LA GACETA DEL FCE. FEBRERO 2018

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La vida misma de juan tovar


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La utopía de América

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n esta edición de La Gaceta damos a conocer el ensayo ganador y los dos ensayos merecedores de mención especial del Tercer Concurso Iberoamericano de Ensayo para Jóvenes 2017, cuyo tema fue “La idea de Hispanoamérica”, con la sugerencia de considerar la obra crítica de Pedro Henríquez Ureña. Nos complace constatar que los participantes no sólo consideran valiosa la idea de identidad cultural hispanoamericana de este ilustre pensador, sino que se proponen enriquecerla con nuevos temas como la comida, el arte chicano, los géneros musicales caribeños y la universalización de nuestra literatura. Las ideas fructíferas son aquellas que permanecen abiertas a su ampliación, renovación o refutación. Acaso valga la pena recordar la idea central de Pedro Henríquez Ureña: que la labor civilizadora de los pueblos hispanoamericanos debe descansar en su cultura y en su nacionalismo. No en la cultura estéril de sus elites imitadoras de lo extranjero, ni en la del capital disfrazado de liberalismo, sino en la cultura social ofrecida a todos y fundada en el trabajo. No en el nacionalismo exclusivamente político, sino en el espiritual, el que nace de las cualidades de cada pueblo. Esta idea no es, desde luego, exclusiva de él. Hay claras formulaciones de ella en Sarmiento, Rodó, Bello, Vasconcelos, Caso y varios más. La novedad introducida por Henríquez Ureña y los ateneístas mexicanos es el impulso y difusión que le dieron a partir de un caso concreto: la inmensa labor constructiva de los primeros gobiernos de la Revolución mexicana, en particular el de Álvaro Obregón. La reivindicación y promoción de las artes y oficios tradicionales, la escuela como templo de la república, la creación de hábitos de disciplina y trabajo, el cultivo de la comprensión mediante el uso de la razón y la crítica para la convivencia civilizada, el hacer cosas prácticas con el mínimo de recursos, el orgullo por nuestro pasado y el cultivo del sentido estético para el disfrute de la vida plena, tales eran las tareas que México estaba emprendiendo y ofrecía como ejemplo a sus países hermanos. Esta ruta, que hoy llamaríamos “crecimiento orgánico” o de adentro hacia afuera, sentaba las bases de lo que Henríquez Ureña llamó “la utopía de América”, utopía posible para los pueblos hispanoamericanos, dada la unidad de su historia y de propósito en su vida política e intelectual. Había que ennoblecer nuevamente la idea clásica de utopía, como el pueblo griego, que inventa la discusión y la crítica; que mira al pasado y crea la historia; que mira al futuro y crea las utopías. “No nos deslumbre el poder ajeno: el poder es siempre efímero. Ensanchemos el campo espiritual (…) Demos a cada uno los instrumentos mejores para trabajar en bien de todos; esforcémonos por acercarnos a la justicia social y a la libertad verdadera; avancemos, en fin, hacia nuestra utopía” (“La utopía de América”, en Pedro Henríquez Ureña, Obra crítica, fce, 1960). • José Carreño Carlón Director general del fce

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Horizonte vicente huidobro

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Tercer Concurso de Ensayo Iberoamericano para Jóvenes 2017 dossier

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Putrid tunas asoleadas esteban gutiérrez quezada

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Las cuerdas de un arpa rubén darío barreto viana

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Hispanoamérica: breve recuento paulina ibarra

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Para curar el mal de ojo intelectual josé manuel valenzuela arce

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Popol Vuh al japonés alejo ebergenyi

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Del presidencialismo metaconstitucional a la multiplicidad de autonomías pedro salazar ugarte

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Susana López, Socorro Venegas, Octavio Díaz y Juan Carlos Rodríguez Consejo editorial

Memorias de José Sarukhán gonzalo celorio

Roberto Garza Iturbide Editor de La Gaceta Ramón Cota Meza Redacción León Muñoz Santini Arte y diseño Andrea García Flores Formación Ernesto Ramírez Morales Versión para internet Jazmín Pintor Pazos Iconografía Impresora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V. Impresión

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Suscríbase en www.fondodeculturaeconomica.com ⁄editorial ⁄ laGaceta ⁄ lagaceta@fondodeculturaeconomica.com www.facebook.com ⁄ LaGacetadelFCE La Gaceta es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Ciudad de México. Editor responsable: Roberto Garza. Certificado de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de febrero de 1995. La Gaceta es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro postal, Publicación periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716 Fotografía de portada ©León Muñoz Santini

La democracia republicana en Cuba. 1940-1952 josep m. colomer

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La vida misma juan tovar

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La casa de campo bibiana camacho


poema

Horizonte Vicente Huidobro Pasar el horizonte envejecido Y mirar en el fondo de los sueños La estrella que palpita Eras tan hermosa Que no pudiste hablar Yo me alejé Pero llevo en la mano Aquel cielo nativo Con un sol gastado Esta tarde en un café he bebido Un licor tembloroso Como un pescado rojo Y otra vez en el vaso escondido Ese sueño filial Eras tan hermosa Que no pudiste hablar En tu pecho algo agonizaba Eran verdes tus ojos Pero yo me alejaba Eras tan hermosa Que aprendí a cantar •

Celebramos el primer centenario de Ecuatorial y Poemas árticos de este precursor vanguardista, quien escribió: “Admiro a los que perciben las relaciones más lejanas de las cosas. A los que escriben versos que resbalan como la sombra de un pájaro y que sólo advierten los de muy buena vista”.

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El fce sigue cosechando frutos de su labor de promoción del pensamiento crítico y de hábitos de lectura. Queda al lector juzgar los textos ganadores del Tercer Concurso de Ensayo Iberoamericano para Jóvenes 2017. ¶ Rendimos tributo al poeta Vicente Huidobro a cien años de la publicación de Ecuatorial y Poemas árticos, libros precursores del vanguardismo americano y francés. ¶ El prólogo de Gonzalo Celorio a Desde el sexto piso, memorias del rector José Sarukhán, nos introduce a un periodo complejo y fecundo de la unam. ¶ Publicamos un relato de los avatares de la edición bilingüe español-japonés del Popol Vuh, publicada después de 50 años de terminada su primera versión. ¶ Juan Tovar propone un reordenamiento de las obras de teatro de Luisa Josefina Hernández a fin de sacarles el mayor jugo posible. ¶ Novedades de ciencia política sobre México y Cuba y de comunicación internacional. ¶ Nuestra sección Trasfondo ofrece un cuento cuyo protagonista es el alcohol en una mujer. febrero de 2018

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ttercer erc e r conc concurso urso ib iberoamericano eroa a m e r ic a n o de eensayo ns ayo pa para r a jjóvenes óv en n es e

ensayo ganador

Putrid tunas asoleadas Ensayo ganador del Tercer Concurso Iberoamericano de Ensayo para Jóvenes 2017, exalta la plasticidad de las culturas hispanoamericanas, cuyos contrastes las orillan a convivir y a mezclarse, como observó Pedro Henríquez Ureña. esteban gutiérrez quezada

en la selva, abandonadas putrid tunas asoleadas call alurista

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engo aquí algunas piezas del complejo rompecabezas que es Hispanoamérica: 1) A Italo Calvino le gustaban el tamal de elote y los chiles en nogada. La pintura novohispana, en cambio, le parecía rígida, sin gracia, anacrónica para ser del siglo dieciocho. Comparaba las variantes del picante mexicano con la magnificencia arquitectónica de los conventos virreinales que encontró en Oaxaca, pero le parecía contradictorio que las monjas que los habitaban metieran sus blancas manos en los condimentos indígenas para confeccionar tan exquisita cocina. Dice que hay un desafío en estas expresiones, entre la civilización de América y la de España, enemistadas por la intención de educar l sentidos tid d bit t allende ll d los l y azuzar los de llos h habitantes mares.1 2) Es bien sabido que el Neptuno alegórico de sor Juana Inés de la Cruz ganó el concurso para ser colocado en la puerta del Sagrario Metropolitano, para dar la bienvenida al Marqués de la Laguna. En contraste, casi nadie sabe que el segundo lugar de aquella competencia fue otorgado al Teatro de virtudes políticas que constituyen a un príncipe de Carlos de Sigüenza y Góngora, que se colocó

1 Italo Calvino, Bajo el sol jaguar, Tusquets Editores, Barcelona, 1996, pp. 35-70.

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comprender la naturaleza de lo sagrado —y, por lo tanto, de lo profano— en estas tierras americanas. Son las piedras más grandes de lo indígena las que sostienen al mundo hispanoamericano, porque sin los materiales de que estaba hecha la antigua capital no habría sido posible edificar la muy noble y muy leal Ciudad de México, una urbe cuyos habitantes también llevan dentro la sustancia del antiguo mundo derruido. en el acceso a la Plaza de Santo Domingo. El arco y los versos que lo explican enaltecen las buenas virtudes de los gobernantes y las ejemplifican en los antiguos reyes indígenas. Itzcohuatl, Ahuitzotl, Motecohçuma Xocoyotzin, todos aparecen como ancestros espirituales de aquel príncipe que llega a gobernar Tierra N Nueva, ell M Marqués, delineando b lla Ti é d li d ya una idea clarísima de lo que es propio de nuestras tierras y lo que nos diferencia de España.2 3) En un bello texto, Gonzalo Celorio dice que la Catedral Metropolitana no es sino las piezas que le faltan al ahora destruido Templo Mayor.3 La edificación de la sacrosanta construcción novohispana, así como su edificación sobre el centro ceremonial mexica, son un buen ejemplo para 2 Cfr. Carlos de Sigüenza y Góngora, Teatro de virtudes políticas que constituyen a un príncipe, Miguel Ángel Porrúa, México, 1986. 3 Gonzalo Celorio, Tiempo cautivo. La Catedral de México, unam, Coordinación de Difusión Cultural, México, 2013, p. 13.

* Luego entonces, Hispanoamérica se define sólo por contraste. Uno interno: la oposición clara entre la cultura del imperio español y la del mundo indígena, entre ingredientes nativos y cocineras criollas, entre gobierno mexicano y Corona peninsular, entre las sacralidades católica y mesoamericana, amb difi d con la l misma i i d El otro, t bas edificadas piedra. externo: la diferencia entre lo que aquel encuentro y posterior fusión engendraron, y la España misma, la América sajona y el resto del orbis terrarum. Es verdad que el utópico y telescópico Pedro Henríquez Ureña no dedicó mucha atención a la comida, pero sí lo hizo a la pintura, la música y a todas las artes hispanoamericanas en general. Cuando rememoraba el verso de Leonardo de Argensola, “canción que de Indias con el oro viene…”,4

4 Pedro Henríquez Ureña, Las corrientes literarias en la América hispánica, Fondo de Cultura Económica, México, 2014, p. 102.

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pu t r i d tu na s a solea da s

se refería también a la génesis de nuevas sensibilidades, expresiones y voces sincréticas. De la gayumba al zarandillo, el son y la habanera, nuestra música, por ejemplo, no era música europea y, aunque conservaba ritmos y organologías de las culturas precolombinas, tampoco era música de indios: si lo fuera, hubiera sido imposible que aquellas nuevas formas cruzaran el Atlántico y que, pese al desprecio de algunos, se insertaran en la historia de la música occidental.5 Porque esas melodías conservaron su origen antiguo y en ese desafío, contrapunto de mundos y cosmovisiones, penetraron en el campo semántico de España y Europa. Asistimos a la forja de un mundo lozano, barroco —dice Pedro Henríquez Ureña— en la medida en que posee fácil riqueza.6 Y del barroco americano como estilo, periodo histórico y concepto filosófico que refiere una sensibilidad especial, una forma de ser y vivir la modernidad, se ha escrito muchísimo. La cima de esa idea se encuentra en Bolívar (nombre venturoso) Echeverría,7 quien retoma la idea del barroco para su teoría política, pues esta tendencia, peculiar por su ornamento y su excesivo decoro, establece sus propias reglas independientes de ese mundo que, al igual que cualquier arte, busca imitar. Pensando en ello, no resulta extraño que el barroco se asentara mejor y que echara raíces más profundas en tierras americanas: la América hispana de “fácil riqueza” se independiza culturalmente y sin resistencia de su modelo europeo, aunque en apariencia conserve sus reglas. Se trata de un mundo autónomo, diferente a las metrópolis de la Europa conquistadora como cualquier criatura soberana. Ya Christopher Domínguez señalaba que Pedro Henríquez Ureña habló de corrientes literarias porque creía en ondas expansivas de civilización.8 Acertada metáfora si atribuimos cualidades cosmogónicas al descubrimiento y la conquista, tal como lo hacen algunas interpretaciones del mito mexica de los cinco soles. Porque Pedro Henríquez Ureña forjó su idea de Hispanoamérica sobre el supuesto de un Big Bang, resultado del cruce civilizatorio entre lo europeo y las culturas originarias. Y puesto que inaugurar un mundo es dotarlo de semántica, no resulta extraño el interés de Pedro Henríquez Ureña por la particular forma de escribir de Cristóbal Colón en sus Diarios de navegación: “árboles que dejaban de ser verdes y se tornaban negros de tanta verdura”.9 En ese ejercicio sencillo y pragmático, Colón está fundando en nuestro idioma aquello que tiene frente a sus ojos, un verde que nunca ha sido visto por ningún europeo. Fundar Hispanoamérica significa también el desafío de ponerle nombre a lo que no lo tiene, un desafío en el que se enfrentan lo real de nuestras tierras y la palabra en lengua de Castilla. De esta forma, el mundo hispanoamericano se consolida a través de su cultura y su lengua, emancipado ya de su origen colonial, dueño de una originalidad que no conoce límites. Cuando Henríquez Ureña buscó el origen y carácter de nuestra expresión, lo hizo a través de los creadores que más aportaron a nuestra literatura (como en Seis ensayos en busca de nuestra expresión)10 y en cuyos proyectos artísticos subyació también una necesidad de explicar ante los otros qué y cómo somos los hispanoamericanos, vástagos de la mayor mezcolanza cultural de la historia humana. * Es interesante cómo la intención abarcadora de lo hispanoamericano ha coexistido a lo largo de nuestra historia con los nacionalismos, manifestaciones heterogéneas del sentimiento de “lo propio” y que, por desgracia, a menudo acompañan a un sentimiento de rechazo a lo otro, lo diferente. Hablando de lo mexicano, lo peruano o lo cubano, los matices pueden ir desde el reconocimiento de una historia, una forma peculiar de existir en el mundo a través de la sociedad y la cultura, hasta expresiones atroces de marginación. No es ni puede ser el caso del concepto Hispanoamérica, si lo entendemos en los mismos términos de Pedro Henríquez Ureña, porque lo hispanoamericano no 5 Ibid., pp. 103-104. 6 Ibid., p. 105. 7 Cfr. Bolívar Echeverría, “La clave barroca de la América latina”, en Bolívar Echeverría: Discurso crítico y filosofía de la cultura: www.bolivare.unam.mx. 8 Christopher Domínguez, “Prólogo” en Henríquez Ureña, op. cit., p.15. 9 Henríquez Ureña, op. cit., p. 31. 10 Cielonaranja, Buenos Aires, 2006.

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define una sola forma de pensar, sentir, comportarse o convivir, sino muchas, tantas como alcanza el carácter múltiple de Nuestra América. Sí, es nuestra, pero no se cierra al mundo ni se agazapa tras los espejismos de la exclusión. En nuestros tiempos el mundo sufre experiencias que vistas junto a los extraordinarios progresos de la ciencia, la conquista de derechos fundamentales y el repudio a la violencia parecen anacrónicas: la xenofobia y el racismo desmesurados, que poco a poco han conquistado posiciones en los gobiernos occidentales. El rechazo a todo lo que es disímil ha existido siempre, por supuesto, justificado en varios momentos de la historia por la filosofía, la religión y el cientificismo. La historia de Hispanoamérica está plagada de momentos oscuros de segregación y rechazo que incluso han desembocado en hórridos genocidios. Pero gracias a esos terribles momentos hemos aprendido de lo que somos capaces y cuáles son los demonios que nos llegan a dominar. Es verdad que aún falta mucho para que nuestras sociedades eliminen la discriminación y las desigualdades generadas por los odios persistentes del mundo moderno —por diferencias culturales, por el machismo, por el sectarismo religioso—, pero gracias a pensadores como Henríquez Ureña contamos con herramientas para lograrlo. Ello me lleva a pensar que la idea de Hispanoamérica en el contexto contemporáneo está íntimamente ligada a la de globalización. Y no solamente porque el mundo global haya plantado su semilla incipiente cuando las naves de Colón tocaron tierras americanas; es también porque la idea de un mundo de fronteras abiertas, de comunicación fluida entre diversos actores (gracias a las telecomunicaciones, pero también a la posibilidad de entendimiento intercultural), se puede y se debe potenciar con el impulso de nuestra característica diversidad. Prácticamente en ningún lugar del mundo se han visto obligadas —por efecto de la conquista— a convivir semejante variedad de culturas, cosmovisiones, formas de pensamiento y sistemas sociales, abriendo nuevas sendas de coexistencia y concordancia. También las convulsiones políticas han ayudado a cuajar el sentido de lo hispanoamericano, al participar todas sus naciones de problemas comunes y desigualdades similares. Tal vez en el contexto de la globalización el asunto de nuestra expresión está parcialmente superado. Una novela de Jorge Volpi puede transcurrir tranquilamente en la Alemania de la segunda Guerra Mundial sin que aparezca un solo hispanohablante. Por primera vez contamos con escritores hispanoamericanos que pueden insertarse en las tendencias de una literatura global (y no sólo con pretensión universalista) sin que los localismos se lo reprochen, una corriente que presume haber superado la búsqueda de una literatura fatalmente propia. Y sin embargo, no habríamos llegado a este punto de no ser por esa facilidad intrínseca con la que el mundo hispanoamericano participa de otras tradiciones, las acepta y las renueva. También la literatura y la inquietud social hispanoamericanas en general han volteado a mirar fenómenos complejos y llenos de contradicciones, como la migración y las diásporas. Novelas como Amarás a Dios sobre todas las cosas (Alejandro Hernández), Las tierras arrasadas (Emiliano Monge), La Mara (Rafael Ramírez Heredia) La fila india (Antonio Ortuño) se han preocupado por develar la violencia desmedida que sufren quienes desean llegar sin documentos a los Estados Unidos. Se trata de un tema imposible de rehuir porque en él subyace la piedra angular sobre la que se edifican los discursos del mundo global: las desigualdades generadas por la repartición mundial del trabajo, los agravios sociales que esto conlleva y la supuesta posibilidad de apropiarse de la sociedad sin fronteras en busca de mejores oportunidades. Los migrantes mexicanos y centroamericanos no solo padecen las condiciones que, en sus lugares de origen, los obligan a migrar, sino toda clase de satrapías y oprobios descomunales. Quienes logran llegar al Norte, a los United, deben enfrentar también la desilusión, pues no es cierto que en el país de las oportunidades, éstas sean iguales para todos. Lo fascinante de estas diásporas, y particularmente de la mexicana, es que han logrado mantener muchos de sus rasgos culturales que, mezclados con los de la sociedad estadunidense, han dado una nueva dimensión a lo hispanoamericano. En las letras, esto se ha traducido en el surgimiento de una literatura chicana, es decir, escrita por

personas de origen mexicano que radican en los Estados Unidos. * ¿La literatura chicana es literatura hispanoamericana? ¿El mundo chicano es una extensión de Hispanoamérica? A pesar de la distancia cultural, de la mezcolanza con lo estadunidense y a que mucha de esta literatura se publica en inglés por obvias razones, yo me inclino a pensar que sí. Existen escritores chicanos que publican en español y lo hacen a sabiendas de que su obra no tendrá cabida en el mercado editorial de los Estados Unidos.11 Pero incluso quienes publican en inglés lo hacen abarcando los temas de su cultura y su condición específica: la mezcla con lo estadunidense, lo marginal y subalterno, la identidad frente a esa sociedad que establece diferencias y la nostalgia de las raíces, una obsesión constante y natural por sus orígenes. Algunos poetas del ámbito chicano han llegado incluso a exaltar el pasado indígena mediante símbolos, como antes lo hicieron escritores románticos como Eligio Ancona o Vicente Riva Palacio, también en busca de su identidad. Es el caso, por ejemplo, de Alberto Baltazar Urista Heredia (Alurista): en la selva, abandonadas / putrid tunas asoleadas call / gritan, gritan y se quejan / del calor de las nubes…12 Y ante la pregunta de si lo chicano es también hispanoamericano, estos mismos escritores reflexionan y proponen respuestas. Por ejemplo Ricardo Sánchez: Hoy sí, hoy ya no soy Mejicano ni hispano Ni tampoco americano Pero soy —y bien lo siento ser— Una sombra del pasado Y un esfuerzo Hacia el futuro…13

