LA GACETA DEL FCE. SEP 2017.

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EL CAPITAL VOL.II La increíble actualidad de Karl Marx


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l fce anuncia la próxima publicación del volumen II de El capital de Karl Marx, 17 años después de la edición precedente. Algo ha de tener este complejo libro para seguir atrayendo lectores después de que toda la obra de Marx y Marx mismo fueran arrojados “al basurero de la historia”, para emplear una de las célebres invectivas del Manifiesto. No es difícil imaginar lectores que acudan a El capital en pos de la verdad última sobre el capitalismo y las leyes de la historia. Pero hay también quienes lo estudian de manera seria y confrontan sus ideas con las de otros economistas vivos y muertos. Por no hablar de la fecunda presencia de Marx en el pensamiento social moderno como inspiración, rival o sombra. “Hoy, cuando el comunismo parece haberse borrado para siempre de la faz de la Tierra y su pensamiento [de Marx] ha dejado de ser un desafío de poder, por fin resulta posible hablar de él con serenidad, de manera seria y, por lo tanto, valiosa”, dice Jacques Attali en Karl Marx o el espíritu del mundo, fce, Argentina, 2007. El lector podría encontrar útil la narración de Attali sobre las dificultades económicas, políticas y de otro tipo que Marx padeció al escribir los volúmenes II y III de El capital. Dificultades que cobraron su cuota en la exposición incompleta e intrincada de los temas. Attali ve también dificultades metodológicas e interferencias morales en la demostración de las tesis. Marx —dice Attali— se debatía entre la búsqueda de datos empíricos en bibliotecas, o dedicarse a acelerar la crisis final del capitalismo, es decir, advenir la comprobación definitiva de su tesis principal la transitoriedad del capitalismo. A cada señal de crisis, Marx abandonaba su gabinete y se ponía a organizar obreros por si la crisis final se presentara. Después de todo, él mismo había proclamado que la verdad de una tesis se demuestra en la práctica, y había fustigado a los filósofos dedicados a contemplar el mundo en vez de transformarlo. Pese a las dificultades de exposición, el lector encuentra en El capital una visión del sistema capitalista en su conjunto, la descripción de todas las fases de reproducción del capital, las crisis cíclicas y un rigor obstinado en conectar todos los puntos de ese universo monstruosamente complejo y cambiante. Al describirlo, Marx fue descubriendo la cualidad proteica del capital, su capacidad de metamorfosis, sin abandonar la idea de que la crisis final llegaría más temprano que tarde. Cualquiera que sea nuestra opinión sobre la idea de una “crisis final” del capitalismo o sobre el sistema político comunista, el pensamiento de Marx sigue siendo increíblemente actual en muchos aspectos. Basta leer El Manifiesto Comunista de un tirón para quedar asombrados del rango de visión de este gran pensador, periodista y revolucionario. •

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El que cae de la torre eduardo vázquez martín

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El capital, vol. ii dossier

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El libro II de El capital, obra abierta al tiempo hipólito rodríguez

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Marx y México ana sofía rodríguez everaert

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Volumen II de El capital: Ideas adelantadas al conocimiento de su tiempo ignacio perrotini hernández

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Conversación con Carlos Chimal virginia bautista

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Las fronteras de la muerte laura bossi

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El desencantamiento del mundo francisco gil villegas m.

14 José Carreño Carlón Director general del fce Martha Cantú, Susana López, Socorro Venegas, Karla López, Octavio Díaz y Juan Carlos Rodríguez Consejo editorial Roberto Garza Iturbide Editor de La Gaceta Ramón Cota Meza Redacción León Muñoz Santini Arte y diseño Andrea García Flores Formación Ernesto Ramírez Morales Versión para internet Jazmín Pintor Pazos Iconografía Impresora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V. Impresión

jorge flores valdés

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Suscríbase en www.fondodeculturaeconomica.com ⁄editorial ⁄ laGaceta ⁄ lagaceta@fondodeculturaeconomica.com www.facebook.com ⁄ LaGacetadelFCE La Gaceta es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Ciudad de México. Editor responsable: Roberto Garza. Certificado de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de febrero de 1995. La Gaceta es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro postal, Publicación periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716

La gran ilusión Memorias de un físico mexicano (1941 – 2017) El gran desencuentro pedro milos

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José María Velasco, los años de cosecha fausto ramírez rojas

20 Ilustración de portada © Andrea García Flores

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Relato del duende leonardo tarifeño


poema

El que cae de la torre Eduardo Vázquez Martín El que cae tuvo la opción de morir por fuego o volar hacia la muerte y sentir una vez más la fresca brisa del río Hudson antes de perderse para siempre en el olvido He visto celebrar a los niños en Ramallah he visto la sonrisa de sus labios cubiertos de polvo he mirado reírse en el espejo de los otros mi propia dentadura y sé que al hombre que se precipita no lo redime la pedagogía del mundo He salido a festejar en Palestina he rezado con lágrimas secas de espanto he llorado en un jardín de mi ciudad por las calles de Manhattan cubiertas de ceniza me senté a leer el Corán en una plaza de Bagdad y tal como me lo ordenó el capitán del avión me abroché el cinturón de seguridad para morir en el lugar que me asignaron Antes he visto el palacio de la Moneda herido otro 11 de septiembre ahí murió el doctor Allende Seguramente moriré en Kabul mañana por aquello del diente por diente y el ojo por ojo no importa de quién sea la boca o la mirada Por lo pronto soy la cifra negativa en el cierre de la bolsa y la multiplicación de las gotas de sangre en los versos mutilados del poeta en Nueva York: Los muertos están embebidos, devorando sus propias manos Son los otros los que bailan los borrachos de plata, los hombres fríos los que creen en las llamas duras los que beben en el banco lágrimas de niña muerta carne incinerada en el ritual del sacrificio que nadie encontrará mañana en los escombros No puedo tomar café en el café de siempre ni oír a mi hija decirme gato porque voy cayendo desde un abrazo del imperio donde vivo y a quien se le reveló la luz santa de la guerra no puede importarle que yo hubiese preferido que hoy no pasara nada nada que provocase la incontenible verborrea de las noticias ni la inspiración coránica de los pilotos suicidas ni la reacción pavloviana de los televidentes mansos que piden ardan todavía más en cualquier parte del mundo para consolar la impotencia que los tiene sentados ahí No entendí lo que dijeron mi lengua es extranjera y nadie quiso traducirme la voz de los desesperados pero lo que yo digo es que soy un hombre que se levantó temprano cumplió con los hábitos que la mañana exige llegó a trabajar donde trabaja y entre morir por fuego en el horno de la oficina y saltar mejor salí volando

Las palomas del puerto viajan conmigo. •

Extrañamiento del mundo en una sensibilidad que percibe sus horrores, la persistencia de la muerte, la heteronomía de la masa y la estolidez de la vida moderna. No habrá redención.

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La proximidad del bicentenario del nacimiento de Karl Marx (1818) nos toma en plena reedición de sus obras económicas, esta vez el volumen II de El capital. ¶ Presentamos dos textos sobre las ideas principales del libro y otro sobre los avatares del marxismo en México desde su inserción hasta la muerte de Arnoldo Martínez Verdugo. El fce ha publicado, reimpreso y reeditado los tres volúmenes separados de El capital desde 1959. ¶ Para seguir con un deudo de Marx, adelantamos la introducción a El desencantamiento del mundo, actualización de los conceptos fundamentales de Max Weber, otro gran veterano de la casa. ¶ Novedades de neurociencias, biografías y más…

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andrea garcía flores

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El libro II de El capital, obra abierta al tiempo A propósito de la publicación del tomo ii de El capital de Karl Marx, este artículo destaca el tema principal del libro, explica sus principales elementos y los pone en perspectiva contemporánea, rescatando así su utilidad para el análisis económico. hipólito rodríguez

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arl Marx podría haber suscrito las palabras que Alfonso Reyes confesó a Borges: “Publicamos para no pasarnos la vida corrigiendo los borradores”. El capital, obra cumbre de Marx, fue fruto de una larga y constante reelaboración, y de ella sólo consiguió publicar en vida el primer libro. El segundo, el cual ahora nos ocupa, es un libro de transición. Aunque Engels, albacea de Marx, procuró ordenar en un solo volumen los diversos manuscritos que lo integran, el libro publicado es un texto inconcluso: una obra abierta a múltiples y dispares lecturas. De acuerdo con Enrique Dussel, Marx trabajó en este libro en dos periodos, 1865-1870 y 1877-1879, primero con la fundada esperanza de publicarlo, y luego con escepticismo creciente. Ernst Mandel escribió que este libro no ha sido sólo un “libro sellado”, sino también un libro olvidado. En gran medida lo sigue siendo hoy: su tema no ha recibido en la tradición marxista la atención que merece. En cuanto a este y otros temas económicos de Marx, algunos sostienen que nos hallamos frente a un universo conceptual rebasado. Michel Foucault, por ejemplo, sugirió que el lenguaje de Marx (sistema económico y categorías de producción y consumo, oferta y demanda, equilibrio general y dinámica económica) fue acuñado en el siglo xix y hoy resulta anticuado. Sin embargo, viendo el peso que esas categorías tienen todavía en nuestras mentes, más valdría pensar que aún seguimos sumergidos en aquel siglo. En el libro segundo de El capital, Marx, de acuerdo con su plan, aborda el proceso de circulación del capital, después de que dedicara el libro primero a examinar el proceso de producción del capital. No fue un salto de un compartimento a otro del sistema económico. Marx trata de describir la reproducción del sistema, contemplando el conjunto de operaciones que realiza el capital en un ciclo que se despliega a lo largo del tiempo. En este sentido, los actores principales de este libro son, además del propietario del proceso productivo (figura central del primer libro), el dueño de la mercancía que busca venderla y el poseedor de dinero que busca prestarlo o invertirlo, y también, al lado de ellos, el trabajador que sale al mercado como vendedor de fuerza de trabajo, y todos los que acuden a la esfera de la circulación como compradores de artículos necesarios para su reproducción. En el curso de diversas redacciones, Marx concibió el libro segundo en tres secciones: en la primera analizaría el ciclo del capital industrial y sus circuitos; en la segunda, la rotación del capital, y en la tercera, la reproducción del capital social en su conjunto. En el texto no se pierde de vista la mercancía como unidad de valor de uso y de valor de cambio y al hecho de que la mercancía tiene que circular en ambos sentidos: como producto que satisface una necesidad concreta y como objeto que encarna cierta cantidad de valor (o trabajo socialmente necesario). Un aspecto depende del otro: nadie compra un objeto que no tenga cierta utilidad, y nadie puede apropiarse de él si no da a cambio un valor equivalente. El problema estriba en que la mercancía no siempre encuentra la necesidad para la cual

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fue producida, y no siempre hay compradores con el dinero disponible para adquirirla. El desencuentro es lo que llamamos crisis. En el capitalismo este desencuentro puede ser interpretado como una situación que obedece a la falta de consumidores (subconsumo) o al exceso de productos (sobreproducción). En la perspectiva de Marx, para que el crecimiento económico ocurra tienen que completarse dos circuitos: uno material (valor de uso) y otro crematístico (monetario). El primero supone la atención a las necesidades de la producción y el consumo (instrumentos, materias primas, energía, instalaciones) y todo lo que requiere el consumo individual (vivienda, alimentos, vestido, transporte). El segundo circuito del valor, que condiciona el circuito del valor de uso, exige que haya dinero y ventas, inversiones y ganancias. La posibilidad de que el capital global se reproduzca implica entonces que ambos procesos recorran su circuito. Sin embargo, puesto que en la realidad los productores privados carecen de mecanismos de coordinación, los desencuentros son inevitables. No todas las mercancías encuentran el poder adquisitivo necesario para realizarse (venderse), y no todos los productores encuentran los bienes requeridos para cerrar su ciclo (vivir). Al examinar en detalle ambos circuitos, Marx pone en juego una singular estrategia de análisis, un método de aproximaciones sucesivas que va incorporando gradualmente nuevas determinaciones al concepto de capital introducido en el libro primero. Así llega a concluir que el capital puede adoptar diversas modalidades de existencia. La vida del capital indica que éste atraviesa por tres fases en su metamorfosis: aparece en escena como capital dinero, adquiriendo en la circulación los insumos para trabajar; ingresa luego a la esfera de la producción, donde se transforma en capital productivo y se produce el plusvalor, motor de todo el proceso; una vez ahí, el capital consigue incrementarse, se traslada nuevamente a la esfera de la circulación como capital mercancía. Las tres fases pueden verse como secuencias alternantes, pero en la realidad las tres coexisten en el tiempo. La continuidad del proceso exige que las tres modalidades estén disponibles todo el tiempo. Mientras el capital productivo está en obra, el capital dinero y el capital mercancía también están activos y en curso. La necesidad de ampliar el proceso productivo y la exigencia de multiplicar las oportunidades de comprar y vender el volumen creciente de mercancías exigen echar mano del crédito, una de las funciones fundamentales del capital dinero. Al considerar las tres modalidades o figuras que adopta el capital, queda claro que sólo es productivo el tiempo que el capital pasa en la esfera de la producción. Todo el tiempo que el capital pasa en la esfera de la circulación es negativo, pues entonces atraviesa una fase de desvalorización. Ésta es la razón por la que esta fase debe ser acelerada y así aumentar la fase de verdadera productividad. Ésta es la dinámica que impele al capital a abreviar su tiempo en la esfera de la circulación y a considerar el espacio físico para expandirse. Para disminuir el tiempo en que el capital se encuentra improductivo, es preciso acortar el proceso de circulación, sea

d una contracción ió d i ((revolución l i operando dell espacio de los medios de comunicación), sea aglomerando las unidades de producción y consumo (urbanización y concentración territorial), o acelerando el consumo. Múltiples autores contemporáneos como Paul Virilio, Elmar Altvater, Zygmunt Bauman y Manuel Castells no han dejado de subrayar en estos procesos los rasgos definitorios de la modernidad capitalista. La dimensión temporal del capital desempeña también un papel importante. En el caso del capital productivo, Marx observa que la temporalidad del capital invertido en instalaciones y máquinas es muy diferente a la del valor invertido en materias primas o en fuerza de trabajo consumida productivamente. Por esa diferencia, el primer tipo de capital se tipifica como capital fijo y el segundo como capital circulante. El primero cede paulatinamente su valor al producto que contribuye a elaborar: el lento desgaste de las máquinas da pie a una transferencia pausada; el segundo, compuesto por materias primas y energía laboral, incorpora de modo casi integral su valor al producto final: es un flujo rápido. Los ciclos económicos se encuentran influidos por el tiempo de vida de los instrumentos de trabajo; la duración del capital fijo depende de los momentos de revolución técnica; la búsqueda incesante de más beneficios (plusvalía extraordinaria) anima cambios productivos que, sin cesar, generan fases de prosperidad y estancamiento. Al examinar los diferentes tipos de capital, Marx se acerca de modo gradual a la realidad concreta. Los ciclos de los capitales individuales se entrelazan, se presuponen y se condicionan unos a otros, y en su entrelazamiento constituyen el movimiento del capital social global. El análisis del ciclo del capital mercancía ocupa la tercera sección del libro segundo. Aquí, a diferencia del libro primero, nos hallamos ante mercancías que encarnan capital, es decir, que incorporan cierta cantidad de plusvalía. Al observar su circuito, Marx trata de entender la reproducción y la circulación del capital social global. El tema es complejo porque es preciso mostrar no solo cómo se consigue que todas las unidades de capital culminen su propia reproducción, sino cómo se logra que sean atendidas las necesidades materiales de todos los agentes que participan en el proceso. Para responder a esta pregunta, Marx elaboró esquemas de la reproducción en los que exploró las conexiones de los diversos segmentos productivos en una dinámica donde el equilibrio entre todos los agentes se encuentra continuamente trastornado por los cambios técnicos suscitados por la búsqueda de ganancias. Partiendo de una tipificación compleja que incluía al obrero, al terrateniente y al poseedor del dinero, Marx pasó a una tipología basada en dos tipos de agentes: el capitalista que produce medios de producción (I) y el capitalista que produce medios de consumo (II). Era la simplificación más extrema, mediante la eliminación de todas las variables posibles, y aun así la complejidad se mostró de inmediato inmensa. Las operaciones matemáticas para calcular las proporciones en que puede producirse un equilibrio entre los diversos segmentos productivos han sido tema de reflexión para muchos economistas. c o n t i n ú a e n l a pá g i n a 8

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Marx y México Pregunta por la participación as aparentemente insólita de comunistas autóctonos y extranjeros en organizaciones campesinas de la ho Revolución Mexicana, y sobre el hecho aparentemente inconsecuente de adoptar una teoría social cuyo fundador, Marx, no creía aplicable fuera de Europa occidental. ana sofía rodríguez everaert

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urante cinco días de noviembre de 1926, más de 150 delegados de organizaciones campesinas de México se reunieron en el Primer Congreso de Unificación de las Organizaciones Campesinas de la República. El objetivo era discutir el desarme campesino impulsado por el presidente Calles, convenir la postura a tomar ante el rompimiento de laboristas y agraristas, y definir la estrategia para defender los intereses rurales de la nación. En medio de la urgencia por hablar de la situación del campesinado mexicano, se coló de pronto a la agenda un par de temas que a cualquier pragmático le sonarían a distracción (y hasta un poco absurdos): el dilema de enviar o no un delegado de la recién creada Liga Nacional Campesina al Congreso Internacional anti-Imperialista que se celebraría en Bruselas en febrero del año siguiente y, más tarde, la elección del delegado Lauro Caloca como portador de un “saludo solidario” del campesinado mexicano a Rusia.1 Pero lo cierto es que las preocupaciones internacionales no estaban fuera de lugar: al momento de ese congreso, el Manifiesto del partido comunista de Marx y Engels circulaba en México por lo menos desde 1884, después de que lo publicara el griego Plotino Rhodakanaty. La primera traducción de El capital al castellano circulaba, por lo menos en España, desde 1886-1887.2 Por su parte, el Partido Comunista Mexicano cumplía siete años de haber sido fundado y uno de los organizadores de aquel congreso era Úrsulo Galván, él mismo miembro del partido. Corte al año 2013, Ciudad de México: decenas y decenas de personas cantan “La Internacional” en una repleta sala de la Funeraria Gayosso. Acaba de morir Arnoldo Martínez Verdugo, último dirigente del pcm hasta su disolución (para formar parte del Partido Socialista Unificado de México) y candidato a la presidencia de la República por este mismo partido. Entre estos dos momentos —y en la infinidad de otros que los separan— transita en las mentes y los contextos de sus actores el mismo fantasma: Marx y su pensamiento. Este año se cumplen 150 años de su obra cumbre, El capital, y seguimos encontrando muchas de sus propuestas y conceptos anidando en ideas, producciones y explicaciones a lo largo del mundo. Esto a pesar de que los intentos de “megatransformación social” del siglo xx hayan quedado atrás con un halo de fracaso. Pero si por un momento dejamos de lado la historia de la evolución y diseminación del “marxismo”, es por lo menos sorprendente verlo aparecer en tantos y tan variados episodios de nuestra historia intelectual mexicana:3 ¿no hay algo un poco raro en encontrar las ideas de un alemán que nunca viajó a América en los esfuerzos de organización políti1 Primer Congreso de Unificación de las Organizaciones Campesinas de la República, S. Loyo Editor, Puebla: 1927. 2 Pedro Rivas, “La primera traducción castellana de El capital (1886-87)”, Cuadernos Hispanoamericanos, junio 1985, no.420, pp. 201-210. 3 Entrecomillamos el término de acuerdo con la interpretación de que no existe un solo marxismo, sino interpretaciones de la ideas de Marx que son variadas y contradictorias.

