diferencia). Así, laicidad no es antireligión, pero sí antidogmatismo, afirma la autora, una lucha contra la imposición de un punto de vista sobre los demás. Incluso una lucha contra un dogmatismo que provenga de las propias ciencias, pues la bioética abarca un ámbito mucho más amplio y complejo. En el capítulo “Genoma humano y naturaleza humana”, Juliana destaca otra peculiaridad dialéctica, que se da en la propia naturaleza: que el genoma, al mismo tiempo que muestra la unidad de la vida, es uno y múltiple, es la clave de la pluralidad de la vida, de la diversidad biológica, y de la diversidad humana, pues da cabida al error, al azar y al caos. Y en el hombre, además, los genes trabajan por medio de la cultura, es decir, la naturaleza humana se constituye por una interacción de la naturaleza con la cultura, que es la creación libre del hombre. Aquí radica una diferencia esencial del ser humano, en el seno mismo de la vida biológica. Otro capítulo que quiero destacar es “Neuroética y violencia”, donde Juliana González aborda el sorprendente hecho de que el cerebro humano mantenga filogenéticamente
los momentos de la evolución de la vida, al mismo tiempo que revela las innovaciones evolutivas que lo han constituido para dar a la especie humana su identidad. Ello muestra que los seres humanos somos ese proceso temporal, que conservamos las emociones primitivas prehumanas, ubicadas en el sistema límbico, donde se generan el placer, el miedo, el dolor, la agresividad. “Darwin decía —recuerda Juliana— que estamos condenados a vivir dentro de nuestro cerebro con el de los animales que nos han precedido en la evolución”; por ejemplo, la ferocidad del tiburón, aunada al desarrollo de la neocorteza, hacen del humano el mayor de los depredadores. La bondad y la maldad están arraigadas en el cerebro, son el resultado de esta combinación. La segunda parte de la obra se integra un grupo de ensayos filosóficos inéditos en español, que Juliana González ha presentado en los congresos anuales y mundiales del Instituto Internacional de Filosofía, al cual pertenece desde el año 2000, y que se engarzan en el libro por ser reflexiones acerca de la evidencia actual de la unidad cuerpo-alma, la dialéctica del ser, la bioética ante los nuevos hallazgos de la ciencia y la creación de un nuevo humanismo, como se destaca en los capítulos sobre Sócrates, Kant y Amartya Sen. A ellos se unen ensayos sobre Freud, Nietszche, Nicol y, finalmente, Octavio Paz, del que revela su profundo pensamiento filosófico de índole heracliteana. Todas estas filosofías, vistas desde la bioética actual, corroboran a juicio de Juliana la dialéctica del cuerpo-espíritu como una unidad, el continuo-discontinuo de la vida humana, y la libertad, vista como la capacidad del hombre de hacerse a sí mismo o de destruirse. Sin embargo, ¿a qué ha conducido hoy en día esa ciencia de sí mismo; en que ha enriquecido a la vida del hombre en el terreno ético la verdad científica, qué falta? La autora señala que al mismo tiempo que los grandes hallazgos científicos han permitido desechar los dualismos, reconciliando al hombre con su mundo y con su origen, hemos ido cayendo en una deshumanización nunca antes experimentada por el hombre, marcada por la violencia y por el afán de dominio, donde privan los valores del poder y la riqueza material; un mundo en el que hasta el amor ha caído en su nivel más bajo y en mera publicidad (como señala Octavio Paz). La violencia lleva consigo injusticia, odio, crueldad, atentando a la dignidad del otro. Es un retroceso psíquico y emocional —dice Juliana— que hace aflorar los impulsos más primarios de fiereza, nacidos en el fondo del miedo, la impotencia, el fracaso o la atrofia de las emociones positivas y altruistas. Hoy en día la violencia ha adquirido formas únicas y extremas, está presente desde las guerras hasta las conductas delictivas y los medios publicitarios, particularmente en esa forma de violencia extrema que es la pobreza. Violencia contra los otros, contra las mujeres, contra los niños, contra los animales, contra el planeta. Violencia como indiferencia emocional frente al sufrimiento del otro. Pérdida de la compasión.
Una cultura de violencia genera cerebros de violencia, como ha visto la neuroética, los cuales, a su vez, determinan la violencia cultural, que se preconiza como el único procedimiento eficaz. Círculo infernal en el que se encuentra el hombre actual, incrementado el por las tendencias regresivas del nte conservadorismo y el consecuente oscurantismo. La violencia no se puede extinguir, pero se puede invertirr la hegemonía, afirma Juliana: laa re paz sobre la guerra, el amor sobre ia el odio, la solidaridad y la justicia sobre la sociedad escindida. En nte efecto, dice la autora, actualmente io hay evidencias de signo contrario a la violencia: un movimiento histórico que se despliega en os; defensa de los derechos humanos; en pos de la igualdad, la justicia,, la tolerancia, el respeto a la pluralidad, un movimiento haciaa la ue construcción de una sociedad que ponga por encima de la barbariee los ea valores de la cultura, “aunque sea no, sólo un pequeño arroyo cristalino, al lado de un torrente de agua contaminada”, dice Juliana. Si hay porvenir para el ser humano, éste se anuncia como un nuevo hombre, con memoria de su propia humanización histórica, gracias a su condición inacabadaa y a su libertad; con conciencia de los encia valores universales y con conciencia de su nuevo conocimiento de sí mismo. Ello le da la posibilidad de asumir, “como última opción salvífica —dice Juliana— el máss do inquebrantable y decidido cuidado de la vida y la naturaleza, en vo todas sus modalidades”. “El nuevo humanismo implica convertir o radicalmente el afán de dominio n y explotación de la naturaleza en cuidado del oikos: ecología, de laa casa propia, la casa de todos quee es ctual la Tierra.” Así, el humanismo actual no puede ser antropocéntrico: haa de asumir su parentesco con la naturaleza y con los seres vivos,, en especial con aquellos capaces dee sentimientos y de sufrimiento. na El optimismo radical de Juliana i t González, que nace del conocimiento y la profunda conciencia de las grandezas y los horrores de nuestro tiempo, ve en él signos de ser y crecer. En la mirada ética, cristalina y profunda de Juliana no ha muerto la esperanza de salvación del hombre humano, con la certeza de que ese ser destinado a la libertad también está destinado a la bondad. Sólo el hombre le da sentido a la vida como vida buena, vida viva. Si el mal es radical, la bondad es originaria, como vio Kant. Y con Ricoeur y Changeux, Juliana sabe que “la predestinación a la bondad es más fuerte y más profunda que la inclinación al mal”. •
Guadalajara, 27 de noviembre de 2017.
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La hechura de Linda 67
así se dijo ( fil 2 01 7 )
En un salón repleto en plena fil, Del Paso explicó las circunstancias y las lecturas que lo llevaron a escribir su famoso thriller. fernando del paso
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utoridades universitarias, señoras y señores, colegas universitarios, amigos todos: Hace cerca de cuarenta años, Gabriel García Márquez me presentó al escritor colombiano Álvaro Mutis, con quien hice una larga y sólida amistad. Un día que caí en su casa de visita lo encontré leyendo una novela policial, me explicó que era un volumen de la colección El Séptimo Círculo publicada por la editorial argentina Emecé, fundada por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en 1945 y que sobrevivió hasta 1983 con el volumen 366. Esta colección estaba destinada a demostrarle al público de habla hispana que la novela policial, o como también se le llama “de detectives”, no era un subgénero, sino por el contrario, todo un género por sí mismo, que había dado al mundo varias obras maestras de la literatura. Durante los siguientes dos o tres años adquirí y leí con fervor obras como El cartero llama dos veces, de James M. Cain, El 31 de febrero, de Julian Symons, Huésped para la muerte, y Tragedia en la justicia, de Cyril Hare, La bestia debe morir, de Nicholas Blake, El ministerio del miedo, de Graham Greene, Enigmas para actores, de Patrick Quentin, El maestro del juicio final, de Leo Perutz, Hasta que la muerte nos separe, de John Dickson y La torre y la muerte, de Michael Innes. Un poco más tarde, que platiqué con Mutis, a quien consideraba yo mi consejero literario, le dije que tenía deseos de escribir una novela policial. Él me dijo entonces que le agradaba que yo me hubiera vuelto fanático de la colección El Séptimo Círculo, pero que para escribir novela policial se necesitaba de un talento, de una vocación particular que él pensaba que yo no tenía. Por el momento y por algunos años me convencí de que te-
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nía razón —y todavía pienso así—. Sin embargo, y como seguí leyendo obras de la misma colección, no renuncié del todo a mi aspiración y en los años noventa del siglo pasado me lancé a escribir Linda 67. El resultado fue este libro publicado hoy en segunda edición por el Fondo de Cultura Económica. No es en el sentido estricto una novela policial sino lo que se llama un thriller, es decir, un libro en el cual se sabe desde un principio quién es el asesino, y el interés del lector depende de la habilidad del escritor, no para descubrir quién es el autor del crimen, sino, cómo éste elude a la justicia. Mi personaje es un mexicano descendiente de daneses, David Sorensen, un hombre alto, rubio, hijo de diplomáticos que fue calificado por la crítica como “arribista”. Sorensen es eso y un vividor que conquista y se casa con una rubia norteamericana muy atractiva llamada Linda. Cuando viví en Estados Unidos aprendí que uno podía ponerle su nombre y el número que quisiera a las placas de su automóvil mediante un pago especial. Ella, hija de un millonario texano, fabricante de bolsas de plástico, escogió Linda 67 como matrícula de su coche. Su automóvil era un Daimler azul que juega un papel decisivo en el libro. Quise que su padre fuera un fabricante de bolsas de plástico para que su fortuna no se basara en objetos glamorosos que hicieran al lector pensar que esa fortuna se originaba en el buen gusto y no en una vulgaridad. Elegí la ciudad de San Francisco por dos razones: una, porque es la sede de numerosas novelas policiales muy famosas; la otra, por su belleza física. Viajé a ella especialmente para encontrar el lugar ideal de la residencia de David y Linda y pasear al personaje por esa ciudad llena de asombrosas calles en subida y bajada. También me paseé por sus alrededores y por la orilla del mar, el cual también cumple un pa-
i lustraci ón de andre a gar cí a flore s
pel fundamental. Así mismo leí la obra del famoso escritor norteamericano Dashiell Hammett, autor de novelas como Cosecha roja, Sangre maldita, El halcón maltés y La llave de vidrio. También volví a leer algunos de los más importantes autores del El Séptimo Círculo y, en pocas palabras, caminé y manejé por San Francisco y sus alrededores: Mill Valley, San Anselmo, Fairefax, Woodacre y otros sitios donde había estado David Sorensen antes y después del crimen, hasta que un día un policía me preguntó “¿y usted, qué está haciendo?” Yo, lo que estaba haciendo era estar parado frente al escaparate de una joyería suntuosa, apuntando en una libretita las marcas de los relojes más caros: deseaba darle uno a mi personaje, pero no comprárselo, sino escribirlo. Traté de explicarle esto al policía pero no me entendió o no quiso entenderme y me aconsejó autoritariamente que circulara, y así lo hice. Seguí circulando por San Francisco, pero no tanto como mi personaje, pues ya desde entonces yo era mucho mayor que él, y él más atlético que yo. Quisiera contarles un poco más de la novela pero como se trata de un libro con cierto misterio, contarlo antes de leerlo le quitaría mucho de su mérito. Basta decir que David asesina a la gringa y que trata de ocultar su crimen a como dé lugar. Desgraciadamente mi querido amigo Álvaro Mutis falleció antes de que yo supiera si había leído Linda 67 y su opinión sobre ella. De todos modos, gracias Álvaro por tu consejo. El resultado fue de cualquier manera un libro. Debo también agradecer calurosamente a Martín Solares y a Roberto Coria que hayan escrito un prólogo y un epílogo espléndidos para esta edición de Linda 67. •