Es cierto, no son “hispanos”, esa concepción que se vuelve peyorativa y excluyente en boca de algunos estadunidenses, pero sí forman parte de la Hispanoamérica que imaginó Henríquez Ureña, un conjunto de diversidades y multiplicidades que dialoga con el resto del mundo. Me inclino a pensar que por eso existe un odio creciente hacia los mexicanos en algunos sectores de la sociedad estadunidense: porque, a pesar de las condiciones sociales, económicas y laborales, hemos encontrado formas en que nuestra cultura permanezca y se renueve, resistiendo al deseo terrible de una nación que desea sentirse homogénea, con potestad para imponerse sobre la diversidad. Los poetas chicanos como Alurista, Tino Villanueva, Aristeo Brito y tantos otros, no sólo hablan de la vida de los segregados en las ciudades del Norte: hablan de su transformación en seres con identidad migrante (“HOY —¿qué fregados / qué chingados soy?”), de la guerra que libran con los otros y con ellos mismos para ocupar su lugar en esa nueva circunstancia. En su uso del lenguaje, que se sirve de palabras en inglés en un contexto que sólo puede ser chicano, configuran una nueva manera de ser, resistir y existir en el mundo, un Hispanoamerican way of life que rompe las barreras tradicionales de nuestra cultura y la renueva. Si queremos abolir esas limitaciones violentas que ganan fuerza día con día en nuestras sociedades, hay que repensar Hispanoamérica, a la manera ureñista, que es también la manera de la utopía americana:14 una patria donde las diferencias y la variedad de concepciones, en lugar de segregar, unifican al todo social, confiriéndole plasticidad a sus formas de convivencia y solidaridad. Esa meta, ese nuevo horizonte, tiene su semilla en la palabra y su raíz en nuestra tradición, en la construcción de nuevas formas de dar nombre, sentido, constitución y vida a ese nacimiento-renacimiento constante de la América hispana. Como escribiera Colón al referirse a nuestra flora exótica, la palabra será fundacional y primordial en nuestro tiempo para develar nuevas cosas bajo el sol: pútridas tunas asoleadas que se vuelven putrid de tanto asolearse. •

11 Véase Poesía chicana, unam, Coordinación de Difusión Cultural; Universidad de Texas, Departamento de Literatura, México, 2009. 12 Ibid., p. 9. 13 Ibid., p. 11. 14 Véase Pedro Henríquez Ureña, La utopía de América, Ediciones Universidad Autónoma Latinoamericana, Medellín, 2015.

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tercer conc concurso u rso iberoamericano de eensayo n s ay para jóvenes

mención

Las cuerdas de un arpa Ensayo sobre un ensayo Hispanoamérica alcanza su concreción cultural cuando el mestizaje deja de ser dilema y se convierte en forma consciente. Tal es la idea central de este ensayo merecedor de mención especial en el Tercer Concurso Iberoamericano de Ensayo para Jóvenes 2017. rubén darío barreto viana

Al final de esta frase, empezará a llover. Y al filo de la lluvia, una vela. Lentamente la vela perderá de vista las islas; La creencia en los puertos de toda una raza Se perderá entre la niebla. La guerra de los diez años ha terminado. El pelo de Helena, una nube gris. Troya, un foso de ceniza blanca Junto al mar donde llovizna. La lluvia se tensa como las cuerdas de un arpa. os Un hombre con los ojos nublados la toca con los dedos Y tañe el primer verso de la Odisea. archipiélagos/derek walcott

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n El alma y las formas, Georg Lukács traza un panorama completo de la naturaleza del ensayo. Hay en este género una clara tendencia hacia el ordenamiento conceptual de las vivencias, lo cual implica la búsqueda de una forma esencial que dé sentido a los fenómenos dispersos del alma, que habita en el gesto más común sin llegar a manifestarse enteramente. El propósito del ensayo apunta, pues, a la estructuración de una idea sobre un asunto determinado, y cuya experiencia íntima aparece como principio unificador de la realidad misma. Bajo este presupuesto, ¿podría decirse con seguridad que existe un alma hispanoamericana? Y más importante aún, ¿tiene ésta una forma representativa? Es éste el punto álgido del debate, ya que una visión superficial daría por sentada la existencia de dicha alma aunque no sea capaz de fijar sus características básicas o la negaría arguyendo que las disparidades entre los procesos de desarrollo de las diferentes naciones de esta zona cultural impiden la consolidación de una forma autónoma y objetiva. De modo que el marco ofrecido por Lukács nos concierne por una razón específica: la posibilidad de esbozar una idea (alma y forma) acerca de Hispanoamérica a partir de la observación crítica y valorativa de ciertos rasgos que se

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han hecho definitorios en el decurso de su más reciente historia social. ¿Qué es entonces Hispanoamérica como idea? El tema es abordado en Las corrientes literarias en la América hispánica, obra que Pedro Henríquez Ureña dedica al estudio pormenorizado de la búsqueda de la expresión, es decir, la ansiedad intelectual y estética hispanoamericana por dar con una idea que defina el hecho de estar situados frente a una realidad inédita. En cada uno de sus argumentos se vislumbra la consolidación de un planteamiento capital: Hispanoamérica opera como un territorio atravesado por continuos entrecruzamientos, lo cual implica una vindicación del mestizaje. Este reconocimiento e inquietud se reflejan en su interés por el aumento del caudal significativo del idioma español con la inclusión de palabras de diversas lenguas indígenas, su pasión por el tequitqui mesoamericano y el criollismo andino (estilos pictóricos y arquitectónicos coloniales caracterizados por la fusión de varias corrientes estéticas europeas con la técnica e iconografía azteca e inca, respectivamente) o la postulación del hombre nuevo, visión de mundo genuina, pero todavía seminal, que distingue a los habitantes del Nuevo Mundo en el siglo xvii. Sin embargo, Henríquez Ureña insinúa en su última conferencia sobre el quehacer literario y cultural hispanoamericano entre 1920 y 1945, que

si bien el mestizaje constituye nuestra herencia espiritual más arraigada (confluencia española, india y negra), aún no había alcanzado la depuración suficiente en el plano formal. En todo caso, las conclusiones que entrega en torno a la literatura demuestran su convicción en que esto ocurriría pronto de mantenerse el ritmo de innovación estética. La vanguardia desplazaba la perspectiva aristocrática del Modernismo, haciendo de la poesía un conjunto expresivo de gran amplitud técnica pero con la incursión, cada vez mayor, de asuntos ubicados en la realidad cotidiana. Asimismo, la novela se establece como instancia predilecta en un intento por tender una línea de continuidad reflexiva entre el autor y los problemas sociales presentes en sus naciones de origen, a veces mediada por la corriente indigenista o de negritudes, que dan voz a los sectores oprimidos. Una vez conocidas estas circunstancias, la formulación obligada en el límite de este largo ejercicio académico es: ¿logra Hispanoamérica la concreción de una forma que exprese su alma mestiza? Las obras de Mariano Azuela con Los de abajo, César Vallejo con Trilce y El Tungsteno, Jorge Luis Borges con Fervor de Buenos Aires, José Eustasio Rivera con La Vorágine, Pablo Neruda con Residencia en la tierra, Gabriela Mistral con Tala llevan dentro de sí los elementos formales y temáticos que habrían de evidenciar las realidades humanas más complejas, además de darle dirección al esfuerzo creativo hispanoamericano a lo largo del siglo xx. Incluso, la consagración mundial que tendrían obras tan próximas en el tiempo al análisis de Henríquez Ureña como Ficciones de Borges, Canto general de Neruda, o la concesión del premio Nobel a Mistral en 1945, prueban el acierto de su pronóstico. Aun así, esta respuesta no deja de ser vana, puesto que dimana de la comodidad que nos proporciona la posteridad. La pregunta pertinente a este debate consiste en ¿cuándo y en qué términos se produce tal concreción? Como todos los grandes cambios, no hay una fecha específica, aunque se puede señalar el punto de inflexión que la precipita: el momento en que el mestizaje deja de ser percibido como un dilema que debe resolverse y se asume como exaltación de nuestras contradicciones internas, los múltiples orígenes, la combinación de vertientes culturales, el cruce étnico, la posibilidad de sentir y conocer en más de una lengua. El hallazgo no es mío. Es posible rastrearlo en Motivos de Proteo (1909) de José Enrique Rodó, obra en que la heterogeneidad y la variación se constituyen en programa ontológico. Amparado en la metáfora de Proteo (dios griego caracterizado por su habilidad de transformación), Rodó plantea la modificación continua del ser, dado que “cada uno de nosotros es, sucesivamente, no uno, sino muchos. Y estas personalidades sucesivas, que emergen las unas de las otras, suelen ofrecer entre sí los más raros y asombrosos contrastes”. Deduzco de esta actitud, que Henríquez Ureña denomina “ética del porvenir”, la base del alma hispanoamericana, ya que para lo proteico —mutación y ambigüedad— no hay disyuntivas, no hay elecciones de lo uno o lo otro, “Civilización o Barbarie”, “Ariel o Calibán”, “Boedo o Florida”, porque las disuelve en la experiencia viva hasta configurar una sustancia nueva. Lo proteico es, por tanto, el mestizaje hecho forma consciente. Quizá el mejor ejemplo de materialización proteica reside en la salsa caribeña, nombre genérico con el que se designa el encuentro alquímico de múltiples ritmos latinoamericanos, norteamericanos, africanos y europeos. La conjetura no es casual, Henríquez Ureña subraya el proceso de transfiguración que sufren las canciones traídas de España (luego Europa) al Nuevo Mundo, lo cual dio lugar al nacimiento del zambapalo, el retambo y la chacona en el siglo xvi; la guajira en el xviii,

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y la habanera en el xix. En efecto, la salsa surge de un proceso de sedimentación que adapta las tradiciones ajenas de acuerdo a sus necesidades expresivas. El origen del término aún suscita controversia, no así su definición, que alude a la mezcla de sabores, lo que incluye tanto la expansión continua hacia otras fuentes instrumentales y melódicas como la transmisión del nudo emocional que ata la historia personal y colectiva del hombre hispanoamericano. Este comportamiento plástico tiene algunas de sus muchas precursoras en las canciones Échale salsita y Guaguancó callejero, ambas de Ignacio Piñeiro, músico cubano. La primera es un son cubano que posee una repentización dinámica de la cultura española (cuerdas) y africana (percusión). Esta capacidad para deconstruir otros registros musicales se reflejará en distintos niveles en composiciones posteriores: 1. Incorporación de apartes: Sonido bestial de Richie Ray/Bobby Cruz y Danzón de Paganini de Ray Barretto, que incluyen el Estudio revolucionario de Chopin y el Concierto para violín N° 1 de Paganini, respectivamente. 2. Alteración de la cadencia original: Alma jarocha de Papaíto, que convierte en grito rebelde el llanto lánguido de Lamento jarocho de Agustín Lara. Milonga para una niña de Andy Montañez, que potencia la inmensa melancolía de Alfredo Zitarrosa. Toro mata de Celia Cruz, que celebra con orgullo lo que en Caitro Soto es dolor. Por otro lado, Guaguancó callejero (recomiendo la versión canónica de Cuarteto Caney) contiene el intrincado sistema de cosmovisiones en que se desenvuelve la sociedad hispanoamericana. La pieza emula una oración del sincretismo religioso (mestizaje de la fe) que florece a partir del empalme entre creencias católicas y yorubas. Llama la atención la referencia a los abakuá (sociedad secreta masculina), a Elegua (dios del destino saludado en el inicio de la canción), y sobre todo, la ambigüedad con que se invoca a Oyá (diosa de la tempestad) a través de un coro repetido: Ave María morena (Virgen de la Candelaria), con quien se sincretiza. De un procedimiento semejante participa Anacaona de Cheo Feliciano, dedicada a la cacica rebelde de La Española, y cuya estructura de narración sencilla y breve mediada por un coro recuerda al areito (reunión ceremonial taína en que se recita con baile/canto hechos importantes para la tribu), por lo menos como lo registra Gonzalo Fernández de Oviedo en Historia general y natural de las Indias. Luego de estos indicios elementales, cabe la introducción de ciertos interrogantes: ¿cuál es el modo de ser que encarna el mestizaje y del que lo proteico es signo predilecto? ¿Qué realidad lo origina y a qué realidad desea responder? No hay respuesta más acertada que la ofrecida por R. H. Moreno Durán en De la barbarie a la imaginación (1988), donde plantea que el mestizaje supone un alegato estético-ideológico frente al dominio absoluto que detenta la clase patricia, que afirma su posición desde la economía feudal y la supremacía racial. Este hecho se hace patente en la noción de Arcadia, mito que ubica falsamente al patriciado en el rango de portadores de civilización, lo que conlleva al establecimiento de un “desaliñado espíritu conservador, monolítico y exclusivista”. Por ende, lo que la Arcadia compacta y jerarquiza, lo proteico lo filtra y agrieta. La identidad hispanoamericana se afianza en el cuestionamiento, es decir, nuestro modo de ser implica un abordaje de la tensión continua que actúa sobre las circunstancias sociohistóricas. Es por ello que, como las cuerdas de un arpa, la inquietud literaria y filosófica despliega una escala de representación que consta de las siguientes notas expresivas:

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(Do) Memoria Colectiva: La Historia oficial manipula la interpretación de los hechos según su conveniencia. Frente a esto, la memoria colectiva cataliza las voces de los invisibilizados en La Casa Grande de Álvaro Cepeda Samudio o Entre Marx y una mujer desnuda de Jorge Adoum. (Re) El Poder: Particularmente la opresión ejercida por el Estado en la figura del dictador en Yo el supremo de Augusto Roa Bastos. También se incluye el constreñimiento del patriarcado sobre la mujer en En diciembre llegan las brisas de Marvel Moreno o los jóvenes en La carne de René de Virgilio Piñera. (Mi) La Aristocracia y la lucha de clases: Evaluación de la estructura valorativa de la oligarquía y sus grados de interacción con las clases inferiores en Coronación de José Donoso o La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa. (Fa) El simbolismo de la historia: La sublimación de un hecho o personaje histórico en reducto significativo que define la realidad social de su época hasta trascenderla como Lope de Aguirre en El camino de El Dorado de Arturo Uslar Pietri o el duque de Orsini en Bomarzo de Manuel Mujica Láinez. (Sol) El mito, vertebrador de imaginarios: La recreación del sentido que tienen acontecimientos de incidencia colectiva. La Revolución mexicana (1910) es el paradigma del mito con Pedro Páramo de Juan Rulfo y La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes. (La) La ciudad como espacio multidimensional: La ciudad tiene su temperamento, y con él se relaciona con sus habitantes como El juguete rabioso de Roberto Arlt, Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera y País portátil de Adriano González. (Si) La compilación erudita: El punto más versátil. Abarca la amenidad de Otras inquisiciones de Jorge Luis Borges; el lirismo de Visión de Anáhuac de Alfonso Reyes o El laberinto de la soledad de Octavio Paz; el aparato de imágenes en Analecta del reloj de Lezama Lima; la entrevista-crítica de Los nuestros de Luis Harss o la confidencia de Historia personal del boom de José Donoso. (Do) Negritud e Indigenismo: Según Leopoldo Zea (1979), estas categorías suponen la toma de conciencia de una situación de marginalidad y subordinación que se pretende cambiar, además de sensibilidades diferenciadas como Las estrellas son negras de Arnoldo Palacios y Los ríos profundos de José María Arguedas. Cada nota totaliza de manera crítica los conflictos que derivan del sistema de estratificaciones instaurado por la Arcadia, y de su combinación se produce una serie de unidades temáticas que, de acuerdo a las condiciones en que el escritor concibe su obra, exhiben un juego significativo propio. La Casa (Adagio): Correlato del orden rígido, cerrado y atosigante de la Arcadia. Es visible en Los recuerdos del porvenir de Elena Garro, La Hojarasca de García Márquez o La mansión de la Araucaíma de Álvaro Mutis. Tiende a disolverse con la irrupción de lo extranjero, agente que desarticula el engranaje idílico como Felipe Hurtado, la masa humana desplazada o Ángela en cada una de las novelas citadas. No obstante, la casa siempre desarrolla un enfoque determinado como el procedimiento arquetípico de La Casa Grande de Cepeda Samudio, orientado a la exposición mítica de la violencia colombiana o Casa de campo de José Donoso, que parte de la metáfora grotesca (el imbunche, lo proteico mapuche) para retratar el desgaste patético de la clase alta chilena. Lo lúdico/cómico (Scherzo): Suspensión de la seriedad de las costumbres. Ambas categorías minan la estructura valorativa de la Arcadia, aunque con métodos distintivos: lo lúdico aprehende la realidad dada en busca de nuevos sentidos como la parábola Mirando jugar a un niño de Rodó, la narrativa de Cortázar o la cálida oralidad de Sánchez Juliao. Mientras tanto, lo cómico ridiculiza