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ca de campesinos mexicanos? ¿O en los murales de nuestros edificios públicos? Y si seguimos indagando… en sindicatos, en revistas políticas y culturales a lo largo de la república y hasta en programas pedagógicos: una de las pruebas más interesantes y conmovedoras de cómo se retomó el marxismo en México —y con las mejores intenciones— quizás sean las Sugerencias revolucionarias para la enseñanza de la historia que Rafael Ramos Pedrueza publicó en 1932, inspirado en una interpretación teleológica del materialismo histórico. Detenerse en lo extraña que pueda parecernos la presencia de Marx en México no pretende provocar reflexiones de historia contrafactual, ni cuestionar lo posible: México no tenía por qué ser la excepción de la adopción mundial de las ideas asociadas al marxismo. Como escribe Franco Andreucci, “en vísperas de la primera Guerra Mundial, el marxismo había llegado al ama de casa de Chicago, a grupos de intelectuales chinos, a numerosos estudiantes de todas partes y, sobre todo, a millones de obreros de todo el mundo…”. Aunque aclare que éste era “un marxismo pobre, reducido a esquema, transformado en argumentos para la discusión de café ”.4 En este sentido, tampoco se busca cuestionar las interpretaciones mexicanas de Marx, y mucho menos discutir la conveniencia —o incluso la lógica— de pensar nuestros problemas sociales considerando al marxismo. No, la duda que despiertan los encuentros con el marxismo de este lado del mundo es posterior, y asume la inevitabilidad de todo lo anterior. Es una pregunta sobre cómo y desde dónde podemos hacer la mejor defensa de la lectura de Marx en México y el extranjero. Una duda que se potencia hoy, cuando se da por hecho que todo lo que esté asociado al marxismo huele un poco a naftalina. • Marx nunca prestó mucha atención a México, ni a América Latina. José M. Aricó en su clásico libro Marx y América Latina se pregunta por la falta de referentes en Marx a la masa continental al sur del río Bravo. Problematiza la idea general de que el filósofo estaba cegado por su eurocentrismo, del cual existían quejas incluso desde 1877, cuando el escritor Nikolai Mikhailovsky, por ejemplo, decía que las particularidades rusas no concordaban con la explicación propuesta por Marx. La conclusión a la que llega Aricó es similar. América Latina le parece una realidad efectivamente demasiado compleja para ser definida mediante los postulados del teórico de Tréveris, concretamente por “la debilidad de las élites políticas y sociales latinoamericanas y la ausencia aún alveolar [en la segunda mitad del xix de una presencia autónoma de las masas populares”.5 Lo cierto es que las ideas de Marx al respecto fueron evolucionando. De hecho, en su respuesta 4 Franco Andreucci, “La difusión y vulgarización del marxismo”, en Historia del marxismo, Barcelona: Bruguera, 1980, pp. 85-86. 5 José M. Aricó, Marx y América Latina, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2010, p. 179.

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al texto de Mikhailovsky en 1877 subraya la especificidad europea de sus postulados. Protestó por el afán que veía en su crítico de “[sentirse] obligado a metamorfosear mi esbozo histórico de la génesis del capitalismo en el Occidente europeo en una teoría histórico-filosófica de la marcha general que el destino le impone a todo pueblo, cualesquiera sean las circunstancias históricas en que se encuentre, [e ignorar que] sucesos notablemente análogos pero que tienen lugar en medios históricos diferentes conducen a resultados totalmente distintos”.6 Por otro lado, esta convicción suya no le impidió opinar sobre realidades lejanas a la europea. Encontramos ejemplos elocuentes en su correspondencia y en sus escritos periodísticos, a veces cargados de prejuicios decimonónicos. Es el caso de una cita recuperada por Aricó en la que Marx le comenta a Engels que los mexicanos tenemos “todos los vicios, la fanfarronería, la bravuconería y donquijotismo de los españoles a la tercera potencia, pero de ninguna manera lo sólido que éstos poseen”.7 Es conocido también el argumento de Marx y Engels sobre la conveniencia de que Estados Unidos ocupara el territorio mexicano bajo la lógica de que era necesario que el país se industrializara para acceder al curso de la historia. Engels escribió en 1847: En América hemos presenciado la conquista de México, y nos hemos regocijado con ella. Se trata de un progreso el que un país que hasta ahora se ha visto envuelto exclusivamente en sus propios asuntos, perpetuamente escindido con guerras civiles y completamente entorpecido en su desarrollo, un país cuyo mejor prospecto había sido llegar a estar sujeto industrialmente a Gran Bretaña, sea puesto por la fuerza en el proceso histórico. Es del interés de su propio desarrollo que México sea puesto en un futuro bajo el tutelaje de los Estados Unidos. La evolución de toda América se beneficiará por el hecho de que Estados Unidos, por medio de la posesión de California, obtenga el mando del Pacífico.8

Aricó dice que los autores del Manifiesto más tarde cambiaron de parecer y que, de hecho, en la década de 1880, Marx se empezó a mostrar cada vez más horrorizado por la colonización capitalista de la periferia del mundo, en particular en India y Turquía, aunque todo esto no se recuerde muy seguido.9 Incluso en el Manifiesto ya se exponía la voracidad del mundo Occidental —“la burguesía obliga a otras naciones a adoptar su modo de producción y volverse a su imagen y semejanza”—, aunque ciertamente no queda claro qué tan malo les parecía esto a sus autores cuando describían a esas “otras naciones” como “bárbaras”.10 Lo que hay que notar es que el 6 Karl Marx y Friedrich Engels, Correspondencia, tomo III, seleccionada por el Instituto Marx-Engels-Lenin (Leningrado, 1ª edición alemana, 1934). Recuperado de: https://www.marxists. org/espanol/m-e/cartas/m1877.htm 7 Karl Marx y Friedrich Engels, “Materiales para la historia de América Latina”, Cuadernos de Pasado y Presente, no. 30, 1979, pp. 203-204. Citado por Aricó en Marx y América Latina, op. cit., p. 83. 8 Marx and Engels Collected Works (mecw). Vol. 6, p. 520. Recuperado de: http://larotativa.nexos.com.mx/?p=319. 9 Aricó, op. cit., pp. 82-83. 10 El manifiesto comunista de Marx y Engels, introducción y

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Manifiesto antecede tres décadas a la respuesta de Marx a Mikhailovsky. Así, quizás la primera lección que se delinea al considerar a Marx desde estas latitudes deba ser la misma que es recomendable para todo autor en todo momento: no tomar su obra como un conjunto perfectamente engranado; al contrario, mejor detenerse a pensar en las ideas que la sobrevuelan y se transforman con el paso de su propio contexto, y dejarse inspirar por sus contradicciones. • Ya en tiempos del propio Marx existían marxismos misceláneos, a menudo discordantes. Según una multicitada carta de Engels a Konrad Schmidt, el autor de El capital había llegado a decir, a propósito de algunas de sus ideas retomadas por pensadores socialistas en Francia: “Lo único que sé es que no soy marxista”.11 En unas pocas décadas —y quizás a pesar de Marx— el marxismo se volvió una realidad intelectual a lo largo y ancho del mundo. Por eso, acercarse a él exige dejar de lado toda obsesión con la versión “verdadera”. No sólo porque, como decíamos, lo afirmado por Marx no esté exento de tropiezos argumentativos, sino por lo que Horacio Tarcus denomina ese “malentendido estructural” inherente a cualquier adopción de ideas en un contexto distinto al de su producción.12 Tarcus lo dice a propósito de la recepción del marxismo en Argentina en las últimas décadas del siglo xix y principios del xx, y concluye que hay que entender ese proceso como uno de “recepción selectiva y apropiación crítica” de las ideas del socialismo europeo para pensar y transformar una realidad que no es la europea, aunque al mismo tiempo sea impensable sin ella.13 El caso de México es parecido. Como en Argentina, las interpretaciones de su pensamiento llegaron en las maletas de migrantes europeos; y como en todos lados, éstas estaban mezcladas con las ideas de otros exponentes del socialismo: Proudhon, Lassalle, Bakunin, Saint-Simon, Owen y Fourier. Al parecer, a estas interpretaciones pronto se sumó el cariz mexicano. Es lo que explica David García Colín en un sucinto repaso de los “pioneros” del socialismo mexicano y eventos como la “Cartilla Socialista” de Rhodakanaty, el Gran Círculo Proletario, la insurrección socialista en Chalco de 1869, la de Sierra Gorda 10 años después, la fundación del Partido Socialista (1878), entre muchas otras: “A pesar de las inevitables limitaciones propias de su tiempo y circunstancias, en sus mejores exponentes las ideas socialistas conectan con el pueblo”.14 Barry Carr sostiene lo mismo para el siglo xx y el surgimiento del Partido Comunista en México: “la participación de estos extranjeros no debe oscurecer el hecho de que el surgimiento del pcm fue, fundamentalmente, una respuesta de los mexicanos ante el desarrollo del movimiento obrero mexicano y la sociedad y la política mexicanas”.15 Esta forma de explicar la importación (no imposición) de ideas suscita la pregunta de si hay algo en aquellos contextos que sobreviva en nuestros días. No está de más recordar que los salarios se han estancado, que hay deuda por todos lados y que el ideal democrático aún deja mucho que desear en todo el mundo. Pero antes de que el lector consiga su propia respuesta, recordemos un episodio en la discusión sobre las ideas de Marx, protagonizado por un par de marxistas latinoamericanos hace ya algunas décadas. • En un congreso en Toluca a fines de la década de 1980, Carlos Pereyra y Bolívar Echeverría discutían la pertinencia de sostenerse —ellos o quien fuera—, como marxistas. Consideraban lo polisémico del término y, sin decirlo del todo, también

notas de Gareth Stedman Jones, Fondo de Cultura Económica, México, 2007, p. 160. 11 Marx y Engels, Obras escogidas, en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1974. Recuperado de: https://www.marxists. org/espanol/m-e/cartas/e5-8-90.htm. 12 Horacio Tarcus, Marx en la Argentina. Sus primeros lectores obreros, intelectuales y científicos (1871-1910), Siglo XXI, Buenos Aires, 2007, p.5. 13 Tarcus estudia los libros, la prensa, la folletería, los diarios, las clases, organizaciones y demás repositorios de “lo intelectual” en Argentina. Ibid., p. 27. 14 David García Colín, “El origen del socialismo en México, los primeros pioneros”, en In Defense of Marxsim, 1º de abril 2014, http://www.marxist.com/origen-socialismo-en-mexicoprimeros-pioneros.htm. 15 Barry Carr, “Radical trip”, Nexos, abril de 1981.

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se preguntaban por su relevancia a un siglo de que Marx hubiera publicado su obra y mientras en Berlín el muro se erosionaba. Pereyra afirmó que el marxismo se había convertido en un culto y su forma dogmática lo había vuelto prácticamente inservible. Según él, si bien el contexto que había dado lugar al marxismo seguía siendo vigente, éste no bastaba para “someter a crítica a las formas que adopta el desarrollo de la modernidad capitalista”, menos para encontrar las alternativas políticas que la puedan transformar. Es más, según él, el marxismo limitaba el ejercicio político creativo en tanto, una vez asumido, “es muy difícil dejar de ver pensamiento burgués en todo lo que está fuera de [él]”.16 Frente a esto, Bolívar Echeverría puso al joven pensador en una encrucijada: o se decide que el marxismo es un término vacío, “sin referente propio en el universo de las entidades teóricas”, o se asume que hay muchos marxismos y que está bien que sean contradictorios entre sí. Lleva el argumento aún más lejos diciendo que, de hecho, “todos somos marxistas, incluso los antimarxistas”, pues el marxismo es la “marca histórica inherente a la civilización contemporánea”, vigente por su carácter de cultura política concreta en la que lo que importa es liberar a una democracia que está secuestrada.17 Semejante aseveración le ha de haber tocado alguna fibra sensibe a Pereyra, quien ha pasado a la historia como el pensador de izquierda mexicano de finales del siglo pasado más preocupado por la democracia como un fin en sí mismo y no sólo como táctica instrumental.18 Pereyra se lee decepcionado con los marxistas, probablemente por su falta de respuestas para la lucha democrática que era tan particular en el México de ese momento, cuando el pcm se había legalizado apenas en 1979 y la izquierda en general tenía pendiente asumir una postura clara y fuerte contra el pri. Y quizás no estaba equivocado cuando les reclamaba quedarse cortos al discutir “filosofía política, por ejemplo, pero también teoría económica y otros campos del saber”. Fuera por el “futuro predeterminado” que Marx sostiene, la revolución como la única vía para la transformación social o la idea de que las clases sociales son sujetos políticos constituidos como tales, en esa polémica Pereyra rechaza la identificación cerrada entre “marxismo y movimiento socialista”.19 Quizás la mejor forma de leer a Marx esté encriptada en esa doble acción crítica que sugiere el debate entre ambos pensadores: ver el valor de Marx como el teórico del siglo xix que fue, pero que también dura, y comparar sus ideas con otros esfuerzos teóricos del movimiento socialista tanto en la tradición como en nuestro presente. Una lectura contemporánea de las ideas de Marx requiere, pues, de muchas y simultáneas contextualizaciones. Sobre todo si se lee fuera de la Europa de mediados del 19. Pero eso de ningún modo quiere decir que una lectura contemporánea sin mayor curso introductorio no sea una experiencia valiosa en sí misma. Esto no sólo por su valor narrativo (hasta El capital tiene su estética, digan lo que digan), sino porque la explicación de Marx del modo de producción capitalista resulta legible, la desigualdad sigue siendo una realidad, las preocupaciones por el desplazamiento del trabajo humano por la maquinaria son vigentes, entre muchas cosas más. Advertí que éste no es un texto de reflexión contrafactual derivada de la típica pregunta sobre el auténtico marxismo y su realización en México. Sin embargo, la perspectiva histórica obliga a no ignorar. No ignorar el siglo xx y sus horrores tan frecuentemente retomados, pero ante todo no ignorar al autor que provocara todos esos “marxismos”, sus múltiples aterrizajes e interpretaciones y su relevancia constante en los más distintos contextos, incluido el actual. Porque ¿no hay algo increíblemente virtuoso en que los líderes del campesinado mexicano retomaran las ideas de un alemán que nunca viajó a América? •

16 Los textos de ese congreso fueron publicados posteriormente por la revista Nexos. Carlos Pereyra, “Señas de identidad” Nexos, febrero de 1988. 17 Bolívar Echeverría, “Todos somos marxistas”, Nexos, marzo de 1988. 18 José Woldenberg, “Regreso a Pereyra”, Nexos, diciembre de 2013. 19 Pereyra, op. cit.

v i e n e d e l a pá g i n a 6 Georgescu Roegen, por ejemplo, uno de los fundadores de la economía ecológica, decía que el capitalismo es un sistema imposible ab initio: tan imposible como un cuadrado con cinco lados. A su juicio, era difícil entender cómo el capitalismo puede producir más consumidores de bienes cuando su dinámica interna lo impulsa, al mismo tiempo, a incrementar la producción y a recortar los ingresos de los agentes que los podrían consumir. Los trabajadores no tienen muchas posibilidades de aumentar la demanda: siempre reciben y consumen exactamente lo que resulta del comportamiento de los capitalistas… Esta peculiaridad del sistema ha desconcertado a los seguidores de Marx que —como Danielson, Bauer, Hilferding, Rosa Luxemburg, Lenin, Rosdolsky, Sweezy y tantos otros— no han cesado de preguntarse: ¿de dónde viene la demanda? El tema posee pues una larga historia y no cesa de acuciarnos: ¿qué detona las crisis, el periódico desencuentro entre la producción y la demanda de mercancías? El debate gira hoy en torno a las propuestas de los economistas ecológicos que plantean la necesidad de desvincular el desarrollo económico del creciente consumo productivista. Roegen, quien se empeñó en cuadrar los esquemas de reproducción de Marx mediante complejas formulas matemáticas, advirtió que es insostenible proseguir en la senda de la expansión. Algo le enseñó la lectura de El capital: al mirar al valor de uso, se entiende que la economía (crematística o monetaria) opera una abstracción insostenible, un olvidarse de las leyes naturales, en particular de las de la termodinámica. El gran hallazgo de Marx es que la lógica de la acumulación tiende a preferir el productivismo, sacrificando siempre que es necesario el factor subjetivo del proceso: la propia población. La reproducción ampliada del capital y el progreso técnico suponen la presencia de una fuente de mano de obra siempre adicional: un ejército industrial de reserva. En cada crisis, la población trabajadora es la primera en experimentar sus efectos: caída del salario, desempleo, hambruna, pobreza. Cuando el análisis se enfrenta al capital social en su conjunto se descubre que la posibilidad de realización de la plusvalía topa con una barrera que no se había tomado en cuenta antes: la barrera del valor de uso. Para reproducir su capital, el capitalista total debe disponer no sólo de un fondo de valores sino también debe encontrar esos valores bajo formas específicas: máquinas, materias primas, medios de vida, y todo ello en las proporciones marcadas por las exigencias técnicas de la producción. He aquí el tema central de este libro segundo: la reproducción del capital social no sólo exige reponer valores económicos o monetarios, sino también valores de uso específicos. Frente al análisis meramente formal de los economistas clásicos, Marx pone atención al mundo de los valores de uso. Si bien puso énfasis en el valor de uso por excelencia (la vida de los trabajadores), su reflexión se puede extender hoy más allá de ese ámbito. Esto es lo que autores como Bolívar Echeverría y los economistas ecológicos ahora sostienen con claridad. Hay exigencias técnicas que provienen del mundo material, del mundo realmente existente: ecosistemas cuya reproducción es preciso respetar, modelos climáticos que es preciso asumir, fenómenos que hacen cada día mas evidente que el capital no puede continuar prescindiendo de ellos. La preocupación por el pleno empleo y las fluctuaciones económicas ha sido una de las obsesiones de nuestro tiempo. Keynes pensó que revolucionaba la ciencia económica al considerar la insuficiencia de la demanda efectiva y suponer que incrementarla a través de la intervención estatal podía remediar las crisis. El pensamiento económico neoliberal atacó el intervencionismo estatal inspirado en Keynes, pero no opuso resistencia al crecimiento desmesurado del crédito y la especulación financiera. Y la crisis se presentó de nueva cuenta. Al examinar los problemas económicos planteados por El capital, conviene no olvidar ciertos capítulos de la historia del pensamiento económico. El Fondo de Cultura Económica ha publicado buena parte de ellos al dar a conocer libros tan importantes como los de Michal Kalecki, Georgescu Roegen, Bolívar Echeverría y Joan Martínez Alier. De ahí la importancia de volver a leer a los clásicos, en particular a Marx, cuyo nacimiento hoy estamos a punto de celebrar a dos siglos de distancia. •

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Volumen II de El capital: Ideas adelantadas al conocimiento de su tiempo No estaba equivocado, sólo adelantado, aunque co limitado por el conocimiento económico y estadístico de su tiempo. Los problemas planteados en este volumen siguen siendo importantes para la ciencia económica contemporánea. ignacio perrotini hernández 1

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n el prólogo a la primera edición del volumen I de El capital, Karl Marx anunció que el volumen II trataría “del proceso de circulación del capital”. Escribió esto en julio de 1867, 16 años antes de morir, en 1883. El volumen apareció en edición post mortem en 1885, preparada arduamente a partir de un maremágnum de manuscritos inconclusos con los que Friedrich Engels debía “hacer algo”, dejó dicho el autor a su hija Eleanor. La edición de Engels ha sido objeto de críticas no siempre acertadas. Sea como fuere, el volumen II de El capital es el que Engels editó: quod scripsi, scripsi. Los varios borradores dan fe del rigor autocrítico de Marx, del perenne estudio y la revisión anti dogmática de su propia teoría y los datos disponibles; la duda cartesiana de omnibus dubitandum fue su motto favorito. Pero, como veremos, el carácter inconcluso del volumen se explica también porque algunos de los problemas ahí columbrados no tenían solución con el conocimiento acumulado por la ciencia económica de la época.

La reproducción del capitalismo En el volumen I, Marx analizó las condiciones de la producción y el intercambio del sistema de producción capitalista tal como se desarrollaron en Inglaterra. En el volumen II estudia el proceso de circulación del capital, sus circuitos y metamorfosis (parte i), el tiempo de rotación (parte ii) y la reproducción en escala simple y ampliada del capital (parte iii). Los tres circuitos son el del capital dinero (DM-D’), el del capital productivo (P-M’-P) y el del capital mercancía (M’-P-M’), los cuales describen las metamorfosis del dinero en insumos para el proceso de trabajo (compra de mercancías, medios de producción, MP, y fuerza de trabajo, FT), la de los insumos capital y trabajo en productos que contienen plusvalía (P-M’) y la de las mercancías producidas en dinero, es decir, la realización del producto, incluyendo la plusvalía (p), encarnada en M’ como plusproducto (M’ > M) y realizada monetariamente en D’ > D. Estos circuitos pueden representarse mediante el siguiente diagrama que expresa un proceso dinámico de interdependencia entre el intercambio comercial, la producción, el consumo, la inversión, la acumulación de capital, la oferta y la demanda agregadas: d →〖m< 〗 _ (m p)^f t} = p →m’→d ’→〖m<〗 _ m p ^f t} = p →m’

La unidad de estos circuitos representa el movimiento del capital social agregado, las distintas fases del movimiento circular encarnan interdependencia y anarquía a un mismo tiempo, dado que el proceso de circulación de la miríada de capitales individuales y autónomos se basa en decisiones se1 Profesor de teoría y política monetaria en el posgrado de la Facultad de Economía de la unam. Ha traducido varios libros para el Fondo de Cultura Económica, entre otros, El gran escape. Salud, riqueza y el origen de la desigualdad, de Angus Deaton, y Desigualdad, ¿qué podemos hacer?, de Anthony B. Atkinson.