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a sí se dijo (fil 2 017)
Autopsia de la experiencia socialista de Chile El gran desencuentro, de Ricardo Núñez, ha resultado un libro fecundo por las muchas reflexiones que ha suscitado en diversas voces. Presentamos ahora la aguda lectura de Otto Granados Roldán en la fil. otto granados roldán
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a presentación de un libro siempre tiene sus desafíos porque su propósito es invitar a que el libro sea leído y, por lo tanto, no tiene mucho sentido repetir su contenido. Pero, además, desde una perspectiva académica suele surgir la mala tentación de criticar el libro que se presenta porque eso es lo que suena bien en el mundillo intelectual tan envidioso y primitivo de nuestros días, donde normalmente no se tiene miedo a disentir, lo que ya es dogma de fe, sino a coincidir. Y por último, desde la relación fraterna y amistosa hay una propensión casi biológica a elogiar un libro sólo por las prendas personales, políticas e intelectuales del autor. La historia cultural de nuestros países está llena de anécdotas y ejemplos de cualquiera de estos supuestos. Pues bien, voy a tratar de evitar estos riesgos, aunque caiga en uno que otro, para hablar de un libro monumental, no solo por sus 653 páginas, sino porque se trata en realidad de tres libros —el de Salvador Allende, el de gobierno de la Unidad Popular (up) y el del Partido Socialista (ps) chileno— que de manera ordenada, coherente y lógica se van entrelazando para contar, documentar y explicar lo que Ricardo Núñez llama “el gran desencuentro” en la historia del socialismo chileno. Es decir, el conflicto entre “la impaciencia revolucionaria”, que con ortodoxia urgía a acelerar el proceso para construir una sociedad socialista, y el gradualismo reformista que operaba bajo la lógica de las condiciones políticas e institucionales reales en que se ejerce el poder en un régimen democrático-burgués, como se clasificaba entonces; tal conflicto se acentúa cuando ese ejercicio es o pretende ser diametralmente distinto al estado de cosas previo. Digamos, pues, que estamos ante un libro que casi resuelve el misterio trinitario: tres historias distintas y un solo dios verdadero, que es precisamente el desencuentro. Y éste es el nudo en cuestión. Se trata en primer lugar, de un libro de historia. Es un texto con una abundante y rica bibliografía, y además muy bien escrito, con vena literaria, ágil, alejado tanto de la pedantería del cubículo como de la camisa de fuerza teórica en la que si la realidad no corresponde a mis ideas peor para la realidad. Es igualmente un libro honesto que no busca la salvación de su alma por el sendero de la culpa ni
fot o d e port ad a: e le cci one s muni ci p ale s e n te muco, 1971. ce ntr o de docume ntaci ón funda ci ó n s a l v a do r a l l en de
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a u top sia de la ex p eriencia socia lista de chile
del remordimiento, pero que a lo largo de sus páginas mantiene un sentido crítico, una duda metódica, casi una dialéctica, diríamos, para contrastar la historia a la luz de ideas, actores, posiciones y hechos. Éstos parecen estar —no obstante la larga estabilidad política y parlamentaria de Chile— en una tensión o contradicción permanente que no concluye cuando la up llega al poder por la vía electoral (y las distintas fuerzas que la nutren encuentran, o mejor dicho debían haber encontrado, un camino de convergencia hacia el socialismo) con la tragedia del 11 de septiembre de 1973, cuando esas contradicciones se han agudizado y en alguna medida pavimentan las condiciones que fueron creando a la derecha histórica chilena (los medios de comunicación, el gobierno estadunidense, las fuerzas armadas y desde luego la geopolítica de la Guerra Fría) para deponer al gobierno democráticamente electo y constitucionalmente establecido de Salvador Allende. Ese calvario lo sintetiza con precisión la frase de Carlos Altamirano, el histórico dirigente del ps, que recoge Ricardo Núñez: “Mientras yo sea el gran culpable del fracaso de Allende, todos los demás pueden dormir tranquilos”. En segundo lugar, hay que decirlo, el autor no es un observador neutral que analice a distancia y con los recursos de la historiografía el largo trance del ps chileno, la correlación de fuerzas en un momento determinado o la aproximación crítica y autocrítica a los mil días de la up. Lo hace, desde luego. Pero desde la mirada de un protagonista de primer orden que ya en la vida parlamentaria, ya en la militancia, ya en la dirigencia socialista, examina ese periodo decisivo en la historia moderna de Chile con instrumental esencialmente político y pragmático. En ese sentido, si bien el libro estructura lógicamente los orígenes, la acción y las relaciones del ps con los sindicatos, con otros partidos y formaciones de izquierda, con los gobiernos de Frei Montalva y de Allende o con la dictadura de Pinochet, es en el capítulo introductorio (que me parece encajaría mejor al final del libro), como un largo epílogo, en mi opinión brillante, donde se condensa el análisis fundamentalmente político, y es aquí donde el Núñez historiador cede el paso al Núñez político: […] sostuve que el descalabro económico que vivía el país debíamos asumirlo como inevitable y propio de la naturaleza del proceso revolucionario en el que estábamos empeñados […] En el fondo no asumíamos el grado de polarización que se había instalado en la sociedad chilena […] Es más, estábamos convencidos de que tal polarización era la expresión superior de la lucha de clases […]
Dicho esto, el libro es muy relevante no sólo por la investigación histórica y el análisis político en que se funda, no sólo por oponerse a la “verdad relevada” con que los intelectuales orgánicos de la dictadura intentaron reescribir la historia de esos años, sino porque tiene algo esencial: el peso moral y político necesario para, desde allí, plantear una explicación convincente y sofisticada del desencuentro con la distancia y el sosiego necesarios para hablar de lo que en realidad sucedió. Pienso, por ejemplo, en el último capítulo, específicamente referido a Salvador Allende, donde el embajador Núñez repasa, en una clave que no puede dejar de lado la comprensión y la lealtad, dos virtudes raras pero primordiales en política, el esquematismo que enfermaba las relaciones de la izquierda chilena más radical con el gobierno de la up y que llamaba a su presidente —porque eso era: su presidente— a decantarse para un lado o para el otro, con maniqueísmo —buenos y malos, burgueses y proletarios, dominadores y dominados— que a la postre resultó autodestructivo. Creo recordar, porque lo cito de memoria, un ensayo de Eugenio Tironi sobre empatía y antipatía de los gobernantes en el que se evoca que algún anónimo seguidor de Allende, en medio del desbarajuste económico, el desabasto y los cacerolazos, justificaba: “este gobierno podrá ser una mierda pero es mi gobierno”. Aquí reside uno de los componentes más sugestivos del libro de Núñez o, dicho con más propiedad, del drama de Allende: la imposibilidad de articular un escenario de consenso partidista o al menos de concertación entre dos lógicas políticas que parecían completamente antagónicas: la del reformismo, que ejecuta acciones específicas que a la larga producen, como dice el autor, cambios revolucionarios, y la de la agudización del conflicto, que lleva hasta sus últimas consecuencias la contradicción principal como prerrequisito de una genuina revolución. Vista con los ojos del siglo xxi, la vía de las
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reformas parece formar parte del orden natural de las cosas; vista con los ojos de hace 44 años, esa vía fue el combustible que inflamó el desencuentro. El desencuentro tenía años. Baste recordar cuando, a propósito de la conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad, celebrada en La Habana en 1967, el Partido Comunista y el ps disienten en la declaración final, ya que mientras el primero no ratificó los acuerdos, especialmente sobre la lucha armada, el otro sí lo hizo. Incluso más tarde, en su Congreso de Chillán, los socialistas parecieron abandonar definitivamente el camino pacífico del socialismo al atribuir los fracasos electorales de 1958 y 1964 a la “táctica equivocada seguida por el movimiento popular que ha permitido en su seno un electoralismo exagerado que ha llevado a muchos a creer que política y elecciones son una misma cosa, y que sólo conquistando votos es posible realizar la acción política”. En algunas escuelas académicas ahora se estila hablar de historia contrafactual para especular e indagar qué habría pasado si las cosas hubieran ido de otra forma. Y con esto abordo mi cuarto comentario sobre el libro. Ricardo Núñez recuerda que uno de los últimos momentos de Salvador Allende, la mañana misma del 11 de septiembre de 1973, cuando ya se ha iniciado el operativo militar del golpe de Estado, un enviado de la dirección del ps, Hernán del Canto, acudió a La Moneda a pedir instrucciones acerca de qué deberían hacer los cuadros del partido. Ante tal solicitud, Allende simplemente responde que si nunca durante los tres años de gobierno de la up le habían pedido su opinión, por qué hacerlo entonces: “Ustedes, que tanto han alardeado, deben saber lo que tienen que hacer. Yo he sabido desde un comienzo cuál era mi deber”, terminó diciendo. Más allá de lo electrizante que resulta imaginar la escena desde un punto de vista psicológico, probablemente evidencia lo que constituyó uno de los problemas elementales en la experiencia chilena: la dirección política del proceso. Sin embargo, no fue el único. Como bien propone el libro, es necesario explicar por qué llega la up al gobierno y por qué cae; cuáles fueron sus errores tácticos y cuáles los estratégicos; cuál el papel de la vía electoral y de la legalidad; cuál la respuesta de los aparatos de la burguesía nacional y del imperialismo y, finalmente, cuáles fueron, tras esta lección, las asignaturas básicas de la transición al socialismo en un momento en que la geopolítica se reacomodaba. Para el movimiento comunista internacional de la época, los tres años de la up sirvieron en buena medida para replantear o reafirmar, dependiendo del caso, algunas de las posiciones teóricas sostenidas durante una parte del siglo xx. Después de la revolución cubana a finales de los años cincuenta, el triunfo de Allende significó una nueva oportunidad para las fuerzas socialistas de ascender al poder político formal; el hecho de que hubiera sucedido mediante los cauces electorales, en un país con una larga tradición democrática con todo lo que ello implica —libertades civiles, pluripartidismo, estabilidad política—, distaba de las condiciones que antecedieron y al modo como se dio el proceso cubano. Si esto es cierto, se dijo, ¿por qué el socialismo cubano tenía ya 20 años para entonces y el de Chile había fracasado? O bien ¿tuvo razón el secretario general del Partido Comunista italiano cuando señaló ex post que la experiencia de la up arrojaba tres moralejas principales: que el triunfo electoral no era “garantía suficiente para la supervivencia y el éxito de un gobierno de izquierda” que era necesario ensamblar una alianza “lo más amplia posible para evitar una polarización y empate de fuerzas entre la clase media y la clase obrera” y por último, que ello demostraba “lo absurdo de confiar en la legalidad burguesa, el mito de la existencia de fuerzas armadas apolíticas o benignamente neutrales, el peligro de la movilización popular insuficiente y por supuesto, la necesidad de crear una milicia popular”? ¿O incluso, como se dijo desde el pc de la Unión Soviética, que la “pedante adhesión” de Allende a la legalidad lo había atado de manos, y que “los eventos de Chile comprueban [...] que los movimientos revolucionarios (deben) estar preparados plenamente para defender las ganancias democráticas con las armas”1, como lo planteaba por cierto el Movimiento de Izquierda Revolucionaria?