las conductas sociales señalando su incongruencia como la ironía de Augusto Monterroso y Juan José Arreola o el surrealismo de Felisberto Hernández; en Fenomenología del relajo, Jorge Portilla entrega una radiografía de nuestra capacidad para trastocar la solemnidad. La negación del otro (Ostinato): La Arcadia desaparece a quienes se le oponen. Existen tres vías: La cárcel como en El beso de la mujer araña de Manuel Puig, cuyos protagonistas representan polos de divergencia política y sexual. El exilio como El pozo de Juan Carlos Onetti, especie de destierro interior que el autor mismo luego viviría en la realidad. La masacre con Palinuro de México de Fernando del Paso (Tlatelolco), Operación masacre de Rodolfo Walsh (Fusilamientos), La guerra del fin del mundo de Vargas Llosa (Canudos), que recupera para el orbe hispanoamericano Los sertones de Da Cunha. Lo telúrico (Contrapunto): Concreción de la relación con la tierra. Sobresale Historia doble de la costa de Fals Borda y Axolotiada de Roger Bartra que ven en la cultura anfibia (el hombre hicotea y el axolotl, actualizaciones de lo proteico) la cifra del hombre hispanoamericano. Así mismo, considero que la Guerra del Chaco es el conflicto por la tierra más significativo de nuestra historia reciente. Basta advertir las relaciones sociales en cada uno de los ejércitos, escenificadas con maestría por Sangre de mestizos de Augusto Céspedes e Hijo de hombre de Augusto Roa Bastos en ambos lados del frente. La gastronomía (Glissando): Henríquez Ureña enfatiza en la mezcla de alimentos europeos y americanos en Historia de la cultura de la América hispánica. La receta pone de relieve la idea de selección y proporción de una gama de sabores en La cocina mexicana de Socorro y Fernando del Paso o los apuntes aderezados en Paradiso de Lezama Lima. La espera (Ritenuto): Nuestra espera tiene algo de decisión de aguardar el cumplimiento o la llegada de aquello que se desea como en El coronel no tiene quien le escriba de García Márquez, Los deshabitados de Marcelo Quiroga y Zama de Antonio di Benedetto, reseñada hace poco por J. M. Coetzee. Con lo anterior, Hispanoamérica ha alcanzado en lo proteico la forma adecuada para representar la realidad de su alma mestiza, por lo que nuestro reto como zona cultural ya no consiste en la búsqueda sino en el sostenimiento de la expresión ¿cómo lograrlo? Aquí adquiere plena lucidez el pensamiento de Henríquez Ureña (1979) con la idea de Utopía, proceso dialéctico que enhebra lo hispanoamericano en un tejido vivo que concentra los afectos, imágenes, sufrimientos, vicisitudes, triunfos y pulsiones que se suscitan en nuestra realidad, haciéndola a la vez una y múltiple, pero ¿qué nos ofrece el presente? Creo que las interpretaciones más pertinentes de nuestra actualidad se encuentran en Escenas de la vida posmoderna de Beatriz Sarlo y Tríptico de la infamia de Pablo Montoya, auténticos contrapesos de la experiencia europea y americana, o ese falso documental sobre Marcelo Chiriboga de Javier Izquierdo. Asoman también Fernanda Trías, Patricio Pron, Heriberto Yépez y muchos otros. Sobre el final de esta mínima digresión se preguntará el lector el porqué del título. Fiel a nuestra voluntad de integración genética, salí a buscar lo que de mí hay en el otro. Decide el lector el balance de esta exploración. Por ahora, Hispanoamérica expecta, tensa las cuerdas de un arpa. Una canción está a punto de surgir. El ensayo vuelve a la vida, diría Lukács. •

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mención

Hispanoamérica: breve recuento A partir de las rápidas muestras de solidaridad provenientes de países hispanoamericanos y España ante la destrucción causada por los sismos de 2017, la autora teje un argumento que la lleva hasta la identidad de nuestros pueblos basada en la lengua común. Mención especial en el Tercer Concurso de Ensayo 17. Iberoamericano para Jóvenes 2017. paulina ibarra

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oy, a 20 de septiembree de 2017, ufrir un México acaba de sufrir terremoto de 7.1 en la escala de Ritcher, treintaa y dos stemente años después del tristemente célebre terremoto dee 1985 y a pocos días de los festejos ces como patrios por la independencia. Tanto entonces o menos ahora, la solidaridad internacional, por lo uras acade palabra, ha sido rápida, e incluso Honduras ba de poner a disposición treinta y seis “elementar asistos de rescate Katrachos USAR para prestar ciales de tencia a México”. Las declaraciones oficiales Colombia, Venezuela, España, Panamá, Bolivia, as en rePerú y Chile, entre otros, fueron difundidas acebook. des sociales populosas como Twitter y Facebook. unicados Lo remarcable aquí no son los comunicados emitidos por las autoridades, algo fácil de hacer desde un ordenador, sino la identidad dee los priaíses de meros en hacerlos. Representantes de países habla hispana, como se ve, y situados casi todos en ar que la el continente americano. Uno podría pensar vecindad geográfica es razón suficiente para dar exicano, semejantes condolencias. Pero el caso mexicano, esado su creo yo, no es fortuito. Quienes han expresado ernantes pésame no han sido, por ejemplo, los gobernantes sar de su de Guyana o de Trinidad y Tobago, a pesar relativa cercanía al territorio afectado, no digaino quiemos el gobierno de los Estados Unidos, sino miento de nes se sintieron impelidos por un sentimiento reciprocidad, aun si fuera sólo de nombre.. elaciones Podríamos hablar extensamente de relaciones ón en un económicas, organizaciones de cooperación as diplomundo globalizado, o simples deferencias cería de máticas. Ninguno de esos aspectos carecería argo, opiimportancia al tratar este tema. Sin embargo, ndo, resno que existen posos de algo más profundo, exicanos tos de un alma subyacente tanto en los mexicanos como en muchos de quienes han rezado por ellos, aunque lo hicieran en una oración que no sobrepasara los ciento cuarenta caracteres.

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¿Dónde habríamos de indagar para toparnos con esa alma? Responder a tal pregunta sería muy valioso en esta época nuestra, llena de contradicciones: por un lado, una globalización cuya potencia va en aumento y, por el otro, setas de nacionalismos que surgen por ahí y allá, sobre todo en el primer mundo. Una respuesta razonable nos ayudaría a constituir un frente unido, a formar un armazón que nos sostuviera en el mundo para sostenernos, a la vez, entre nosotros. La búsqueda de dicha identidad fue emprendida hace bastante tiempo, e incluso ya tiene un nombre. Se llama Hispanoamérica. Para comprenderla es necesario descartar los engranajes que, aunque influyentes, no son determinantes para su conformación. De entre lo que reste podremos ver en dónde hunde sus raíces esta identidad. Hemos de empezar por lo evidente: no podemos hablar de una composición étnica homogénea. Tan sólo en el periodo precolombino tenemos un rico mosaico de pueblos, muy diversos; sólo de ciertos grupos culturales, como los mesoamericanos, puede decirse que poseían un parentesco estrecho. La llegada de europeos, en especial los pertenecientes a la península ibérica (que ya eran de antemano lo que en términos mexicanos se resume como una capirotada), junto con el arribo de esclavos negros, añadió una riada enorme de caudal genético novísimo para los habitantes americanos. Blandir la unión territorial para esta identidad no es suficiente. Bajo esos supuestos, el Viejo Mundo y el Nuevo Mundo, desde el estrecho de Magallanes hasta Manchuria y el Cabo de Nueva Esperanza, serían un todo homogéneo. La cooperación política, menos. El panamericanismo demostró estar pronto bien muerto y enterrado, mientras que la celeridad con que las excolonias declararon su autonomía, incluso unas con respecto a las otras, obscureció las mayores esperanzas. No nos queda más que examinar los factores inmateriales, esto es, la cultura. Y el primero de ellos es la lengua. Cuando me aproximo al imponente edificio de la lengua titubeo sobre si he de entrar o no. Se presentan ante mí numerosas dificultades: las diferencias intrínsecas entre el español y el portugués, así como su presencia —o la de algún dialecto suyo— fuera del continente americano; la riqueza lingüística de las excolonias hispánicas; el desenvolvimiento actual de esas lenguas, con cada vez más préstamos de idiomas foráneos... No es ésta una cuestión menor, puesto que a ella van unidas la literaria y hasta la propia idea de cohesión cultural en Hispanoamérica. Para salvar semejantes obstáculos propongo una solución que podría parecer endeble, pero que tiene algún fundamento. Propongo la esencial identidad entre las lenguas española y portuguesa. Es verdad que son lenguas diferentes, con fonología y vocabulario propios. Sin embargo, durante largo tiempo poseyeron una historia común en el sentido de que se desarrollaron en el mismo contexto. Ambas son hijas del latín, de él elaboraron su sintaxis en formas similares; los arabismos injertados en ellas son numerosos debido al largo tiempo pasado bajo el dominio musulmán. A la égida de esa identidad se pone de manifiesto la unidad no sólo de las expresiones artísticas, sino de la misma cultura que llamamos hispanoamericana. Porque si hemos de creer a Boas y a Sapir, una lengua es una visión de mundo, una forma de aprehender y organizar la realidad que además condiciona nuestra mente. Siguiendo esta hipótesis, por muchos localismos —o corrupciones, según se vea— que un idioma experimente, mientras no se convierta en otra cosa proporcionará a sus hablantes un cierto lente para mirar a su alrededor, por muy lejos que se encuentren entre sí. La lengua se enriqueció, naturalmente, con las adquisiciones de los códigos indígenas: maíz, canoa, piragua, cacao. También amplió semánticamente o cambió el alcance de algunas palabras, como estancia. Pero ni la sintaxis ni el vocabulario básico se volvieron otros, indicio éste de lo que ocurrió con la cultura hispánica en general: adaptación al medio sin metamorfosis espectaculares. Dice Henríquez Ureña que los conquistadores y exploradores, al adentrarse en el Nuevo Mundo, se vieron transformados en hombres nuevos también. El cambio de estatus social, de la nobleza de sangre a la posesión de riquezas, parece confirmarlo, junto con otros pequeños e innumerables detalles. Sin embargo, sobre todo al principio, la forma en que interpretaban sus experiencias en ese entorno desconocido se remitía siempre a sus conocimientos previos. Colón refiere en sus cartas que había vis-

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“Es innegable que los pueblos indígenas, al contacto con los europeos […] sufrieron un golpe del que ya no pudieron recuperarse. […] Sin embargo, de aquella matanza surgió, ahora sí, un Nuevo Mundo, cosa no infrecuente en la historia antigua.”

to a las sirenas (las confundió con manatíes), o que los naturales le hablaban de las fantasías de Marco Polo: hombres con cara de perro o con cola. Pensemos, por ejemplo, en la propia empresa de conquista. España acababa de derribar el último bastión musulmán, Granada, pero el espíritu de combate de los españoles no había desaparecido, y encontró un cauce de salida perfecto al toparse con un montón de individuos que pronunciaban palabras incomprensibles, que adoraban dioses cuyo aspecto debió parecerles repulsivo, y que practicaban rituales escandalosos. Después de todo, ¿no era el mandato de Dios extender el Evangelio por todos los rincones del mundo? La cruzada se renovó volcándose hacia los naturales, y el cristianismo acabó por convertirse en la columna vertebral de las colonias. La religiosidad misma se vio transformada. Recibió muchas formas de piedad procedentes de las viejas creencias, así como el influjo piadoso de por sí de los pueblos nativos, pero las cosas no podían volver a ser las mismas. Los propios oficios divinos de los recién llegados se distanciaban radicalmente de los prehispánicos, puesto que se efectuaban en latín, inaccesible hasta para un buen número de los conquistadores; los textos sagrados provenían de la cultura semita, con sus códigos específicos e ignorada por los indígenas; se requirieron grandes esfuerzos para trasladar esas ideas y símbolos de la manera más fiel posible a la visión de los vencidos. De la mano de la religión vinieron otras transformaciones no menos importantes, como la introducción de métodos artísticos nuevos en las colonias, usados ad maiorem Dei gloriam y con sus propias reglas estéticas. La introducción de instrumentos y ritmos en el monótono panorama musical prehispánico, basado casi en exclusiva en percusiones e instrumentos de viento (¿qué dirían los antiguos eslavos al ver que los huicholes ejecutan el violín?), es una muestra valedera. De todos modos, esas artes nuevas no podían permanecer ajenas a la influencia indígena. En muchas ocasiones el “agente manual” de una obra era un indígena, que trabajaba bajo la dirección de un europeo, y en más de una ocasión se las arreglaba para infiltrar elementos de su cosecha: así nacieron la loza poblana y el churrigueresco. O el propio europeo modificaba sus técnicas para dar a entender con sencillez y cercanía el mensaje divino. La forma de gobierno instituida no era más que una prolongación del sistema hispano, y hasta se ha llegado a escribir que el feudalismo encontró en estos lares su último aliento vital antes de extinguirse. No deben excluirse de dicho sistema los aparentemente nuevos fenómenos, pero habría que matizarlos: las encomiendas en más de una ocasión parecen un feudo disfrazado. En resumidas cuentas, la visión del mundo de los conquistadores hubo de ajustarse, quisiérase o no, a los nuevos tiempos y circunstancias, aunque permaneció fiel a sí misma. Y no sólo una visión de mundo fue la que nos trajeron los conquistadores, también nos trajeron un sistema de creación literaria. Con el español vinieron los octosílabos y los romances, padres de muchos de nuestros géneros de canción popular; el teatro de evangelización que aún sobrevive en forma de pastorelas, la oratoria sagrada, el soneto italiano o las odas. Incluso algunos temas de esos géneros encontraron aquí continuación: en la época de la Colonia un indígena llegó a declamar un poema de la derrota de Roncesvalles. A partir de entonces y aun después de nuestra emancipación, la mirada americana se dirigió hacia los modelos europeos. Es verdad que, conforme pasaron los años, los temas indígenas y las

reflexiones sobre ellos aumentaron. No obstante, rara vez se recurrió a las lenguas nativas porque hacerlo implicaba una reducción drástica de público. Por otro lado, tampoco las formas autóctonas volvieron a emplearse, salvo en contadísimas excepciones: ya no se escriben “cantos floridos”, ni se sigue la técnica teatral nahua en la mayoría del teatro mexicano. Es significativo que la declaración de nuestra independencia intelectual (según Henríquez Ureña), que apelaba a la elaboración de una expresión propia, las Silvas americanas de Andrés Bello, fueran compuestas como odas, es decir, con un esquema poético importado que ni siquiera es español. Estábamos divididos —y aún lo estamos— en reafirmar la identidad americana o tratar de imitar a las potencias europeas. Después de todo, quienes llevaban la voz cantante en aquella época eran ellas, y Estados Unidos cobraba fuerza a pasos agigantados. Si se quería ser alguien en el mundo había que emularlas. Éste fue otro importante motivo para no escribir en maya o en náhuatl, en mapuche o en otras lenguas indígenas. Nos encontramos, pues, en una situación peculiar. Nuestra unidad nos viene dada por una forma de vivir y de aprehender lo exterior que no nació aquí. Por esta razón, muchos americanos se posicionaron contra lo español y lo portugués. Nos impusieron su forma de vida, que nadie pidió, a través de la sangre y la violencia. Y así acabaron proponiendo denominaciones distintas al Descubrimiento de América (“el Desastre” por Leopoldo Zea) y un alejamiento de la cultura occidental, a la que no pertenecíamos por nuestra sangre indígena, sentando precedente para lo que luego dijo Samuel Huntington en su conocido libro Choque de civilizaciones: que no pertenecemos a la cultura occidental. No comparto semejante pesimismo. Es innegable que los pueblos indígenas, al contacto con los europeos (aunque luego los mestizos tuvieron una amplia participación en el asunto), sufrieron un golpe del que ya no pudieron recuperarse. Quienes no murieron por la espada sucumbieron por las epidemias, y aun hubo casos de infantes abortados para que no creciesen bajo el yugo extranjero. Su participación en la vida pública se redujo prácticamente a la nada; se vieron arrumbados en numerosas ocasiones y olvidados por los posteriores gobiernos de “orden y progreso”. Sin embargo, de aquella matanza surgió, ahora sí, un Nuevo Mundo, cosa no infrecuente en la historia antigua. Un Nuevo Mundo que se vio aquejado en su nacimiento por cosas horribles que a más de uno llenarían de espanto, por no hablar de las sumarias injusticias que se cometieron. A pesar de todo, el recién nacido no resultó ser del todo malo. Tuvo, por ejemplo, la gloria de tener la primera universidad americana. De hecho, se convirtió en un mundo deseado para una población europea deseosa de aventura y riqueza: las Indias Occidentales eran una tierra de ensueño, de prosperidad, una cornucopia que derramaba sus bienes sin demasiado esfuerzo. La lengua fue uno de sus principales tesoros: se nos arrebataron las lenguas náhuatl y quiché, pero se nos dio a cambio la española y la portuguesa, cuya condición de dominadoras no les rebaja su dignidad literaria ni su capacidad expresiva. Ahora tenemos escritores de renombre en todo el mundo. Pedro Páramo ha sido traducido a más de treinta idiomas, García Márquez y Vargas Llosa ganaron sendos premios Nobel. La marea americana se vuelve en reflujo hacia la península, como ya lo había hecho en otros tiempos. Y esas obras y creadores de los que nos sentimos tan orgullosos se expresaron en lenguas hispánicas, no porque fueran ingratos con su pasado, sino porque ésos eran sus idiomas maternos. Incluso algunos de ellos han residido o residen en otros países hispanoamericanos y europeos, señal de que nuestras lenguas son un poderoso vínculo de unión entre sus hablantes. Si miembros de las excolonias británicas como T. S. Eliot ponían muy en alto su herencia inglesa, ¿por qué nosotros no habríamos de hacer lo mismo con la nuestra? No se trata de una relegación de los otros ingredientes de nuestra receta, se trata de una simple y llana reconciliación, de aceptar que una buena porción de nuestra sangre nos vino sin nuestro consentimiento expreso, y que quien renuncie a ella renuncia a sí mismo. En esto no somos diferentes a muchos otros pueblos, conformados por sus dominadores o invasores muy a su pesar, contra su voluntad. Señalemos las culpas, preservemos los tesoros. Pues lo que nos sucedió es también y a fin de cuentas la historia de la humanidad. •

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Para curar el mal de ojo intelectual El ojo que tú ves no es ojo porque lo veas, es ojo porque te ve, escribió famosamente el poeta Antonio Machado. He aquí un libro que desarrolla esta cápsula de sabiduría desde la óptica de las ciencias sociales: Ver con los otros. Comunicación intercultural, de Jesús Martín Barbero y Sarah Corona Berkin. josé manuel valenzuela arce

Ver con los otros Comunicación intercultural jesús martínbarbero y sarah corona berkin comunicación 1ª ed., 2017, 151 pp.