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paradas entre sí, pero también se funda en la ausencia de coordinación a nivel macroeconómico, toda vez que las fuerzas motrices del sistema son la libre competencia y la maximización de la tasa de ganancia, instituciones características críticas del capitalismo: “Acumular, acumular, ése es Moisés y todos los profetas”, sentenció Marx en el volumen I. El sistema capitalista se rige asimismo por los espíritus animales de los que habla John Maynard Keynes en su Teoría General. El circuito del capital dinero es el primus motor que confiere ímpetu a todo el proceso de circulación y reproducción del sistema capitalista; es el más importante para Marx porque representa de manera diáfana el desiderátum del capitalismo, es decir, el valor y la valorización del capital, no el valor de uso o el consumo; porque presupone la existencia de mercados desarrollados de medios de producción y de fuerza de trabajo —prerrequisito para la transformación del dinero en capital— y la existencia de la relación social fundamental (trabajadores libres, trabajo asalariado) para que el capital se apropie el proceso de producción de plusvalía y las condiciones tecnológicas de la vida material. En la parte ii del volumen II, Marx analiza el tiempo de rotación del capital invertido y dos formas que emergen del proceso de circulación, a saber, el capital fijo y el capital circulante como categorías distintas al capital constante y el capital variable del proceso de producción (volumen I). La tensión entre estas dos formas afecta el perfil y los tiempos de rotación (suma de los tiempos de producción, circulación, depreciación, amortización, realización de las mercancías y de financiamiento de los insumos para la producción) del capital y de la plusvalía, es decir, de todo el producto interno bruto (pib), e influye en los procesos de producción, acumulación de capital y expansión económica. Marx presenta un modelo estático (reproducción simple) y uno dinámico (reproducción ampliada) de dos sectores de la actividad económica. El primer sector produce bienes de capital o capital constante (C) y el segundo bienes de consumo o capital variable (V). En el modelo de reproducción simple, Marx supone condiciones estáticas, es decir, la acumulación de capital (inversión neta) y el crecimiento demográfico son iguales a cero, no hay progreso tecnológico y las preferencias se mantienen constantes. La composición del producto entre bienes de capital y bienes de consumo se mantiene en las proporciones correctas necesarias en cada periodo; el mercado de los dos bienes se mantiene en equilibrio perpetuo, el sistema se reproduce en las mismas condiciones originales. El valor total del producto de cada sector en el modelo de reproducción simple es y ; la oferta agregada es igual a la demanda agregada: ; la condición de equilibrio de la reproducción simple es. En el modelo de reproducción ampliada, en cambio, Marx supone que los capitalistas acumulan y reinvierten una parte de su plusvalía en capital constante y variable adicional, y otra parte la consumen . En este caso de expansión, la inversión neta de capital es positiva (In > 0), el equilibrio entre oferta y demanda agregadas es ; la condición de equilibrio en el intercambio de los mercados es . Marx demostró teóricamente las condiciones de equilibrio tanto del capitalismo estático como de la reproduc-

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ción en escala ampliada. La acumulación de capital puede generar desequilibrios, los dos sectores pueden crecer a ritmos diferentes, pero a la postre el sistema exhibirá una tendencia hacia el equilibrio, convergerá hacia una trayectoria de crecimiento de equilibrio, habida cuenta de que ante desequilibrios entre la oferta y la demanda y entre el ahorro (S) y la inversión (I), las fuerzas motrices antes mencionadas desencadenarán movimientos de capital y de los niveles de producción y empleo que no cesarán hasta que las cuotas de ganancia de los diversos capitales se hayan nivelado. Es muy importante enfatizar que en el análisis de la reproducción del capital, Marx postula un mecanismo de ajuste macroeconómico centrado en las variaciones del empleo y del producto o ingreso, con lo cual anticipó por más de medio siglo el análisis que ofrecerán Keynes y Michał Kałecki en la década de 1930. Marx, Say y Keynes El desarrollo teórico de los esquemas de reproducción del volumen II, donde la oferta crea su propio mercado, ha inducido a algunos a sostener que Marx adhirió a la Ley de Say (la oferta crea su propia demanda), postulado que había sido rechazado por Thomas Malthus y Sismonde de Sismondi, quienes esgrimieron en cambio tesis subconsumistas para explicar las crisis industriales en su arenga contra David Ricardo y Jean-Baptiste Say. Éstos admitían la posibilidad de sobreproducción y crisis parciales, pero negaban la existencia de sobreproducción y crisis universales (general gluts). En efecto, la estructura formal de los esquemas de reproducción de Marx parece validar el teorema de Say de que, en una economía de libre mercado, la oferta agregada (OA) crea su propia demanda agregada (DA), no hay límites a la acumulación de capital ni, por tanto, lugar para el desempleo involuntario, la depresión o las crisis generales de sobreproducción, aunque pueden ocurrir desproporciones (excesos de oferta y/o demanda) en mercados específicos en el corto plazo. Si el teorema de Say se interpreta como una identidad (OA≡DA), entonces el capitalismo funciona igual que una economía basada en el trueque, donde por necesidad OA≡DA. Sin embargo, una de las tesis esenciales del volumen II de El capital es que la reproducción del capital es más frágil que la de la economía mercantil simple; el circuito del capital dinero y el papel del sistema bancario y el crédito revelan esta fragilidad, la separación de las fases de circulación de compra y venta gracias al concurso del dinero y del crédito desborda la unidad de las economías de trueque. La economía monetaria que Marx modela en los esquemas de reproducción significa que el teorema de Say es una condición de equilibrio que no se materializa necesariamente en la realidad, es una simple posibilidad matemática entre muchas otras que requiere supuestos y condiciones muy restrictivas. Los modelos de reproducción de Marx demuestran que el capitalismo sí puede generar internamente sus propios mercados, pero este proceso es fundamentalmente inestable, a contrario sensu de lo que sostenían Say y Ricardo. El capitalismo también necesita y puede generar mercados externos, como el comercio internacional (Rosa Luxemburgo derivó de esto su teoría económica del colonialismo), el armamentismo (Sweezy) y el gasto del go-

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vo lumen i i d e el ca p ita l : i d e a s a d e l a n ta da s a l conoci mi ento d e s u t i e m p o

bierno (Keynes) pero este proceso también es inestable. A diferencia de Malthus y Sismondi, Marx sostiene que las crisis por subconsumo no implican el derrumbe automático del capitalismo, tesis apocalíptica también sostenida por marxistas como Rosa Luxemburgo, Tugan-Baranowsky y los populistas rusos Vorontsov y Danielson. Los esquemas de reproducción muestran que la economía capitalista evoluciona cíclicamente en una senda secular expansiva de largo plazo, cuya posible extinción no es mecánica, sino que depende de condiciones histórico-sociales. Las crisis económicas (por sobreproducción, desproporcionalidad, subconsumo y financiarización) constituyen procesos de “destrucción creativa”, como dirá Schumpeter en el siglo xx, copiando a Marx. En sus esquemas, Marx demuestra el dilema de la Ley de Say: necesita la realización del equilibrio entre el ahorro ex ante y la inversión ex ante, sin utilizar estos términos, los cuales se infieren de su teoría sin menoscabo alguno. Estas condiciones de equilibrio —en la reproducción simple y ampliada— son muy restrictivas. De ahí que, si el circuito del capital dinero demuestra la posibilidad de las crisis generales, los esquemas de reproducción demuestran la necesidad de las crisis sistémicas de sobreproducción, así como también las condiciones de la reconstrucción del ciclo de la acumulación de capital. Del análisis de los esquemas de reproducción de Marx se infieren lógicamente los problemas fundamentales planteados por Keynes en su Teoría general: la inestabilidad de la relación entre el ahorro y la inversión, los problemas de insuficiente demanda efectiva y el desempleo involuntario, el papel desestabilizador que puede desempeñar el crédito (la preferencia por la liquidez) y el rechazo de la Ley de Say, de la neutralidad del dinero postulada por la teoría cuantitativa del dinero y del papel equilibrador de la tasa de interés que sugerirá Knut Wikcsen en 1898. Aporías A manera de conclusión, amén de las ya comentadas contribuciones originales contenidas en el tomo ii, en este libro Marx descubrió y formuló diversos problemas que a la sazón era casi imposible resolver. La solución —no siempre satisfactoria— a varios de estos problemas debía esperar a los desarrollos matemáticos y de la teoría económica contemporánea. Por motivos de espacio, aquí sólo podemos enumerar algunos. Primero, en los esquemas de reproducción, Marx generalizó el Tableau Économique de Quesnay y la Ley de Say; Léon Walras hizo lo propio casi simultáneamente (1874); ambos formularon un modelo de equilibro general. La diferencia es que mientras Walras ratifica la Ley de Say de los mercados, Marx postula la inestabilidad de la inversión y del equilibrio del sistema y, en ese sentido, propone el núcleo de una teoría del desequilibrio general. Segundo, Marx refutó la hipótesis clásica de que el desequilibrio entre el ahorro y la inversión pueda ser resuelto por las variaciones de la tasa de interés (Knut Wicksell), lo cual implica el rechazo de la hid de los precios pótesis clásica de que la flexibilidad y los salarios restaura el equilibrio S = I y el pleno empleo en el mercado de trabajo. Keynes hizo lo propio en su Teoría general (1936).. Ambos obsereflación que povan los problemas de inflación y deflación sequilibrio S = I tencialmente pueden emerger del desequilibrio y sostienen que fundamentalmente el ajuste macroeconómico ocurre vía fluctuacioness del ingreso, la inversión y el empleo, no mediante las variaciones mbos estriba en de los precios. La diferencia entre ambos esequilibrio S = que Keynes identifica la causa del desequilibrio ctiva y en el esI en los problemas de demanda efectiva ntras que Marx píritu animal del capitalismo, mientras acterísticas inssostiene que la causa está en las características alista (las leyes titucionales de la producción capitalista ncia y la avidez de la acumulación, la libre competencia de la máxima ganancia). Tercero, Marx postula el o, las crisis y los núcleo de una teoría del crecimiento, ciclos endógenos con rendimientos crecientes para el caso de una economía monetariaa abierta. En el siglo xx, economistas heterodoxos como Richard sicos como Paul Goodwin y Nicholas Kaldor, neoclásicos chumpeterianos Romer y Robert Lucas y neo-schumpeterianos como Philippe Aghion, elaboraron modelos de crecimiento y ciclos endógenos. n de varios proEn suma, tal parece que la solución ó en el segundo blemas teóricos que Marx descubrió volumen de su magnum opus exigíaa complejos métodos matemáticos, estadísticos, científicos, así ar la economía y como datos necesarios para analizar o debió esperar la conducta humana, cuyo desarrollo hasta el siglo xx. •

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Los pioneros son los que ponen su bandera en la tierra ignota donde han llegado

Conversación con Carlos Chimal Carlos Chimal, autor de Fábrica de colores. La vida del inventor Guillermo González Camarena, resume para La Gaceta los hallazgos de su investigación y expresa su fascinación con el personaje y el mundo de su tiempo. Un acontecimiento en los 100 años del nacimiento de este gran inventor. virginia bautista

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n enamorado del color, un mago total, bromista las 24 horas del día, hipnotista innato, músico de día y astrónomo de noche, dibujante cada vez que se ofrecía y, sobre todo, “un inventor genial”. Así define el escritor Carlos Chimal al científico, investigador e ingeniero mexicano Guillermo González Camarena (19171965), inventor del primer sistema de transmisión por televisión a color, de quien este año se conmemora el centenario de su nacimiento. “El color fue todo para él. No sólo era un descubridor, sino un inventor. Tenía una prodigiosa memoria visual”, comenta en entrevista el autor de Fábrica de colores, la biografía de este jalisciense multifacético que acaba de publicar el Fondo de Cultura Económica, con el número 248 de la colección La Ciencia para Todos. “Fue un pionero a nivel mundial. Pertenece a la estirpe de los grandes inventores, como Thomas Alva Edison o Alexander Graham Bell. Lo que hizo fue una gran hazaña, una epopeya”, afirma Chimal sin dudar. Más que al brillante egresado de la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica del Instituto Politécnico Nacional o al visionario empresario de televisión, el autor revalora a lo largo de las 127 páginas del libro al “inventor

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nato” que siempre se preocupó por el ser humano y su felicidad. “Desde muy pequeño mostró esa inquietud. Apenas había cumplido siete años de edad cuando ya estaba diseñando y armando diversos dispositivos y juguetes movidos por electricidad, entre ellos una alarma para avisar de los temblores de tierra y una pequeña fábrica de hilos”, detalla. “El dinero que le daban sus padres el domingo lo gastaba en comprar cables, pilas, focos, bulbos, los componentes electromecánicos que se requerían para construir la reina de moda en ese entonces: la radio”, añade. Quien ha ejercido el periodismo literario y científico en las principales revistas y diarios de este país señala que en el volumen mencionado buscó mostrar las distintas facetas de González Camarena, que se conocen poco. “No sólo inventó la televisión a color, en realidad inventó seis sistemas. Dejó una vida muy rica en la historia de México, en el humor. Era un hombre de su tiempo, muy sensible a lo que estaba pasando. Fue el gurú del empresario Emilio Azcárraga Vidaurreta”, indica. El séptimo y penúltimo miembro de la familia formada por los jaliscienses María Sara Camarena Navarro y Arturo Jorge González Pérez, Guillermo fue un eterno curioso que prefería encerrarse a inventar artefactos en lugar de salir a jugar o hacer vida social. “Su padre era un hombre industrioso que hacía sus propias cámaras y era músico. Y eso se refleja en el hijo. Creció en un mundo convulso, donde demostró lo mejor del inventor y el científico: trató de reparar las cosas rotas de la sociedad”, apunta. “Tenía una mente rápida y, al mismo tiempo, era una persona candorosa, nunca mal intencionada. Como buen jazzista, aprovechaba el momento para ejecutar una pirueta y obtener una sonrisa de los demás. Era de cabeza lúdica y corazón atemperado”, considera Chimal. Una historia de éxito Del niño que se deslumbró con “las maravillas del electromagnetismo, el alucinante mundo atómico y el reto del vacío”, semillas que prendieron en el fértil terreno de su mente, Guillermo González Camarena se convirtió en un adolescente creativo e innovador. “De acuerdo con el testimonio del doctor José Antonio de la Herrán Ruiz, quien a los 15 años de edad conoció personalmente a Guillermo, en 1932 nuestro bisoño inventor construyó un transmisor de onda corta controlado por un oscilador de cristal con un bulbo de salida 6L6”, narra Chimal. Éste fue uno de los primeros resultados de muchas noches-madrugadas de investigación que el joven genio compartió con su hermano, el pintor, muralista y escultor Jorge González Camarena, y su amigo, el joven pianista Luis Herrera de la Fuente, quien con los años se convertiría en famoso director de orquesta. González Camarena registró la primera patente de televisión a colores en México el 19 de agosto de 1940, con el número 40235, invento que él llamó “adaptador cromoscópico para aparatos de televisión”. La patente ampara la originalidad de un sistema “tricromático de secuencia de campos”, mediante el cual se utilizan en secuencia filtros de los colores primarios rojo, verde y azul montados en un disco giratorio para la captación y reproduc-

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ción de imágenes, describe Chimal en el libro. González Camarena patentó su invento también en los Estados Unidos. El 7 de septiembre de 1946, a los 29 años, el joven ingeniero inauguró la primera estación experimental de televisión en México con equipo diseñado y construido por él mismo: xehgc, Canal 5. González Camarena inventó más tarde, en los años 60, un sistema más simple para generar color, el sistema bicolor simplificado. “Su vida es una historia de éxito. Pero no era el tipo que se comía todo el mundo, sino una rebanada. Él tomó la rebanada que le correspondía, el Canal 5. Los pioneros son los que ponen su bandera en la tierra ignota donde han llegado”, afirma el novelista. Vocación social González Camarena trabajó siempre para que el sistema mexicano de televisión a color fuera una buena alternativa para un público mayoritario, incluyendo a los habitantes de los países con escasos recursos económicos, explica Chimal. Incluso la nasa se vio beneficiada con sus descubrimientos. “A finales de la década de los 60, la patente ya era de dominio público. Entonces, un investigador de la nasa recuperó el invento de Guillermo y lo sometió a consideración de un comité técnico. De inmediato supieron que habían encontrado una joya”, añade. A principios de abril de 1965 inició uno de los proyectos más trascendentales en su propósito de poner la televisión al servicio de la sociedad: la telesecundaria. “El sistema en circuito cerrado de televisión a colores también ayudó a impulsar la campaña de alfabetización.” Master of Speech por el Columbia College de Chicago, el inventor mexicano consolidó su fama al representar a México en diversos encuentros, ferias y universidades de varios países. Pero su vida fue corta. “El 18 de abril de 1965, regresando de inspeccionar el transmisor repetidor del Canal 5, xhaj, localizado en el cerro de las Lajas, en Veracruz, encontró la muerte en un accidente automovilístico a los 48 años de edad”, describe Chimal. Sin embargo, el ingeniero vivió plenamente y fue feliz también a nivel personal. Se casó con María Antonieta Becerra Acosta y tuvo dos hijos: Guillermo y Arturo, quienes hoy tienen 66 y 63 años de edad, respectivamente. Ambos fueron entrevistados para realizar esta biografía. “Son muy abiertos. Me permitieron ver todos los archivos de su padre, sus documentos, cartas, grabar, ver una y otra vez. Custodian con cariño su legado: su biblioteca, dibujos, correspondencia, cámaras de televisión, radios, cuadros y modelos de barcos a escala”, cuenta. Chimal confiesa que quedó fascinado con ese hombre que nunca perdió la capacidad de asombro, el buen humor y el deseo de dar felicidad a la gente; a quien lo mismo le gustaban los ajolotes que la música de su amigo Agustín Lara. “Aprovechaba la más mínima oportunidad de convertir la vida cotidiana en un acto de magia”, concluye. •

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Las fronteras de la muerte La delimitación del momento de la muerte física, que capturó la imaginación colectiva en los siglos xviii y xix en Europa y América, empieza a recuperar interés en la década de 1960 por los transplantes de órganos y las técnicas de reanimación. Ahora cobra tir de nuevos n más relevancia a partir casos plorados po paradigmáticos, explorados por una oga e historiadora destacada neuróloga historiadora. n adelanto de Presentamos un Las fronteras de la muerte. laura bossi

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urante ante miles de años see consideró que un hombre estaba muerto cuando su alma salía de su cuerpo. El alma-soplo se iba volando con el último suspiro; el alma-sangre se escurría a través de una herida abierta; el anciano se apagaba como una candela cuando su corazón, hogar del calor vital, dejaba de latir.1 El alma podía retirarse como una marea, como en el caso de Sócrates,2 enfriándose y endureciéndose bajo el efecto del veneno. La muerte era familiar. La gente moría mucho, los niños arrebatados por las fiebres, las mujeres por los partos. La gente moría en casa. La muerte de los animales, por causa de la caza y la matanza; pero también los cuidados que se proporcionaban a los hombres moribundos, así como a los muertos, no eran confiados a especialistas. Todos reconocían la muerte, incluso cuando no la hubieran conocido nunca. Todos sabían que se manifestaba por el cese de movimiento, de la respiración, del corazón. La mirada se vuelve vidriosa; el cuerpo frío y pálido, luego duro y rígido. Después de cierto tiempo

1 L. Bossi, Histoire naturelle de l’âme, puf, París, 2003, pp. 379 y ss. 2 Platón, Fedón, 117e-118a.

se descompone, exhalando olores fétidos. Hay que darle sepultura, y la carne vuelve a ser cenizas y polvo. Sin embargo, ya en los tiempos de los griegos, los signos de la muerte n considerados como inciertos y son ñosos. Puede que un muerto n engañosos. no mente muerto, y que aquél aq esté realmente que creíamos perdido para sie siempre vuelva a la vida. Desde Hipó Hipócrates, es que él, los y sin duda mucho antes médicos se interesaron en ese momento en el que el alma emprende el vuelo y el hombre se convierte en cadáver. Frente a la muerte, ellos se hicieron tres preguntas prácticas: ¿cómo predecirla? (la fisonomía hipocrática, los signos pronósticos de Celso), ¿cómo diferenciarla de la muerte aparente?,3 ¿cómo establecer el momento del fallecimiento? Los médicos de la Antigüedad ya habían descrito signos que permitían confirmar la muerte: el paro del pulso y de la respiración, palidez, frialdad, livideces cadavéricas, fijación de la mirada, descenso de la mandíbula inferior, relajamiento de esfínteres, rigor mortis y, por último, la putrefacción. Durante 2 500 años, hasta me-

3 E. H. Ackerknecht, “Death in the History of Medicine”, Bulletin of the History of Medicine, 42 (1): 19-23, 1968; M. Alexander, “ ‘The Rigid Embrace of the Narrow House:’ Premature Burial and Signs of Death”, The Hastings Center Report, 10 (3): 25-31, 1980.