Es en este punto en el que los intentos por esclarecer la llegada de la up han encontrado mayor espacio para la polémica. Para algunos la causa principal estuvo en la falta de previsión de la derecha y la Democracia Cristiana para entender que el establecimiento de un gobierno de orientación marxista era posible por razones circunstanciales y estructurales. Para otros, la sorpresiva victoria de la up era explicable por uno de esos accidentes de la historia que contradicen sus propias leyes. Cualquiera que sea la respuesta, el libro parece sugerir que el mantenimiento de la legalidad en que tanto se empeñó Allende fue más bien una táctica defensiva para evitar que cualquier desviación que rebasara las fronteras de la ley se convirtiera en un arma en manos de los enemigos del proyecto socialista, pero también parece claro que esa decisión simplemente reflejaba el gran desencuentro entre los integrantes de la coalición gobernante: reformismo o revolución. ¿Habría sido otra la historia si, como proponían los ultras, la legalidad burguesa ya había dado de sí y era inevitable entrar a la fase armada para defender el camino al socialismo? No lo creo. Y no lo creo porque, como el autor sugiere en varias partes del libro, el desencuentro es una explicación necesaria pero no suficiente. La conspiración orquestada por las fuerzas armadas, el gobierno estadunidense, los medios, la derecha partidista y las élites empresariales socavó desde el principio la estabilidad del gobierno, usó todos los recursos legales e ilegales para arrinconarlo, abasteció financieramente a diarios como El Mercurio para convertirlo en el ariete mediático contra Allende, y organizó todo cuando estuvo a su alcance para derribar a la up. Esta conspiración, a mi juicio, fue más funcional para los efectos del derrocamiento que el propio desencuentro al interior de la up. Termino ahora: en abril de 1871, el viejo Marx le dice a Ludwig Kegelmann en una carta: Si te fijas en el último capítulo de mi 18 Brumario, verás que expongo como próxima tentativa de la revolución francesa no hacer pasar de unas manos a otras la máquina burocrático-militar como venía sucediendo hasta ahora, sino demolerla, y ésta es justamente la condición previa de toda verdadera revolución popular…
¿Era esto posible en Chile de una manera pacífica dentro de los cauces legales y los marcos institucionales? ¿Eran las elecciones el único camino para la transición al socialismo en las condiciones del Chile de los años sesenta y setenta? Al final de cuentas, concluye el autor, las grandes contradicciones parecen ser claras: la lectura ideológica inadecuada del reformismo elegido por Allende que hizo la coalición gobernante, el no haber podido superar la dicotomía entre el “avanzar sin tranzar” y la “consolidación de lo avanzado” y la decisión de la derecha chilena y sus patrocinadores de dentro y fuera de preferir la guillotina del golpismo a la del cambio del régimen por los métodos de la democracia y el estado de derecho. Lo que sucedió después, en los siguientes 17 años, es historia que, no por conocida, deja de ser cruel. Finalmente quiero felicitar a Ricardo Núñez por este libro inteligente, riguroso, aleccionador y honesto, no sólo por su enorme valor histórico, académico y político, sino también porque afirma el espíritu entrañable que en esa coyuntura trágica y dolorosa unió y une a mexicanos y chilenos. Por eso hoy, en los jardines de la embajada de México en Santiago, por donde pasaron cientos de chilenas y chilenos asilados que en medio de una situación extremadamente compleja encontraron cobijo y un poco de sosiego para poner a salvo su integridad física y moral, y luego para vislumbrar, así fuera de manera confusa, cómo reencontrar las opciones vitales, hay un pequeño memorial que es un testimonio de coherencia política y moral y un recuerdo permanente de aquellos que, perseguidos por la dictadura, salieron desde allí a vivir la experiencia del exilio para preservar sus sueños y encontrar entre nosotros una oportunidad para rehacer sus vidas truncadas por el golpe militar. La función de la historia, dijo E.H. Carr, “no es ni amar el pasado ni emanciparse de él, sino dominarlo y comprenderlo, como clave para la comprensión del presente”. Este libro es un vivo testimonio de ello. •
1 Las citas proceden de Isabel Turrent, La Unidad Popular Chilena 1970-1973. Lecciones de una experiencia, Madrid, Tecnos, 1977, pp. 352-353.
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Yo también soy Emmanuel Carrère En plena inauguración de la fil y dejándose influir por el tema que describe, Jorge Volpi lee este relato mezcla de ficción, realidad, crítica y autobiografía, sin perder el hilo ni el propósito de retratar a uno de los escritores más arriesgados e influyentes de nuestro tiempo. jorge volpi Premio fil de Lenguas Romances 2017
1 Abro mi ejemplar de Le Monde mientras el tren se pone en marcha. El asiento del pasillo permanece vacío hasta que una joven se abalanza sobre él y, empujada por el traqueteo, derrama el café sobre sus jeans. Cuando me decido a ayudarla, ella ya ha restregado la tela y se coloca su copia del diario en el regazo. A lo largo de esas semanas de julio de 2002 el periódico ha publicado una serie de cuentos en colaboración con Gallimard y me apresuro a extraer las hojas que deben plegarse para obtener una versión un tanto rupestre de la clásica colección de la nrf. Abro mi improvisado cuadernillo y leo: “Antes de subir al tren has comprado Le Monde en el quiosco de la estación”. El texto está escrito en segunda persona, como Aura, pero si en Fuentes el recurso vuelve fantasmagórica la trama, aquí el autor da órdenes muy concretas a su lector. O más bien a su lectora, pues el texto va dirigido a una mujer en el tgv de las 14:45 a La Rochelle. Justo el que ahora compartimos mi vecina y yo. La joven parece concentrarse en las mismas líneas que yo: el autor no deja de escribirle a su amante, con la que espera reunirse en unas horas, y le da instrucciones sobre lo que debe hacer y pensar. Un catálogo de guiños eróticos que creo ir avistando, de reojo, en mi compañera. No contaré aquí el resto de la trama —quien arda por leerla la encontrará en Una novela rusa— y me limitaré a decir que sube de tono hasta que el autor le exige a su amante que se levante al baño: justo cuando leo esta frase, mi compañera se yergue a toda prisa. Pienso en seguirla, pero me quedo clavado en el asiento, nervioso y febril, cavilando sobre si será la amante del autor o sólo otra de las mujeres que avanzan por el pasillo gracias a este texto de ficción que irrumpe tan escandalosamente en la realidad. 2 En Una novela rusa, Emmanuel Carrère revela que escribió este relato como un insólito regalo para su pareja. Hasta entonces, él era conocido sobre todo como un escritor de novelas, quiero decir de novelas novelas, pero el cuento de verano de Le monde, esa suerte de ofrenda erótica, provocó un cortocircuito en su escritura que, sumado a una crisis sentimental que también era una crisis familiar y literaria, lo alejó para siempre de este oficio. Hoy Carrère lo proclama sin pudor: a partir de entonces ya solo escribe novelas sin ficción. Su malestar se había iniciado años atrás con El adversario, su libro más célebre. La trama es bien conocida: tras quedarse en el paro, Jean-Claude Romand, ejemplar padre de familia, finge por años que continúa trabajando para la Organización Mundial de la Salud. Cuando su engaño está a punto de quedar al descubierto, asesina a sus padres, a su mujer y a sus hijos e intenta suicidarse sin conseguirlo. Decidido a contar esta siniestra historia, Carrère pensó escribir una novela a la manera de A sangre fría, investigó el caso, se entrevistó con el asesino y se propuso imitar el estilo elegante y neutro de Capote.
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Al poco tiempo la tarea se le reveló imposible. Pero los grandes escritores son quienes transforman los fracasos en victorias y Carrère tuvo una iluminación. La verdadera historia de A sangre fría, reparó entonces, es justo la que no se cuenta en el libro: la tortuosa relación entre el autor y sus personajes. La historia de Capote, el novelista, y Perry, el asesino. Con este presupuesto en mente, Carrère comenzó de nuevo su libro sobre Romand que se transformó en un libro acerca de su relación con Romand. Y, al hacerlo, descubrió el camino hacia un nuevo tipo de novela: una especie mutante entre la autobiografía y la novela documental o novela sin ficción. 3 Carrère es uno de los pocos autores que me han acompañado desde que llegué a vivir a París, su ciudad, hace 17 años. Leí El adversario en 2001, mientras desempacaba en el loft con decoración marítima que rentaba cerca del Canal Saint-Martin, y desde entonces no he dejado de leerlo. Primero, sus novelas novelas: Bravura, Hors d’atteinte, El bigote y Una semana en la nieve; luego, su insólito ensayo sobre ucronías, El estrecho de Behring, y su biografía sobre un dios en común, Philip K. Dick; más adelante, en cuanto se publicaron, Una novela rusa, De otras vidas además de la mía (no me gusta la traducción oficial: De vidas ajenas), Limónov y El reino; y, hace unas semanas, mientras viajaba por China, su recopilación de artículos, ensayos y relatos sin ficción —que es también una especie de autobiografía intelectual— titulada Conviene tener un sitio adonde ir. Una lección básica en literatura es que jamás hay que creer a los escritores, sobre todo cuando nos dicen de qué escriben. La línea que divide en dos la carrera de Carrère me parece un tanto equívoca. En el fondo, no es sino uno de esos escritores (de esos humanos) que no se bastan a sí mismos. Durante años, su timidez lo llevó a retratarse mediante otras vidas, además de la suya, a través de personajes imaginarios; ya maduro, salió del clóset de la ficción para retratarse a través de otras vidas, además de la suya, extraídas de esa fantasía igual de enrevesada a la que llamamos realidad. 4 Me detengo en la cesura o hiato que se abre entre El adversario y Una novela rusa, crucial para entender la poética de Carrère. Entre 1999 y 2007 median ocho años de silencio o de ese silencio relativo de quien se dedica a la escritura. ¿Qué ocurre en este lapso? ¿Cómo da el salto de novelista a novelista si mismo? Tras el éxito de El adversario se le abren dos caminos: el regreso a esas historias un tanto kafkianas o dickensianas (de Dick, no de Dickens) que ha pergeñado hasta entonces o ir más allá en la exploración de su propia vida iniciada en su comparación con Romand. Ocurren entonces dos hechos clave en su vida: la crisis de pareja asociada con aquel cuento de Le Monde y la invitación a escribir un reportaje sobre el último prisionero de la segunda Guerra