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l presente título resultará de gran interés para cualquier persona con sensibilidad e interés en los temas sociales, culturales y humanidades. Se trata de una obra reflexiva, lograda gracias al afortunado cruce de caminos que devino amistad y complicidad intelectual entre sus autores, Jesús Martín Barbero y Sarah Corona Berkin. Cuatro décadas después, esta encrucijada de perspectivas y trayectorias resulta en una obra importante y una plataforma crítica sobre “la hegemonía de Occidente sobre los modos de ver a través tanto de su ciencia convertida en modo de conocer-controlar como de su tecnología —fotografía, cine, televisión, video—, convertida en un modo de ver-integrar a las demás culturas”. Los referentes de esta reflexión son la construcción sociocultural de la imagen, las i lid d y los l modos d d visualidades de ver. Barbero y Corona construyen una propuesta intercultural elaborada con la gente, evidenciando el lugar desde el cual miran y pretenden ser vistos, así como los marcos teóricos desde los cuales (re)construyen su interpretación. Vigilancia epistémica y doble hermenéutica enmarcan el entramado dialógico de este libro construido con experiencias de investigación resignificadas en la horizontalidad, anécdotas que marcan las biografías intelectuales, discusiones teóricas y una acendrada convicción de que se investiga con solvencia e imaginación para prefigurar un mundo mejor. Para ello se requiere que todas y todos participen en la definición de ese complejo entramado dialógico que define lo que he llamado la condición emtic, donde se vulneran y desdibujan las fronteras entre lo etic y lo emic, el adentro y el afuera, el investigador que investiga y el objeto de estudio, el yo normalizado y el otro exótico, el conocimiento legitimado y los saberes desvalorizados (El Sistema es antinosotros. Cultura, movimientos y resistencias juveniles, José Manuel Valenzuela, Coord., Gedisa/uam/Colef, 2015).

Los tema temas definidos d fi por los autores surgen de la interrogación sobre los factores que afectan y definen las imágenes que tenemos y reproducimos y sobre el tipo de comunicación que podemos tener con culturas y grupos diferentes. Para ello escudriñan la las perspectivas académicas afectada afectadas por el mal de ojo, un mal incubado en prejuicios que impiden reconocer reconoce y reconocerse en los otros, los pobres, la prole, los nacos, los indígenas, los sectores populares. Como señalan los autores, el mal de ojo, en sus diversas versiones, es una expresión de poder y “una metáfora de la mirada que excluye e invisibiliza”. El libro se compone de tres capítulos que presentan las trayectorias, lecturas, y experiencias que permitieron a los autores redirigir la mirada y sus lugares de interpelación para lograr ver con los otros, modificar sus propias propuestas teóricas y metodológicas y redefinir los j tifi á ti mojones que id identifican prácticas investigativas desde imágenes y perspectivas incluyentes, dialógicas, horizontales. Ver con los otros es una obra que nos invita a desestructurar y reestructurar nuestro ser con las y los otros, a sentir(nos) y explicar(nos) con ellos, a (re)crear nuestras miradas desde las y los otros que también nos miran, a descolocar nuestros lugares habituales de observación e interpretación junto a aquellos que nos observan y nos interpretan, a ser tocados por ellos, a recolocar los múltiples sentidos desde los cuales nos nombran y se (re)significan cuando los nombramos. Nosotros somos ellos y ellos nos cargan de sentido invitándonos a compartir la mirada. Barbero y Corona nos invitan a desanclarnos para reinventar las imágenes, la mirada y los modos de percepción; nos invitan a conjurar el mal de ojo mediante lo que Barbero define como la transformación de los modos de percepción, mutación construida a través de escalofríos visuales y epistemológicos. En esta apuesta intelectual y emocional se analizan las mediaciones de los medios y se discuten los cambios en las interpretaciones sobre el cine, la televisión, la infancia y el

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“Los colores se aprenden con su significado social. Entre los huicholes se prefieren los colores más brillantes quizá porque son los que más se parecen a la visión con peyote… El ver para los huicholes tiene una relevancia fundamental para conocer. A los niños o adultos que por primera vez viajan al mar y lo “van a conocer” se les vendan los ojos y se les descubren hasta que están en la playa, frente a la inmensidad del Pacífico.”

juego, la radio y las telenovelas, donde, más allá del medio de que se trate, Barbero destaca que lo que ahí ocurre ayuda a las personas a contar su propia vida. Por su parte, Corona orienta su experiencia y trayectoria de investigación al encuentro con el otro y a la búsqueda de otras formas de comunicación a partir de su trabajo sobre el juego televisivo, la reciprocidad con el otro y el encuentro con el otro en la escritura y la oralidad, experiencias que la llevan a concluir que “todo proceso comunicativo implica una forma de traducción de los marcos de referencia a los del otro.” Las agendas investigativas aquí propuestas son construcciones situadas y procesuales en las que el diálogo define y es definido desde la horizontalidad del proceso. Ésta es la base de su propuesta de comunicación intercultural con los otros, cuya posibilidad se encuentra condicionada a que dicha comunicación sea política, “es decir, como una empresa de reconocimiento del otro como él desea ser concebido en el espacio público, de escucha horizontal y de construcción de diálogo en su aspecto más fértil: el mestizaje”. La propuesta conceptual de Corona incluye términos fértiles y sugerentes como el conflicto fundador, la autonomía de la propia mirada, la igualdad discursiva y la autoría entre voces. Corona discute desde ámbitos de diversidad cultural la producción y consumo de imágenes asumidos en los postulados teóricos sobre mirar, recordar y fragmentar, utilizados en los análisis de fotografía y cine, y lo hace confrontándolos con su propio trabajo de investigación en las comunidades wixárikas de Nayarit y Jalisco. Tras recuperar las imágenes fotográficas tomadas por los propios huicholes y sus interpretaciones de las fotos que ellas y ellos tomaron, Corona destaca: “La publicidad nos ha hecho expertos en comprender

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ojos sin cara, piernas sin cuerpo, volantes sin coches, hasta marcas y sus logos sin objetos. Los telones fotográficos que proporcionaban sueños y fantasías en las fotos de estudio son ahora desmodados. Lo que dice el retrato se limita al rostro y al gesto de la persona y se expone poco del contexto. La página de sociales de los periódicos o el Facebook lo demuestran. Pero en la mirada no disciplinada por la imagen la fotografía registra todos los elementos posibles”. Estos elementos posibles se alejan de la imagen fragmentada y de los marcos dominantes, legitimados y normalizados que encuadran la mirada en las sociedades occidentales, optando por la incorporación amplia de elementos contextuales, no considerados como periféricos, sino como constitutivos de la identidad, no sólo de los huicholes, sino de muchos pueblos y grupos originarios. Los encuadres delineados por Corona definen la forma de ver, pues a través de la mirada se construyen los colores que pintan el mundo. La autora alude a esta relación cuando señala: “Los colores se aprenden con su significado social. Entre los huicholes se prefieren los colores más brillantes quizá porque son los que más se parecen a la visión con peyote… El ver para los huicholes tiene una relevancia fundamental para conocer. A los niños o adultos que por primera vez viajan al mar y lo “van a conocer” se les vendan los ojos y se les descubren hasta que están en la playa, frente a la inmensidad del Pacífico”. Esta información me remite a una experiencia que tuve hace ya algunos ayeres y que ahora incorporo para ilustrar la posición de la autora: En octubre de 1994, desde la Coordinación Regional Norte de Culturas Populares, organizamos con los grupos yumanos de Baja California (kiliwuas, k’miai, paipai y cucapá), el encuentro Auca Maj kuar kuar (buenos días o buenas tardes, vamos a platicar), donde participaron miembros de todos los grupos indígenas de ambos lados de la frontera México-Estados Unidos. Encuentro de culturas, sentires, lenguas, voces y miradas. Desde cumbres y barrancas de la Sierra Madre Occidental viajaron mujeres y hombres rarámuris, personas que nunca habían salido de sus lugares de origen, pueblos y rancherías en los municipios chihuahuenses de Balleza, Batopilas, Bocoyna, Carichí, Chínipas, Guachochi, Guadalupe y Calvo Guazapares, Maguarichi, Morelos, Moris, Nonoava, Ocampo, Temósachi, Urique y Uruachi. Tras un largo camino de varios días llegaron de noche al pueblo mágico de Tecate, Baja California, ciudad sede del encuentro. Entonces fui informado que las mujeres rarámuris solicitaban ser llevadas a conocer el mar. Les informamos que Tecate no tiene playa, pero insistieron y argumentaron que ellas nunca habían salido de sus comunidades ni habían visto el mar y sabían

que cerca de donde estábamos había uno. Ante semejante argumento nos movilizamos y conseguimos un camión que las llevó esa misma noche a Rosarito, Baja California, para que conocieran el Océano Pacífico. Al día siguiente por la mañana, las mujeres contaban profundamente impresionadas los colores que observaron, colores vivos e intensos definidos desde otros marcos culturales y desde otras formas de mirar y hablaban de los diversos tonos del mar. Tras escucharlas, un atisbo de memoria me permitió reconocer que alguna vez, en mi infancia, pude percibir esos matices pero los había olvidado, incorporé nuevos encuadres a mi forma de observar o, simplemente, dejé de mirarlos. Las mujeres dijeron que pasaron toda la noche acompañando al mar y decían emocionadas: “Nosotros perseguíamos al mar y el mar nos perseguía a nosotros, y nosotros perseguíamos al mar y el mar nos perseguía a nosotros, y nosotros perseguíamos al mar y el mar nos perseguía a nosotros y, ¿sabe qué?, el mar nunca se cansa”. Desde entonces agudizo la mirada tratando de recuperar las estridentes policromías del mar que conocí en mi infancia e imagino las narraciones que seguramente marcaron la memoria rarámuri a partir de la voz y el testimonio de las mujeres que reiteradamente cuentan con brillo en sus miradas la inolvidable experiencia del día en que conocieron el mar. Barbero y Corona presentan los riesgos, trampas y peligros del trabajo investigativo y las apuestas metodológicas, y alertan sobre las celadas políticas, recuperando a Rancière, quien distingue las políticas que buscan reproducir el orden social desigual y las políticas emancipatorias. En este punto, los autores definen su posición conformada desde la búsqueda de “mejores formas de vivir juntos a partir de la expresión de la diversidad en términos de igualdad”. También alertan sobre los ardides epistémicos, asumiendo una perspectiva que no sólo reflexiona sobre el conocimiento generado, sino también sobre el proceso crítico de construcción de ese conocimiento. Finalmente,

exponen las trampas de la práctica investigativa, donde cuestionan la relación sujeto-objeto o sujeto que investiga y sujeto investigado. Frente a estas relaciones asimétricas y desiguales proponen trabajar en diálogo horizontal, donde ambas partes de la relación investigan y son investigados. En esta relación se produce conocimiento común. Corona lo expresa a partir de su experiencia de trabajo con los pueblos wixárika dentro y fuera de sus comunidades: “Aprendí que ver con el otro significa reconocer una distancia entre algo que ellos saben y yo no entiendo”. Luego añade sus implicaciones: “Escuchar, ver al otro, inclusive ser empático, si no me desestabiliza, no me transforma; mi conocimiento no deja de ser iterativo de lo mío. Ver con los otros, entender con los otros, exige dejarse tocar por los otros; cuando nuestra visión ha cambiado, significa nunca más ver lo mismo”. Ver con los otros y ser tocado por los otros, desde esta perspectiva, conlleva un posicionamiento explícito desde el cual se redefinen los significados de ver, sentir, construir, entender y explicar: “Ser tocado significa ser estremecido, sufrir un escalofrío, ser arrastrado por el otro a su lado. La experiencia de estar del otro lado no es posible sin el otro. Ver con él, entender con él, construir con él… Ver con los otros tiene que ver con sentir y también con explicar”. Ver con los otros. Comunicación intercultural es un libro potente que abre nuevos caminos en los debates académicos preocupados por el papel de la academia en la (re) producción del orden colonial y la desigualdad social. También apuesta por una investigación crítica que se proponga transformar el mundo en conjunto con aquellas y aquellos que son subalternizados en el proceso de investigación e invisibilizados desde una supuesta condición de objetos o meros transmisores de conocimiento, quienes, desde la propuesta de investigación horizontal aquí presentada devienen productores de conocimiento que prefigura mundos en los cuales de verdad se incorporen los problemas, preocupaciones, saberes y sentires de los otros, complicidad que permitirá entender que, más allá de los juegos periféricos de poder en los que participamos, en los entramados socioculturales que definen la condición humana, nosotros somos los otros y los otros somos nosotros mismos. •

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Popol Vuh al japonés Relato de las vicisitudes de la traducción del libro sagrado de los mayas al japonés por el omático Eikichi erudito y diplomático Hayashiya. El fce se honra al publicar esta edición bilingüe a casi 50 años de terminada rsión. su primera versión. alejo ebergenyi

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ikichi Hayashiya fue un diplomático japonés que estuvo dos veces en México y llegó a ser embajador de su país en Bolivia y España. Recibió la Orden del Águila Azteca en grado de Gran Oficial en 1975, y la Orden del Quetzal de Guatemala en grado de Gran Cruz en 2011. Originario de Kioto, su familia se dedicaba al cultivo de la hoja de té verde. Hoy en día, si uno pasea por el barrio de Omotesando, o por el centro comercial Tokyo Midtown, puede encontrar algunas cafeterías elegantes llamadas Hayashiya que sirven un exquisito té verde y postres con helado de matchá. Ellas pertenecen a parientes de Eikichi. Eikichi se inclinó desde muy joven por las letras, en particular por las hispanas. Tras graduarse de la licenciatura en Osaka se embarcó para estudiar tres años en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Salamanca. Ahí le dio clases un profesor alemán que le abrió los ojos al mundo de las culturas antiguas de Mesoamérica y a los libros de Bartolomé de las Casas y las crónicas de los conquistadores. Eran los años de 1941 a 1944, en plena Guerra Mundial, y a los alumnos del internado no se les permitía salir de España, pero el joven Eikichi tuvo suerte y fue contratado por la embajada japonesa en Madrid. Así pues, sin ser miembro de carrera del servicio diplomático comenzó a traducir las Relaciones y cartas de Cristóbal Colón y colaboró con Iwanami Shoten en la edición de una colección de libros de ese periodo histórico. El propósito de Hayashiya, según él mismo me contó mientras almorzábamos en el restaurante chino Jukei-hanten, cerca de su casa, porque se le dificultaba caminar, era desmitificar la idea de una influencia nociva de España en México. “Las lenguas son liberadoras en muchos sentidos” —decía—, “y no todo fue malo.” Tras la derrota de Japón en la guerra, Eikichi regresó a su país a trabajar en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Se casó con Sonoko, quien había vivido casi toda su vida en Inglaterra y que sirvió como intérprete en el ministerio durante la ocupación norteamericana de Japón.

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Fueron los meses en que estuvo allá también el segundo secretario Octavio Paz, quien se hospedaba en el Hotel Imperial de Ginza porque el edificio de la embajada mexicana no podía ser localizado entre los escombros de la guerra. Pero Paz y Hayashiya no se conocieron en esos cinco meses de 1952. Su encuentro ocurrió hasta 1953, cuando una vez terminada la ocupación, Hayashiya fue enviado a México como agregado cultural. Los presentaron en la cancillería mexicana. De su amistad nacería la traducción al español de Sendas de Oku, de Matsuo Basho, y el Convenio de Cooperación Cultural México-Japón de 1954, negociado en la víspera de la visita a México del Ministro Katsuo Okazaki. De la amistad de Hayashiya con Paz y con otras personalidades importantes como Diego Rivera surgió también la gran exposición de México en el Museo Nacional de Historia de Tokio, con importantes obras de muralismo, artes populares y arqueología, organizada por el periódico Yomiuri en 1955. En su “Nota del traductor” al Popol Vuh, Hayashiya cuenta que en un viaje a Guatemala en 1952 encontró por primera vez la obra en la tienda de un museo de sitio. Maravillado, decidió traducir algunos fragmentos para publicarlos en revistas japonesas, pero el profesor Ishida de la Universidad de Tokio lo convenció de emprender la traducción completa a partir de la versión de Adrián Recinos publicada por el Fondo de Cultura Económica en 1947. Cuenta también que tras su regreso a Tokio en 1955, y estando inmerso en la traducción de la obra, entabló contacto con el mismo Recinos, quien ya había sido canciller de Guatemala. Uno sólo puede imaginar el conflicto de interés que representaba para Hayashiya su acceso a este tipo de contactos en un mundo donde ser funcionario de mediano rango de la cancillería japonesa significaba más que nada acatar órdenes, no promover proyectos personales. Tuve la fortuna de conocer al embajador Hayashiya y escuchar estas anécdotas de su propia voz en múltiples ocasiones. Entre mayo de 2007, cuando llegué a Tokio, y abril de 2016, cuando Hayashiya falleció, nos reunimos unas treinta o cuarenta veces. En esas ocasiones,

usualmente en su biblioteca —en una casa pequeña de dos plantas en Nishi Azabu— la señora Sonoko me recibía con el cariño de una madre y subía unas empinadas escaleras, sujetando como malabarista una taza de té y un platillo de postre, usando unas pantuflas que parecía que en cualquier momento se iban a quedar atoradas en las escaleras, y el embajador sacaba reliquias de sus archivos, siempre bien ordenados y rotulados, y me mostraba tesoros como la carta que Yukio Mishima le envió junto con la reseña que éste publicó en la revista Asahi Journal en 1961, reproducida en la presente edición. Siendo ya Mishima una figura muy connotada, su recomendación fue el elemento decisivo para que la editorial Chuo Koron se decidiera a publicar la obra. De manera que México le debe a Hayashiya y a Mishima que en Japón se admire tanto a nuestras civilizaciones antiguas. Y no como reliquias arqueológicas, sino como algo vivo. Quizás esto se deba a que en Japón los edificios, los documentos, las casas de madera, los vestidos, las obras de arte y otros elementos de la vida cotidiana de periodos tan antiguos como el Nara, más o menos contemporáneo de Teotihuacán, se mantienen en perfecto estado de conservación. Y por ello en la escala de tiempo de la civilización japonesa, y pese a la conquista española, que se ve allá como una breve interrupción, el Popol Vuh y nuestra cosmovisión antigua se pueden ver como una continuidad no tan lejana. Referiré ahora algunos detalles sobre las ilustraciones que acompañan la presente edición. Cuando Hayashiya conoció a Diego Rivera y le contó que estaba en proceso de traducción del Popol Vuh, éste le dijo que tenía 21 acuarelas que le gustaría prestarle para ilustrar su publicación. Son las mismas acuarelas que se acaban de exponer en la exposición Picasso-Rivera del Palacio de Bellas Artes que cerró el 10 de septiembre de 2017. Pero Hayashiya tardaría otros cinco años en completar su traducción, y cuando quiso utilizarlas ya no pudo dar con ellas. No fue sino hasta que llegó a México por segunda vez, en 1968, cuando su amiga Carmen Barreda, hermana de Lupe Marín, le comentó que había encontrado las acuarelas en una subasta y las había adquirido ahora