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diados del siglo xx, los médicos han estado de acuerdo en que el signo inequívoco de la muerte es el paro cardiaco, y el momento de la muerte se define como el momento en que el corazón deja de latir. El descubrimiento de la circulación sanguínea por William Harvey en 1628, y el de la función del oxígeno por Antoine Lavoisier a finales del siglo xviii (1778), y más tarde la invención del estetoscopio por René Laennec en 1816 y el del electrocardiograma por Willem Einthoven en 1903, permitirán comprender y reconocer mejor el paro cardiocirculatorio. El siglo xviii se inaugura con un resurgimiento de los estudios médicos sobre la muerte. Al libro de Giovanni Maria Lancisi sobre la muerte aparente, De subitaneis mortibus, publicado en el año 1707, le siguieron los trabajos de Friedrich Hoffmann el mismo año, y más tarde los de Michael Alberti (1723), JacquesBénigne Winslow (1740), JacquesJean Bruhier d’Ablaincourt (1742, 1745), Johann Peter Frank (1790) y Christoph Wilhelm Hufeland (1791). Algunos autores como Winslow y Frank se habían librado por poco de ser enterrados vivos ellos mismos.4 El interés por el tema fue tan grande que podemos decir que, entre 1750 y 1850, un miedo epidémico a la muerte aparente invadió Europa y, más tarde, América. En las principales ciudades se constituyeron asociaciones humanitarias de auxilio, las humane societies británicas, encargadas de reanimar a los ahogados, a los “sofocados”, a personas golpeadas por un rayo, a los congelados, a los muertos de manera violenta, a niños que parecieran muertos al nacer, etc., para salvarlos así del riesgo de ser enterrados vivos. Las primeras ciudades en instaurarlas fueron aquellas construidas sobre el agua, cuyos habitantes estaban expuestos al ahogamiento: Ámsterdam (1676) y Venecia (1768); seguidas por Milán y Hamburgo (1768), Viena (1769), París (1772), Dresde (1773), Londres (1774), Filadelfia (1788), etcétera. Los historiadores de las mentalidades han hablado de un infierno secularizado para explicar la difusión del miedo a la inhumación prematura en todos los estratos sociales. En la cultura materialista y descristianizada del siglo xviii, esto representaría una nueva forma de angustia frente a una muerte desprovista en adelante de la esperanza de un más allá.5 Pero la evolución de la biología y de la medicina también parece tener un papel determinante: la medicalización de la muerte comienza con el debate en torno a la incertitud de sus signos,6 a los estados fronterizos entre la vida y la muerte, a la reversibilidad de la muerte a través de la reanimación, y a la teoría de un pasaje gradual y fragmentado de la vida hacia la muerte. Los médicos comprometidos con las asociaciones humanitarias cuestionan los antiguos signa, e identifican otros nuevos, como los 4 C. Milanesi, Mort apparente, mort imparfaite. Médecine et mentalités au xviiie siècle, Payot, París, 1991. 5 Según Philippe Ariès, la familiaridad entre el hombre y la muerte en la sociedad del Medievo habría conocido una primera ruptura en el mundo de lo imaginario, expresada por los temas macabros de la civilización barroca del siglo xvii; el miedo a la inhumación prematura del siglo xviii sería la transición entre la muerte macabra del periodo barroco y la muerte moderna, escondida y encerrada en los hospitales. P. Ariès, Essais sur l’histoire de la mort en Occident, du Moyen Âge à nos jours, Seuil, París, 1975. 6 P. Ariès, op. cit.; C. Milanesi, op. cit.

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reflejos pupilares o la auscultación del corazón. Proponen “exámenes de vida”, como la trompeta de Hufeland (se intentaba despertar al individuo con el ruido de una trompeta) o la estimulación eléctrica; simplifican y popularizan las técnicas de reanimación.7 Para el regidor de la ciudad de París, Philippe Nicolas Pia,8 quien consagró los últimos 10 años de su vida al rescate de ahogados en el Sena, estas técnicas se resumían de la siguiente manera: desvestir al ahogado, insuflarle agua caliente en la boca y humo de tabaco en los intestinos (Pia mandó construir 3 000 máquinas fumigadoras para este efecto), agitar su cuerpo, hacerle cosquillas en la nariz y la garganta, frotarlo, hacerlo sangrar en la yugular. En caso de mostrar señales de vida, emplear agua tibia y granos de emético. Para conjurar el peligro tanto de los miasmas cadavéricos como de las inhumaciones prematuras, varias ciudades se equipan de edificios especiales, parecidos a salas de espera, en donde se conservaba al muerto hasta el momento en el que la putrefacción demostraba con certeza la irreversibilidad del fallecimiento.9 En Weimar, Hufeland hizo construir, en 1791, el primer Vitae Dubiae Asylum [Asilo para la vida en duda], construcción aislada dividida en dos salones: el primero contenía los supuestos cadáveres, mientras que el segundo, separado del aquél por una barrera de cristal, albergaba a un vigilante especializado en la reanimación. Las manos de los cadáveres estaban atadas con hilo a una campana, que debía alertar al guardia del menor movimiento. Depósitos similares fueron más tarde creados en todo el territorio alemán. En Francia se optará por el establecimiento de un control médico de todos los decesos, certificado mediante un documento expedido por un oficial de salud, y se impondrá un plazo entre la muerte y los funerales. Esta medicalización de la muerte se ve acompañada de una ampliación extramuros de los cementerios a partir de 1780. Estas medidas se expandirán pronto a toda Europa. La muerte medicalizada, sanitizada, y parcialmente reversible remplaza de esta manera a la grande y dramática muerte cristiana. Los cuentos de Edgar Allan Poe y la “novela negra” serán el avatar literario, en el siglo xix, del gran miedo al premature burial. Las técnicas de reanimación se perfeccionan a partir de las fumigaciones, las estimulaciones eléctricas y las primeras tentativas de respiración artificial (boca a boca) en el caso de los ahogados, recomendadas desde el siglo xviii por miedo a la inhumación prematura. El masaje cardiaco externo se recomendó a partir de 1904 y se generalizó en los años sesenta (William B. Kouwenhoven); el desfibrilador cardiaco (Claude Beck) se creó en 1947. Pero el objetivo era el mismo: intentar “re-animar”, intentar regresar el alma al cuerpo, intentar regresar a la vida al moribundo, sobre todo para no confundir a un vivo con un muerto. Por consiguiente, era impor7 C. Milanesi, op. cit.; P. Brullard y A. Larcan, “Histoire des gestes et techniques de réanimation au xviiie siècle”, Histoire des Sciences Médicales, 13 (3): 261-274, 1979. 8 N. P. Pia, Détail des succès de l’établissement…, Ámsterdam, 1773, p. 62, apud C. Milanesi, op. cit., p. 233. 9 Ibid., p. 190.

tante tener la mayor certeza de la muerte, y dejar pasar cierto tiempo entre la certificación de la muerte y la inhumación. Ese tiempo variaba según las culturas, pero estaba presente en todas. En la cultura griega, cuenta Heródoto, se mantenía a los muertos en casa durante tres días antes del entierro. En el caso de los romanos, se esperaba ocho días antes de la incineración. En las culturas judía y musulmana, en las que el cadáver debe ser sepultado rápidamente (el mismo día o al día siguiente del deceso), se dejaba no obstante cierto tiempo para el aseo del difunto, para la oración y para la velación. Durante ese tiempo de espera, de calma, de meditación, en el que no se hacía nada, la familia tenía la posibilidad de asimilar la muerte de su ser querido, y despedirse de él. No es hasta finales de la década de los sesenta que se produce un cambio radical. Por un lado, las técnicas de reanimación cardiopulmonar permitirán en adelante restablecer la respiración y la circulación, es decir, mantener en vida casi indefinidamente a pacientes con funciones cerebrales severamente dañadas. Por otro lado, con el progreso de la técnica de los trasplantes, y en particular con el primer trasplante de corazón llevado a cabo por Christiaan Barnard en 1967, se plantea el problema de encontrar donadores de órganos. La atención se centrará entonces en el cerebro y en los criterios de muerte encefálica, y el objetivo principal ya no será el no confundir a un vivo con un muerto, sino el no considerar vivo a alguien que está efectivamente muerto y que podría ser un donador de órganos. ¿Cómo llegamos hasta este punto? Trasplantes de corazón después de una extracción a corazón parado ¿Vamos acaso a franquear una etapa más, y aceptar que sea legítimo matar para extraer los órganos? Un paso importante en esta dirección fue dado en agosto de 2008, con la publicación, en The New England Medical Journal, de tres casos de extracciones de corazones de recién nacidos declarados muertos por paro cardiaco, realizados por un equipo de pediatras en Denver, Colorado.10 Los tres niños que “donaron” su corazón luego de un paro cardiaco tenían en promedio 3.7 días de edad y su peso promedio era de 3.2 kilos; sufrían “lesiones neurológicas graves”, como consecuencia de una asfixia en el momento del nacimiento, no descritas a detalle en el artículo. En el marco de un protocolo llamado por eufemismo “family centered end-of-life care plan” (proyecto de fin de vida medicalizado centrado en la familia), el cese de la reanimación fue decidido con el consentimiento de las familias. Los niños tuvieron un paro cardiaco entre 11.5 y 27 minutos después del cese de la reanimación. Luego de un paro cardiaco de una duración de entre 1.25 y 3 minutos, fueron declarados muertos en presencia de un médico forense, y sus corazones fueron extraídos para ser trasplantados a tres lactantes (de una edad promedio de 2.2 meses) que sufrían graves malformaciones cardiacas. 10 M. M. Boucek et al., “Pediatric Heart Transplantation After Declaration of Cardiocirculatory Death”, The New England Journal of Medicine, 359 (7): 709-714, 2008.

Es sin duda cierto que, sin estos trasplantes, los seis niños estarían probablemente muertos hoy, mientras que éstos permitieron que tres de ellos sobrevivieran, y siguieran vivos seis meses después de la intervención. Según la literatura, su esperanza de sobrevivir 15 años sería del 50%. Quizás también las familias de los “donadores” encuentran cierto consuelo en la idea de que el niño que no desearon que sobreviviera “sirva” para algo más, que pueda “salvar” o prolongar la vida de otro niño. Sin embargo, ¿se justifica, incluso con la autorización de las familias, interrumpir una vida para salvar otra? Esta publicación plantea graves problemas éticos, los cuales fueron evocados en un artículo editorial11 y debatidos en artículos y en una mesa redonda.12 El especialista en bioética de la Universidad de Harvard, Robert Truog, de quien ya hemos hablado, reitera su propuesta de derogar la regla del donador muerto (dead donor rule), en nombre de una mayor transparencia, e incluso cuestiona la necesidad de establecer la irreversibilidad del proceso de la muerte.13 La decisión médica debería, según él, fundarse únicamente en el consentimiento informado y en el pronóstico. Pero el consentimiento es manipulable, y no siempre es informado, sin mencionar los países (como Francia) en donde se asume a priori un consentimiento sobre la donación de órganos por parte de todos aquellos que no se oponen de manera explícita. Robert Veatch, profesor de ética de la Universidad de Georgetown, hace la constatación de que hemos detenido vidas para extraer los órganos, puesto que si ha sido posible reavivar la actividad cardiaca de tres corazones luego del trasplante, no podemos ciertamente hablar de cese irreversible de la función cardiaca.14 Entonces, el criterio de la muerte por paro cardiaco irreversible no habría sido respetado. James Bernat plantea también la cuestión de la irreversibilidad: podríamos haber reanimado a los tres niños, y el corazón podría haber vuelto a funcionar, como lo hizo luego del trasplante.15 Subraya el hecho de que el protocolo experimental llevado a cabo por los pediatras estadunidenses pone a prueba los límites de las extracciones de órganos; y estima que tiempos tan cortos como 75 segundos no serán considerados aceptables por la comunidad médica. Por otra parte, señala que los niños “donadores” habrían sido reanimados luego del paro cardiaco, y que no podíamos descartar que la circulación extracorporal habría podido impedir la muerte encefálica e incluso reactivar las funciones cerebrales. •

11 G. D. Curfman, S. Morrissey y J. M. Drazen, “Cardiac Transplantation in Infants”, The New England Journal of Medicine, 359 (7): 749-750, 2008. 12 The New England Journal of Medicine publicó en internet la grabación de esta mesa redonda bajo el título “Organ Donation After Cardiac Death”. 13 R. D. Truong y F. G. Miller, “The Dead Donor Rule and Organ Transplantation”, The New England Journal of Medicine, 359 (7): 674675, 2008. 14 R. M. Veatch, “Donating Hearts After Cardiac Death — Reversing the Irreversible”, The New England Journal of Medicine, 359 (7): 672-673, 2008. 15 J. L. Bernat, “The Boundaries of Organ Donation After Circulatory Death”, The New England Journal of Medicine, 359 (7): 669-671, 2008.

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la inc reíble act ualidad de karl m arx

estudio introductorio

El desencantamiento del mundo Colección de ensayos de Wolfgang Schluchter sobre los temas centrales de Max Weber, exégesis rigurosa y puesta al día de los conceptos liderazgo político, vocación política, ética de la responsabilidad… A continuación el prólogo. francisco gil villegas m.

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olfgang Schluchter (1938, Luisburgo, Alemania), profesor emérito de la Universidad de Heidelberg en la República Federal Alemana, es en la actualidad la máxima autoridad mundial en la interpretación del legado sociológico de Max Weber y uno de los autores que ha aprovechado al máximo ese legado, del cual es un administrador riguroso y todavía principal responsable de la Max Weber Gesamtausgabe o edición crítica integral de las obras completas de Max Weber, donde ha sido desde 1979 uno de los tres autores que más volúmenes ha editado, al lado de los ya fallecidos Wolfgang J. Mommsen y Mario Rainer Lepsius.1 Además, ayudó a reconstruir las universidades de Leipzig y Erfurt, en Alemania Oriental, después de la caída del muro de Berlín, y ha sido profesor invitado en las universidades de Pittsburgh, Berkeley, Singapur, Hong-Kong y New School of Social Research en Nueva York. Dentro de lo que ya ha sido denominado el “Paradigma Weber”,2 Schluchter ha usado también los recursos de fuentes originales y de primera mano, como principal editor de la obra crítica integral de Max Weber, para desarrollar una teoría sistemática propia, la cual se

1 Para una descripción en español del importante papel desempeñado por Schluchter en el diseño y realización del ambicioso plan de publicación de la Gesamtausgabe, especialmente en lo referente a la manera de editar Economía y sociedad, véase “Introducción del editor” a Max Weber, Economía y sociedad, 3ª ed., a cargo de Francisco Gil Villegas (México, fce, 2014), pp. 29-68. Véase también, Francisco Gil Villegas, “La edición crítico-integral de las obras completas de Max Weber en la República Federal Alemana”, Estudios Sociológicos de El Colegio de México, 4 (10) (enero-abril de 1986): 161-167. 2 Véase Gert Albert et al. (eds.), Das Weber-Paradigma. Studien zur Weiterentwicklung von Max Webers Forschungsprogramm [El paradigma Weber. Estudios para el desarrollo renovado del programa de investigación de Max Weber] (Tubinga, Mohr, 2003).

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encuentra só sólidamente fundamentada en una historia h de la teoría sociológica con un criterio de selección de los autores clásicos en el que la posición del autor elegido: 1) fundamente, a su vez, un “programa de investigación”; 2) tenga un núcleo existencial a partir del cual muestre heurísticamente cómo se llegan a alcanzar nuevos conocimientos y explicaciones convincentes de fenómenos sociales; 3) tenga una metodología propia, clara y factiblemente instrumental, así como una teoría sobre la relación entre acción, orden y cultura; y 4) muestre con casos de investigación empírica cómo puede aplicarse la teoría general o un aspecto específico de ella.3 Esos criterios de selección de autores clásicos para la fundamentación de la teoría sociológica no se han perfilado siempre con el mismo rigor ni en perspectiva sistemática como lo ha hecho Schluchter, a pesar de que existen antecedentes precursores tan importantes como los de Raymond Aron, Talcott Parsons, Anthony Giddens y Jürgen Habermas.4 Los autores seleccionados en la mencionada obra de Schluchter son Marx, Durkheim y Weber, para la constitución diversificada de la sociología; y para “el doble giro sistémico y lingüístico de la constitución de la sociología” seleccio-

3 Véase, sobre todo, Wolfgang Schluchter, Grundlegungen der Soziologie. Eine Theoriegeschichte in systematischer Absicht [Fundamentaciones de la sociología. Una historia de la teoría con propósito sistemático], 2ª ed. (Tubinga, Mohr, 2015). Sobre la importancia de la relación entre acción, orden y cultura, específicamente para el caso de Weber, cfr. W. Schluchter, Acción, orden y cultura. Estudios para un programa de investigación en conexión con Max Weber, trad. Lía E. Cavadas (Buenos Aires, Prometeo, 2008). 4 Cfr. Raymond Aron, Las etapas del pensamiento sociológico, trad. Carmen García Trevijano (Madrid, Tecnos, 2004); Talcott Parsons, La estructura de la acción social, 2 vols., trads. Juan José Caballero y José Castillo (Madrid, Guadarrama, 1968); Anthony Giddens, El capitalismo y la moderna teoría social, trad. Aurelio Boix Duch (Barcelona, Labor, 1994), y Jürgen Habermas, Teoría de la acción comunicativa, 2 vols., trad. Manuel Jiménez Redondo (Madrid, Taurus, 1999).

na a Parsons, cuyo giro sistémico prosiguió Niklas Luhmann y George Herbert Mead, quien abrió el giro lingüístico en el que luego abrevó Habermas. De ahí pasa a criticar los excesos de la teoría de sistemas radicalizada por Luhmann y la tensión entre los componentes de la acción y la estructura que lleva a la oposición entre individualismo y estructuralismo, en donde desarrolla un breve intercambio con las posiciones de James Coleman y Pierre Bourdieu. En las consideraciones finales se confrontan la teoría de la acción y la teoría de sistemas, confrontación considerada por Schluchter como la auténtica línea divisoria del debate sociológico contemporáneo, para finalmente proponer una salida mediante un “contorno en la dirección de una sociología comprensiva estructural individualista”.5 Aunque el capítulo dedicado a Max Weber en esa obra se relaciona evidentemente con el libro que ahora ofrece el Fondo de Cultura Económica en colaboración con el Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia al lector de habla hispana, los antecedentes más profundos e importantes para fundamentar cada uno de los seis estudios que constituyen El desencantamiento del mundo se encuentran en otros trabajos previos, donde Schluchter aportó interpretaciones teóricas y sustantivas, sumamente importantes y originales, tanto para su propio “programa de investigación” teórica como para una mejor comprensión del significado de la aparentemente fragmentada obra de Max Weber. Y es que no todos los estudios que constituyen este libro giran necesariamente en torno al diagnóstico del desencantamiento del mundo, como se intitula el primer capítulo, que a su vez sirve de título al conjunto. Consideremos primero, y a manera de ejemplo, el importante capítulo v dedicado a la

5 Schluchter, Grundlegungen der Soziologie, pp. 619-632.

andrea garcía flores

exégesis de qué significa el liderazgo político, así como de la aplicación de las ideas y los principios contenidos en la impactante y ya célebre conferencia de 1919 “La política como vocación”. Schluchter inició su carrera académica con la publicación de un libro que no fue de teoría sociológica ni sobre Max Weber, sino de teoría política e historia constitucional y sobre Hermann Heller, en el cual tomó abiertamente partido por el Estado de derecho y la socialdemocracia.6 Hasta la fecha, Schluchter considera que, si se hubiera adoptado en la República de Weimar la posición política de Heller, se habría podido detener el ascenso del nacionalsocialismo y, por tanto, que ha sido muy injusto el que Carl Schmitt haya recibido mayor atención que Heller en épocas recientes. Este punto de partida influyó naturalmente en una aportación de Schluchter, de gran relevancia, a la discusión sobre cómo debe interpretarse el pensamiento político de Weber basado en su noción de ética de la responsabilidad. En un temprano artículo que se remonta a 1971, Schluchter demostró de manera convincente —frente a interpretaciones en las que Habermas y otros habían acusado a Max Weber de decisionista y hasta de haber gestado con ello a hijos intelectuales ilegítimos como Carl Schmitt— que eso simplemente no era cierto, porque la expresa inclinación de Weber por la ética de la responsabilidad frente a la ética de la convicción en la esfera política le había permitido criticar racionalmente las consideraciones prácticas y tomar acciones, no en función de decisiones arbitrarias, sino del cálculo de las consecuencias posibles de las diversas alternativas 6 Wolfgang Schluchter, Entscheidung für den sozialen Rechsstaat. Hermann Heller und die Staatstheoretische Diskussion in der Weimarer Republik [Decisión por el Estado de derecho social. Hermann Heller y la discusión teórico estatal en la República de Weimar] (ColoniaBerlín, Kiepenheuer & Witsch, 1968). Véase también Hermann Heller, Teoría del Estado, trad. Luis Tobío (México, FCE, 1942).