Mundial, un húngaro que permaneció por décadas en un campo de detención soviético negándose a aprender ruso. Un viaje a Budapest lo conduce, a su vez, a Kotelnich, un páramo en medio de la nada, detritus del mundo soviético, donde Carrère descubre o redescubre su ascendencia rusa. Su madre, la historiadora Hélène Carrère d’Encause, es hija de un georgiano colaboracionista que desapareció en 1944, el mismo año que el húngaro de su reportaje. Cuando Carrère se decide a contar la historia de su abuelo, su madre se lo prohíbe de manera tajante. Esta objeción de narrar lo íntimo destapa su obsesión por hacer lo contrario: no solo contar lo que le sucede a él, sino a quienes quedan atrapados en su entorno. Su paso de la ficción a la no ficción autobiográfica luce así como un acto de desobediencia. El primer ensayo de esta nueva técnica, sin embargo, no es un proyecto literario, sino cinematográfico: Regreso a Kotelnich. A partir de ahí, todo se encadena: los viajes al poblado ruso, su desventura amorosa, el envenenado regalo en forma de cuento de verano y, sobre todo, la prohibición materna: los disparadores hacia un nuevo tipo de narración que, en sus manos, se vuelve más libre que nunca. De pronto, Carrère ya no necesita de la imaginación, o más bien encuentra una nueva forma de emplearla: no ya para inventar, sino para tejer y abrir cierto cauce al flujo caótico e inaprehensible de la existencia y de su existencia. 5 La prohibición de no contar se resuelve en la obsesión por contarlo todo: es así como Carrère se arriesga a exponer a los suyos y a exponerse con ellos. En sus páginas comparecen los personajes con los que se cruza y sus historias agridulces, trágicas, cómicas, ridículas, heroicas, entreveradas con sus amores y desamores, inseguridades y osadías, obsesiones literarias y fílmicas, temores y celos, fracasos y triunfos. Un vasto fresco narrativo que bien podría llamarse De mi vida además de las otras. De mero autor, Carrère descubre el placer de transmutarse en un personaje que transita de libro a libro. Una novela rusa se enlaza con el tsunami que dispara su siguiente obra, la cual lo impulsa a su vez hacia Limónov y Limónov, la biografía autobiográfica de este hombre que parece extraído de la más rocambolesca de las novelas rusas: escritor de culto en París, vagabundo en Nueva York, paramilitar en Serbia, disidente en Rusia. Último eslabón de la cadena es El reino, crónica de una conversión y de una fe perdida, así como arriesgada exploración literaria del Nuevo Testamento. Si antes Carrère escogió como espejo a un héroe o antihéroe ruso, ahora se ve en el espejo de san Marcos, el evangelista que narra la historia de otro hombre que, como Limónov, algo tiene de ángel y demonio: Pablo de Tarso. Al hacerlo, cierra el círculo, pues es tan poco lo que conocemos de estas figuras capitales del cristianismo que, al reinventarlas, retorna por la puerta falsa a los senderos de la ficción. Hoy, que recibe el Premio fil de Lenguas Romances, conviene decirlo: la habilidad de Emmanuel Carrère para crear ficciones desasosegantes y ambiguas, y su no menos descabellado talento para entretejer su vida con otras vidas grandes y pequeñas, lo convierten en una de las voces literarias más arriesgadas e influyentes de nuestro tiempo. Tras tantos años de concebirlo como un personaje de ficción, es una alegría descubrir aquí, en la Feria del Libro de Guadalajara, que también es real. 6 Al descender del tren busco a mi compañera de viaje y la sigo a unos pasos de distancia. Arrastra una maleta negra y su cabello se agita con el viento de la costa. No quiero que imagine que soy un acosador o un loco. Ella me mira de arriba abajo, sonríe por un segundo y se apresura hacia la salida. Yo me quedo ahí, atónito, sin saber qué hacer. De pronto me doy cuenta de que me he quedado solo en el andén. O casi solo: varios metros más allá distingo una silueta masculina que permanece a la vera del tgv de París a La Rochelle hasta cerciorarse de que ha bajado el último pasajero. Hoy ya no tengo dudas de quién es. •
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La institución de la desigualdad Reproducimos la lectura de Mario Luis Fuentes en la presentación de La perenne desigualdad de Rolando Cordera, conjunto de ensayos penetrantes sobre cómo la desigualdad económica y social se enquistó como ideología en México. mario luis fuentes
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gradezco la oportunidad de comentar La perenne desigualdad (fce, 2017) de Rolando Cordera, maestro emérito de la unam, cuyo interés por la cuestión social y su profunda sensibilidad ante la desigualdad, la pobreza y la discriminación han sido consistentes a lo largo de su trayectoria académica y política. Juan Villoro sostiene que quien escribe ensayos señala con su índice: “Miren, esto es lo que observo, lo que me sorprende, lo que descubro y me indigna”. En La perenne desigualdad Rolando Cordera nos presenta cinco ensayos en los que, con la escritura de un maestro, demarca latitudes, longitudes y profundidades para saber desde dónde observar (y develar así lo que oculta) la narrativa histórica prevaleciente, la cual pondera una descripción de equilibrios a fin de mostrar siempre un avance lineal ascendente; una narrativa histórica que minimiza las pérdidas, los costos, los conflictos, el desacuerdo, la lucha del poder y las resistencias que se dieron en lo que Carlos Tello y Rolando Cordera llamaron La disputa por la nación (1981). La perenne desigualdad traza las coordenadas para navegar en la historia reciente del país, describiendo con estilo claro y persuasivo los eventos que definieron la ruta por la que la nación ha sido conducida los últimos 35 años hasta el presente. Rolando Cordera observa la historia del país subrayando su carácter discontinuo y múltiple, plena de pequeños y grandes hechos que han significado retrocesos, avances y, en muchas ocasiones, pasos laterales. Busca mostrar lo esencial de esos años, haciendo síntesis parciales y estableciendo conexiones históricas que refuerzan sus ideas. A lo largo del libro, Cordera repasa la “marca histórica” de la desigualdad en México y plantea sus ideas en diversas tesis. Señalo sólo algunas que considero centrales. La desigualdad no se debe aceptar como fatalidad. El Estado no debe renunciar a la redistribución, pues es la única estructura política y social capaz de darle sentido a la globalización, nacionalizándola a favor de México. Es urgente reformar las reformas, sobre todo iniciar la reforma del Estado para transformarlo en un Estado social. Es urgente establecer el derecho al desarrollo, considerándolo como imprescindible para el mejoramiento sostenido de las mayorías, mejoramiento que debe ser acompañado siempre por el aprendizaje democrático. Y su idea eje, que sostiene una y otra vez: el desarrollo sólo es concebible como una combinatoria dinámica de crecimiento económico y redistribución social de ingresos, capacidades y derechos. En la construcción de cada una de estas tesis Rolando Cordera recupera textos y actores fundamentales. La vela mayor del libro descansa, sin embargo, en su andamiaje, el cual nos transmite la conciencia de
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que la lucha por el poder siempre conlleva el propósito de imponer una verdad, un “sistema de ideas”, una idea mundo sobre otras visiones, como lo refería el filósofo José Gaos. En ese sentido, La perenne desigualdad puede leerse también como la historia de una lucha de las ideas y como el repaso memorioso de cómo se implementó una nueva idea mundo en México a partir de la década de los ochenta del siglo pasado: una clave de globalización. Se trata de un texto en cuyo centro está la disección de cómo se impuso una verdad –compartiendo el argumento del autor de que siempre existen múltiples verdades–. Michel Foucault ya lo señalaba: es el poder el que consigue imponer la verdad. El poder crea la verdad y la manera de interpretarla. La relación entre el poder y el saber es lo que la élite dominante decide qué es la verdad. Normaliza un determinado pensamiento en el cuerpo social por medio del lenguaje, interiorizándolo como la verdad dominante, tal como Carlos Tello y Jorge Ibarra lo señalan en su libro La revolución de los ricos (unam, 2012). Esa verdad que se impuso sobre todas las otras es la fe en un mercado mundial unificado a la par del establecimiento de la democracia como régimen universal; la idea de que existe un capitalismo racional que implica de facto la prosperidad para todos. Se impuso el capitalismo en su fase neoliberal, cuyo fin es la construcción de una sociedad de mercado; una sociedad de individuos que permitiría la expansión de la libertad de todos; la creencia ciega de que los mercados tienden al equilibrio y configuran las construcciones sociales más eficientes. La convicción de que el Estado debe cumplir, esencialmente, con dos funciones: proteger la propiedad privada y vigilar que la competencia sea posible en todos los espacios, tanto los públicos como los privados. La imposición del neoliberalismo, señala Wolfgang Streeck, surge bajo el signo de una “nueva diosa”: tina (there is no alternative), bajo cuyo auspicio se asumió sin cuestionar que la reproducción del capital es una necesidad tan inevitable como beneficiosa. El libro de Rolando Cordera documenta el proceso de “creación” de la desigualdad histórica en nuestro país y a la vez recupera y utiliza textos que han mostrado la conciencia, también histórica, de sabernos profundamente desiguales. Asimismo, nos presenta la evidencia de que esta conjunción de democracia con mercados globales generó la mayor concentración de riqueza e ingreso en la historia del país, de tal forma que la desigualdad, el empobrecimiento masivo y su correlato en el estancamiento de la movilidad social son los mayores desafíos que hoy encaramos. Con la fuerza de su escritura, el autor señala que “México es un país fragmentado y desigual”, y que acentúa —en síntesis— que los mexicanos del siglo xxi son en su gran mayoría vulnerables, en tanto que sufren algún tipo de pobreza y no tienen
garantizado el acceso a bienes públicos fundamentales; que en México priva la inseguridad de todo y de todos; y que la pérdida de expectativas de los jóvenes ha derivado en creciente escepticismo, desaliento e indiferencia. Con la misma fuerza Cordera señala que el Estado mexicano es “un régimen con pies fiscales de barro” y estructuras administrativas y de control corroídas por la corrupción y la ineficiencia. Argumenta que la desigualdad es un “fenómeno total” que marca la estructura y el carácter social del país con tal fuerza que “modela al conjunto de las relaciones sociales”, generando a su vez un acentuado deterioro de los mecanismos institucionales del Estado en su conjunto. Frente a la capacidad implacablemente corrosiva de la desigualdad, la pregunta central que plantea Rolando Cordera es: ¿cuáles son los factores que pueden explicar porqué la desigualdad tiene esa capacidad de volverse permanente? El planteamiento apropiado de esta pregunta y la indicación de algunos trazos que quizá puedan darle respuesta son, creo, los mayores aportes del libro. En ese sentido quiero subrayar la afirmación de que la desigualdad no puede explicarse sólo con base en sus fuentes económicas. La desigualdad ha modulado nuestras mentalidades, se ha vuelto parte de nuestra naturaleza misma, nos dice el autor. Por ello nos convoca a descifrar cómo la desigualdad ha definido la conducta de las élites económicas, que son a su vez, élites del poder político. De ahí la necesidad de preguntarnos de dónde surge esta cultura que tolera la desigualdad. Esta pregunta nos impone la paradoja de reconocer que jamás se había hablado tanto de la desigualdad y que, también, jamás se había hecho tan poco para reducirla. Pensar en esta paradoja precisa incorporar al análisis las implicaciones sociológicas derivadas de la tesis de Nietzsche en torno a que el hombre de la modernidad es un hombre centrado en sí mismo, incapaz de ser solidario; así como las tesis de filósofos como Foucault, Lipovetsky y Bourdieu, relativas a que la característica principal de la era postmoderna es el individualismo del hombre. De acuerdo con ellos, el hombre sólo se interesa por sí mismo, y sólo socializa con quienes comparte intereses; las causas ajenas a él, como las revoluciones o las protestas, no llaman su atención. No le importa la política y se siente totalmente desinteresado por esos movimientos. En síntesis: ya no hay una base social, sólo individuos. Ser una sociedad de individuos significa aceptar que la cultura, en su dimensión social, postula e interioriza que todo logro humano es producto del esfuerzo individual. De ahí que se admire a quienes acumulan la mayor riqueza y despilfarran el máximo consumo. Se neutraliza el rol de las relaciones de poder en clave de explotación por las élites en el logro de la actual y ofensiva dimensión de riqueza en manos de unos cuantos. La desigualdad como problema se ha diluido en esta sociedad de individuos gracias a lo que John K. Galbraith denomina “cultura de la satisfacción”, la cual promueve el mantenimiento de un sistema que defiende y protege los intereses de las élites económicas y del poder político en detrimento del resto de la población. Por ello la hipótesis que surge después de la lectura del libro es que la desigualdad se ha vuelto perenne porque se sostiene en la idea de que la única premisa en que descansa el logro económico es el esfuerzo individual. Esta “verdad” impuesta por el poder de las élites ha colonizado toda la cuestión social, y puede ser parte de la respuesta a por qué la desigualdad se ha vuelto permanente. En este sentido, una de las conclusiones más duras que expone Rolando Cordera es la aceptación de que las tareas para enfrentar la desigualdad son mucho más grandes y arduas que antes, pues hemos de recomponer el contrato social roto por la propia desigualdad y por la concentración del poder en unas cuantas manos, recomposición que hoy está fuera del alcance de la democracia y la ciudadanía. Ello requiere asumir un desafío mayor: somos una sociedad de individuos en cuyo fundamento yace una desigualdad legitimada por la ley del más fuerte y facilitada por la debilidad del Estado de derecho así como por la erosión y debilidad de las instituciones y los poderes democráticos. • Guadalajara, 30 de noviembre de 2017.