di ego r i ve r a

como directora del Museo de Arte Moderno. ilus A pesar de las ilustraciones de Rivera y de la recomend recomendación de Mishima, ninguna editoria editorial japonesa se decidió a publicar la vversión bilingüe. Para eso tuvieron qu que pasar casi 50 años. La carta del ent entonces director del Fondo de Cultura Económica, Arnaldo Orfila, a Hayas Hayashiya, en 1958, d esta casa deja claro el interés de editorial de realizar u una coedición México-Japón. El pro problema que descubrimos en 2007 fu fue que al acoplar los textos en una edic edición bilingüe surgieron muchas inc inconsistencias, y había fragmentos de la obra original d Adrián Reciy de la introducción de nos que no estaban tr traducidos. Erudito y hablante de un español perfecto, Hayashiya n nunca dejó de tener un gran sentido del humor. Decanciller no lo querían cía que en la cancillería pr y que criticaban su protagonismo. d Estando en México desarrolló una amistad personal con el entonces Eche presidente Luis Echeverría. El hijo Secreta de Gobernadel entonces Secretario es ción se había ido a estudiar a Keio, y frecuentaba la bibliot biblioteca de la embajada donde trabajaba Hayashiya. A s través de su hijo, el secretario invitó a Hayashiya a comer, y comenzaron a fraguar lo que después fue el primer viaje de intercambios estudiantiles México-Japón, que continúa hasta hoy en la forma del convenio jicaConacyt, y que al principio proyectaba traer a 3000 estudiantes al año. Otra anécdota curiosa fue que estando Hayashiya en Argentina en 1962, fue llamado por la Agencia Imperial de Japón a través de un señor de nombre Yabu. Resultó que la edición japonesa del Popol Vuh se había agotado y quien solicitaba a Hayashiya era nada menos que la princesa Michiko, entonces esposa del príncipe heredero Akihito. Sólo podemos imaginar la cara de Hayashiya cuando, a sus 42 años, fue invitado por la actual emperatriz de Japón a una recepción en la que, por más que intentó pasar desapercibido, ella lo buscó para felicitarlo por su obra. En este interés quizás influyó el hecho de que Yukio Mishima fuera importante para la princesa en ese entonces, pero lo que es indudable es que la traducción del Popol Vuh abrió los ojos de la familia imperial japonesa hacia Guatemala y México, y motivó la visita de los príncipes a ambos países en 1964. Como funcionario de la embajada de México en Japón, yo mismo pude constatar el interés que este tema despierta hasta el día de hoy en la pareja imperial. En una carta fechada en 1971, y cuya copia Hayashiya me regaló, Carmen Barreda le notifica que tiene la autorización de Bellas Artes para publicar las ilustraciones de Diego Rivera y añade: “Sólo me resta esperar y desear que esta segunda edición que usted publicará próximamente en el Japón, pudiera hacerse no solamente en su idioma, sino también en castellano, ya que esto significaría un gran éxito en la literatura y el arte de nuestro país y de todos los de habla española”. Esta nueva edición representa la culminación de aquella vieja promesa. •

Transcripción de las palabras de Alejandro Basáñez, agregado cultural de la embajada de México en Japón, en su presentación el 13 de septiembre de 2017 en el Museo Franz Mayer, en el marco del 120 aniversario de la migración japonesa a México.

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adelanto

Del presidencialismo metaconstitucional a la multiplicidad de autonomías La transición a la democracia en México ha traído una notable transformación del Poder Ejecutivo: de un poder dominante a uno acotado por el resto de los poderes y una diversidad de agencias autónomas. El libro El Poder Ejecutivo en la Constitución mexicana. Del metaconstitucionalismo a la constelación de autonomías busca trazar esta evolución. Presentamos un adelanto. pedro salazar ugarte

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sta obra persigue dos objetivos distintos pero complementarios. Por un lado, busca reconstruir, a partir de un marco teórico que identifica la función del Poder Ejecutivo en los regímenes presidenciales, el origen constitucional del presidencialismo mexicano. Por otro, pretende analizar la manera en la que éste ha evolucionado, haciendo hincapié en el paulatino acotamiento del poder presidencial. Para lograr el primer objetivo, además de algunas referencias al pensamiento de teóricos del derecho y de la política de estirpe clásica, se han identificado tesis de pensadores y actores políticos mexicanos que ayudan a comprender la razón por la cual se optó por el régimen presidencial en la Constitución de 1917 y cuáles fueron las características normativas primigenias en aquel texto constitucional. Para alcanzar el segundo propósito, se retoma la idea de las “facultades metaconstitucionales” de la presidencia mexicana —acuñada por el jurista Jorge Carpizo— y se contrasta, de manera amplia y general, con los cambios jurídicos y políticos que vivió el país en los primeros años de vigencia de la Constitución. Además, se efectúa un estudio en tres dimensiones principales: a partir de la transformación política que experimentó México a lo largo de por lo menos dos décadas y que dio lugar a lo que se conoce como “transición democrática”, de la descripción de algunas de las reformas más relevantes al título correspondiente del texto constitucional y de la reconstrucción del proceso y significado de los llamados órganos constitucionales autónomos. Con esta estrategia —al menos desde mi punto de vista— es posible dar cuenta de la relevancia política y jurídica que, desde la aprobación

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de la Constitución, se ha brindado al Poder Ejecutivo —al presidente de los Estados Unidos Mexicanos— y, al mismo tiempo, se muestra de qué manera sus poderes políticos y jurídicos han disminuido. Esta transformación no ha tenido lugar de manera aislada y sólo se comprende a cabalidad si se observan otras transformaciones institucionales en el México contemporáneo —algunas de las cuáles han alterado también de manera sensible a los poderes Legislativo y Judicial—. No obstante, este trabajo se limitará a analizar de manera concreta y específica el Poder Ejecutivo. Por lo mismo, salvo algunas digresiones menores, no se analiza el complejo mecanismo de la división (ni de la separación) de los poderes en México, ni se pondera de manera profunda el proceso de cambio político en el país. Es mi deseo —y mi deber— agradecer a José Carreño Carlón y a José Ramón Cossío por invitarme a participar en esta importante serie. Gracias a ella he podido profundizar mis conocimientos sobre el Poder Ejecutivo y, simultáneamente, publicar este trabajo en un conjunto de obras escritas por distinguidos y apreciados colegas. Es para mí un honor que mi nombre se encuentre a lado suyo. Asimismo, agradezco a quienes me han auxiliado en la búsqueda y sistematización de los materiales que han servido de base a este trabajo. A Samuel González y Diana Ávila quienes me ayudaron en una primera etapa de búsqueda bibliográfica y, en particular, a Carlos Alonso, quien me auxilió en la recopilación de datos sobre los órganos constitucionales autónomos, las reformas constitucionales al Capítulo Tercero del Título Tercero de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y, sobre todo, en la elaboración de los cuadros insertos en este trabajo. Finalmente a Mayra Ortiz Ocaña, quien realizó la revisión final del texto.

El Poder Ejecutivo en la teoría de las formas de gobierno En la modernidad ganó fuerza la tesis de que el Estado ejerce fundamentalmente tres tipos de funciones: legislativa, ejecutiva y judicial y, a partir de esta tesis, los Estados constitucionales han asignado estas funciones de manera especializada —aunque no exclusiva— a tres ramas institucionales diferenciadas que llamamos Poder Legislativo, Poder Ejecutivo y Poder Judicial. La forma en la que se integran y funcionan esos poderes varía de manera más o menos significativa entre los diferentes Estados pero, en términos generales, decimos que al Poder Ejecutivo le corresponde la administración de los asuntos y bienes públicos de un país determinado. Por eso algunos autores lo identifican simple y llanamente con la “administración pública” aunque en realidad, el Poder Ejecutivo —en particular cuando se trata de regímenes presidenciales— también suele ejercer algunas funciones políticas (por ejemplo, cuando funge como jefe de Estado, en el ámbito internacional) y facultades reglamentarias. En efecto, la función ejecutiva suele estar en manos de una jefatura de Gobierno y una jefatura de Estado que, dependiendo de los diferentes regímenes políticos y arreglos institucionales, pueden quedar a cargo de una, dos o más personas. Por esta razón, conviene distinguir entre la función ejecutiva y el órgano que la ejerce. Esa función puede estar concentrada en las manos de un solo sujeto, el presidente de la República, o puede estar dispersa entre varios órganos, incluso de naturaleza legislativa, como sucede en los regímenes parlamentarios. En sus versiones primigenias, estrechamente vinculadas con el surgimiento del pensamiento liberalpolítico, las tesis orientadas a la separación del poder otorgaban al Poder Legislativo un lugar prioritario sobre los poderes Ejecutivo y Judi-

cial. Basta recordar la obra de John Locke para confirmarlo. Veamos algunas palabras emblemáticas de este autor contenidas en dos párrafos del Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil: 150. En todos los casos en que el gobierno subsistiere, el legislativo será el supremo poder. Porque quien a otro pudiere dar leyes le será obligadamente superior; y puesto que el legislativo sólo es tal por el derecho que le asiste de hacer leyes para todas las partes y todos los miembros de la sociedad, prescribiendo normas para sus acciones, y otorgando poder de ejecución si tales normas fueren transgredidas, fuerza será que el legislativo sea supremo, y todos los demás poderes en cualesquiera miembros o partes de la sociedad, de él derivados y subordinados suyos. 152. El poder ejecutivo dondequiera que residiere, salvo si es en la persona que tiene también participación en el poder legislativo, será visiblemente subordinado de éste y ante él responsable.1

Como puede observarse, se sostiene la supremacía del legislador por razones de índole lógica: ése es el poder que crea las leyes que serán ejecutadas. Podemos decir que, sin legislación, no hay acción ejecutiva posible. De esta premisa pende uno de los principios fundamentales del Estado de derecho como “principio de legalidad”. En términos coloquiales, se traduce en la idea de que los poderes públicos solamente pueden llevar a cabo acciones para las que se encuentran expresamente facultados. Es decir, que debe actuar sub lege o “por mandato de ley”. En los Estados constitucionales modernos, el Poder Ejecutivo, que tiene a su cargo la administración de las cosas públicas, debe ceñir su actuación al marco normativo que es aprobado por el Poder Legislativo. Y, en caso de que no lo haga, debe someterse a los controles —ya sean de legalidad o de constitucionalidad— que están a cargo del Poder Judicial. Si miramos con atención, desde las tesis lockeanas se advierte una suerte de superioridad del legislador sobre el Poder Ejecutivo. Esa superioridad, en los Estados representativos, pende de la mayor legitimidad que tiene el primero sobre el segundo. Una legitimidad que pasa, precisamente, por una mayor representatividad que ya aparece en ciernes en el pensamiento liberal y adquirirá fuerza plena posteriormente con las tesis democráticas. Esta idea permea de manera relevante en el debate entre los defensores del parlamentarismo frente a los promotores del presidencialismo, que analizaremos más adelante pero conviene rescatar el argumento desde ahora. La tesis supone que el Poder Legislativo, independientemente de las reglas mediante las que se integra, por ser un órgano colegiado está investido de cierta representatividad de la que carece el Poder Ejecutivo (sobre todo si se compone de manera unipersonal). Este supuesto adquiriere plena fuerza cuando, en la modernidad, al menos en Occidente, el órgano legislativo se compone mediante reglas y procedimientos democráticos y tiene una integración, más o menos plural. 1 John Locke, Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil. Un ensayo acerca del verdadero origen, alcance y fin del Gobierno Civil, 2ª. ed., trad. de Carlos Mellizo Cuadrado, Tecnos, Madrid, 2010.

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Otras teorías también liberales, promueven la división de los poderes pero también el contrapeso recíproco entre los mismos. Para ello, otorgan al Poder Ejecutivo facultades que oponen resistencia a la potestad legislativa —típicamente, por ejemplo, el veto— con la finalidad, precisamente, de lograr pesos y contrapesos entre los diferentes poderes. Ése es el caso de las tesis de Montesquieu en el Espíritu de las Leyes, que, además, reconocen la relevancia que tiene el Poder Judicial pero le otorgan un papel subsidiario. Vale la pena citar algunos párrafos del conocido Capítulo vi del Libro xi para, posteriormente, analizarlos brevemente: Cuando el poder legislativo y el poder ejecutivo se reúnen en la misma persona o el mismo cuerpo, no hay libertad; falta la confianza, porque puede temerse que el monarca o el Senado hagan leyes tiránicas y las ejecuten ellos mismos tiránicamente. No hay libertad si el poder de juzgar no está bien deslindado del poder legislativo y del poder ejecutivo. Si no está separado del poder legislativo, se podría disponer arbitrariamente de la libertad y la vida de los ciudadanos; como que juez sería legislador. Si no está separado del poder ejecutivo, el juez podría tener la fuerza de un opresor. Todo se habría perdido si el mismo hombre, la misma corporación de próceres, la misma asamblea del pueblo ejerciera los tres poderes: el de dictar las leyes, el de ejecutar las resoluciones públicas y el de juzgar los delitos o los pleitos entre particulares […] Los otros dos poderes, esto es, el legislativo y el ejecutivo, pueden darse a magistrados fijos o a cuerpos permanentes, porque no se ejercen particularmente contra persona alguna; el primero expresa la voluntad general del Estado, el segundo ejecuta la misma voluntad […] De los tres poderes de que hemos hecho mención, el de juzgar es casi nulo. Quedan dos: el legislativo y el ejecutivo […] Si el poder ejecutivo no tiene el derecho de contener los intentos del legislativo, éste será un poder despótico, porque pudiendo atribuirse toda facultad que se le antoje, anulará todos los demás poderes. Pero no conviene la recíproca; el poder legislativo no debe tener la facultad de poner trabas al ejecutivo, porque la ejecución tiene sus límites en su naturaleza y es inútil limitarla: por otra parte, el poder ejecutor se ejerce siempre en cosas momentáneas. Pero si el poder legislativo, en un Estado libre, no debe inmiscuirse en las funciones del ejecutivo ni paralizarlas, tiene el derecho y debe tener la facultad de examinar de qué manera las leyes que él ha hecho han sido ejecutadas.2

Como podemos observar, en la obra de Montesquieu reaparecen algunas de las premisas nodales del pensamiento liberal y aparecen otras más que, juntas, darán sustento al constitucionalismo moderno. Por un lado, destaca la existencia simultánea de tres poderes del Estado que realizan funciones distintas pero complementarias y que deben residir en órganos diferenciados. Esto implica que una cosa es separar las funciones estatales y otra 2 Montesquieu, Del espíritu de las leyes, trad. de Mercedes Blázquez y Pedro de Vega, Tecnos, Madrid, 1985, pp. 107, 108, 110 y 111.

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dividir a los órganos que las ejercen. De hecho, en los Estados constitucionales los poderes se encuentran divididos pero suelen actuar de manera coordinada. La separación de los órganos es particularmente relevante cuando se trata del Poder Judicial. Ésa es otra premisa que emerge contundente de las tesis montesquianas. Aunque este autor consideraba que ese poder tenía una función residual —al grado que le reconoce un poder nulo—, subraya la importancia de su autonomía porque de ello depende lo que se conoce como “principio de imparcialidad”. Éste no es el espacio para desarrollar el tema, pero conviene dejar asentado que ésa es una pieza central del constitucionalismo liberal contemporáneo. Con las palabras Ch. McIIwain: “la única institución esencial para defender el derecho siempre ha sido y todavía es un poder judicial honesto, hábil, preparado e independiente”3. Sin embargo, regresando a la relación entre el Poder Legislativo y el Poder Ejecutivo, en las tesis de Montesquieu encontramos la confirmación de algo que ya advertíamos: la idea de que la separación de poderes otorga al legislador la potestad de expresar la voluntad general del Estado. De nueva cuenta tenemos una evidencia de que se trata de un poder que tiene una suerte de primacía sobre el otro poder que debe, solamente, ejecutar dicha voluntad. Pero también se afirma que entre los dos poderes deben cruzar controles recíprocos y simultáneos. El Poder Legislativo no interfiere en la función ejecutiva porque se asume que ésta se ejerce sobre los mandatos del legislador. De esta manera, desde un inicio, es una función controlada y delimitada. La ley, nuevamente, aparece como la condición para la actuación de quien la ejecuta. Por lo mismo, lo que sí puede hacer el legislador es verificar la manera en la que el Poder Ejecutivo cumple con su tarea y respeta la legislación. Por su parte, este poder, puede y debe, vigilar y contener al legislador. Y el mejor instrumento con el que cuenta para hacerlo es, como ya se adelantaba, el poder de veto. En ese sentido, podemos sostener que, según la teoría liberal clásica de la división de los poderes, el Poder Ejecutivo constituye una de las tres ramas en las que se depositan las potestades estatales y tiene la facultad de ejecutar las leyes aprobadas por el legislador. Sus acciones están delimitadas normativamente y su actuación es complementaria a la que realizan los otros dos poderes: el Legislativo y el Judicial. También podemos afirmar que la finalidad expresa de esta forma de articular los poderes y funciones del Estado es garantizar un amplio ámbito de libertad a los gobernados. Ello, sobre la base de una premisa implícita que es fundamental en el pensamiento liberal: entre el poder y la libertad existe una relación de proporcionalidad invertida. Si el poder se concentra, la libertad se esfuma. •

3 Charles H. McIIwain, Costituzionalismo antico e moderno, trad. de V. de Capraris, Il Mulino, Boloña, 1990, p. 162.

prólogo

Memorias de José Sarukhán Por los problemas que aborda y la objetividad de su tratamiento, Desde el sexto piso resultará de gran interés para los universitarios de México. Podría sentar un precedente para que otros rectores lo emulen y superen así la opacidad que a menudo se recrimina a nuestras universidades públicas. Presentamos el prólogo. gonzalo celorio