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para actuar. Aunque este criterio no puede extenderse a todas las esferas institucionales, por ejemplo, de la religión o la vida privada, para Weber la ética de la responsabilidad es el tipo de criterio valorativo que debe predominar en la política. Así, el pluralismo axiológico de Weber presupone la multiplicidad de posiciones básicas, fácticamente existentes o teóricamente posibles, dentro de las cuales es posible la crítica y la discusión racional. Según Schluchter, a la luz de esta preferencia por la ética de la responsabilidad, la posición de Weber ya no es arbitrariamente decisionista, sino más bien la de un “racionalista crítico”, puesto que [...] la ética de la responsabilidad formula el mismo postulado del racionalismo crítico, por ejemplo, de Hans Albert: “debes exponer incluso tus creencias y valores más profundos a la crítica y hacerlos examinar en función de sus probables consecuencias”. No hay ni puede haber soluciones finales. De esta manera, aun cuando la concepción de Weber sobre la relación entre conocimiento y decisiones contiene ciertamente algunos elementos fundamentalistas y, por lo tanto, decisionistas, el componente crítico predomina claramente y, por ello, desde una perspectiva teórica, el modelo de Weber es fácilmente transformable en el del racionalismo crítico.7

Este constituye entonces el meollo teórico de la diferente posición ética de Max Weber frente a la pura y típicamente decisionista de Carl Schmitt, y esta misma reconstrucción la vuelve a formular Schluchter, más de un tercio de siglo después, en el capítulo v del presente libro, donde profundiza en la solidez de su fundamentación, al introducir el tercer tipo del político realista, orientado al éxito, en la contraposición entre el político regido por la ética de la convicción y el político regido por la ética de la responsabilidad. Al ubicar a este último en medio de la Realpolitik y la ética fundamentalista e inamovible, que no calcula las consecuencias de su acción, Schluchter vuelve a demostrar, por otra vía y con otros recursos, la inclinación valorativa de Weber por una posición que, sin descuidar las consecuencias de la acción y las posibilidades de éxito en el actuar político, mantiene la responsabilidad ética más allá de los deslices del decisionismo arbitrario y el relativismo paralizante e irresponsable, pues no es casual que, como concepto contrapuesto a la política de la convicción, no se decida por usar el concepto de política realista (Realpolitik), sino el de política de responsabilidad, que está ubicada, en cierto modo, entre la política de la convicción y el realismo político. Y aunque el político responsable, al igual que el realista, tiene en cuenta el valor del éxito, no obstante, tiene que ponerlo en relación con un valor fruto de la convicción, cosa que no hace el político realista.8

7 Wolfgang Schluchter, “Wertfreiheit und Verantswortungsethik. Zum Verhältnis von Wissenschaft und Politik bei Max Weber” en Rationalismus der Weltbeherrschung. Studien zu Max Weber [Neutralidad valorativa y ética de la responsabilidad. Sobre la relación entre ciencia y política en Max Weber, en Racionalismo de dominio del mundo. Estudios sobre Max Weber] (Fráncfort, Suhrkamp, 1980), p. 72. 8 Infra, cap. v, p. 217.

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fragmento

Por supuesto que este capítulo tiene virtudes adicionales a las ya analizadas; por ejemplo, la demostración de las diferencias que existen entre lo que Weber dijo realmente en la exposición de su conferencia y la versión escrita, donde hay una extensa sección de cuestiones referidas a la técnica estatal que no fueron ni podían haber sido expuestas en el lapso que duró la conferencia. O bien las razones por las cuales tuvo que omitir el nombre de Kurt Eisner en la versión escrita, a pesar de haberlo vapuleado tan ferozmente en la versión oral.9 Y lo mismo puede decirse de la gran virtud de señalar en la última sección de ese capítulo la gran actualidad que sigue teniendo la conferencia de Weber para abordar problemas políticos del siglo xxi. Pero desde un punto de vista estrictamente teórico, la demostración de la inclinación valorativa de Max Weber por la ética de la responsabilidad en la esfera política —por lo cual ya no puede juzgársele como un decisionista o un relativista paralizante— sigue siendo una de las aportaciones más importantes de Schluchter, dentro de su “programa de investigación”, a la teoría política desde que la formuló por primera vez en 1971. El capítulo vi, dedicado a la detallada comparación entre el “Ensayo sobre las categorías” (Kategorienaufsatz) de 1913 y los “Conceptos sociológicos fundamentales” (Grundbegriffe) de 1921, como fundamento teórico metodológico de la sociología comprensiva de Max Weber, tampoco se relaciona directamente con la temática del desencantamiento del mundo, salvo porque en el escrito de 1913 fue donde por primera vez apareció impresa esa expresión que da el título del presente libro.10 Schluchter analiza pormenorizadamente el cambio conceptual entre ambos escritos y demuestra el perfeccionamiento técnico que adquirió en precisión y alcance explicativo la terminología de la versión más acabada de 1921 para fundamentar el carácter distintivo y el rango de aplicación de la sociología comprensiva. El solo hecho de que en la versión de 1913 no aparezca una formulación tan precisa y rigurosa de sociología como la que aparece en el primer párrafo de la versión de 192 es una de las muestras más evidentes del refinamiento y superioridad conceptual alcanzados en la segunda versión. En el caso de Schluchter, este análisis adquiere especial relevancia, dado que él tuvo un papel muy importante desde la década de los 80 con respecto a si debería incorporarse, y dónde, el “Ensayo sobre las categorías” en la nueva edición crítica de Economía y sociedad. •

9 Infra, p. 217, nota 39. 10 Véase Max Weber, “Sobre algunas categorías de la sociología comprensiva” [1913], en Economía y sociedad, trad. y ed. a cargo de Francisco Gil Villegas, pp. 438-439 y nota del editor núm. 3. A lo largo del capítulo vi, así como en otros de sus muy diversos artículos, Schluchter se refiere de manera abreviada a este texto fundamental como el Kategorienaufsatz, traducido siempre aquí como el “Ensayo sobre las categorías”. Cuando se refiere al texto posterior de los “Conceptos sociológicos fundamentales”, este aparece en la edición mencionada de Economía y sociedad en las páginas 127-187. De esta manera, los lectores de habla hispana pueden consultar ahora las páginas señaladas por Schluchter para esas dos obras distintas en una misma edición. Lo cual, como se menciona más adelante, proviene de una sugerencia de edición que me hizo el propio Schluchter para llevar a cabo la tercera edición de Economía y sociedad en el fce.

La gran ilusión Memorias de un físico mexicano (1941 – 2017) La historia y el mundo práctico de un físico teórico, vistos con ojos del hombre común objetivo, viñetas sugestivas como la del estudiante azorado entre la primera generación de hijos del exilio español en la flamante cu, amistades duraderas, manías docentes y cosas más trascendentes. Publicamos un adelanto. jorge flores valdés

Primer día de clases en CU Meses antes de entrar a la Facultad de Ciencias, recorría los pasillos y los salones de esta escuela. Estos salones no eran unas aulas cualesquiera: tenían isóptica, es decir, los pupitres estaban dispuestos sobre escalones, como si los salones fueran pequeños auditorios. ¡Todos los salones eran así! Había unos grandes, de 48 pupitres, y otros más pequeños con sólo 16. Todo era verdaderamente hermoso. Los pizarrones, de vidrio, eran una auténtica maravilla, tal vez los mejores que haya yo visto en cualquier parte del mundo. El edificio de la facultad relucía de limpio, los baños eran magníficos a diferencia de los que uno encontraba en esa época, y desgraciadamente sigue encontrando ahora en México, donde los baños públicos dejan mucho que desear. Nuestra escuela se encontraba en el centro mismo de la Ciudad Universitaria, que había sido inaugurada seis años antes. La facultad estaba muy cerca de la Torre de Ciencias, en la cual residían los institutos de investigación científica. El de Astronomía ocupaba los dos primeros pisos, el de Geofísica los pisos 3, 4 y 5; más arriba estaba el de Matemáticas y en los pisos 8, 9 y 10 el Instituto de Física, que era mi máximo atractivo. Arriba se encontraba Química, con los consecuentes olores agradables que a veces inundaban el ansiado piso 10. En lo

que podría considerarse como un penthouse, estaba la Coordinación de la Investigación Científica, donde se reunía el Consejo Técnico de la Investigación Científica. En ese piso 14 había un auditorio que luego fue sede de mil batallas, tanto académicas como políticas. Enfrente de la facultad había un edificio más pequeño que la torre, de sólo tres pisos de altura, donde se alojaba el Instituto de Geografía. Un poco más al oriente estaba el acelerador Van de Graaff, perteneciente a Física, y que había sido el primer instrumento de investigación científica que llegó a la Ciudad Universitaria en 1952; por lo tanto, éste fue el primer edificio en ocuparse. La Torre de Ciencias, la facultad y el Instituto de Geografía formaban una plaza, la plaza de Prometeo. Ahí, en un estanque, una serpiente emplumada se alzaba y sostenía en el aire una estatua de Prometeo. El cuadrángulo lo cerraban dos magníficos pirules, a cuya sombra nos acogíamos con frecuencia los estudiantes. Llegó finalmente el primer día de clases. En ese entonces los cursos en la Universidad empezaban al iniciar marzo, después de una ceremonia de inauguración presidida por el mismísimo primer mandatario de la república. La emoción de por fin poderse sentar a escuchar a un científico darme una clase era grande. Pero tenía al mismo tiempo la sensación de miedo, casi de

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la gran ilusión. memorias de un físico mexicano

Si todos los profesores eran magníficos, uno era excelso. El doctor Alberto Barajas es el mejor maestro que tuve de la primaria al doctorado. Elegante como pocos, sus enemigos decían que había utilizado toda su inteligencia para mostrar a los demás lo inteligente que era. Nos impartía una clase maravillosa sobre un tema cautivante, la geometría moderna. Desgraciadamente, los físicos de hoy ya no la estudian en la carrera. Y digo desgraciadamente porque los problemas que en ella se resuelven enseñan, antes que nada, a razonar. Ni antes ni después de esta clase, me enfrenté tan a gusto a la belleza fría de las matemáticas. terror, por enfrentarme a algo tan nuevo como una imponente facultad, a compañeros que seguramente sabrían muchas cosas que yo ignoraba y, sobre todo, a compañeras, con las cuales desde hacía muchos años no compartía un aula. En aquella época había dos carreras de física, la de físico teórico y la de físico experimental. Yo elegí la de física teórica, pues ya para entonces me asustaban los aparatos. Los teóricos ocupábamos un salón, el salón 110 recuerdo, y los experimentales el salón 111, vecino al nuestro. En este último nos reuníamos los dos grupos para escuchar al gran maestro Juan de Oyarzábal, quien impartía el curso Temas selectos de física contemporánea. Mis temores fueron confirmándose uno a uno. Después de la primera clase, antes de que llegara el maestro que impartiría la segunda, una chica muy fea —Graciela era su nombre— empezó una conversación conmigo y su primera frase fue: “tú, ¿cuántos idiomas hablas?” Como antes relaté, había aprendido inglés en la primaria y bastante de francés en la Alianza Francesa. Después de mi asombro, le contesté: “pues hablo un poco de francés y más o menos conozco el inglés”. “Pues yo manejo bien siete idiomas”, me dijo, orgullosa. “Guau”, pensé para mí mismo, “si todos aquí son tan sabios, la cosa está del veremos”. Recuerdo que Graciela abandonó pronto la carrera, así que el león no es tan fiero como lo pintan. En algún momento salimos al pasillo para entrar a la clase de Oyarzábal. Y entonces tuve la primera

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sensación de alivio ese día. Carlos García Moreno, quien había estudiado en el Patria, era mi compañero en física teórica; además, Salvador Malo, también conocido mío de la preparatoria, se había inscrito a física experimental. Al salir del salón nos encontramos Carlos y yo con Salvador, y no sólo eso, sino también con Juan Antonio Careaga, uno de mis amigos íntimos de la primaria, a quien hacía tiempo no veía. De veras que esos encuentros fueron agradables y relajaron mi tensión. Llegó don Juan, un vasco enjuto y espigado, de una elegancia magistral y experto en esperanto. El maestro Oyarzábal manejaba en forma única el castellano, destilando sabiduría. Con los dos grupos el salón 111 se repletó. Al voltear hacia atrás, pues yo siempre trataba de sentarme en las primeras filas, porque no veía bien de lejos, el espectáculo era maravilloso. Verdadera belleza tenían las chicas que serían de ahí en adelante mis amigas. La más hermosa era Margarita Ponce de León, rubia, de cara redonda y con unos ojos verdes simplemente avasalladores. Pero también estaban Pilar Soriano, con ojos verdes también y desde luego muy pizpireta; Atlántica Coll, alta, rubia y de ojos azules, y Carmen Tagüeña, ella morena y también muy alta. No ha de extrañarnos que hubiera en la clase tantas compañeras guapas y de ojos claros, pues mi generación coincidió con la de los hijos de refugiados españoles, que habían salido de España cuando Franco venció a los republicanos. Muchos de mis compañeros habían nacido en países por los cuales transitaban sus padres camino a México. Lázaro Cárdenas les dio la nacionalidad mexicana, por lo cual los hijos de los republicanos eran ciudadanos mexicanos. Así, Juan Antonio Careaga nació en Inglaterra, Carmen Tagüeña en Moscú y Nuri Segovia, quien después sería casi mi vecina y buena amiga, en Marruecos. Muchos de estos compañeros, víctimas del exilio de sus padres, habían estudiado la preparatoria en algunos de los tres colegios que sus padres habían fundado en la Ciudad de México: la Academia Hispano Mexicana, el Colegio Madrid y el Colegio Luis Vives. El maestro Oyarzábal comenzó su clase y pronto nos dimos cuenta de que el curso sería como escuchar un cuento maravilloso, que nos abría los ojos a ese misterioso mundo de la física moderna. Recuerdo que don Juan nos planteó de inmediato una pregunta encaminada a que entendiéramos algo muy fundamental en la física: la predicción teórica. Yo, que había estudiado la tabla periódica de los átomos en la preparatoria, alcé la mano y propuse como un ejemplo de estas predicciones la propuesta de Mendeleyev sobre la existencia de tres elementos químicos, entonces desconocidos, que deberían encontrarse, pues en su tabla quedaban tres huecos sin llenar. Después se descubrieron el galio, el escandio y el germanio con las propiedades químicas predichas por el gran químico ruso. Así, la tabla periódica y con ella su autor recibieron el reconocimiento de los científicos. Como mi ejemplo era tomado de la química, al maestro no le satisfizo plenamente y pidió un ejemplo de predicción teórica en la física. Entonces conocí a quien sería mi gran colega y el mejor alumno de física experimental. Se trataba de un muchacho flaco, con lentes, muy serio y que se sentaba

sin recargarse en el respaldo de la silla en ningún momento. Su acento lo delató de inmediato: era italiano. Aunque hablaba un español correctísimo, no lo hacía como todos los demás. Pier Mello, entonces, nos asombró a todos, pues puso el ejemplo de las ecuaciones de Maxwell, que ninguno de nosotros conocía. Relató cómo el gran físico escocés había predicho a la mitad del siglo xix la existencia de las ondas electromagnéticas, que fueran descubiertas muchos años después por Hertz. Este ejemplo sí le gustó a Oyarzábal y dedicó el resto de la clase a las ondas primero llamadas hertzianas. Desde luego, felicitó a Pier por sus conocimientos. Pier Mello venía del cum y había sido un estudiante ejemplar. Y no sólo eso, era un radioaficionado asiduo y se comunicaba a todo el mundo con su radio de onda corta que él mismo había construido. Como ya relaté, yo también había jugado a la electrónica y pronto establecí una buena relación con Pier. Sus padres vivían en Cuernavaca, pues su papá era gerente de la fábrica de casimires Rivetex. Todo mundo conocía esta marca, porque el anuncio de radio —“¿Es casimir inglés? No, es Rivetex” — era famoso. Vivía con sus hermanos y unas tías en la Ciudad de México, pero su radio y su taller estaban en Cuernavaca. Sólo años después, cuando me invitó por unos días a la casa paterna, pude averiguar por qué sabía de las ecuaciones de Maxwell. No sólo las conocía, las amaba. Tan era así, que en su recámara tenía un cuadrito colgado en la pared con esas cuatro maravillosas ecuaciones cuidadosamente escritas. Un problema insoluble Si todos los profesores eran magníficos, uno era excelso. El doctor Alberto Barajas es el mejor maestro que tuve de la primaria al doctorado. Elegante como pocos, sus enemigos decían que había utilizado toda su inteligencia para mostrar a los demás lo inteligente que era. Nos impartía una clase maravillosa sobre un tema cautivante, la geometría moderna. Desgraciadamente, los físicos de hoy ya no la estudian en la carrera. Y digo desgraciadamente porque los problemas que en ella se resuelven enseñan, antes que nada, a razonar. Ni antes ni después de esta clase, me enfrenté tan a gusto a la belleza fría de las matemáticas. Llevábamos el libro de Shively, que contiene algunos ejercicios verdaderamente difíciles, que requieren de horas y horas de reflexión. Las tardes de geometría eran las de más intenso estudio. A veces llegaba la noche, y la respuesta no aparecía. Entonces recurría al teléfono y llamaba a Carlos García Moreno, quien también amaba la geometría. Cada quien con su papel al lado, discutíamos por horas, siempre con éxito. Salvo en un caso. El doctor Barajas hacía un examen cada mes. La prueba constaba de tres problemas del Shively, entre los muchos que había en el capítulo cubierto ese mes y que, se suponía, habrían resuelto los alumnos. Bien sabía don Alberto que en la hora que duraba el examen, ningún problema nuevo —y menos aún tres de ellos—, se podría resolver al bote pronto. En los primeros ocho exámenes no tuvimos problemas, pues Carlos y yo habíamos resuelto, aunque con dificultades, todos los ejercicios. Llegó el último examen, el final. Uno de los problemas resistió todos nues-

tros embates y la hora del examen se acercaba. Lo comentamos con otros compañeros y ninguno había logrado resolverlo. Tuvimos que buscar asesoría. En la facultad de aquella época, florecía la inteligencia. Los alumnos eran muy dedicados y, sobre todo los matemáticos, sólo tenían dos pasatiempos, el ajedrez y la política… teórica. Y en este último campo, desde luego, se estudiaba la política de izquierda, el comunismo, por prohibido más atractivo. Entre los que profesaban esta doctrina, con seminarios sobre Marx y materialismo dialéctico y aun membresía en el proscrito Partido Comunista Mexicano —el cual, según bromeábamos, tenía tan pocos miembros que cabían todos en un Volkswagen— estaban Sergio Hernández y Víctor Neuman. La reputación de ambos era grande, tenían fama de ser inteligentes entre los inteligentes. Sergio cursaba el tercer año y Víctor era ya matemático. De hecho, fue nuestro maestro de geometría analítica. Recurrimos pues a Sergio y le planteamos el escurridizo problema de geometría. Lo tomó un poco a la ligera, muy a su estilo, pero no pudo con él. Nos pidió un poco de tiempo y al día siguiente confirmó su derrota. Fuimos entonces con Neuman y sucedió lo mismo. El problema no se dejaba y el pánico crecía. En grupo fuimos a jugar la última carta: el doctor Guillermo Torres, profesor de geometría moderna en el grupo de los experimentales. El doctor Torres, quien dos años más tarde sería el director de la facultad, tenía también una bien ganada fama de ser extremadamente listo. Doctorado en Princeton, era un experto y distraído matemático. Soltero, siempre bien trajeado y dueño de un coche deportivo. Fumaba en clase y a veces, tan sumido estaba en el problema geométrico que exponía, confundía el gis con el cigarro. Torres era nuestro último recurso. ¡Y tampoco pudo con ese ya maldito, maldecido y malhadado problema! Llegamos pues al examen final, cruzando los dedos para que a Barajas no se le ocurriera poner ese problema entre los tres que deberíamos resolver. Desde luego, el problema insoluble estaba entre los elegidos. Todo el grupo se levantó en armas y le contamos nuestro largo peregrinar. Ni el mismísimo Torres había podido con él. Por una vez, el maestro se mostró misericordioso y lo cambió por otro. Salimos así avante en el examen, pero con una espina dentro. Le pedimos entonces a don Alberto que nos enseñara la solución. Fijó una fecha, ocho días después. Corrió la noticia y el día fijado por Barajas el salón de clase se hallaba pletórico: todo el Instituto de Matemáticas estaba ahí. Llegó el maestro y resolvió el problema, pero usando técnicas de geometría analítica y no el uso exclusivo de regla y compás, como lo exigía el problema. Así, hasta nosotros lo habíamos resuelto. Torres y Neuman protestaron y hasta el momento no conozco la solución, ni siquiera sé si existe. •