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Educación artística para la convivencia humana La educación artística promueve algo más que valores estéticos; contribuye al desarrollo integral de las personas, a crear una cultura de paz, convivencia, tolerancia y respeto a la diversidad e incluso a superar traumas personales. Reproducimos el comentario presentado por Clara Jusidman en la Librería Rosario Castellanos del fce, el 9 de noviembre de 2017. clara jusidman
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gradezco la invitación de la doctora Lucina Jiménez a la presentación del importante e interesante libro Arte para la convivencia y educación para la paz (fce-Secretaría de Cultura). Personalmente me dio respuesta a varias preguntas que me he venido formulado al estar interesada por cerca de 50 años en el desarrollo social y preocupada desde hace veinte años específicamente por intervenciones de política social que contribuyan a prevenir las violencias. Cuando compartí la invitación a este evento, una amiga investigadora en el campo de la cultura me preguntó: “¿Existe eso que nos enviaste o es pura imaginación?” Es decir, ¿el arte puede contribuir a mejorar la convivencia y a generar una cultura de paz? Lo que nos demuestran los artículos contenidos en este libro es que la cuestión no es pura imaginación, que sí es posible, mediante la educación en arte con métodos y técnicas intencionadas e incluyentes, incidir en la subjetividad, las emociones y la afectividad de las personas y cubrir carencias u omisiones en su desarrollo. Posiblemente incluso, la educación artística contribuye a procesar eventos traumáticos de violencia experimentados durante la infancia o la juventud y desarrollar mediante experiencias significativas y el ejemplo de otras personas, valores y comportamientos para la convivencia pacífica. El arte abre posibilidades a todo ser humano de ser creativo y de expresarse y no ser sólo un mero consumidor que aprecia y adquiere lo que producen “los artistas que participan en el mercado de arte”. Las ideas que subyacen en todo el texto es que, por una parte, existe la necesidad de abrir mediante la educación artística esa posibilidad, a través de un proceso intencionado y participativo y, por la otra, la importancia de reconocer que a través de diversos medios como el performance, la danza, el teatro o el documental, todas las personas podemos expresarnos y hacernos visibles, empoderarnos, increpar, desahogarnos y cohesionarnos, como nos muestra uno de los autores del libro. El arte y la cultura no son patrimonio exclusivo de las elites. Todos somos, hacemos y tenemos cultura y, por lo tanto, podemos ser creadores y artistas. Como lo señala Lucina Jiménez en su artículo, por muchos siglos la construcción social y el desarrollo psicoemocional de las personas se daba en su entorno familiar y en su comunidad; el arte de vivir era aprendido en el entorno inmediato; posteriormente, este proceso se amplía a la escuela, a los grupos de pares, como son los amigos, los compañeros de trabajo, los medios de comunicación y más recientemente a las redes sociales. La Dra. Jiménez señala que “hasta hace poco se pensaba que por el solo hecho de vivir en sociedades las personas podíamos aprender de manera natural a convivir. Hoy en día las habilidades para la convivencia son consideradas parte de los aprendizajes que han de promover todas las comunidades donde nos movemos: la familia, los amigos, la escuela, la calle, las iglesias, el espacio público, las instituciones de gobierno o de servicios, los comercios o
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lugares de consumo, el transporte público, los medios de comunicación y las redes sociales”. Con el surgimiento de los Estados-nación durante el siglo xix y el advenimiento de las revoluciones industriales, como apunta Gema Carbó en su artículo, los gobiernos fueron asumiendo políticas públicas, destacadamente las de educación, con el propósito de preparar a las personas para convertirse en trabajadoras calificadas de las plantas industriales y aprender a ser ciudadanos de los conglomerados urbanos que empezaron a surgir en torno los desarrollos industriales. A finales del siglo xix y principios del xx se crearon en Europa las políticas de salud y de seguridad social, esencialmente dirigidas a los trabajadores industriales y sus familias. Durante la primera mitad del siglo xx, los Estados bajo regímenes socialistas y capitalistas continuaron asumiendo funciones de desarrollo de los seres humanos que durante siglos habían sido realizadas por las familias, apoyadas por organizaciones de la comunidad como los gremios, las iglesias o la asistencia social. Los servicios de educación, salud, vivienda, alimentación y seguridad social frente al desempleo, la enfermedad, los accidentes o la muerte, el acceso al agua potable, a la energía, a la salubridad pública, al transporte, las comunicaciones y otros servicios se fueron convirtiendo en funciones a cargo de los Estados y se constituyeron en el conglomerado de políticas sociales que caracterizaron la política pública de la mayor parte del siglo xx. En décadas más recientes en las economías de mercado y bajo los regímenes neoliberales, las intervenciones directas del Estado en la prestación de servicios han sido paulatinamente trasladadas a empresas del mercado o regresadas a las familias y han proliferado los mecanismos de transferencias directas de ingreso a la población para que cuenten con los recursos monetarios con el fin de comprar los bienes y servicios ofrecidos por esas empresas. Todo lo anteriormente descrito se ha centrado en la procuración del bienestar material de las personas. Pero sigue presuponiéndose que es en el entorno de la familia y de la comunidad donde las personas aprenden los saberes fundamentales para la vida, entre ellos los de la convivencia pacífica, y es en ese entorno donde se forman sus subjetividades, su desarrollo emocional y su afectividad. Además, se presupone que las familias y las comunidades y sus diferentes organizaciones ejercen una influencia positiva en ello. Las guerras mundiales del siglo xx, los persistentes y múltiples conflictos bélicos en todo el mundo, la emergencia y amplia difusión de la violencia criminal, así como la visibilización y profundización de la violencia doméstica, escolar, barrial, religiosa y racial entre otras, han determinado que la humanidad busque estrategias y modalidades para abatir el enorme daño que esas violencias generan en la vida y en la integridad de millones de personas. La Declaración Universal de los Derechos Humanos y todos los instrumentos y capacidades internacionales que se han desarrollado durante los casi 70 años transcurridos desde su expedición, forman parte de una de las principales estrategias adoptadas por las naciones del mundo para abatir la violencia de Estado que fue ejercida durante la se-
gunda Guerra Mundial y causó millones de muertes de población civil, así como para obligar a los gobiernos a respetar, proteger, promover y garantizar los derechos humanos de sus poblaciones. Otra estrategia frente al recrudecimiento de la violencia delincuencial y criminal es el desarrollo de metodologías e intervenciones en lo que se ha denominado prevención social de las violencias. Se procura mediante éstas desarrollar capacidades en las personas y en los entornos que propicien la convivencia pacífica. Se trata de que las personas adopten valores de respeto, tolerancia, aceptación del otro y de la diferencia; reconozcan y convivan con la diversidad y tengan las fortalezas para oponerse a prácticas que les producen daño personal o afectan a otras personas, es decir, que sean resilientes. No en pocos casos se buscan también intervenciones para que personas afectadas directa o indirectamente por experiencias violentas puedan superar los traumas que éstas les han provocado y eviten a su vez que reproduzcan la violencia o vivan con gran sufrimiento y resentimiento. Posiblemente ha sido en los últimos 20 años que más se han buscado metodologías y prácticas que permitan desde el exterior de los entornos familiares reconstruir las subjetividades, emociones y afectos de personas dañadas por omisión o por comisión en sus relaciones con otras personas y en sus capacidades de convivir, así como construir una cultura de paz en las nuevas generaciones. Muchos son los recursos destinados por muy diversas organizaciones e instituciones para impartir educación en valores, promover la cultura de la legalidad o la enseñanza del civismo y superar la poca la efectividad de estas prácticas para incidir en las relaciones de convivencia y contrarrestar la reproducción de la violencia como algo normalizado y permanentemente publicitado por los medios de comunicación. La veta que se explora en los artículos contenidos en el texto coordinado por la doctora Jiménez nos muestra una gran riqueza y posibilidades viables de influir en la construcción de capacidades personales y sociales para convivir en paz y abatir la violencia. Se trata de generar experiencias significativas, vivenciales, en las personas, para que por la vía del aprendizaje y la práctica de disciplinas artísticas asuman valores de convivencia pacífica. Los primeros tres artículos plantean la teoría y el método para aprovechar la educación en artes con el fin de avanzar hacia una cultura de paz. Nos narran la evolución del método desarrollado por el Consorcio Internacional Arte y Escuela, A. C. (Conarte) a partir de 2006, así como el marco internacional de la experiencia. Los artículos restantes describen la puesta en práctica del método o de intervenciones similares en ciudades como Juárez, Guadalajara, Medellín y la Ciudad de México. Es de rescatar la constatación por algunos de las y los autores de que no sólo se transforman las vidas y visiones de quienes participan directamente en los talleres de danza, teatro o aprendizaje de instrumentos musicales, sino de los maestros mismos, los facilitadores y los padres y madres, así como la forma en que se desarrollan redes de confianza, cohesión, protección y solidaridad, las Redesarte. Tales iniciativas son ejemplos concretos de que la cultura importa y que ésta es el único medio que puede conducir a la transformación de sociedades violentas en sociedades de paz. Hace 20 años intentamos crear un sistema de Servicios Comunitarios Integrados (Secoi) en un breve periodo en el gobierno de la Ciudad de México. Nuestro propósito era construir ciudadanía y recuperar el sentido de comunidad y las capacidades de contención social de las propias comunidades para rechazar y modificar conductas violentas con miras a enfrentar lo que entonces veíamos ya como una amenaza a la convivencia pacífica. Apostamos a la posibilidad de desarrollar actividades culturales, artísticas, deportivas y de juego que mediante la práctica y la participación de niños, niñas, adolescentes y jóvenes abrieran otros mundos y les transmitiera valores de solidaridad, respeto de reglas, trabajo colaborativo y en equipo, compasión, reconocimiento de la diversidad y otros. La experiencia duró sólo año y medio y fue cancelada por la siguiente administración de la Ciudad. Es por ello que personalmente valoro enormemente el esfuerzo innovador, progresivo y sostenido de Conarte que desde una organización civil ha realizado avances notables en la obtención de herramientas sociales de gran utilidad para recuperar la convivencia pacífica en nuestras sociedades tan convulsionadas por la violencia. •
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Carta a Antonia Michaelis Una joven preparatoriana escribe a Antonia Michaelis a propósito de su libro El cuentacuentos, que leyó en un momento de confusión en su vida. ¿Cómo es que un libro te puede cambiar tanto?, se pregunta. La carta es una de las 16 899 enviadas por jóvenes lectores y lectoras a la autora en el concurso “Cartas al autor…”
Quien bien te quiere te hará llorar.