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an pasado casi treinta años desde que José Sarukhán fue elegido por primera vez, en diciembre de 1988, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, y veinticinco desde que fue reelegido para un segundo periodo a finales de 1992. Su amor a la Universidad, que creció a la par que el conocimiento privilegiado que de ella obtuvo durante su rectorado, y la obligación moral de dejar constancia de una etapa particularmente compleja y fecunda en la historia de la institución, lo han llevado a escribir estas memorias de su paso por la rectoría de nuestra máxima casa de estudios: Desde el sexto piso, así tituladas en alusión a la planta en la que se ubica la oficina que ocupó durante ocho años en la emblemática Torre de Rectoría de Ciudad Universitaria. Los más de veinte años transcurridos desde que concluyó su segundo periodo en 1996 hasta hoy le han permitido mirar hacia atrás con la perspectiva que deslinda lo sustantivo de lo adjetivo, valorar con serenidad y madurez los logros alcanzados y asumir, con pena, la frustración de algunos proyectos que no llegaron a prosperar en su mandato o que no encontraron continuidad en los rectorados subsecuentes. Merced a estas memorias, la institución será mejor conocida —y por ende mejor reconocida— tanto en el presente como en los tiempos por venir. Tal es la verdadera importancia de la obra y tal el evidente propósito de su escritura. Ello no significa, empero, que Desde el sexto piso limite su relación a los aspectos estrictamente institucionales de la Universidad. En la historia de la literatura mexicana, las obras autobiográficas, salvo algunas notables excepciones (como curiosamente la de otro ex rector, José Vasconcelos), suelen adoptar un carácter oficial y triunfa-

lista y excluir del texto no sólo la vida personal y familiar del autor, sino también sus dudas, sus preocupaciones, sus temores, sus incertidumbres. La singularidad de estas memorias de Sarukhán estriba en la feliz combinación del discurso universitario y el discurso personal, que, entreverados en un continuo zigzagueo, permiten comprender de manera cabal la problemática a la que tuvo que enfrentarse un rector, en cuyas espaldas gravitaban descomunales responsabilidades institucionales que no habría podido cumplir si no hubiera contado con las prendas personales que lo definen y con los lazos de amor, respeto y amistad que estrechó a lo largo de su administración. Tuve el privilegio de formar parte del equipo directo de colaboradores de José Sarukhán durante los ocho años de su rectorado. Fui testigo de algunos de los problemas más intrincados que hubo de resolver, de los riesgos que corrió y de las tribulaciones que padeció en el desempeño de un puesto asaz difícil, pues la unam —nadie lo ignora— es síntesis del país entero y caja de resonancia de lo que en él ocurre. Soy juez y parte, pues. ¿Cómo escribir entonces un prólogo objetivo a unas memorias que, si bien se refieren a la vida institucional de la Universidad e involucran a quienes vivimos de cerca las vicisitudes que arrostró su rector,

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memoria s de josé sa ru k há n

no dejan de ser personales y por lo tanto están inevitablemente tocadas por la subjetividad, por más que el tiempo haya favorecido la capacidad crítica —y autocrítica— de su autor? Si no tengo la distancia personal para redactar estas líneas de manera imparcial, sí poseo, en cambio, una condición que de algún modo legitima la escritura de estas páginas liminares: mi pertenencia a la Universidad desde hace medio siglo. Porque si es verdad que no puedo ser objetivo, también lo es que no podría emitir ningún juicio sobre la administración de Sarukhán sin haber participado de ella, por la simple razón de que no habría tenido la ocasión de conocer de manera integral, aunque por fuerza limitada, una institución cuyas gigantescas dimensiones y sus portentosas riquezas hasta entonces me eran insospechadas y que durante esos cerca de tres mil días me deparó una infinidad de sorpresas que me siguen azorando todavía. Y sin conocerla razonablemente bien, los míos no serían juicios, sino prejuicios, como los que yo tenía antes de incorporarme al equipo de trabajo del rector y como los que a veces expresa sobre la unam la opinión pública. Dicho lo dicho, paso a destacar, así sea sucintamente, algunos valores de la administración de José Sarukhán, que se identifican con sus cualidades personales, y que son los que rigieron, para emplear una metáfora que él (biólogo al fin) usaba a la menor provocación, el metabolismo basal de la Universidad. Alguien decía, a propósito de la obra de Gaston Bachelard, que al abrir cualquiera de sus libros —científicos o poéticos, epistemológicos o sociológicos—, el lector se enfrentaba, antes que a un tema, a un estilo. Algo similar ocurre con José Sarukhán, tanto en su persona como en su obra. El estilo afable, grato, familiar, renuente a la solemnidad y a la jerarquía, prepondera sobre el tema a tratar, cualquiera que éste sea, y, al preceder su enunciación, lo abre con una claridad y una transparencia que de inmediato suscitan la confianza del interlocutor y, en este caso particular, del lector de sus memorias. No se entienda por esto que los peligros, las malas soluciones a los problemas, los errores no lo afecten. Sarukhán es una persona que no puede ocultar su disgusto o su frustración, aunque nunca llegue al exabrupto. Siempre me pregunté cómo podía ser tan buen político un hombre tan transparente. Ahora acaso pueda responderme: gracias a una excepcional inteligencia y a una enorme capacidad de escuchar con paciencia, con interés y con respeto a los demás; a ese discernimiento que los griegos llamaron sindéresis y los barrocos discreción y que no es otra cosa que el buen juicio y la ponderación para elegir entre las diversas opciones la más pertinente. La mejor manera que encontró Sarukhán de ejercer la política fue no sucumbiendo a la politiquería y alejándose de los estereotipos en los que suelen incurrir quienes la practican. Su tono siempre fue mesurado y emotivo y huyó de todas las formas de la demagogia, el engolamiento y la altisonancia. Sobrepuso a la astucia, la inteligencia; al autoritarismo, la ascendencia moral; a la malicia, la buena fe, pues nunca tuvo dobles intenciones ni ambiciones extrauniversitarias y sólo se guió por el bien de la institución. Como Juliana González, que en algún momento cuestionó la enunciación del proyecto toral del rector —la academización de la Universidad—,

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según lo relata Sarukhán en alguna página de estas memorias, yo también me pregunté, desde que conocí los primeros esbozos, cómo podía “academizarse” una institución esencialmente académica. Más allá de que el verbo academizar, aunque correcto, me resultara poco natural por derivar de un sustantivo y no de un adjetivo, me molestaba la redundancia de su aplicación a la Universidad. Era como concientizar la conciencia, mecanizar el mecanismo o patentizar lo patente. No pasó mucho tiempo antes de que advirtiera que no se trataba de una tautología, sino de la respuesta a una triste y crítica realidad. La Universidad había debilitado —y a veces perdido— su original condición académica. Entendí que el proyecto esencial del nuevo rector era, en el fondo, un retroproyecto curiosamente volcado hacia el futuro, que consistía en recuperar lo perdido; volver nuevamente sustantivo lo que, por motivos ajenos o colaterales a la institución, se había vuelto adjetivo; devolverle a la Universidad, en suma, su carácter académico primigenio y subordinar a esa su condición esencial lo meramente accidental. A cumplir ese propósito, Sarukhán dedicó todo su empeño, como puede verse páginas adentro. No hubo en su rectorado proyecto, tarea, esfuerzo o iniciativa que no estuviera dirigido a fortalecer la condición académica esencial de la Universidad, como no hay capítulo de estas memorias que no nos lo recuerde. A lo largo de los ocho años de su gestión, la academia, efectivamente, logró recolocarse en el peldaño superior de la estructura universitaria: se reformó sustancialmente el bachillerato, cuyos rezagos lo habían depauperado; se fortalecieron las licenciaturas; se consolidaron los posgrados, que estaban pulverizados en centenares de programas que se fusionaron en sólo 41 y aumentaron exponencialmente su número de estudiantes, y se academizó el sistema de Difusión Cultural, sin que perdiera su enorme creatividad. Con todo ello, la Universidad pudo cumplir de mejor manera las tres tareas sustantivas que su Ley Orgánica le adjudica: la docencia, la investigación y la extensión de la cultura. Para lograr su objetivo primordial, el rector hubo de desarrollar extraordinarias dotes de equilibrista. Si un director de facultad, escuela o instituto es una suerte de funámbulo, en tanto que es representante de las autoridades ante la comunidad y representante de la comunidad ante las autoridades —estamentos que con frecuencia, por no decir casi siempre o por naturaleza, están en pugna—, con mayor razón lo es el rector. El jefe nato de la Universidad tiene que mantener el equilibrio entre el gobierno federal, que provee la mayor parte de los recursos que la institución requiere para cumplir sus funciones, y la comunidad universitaria, que defiende su autonomía para ejercerlos según sus propios criterios; entre las autoridades colegiadas de la Universidad —Patronato, Junta de Gobierno, Consejo Universitario— y los funcionarios de su administración, que no siempre concuerdan, como queda de manifiesto en un capítulo por demás doloroso de estas memorias en el que relata la injusta descalificación de algunos patronos a su secretario administrativo; entre los colaboradores designados por él a título personal y las autoridades individuales elegidas por la Junta de Gobierno; entre los profesores y los investigadores, que no deberían

pertenecer a gremios académicos distintos y sin embargo tienen responsabilidades y adscripciones diferentes; entre la administración y las representaciones sindicales tanto de académicos como de trabajadores; entre el bachillerato y la licenciatura; entre la licenciatura y los posgrados; entre las ciencias y las humanidades; entre la demanda de ingreso y las limitaciones de cupo; entre la institución y la sociedad que la hace posible. Pues bien, Sarukhán caminó por ese delgado alambre durante ocho años sin la protección de red alguna y nunca perdió el equilibrio, ni siquiera en los momentos más difíciles de su rectorado, como la celebración del Congreso Universitario de 1990; el proyecto, tristemente fallido, de incrementar las cuotas de los estudiantes en 1992, o la toma de la Torre de Rectoría por un grupo beligerante que se había arrogado la representación de los alumnos que no habían aprobado el examen de admisión para ingresar en el bachillerato en 1995, para poner sólo una tercia de ejemplos ciertamente críticos y de alto riesgo. José Sarukhán recibió una institución “preñada”, pues la administración de su antecesor, Jorge Carpizo, había acordado con el autonombrado Consejo Estudiantil Universitario —que había paralizado la Universidad— la realización de un Congreso Universitario, que si bien ofrecía la posibilidad de renovar la vida institucional, también podía poner en peligro precisamente la condición académica esencial de la unam, por la que pugnaba el proyecto del rector. Hay quienes opinan que el Congreso Universitario siguió una política gatopardesca, pues aparentemente todo se cambió para que todo siguiera igual. Yo pienso que fueron significativos e importantes muchos de los acuerdos que se tomaron, como la ampliación de los cuerpos colegiados, que incrementó la participación de profesores, investigadores, estudiantes y trabajadores en la toma de decisiones, o el establecimiento de los Consejos Académicos de Área y del Bachillerato; pero más importante y más significativo que los cambios que se operaron a resultas del Congreso en la estructura institucional, fue que la Universidad no perdiera su inherente carácter meritocrático en aras de una presunta participación democrática que podría haber puesto en entredicho la representatividad de los cuerpos colegiados de la Universidad, en los que reside la verdadera participación comunitaria. La enorme diversidad de la población estudiantil universitaria en lo que hace a sus recursos económicos; la devaluación de nuestra moneda, que dejaba en una ridícula obsolescencia las cuotas reglamentarias que debían pagarse por los servicios educativos que la institución ofrece, y la conveniencia de incrementar con recursos propios el subsidio del gobierno federal, llevaron a José Sarukhán a proponer un proyecto de cuotas, finamente articulado, cuyo propósito no podía ser más equitativo y cuya verificación despertaría en los estudiantes una conciencia ciudadana y los haría corresponsables de su propia formación: no se trataba de ninguna manera de que quienes no estuvieran en condiciones de pagar una cuota abandonaran por ese motivo sus estudios, sino que aquellos estudiantes que pudieran aportar una cuota por los beneficios educativos recibidos lo hicieran no sólo para contribuir al sostenimiento de la Universidad, sino también para apoyar

precisamente a quienes no contaran con los recursos para hacerlo. Cuando el proyecto había sido consensuado en la comunidad universitaria, intereses políticos ajenos a la Universidad lo echaron por tierra. Sarukhán estuvo a punto de presentar su renuncia ante esta intromisión que laceraba seriamente la autonomía universitaria, pues quienes se opusieron desde las esferas gubernamentales al incremento de las cuotas amenazaron, velada pero indudablemente, con incubar dentro de la unam un movimiento político de dimensiones acaso incontrolables. La sindéresis de la que hablé párrafos antes llevó a Sarukhán a comprender que su separación del cargo sería más lesiva para la institución que su permanencia. Hubo de doblegar su amor propio, como dura prueba de su superior amor a la Universidad, en beneficio de la institución. Si en 1992, con el tema de las cuotas, el poder gubernamental se impuso sobre la soberanía universitaria, en 1995, cuando debía intervenir para liberar a la Universidad de la intrusión de un grupo anónimo de jóvenes encapuchados que se apoderó violentamente de la Torre de Rectoría, abandonó a la institución a sus propias fuerzas y la conminó a defenderse con sus propios medios. Como la Universidad no cuenta —por fortuna, pues sería peor el remedio que la enfermedad— con elementos policiacos capacitados para enfrentar este tipo de allanamientos y agresiones, José Sarukhán recurrió a su único mecanismo de defensa: la ascendencia moral de la comunidad académica, que acabó por imponerse y liberar las instalaciones ocupadas por la fuerza. En las “Reflexiones finales”, José Sarukhán hace una fundamentada denuncia del relativo abandono al que generaciones de gobernantes de México a lo largo de la historia han condenado a las instituciones de educación superior, en particular a la unam, sin percatarse de que es ahí, en el seno de la Universidad, donde pueden y deben gestarse los conocimientos necesarios para el desarrollo de nuestro país y la solución de sus ingentes problemas. La unam no es un mal necesario, como muchas veces es vista por las autoridades gubernamentales, que generalmente la consideran una escuela gigantesca, costosa y problemática dedicada a formar, mal que bien, a nuestros profesionistas, o una expedidora de títulos profesionales que les otorga a quienes los obtienen cierto prestigio y algún ascenso en la escala social. No: la unam es la instancia académica destinada a abatir la ignorancia y a formar a nuestros jóvenes en la búsqueda constante del conocimiento, sin el cual nuestro país nunca será de veras independiente, pacífico, culto, desarrollado. A pesar de los retos que tuvo que enfrentar y de las condiciones relativamente precarias de la institución, si las confrontamos con la importancia de su quehacer y con sus dimensiones, la gestión de Sarukhán fue exitosa. Y lo fue porque estuvo guiada, siempre y con exclusión de cualquier otro interés, por su amor a la Universidad, a la que entregó su vida —la personal, la familiar, la académica—. Cada una de las páginas de este libro es un signo y testimonio de su entrega al proyecto cultural más importante del país en el siglo xx, como muchas veces definió el rector a la unam, una institución que es a nuestro país lo que ninguna otra universidad del mundo lo es al suyo. •

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prólogo

La democracia republicana en Cuba 1940-1952 Este libro del joven historiador cubano ano aleta Carlos Manuel Rodríguez Arechavaleta ayuda a comprender el pasado político de Cuba y, sorprendentemente, arroja luz zsobre el estado actual de las democracias de América Latina y el Caribe. Presentamos el prólogo. josep m. colomer

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ubo democracia en Cuba. Desde que la isla dejó de ser una colonia española en 1898, los cubanos vivieron bajo una variante de protectorado de los Estados Unidos (1901-1933); después, bajo una variante de protectorado de la Unión Soviética (1959-1991), bajo dictaduras militares (1934-1940 y 1952-1958) y una larga dictadura comunista (desde 1959 hasta el día de hoy). En total, más de 100 años sin libertades políticas. Sin embargo, en un interludio en medio de ese largo periodo, durante 12 años hubo democracia en Cuba. La República cubana, que Carlos Manuel Rodríguez Arechavaleta estudia de un modo innovador en este libro, amparó un alto grado de libertad política y civil, y llevó a cabo seis elecciones congresuales y tres elecciones presidenciales competitivas en los términos previstos. En 1940, cuando se estableció la república democrática en Cuba, había muy poca democracia en el mundo, y en América Latina sólo existía en Costa Rica. Durante los 20 años siguientes, sólo en Brasil hubo un periodo democrático algo más largo que el de Cuba, mientras que Argentina, Colombia y Costa Rica sufrían interrupciones violentas o autoritarias de sus experiencias de democracia electoral, y en los demás países de la región se sucedían las dictaduras. Como se explica con detalle en este libro, la Constitución democrática cubana de 1940 proveía incentivos contradictorios. Por un lado, la elección presidencial mediante un colegio electoral con la regla de la mayoría relativa o pluralidad —es decir, sin requerir que el ganador hubiera obtenido más de la mitad de los votos— tendió a generar polari-

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zación política entre dos candidatos. Así ocurría también en casi todos los demás países de la América Latina de la época (otra vez con la excepción de Costa Rica, que había introducido una regla de 40% con segunda vuelta). Estábamos lejos aún de la adopción de reglas electorales de mayoría con segunda vuelta para ampliar los apoyos del presidente ganador y evitar la victoria de candidatos minoritarios extremos con gran rechazo popular, reglas que sólo se generalizaron a partir del decenio de 1980. Por otro lado, un sistema electoral de representación proporcional para el Congreso facilitaba el multipartidismo y los pactos y coaliciones entre partidos para construir amplias bases de apoyo a la legislación y la gestión gubernamental. Por una parte, polarización; por la otra, coaliciones y consenso. Durante varios años hubo una competencia centrípeta alrededor del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) (prc-a), el cual se autoproclamaba continuador del espíritu nacionalista del líder de la independencia, José Martí. El prc-a era un partido de centro populista, capaz de atraer variados apoyos sociales de un modo comparable a las experiencias del Partido Revolucionario Institucional en México, el Partido Aprista Peruano, el Movimiento Nacional Revolucionario en Bolivia y el Partido de Liberación Nacional en Costa Rica. En Cuba, los “auténticos” como se les llamaba, construyeron varias coaliciones partidistas, hacia el centro izquierda primero y hacia el centro derecha después, y eligieron dos presidentes: Ramón Grau San Martín en 1944 y Carlos Prío Socarrás en 1948. Como muestra este libro, había en Cuba unos niveles de polarización y conflicto relativamente bajos en los temas socioeconómicos que suelen conformar la dimensión político-

ideológica del espectro izquierda-derecha, la cual suele ser la que obtiene mayor relieve en la gran mayoría de las democracias. El partido comunista, llamado Partido Socialista Popular desde 1943, había formado parte de un amplio “frente popular” durante la segunda Guerra Mundial; tras el inicio de la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, adoptó una posición más extrema, pero, en vísperas de las elecciones previstas para 1952, los sondeos le daban un apoyo minoritario de alrededor de 15% de los votantes. Fueron ciertas estrategias políticas discordantes las que generaron mayores niveles de conflicto e inestabilidad. A falta de polarización socioeconómica, algunos políticos que tenían la ambición de quebrar el consenso populista y atraer apoyos a sus candidaturas quisieron dar relieve a otros temas en el debate público y las campañas electorales. Particularmente incisivas fueron las campañas contra la corrupción de los gobernantes auténticos, que se convirtieron en el motor de una candidatura anti establishment organizada por el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), dirigido por Eduardo Chibás. Asimismo, la confrontación civilismo-militarismo, que había dominado la escena en el proceso de derrocamiento y sustitución de la dictadura anterior, perduró durante bastante tiempo. En 1952, el ex sargento, ex coronel y ex jefe del ejército Fulgencio Batista, que había sido el primer presidente electo en 1940, la utilizó en su provecho cuando se sintió excluido del sistema de partidos y se vio incapaz de formar una nueva candidatura presidencial con posibilidades de éxito. La quiebra de la democracia cubana no fue, pues, consecuencia de un conflicto de clases por temas socioeconómicos ni del conflicto internacional entre los Estados Unidos y la