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l a inc reíble actua lida d de ka r l m a rx

adelanto

El gran desencuentro El papel del Partido Socialista en el gobierno de la Unidad Popular en Chile sigue siendo tema de reflexión moral para políticos e intelectuales. El político, activista y educador chileno Ricardo Núñez vuelve sobre él con la mayor objetividad que le es posible. Publicamos el prólogo de Pedro Milos. pedro milos

Santiago, febrero de 2017

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l triunfo de la Unidad Popular en 1970, el programa de gobierno que esta impulsó y la estrategia política encabezada por el presidente Allende emergen como los frutos más relevantes en la historia larga del socialismo chileno. Sin embargo, el trágico fin de este profundo proceso de cambios instaló muy luego una pregunta acuciante, odiosa y persistente para este sector político: ¿cuál fue la magnitud de la responsabilidad de los socialistas en tal desenlace? Esta interrogante no ha dejado indiferente a ningún actor del sistema político chileno en las últimas cuatro décadas. Para quienes tuvieron la mayor responsabilidad del golpe de Estado de 1973 —los civiles y militares que se conjuraron para derrocar el gobierno constitucional de Salvador Allende—, la culpabilidad de los socialistas ha sido una especie de “mantra” expiatorio. A su juicio, el Partido Socialista habría introducido la violencia en la política chilena, al consagrar la vía armada en las conclusiones de su congreso realizado en Chillán en 1967. De ahí en adelante, lo único que cabía era defender al país —por los medios que fuese— de la amenaza marxista. Por su parte, para quienes se opusieron al gobierno de la Unidad Popular en los marcos del sistema político e institucional vigente —hasta que cedieron pasivamente ante el embate de los conjurados—, la responsabilidad del Partido Socialista provendría de su incapacidad de controlar a sus sectores más radicales, que con sus dichos y acciones terminaron por socavar la institucionalidad. Esta responsabilidad recaería no sólo en el partido, sino también en el pro-

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pio presidente Allende —militante socialista, finalmente—, incapaz de imponer su autoridad. Además, entre los propios aliados que sostuvieron el proceso que condujo al triunfo y al gobierno de Allende hay quienes consideran que la conducción política del Partido Socialista no estuvo a la altura del desafío histórico que implicaba el proceso de cambios en curso. Lejos de haber sabido acompañar al presidente y a los otros partidos de la coalición, sumando sus fuerzas, les generó problemas adicionales, presionando por acelerar el proceso, alentando a la vez a quienes desde fuera de la Unidad Popular lo exigían. Por último, están quienes consideran que el Partido Socialista no tendría ni más ni menos responsabilidades que el resto de los involucrados, desplazando el análisis hacia los actores que se opusieron a los cambios, tanto a nivel nacional como internacional, en defensa de sus intereses y privilegios. En esta lógica, la naturaleza misma del proceso habría hecho inevitable la confrontación final. El texto que nos ofrece Ricardo Núñez entra de lleno en este debate sobre el papel y la responsabilidad del Partido Socialista en el abrupto término del gobierno de la Unidad Popular. Si el autor busca hacerse cargo de esta realidad, es porque las posiciones que hasta ahora se han formulado a este respecto le resultan, evidentemente, cuestionables. Bajo el título de El gran desencuentro, Núñez despliega y fundamenta de manera razonada la tesis de un Partido Socialista que no logra comprender a cabalidad los planteamientos esenciales de la “vía allendista al socialismo”. Un Partido Socialista que no es capaz de construir una sintonía política consistente con los objetivos fundamentales del gobierno de Allende. La

“fina filigrana política” que suponía la vía institucional terminó maltrecha por las “premuras revolucionarias” de una parte de la militancia y dirigencia socialistas de la época. A juicio del autor, entre los principales dirigentes del momento —que a su vez daban cuenta de otros tiempos— el proceso dejó en evidencia “diferencias notables”, que demostraron que el viejo dilema, que había erosionado históricamente a las fuerzas transformadoras en el mundo, tampoco pudo ser superado por los socialistas chilenos: el irreductible dilema teórico ideológico entre “reforma” y “revolución”. Si el programa de gobierno de la Unidad Popular, por la persistencia de los socialistas, había incorporado de modo explícito entre sus propósitos iniciar la transición al socialismo, serían los “ritmos de ese transitar” los que no coincidirían al interior del Partido Socialista: “Se compartía el norte, pero los caminos para arribar a este se topaban, a veces se traslapaban, a veces divergían”, reconoce el autor. Es el “gran desencuentro” entre el presidente Allende y su partido. El texto de Ricardo Núñez alude igualmente a otro “desencuentro” importante, pero no ya al interior del socialismo ni de la izquierda, sino en un sentido más amplio. Respetando sus propios términos, se trataría de una “crucial falta de entendimiento”, que alude a la existencia, a fines de la década de 1960, de una clara mayoría ciudadana que estaba por los cambios: “Esas fuerzas de cambio […] no supieron construir a tiempo una perspectiva común de futuro, superar sus diferencias y aunar los esfuerzos necesarios para otorgarle un curso seguro y estable al proceso transformador que exigía Chile”. Lo menciono porque, sin ser el objeto del libro ni estar tratado en profundidad, aparece como una “versión ampliada”, al conjunto de la sociedad, del desencuentro interno del cual se ocupa el autor. Tal es, a mi juicio, la problemática política de la que se hace cargo Ricardo Núñez en su libro: establecer con argumentos y con cierta distancia las responsabilidades del Partido Socialista en el desenlace del gobierno de la Unidad Popular. A modo de prólogo, junto con tratar de situar el objeto del libro, me ha parecido interesante compartir tres preguntas que orientaron mi lectura. ¿Por qué el autor habrá querido hacerse cargo de la interrogante por la responsabilidad de los socialistas en la experiencia de la Unidad Popular, una especie de hierro que, no obstante el paso del tiempo, mantiene su temperatura? ¿Cómo el autor construye, organiza y sustenta su particular respuesta a esta pregunta; en base a qué información y análisis lo hace? ¿Qué rasgos, propios del autor, de su biografía, de su trayectoria, permitirían comprender mejor y valorar su aproximación al tema que lo ocupa y la contribución a su esclarecimiento? Estas interrogantes aluden a tres dimensiones bien precisas y concretas del libro: su propósito, su contenido y su autor. Las dos primeras son propicias para comentar aspectos significativos de lo que los lectores podrán juzgar luego por sí mismos; la tercera, en cambio, será una ocasión para poner como antecedentes rasgos biográficos del autor, que no están presentes necesariamente en la obra. Las motivaciones del autor, por lo menos las declaradas o las que se

pueden inferir de la lectura del texto, nos remiten a cuestiones que podríamos catalogar de manera general como de fondo y de forma. De fondo, destaca, en primer lugar, su voluntad de compartir una aproximación al pasado, marcada por una “vitalidad social” y que a mi juicio queda graficada en la siguiente afirmación: “Lo que se encuentra en estas páginas fue el estímulo vital para una generación de socialistas que desde muy jóvenes se comprometieron por construir un mundo mejor y más justo”. Esta forma de entender el pasado y la historia como aquello que impulsa y da vida a los sujetos sociales, tanto a nivel individual como colectivo, se ve reforzada, luego, al declarar: “Este texto tal vez importe para los jóvenes que buscan conocer nuestra historia, para enfrentar con mayor entusiasmo los desafíos del presente y del futuro”. En segundo lugar, destaca el propósito de esclarecer: “Hemos sido demasiado renuentes para indagar en nuestro pasado […] La tendencia dominante ha sido la de adecuarnos a un cierto facilismo mental consistente en que otros nos cuenten lo ocurrido, que otros nos instruyan sobre lo acaecido”. La necesidad, personal tal vez, pero de carácter social, de no renunciar al conocimiento e interpretación del pasado, aunque reconozca que “hurgar en lo sucedido siempre es difícil”. Y, en tercer lugar, detrás de su dedicación y entrega a la escritura de este libro se percibe una motivación, que si bien no la hace explícita en esta ocasión sí fue declarada en una entrevista en 2013: “Siempre queda presente un dolor asociado a una pregunta: ¿por qué pasó esto? Mientras más lo pienso, me convenzo de que perfectamente podría haberse evitado; lo que pasó fue algo duro, la gente sufrió demasiado. Además, aflora el sentido de la responsabilidad, y uno piensa qué hubiese sucedido si hubiésemos hecho mejor las cosas. Yo no era un alto dirigente de la Unidad Popular, pero era dirigente al fin y al cabo”.1 Entre las motivaciones o propósitos que me he permitido llamar “de forma”, lo que se observa es el deseo de Ricardo Núñez de construir un relato que no esté “contaminado” con las posiciones del autor: “Evitar que la subjetividad o la interpretación arbitraria termine por distorsionar los hechos”. Planteamiento comprensible, pero hasta cierto punto paradojal, ya que parte del interés del relato está dado por el prisma del autor: lo que releva, cómo ordena los hechos, el ritmo y la cadencia que le da al relato, todo lo cual forma parte de un modo inevitable de su subjetividad, pero al mismo tiempo es lo que le asigna valor y originalidad. ¿De qué manera un sujeto político como Núñez podría convertirse en autor de una visión objetiva de la historia? Él manifiesta su convicción de que es el tiempo el que va dando paso a lo sustantivo, a aquello que al final permite “hacer un balance de los hechos que han conformado determinada época”. Es por ello que se da a la tarea de “lograr desentrañar los hechos tal cual estos se fueron desarrollando a medida que discurría el tiempo y las pasiones”, en el marco de una “historia [que] tiende a hacerse brumosa”. En efecto, el autor reconoce que “el riesgo de intentar 1 Joaquín Fernández, Álvaro Góngora, Patricia Arancibia, Ricardo Núñez. Trayectoria de un socialista de nuestros tiempos, Editorial Universidad Finis Terrae, Santiago, 2013, p. 155.

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el gran desencuentro

confirmar lo que pensamos o lo que sentimos, o lo que recordamos” está siempre presente y que “articular objetividad y recuerdos personales requiere un gran esfuerzo intelectual y de incuestionable compromiso con la verdad histórica”. La “verdad histórica”… Es un anhelo legítimo y necesario, y su búsqueda debiera guiar a todos quienes nos interesamos por el pasado. Sin embargo, esa verdad siempre tendrá, al menos, tres limitaciones: será parcial, relativa y frágil, como lo señala el historiador belga Pierre Salmon. Parcial, porque nunca lograremos una reconstrucción total del pasado, y siempre existirá la posibilidad de que una parte de él se nos escape. Relativa, porque esa aproximación al pasado estará condicionada por quien la realiza, por su tiempo, por su presente, por sus categorías, por sus recuerdos. Y frágil, porque en cualquier momento podrá ser modificada por una nueva información, por otra mirada, por otra aproximación. Es en esta fragilidad de la verdad histórica donde descansa el mayor sentido de su búsqueda, pues es la que la hace avanzar: tal como ocurre con el libro de Ricardo Núñez. Con el fin de abordar su objeto de análisis y cumplir con sus propósitos, Ricardo Núñez se plantea “el desafío de ubicar la experiencia de la Unidad Popular en el contexto del desarrollo de las ideas socialistas y de la vida de Salvador Allende”. De allí proviene el sentido y valor de cada una de las tres partes que componen su libro y de sus respectivos capítulos. En efecto, si su tesis es la del “gran desencuentro” que se produce entre el Partido Socialista y Salvador Allende, a propósito de la vía escogida para transitar al socialismo, durante el periodo de la Unidad Popular, la comprensión de este fenómeno exige poner en relación estos tres factores. Pero con la complejidad y profundidad que el análisis propuesto requiere. Ello implica, sobre todo, darle consistencia temporal, es decir, situar esos factores en la temporalidad propia de cada cual. El comportamiento del Partido Socialista durante el gobierno de Allende no se comprende si se lo analiza únicamente en su corta duración; la mirada requiere remontarse no sólo a los años sesenta, sino a toda su historia, a partir de los años treinta, considerando en lo fundamental la trayectoria de su ideario. Pero también concurre al análisis la temporalidad posterior a 1973, tanto en relación a las lecturas que el Partido Socialista hace de la derrota como a sus posteriores división y reunificación. El actuar de los socialistas durante la Unidad Popular es un momento fundamental, crucial en su historia, aunque se sitúa dentro de un continuo que tiene una anterioridad y una posteridad. De todo ello da cuenta la primera parte del libro, bajo el título “Presencia del ps en la historia de Chile”. Lo mismo sucede con la visión y estrategia política de Salvador Allende. El acceso al gobierno, en septiembre de 1970, es desde el punto de vista histórico y respecto de su estrategia política un punto de llegada. Incomprensible si no es a la luz de su biografía política, de su experiencia parlamentaria y ministerial, de la relación sostenida con su partido desde la fundación misma de éste. Allende no fue un teórico y su posición sólo se la puede comprender a partir de su actuar en la política chilena y latinoamericana durante los cuaren-

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ta años que anteceden a su triunfo de 1970. En términos conceptuales, la estrategia se ha denominado “la vía chilena al socialismo”, porque se la distingue así de las otras vías —principalmente violentas—, por medio de las cuales se había iniciado la construcción de los sistemas socialistas en otras latitudes; pero tiene asimismo una dimensión práctica y nacional que permite calificarla como “la vía allendista”, como lo hace el autor. Es cierto que 1970 es simultáneamente el punto de partida de un camino inédito, desconocido, pero para el cual Allende tenía un derrotero imaginado, que debió confrontar con una realidad que no dependía sólo del impulso histórico que avalaba su estrategia. De ello da cuenta la tercera parte del libro, bajo el título “El pensamiento político de Salvador Allende”. Y en cuanto a la experiencia de la Unidad Popular, su temporalidad puede ser definida de modo más “objetivo”, en tanto se podría concordar que comienza con la constitución de la Unidad Popular y la elaboración de su programa de gobierno, en 1969, y termina con el golpe de Estado de 1973 y su posterior disolución en México, en 1981, teniendo como centro los tres años que duró el gobierno: “Mil días intensos, vividos con la velocidad del segundo”, sostiene el autor. No obstante, en este caso el análisis temporal debe ser cualificado de manera temática, ya que lo que interesa es el comportamiento del Partido Socialista durante ese tiempo, para lo cual Núñez nos propone, en la segunda parte del libro, un análisis en extremo interesante, bajo el título “Las relaciones del ps con los actores políticos”. En efecto, en los capítulos de esta parte se pasa detallada revista no sólo a la relación de los socialistas con otros actores políticos, sino también con las principales instituciones del Estado. El despliegue de información que el autor realiza, la mayoría de ella de primera fuente, así como el análisis y reflexión con la que lo acompaña, constituyen el aporte más valioso del presente libro. No sólo se restituye una temporalidad histórica, que permite analizar los hechos formando parte de procesos, sino que se logra una contextualización acorde a la complejidad de la temática que se aborda. Los tres ejes en que se soporta el análisis —Partido Socialista, gobierno de la Unidad Popular y Salvador Allende— constituyen igualmente un gran aporte a su comprensión. De este modo, el autor busca —y lo logra— superar un análisis predominante, que él califica de “superficial” y que, a su juicio, “tendió a desconocer el enorme peso del contexto histórico en el que se desarrollaban los hechos del periodo”. La capacidad de Ricardo Núñez de ofrecernos una nueva mirada respecto de un objeto de interés histórico tan complejo como el reseñado no se la puede disociar, a mí parecer, de su formación académica, de su experiencia política, de la generación de la cual forma parte y, principalmente tal vez, de sus cualidades humanas. Todo ello, mirado en conjunto, me lleva a pensar que una cierta inclinación a la heterodoxia y al eclecticismo lo puede haber acompañado desde joven, probablemente sin tener plena conciencia de ella. En eso pienso cuando me entero de que, bordeando los veinte años, quiso y supo combinar su interés social y su compromiso político con otras aficiones más mundanas, como su inclinación por las motocicletas. Su

motoneta Vespa no tenía por qué ser incompatible con su pertenencia a la Brigada Universitaria Socialista, aunque algunos compañeros fruncieran el ceño. Frente a su vocación de pedagogo, dudó si concretarla en el campo disciplinar de la historia y la geografía o en el de la biología. Primó su interés por las ciencias sociales y por la historia, aunque después el tiempo lo llevó a profundizar en el estudio de la geografía, en un instituto de orientación científica, en Praga. Y antes, no tuvo problemas en realizar una beca de intercambio universitario en Estados Unidos, fotografiándose sonriente frente a la Casa Blanca, para luego solicitar recalar por tres semanas en Cuba, que daba los primeros pasos de una original revolución hacia el socialismo. Su estancia de más de dos años en la República Socialista de Checoslovaquia, si bien lo privó de vivir de forma directa la campaña presidencial de 1964 y la elección parlamentaria de 1965 en Chile, le proporcionó una vivencia única, que marcó su identidad socialista. Sin proponérselo, tuvo la ocasión privilegiada —casi mágica— de conocer, en la realidad misma, la meta utópica por la cual luchaba. Conoció también el destino de los partidos socialistas europeos transformados en comunistas, las diferencias entre socialdemócratas y marxistas leninistas, las controversias entre “reformistas” y “revolucionarios”. Tomó conciencia de los riesgos que podría correr su partido si no definía con claridad sus líneas de acción. Con posterioridad, su participación en el gobierno de la Unidad Popular, asumiendo responsabilidades en la Consejería Nacional de Desarrollo Social, lo puso en contacto con una realidad social y política que la izquierda tradicional no había sabido asumir de manera oportuna: la de los sectores poblacionales que se habían desarrollado desde fines de los años cincuenta, principalmente en Santiago. La clase obrera no era ya, en los hechos, la única clase que podía ser motor de los cambios, como lo señalaba la tradición clásica marxista; había otros sectores que, al igual que los campesinos, se sumaban a las luchas populares. Lejos de ser clases “auxiliares”, alcanzaban un protagonismo que era necesario comprender y canalizar. Allí supo proyectar la herencia de la Promoción Popular iniciada por el gobierno demócrata cristiano; trabajar con quienes, recién llegados a la izquierda, querían disputar el liderazgo de los partidos tradicionales que él representaba, y valorar la renovación en los métodos del trabajo político, bajo modalidades más formativas y participativas que las implementadas por la izquierda hasta ese momento. Su regreso al mundo académico, a mediados de 1972, siendo electo secretario general de la Universidad Técnica del Estado, le permitió realizar otro tipo de aporte al proceso en marcha, esta vez no como funcionario de gobierno, sino como parte de un proyecto universitario que buscaba ensanchar el campo de la educación superior, más allá de lo que las universidades de Chile y Católica representaban hasta ese momento. Como político-académico o académico-político, ejerciendo roles de dirección o bien apoyando como militante el trabajo directo en la sociedad civil, su contribución al Partido Socialista y a la Unidad Popular tuvo el sello no sólo de su juventud, sino también de su libertad para tomar las posicio-