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omencé a leer El cuentacuentos en un momento muy extraño de mi vida, todo lo que sabía acerca de mí había desaparecido. Era una persona totalmente distinta a la que solía ser: Merry, hija de una familia de artistas, una estudiante de preparatoria con buenas calificaciones que aspiraba a estudiar medicina veterinaria, pero ya no. Ahora podía ser quien yo quisiera, y como yo quisiera, porque mi pasado se había borrado y mi futuro me era muy incierto. Mis amigos se habían convertido en simples compañeros de clase (casi desconocidos); mis padres: mi sustento, mi cuenta bancaria, mi beca; y mis hermanos: mis amigos lejanos. Podía fácilmente inventarme una buena personalidad totalmente distinta a la mía, pero en el fondo sabía que mentía, que seguía siendo yo nada más, pero ¿quién diablos era yo? ¿Quién diablos era Merry? Entre el revoltijo que era mi vida en aquel entonces, entre tantas preguntas sin respuesta, me encontré con tu libro entre mis manos, con su gruesa portada en color blanco y sus brillantes letras en rojo y azul en las que se podía leer El cuentacuentos. Me daba lo mismo leerlo o no, pero tenía que hacerlo. ¿Cómo? Apenas si tenía tiempo para mi familia, para los amigos... para mí. Así que me las arreglé para eso. Por las mañanas me levantaba temprano para hacer tareas, ya que por las tardes estoy ocupada. El único momento libre en mi vida era cuando subía al autobús que me lleva a la escuela, tarda una hora en llegar y, cuando tengo suerte, 40 minutos. Ahí empezó todo, me sentaba a leer todos los días tu libro en el autobús, con los auriculares
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puestos. Duran Duran sonaba en ellos. Los días en la escuela siempre eran iguales, pero en aquel entonces las cosas habían cambiado: ya no prestaba atención a muchas clases, ya no me reía de los absurdos chistes de mis compañeros. Estaba todo el día con la duda sobre qué pasaría después en tu historia, y todos me decían “¿Qué te pasa?”, “Estás muy seria”, “¿Te enfermaste?” ¿Qué podía decirles? “No, sólo tengo que saber qué le pasa a la pequeña reina del acantilado”, “es que quiero saber cómo van las cosas entre Anna y Abel”. Claro que no les diría eso porque sabía que me contestarían cosas como “¿De qué hablas?”, “¿Quién es Anna?”, “¿Quién es Abel?” Y oy así, sólo me limitaba a decir “Estoy ue cansada”. Entonces comprendí que todos ellos vivían en una burbuja,, no de jabón, sino de lodo. Una burbu-ja de lodo que no los dejaba ver ni saber que había más cosas que la s, preparatoria, hacer chistes tontos, hablar mal de los demás y sentirsee orgulloso por eso. Yo sólo podía do esperar el bus para escapar de todo eso. Cuando llegaba a casa la vida no do mejoraba. Nos estábamos mudando por razones familiares y aún no os teníamos una casa estable, tuvimos ueque quedarnos en casa de mis abuelos por un tiempo. os, Mi hermana y yo somos músicos, ella toca la batería, yo la guitarra,, upero no teníamos nuestros instruza mentos por todo eso de la mudanza mo y era algo realmente triste ver cómo mi hermana se la pasaba toda la ma noche escuchando su aburridísima música africana, jazz o blues. En sus ba ojos se podía leer cuánto extrañaba su tarola, sus baquetas, el bombo,, el uir tom de piso...Sólo le quedaba seguir el ritmo de su música con el pie n como metrónomo improvisado. Un día le propuse que me leyera tu li-n la bro, ella accedió, nos reunimos en
cocina de la casa. Claro que leer no es como tocar música, pero así nos hizo sentir el arte en tus letras, la melodía en tus personajes, la rítmica en la voz de mi hermana cuando terminaba de leer una página y ahí, en la cocina, donde sólo debíamos ser ella y yo, nos rodea ya mi madre y mis hermanos menores, escuchando la historia, y las preocupaciones, y las caras tristes habían desaparecido. Todo en casa se volvió perfecto, en la escuela sabía que las cosas podían mejorar pero después las cosas cambiaron, y ese día, Antonia, te odié con ganas. Me había subido al bus como de costumbre, me puse los auriculares, Radiohead sonaba en ellos, abrí el libro y comencé a leer como todos los días lo hacía; ya estaba por terminarlo, quizá me hacían falta unas 200 páginas cuando mucho. El olor a sudor de los pasajeros, el fuerte ruido del motor viejo del bus y los murmullos de los demás estudiantes a mi alrededor habían desaparecido, ahora sólo miraba la lluvia por las ventanas, convertida en blanca nieve; se escuchaban bicicletas, también había muchos barcos, dos chicos y una lámpara, después sangre, Anna intentando gritar, un Abel corrompido, distinto, asqueroso. Yo, que tenía la mente bien abierta, que había leído tantas cosas horribles (el Marqués de Sade, por ejemplo), nada me había causado tanto asco y desesperación como aquella parte de tu libro. Me dieron náuseas. No pude seguir leyendo, cerré el libro y la nieve se había vuelto lluvia de nuevo. Sí, podía seguir leyendo, pero no allí. Y bajé del bus, sin importar las miradas de todos los estudiantes de mi preparatorita, sin importar que hubiera pagado 12 pesos para llegar a la escuela y que no llegué. No miré a nadie, caminé recorriendo una buena parte del pueblo en el que vivo, quizá ellos me vieron, pero no me importó. Bajé hasta llegar al lago, un famoso lago que tenemos por acá, grandísimo (el lago más grande de México). Esquivé todos los charcos que la lluvia había dejado, las nubes grises no se iban. Me senté en una banca de madera y seguí leyendo. Las suaves gotas que caían del cielo se hicieron nieve de nuevo (aunque nunca he visto la nieve, la sentía) y el enorme lago j se convirtió en una frente a mis ojos playa congelada. Te seguí odiando,
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Antonia. Si alguna vez, haciendo lo que fuera, sentiste un escalofrío, un pinchazo en cualquier parte del cuerpo, era yo, odiándote. Leí hasta que comenzó a llover muy fuerte, casi a la hora de salida de la escuela, a la cual no asistí por saber qué ocurría en la historia. Protegí el libro del agua (que había dejado de ser nieve) y lo metí a mi mochila. Fui corriendo hasta mi casa y terminé completamente empapada por la lluvia. “¿Hoy no leemos?”, preguntó mi hermana. “Hoy no, Paulina, hoy no”, pues tenía que saber el final yo sola. Por la mañana había dejado de llover, el sol había salido, se sentía la humedad de la tormenta de la noche anterior en el cuerpo, el aire era acogedor. De nuevo no asistiría a la escuela. Bajé de nuevo a ver el lago, esta vez en un lugar donde no había bancas ni nada, la naturaleza se había adueñado del lugar. Me quité los zapatos y los calcetines, sentí la arena entre mis dedos y el agua del lago en ellos. Las olas hacían una hermosa canción, las montañas del otro lado del lago parecían tan pequeñas; era muy hermoso, y me sentí tan especial por vivir en un lugar como aquél. Me senté en la arena, muy cerca del agua que de vez en cuando las olas la empujaban hasta tocar mis pies descalzos. Abrí el libro y la historia empezó de nuevo. Tres horas estuve sentada bajo el sol, tres maravillosas horas, el cuento había terminado, el cuentacuentos se había ido, la niña de cabellos rubios tenía una nueva familia, y Anna... ¡mi querida Anna! Y sin más, sin darme cuenta, las lágrimas corrían por mis mejillas, el viento me soplaba los cabellos y cuando cerré el libro, te amé Antonia, todo había vuelto a la normalidad. Volví a ser yo, volví a encontrarme en cada uno de tus personajes; ahí estaba, ahí siempre estuve, nunca me fui, y mis compañeros habían vuelto a ser mis amigos, y mis padres y mis hermanos, todo como antes, todo estaba bien de nuevo, nadie vivía en burbujas ni de jabón ni de lodo, y amé al mundo entero y te amé, Antonia, con todo mi corazón, y si alguna vez en donde fuera que estuvieras, sentiste un calor recorrer todo tu cuerpo, como si alguien te hubiera abrazado,, era y yo,, amándote con cada hueso del mío. ¿Cómo es que un libro puede cambiar tanto tu vida? • Marisol Farías Luvián, “Merry” Preparatoria Regional de Jocotepec (segundo lugar)
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La Suprema Corte de Justicia y la preservación del sistema democrático Con satisfacción el fce presenta el muy interesante libro Cómo hacer funcionar nuestra democracia de Stephen Breyer, juez de la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos. Ofrecemos el texto de presentación del traductor, ministro Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena. alfredo gutiérrez ortiz mena
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n primer lugar, agradezco la presencia del ministro Stephen Breyer en esta presentación de la versión en español de su libro, con el que pretendemos introducir sus ideas y reflexiones sobre la responsabilidad de los jueces constitucionales en el marco de un régimen democrático. En segundo lugar, agradezco las palabras de mis compañeros, el ministro presidente, Luis María Aguilar Morales, y el ministro Eduardo Medina Mora, sin cuyo decidido apoyo esta traducción no hubiera sido posible. Agradezco también al Fondo de Cultura Económica, en especial a su director, el señor José Carreño Carlón, por el esmerado trabajo editorial que realizaron en esta obra que hoy ponemos a su consideración. Por último, pero no menos importante, agradezco a todas, todos, ustedes por separar un espacio de su tiempo para estar con nosotros esta tarde para comentar sobre la importancia de la obra del ministro Breyer y la buena fortuna de tenerla disponible en español. ¿Qué motiva una traducción como esta? ¿Por qué o para qué acercar las tan locales, específicas y particulares reflexiones sobre el quehacer jurisdiccional de un ministro de la Suprema Corte de Estados Unidos a la comunidad jurídica o al público no especializado que habla español? Anton Chéjov decía que para que un escritor fuera universal debía hablar de su “aldea”, es decir, de aquello que conoce de manera inmediata y profunda; ahí en ese pequeño espacio que le es familiar y conocido, justo ahí, están todas las dimensiones de lo humano que le conectan con el resto de las personas del mundo en lo hermoso y terrible, en lo bueno y en lo malo. Así, aunque las ideas del ministro Breyer se originan y entretejen en la historia y tradición jurídica estadunidenses, lo cierto es que la lectura de su libro revela de inmediato cuánto de común hay en nuestras respectivas aldeas constitucionales. En principio y más allá de las especificidades de cada quien en razón de la cultura y la historia, los dilemas democráticos y protectores de derechos humanos que cualquier tribunal constitucional del mundo enfrenta son indiscutiblemente parecidos y presentan escenarios similares. Además, estos dilemas se resuelven recurriendo a un pensamiento jurídico cada vez más compartido y en constante evolución. Pensemos, por ejemplo, en la protección de los derechos sociales y la globalización, o en la justicia de género y las resistencias culturales y religiosas. Finalmente, estas similitudes también se presentan cuando se trata del papel que corresponde a los jueces constitucionales en la preservación de la democracia, y éste es precisamente el tema central de la obra que hoy nos convoca.
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Esto es, qué papel corresponde a los jueces constitucionales en la preservación de un régimen de división de poderes, sujeto a la voluntad popular y garante de los derechos de las personas. Un régimen donde los poderes públicos actúan y se contienen los unos a los otros, y donde debe entenderse que las personas participan no sólo porque eligen a quien les gobierna o representa, sino en la medida en que sus necesidades básicas y derechos fundamentales son satisfechos y garantizados. Según el ministro Breyer, los tribunales constitucionales entran en este esquema de pesos y contrapesos esencialmente mediante el control constitucional de las leyes y de los actos de los otros poderes públicos. Ahora bien, al hacer esto, ¿qué defienden los jueces y las juezas constitucionales? Obviamente, la vigencia de la Constitución concebida como norma jurídica, como ley, no como pacto político. Con ello defienden, en primerísimo lugar, el respeto, la protección y garantía de los derechos humanos de las personas sujetas a la jurisdicción del Estado en cualquier ley o acto de los poderes públicos, incluidos los actos de otros jueces; también defienden la división operativa y funcional de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, establecida en la Constitución, y que permite que unos actúen como diques a los excesos de los otros. En el libro que presentamos, el ministro Breyer demuestra, a partir de una revisión histórica y jurídica de precedentes seminales de la Suprema Corte norteamericana, dos cuestiones fundamentales para debatir sobre si la existencia de la facultad de control constitucional contribuye a la democracia: La primera es que un tribunal constitucional puede construir su legitimidad y convencer a la gente de la validez de sus decisiones; la segunda es que para lograrlo, un tribunal constitucional debe reconocer y defender sus atribuciones como intérprete final de la Constitución, al tiempo que reconoce la particular experiencia y mandatos constitucionales de otros poderes. Ahora bien, como lo deja claro el texto de Breyer, esta consideración de la experiencia específica de otros poderes públicos no puede ser incondicional, sino que será determinada por el mandato irrestricto de los tribunales de dotar del máximo nivel de protección a los derechos de las personas y de hacer cumplir la Constitución. En esta deferencia, los jueces constitucionales, aunque deben entablar mediante sus sentencias un diálogo razonado y constructivo con los mandatos constitucionales y la experiencia específica y distintiva de los otros poderes, no deben ceder el espacio donde son los expertos, el espacio donde reside su experiencia distintiva: el sentido último del texto constitucional. Breyer nos cuenta cómo, después de algunos tropiezos —atribuibles a errores propios de la corte estadunidense, como en el caso Dred Scott, o a