urss. Fue sobre todo el resultado de la acción centrífuga de algunos líderes políticos —Chibás por un lado, Batista por el otro— que desestabilizaron el equilibrio populista y abrieron una oportunidad para diversos movimientos aventureros golpistas y revolucionarios. Esta obra sitúa las estrategias desestabilizadoras en un marco institucional mediocre, que podría haberse afianzado pero que carecía de suficientes mecanismos para reforzar el consenso político y la efectividad gubernamental. Rodríguez Arechavaleta demuestra que la ciencia política cuenta con conceptos, técnicas y modelos de análisis que pueden iluminar no solamente experiencias recientes y coetáneas de los autores, sino también periodos históricos lejanos. En primer lugar, esta obra se ha beneficiado de conocimientos politológicos sobre los orígenes y las consecuencias de los sistemas electorales. Asimismo, ha desarrollado un metódico análisis de los programas y los textos de los partidos políticos para situarlos en diferentes dimensiones político-ideológicas y mostrar el relieve que se daba a distintos temas políticos en diferentes momentos. Como el lector verá con gran claridad, a partir de cierto momento la rivalidad electoral en la república democrática cubana sustituyó la competencia entre posiciones políticas más o menos centradas, o más o menos extremas, en temas básicos de políticas públicas por la confección de una agenda de temas ajenos a las pautas habituales de la legislación y la gobernación, como el militarismo y la corrupción. A diferencia de los socioeconómicos, esos temas no favorecían el consenso ni una ordenada alternancia de amplias coaliciones en el gobierno, sino que generaban dinámicas antisistema. El autor se refiere también a los riesgos de los sistemas políticos presidencialistas y muestra que en Cuba se introdujeron de un modo precoz algunos mecanismos institucionales que favorecían la interacción cooperativa entre la Presidencia y el Congreso y el control del gabinete por los congresistas. Sin embargo, la competencia por conseguir un ganador absoluto y muchos perdedores absolutos, junto con la consiguiente polarización, típica de las elecciones presidenciales, acabó predominando. En las permanentes cábalas sobre el presente y el futuro posibles de Cuba en las que tantos cubanos se han embebido durante los últimos decenios, tanto en la isla como en el exilio y la emigración, siempre se ha echado en falta un conocimiento riguroso de la experiencia democrática de mediados del siglo xx, más allá de los mitos y la demagogia propalados por el régimen castrista. La obra de Rodríguez Arechavaleta contribuye a cubrir un enorme vacío, y sin duda será una referencia para futuros estudios sobre el periodo. El análisis de las instituciones electorales, parlamentarias y gubernamentales de la República de 1940 puede ayudar a un reexamen crítico de los regímenes actualmente existentes y al diseño de democracias más elásticas y resistentes, tanto en Cuba como en otros países. El estudio de las estrategias políticas es también muy aleccionador, pero en otro sentido, porque señala la importancia y, al mismo tiempo, la gran dificultad de construir buenos liderazgos para dar estabilidad y eficiencia a un régimen político en libertad. •

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además

La vida misma Minuciosa lectura de Los grandes muertos, la saga teatral de Luisa Josefina Hernández (fce, 2007), de la que resulta una propuesta de nuevo cir ordenamiento para producir una teleserie o editar s. una novela en doce dramas. juan tovar

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n el paralelo entre los géneross literarios y las épocas de la humanidad que Víctor Hugo traza en su célebre Prólogo a Cromwell, a la edad moderna corresponde el drama, cuyo carácter “es lo real; lo real resulta de la combinación perfectamente natural de dos tipos, lo sublime y lo grotesco, que se cruzan en el drama como se cruzan en la vida y en la creación. Ya que la poesía verdadera, la poesía completa está en la armonía de los contrarios”. De lo cual parecería seguirse que, al menos en los tiempos modernos, el único auténtico género dramático sería la tragicomedia, reintegración de los dos géneros diferenciados en los orígenes de la creación dramática. Dice Christopher Fry: La diferencia entre tragedia y comedia es la diferencia entre experiencia e intuición. En la experiencia luchamos contra cada condición de nuestra vida animal: contra la muerte, contra la frustración de las ambiciones, contra la inestabilidad del amor humano. En la intuición confiamos en las arduas excentricidades a las que nacimos, y vemos la rareza de una criatura que nunca se ha aclimatado a ser creada.

Según esto, la tragicomedia combinaría experiencia e intuición buscando reflejar, no tal o cual aspecto de la vida, sino la vida misma, en una semblanza verosímil de la realidad tal como es, con lo serio y lo ridículo entremezclados, mediante el desarrollo de una acción divertida donde la eterna pugna con los límites asombre la inocencia del acontecer a la vez que ésta alumbra aquélla. Difícilmente Luisa Josefina Hernández habrá considerado en su teoría dramática una versión así de lo tragicómico. Pero la práctica es otra cosa, al grado de que su serie de dramas Los grandes muertos (fce, 2007) sería un ejemplo perfecto del género así entendido, por no decir una buena colección de ejemplos tales: emocionantes historias naturales con naturalidad vividas por personajes entrañables cuyas interacciones se despliegan de episodio en episodio configurando sus destinos. Son casi todas historias de familia en un puerto del sureste, sucedidas entre 1872 y 1909. Recorrerlas involucra nuestra imaginación cotidiana en un mundo lejano que de algún modo se vuelve propio, tal como llega a ocurrir con alguna apasionante teleserie —y de hecho éste sería el formato idóneo para escenificar la totalidad de Los grandes muertos, por lo pronto sólo accesible mediante la lectura—. En teatro se pusieron seis de las obras en tres días sucesivos. Lo cual tiene sentido, pues la sexta (transcurrida en 1902) epiloga años después un planteamiento de la primera: las paralelas vidas sentimentales de dos hermanas casaderas, la romántica (que ya no vive) y la realista (que al fin se casa). Algo acaba de acabarse, pues; si bien algo queda pendiente, porque la acción principal concierne ya para ahora a una nueva generación joven

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(otras dos hermanas) y está llamada a culminar siete años más tarde en Mondo y lirondo lirondo, obra de gran producción escrita inequívocamente como un final —el final del primero de los libros que este libro fue — justo al borde del fin del mundo porfiriano: OSCURO. ANTES DE QUE SALGA EL SOL. “El galán de ultramar es el título de la serie de obras que aquí ocurren”, empieza su preámbulo Emilio Carballido, y más adelante llama “la última obra” a la que ahora es la séptima. “Viene después un díptico, Los Dos Mundos y Naturaleza”, añade —y todavía lo examina, pero ahí para de contar. Aunque, a diferencia de las obras, el preámbulo no está fechado, sin duda fue escrito a fines de 2000, a raíz de que Hernández pusiera el enfático punto final de Mondo y lirondo y diera el libro por terminado, bautizándolo con el título de la primera obra. Aunque al frente de la primera obra se lea, por errata: “Época, 1862”.

Pero más de un año después, en diciembre de 2001, compone todavía un Capítulo aparte, y en julio de 2002 la actual conclusión de la serie. Es, así, otro libro el que se describe en el prólogo de Fernando Martínez Monroy: “Los grandes muertos es un alarde de virtuosismo surgido de la necesidad expresiva personal”, empieza diciendo; obra excepcional, señala, siendo fama que la autora reserva esa vena para su obra novelística y sólo por encargo escribe teatro. Más tarde habla de “la tetralogía titulada El galán de ultramar”, con el añadido del mentado díptico, como las únicas obras que “derivan unas de otras cronológicamente”, separándolas de las tres que forman la segunda parte del volumen (hilvanadas por la historia de Sofía, hija del galán). La parte tercera comprende dos capítulos aparte: el así titulado y otro anterior, El demonio chino. “Finalmente, el ciclo concluye con De lealtades y traiciones…” Empezando por el título, el libro descrito en el prólogo es ya casi el que tenemos entre las manos —pero no del todo—. En éste que estamos leyendo, el dichoso díptico figura, no como apéndice de la tetralogía, sino como preludio de la conclusión, junto con la cual integra la cuarta y última parte. El prólogo al estar fechado pocos meses antes de la impresión del libro, es fuerza concluir que la autora no dio a éste su forma definitiva sino en las pruebas de imprenta, probablemente porque sólo al mirarlo impreso terminó de revelársele. Esta inesperada anagnórisis final habría concluido dramáticamente un intenso proceso creativo cuya cronología las fechas acotan al calce de las obras. La obra El galán de ultramar se escribe en noviembre 1999; en los dos meses siguientes, La amante y Fermento y sueño, que prosiguen la historia del galán hasta una especie de final, con el protagonista viudo a diestra y siniestra y bastante escarmentado. Los años van de 1872 a 1886. De febrero 2000 data La Naturaleza, que ocurre en un tiempo anterior (1863) y, aunque incluye

andrea garcía flores

antecedentes de personajes ya vistos, se centra en otra historia entre nuevos personajes. En marzo, Los Dos Mundos recupera esta vieja historia veinte años después y la relaciona con la que se venía contando. (Así se origina el dichoso díptico que fatalmente tenderá a separarse del conjunto.) De marzo es también El demonio chino, otra historia al margen de la principal. Posiblemente a instancias de Carballido, a quien está dedicada, Tres perros y un gato (compuesta en abril) reanuda y concluye la historia del galán, cuadrando así su tetralogía, además de enfrentarlo a su hija Sofía, protagonista de la trilogía que viene a continuación: La sota (julio-agosto), donde Sofía se casa; Los médicos (julio), donde se separa con ayuda de su hermanita Irene; Mondo y lirondo (octubre), donde cada una encuentra su pareja en un contexto apocalíptico. En esta última obra, por cierto, se recobran personajes de El demonio chino, cuya intrusión en el conjunto quizá pudo así tolerarse, al menos mientras no hubo otro Capítulo aparte con el cual emparejarlo. La Naturaleza, en cambio —reiterada veinte años después en Los Dos Mundos, que pasó a ser su prólogo— siguió siendo en esencia aquella “otra historia”, una historia de otro tiempo, quizá por lo elemental de la pasión cifrada en el gran gesto de irse —y volver a irse— los dos juntos lejos de todo, tan decisivamente acotado en la segunda vuelta, la que se lee primero: “Salen. Nunca se sabrá dónde fueron. Nadie volvió a verlos”. El epílogo, de nuevo entre personajes habituales, es breve, a diferencia de lo que ocurre en la primera vuelta (segunda en el orden de lectura), donde incluso termina en clímax, al iniciarse un nuevo parto de doña Dulce, madre de la familia más protagónica, quien (ya entonces) está volviéndose loca de tanto parir. Acto seguido pasamos, en la lectura, al drama final de la serie, ubicado en la capital más de un siglo después (1970). Salto mortal, necesariamente, aunque no tan abrupto como sería viniendo después de los capítulos aparte. Pues hay en De lealtades y traiciones claros ecos de doña Dulce: sobre todo la viva memoria de una madre muerta de tanto parir, así como un personaje de apellido Brito, único que ya antes hemos leído (siendo doña Dulce, Dulcinea Brito). Hay, además, una Hermana Dulce Nombre, que será quien diga la última palabra: “La muerte es una cosa natural”. Porque de la muerte se trata: la hija mayor de la mencionada madre mártir, que supo sucederla como jefa de familia, agoniza en un cuarto de hospital. La acción ocurre en la antesala donde sus hermanos reciben a las visitas y se conversa en familia. Hay recuerdos, revelaciones, tomas de conciencia, incluso un claro proceso de mudanza afectiva en la hija menor, quien por tal motivo saldría siendo la protagonista. Pero a fin de cuentas nada pasa aquí; lo que pasa está pasando ahí junto —y es una cosa natural—. Una muerte de hospital, típica muerte del siglo xx, para concluir un ciclo de dramas decimonónicos: final inesperado, ciertamente, y del todo arbitrario, o eso puede pensarse hasta reparar en que Josefa Brito, la portadora del apellido que enlaza este último drama con los otros, es (desde el nombre de pila) el lugar donde la autora se ubica: un personaje inventado a su imagen y semejanza para incluirse en estas nuevas historias de otra familia. Como si mostrara, para terminar, su propio espacio y tiempo, el mundo desde el cual ha recreado el mundo lejano de las obras precedentes, esas otras historias de familia tan ajenas a estas de 1970 y en el fondo tan relacionadas. Muy difícil sería lograr que la escenificación (el último episodio de la teleserie) transmitiera el sutil juego de autorreferencia que la lectura sugiere. Se trata, desde luego, de un efecto novelístico, que aunado a la extensión del conjunto autoriza a considerar Los grandes muertos una suerte de novela en doce dramas. Una larga novela naturalista donde la forma dramática asegura la impersonalidad que Zola exigía —aunque no siempre la asumiera—. (Hernández tampoco, si bien limita a las acotaciones el tono personal, observando las formas del drama.) Una gran novela naturalista, además, en el sentido que decía Victor Hugo: “Hará lo mismo que la Naturaleza, mezclará en sus creaciones, pero sin confundirlos, lo grotesco con lo sublime, la sombra con la luz, en otros términos, el cuerpo y el alma, la bestia y el espíritu; ya que todo lo que está en la Naturaleza está en el arte”. •

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N OVEDADES

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FOND O DE CULT UR A ECO NÓ M ICA FE B R E RO D E 2 018

Una amistad literaria Correspondencia. 1942-1959

Desde el sexto piso

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Asombro y desaliento Algunos cuentistas mexicanos

El muralismo mexicano Mito y esclarecimiento

geney beltrán félix

eduardo subirats

El editor, traductor, ensayista, crítico literario y novelista Geney Beltrán nos presenta un conjunto de 25 voces de la narrativa mexicana del siglo xx. Escritores heterodoxos como Efrén Hernández, Francisco Tario, Esther Seligson y José de la Colina conviven con prosistas de vocación clásica como Inés Arredondo, Elena Poniatowska, Eraclio Zepeda y Fabio Morábito. Sin embargo, un mismo hilo entrelaza sus historias: la singular mirada de pérdida y desaliento. Geney Beltrán obtuvo en 2002 el Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos por El biógrafo de su lector. Guía para leer y entender a Macedonio Fernández. En 2015 se hizo acreedor al Premio Bellas Artes de Narrativa Colima por Obra Publicada. Entre sus libros destacan Historias para un país inexistente (2005), El sueño no es un refugio sino un arma (2009), Habla de lo que sabes (2009) y Cartas ajenas (2011).

Sirviéndose de un acercamiento al muralismo mexicano, concretamente a la obra de Rivera, Orozco y Siqueiros, Subirats explora las interpretaciones europeas y estadounidenses de esta corriente artística, mismas que obviamente son hegemónicas y sitúan a este movimiento pictórico en una posición disminuida o de desventaja, pues intentan entenderlo y estudiarlo según criterios ajenos a nuestra cultura. Lo anterior anula su particularidad histórica, deficiencia agravada por la ausencia de un horizonte teórico autónomo, específico y propio, además de la inexistencia de una conciencia crítica. La originalidad del planteamiento de Subirats hace que valga la pena acercarse a sus páginas.

josé sarukhán alfonso reyes y josé luis martínez; rodrigo martínez baracs y maría guadalupe ramírez delira (eds.)

El intercambio epistolar entre Alfonso Reyes y José Luis Martínez permite un acercamiento a las fecundas relaciones académicas, literarias y personales que mantuvieron estos grandes humanistas a lo largo de diecisiete años. Las cartas incluidas en este volumen comienzan en 1942 (año en que Martínez ya impartía clases de literatura mexicana en la Escuela Nacional Preparatoria, y Reyes presidía El Colegio de México) y terminan días antes de la muerte de este último. Con este libro el fce celebra el centenario del nacimiento de José Luis Martínez y muestra la vigencia del pensamiento de ambos autores, vitales para el posterior desarrollo de las letras mexicanas, y quienes aquí depositan sus inquietudes sobre el arte, la política y la educación en un momento crucial para el desarrollo y la consolidación de la cultura nacional. La escritura de ambos siempre es un deleite, gracias a su maestría en el uso del lenguaje.

En este volumen coeditado por la unam, el Colegio Nacional y el fce, José Sarukhán presenta un recuento de sus dos periodos al frente de la máxima casa de estudios del país, entre 1988 y 1996, y destaca los momentos más significativos de su mandato —como la realización del Congreso Universitario en 1990 y la inauguración del museo Universum— al tiempo que hace un balance de los éxitos y fracasos del proyecto de su rectorado: volver a colocar a la academia en el peldaño superior de la estructura universitaria. Se trata de las memorias de un personaje y periodo claves para entender el panorama de la educación superior y de la ciencia en México. La obra cuenta con un prólogo de Gonzalo Celorio, ex director del fce y coordinador de Difusión Cultural de la unam durante el rectorado del doctor Sarukhán. Se incluyen dos anexos que facilitan la consulta del libro: un listado de los directores académicos del periodo 1989-1996 y un índice onomástico. vida y pensamiento de méxico 1ª ed., 2018

historia del arte mexicano 1ª ed., 2018

biblioteca mexicana 1ª ed., 2018

tezontle 1ª ed., 2018

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Al final, las palabras antonio malpica

“Lo que importa es la historia dentro de la Historia”, asegura uno de los personajes de esta novela histórica con tintes románticos que Toño Malpica desarrolla en tres diferentes épocas y que sobrevive gracias a las palabras fijadas en un manuscrito que ha pasado de mano en mano, manuscrito que narra la amistad y las andanzas de un grupo de chicos que está dejando atrás la infancia en la Ciudad de México de los inicios del siglo xx, la vida pintoresca de la capital y el descubrimiento del amor que experimentan el Pegote y Ofelia. Esta historia de amor se ve frustrada por la partida de Ofelia, quien se muda con su familia a París, y quien después de mucho tiempo, a mediados de los setenta, decide contratar a Jesús Rivera para que indague el paradero de su antiguo novio. Así, la historia sobre el Pegote, un chico que es tan bueno para los albures y la baraja como lo es para los trancazos y las patadas, se va completando a través del manuscrito recuperado por Rivera y de sus propias investigaciones y los testimonios que le brindan distintos personajes que lo conocieron. Finalmente, en los años recientes, el manuscrito y la investigación de Rivera llegan a las manos de José Álvez, un escritor que descubre en la historia de Ofelia y Pegote una razón para volver la mirada hacia atrás, a su propia historia. La manera en que Malpica orquesta narrativamente esta novela es sumamente atractiva: con saltos en el tiempo, diferentes técnicas narrativas y el humor y los personajes entrañables a los que nos tiene acostumbrados en sus historias. Al final, las palabras es la primera novela que publica el autor en nuestra colección para jóvenes A Través del Espejo. a través del espejo 1ª ed., 2018

Fronteras del universo manuel peimbert y julieta fierro (coords.)