nes que su conciencia libremente le indicaba. Tras los padecimientos y apremios de la cárcel, la soledad y el desencanto propios del exilio, serán de nuevo sus amigos y los compañeros y compañeras socialistas quienes le extenderán la red emocional y política, que contendrá el peso de lo perdido y de la incertidumbre del porvenir. La rearticulación del partido en el exterior ocupará su tiempo, su energía y restaurará los sentidos de su militancia. La experiencia de vida —propia y de otros exiliados— en sociedades resultantes de los socialismos reales, los procesos de cambio que vivían los partidos comunistas de Francia e Italia, fundamentalmente, así como las reflexiones de una parte de la intelectualidad marxista, dibujaron los contornos de lo que sería la renovación del socialismo chileno en los años siguientes y de la cual Ricardo Núñez fue parte importante. El tránsito, sin embargo, no fue fácil y sí muy doloroso. La dispersión de su partido en Chile y la represión de la cual era objeto, junto a las tensiones internas de la dirección en el exterior, llevaron a una división a la que Núñez se opone, pero que, paradojalmente, ya de regreso en el país lo termina ubicando años más tarde a la cabeza de una de sus orgánicas: aquella que promueve la convergencia de distintas corrientes que se identifican con la necesidad de un socialismo democrático, pluralista y renovado, que tendría sucesivas expresiones; entre ellas, la Convergencia Socialista y el Bloque Socialista. En esta misma trayectoria, en la que, como hemos sugerido, es posible reconocer rasgos heterodoxos, se ubica su contribución al acercamiento entre la izquierda y la democracia cristiana, a inicios de los ochenta. Basado en los valores de la amistad y la confianza, que eran antiguos y que se habían reforzado en el exilio y en Chile bajo la dictadura, no tuvo inconvenientes en promover dicho acercamiento, siendo parte de la Alianza Democrática, del Acuerdo Nacional y de la Concertación de Partidos por el no. Ya en la democracia, Ricardo Núñez ocupará una nueva posición, distinta a todas las anteriores y que se sumará a su rol de dirigente partidario, esta vez como parlamentario del Partido Socialista por veinte años, llegando a ocupar la vicepresidencia del Senado. En consecuencia, éste es un libro con un objeto, un propósito y un contenido claros: “El gran desencuentro”. Ricardo Núñez: un autor comprometido vitalmente en su escritura. Un aporte que, desde la historia, se suma a la memoria colectiva de nuestro país y del socialismo chileno. Que desde la insoslayable “subjetividad” de quien fue protagonista de buena parte del pasado que se relata, se esfuerza por esclarecer con “objetividad” y sentido crítico aquellas partes en que la historia se vuelve “brumosa”. Que no escabulle el bulto y asume la tarea de responder a la pregunta por la responsabilidad del Partido Socialista y los socialistas en el desenlace gris y amargo del proyecto político de Salvador Allende, su militante más reconocido. Que va de frente en busca de la “verdad”, sin saber necesariamente que, de existir, ella es frágil, provisional. Pero que, al hacerlo, rompe un eslabón más de la cadena que nos ata al pasado cuando éste no es resignificado desde el tiempo presente, cuando no es recordado. •

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además

José María Velasco, los años de cosecha Fascinante biografía del emblemático pintor y naturalista mexicano José María Velasco, sus relaciones académicas y políticas y su contexto histórico, interesante para legos y especialistas. Publicamos un adelanto de José María Velasco, pintor de paisajes. fausto ramírez rojas

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l 8 de enero de 1877, “el general segundo en jefe del Ejército Nacional Constitucionalista, encargado provisionalmente del Poder Ejecutivo” (esto es, Porfirio Díaz) nombraba a José María Velasco profesor interino de Paisaje y Perspectiva pictórica en la Escuela Nacional de Bellas Artes, con sueldo anual de $1 200.1 El nombramiento interino pronto se volvería definitivo y, con este cargo, Velasco habría de continuar impartiendo clases hasta el año anterior al de su muerte. El reconocimiento de los dones pictóricos de nuestro paisajista, y la consolidación de su prestigio profesional, culminaron con su importante participación en las exposiciones internacionales de París (1889) y Chicago (1892-1893), cuando una nutrida selección de sus pinturas representó, de

modo oficial, al arte moderno mexicano en dichos certámenes. También fue en este periodo cuando Velasco obtuvo los reconocimientos más altos en el campo científico. Ya se aludió al renombre que le mereció la publicación de sus estudios sobre el ajolote, en 1879 y 1880: el propio presidente Díaz galardonó a Velasco con uno de los premios correspondientes a la sección de Zoología, en la “sesión pública que se verificó el 6 de febrero de 1879, en el Salón de Geología del Museo Nacional, con el objeto de celebrar el primer decenario de la fundación de la Sociedad [Mexicana de Historia Natural] y el de repartir los premios asignados a los trabajos de mayor importancia, presentados por sus socios”, según reza el largo título del acta correspondiente.2 En 1880, Velasco fungió como secretario de aquella Sociedad; al año siguiente fue elegido su vicepresidente. Mas, por la renuncia del titular, Manuel M. Villada, el

1 Flora Elena Sánchez Arreola, Catálogo del Archivo de la Escuela Nacional de Bellas Artes, unam, México, 1996, p. 36, caja 2, exp. 72.

2 Elías Trabulse, “Aspectos de la obra científica de José María Velasco”, en José María Velasco. Homenaje, unam, México, 1989, pp. 130-131 y n. 25.

pintor se vio a la postre desempeñando la presidencia en 1881, un puesto por demás honroso que demuestra la gran consideración que había alcanzado en el ámbito de la ciencia mexicana.3 Una nueva actividad, en que se conjuntaban por igual la ciencia y el arte, comenzó a requerir del tiempo y la atención de Velasco: el dibujo arqueológico. El 20 de julio de 1880 se le designaba, por oficio, dibujante del Museo Nacional de México, a solicitud de su director Gumesindo Mendoza.4 Ejerció activamente este cargo hasta 1910. El nombramiento vino a refrendar la competencia que Velasco tenía demostrada en la ejecución de trabajos anteriormente encomendados por aquella institución. Por ejemplo, en el primer número de los Anales del Museo Nacional de México, correspon-

3 Ibid., pp. 156-158. 4 Archivo General de la Nación, Instrucción Pública y Bellas Artes, Museo Nacional, caja 146, exp. 24 (apud Carlos Martínez Marín, “José María Velasco y el dibujo arqueológico”, en José María Velasco. Homenaje, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1989, pp. 205-206.

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josé ma ría vela sco, los a ños de cosecha

diente a 1877, salieron publicadas dos litografías que representan sendas vistas de las pirámides de Teotihuacán (de las que también existen versiones al óleo, fechadas en 1878), para ilustrar un artículo de Gumesindo Mendoza. A partir de entonces, Velasco desarrollaría una vasta labor ilustrativa en las publicaciones del Museo, que comprende tanto vistas de paisajes y monumentos arqueológicos, como reproducciones de escultura, cerámica y aun copias de mapas y pictografías indígenas. No debe de sorprendernos este ensanche de intereses de nuestro pintor, ya anunciados en 1865, cuando se incorporó a la expedición científica a la Mesa de Metlaltoyucan, y cuando ejecutó un par de paisajes con episodios de la historia antigua de México. Por lo demás, la historia natural y la arqueología estaban institucionalmente enlazadas en el México porfirista: las colecciones del Museo Nacional, y las tareas de investigación y difusión anejas, comprendían así la historia natural, como la arqueología y la historia a secas. Más aún, la sede de la Sociedad Mexicana de Historia Natural, según informa Trabulse, estaba en el antiguo Museo Nacional de la calle de Moneda... Esto se debió a que algunos de los que participaron en su fundación tenían diversos nexos con la sección de Historia Natural del Museo y participaban en sus actividades. Numerosas investigaciones de los miembros de la Sociedad aparecieron en los Anales del Museo. Manuel M. Villada, Jesús Sánchez, José Joaquín Arriaga, Gumesindo Mendoza, Mariano Bárcena, Manuel Tornel, Antonio Peñafiel, José Ramírez, Manuel Urbina y Alfonso L. Herrera intervinieron activamente en las labores científicas y docentes del Museo, y José María Velasco contribuyó con numerosas ilustraciones para artículos de arqueología, ciencia e historia publicadas en sus Anales.5

No sólo son prehispánicos los motivos que figuran en las ilustraciones de Velasco; dibujó también, y con análoga corrección, no pocas viñetas de arquitectura colonial para las ediciones del Museo.6 Como en seguida se verá, en su pintura va igualmente a revelarse el buen ojo que adquirió para recrear este otro capítulo del patrimonio nacional, nueva confirmación de la voluntad del artista de conjugar naturaleza y cultura en su visión del paisaje. Semejante carga de ocupaciones diversas, asumidas con cabal entrega, acaso influyó en la relativa reducción numérica de las pinturas originales que en esta época compuso; y advertible, sobre todo, entre 1878 y 1881. Mas no, en absoluto, por lo que atañe a la calidad de lo producido. Algo debe de haber influido también, en esta contracción, el gran número de réplicas que ejecutó Velasco de sus cuadros más celebrados: el propio Velasco registra, por ejemplo, 14 repeticiones del Valle de México de 1875 y siete del de 1877, en dimensiones variables, desde la “memoria” o cuadro en pequeña escala hasta la réplica al tamaño del original.7 La lista de los destinatarios de estas copias, que incluye a no pocos extranjeros, muy ilustres algunos (el papa León XIII aparece como recipiendiario de una repetición del Valle de México de 1877; asimismo figuran algunos ministros foráneos y clientes habituales, como el asiduo doctor Kaska), revela cómo el pintor fue ensanchando su clientela y ascendiendo en prestigio artístico y social. También conoció a la sazón la holgura pecuniaria, como recompensa a su laboriosidad. Sus descendientes han escrito al respecto lo que sigue: El éxito económico de esta época le permitió comprar la casa ubicada en la esquina de Colón y Balderas... En 1885, después de vender la casa de Colón, se trasladó la familia a la Villa de Guadalupe y... se instalaron en la casa de Alcantarillas 4, hoy 5 de mayo núm. 9.8 5 Trabulse, op. cit., 1989, p. 127. 6 Martínez Marín, op. cit., pp. 208 y 229. 7 Véanse, en la lista de Velasco, Homenaje nacional. José María Velasco (1840-1912), Munal-Conacultainba, México, 1993, t. II, p. 511, núms 97, l02 a 114 (repeticiones del núm. 79) y p. 512, núms. 121-127 (repeticiones del núm. 117), respectivamente. 8 María de la Luz Bustamante y Carlos Altamirano, “José María Velasco”, en Daniel F. Rubín de la Bobolla et al., José María Velasco. Pintor del paisaje mexicano, Gobierno del Estado de México, Toluca, 1975, pp. 19 y 21. El inmueble fue originalmente mesón (Mesón de San Antonio, 1799); luego albergó a la Fábrica de Tabacos de Guadalupe y, al cerrar ésta, fue transformada en casa habitación. Le agradezco esta información al Sr. Salvador Zarco, director del Museo de los Ferrocarrileros en la Villa de Guadalupe Hidalgo.

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Pero habrá que reiterarlo: si tal vez resulta inferior en cantidad la cosecha recogida en este tramo, de ninguna manera se vio afectada la calidad. Datan de entonces algunas de las obras maestras de nuestro paisajista. La primera de ellas fue pintada en 1877, en los meses de marzo a mayo.9 Es un nuevo Valle de México, visto otra vez desde el cerro de Santa Isabel, como el de 1875, pero ahora en un punto estratégicamente calculado para producir la impresión de una altura y de una inmensidad que cortan el aliento. Si alguno de los paisajes de Velasco mereciera el calificativo dieciochesco de “sublime”, sin duda éste se llevaría la palma. Nos creemos situados en la cima de la montaña, al borde mismo de la vertiente que precipitadamente baja y nos fuerza a asomarnos a una suerte de cala o recodo abierto entre los cerros de Santa Isabel y de Guerrero, cuyo enorme domo sombreado empuja luego nuestra mirada hacia adelante, a las alturas decrecientes del Zacoalco y del Tepeyac, para enfilarnos después, por las calzadas, a la ciudad de México y más allá, hasta topar con los confines y entonces recorrerlos longitudinalmente por ambos flancos, ya por el del Ajusco y la tierra firme, ya por el de las crestas heladas y el espejo líquido; y más arriba todavía, para volver, a impulso del movimiento de las nubes, al punto de partida y recomenzar, una vez y otra, ese recorrido visual tan diestramente articulado por el pintor. El Valle de México de 1877 representa así la culminación del creciente proceso de dramatización compositiva, apoyada grado por grado en los solos elementos naturales del paisaje, que se había iniciado en el Valle de 1873 y prosiguiera en el de 1875. No podría concebirse un dinamismo mayor que el que, con un dominio consumado de la ilusión pictórica del espacio y de la luz, consiguió Velasco en el cuadro de 1877.10

9 Dice Velasco: “Este cuadro fue pintado en el campo, sobre la cumbre del cerro de Santa Isabel, en el mismo lugar donde pinté el marcado con el número 79; lo hice con el fin de presentarlo en la Exposición Internacional de París de 1878, y fue colocado en la sección de España, por no haber tomado parte el gobierno de México en ese certamen. En 1877 se exhibió en la Exposición de la Academia y fue premiado con medalla de oro. Mi profesor lo vio en París, pues ya se había ausentado de México (Pintado en los meses de marzo, abril y mayo de 1877)” (Homenaje nacional. José María Velasco (1840-1912), op. cit., 1993, t. II, p. 512, núm. 117). 10 Un estudio científico del cuadro llevado a cabo en el Laboratorio de Arte del Instituto de InvestiJosé María gaciones Estéticas (unam), mediante reflectografía Velasco, infrarroja y luz rasante, ha arrojado resultados muy pintor significativos. “El análisis ha revelado que originalmente Velasco pintó a lo largo del primer plano una de paisajes verdegueante masa de vegetación continua, de la que sobresalía el nopal, cuyas ramas se extendían con una fausto ramírez longitud considerablemente mayor. En un momento rojas dado, el artista decidió eliminar la vegetación del lado izquierdo, repintando toda esta área con tierras ocres historia del arte y amarillas para sugerir el declive de la ladera; conmexicano secuentemente, redujo el tamaño del nopal, ganando 1ª ed. fce, unam, 2017 así en amplitud espacial y colapsando la sensación de

Con sutil acierto, el artista escogió el episodio más adecuado para animar y connotar una composición esencialmente concebida como un audaz vuelo de la mirada: sobre el primer plano se cierne la figura majestuosa de un águila con las alas desplegadas; en el pico lleva presa un ave de plumaje encarnado. Más acá, por la izquierda, un nopal desparrama sus pencas. La asociación emblemática que esta planta establece con el águila resulta inescapable, lo que dota al paisaje de una significación icónica contundente. Por algo Justino Fernández le atribuyó un contundente título alegórico: México, 1877, que no es el que le asignó Velasco: Vista del valle de México, tomada desde el cerro de Santa Isabel. Así figura en el catálogo de la decimoctava exposición de Bellas Artes, año de 1877, en donde se precisa, además, que “el efecto de la luz del cuadro es de uno de los primeros días del mes de junio a las tres de la tarde”.11 Con todo, vale la pena demorarnos en algunas cuestiones. Si bien el águila sobre el nopal remite al emblema tradicional de la fundación de Tenochtitlan, se echa de menos a la serpiente que, se supone, debería estar siendo devorada por el ave. Pero no en todas las antiguas pictografías aparece aquel animal, como el Códice Mendocino puede demostrarlo. Además, tal vez no se conoce lo suficiente un detalle incluido en algunas relaciones del legendario hallazgo del águila: el nido que ésta se había formado con el plumaje de las aves de mil colores que constituían su alimento ordinario. Así, la de color encarnado que prende con el pico la Arpya destructor representada por Velasco, parecería aludir a este pormenor del mito mexica. También conviene poner en la debida perspectiva histórica el cuadro de 1877. No fue éste un año fácil para el incipiente régimen de Porfirio Díaz. El gobierno de Estados Unidos reclamaba el pago perentorio de una deuda que México tenía reconocida y estaba en proceso de pago. La propia prensa estadunidense se había encargado de difundir la especie de que el presidente Rutherford B. Hayes no desaprobaría una nueva intervención en México con fines anexionistas. La alarma nacional subió de punto en abril, al conocerse la noticia de que tropas yanquis, al mando del general Edward Ord, habían comenzado a acumular fuerzas cerca de la frontera. Para conjurar el peligro de una invasión, por más contraria que ésta fuese al derecho internacional, se abrieron suscripciones entre los ciudadanos para ayudar al pago de la indemnización. En la propia Escuela Nacional de Bellas Artes, los profesores y empleados accedieron a ceder el uno por ciento de sus emolumentos mensuales, durante un año, con este objeto.12 La prensa mexicana se hizo eco del penoso asunto a lo largo del año.13 En tan arduas circunstancias, Velasco pintó la obra, hacia mediados de 1877, con el designio de remitirla a la Exposición Internacional de París, a celebrarse en 1878. Tengo para mí que el talante afirmativo de la visión del paisaje, su tan explícito afán apropiatorio del territorio representado y las connotaciones emblemáticas del episodio no son ajenos a los acontecimientos referidos, y operaron como una suerte de contrapeso al clima opresivo que se experimentaba. Estoy convencido de que Velasco poseía una afinada sensibilidad para percibir y reflejar, en las localidades y episodios que pintaba, los visos cambiantes del acaecer histórico: ese simultáneo sentido del lugar y del tiempo que define al buen paisajista. Otras pinturas de este periodo lo corroboran. Casi podría estructurarse, poniéndolas en secuencia, una suerte de discurso histórico en imágenes que condujese de los tiempos prehispánicos a los años de optimismo positivista en que a Velasco le tocó vivir. •

arraigo en el primer plano. El cambio resultó contundente en términos de originalidad compositiva y de dinamización espacial. Y fue producto de una idea que se le ocurrió al pintor sobre la marcha”, trabajando en el campo frente al modelo, en Fausto Ramírez, “La materia del arte: Visión y color en los paisajes de Landesio y Velasco”, en La materia del arte: José María Velasco y Hermenegildo Bustos, Munal-Conaculta-Instituto Nacional de Bellas Artes/ Instituto de Investigaciones Estéticas-unam, México, 2004, p. 68. 11 Manuel Romero de Terreros, Catálogos de las exposiciones de la Antigua Academia de San Carlos de México (1850-1898), unam, México, 1963, p. 483. 12 Sánchez Arreola, op. cit, p. 35 (caja 2, exp. 64, fechado en julio de 1877). 13 Para mayores referencias, véase Fausto Ramírez, “Anotaciones iconográficas a la evolución de episodios y localidades en los paisajes de José María Velasco”, en José María Velasco. Homenaje, unam, México, 1989, pp. 49-50.

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N OVEDADES

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FOND O DE CULT UR A ECO NÓ M ICA S E P TI E MB R E D E 2 017

Heráclito martin heidegger y eugen fink

Reunión de conversaciones del seminario sobre Heráclito que Heidegger dirigió en la Universidad de Friburgo entre 1966-1967. A lo largo de 13 sesiones, los participantes dialogaron sobre el objeto del pensamiento del gran presocrático, buscando comprender su proceso de pensar. Un fruto del seminario es el reordenamiento de los aforismos heraclíteos con el propósito de desvelar mejor sus sentidos y contexto interno. Una de las mayores dificultades de la tarea recayó en la polisemia y la múltiple dimensionalidad de la lengua de Heráclito. Por esta dificultad, la pauta del nuevo ordenamiento fue dada por la hermenéutica. Así, este texto no es sólo una revisión del pensamiento de Heráclito, es también un conjunto de reflexiones sobre la metodología misma como instrumento de interpretación. filosofía 1ª ed., 2017

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La gran ilusión Memorias de un físico mexicano (1941-2016)

La gran transformación Los orígenes económicos y políticos de nuestro tiempo

Lo imposible en matemáticas

jorge flores valdés

karl polanyi

El autor narra su desarrollo personal y profesional, al tiempo que muestra el devenir de la actividad científica en México durante la segunda mitad del siglo xx, particularmente en física y en la divulgación del saber científico, sus dos grandes pasiones. Mediante breves textos llenos de humor y anécdotas, el lector conocerá de primera mano las satisfacciones y los sinsabores del científico en un medio poco propenso a su valoración y apoyo. Jorge Flores Valdés es uno de los investigadores y promotores de la cultura científica más importantes de México. La presente edición, además de sus amenas memorias, incluye una iconografía y un índice onomástico, elementos que la hacen un documento sumamente útil para la investigación y conocimiento de la historia de la ciencia mexicana.