la resistencia de las autoridades, como en el caso Little Rock— en la actualidad el pueblo estadunidense acepta y acata las decisiones de la Corte no sólo en casos fáciles y de amplio consenso, sino incluso en aquellos que versan sobre normas imprecisas e indeterminadas acerca de las cuales personas razonables tienen desacuerdos legítimos. Ahora bien, Breyer enfatiza que esta confianza que conduce a la legitimidad, y de la legitimidad a la observancia de los fallos dictados por la Corte, no debe darse por sentada y resuelta de una vez y para siempre. Por el contrario, constituye un trabajo continuo de los jueces. Un trabajo que debe descansar —tal es su consejo— en su mejor conciencia y entendimiento jurídico, así como en una preocupación legítima por los derechos y las deferencias democráticas, no en cálculos de carácter político. Los jueces —asegura el ministro Breyer— son muy malos para pronosticar los vientos y tiempos políticos. La premisa fundamental de Breyer es que la Corte de su país ha logrado –y tiene que seguir logrando que la gente y el resto de las instituciones crean en ella a partir del papel que ha desempeñado como guardiana de los derechos de las personas. Incluso cuando la sociedad no comparte las conclusiones a las que llega la corte en sus sentencias, su oposición se plantea en términos jurídicos, las más de las veces pacíficos y deferentes, y en últimas, la gente acepta que la corte haya resuelto en términos de ley y optado siempre por proteger los derechos de alguien. Es esta confianza de la gente, de la comunidad, lo que sustenta la legitimidad de los jueces como últimos intérpretes de la Constitución. El ministro Breyer defiende la postura de que el éxito de la democracia constitucional depende de que las decisiones de la Suprema Corte se preocupen por hacer funcionar el sistema de gobierno que establece su Constitución, y de que estas decisiones adecuen los principios constitucionales al contexto presente. En México, el rol de la Suprema Corte como garante del modelo democrático se ancla, según mi opinión, en dos factores que es necesario considerar cuando se recorren las páginas de este libro. Estos factores nos permitirán identificar cómo las lecciones que nos presenta el ministro Breyer respecto a la consolidación de la confianza de la comunidad norteamericana en las decisiones de su corte, y las razones para ello, son totalmente pertinentes y aplicables a la justicia constitucional mexicana: Primero, nosotros contamos con una Constitución escrita que contiene indubitablemente un catálogo de derechos subjetivos, exigibles y justiciables, que deben oponerse a los errores y excesos de los poderes públicos, incluidos los de otros jueces. En segundo lugar, tenemos a la Suprema Corte como un genuino tribunal constitucional, y contamos con su determinación de asumir activamente la protección de un ámbito de lo justiciable que incluye los derechos humanos, la democracia, el federalismo y la división de poderes. Para cerrar este recuento de razones por las que la obra del ministro Breyer merece ser leída en español, termino diciendo que me parece que las cortes constitucionales de hoy —la nuestra incluida— actúan en medio de retos enormes al modelo constitucional democrático de derecho como las amenazas del terrorismo o de la delincuencia organizada, el incremento de la intervención regulatoria del Estado en sectores y mercados mediante funcionarios técnicos no elegidos democráticamente, y el creciente reclamo por el reconocimiento de las diferencias en una sociedad multicultural. También creo —junto con Breyer— que la vigencia real y efectiva de los derechos y libertades fundamentales en la vida de personas concretas depende, en ambos países, de la vitalidad y legitimidad de su justicia constitucional, y de la fuerza que esta justicia ponga en su defensa, aun cuando el precio sea la antipatía de otros poderes públicos o de otros actores sociales. Yo personalmente espero que, a partir de la valiosa experiencia comparada, la lectura de esta obra facilite, en especial a aquellos de nosotros que somos jueces, juezas, las herramientas necesarias para enlistarnos en esta defensa. Nuevamente, muchas gracias. •
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N OVEDADES FO ND O DE CULT UR A ECO N ÓM ICA
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Fe de erratas: En el número 563 de La Gaceta, se publicó la portada correspondiente a la primera parte de El jinete del dragón y la reseña de la segunda parte, en su lugar debían aparecer las dos ediciones como sigue:
El jinete del dragón cornelia funke
El jinete del dragón La pluma de un grifo
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La escuela del desencanto paul bénichou
cornelia funke
Lung es un joven dragón que vive, juntos con otros dragones, en un valle en el bosque, acompañado siempre por la duende Piel de Azufre y otras criaturas fantásticas. Un día se enteran de que el valle será invadido por los hombres, es entonces cuando Lung decide emprender la búsqueda de la mítica Linde del Cielo, un lugar idílico en el que, según dicen, habitan más dragones y en donde, según las historias, se encontrarán a salvo. Durante su viaje, Lung conocerá a Ben, un pequeño huérfano que se unirá a la búsqueda y pronto se convertirá en su jinete. Juntos deberán recorrer peligrosos lugares, vivirán excitantes aventuras y conocerán amigos entrañables como Lola, Pata de Mosca y Barnabas y seres fantásticos como genios, duendes de las piedras y hadas. Lo que no imaginan es que Sarpullido El Dorado, un enemigo matadragones, los acechará durante su jornada y los seguirá para descubrir el legendario escondite y acabar con todos sus habitantes. Esta nueva edición cuenta con la traducción de Margarita Santos, reconocida traductora que adapta la obra para el público latinoamericano. Este libro llegará a las librerías a la par que su segunda parte El jinete del dragón. La pluma de un grifo. a la orilla del viento 2ª ed., 2017
Después de la primera aventura de Lung y Ben, todos los dragones del mundo se mudan a su nuevo hogar: La Linde del Cielo. También los seres fantásticos encontraron refugio en el santuario MímameíĐr, un lugar construido y protegido por Barbabas Wiesengrund, su esposa Vita y sus hijos Ben y Guinever; por si fuera poco, lograron encontrar a los últimos pegasos que habitan el mundo. Todo va bien hasta que la yegua pegaso muere y deja a sus tres huevos desprotegidos. Ben, Lung y sus amigos se enfrascarán en la búsqueda de la pluma del sol de un grifo, uno de los seres fantásticos más temidos y peligrosos, para salvar a las tres últimas crías de pegaso que existen; además van contrarreloj, pues sólo tienen diez días para completar el viaje hasta las islas de Indonesia y regresar a los bosques noruegos para rescatar a los potros. Con la invaluable ayuda de viejos amigos como el homúnculo Pata de Mosca y Lola, la rata aviadora, y nuevos personajes como Hothbrodd, un trol de los fiordos, y Me-Rah, una lori parlanchina, Ben y Lung tendrán que probar su valor y astucia en esta nueva aventura. Después de casi diez años de que la autora publicara la primera parte, llega a librerías la segunda entrega de esta aventura fantástica, en la que los lectores podrán sumergirse en mundos mágicos y peligrosos de la mano de sus personajes favoritos.
Ellas tienen la palabra Las mujeres y la escritura noni benegas
Con este volumen, prologado por Tzvetan Todorov, concluye la tetralogía de Bénichou sobre la poética del romanticismo francés. A partir del estudio de escritores nacidos alrededor de 1810, como Sainte-Beuve, Nodier, Musset, Nerval y Gautier, testigos todos de la Revolución de Julio y las decepciones que le siguieron, se devela el verdadero rostro del “segundo romanticismo”: el de la desilusión. La escuela del desencanto transforma el papel que otorgaba el triunfante romanticismo al escritor como pensador, profeta y guía espiritual, e inaugura el punto de partida de una revolución literaria. El libro es un análisis profundo y revelador del carácter francés de principios del siglo xix, una época de poetasmagos y poetas solitarios, de fe y de duda a la vez. Es también la última parte del conjunto de estudios sobre literatura francesa del autor publicados por el fce: La coronación del escritor, El tiempo de los profetas y Los magos románticos, e introduce su siguiente estudio, titulado Según Mallarmé, corolario que completa esta valiosa serie.
Cuando Noni Benegas y Jesús Munárriz publicaron en 1997 Ellas tienen la palabra. Dos décadas de poesía española, que incluía a 41 autoras nacidas a partir de 1950, el canon de la poesía escrita en España comenzó a tambalearse. La antología dotó de visibilidad a varias autoras que pasaron a conquistar lugares de privilegio en la historia de la poesía reciente. Esto también gracias a su estudio preliminar del libro, que se convirtió en referencia ineludible. A partir de los estudios sobre el campo literario de Pierre Bourdieu, Benegas explora las razones de la exclusión de las poetas del canon y arroja luz sobre esos intersticios de la historia por donde se pierden los invisibles, los excéntricos y los olvidados. Por eso se hace indispensable la reedición de esta antología, acompañada de material inédito que justifica el alto grado de expectación y posterior aceptación que suscitó. centzontle 1ª ed., 2017 fce España
lengua y estudios literarios 1ª ed., 2017
a la orilla del viento 1ª ed., 2017
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Misericordia El destino trágico de una collera de apaches en la Nueva España
De neuronas, emociones y motivaciones
antonio garcía de león
Esta obra aborda los procesos químicos, biológicos y físicos que ocurren en el cerebro y que inciden tanto en nuestra conducta como en las emociones que experimentamos, ya sea de forma natural o inducida por diversas drogas. También expone que estos procesos son el origen de afecciones tales como la depresión o el autismo, y esboza un principio para explicar la orientación sexual de los individuos. El lenguaje empleado es sencillo y expone los temas de manera concisa. Contiene una gran cantidad de imágenes que ayudan al lector a entender y a generar un aprendizaje real, y brinda al lector valiosos conocimientos científicos para entender cuestiones tan polémicas como la drogadicción, las enfermedades psiquiátricas o la orientación sexual. Esta tercera edición incluye material nuevo y actualizado, así como un apéndice de lecturas sugeridas para adentrarse más en los temas desarrollados en el volumen.
A finales del otoño de 1796, un grupo de apaches cautivos de guerra escapa en Plan del Río, Veracruz, cuando eran deportados al Caribe insular, emprendiendo la huida a través del altiplano. A partir de este apasionante episodio, el autor realiza una “memoria de fronteras” que se sitúa en el margen entre la vida sedentaria del orden cristiano y las regiones indómitas del norte. Narra el inicio de la cacería de los apaches en la Nueva España, y explica los motivos para esclavizarlos. Posteriormente describe aspectos de la conquista de las Provincias Internas, para después pasar al relato de la fuga de los 18 guerreros apaches, su recorrido por el país y los problemas que causaron al imperio español. La historia se desarrolla desde las Californias hasta las costas del Golfo de México y la Florida, y se apoya, entre otras fuentes, en documentos (ordenanzas, cartas, diarios, partes de guerra e informes civiles) encontrados en el Archivo General de la Nación.
Desigualdad mundial Un nuevo enfoque para la era de la globalización
El Universal Ilustrado o
branko milanovic
El presente libro celebra cien años de anario la primera aparición del semanario ersal, l cultural del periódico El Universal, lanzado en mayo de 1917 y que es, a aciola distancia, una de las publicacioes del nes culturales más importantes ro de periodismo mexicano. Semillero eminentes intelectuales, entre sus páginas encontramos a Luis G. Urbiano na, Ermilo Abreu Gómez, Mariano rostiAzuela, Salvador Novo, José Gorostio Nerza, Manuel Maples Arce, Amado nardo vo, David Alfaro Siqueiros, Bernardo wen, Ortiz de Montellano, Gilberto Owen, los Antonio Caso, Isidro Fabela, Carlos uel Mérida, Saturnino Herrán, Manuel M. Ponce, Alfonso Reyes y José es Vasconcelos: ahí surgieron grandes autores, nuevos estilos periodísticos y una obra gráfica y fotográficaa excepcional. La importancia de El ás, Universal Ilustrado se debe, además, ate a su cualidad de accesible escaparate de las vanguardias artísticas. Esta antología, preparada por el historiador, ensayista, editor y traductorr Antonio Saborit, reúne una muestraa de los talentos que expresaron sus ideas en el semanario.
En este brillante estudio sobre la dinámica de la desigualdad a escala global, Branko Milanovic demuestra que este fenómeno económico se puede expresar en el tiempo a través de movimientos cíclicos. Las guerras, las enfermedades, los cambios tecnológicos y la educación son factores que, de acuerdo con el economista serbio-estadunidense, abren las brechas de ingresos dentro y entre las naciones. La obra ofrece un panorama global de las diferencias en la distribución del ingreso, y aporta ideas novedosas acerca del ciclo de Kuznets. La publicación de este título amplía la oferta del fce en obras de economía basadas en la desigualdad, tales como El capital en el siglo xxi de Thomas Piketty, El gran escape de Angus Deaton, premio Nobel de economía, y Desigualdad de Anthony B. Atkinson. economía 1ª ed., 2017
la ciencia para todos 3ª ed., 2017
tezontle 1ª ed., 2017
historia 1ª ed., 2017
A fuego eterno condenados
Mínima señal
roberto rivera vicencio
irma del águila
El escritor chileno Roberto Rivera empezó a escribir esta novela durante los años de la dictadura militar en su país, bajo el dominio del terror y del silencio obligado de cualquier voz crítica. La finalizó en 1991, cuando ya despuntaba en el horizonte el llamado modelo chileno. El personaje central es un detenido desaparecido en 1973 que reaparece diez años después, al inicio de las protestas contra el régimen de Pinochet. No logra jamás entender lo ocurrido y vive, en forma febril y casi esquizoide, su realidad precaria, que el autor va perfilando con agilidad y crudeza excepcionales, trazando uno de los mejores retratos humanos de esos años contradictorios que dieron forma al Chile de hoy.