Este apasionante libro está dirigido a quienes desean tener una visión del cosmos basada en los avances más recientes de las investigaciones científicas en esta materia. La obra aborda esencialmente los últimos descubrimientos astronómicos, sin descuidar los aspectos básicos, los cuales delimitan las fronteras de nuestro conocimiento sobre el universo. Los nueve ensayos que conforman el presente volumen fueron revisados y actualizados. Los autores incluidos son investigadores de la unam, por lo que la obra muestra al lector el trabajo que se está haciendo actualmente en México en astrofísica. Incluye un glosario que facilita la comprensión de los conceptos utilizados, así como una gran cantidad de referencias bibliográficas que ayudan al lector a profundizar en los temas principales. la ciencia para todos 1ª ed., 2018

Reformas electorales en México Consecuencias políticas (1978-1991)

De neuronas, emociones y motivaciones

leonardo valdés zurita

Herminia Pasantes aborda en este libro los procesos químicos, biológicos y físicos que ocurren en el cerebro y que inciden en nuestra conducta y en las emociones que experimentamos, ya sea de forma natural o inducida por el consumo de drogas. También expone que estos procesos son el origen de afecciones como la depresión o el autismo, un principio para explicar la orientación sexual de los individuos. El lenguaje empleado es sencillo y los temas son abordados de manera concisa, lo que ayuda a la comprensión de la lectura. Contiene una gran cantidad de imágenes que ayudan a entender la obra y a motivar el aprendizaje del tema. Incluye un apéndice de lecturas recomendadas para quienes deseen profundizar en los temas.

Estudio enfocado en las consecuencias políticas y sociales que las reformas electorales de las últimas décadas han traído consigo. El texto ofrece al lector preguntas y respuestas totalmente pertinentes para la comprensión del sistema electoral que rige hoy en día a México, la conformación de los segmentos electorales, su distribución geográfica, sus relaciones con los partidos políticos y el papel de todo esto en la transición democrática gestada a través de los años. Leonardo Valdés Zurita consigue ahondar de manera sistemática y clara en los recovecos de la historia electoral que ha configurado la política nacional y su imagen institucional. Expone de manera concisa las principales consecuencias que las reformas electorales han traído al panorama político mexicano actual y cómo los partidos se han estructurado conforme a las exigencias políticas y electorales que rigen el sistema. política y derecho 1ª ed., 2018

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la ciencia para todos 1ª ed., 2018

La democracia republicana en Cuba, 1940-1952 Actores, reglas y estrategias electorales carlos manuel rodríguez arechavaleta

En este libro se analiza detallada y sistemáticamente, con un enfoque histórico, el proceso de profundos cambios políticos y sociales que sufrió Cuba en el periodo comprendido entre 1940 y 1952 y que dio como resultado una nueva organización en ese país: la democracia republicana. La discusión abarca aspectos que van desde el vaivén entre partidos y organizaciones públicas, de centro, derecha e izquierda, hasta las leyes acordadas por estos mismos, desde el Gobierno de los Cien Días de Grau San Martín y el Nuevo Ejército de Batista hasta la integración de un Partido Revolucionario Cubano. La obra aporta significativa evidencia para valorar la importancia de los factores contingentes provocados por decisiones estratégicas e interacciones, cuyos resultados pueden modificar la posición relativa de los actores y el equilibrio institucional. política y derecho 1ª ed., 2018

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La casa de campo Bibiana Camacho Estragos del alcohol en este cuento sobrio, sin moralina y con final truculento, apenas insinuado.

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e seguro Mariela está borracha, exclamó Diana al ver a su hermana mayor tumbada en el cuartucho adjunto a la cocina, que fungía como bodega, donde resbaló y se lastimó el tobillo. Incapaz de levantarse, se quedó ahí, boca arriba, mirando la reserva de mezcal, vino, tequila y vodka que su papá almacenaba para eventos especiales. –Mira nada más, Mariela, acabamos de llegar y ve cómo estás, le dijo Diana, la hermana menor, mientras la ayudaba a levantarse. –Pues yo tengo hambre, contestó Mariela en tono infantil, aunque era la mayor. –Voy a preparar algo de cenar, ¿Diana, me acompañas?, dijo Consuelo, la de en medio, mientras se encaminaba a la cocina, luego de haber acomodado a Mariela en el sillón, ya sin zapatos. –Te tomas muchas consideraciones con la borrachita, ¿no te parece?, susurró Diana. –Es nuestra hermana, respondió Consuelo. Sacaron la pequeña despensa que compraron en el camino. Era sábado y pensaban marcharse el domingo. En una especie de coreografía ensayada durante toda la vida, limpiaron la estufa, el refrigerador, las alacenas y guardaron los víveres. Un agradable olor a ajo frito impregnó la cocina. Una picaba verduras, mientras la otra removía el aceite condimentado. El menú estuvo listo en pocos minutos: arroz, pollo con verduras, pan; pero Mariela roncaba y aunque intentaron despertarla y la zangolotearon, no hubo modo de hacerla reaccionar. –No puedo creer que haya bebido durante todo el trayecto y no te hubieras dado cuenta, reclamó Diana. –¿Cómo me iba a fijar si venía de copiloto, cuidando que no te durmieras?

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andrea a ndr e a garcía garcí a flor flores es

–Pues se suponía que tú eras la encargada de cuidarla en el trayecto, y ya ves, llegó más briaga que nada. –Pero ¿dónde carajo traía la botella?, preguntó Consuelo mientras encendía un cigarro y le ofrecía otro a su hermana. –Qué importa, en cualquier lado, acuérdate que le hemos cachado botellas de perfume llenas de licor barato, que casi huelen como las lociones chafas que usa. Se quedaron un rato en silencio, de pie a la entrada de la cocina, con los cigarros encendidos. Percibieron un movimiento en el sofá, pero Mariela sólo se había acomodado. Así que siguieron charlando sin darse cuenta de que su hermana descansaba con los ojos abiertos, alerta para cerrarlos en cualquier momento. –Pues yo digo que a Mariela no le toca nada, dijo Diana. Se hizo un largo silencio, Consuelo fumaba con la mirada perdida, su silencio era una especie de confirmación a lo recién dicho por su hermana. La vida entera de Mariela era un problema tras otro, uno peor que el anterior. Cuántas veces la fueron a sacar de la delegación o de cantinas después de pagar su cuenta. Cuántas veces sus padres tuvieron que ir a recogerla de la calle, donde la encontraban tirada, con frecuencia acompañada de otros teporochos. A lo largo de los años logró moderar su compulsión por la bebida, se controlaba, tenía un trabajo estable desde hacía ya más de cinco años y había dejado de beber en las calles. Pero ya era demasiado tarde, nunca permaneció mucho tiempo con una pareja, no hizo una familia propia, y de los amigos ni hablar, no tenía uno solo. Sus padres habían muerto apenas hacía un mes con diferencia de un par de días. –Pues yo, la verdad, no entiendo cómo se le ocurrió a mi papá dejarle más que a nosotras, ¿te das cuenta? Diana insistía.

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–Claro que me doy cuenta, respondió Consuelo mientras soltaba una bocanada de humo. Siempre fue la consentida y no logro comprenderlo, lo único que ha hecho en su vida ha sido causar problemas, preocupar a mis padres. Acuérdate la vez que se escapó del centro de rehabilitación carísimo que le pagaron y que mi mamá anduvo enferma de la presión hasta que la encontramos. –Mi marido y yo ya platicamos. No será nada difícil quitarle la casa. La declaramos no apta para recibir dinero y propiedades, su pasado nos garantiza éxito, dijo Diana. –No sé, no estoy de acuerdo con que mis papás le hayan dejado la mayor parte, pero tanto como quitarle todo, no. Consuelo apagó el cigarro a medias consumido y encendió otro. –Me da culpa, tampoco es mala persona y la verdad es que ni tú ni yo necesitamos esta casa. –Ya sé, pero no es por eso. Imagínate lo que hará si recibe la herencia. ¿Tienes idea? Parece que no la conoces, insistía Diana. –¿Qué quieres que haga? Mírala. Las hermanas se quedaron un rato en silencio. –Pues gastarse todo en la peda, susurró Diana. Mariela seguía con los ojos abiertos, atenta a la conversación. No era la primera vez que escuchaba a su familia hablar de ella, casi siempre la daban por borracha, sin considerar que cada vez bebía menos y que por lo tanto estaba más consciente de todo. Ya no era como en sus peores tiempos, cuando se le borraban días enteros. Y despertaba de madrugada, espantada, sin saber qué día era, cómo había llegado a su casa, de dónde. Se precipitaba en busca de su bolsa, cartera, teléfono, llaves. A veces lograba recordar fragmentos breves y caóticos. Y de eso sus hermanas solían sacar provecho, como cuando la culparon de que su mamá hubiera ingerido los medicamentos equivocados y hubiera ido a dar al hospital. Mariela no se acordaba de nada, sólo recordaba que su madre la había recogido de la calle y la había arrastrado a casa. Pero luego su mente quedaba en blanco. Sin embargo estaba segura de que ella no pudo haberle dado los medicamentos; consciente de sus limitaciones, jamás se le habría ocurrido siquiera intentarlo. Escuchar a sus hermanas no la sorprendió pero le dolió. Extrañaba a sus padres, sobre todo a su papá, que era quien más la regañaba, el que la sermoneaba todo el tiempo, pero también era el que más la cuidaba, el que a escondidas le daba dinero o procuraba conseguirle trabajo con sus conocidos; incluso llegó a invitarle un trago con tal de que se le quitara la temblorina. Su mamá, en cambio, siempre fue más dura con ella, pero de otro modo. Le retiraba la palabra: “Mariela es caso perdido, no es mi hija, no quiero verla”. Y en efecto, se comportaba como si esa hija suya no existiera, como si jamás hubiera nacido. En las celebraciones familiares no había lugar para ella en la mesa y se tenía que conformar con cenar en la cocina. Muchas veces ni siquiera la invitaban por temor de que llegara en estado inconveniente y les arruinara el festejo. En un momento dado, la madre repartió entre Consuelo y Diana sus joyas, algunas prendas y su preciada colección de muñecos de porcelana; a Mariela no le dio nada pero guardó

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para ella varios objetos personales, los más hermosos en opinión de las hermanas, y no sólo eso, recibiría además una parte equitativa del ahorro de los padres, un porcentaje de la venta de la casa familiar y, por si fuera poco, para ella y solo para ella estaba destinada la casa de campo donde ahora se encontraban. Por eso las hermanas estaban tan indignadas. –Pues mira, no sé por qué tienes tantos reparos, al final ni cuenta se va a dar de que la casa no es de ella, mírala, siempre anda hasta la madre. Pero Consuelo no estaba del todo convencida, guardaba silencio. En su mente se agolparon los recuerdos de infancia, cuando Mariela se hacía cargo de la casa y de ellas porque los papás estaban fuera todo el día. Cocinaba, les ayudaba en las tareas y jugaba con ellas sin descuidar sus propios estudios, siempre fue la de mejores calificaciones. Consuelo piensa que debió ser muy duro para Mariela hacerse cargo de ellas cuando todavía era una niña. Pero Mariela no sólo no se quejaba, las cuidaba con cariño. No tenía reparos en irse a pelear con las niñas que les hacían bullying. Desde muy pequeña aprendió a comprar en el mercado, a pedir el gas, a que no la engañaran con el dinero. No, ella no podía despojarla. Si sus padres decidieron dejarle la casa fue por algo y ella no estaba dispuesta a confabularse contra su hermana. Por fin respondió: “Sabes qué, Diana, yo no quiero la casa, por mí que se la quede mi hermana, fue la voluntad de mis padres.” –Ay, no te hagas la santa, hermanita, tú siempre te la pasabas quejándote y lloriqueando porque mis papás le ponían más atención a la borrachina y ahora resulta que le quieres dejar todo. No te olvides que es a la única que enviaron a Europa, ya sé que se ganó una beca, pero de todos modos recibió dinero de mis papás. Piensa que es mayor que nosotras, es la única que no tiene familia. ¿Para qué querrá la casa? Mariela tampoco quería la casa, escuchaba a sus hermanas con furia y compasión, no se decidía a levantarse y darles unas bofetadas como cuando eran niñas o, de plano, echarse a llorar. Jamás se casó, tuvo un par de relaciones más o menos serias y vivió con sus parejas, pero jamás le pasó por la cabeza firmar un contrato o tener un hijo. Se conocía demasiado bien como para pretender hacer una familia. Se levantó de un salto y fue al baño sin mirar la cara de sus hermanas, quienes estaban sorprendidas y preocupadas, pensando que quizá las habría escuchado. Pero al regresar del baño, Mariela solo dijo: “Qué hambre tengo”. Las otras dos se metieron a la cocina de inmediato, calentaron comida y le sirvieron un vaso con agua. –¿Qué no habrá algo más fuertecito en esta casa? Consuelo le preparó un vodka bien cargado. Mariela comió con apetito e ingirió el trago como agua fresca. Pidió otro y, esta vez, Diana lo sirvió. Mientras comía sentía las miradas fijas de sus hermanas, quienes trataban de dilucidar qué tanto había escuchado minutos antes. Hacía mucho tiempo que su familia y gente cercana se había

acostumbrado a desdeñarla, a veces la trataban como si no existiera, otras veces como si tuviera cierto tipo de retraso mental o simplemente se portaban crueles con ella. Acordaron levantarse temprano para asear la casa y hacer un recuento de los objetos que había en ella. Se fueron a acostar sin despedirse. Mariela, en lugar de ocupar un cuarto, se quedó en el sofá de la sala. Las tres se levantaron temprano, desayunaron, limpiaron y acumularon objetos en silencio. Diana tenía los ojos hinchados porque estuvo llorando buena parte de la noche, estaba alterada, aventaba cosas, azotaba puertas y emitía un sonido como de asco que no parecía dirigido a nada ni a nadie en particular. Mariela se sentía estupenda, había dormido de corrido, no estaba cruda, de modo que no necesitó el habitual trago de la mañana, pero se sentía culpable sin saber por qué. La casa sería de ella, pero estaba lejos de la ciudad y era difícil llegar a ella sin carro, que por supuesto no tenía. La casa estaba descuidada y requería varios arreglos. A Mariela nunca le gustó, le parecía oscura y con un penetrante olor a viejo que no se quitaba con nada e impregnaba sus prendas si permanecían allí varios días, mas le guardaba cariño porque recordaba días enteros de diversión con la familia, con amigos, con algún novio. –Creo que lo mejor es que ustedes se queden con la casa, no me siento capaz de hacerme cargo, dijo Mariela de pronto. Las dos hermanas la miraron sorprendidas, eran las primeras palabras que alguien decía desde la mañana. –Claro que te puedes hacer cargo de la casa, hermanita. Además es la voluntad de mis padres y por algo te la dejaron a ti, dijo Consuelo. –Quizá Mariela tenga razón, apenas está medio recuperándose de años de borrachera y darle otra responsabilidad a estas alturas seguro le hará más daño. Diana se dirigía a Consuelo como si Mariela no estuviera presente. –Pues por eso mismo, éste puede ser un refugio para ella y yo creo que le hará bien ocuparse de algo distinto, así tendrá la mente puesta en otro lado. –Sí, claro, ya me la imagino aquí sola, tirada de borracha, sin nadie que venga a rescatarla, claro, me parece excelente idea, dijo Diana alzando la voz. Mariela clavó la mirada en la mesa y con los dientes apretados dijo: –Quédense con la casa ustedes, qué necesidad de gritar. Pero Diana hizo como que no la escuchó y alzó todavía más la voz: –Ves, la hermana mayor no quiere la casa, no la vamos a obligar a que tome algo que no quiere, ¿o sí? –No me importa, lo que digas tú o tú, dijo Consuelo interpelando a ambas. Mis papás le dejaron la casa a Mariela y Mariela se va a quedar con ella. –¿Y también con el dinero y con las cosas de mi mamá? Si quieres también le dejo mi casa de una vez y así todos contentos. Diana y Consuelo se enfrascaron en una discusión que abarcó varios temas rancios: la vez que se accidentaron camino a Acapulco con amigos por culpa del novio

de Consuelo, todas las veces que los papás faltaron a eventos relevantes de ellas por cuidar a Mariela, el hecho de que, a pesar de las amenazas, Mariela tuviera un lugar en la casa familiar, la vez que Diana le quitó el novio a Consuelo. Gritaron, lloraron, se manotearon. Mariela abrió los ojos de golpe. Todo estaba oscuro. Tenía frío y sentía el cuerpo entumecido. El vaho de su aliento alcohólico la puso en alerta: ¿dónde estaba, qué hora era, qué día? Le temblaban las manos sin control, necesitaba ayuda, tenía un mal presentimiento, algo funesto estaba por suceder o quizá ya había ocurrido. Se incorporó como pudo. Estaba en la bodega de la casa de campo. En el suelo había una botella vacía de vodka y un vaso roto. Dando tumbos llegó a la sala vacía. Todo estaba en orden, olía a limpiador de piso y a aceite para muebles. En cambio, ella tenía la ropa sucia y los zapatos enlodados. –¡Diana, Consuelo!, gritó con la garganta lastimada. No obtuvo respuesta. Las buscó en las habitaciones, pero no había rastro de ellas, ni maletas, ropa u objetos personales que dieran cuenta de que hubieran estado ahí recientemente. Aturdida, se sentó un momento en la sala, la cabeza le daba vueltas y necesitaba un trago con ansia. Estaba segura de haber ido ahí con sus hermanas para pasar el fin de semana, pero no había maletas de ninguna, ni siquiera de ella. Recordaba que discutieron por algo, pero no recordaba qué. Luego se asomó a la cochera, no había ningún carro estacionado. Tirada en la entrada de la casa encontró su bolsa y dentro de ella la cartera y el teléfono celular descargado. Lo conectó y esperó con impaciencia a que se encendiera, necesitaba saber qué día era, la hora, quizá tendría algún mensaje. Se adormiló con el teléfono en la mano. De pronto despertó sobresaltada, creyó escuchar que alguien gritaba, pero la casa permanecía en silencio. Recordó entre tinieblas que habían hecho las maletas después de limpiar la casa; y las tres, enfadadas, emprendieron el regreso a la ciudad. Recordó también que se detuvieron en el mirador donde a su padre le gustaba permanecer contemplando los cerros. Entonces, como si se tratara de una pesadilla, recordó que se había quedado rezagada y que luego se acercó sigilosamente, mientras ellas seguían discutiendo, paradas en una parte desprotegida del mirador. Se acercó más, hasta que estuvo justo atrás de ellas, si estiraba la mano podría tocarlas. Luego nada, su mente en blanco. ¿Cuándo ocurrió eso?, se pregunta con angustia, mientras le da otro trago a su bebida. El teléfono se ha encendido por fin. Es lunes, son las 7:23 de la mañana y no tiene mensajes. •

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