Los relatos que integran esta colección despliegan un lenguaje terso y un ritmo pausado. A partir de fragmentos de una cotidianidad que reposa en la densidad de momentos enrarecidos, la escritora peruana Irma del Águila registra epifanías y obsesiones que singularizan la vida rutinaria de mujeres y hombres. Aquí cada individuo es un misterio, una sensibilidad que se manifiesta como asimetría o discontinuidad en el orden del mundo. Las situaciones en las que se involucran, carentes de épica, revelan modos de aversión a la luz, fascinación por la inocencia, pulsiones contenidas en gestos furtivos y motivaciones ambiguas que se resisten al juego de la trascendencia.
tierra firme 1ª ed., 2017 fce Chile
tierra firme 1ª ed., 2017 fce Perú
Sitio de la Tierra Antología del vanguardismo literario andino mauro mamani macedo
Entre 1920 y 1930 se desarrolló en la región andina una notable labor cultural que comprometió campos ideológicos, políticos y literarios. En dicho periodo se editaron las revistas Kosko (Cusco, 1924), Amauta (Lima, 1926), el Boletín Titikaka (Puno, 1926), Chirapu (Arequipa, 1928), y se publicaron los libros Trilce, 5 metros de poemas, Descripción del cielo, Falo, y Ande, que revelaron la expresión de un vanguardismo excepcional en el ámbito de la creación literaria y una lúcida reflexión sobre el momento histórico. En esta antología, preparada por el investigador y especialista en literatura andina Mauro Mamani Macedo, se exponen escrituras e ideas cultivadas por un profundo sentimiento vernáculo y un espíritu internacionalista. Sobre todo se evidencia la sensibilidad de un tiempo y uns expresión vividos con un fervor estético y político. tierra firme 1ª ed., 2017 fce Perú
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antonio saborit (coord.)
herminia pasantes
Cuba y las músicas negras adolfo salazar jesús cañete ochoa (editor)
Adolfo Salazar, compositor, musicógrafo e historiador español, realizó en 1930 un viaje a Cuba en el que se convirtió en un gran estudioso y difusor de la música de la isla. A partir de sus recorridos por La Habana Vieja, Salazar conoce a músicos y promotores, disfruta de los conciertos en la playa y asiste a ceremonias religiosas afrocubanas donde escucha cantos y músicas rituales impregnadas de reminiscencias africanas. De tal vagabundeo obtiene las reflexiones que vuelca en los artículos incluidos en este volumen, en los que afirma que “el negro es el alma musical de Cuba”. La obra de Salazar fue clave para Alejo Carpentier, quien encontró en ella un modelo de erudición y crítica, y resultó fundamental para la divulgación de las investigaciones del antropólogo Fernando Ortiz sobre la presencia negra en la cultura cubana. tierra firme 1ª ed., 2017 fce España
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t ra ras a s f on ondo
La memoria en donde ardía Socorro Venegas Concisión, metáforas iluminadoras del tema, aliento poético, ritmo uniforme, todo esto junto en este breve relato.
Estaremos hechos más de lo que olvidamos que de aquello que recordamos? Me llevé los dedos a los labios. Reverberaba el fuego del tiempo transcurrido. El sabor de la gasolina me hizo presionar suavemente el pedal del freno. Orillé el auto y lo apagué. Miré por el retrovisor, alcancé a distinguir la feroz bocanada del muchacho, unas cuadras atrás. Caminé de vuelta hacia el lugar en que el tragafuego hacía su espectáculo. Detenía el tiempo. O quizás el tiempo detenía el aire, el humo, la llama. Parecía un asunto muy calculado, y la vida le iba en eso: el buche de gasolina, acercar la boca unos milímetros a la antorcha y rugir. El incendio instantáneo. Parecía calculado pero daba miedo. Lo miraba de lejos y sentía en mi rostro el calor de su lumbre. Era todavía un adolescente. Momentos atrás, cuando lo vi delante del parabrisas apenas me fijé en su rostro. Su silueta raquítica. Con la prisa del que quiere seguir su camino sin la demora de la miseria alzándose frente a uno, le di unas monedas y fue entonces cuando nuestras manos se rozaron. Ahora lo miraba francamente. Era casi hermoso, de rostro afilado, ojos ligeramente rasgados. De una manera perturbadora resultaba
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atractiva su boca enrojecida, los labios hinchados. ¿Qué se me había perdido en esa esquina? Una tarde mi padre se quedó sin gasolina y tuvo que improvisar un garrafón. Le pidió a un taxista un poco de su combustible, y ahí estaban chupando la gasolina del tanque del taxi con una manguera hasta que, por una ley de la física, supongo, la gasolina subió sola por la manguera del tanque al garrafón. Papá desechó esa manguera echándola a la cajuela, pero yo la robé y me gustaba imitarlo, jugaba con mis hermanos y sus carros, y no era, para nada, una niña de muñecas. Todos lo supieron el día que las quemé rociando un poco del combustible que extraje del tanque del coche. Otra tarde en una isla en la que Alan y yo tuvimos que hacer autostop para ir de un extremo a otro, de algún lugar de la Córcega salvaje al puerto de Bastia. Los autos viajaban a exceso de velocidad por la escasez de combustible, y aquel cochecito rojo en el que íbamos con una conductora rumana se salió del camino; ella no hablaba una palabra de inglés y sólo maldecía en su lengua; el olor de la gasolina escapando nos hizo correr a los tres, de nuevo al camino, a
pedir aventón con algunos golpes en el cuerpo y la vida generosa y aliada nuestra. Cómo saber que el tiempo se le acababa a Alan, que unos meses después su cuerpo sería abatido por un aneurisma y yo por la viudez a los 27 años. Y mucho antes de Córcega: otra isla, los rincones de Matanzas que recorrí con aquel amante de cabellos largos. Canjeamos la gasolina que él atesoraba para su viejo Studebaker por una botella de ron y bebimos hasta la última gota frente al mar de Varadero. Ebrios, tristes, le dijimos adiós a una historia que no decía nada de nosotros porque nunca tuvimos fe en ese amor. Un domingo en que me tocó la guardia en el periódico donde trabajaba me pidieron que fuera a cubrir la noticia del levantamiento de un pueblo; habían secuestrado a unos policías y la gente amenazaba con rociarles combustible y quemarlos vivos si el gobierno no extendía ciertas garantías. Cuando llegué allá, el olor ominoso de la carne quemada se alzaba desde la plaza central del pueblo. Sólo un policía sobrevivió porque se abrazó a su verdugo con todo el terror y amor por la vida del que era capaz. Se dice a veces que uno se deshace en disculpas o en lágrimas. Yo me deshacía en memorias. El Señor del
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Tiempo me había dado otras vidas para gastar y yo, cómo negarme, las había vivido. Era una especie de asalto ahí en la intemperie de la calle, frente al muchacho desconocido: me eran arrancados esos recuerdos. Como cuando nos quitamos una vieja joya que ha estado tanto tiempo en el mismo sitio que ya no sabemos que ahí está, y de pronto en su lugar queda un pedazo de piel más blanca, y el vacío, la ausencia, se hacen evidentes. Un encuentro fortuito con un objeto extraviado, yo misma, era lo que me sucedía. Pero no era sólo eso. También tragaba fuego. El muchacho me miró. Detrás del humo negro me dirigió una sonrisa difícil. Buscó el dinero de los conductores con una mano extendida y la antorcha en la otra. Cuando el semáforo dio luz verde corrió hacia la acera. Una andanada de autos pasó entre nosotros. Hizo un buche de gasolina, se inclinó hacia mí con una graciosa reverencia y rugió con un vigor renovado. La lengua de lumbre se alzó sobre los autos, gozosa, atravesaba el aire limpio, ávida, traspasando mis recuerdos, me encontraba después de tanto, tanto tiempo. •
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¿Cómo participo? 1. Si tienes entre 9 y 11 años de edad participa en la categoría A. 2. Si tienes entre 12 y 15 años de edad participa en la categoría B. 3. Si tienes entre 16 y 19 años de edad participa en la categoría C. 4. Elige uno de los siguientes libros de las colecciones para niños y jóvenes del FCE: Categoría A Volar, de Yolanda Reyes Quiero ser la que seré, de Silvia Molina Sombras en el arcoíris, de Mónica B. Brozon Tito y el misterioso Amicus, de Joel Franz Rosell Categoría B La Casa de los Tres Perros, de Agustín Cadena Los muchachos no escriben historias de amor, de Brian Keaney El cristal con que se mira, de Alicia Molina Reckless. El goyl de jade, de Cornelia Funke Categoría C El corazón de Juliette, de Tahereh MaÀ El camino de los muertos, de Kevin Brooks Nashville o el juego del lobo, de Antonia Michaelis Última escala en ninguna parte, de Ignacio Padilla 5. Ve a tu librería más cercana o cómpralo en nuestra librería virtual en la página: www.fondodeculturaeconomica.com 6. Cuando termines tu lectura, te invitamos a pensar qué te pareció y a contarnos tus opiniones, graba tu video de 3 minutos máximo en un celular, tableta o computadora. El nombre de tu video debe contener el hashtag #LeoyCompartoFCE + título del libro que hayas elegido: #LeoyCompartoFCETítulo del libro 7. Listo, ahora ¡súbelo a YouTube! www.youtube.com · Accede a YouTube y crea tu cuenta. · Haz clic en donde dice Subir video (parte superior de la página). · Selecciona el video que desees compartir. · Mientras el video se carga, puedes agregar información, título, etiquetas y descripción. · Cuando haya quedado como tú quieres, haz clic en Publicar para terminar de subirlo a YouTube. · Selecciona la opción Compartir y copia el enlace que aparece. 8. Regístrate en nuestra página www.fondodeculturaeconomica.com y pega el enlace de tu video.
¡Participa y gánate una tableta electrónica y libros!
Bases A. La convocatoria estará abierta a participantes de 9 a 19 años de edad, con un video en idioma español, sin importar el territorio geográÀco en el que residan. La participación en este concurso implica la total aceptación de las bases de esta convocatoria. B. El premio del concurso Booktubers 2017 #LeoyCompartoFCE consistirá en un reconocimiento, una tableta, un paquete de libros del FCE y un taller en el Centro de Cultura Digital. C. El video deberá ser de 1 a 3 minutos de duración, de no ser así, será descaliÀcado. Se valorarán las opiniones personales de los participantes más que los resúmenes de los libros. D. Se descaliÀcarán aquellos videos que se limiten a contar la trama, especíÀcamente el Ànal. E. Cada participante deberá ser registrado en nuestra página www.fondodeculturaeconomica.com por un adulto responsable. F. Los videos se recibirán desde el 1 de septiembre de 2017 hasta el 31 de enero de 2018. No se aceptarán extemporáneos bajo ninguna circunstancia. G. El Fondo de Cultura Económica designará un jurado compuesto por cinco prestigiosos autores y booktubers que elegirán dos videos ganadores, uno por cada categoría, y otorgarán menciones honoríÀcas si así lo consideran. H. El fallo del jurado será inapelable y se dará a conocer por correo electrónico a los participantes el 16 de marzo de 2018, en la página del FCE y en las redes sociales. Ese mismo día se dará a conocer el lugar de la ceremonia de premiación, la cual se llevará a cabo el 31 de marzo de 2018. I. Cualquier caso no previsto en esta convocatoria será resuelto por el Fondo de Cultura Económica. J. Los datos personales de los participantes son de carácter conÀdencial, y así serán tratados de conformidad con las disposiciones jurídicas aplicables. K. En caso de dudas, pueden comunicarse a las oÀcinas del Fondo de Cultura Económica en el teléfono 5554491800 o a los correos: edigital@fondodeculturaeconomica.com hdelarosa@fondodeculturaeconomica.com