El orden económico global vigente pone de manifiesto la importancia de este clásico de Karl Polanyi, quien advirtió los efectos devastadores de la desregularización del mercado capitalista sobre las personas, las naciones y el ambiente desde la crisis de 1929-1933. En este libro expone las grandes fuerzas materiales, políticas e ideológicas de la economía capitalista moderna, desde su instauración a principios del siglo xix hasta las primeras décadas del xx. En la presente edición, prologada por Joseph Stiglitz y con una introducción de Fred Block, Karl Polanyi-Levitt recopila una serie de ensayos y textos de conferencias sobre la obra de su padre, los cuales analizan la vigencia de sus ideas ante los fenómenos económicos actuales. La gran transformación no es sólo un examen de la economía liberal, es también un llamado a encontrar nuevas bases de convivencia y a reorganizar las instituciones sociales antes de que el pragmatismo económico anule los valores esenciales de la vida humana.

Este libro aborda problemas matemáticos imposibles de resolver relativos a la geometría, el álgebra y algunos teoremas planteados por destacados exponentes de esta disciplina. Por medio de relatos y demostraciones, Prieto de Castro nos introduce a los acertijos que han desafiado a las mentes matemáticas más brillantes, y cuya importancia es servir como puntos de partida para comprender muchos otros problemas y sus soluciones. La obra está escrita en forma de diálogo, donde cada personaje representa un modo de comprensión propio de lo expuesto en el texto. Esto ayuda a adentrarse en la lectura de una manera entretenida y didáctica, como de igual forma funcionan la gran cantidad de recursos visuales que la ilustran y que facilitan su comprensión, y un anexo al final de cada capítulo con biografías de los personajes.

vida y pensamiento de méxico 1ª ed., 2017

carlos prieto de castro

la ciencia para todos 1ª ed., 2017

economía 1ª ed., 2017

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México en el mundo Constitución y política exterior

Una niña hecha de libros

El jardín de Abdul Gasazi

oliver jeffers y sam winston

chris van allsburg

Este libro —ganador del Bologna Ragazzi Award 2017 en la categoría de ficción— es una invitación a la lectura —a la lectura por gusto y no por obligación— libre de moralejas y de mensajes aleccionadores. Es, además, una puerta abierta a todos los lectores para regresar al mundo mágico de la literatura, ese mundo que trasporta, por medio de las palabras, hacia escenarios imprevisibles, a aventuras en el mar; que nos adentra en los bosques de los cuentos de hadas, o que nos lleva a combatir monstruos en castillos encantados. Los personajes que rememoran los autores son fascinantes figuras clásicas que han marcado el imaginario de cientos de generaciones: la traviesa y enigmática Alicia, del País de las Maravillas, o la curiosa y valiente Caperucita Roja, personajes creados por escritores como Lewis Carroll o los hermanos Grimm, entre muchos otros que se mencionan en el libro. Los dos niños protagonistas de esta historia viajarán por mundos de ensueño y fantasía que sólo pueden encontrarse mediante de las letras, las palabras y los libros, porque gracias a ellos la imaginación se desborda, todo puede pasar, no tiene límites. Por medio de un juego tipográfico, el artista Sam Winston crea grandes olas, temibles monstruos, nubes y montañas en donde los lectores podrán leer extractos de clásicos como Los viajes de Gulliver o Peter Pan. Con un lenguaje poético y evocador, los autores de este libro hacen una profunda reflexión sobre la importancia de la lectura en la formación de un individuo.

La vecina de Alan le pide que cuide por una tarde a su travieso perro, que ha mordido a sus parientes en más de una ocasión. Todo va bien después de la siesta y de haber tomado varias precauciones para que Fritz no hiciera destrozos en la casa de la señora Hester… hasta que llega la hora del paseo. Fritz tira de Alan por la calle hasta toparse con un letrero que tiene una gran advertencia: “Prohibida la entrada a los perros”. Por supuesto, esto no le importa a Fritz; cuando pesca a Alan distraído, se suelta del collar y corre hacia dentro de la casa donde estaba ese letrero, acto seguido Alan va desesperado tras él. Lo que no saben es que acaban de entrar a la morada de un viejo mago que ama su jardín y odia que los perros muerdan sus plantas y pisoteen sus flores, Fritz y Alan tendrán que enfrentar las consecuencias de haber entrado a un jardín mágico… Con este título —el primero publicado en su carrera—, el reconocido autor e ilustrador Chris van Allsburg regresa al catálogo del fce después de 17 años, para beneplácito de los lectores que crecieron con historias como Jumanji —adaptada también al cine— o Los misterios del señor Burdick —un bestseller del fce— y para los pequeños lectores que empiezan su formación en la lectura de álbumes ilustrados.

gabriela rodríguez huerta

Estudio de las implicaciones políticas y sociales que el devenir de la política exterior mexicana ha traído consigo y que han determinado al México actual. La autora ahonda en los orígenes de la política exterior, sus consecuencias constitucionales y su impacto en la sociedad a lo largo del tiempo. El recorrido histórico que presenta permite el diálogo entre el lector y los contextos descritos, abriendo una puerta al tema de la política exterior, cuyos alcances adquieren mayor claridad al paso de las páginas. Al exponer las circunstancias históricas en las que se ha desarrollado la política exterior de México, el texto contextualiza la situación política del país desde finales del siglo xix hasta la actualidad. política y derecho serie constitución 1917 1ª ed., 2017

los especiales de a la orilla del viento 1ª ed. en español, 2017, 40 pp.

La Dama de la Selva antonio ramos, con ilustraciones de zuzanna celej

Un chico corre solo en la selva; con las piernas cansadas y el coraje transformado en miedo, se interna en ese verde que pronto se vuelve negro. Quiere volver a casa, pero está perdido. Intenta protegerse de los peligros que habitan esas tierras, pero la noche no lo hace fácil ni la lluvia ni los gritos de su madrastra que aún retumban en sus oídos. Alguien lo mira desde la oscuridad y siente que el miedo se le mete en el pecho y lo oprime por dentro. ¿Es la Dama de la Selva de quien tanto le habla su abuelo?, ¿son los Púcari que vienen por él para convertirlo en uno de sus sirvientes sin ojos? No, es una joven que lo llama desde una pequeña barca. Aún no lo sabe pero juntos atravesarán la selva. Aquel recorrido estará lleno de riesgos escalofriantes, encuentros con misteriosos personajes y recuerdos, sobre su madre que murió hace años. Guiados por la luz de una poderosa luna, Manuel y Zuna avanzan por la selva en una noche que parece no tener fin. Antonio Ramos desarrolla una historia que combina la realidad con la fantasía para explorar emociones como el miedo, la soledad, la búsqueda y el duelo. Las ilustraciones consiguen que los elementos fantásticos no se revelen por completo al lector, sino que sea él quien los complete en su imaginario. Al igual que su protagonista, esta novela avanza ágil de principio a fin. a la orilla del viento 1ª ed. en el fce, 2017; 200 pp.

los especiales de a la orilla del viento 1ª ed. en español, 2017, 40 pp.

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t ras f o n d o

Relato del duende Leonardo Tarifeño

Los periodistas a menudo viven nas experiencias humanas desconocidas por laa mayoría. Suelen abstenerse de relatarlas para no empañar laa imposible objetividad de las notas. El cronista se lanzaa a traspasar esta líneaa y cae muy bien parado, guiado ciliador por el poder reconciliador de la música.

ientras una multitud emocionada se levantaba de sus asientos para aplaudir de pie al gran cantaorr Diego el Cigala, yo sabía, escondido detrás del escenario, que la verdadera historia de esa noche me la iba a tener que callar. Y la callé. Hasta ahora, que ya aprendí a reconocer el valor del silencio y el de saber cuándo y por qué hablar. En el frío de esa noche late uno de mis grandes fracasos. Hoy me atrevo a mostrarlo, con la esperanza de que la potencia del relato oculte el error que decidí cometer. La experiencia es la única escuela en la que se aprueba a fuerza de equivocaciones. Y en el camino a toda narración siempre hay pasos en falso. Quiero pensar que el fallo de entonces se justifica en la franqueza de esta

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crónica. Como si contar un fracaso fuera la mejor manera de conjurarlo. Todo esto ocurrió entre marzo y mayo de 2010 cuando, a finales del verano argentino, Diego el Cigala llegó a Buenos Aires para grabar en vivo un disco de tangos. Yo conocía a Diego, sobre todo, por su extraordinario Lágrimas negras, en el que junto con el pianista cubano Bebo Valdés había mezclado el embrujo gitano con el romanticismo del bolero. Su interés por el tango parecía reproducir el molde de esa unión, esta vez con otra de las grandes tradiciones de la música latinoamericana. Para cruzar la métrica rioplatense con la cadencia flamenca, él y sus músicos ensayaban en una vieja mansión de Olivos en la que Diego se había instalado con su mujer, su hijo Rafael, su roadie Janette y un par

de amigos y productores. La tarde que aparecí por esa casa, mientras me acercaba, desde el jardín escuché que el vuelo de su voz entonaba unos versos sentidos y, quizás, proféticos. ¡Qué ganas de llorar en esta tarde gris! En su repiquetear la lluvia habla de ti…

Efectivamente, la tarde era gris y anunciaba lluvia. Pero las lágrimas no me saltarían ese día, sino unos cuantos después, el del debut del grupo en el Teatro San Martín de Córdoba. De camino al ensayo, guiado por la espigada Janette, yo aún era incapaz de intuir siquiera lo que durante aquella noche cordobesa pasaría por mi mente, a un lado del

andrea garcía flores

escenario, aferrado a los pliegues del telón de terciopelo rojo. En la casa de Olivos, el día de mi arribo al Planeta Cigala, la noche del debut todavía era un fantasma cierto pero distante, una inevitable cita con el destino en la que convenía no pensar. Sentado en el living donde esperaba ingresar a la usina musical en la que dos grandes culturas se fusionaban, sólo escuché hablar de la tormenta inminente, del vino tinto que al rato traería Andrés Calamaro y de la última propuesta laboral que Diego había recibido: ponerle voz al personaje de Buzz Lightyear en un par de escenas de Toy Story 3. A una seña de Janette, dejé el living y entré al cuarto en el que el bandoneonista Néstor Marconi, el pianista catalán Jaime Calabuch, el guitarrista Diego el Morao y el contraba-

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relato del du ende

jista cubano Yelsy Heredia se unían bajo los acordes de “Tomo y obligo”. En el medio, vestido con una camisa blanca y un pantalón Adidas verde, Diego no paraba de reírse y hacer bromas, sentado en un banco alto que no contenía su entusiasmo. Tomo y obligo, mándese un trago de las mujeres mejor no hay que hablar todas, amigo, dan muy mal pago y hoy mi experiencia lo puede afirmar. Siga un consejo, no se enamore, y si una vuelta le toca hocicar, fuerza, canejo, sufra y no llore que un hombre macho no debe llorar

“¿No estamos muy rápidos?”, preguntó Marconi, e impuso una pausa para discutir los ritmos y fraseos que acababan de tocar. A la derecha del bandoneonista y líder del grupo, Diego se levantó de un salto, volvió a sentarse, abrazó al Morao, regresó al banco y soltó un “¡qué ganas de llorar!” aflamencado con el que hizo reír a todos. “El tango tiene tanta letra, tanta letra, que en algún momento la voy a cagar”, le confesó al Morao, y al notar que había un intruso se acercó y me dio la bienvenida con una sencillez que me tomó por sorpresa. Para ser una figura monumental del cante en particular y de la música hispanoamericana en general, revelaba una humildad y simpatía que no abunda entre los artistas de su dimensión. De hecho, apenas 10 minutos después de conocernos me llevó a una barra improvisada en el medio de la casa y comenzó a hablar de sus temores. Dijo que el tango lo remontaba a su infancia, porque su padre, cantaor también, había estado de gira en Argentina y de regreso al hogar cantaba “Sus ojos se cerraron” y “El día que me quieras”, melodías que hasta la fecha lo traen a su memoria. “Yo era un chaval y no sabía lo que quería —prosiguió—. Hasta que un fin de año vi cantar a mi tío, Rafael Farina, todo vestido de blanco y con ese porte tan suyo, maravilloso. Como un sueño o una aparición. Una semana después llegó el día de Reyes y ¿sabes que les pedí? Ser como él, para poder cantar las canciones que le escuchaba a mi padre. Y aquí estoy ahora. ¡Con el deseo cumplido!.” Al Cigala locuaz y divertido que había visto con los demás miembros del grupo se sumaba este Diego íntimo y receloso, no del todo seguro de estar a la altura del abolengo familiar. Como yo recién lo conocía, no sabía cuál de los dos era el auténtico. ¿O lo serían ambos? Antes de que pudiera averiguarlo, me bautizó como “Maestrito” y me preguntó si no quería quedarme a cenar. Su mujer, Amparo, iba a cocinar lentejas, y luego podíamos jugar un Mundial en la Play con su hijo Rafael. “¿Cómo te cae Calamaro, Maestrito? Debe estar por llegar. ¿Ya has visto la cara que pone en sus fotos? ¡Tuerce la boca, como si fuera el Mick Jagger! ¿No es muy gracioso? ¡Yo lo adoro, es mi compare!”, me dijo, de nuevo rumbo a los gozosos martirios del ensayo. Y antes de que la pesada puerta de la sala se cerrara, volví a escuchar su “¡qué ganas de llorar!”, que convertiría en el grito de guerra de toda la gira. Esa tarde llovió como hacía mucho no llovía en Buenos Aires. La tormenta duró horas, el granizo hizo estragos y la ciudad se inundó. Yo me quedé atrapado en la casa de Olivos, comí las lentejas y en pri-

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mera fila admiré los cinco goles que Rafael, de cuatro años, le marcó a su padre en la Play. “Esto no puede ser, tío —se quejaba el artista— ¡pero te aseguro que cinco goles sólo me hace mi hijo!”. Durante el partido, Diego contó que la noche anterior había visto más de 10 videos de Miles Davis en Youtube, y se reía de los reclamos con los que Amparo le pedía que hiciera algo más productivo o, por lo menos, saludable. “¿Pero, mujé, por qué no entiendes que esto también es deporte? ¿O no ves que así se practica la agilidad mental?”, argumentó él, segundos antes de recibir el cuarto gol. Yo ya sospechaba que el Cigala nunca me iba a conceder una entrevista formal, y empezaba a descubrir que todo lo que veía era mucho más relevante y significativo que un ratito de plática a solas. Así que, desde esa noche, me uní al grupo y conviví con Diego, los músicos y el resto de la crew durante varias semanas, para escribir la crónica del tour. Si no me corrían, los acompañaría a lo largo de toda la gira, desde el primer show en Córdoba hasta el último en el teatro Gran Rex de Buenos Aires, escenario de la grabación en vivo del disco Cigala & Tango. La crónica que escribí se llama “Cuando el flamenco canta el tango” y apareció el sábado 8 de mayo de 2010 en el diario argentino La Nación. El texto no desentona con gran parte de lo que vi y viví, pero para mí representa un fracaso porque, creo, no cuenta justo aquello que debería haber contado. Lo supe entonces y lo reconozco ahora, ya decidido a explorar las razones del error. En aquel momento me pareció que mi trabajo no incluía airear los mundos privados de los protagonistas, convencido de que la revelación pública de la intimidad no era del todo pertinente. Hoy advierto que mi compromiso no debía ser con el secreto, sino con lo que el secreto permite ver. Al mago no hay que revelarle los trucos, pero mostrar cómo transforma la magia en arte puede asombrar tanto o más que la actuación sobre el escenario. A esta conclusión llego ahora, años después de aquella gira, porque ya sé que el arte del Cigala no se mide por su voz o su talento, sino por lo que los flamencos llaman “duende”. Su traducción más aproximada sería sentimiento, estilo vivo o alma. Y los asuntos del alma no se explican; se narran. La historia que no conté y debí haber contado empezó en el hotel cordobés Interplaza, un par de horas antes de subirnos a la camioneta que nos transportaría al teatro San Martín. Era la noche de la primera presentación ante el público de lo que se había ensayado durante semanas en Olivos y todos los que integrábamos la troupe flamencotanguera nos sentíamos bastante inquietos. Yo me pasé un rato en el cuarto de Janette, quien por alguna razón me contó detalles de la época en la que había sido novia de Nick Cave (“¡llegó a mandarme cartas escritas con sangre!”); luego, a sabiendas de que tendría un buen vino escondido en algún lado, toqué la puerta en la habitación de Calamaro. Cuando entré, lo primero que noté fue el insólito cargamento de tequilas que Andrés acomodaba a un lado de la cama; luego vi a Diego, o mejor dicho, a un Diego desencajado que no había visto nunca. “Que me dice Juanjo que si puedo invitar a su esposa al escenario a cantar con nosotros —le confiaba a Cala-

maro—. ¿Y yo qué le puedo decir? Esta noche no, esta noche es otra cosa. Eso le dije. Pero siento que el tío se ha cabreao. Y yo no quiero que esté cabreao, no estamos aquí para eso, con lo que nos ha costado todo. ¿Por qué me dijo esto justo ahora? ¿No me lo podría haber pedido antes?”. A Diego yo lo había visto preocupado, vulnerable o melancólico, pero nunca tan molesto. Andrés le dijo que el pedido del guitarrista no era tan grave, ofreció un par de tequilas y le aseguró que con su negativa había hecho bien. Ese concierto era un ensayo general, una preparación para la gran noche del Gran Rex, y todos los miembros del grupo debían entenderlo así. Pero ¿y si Juanjo se enojaba por el desplante a su esposa, y decidía irse? Aún restaban tres presentaciones antes de la grabación en vivo, en Buenos Aires. Faltaban muchos ensayos, muchos viajes, mucha convivencia. ¿Realmente el Cigala había tomado la mejor decisión? Cuando nos quedamos a solas, le dije a Andrés que yo tenía mis dudas. No costaba nada subir a la mujer de Juanjo al escenario, y si había algún lugar y momento propicio para lo inesperado, ese era ahora, al inicio del tour, cuando todavía podían hacerse ajustes. Si el ego de Juanjo quedaba herido, la gira podía tomar un rumbo difícil para todos. Andrés no quiso explayarse, aunque me dio a entender que lo importante a horas del show era hacerle caso a Diego y no sumar sorpresas a lo que debía transcurrir con la mayor calma posible. Después de brindar con tequila, bajé al lobby. En un costado, el bajista Yelsy le aseguraba al pianista que Marconi había quitado sus partes solistas, esas que tanto le costaban. Jaime no podía creer lo que escuchaba, hasta que la carcajada general le demostró que todo era una broma. El ambiente era tenso pero amable, y a mí me pareció que siguió así cuando Juanjo llegó de la mano de su esposa. Al verlo, Diego piropeó su camisa floreada y huyó hacia el teléfono de la conserjería, para pedirle a Calamaro que bajara de una buena vez. Por lo que había escuchado, yo sabía que las cosas no estaban del todo bien entre Juanjo y el Cigala. Disimulaban, eso sí, pero una cosa era hacerlo en el lobby de un hotel y otra ante cientos de personas. Y la segunda canción del concierto era ni más ni menos que la simbólica “Los hermanos”, en la que Diego debía cantar “yo tengo tantos hermanos / que no los puedo contar” en un mano a mano con Juanjo, sin el resto del grupo. En la camioneta, Rafael entonó el clásico “Las cuarenta” sin errar ni un solo verso. Aunque tuviera “tanta letra, tanta letra”, a sus cuatro años el tango no tenía secretos para él. “Hala, niño, ¡que me vas a quitar el curro! —le gritó su padre, a un lado del conductor—. ¡Por lo menos espérate un poco, todavía no!” En el pasillo de los camerinos vi al Cigala con el Morao, a Calamaro con su novia, y a Amparo, sola, que planchaba la camisa que usaría Diego. “La primera vez que lo vi en vivo, con Niño Josele, sentí que tenían el mismo poderío que los Rolling Stones”, me dijo Andrés, mientras me colocaba unos audífonos rebeldes. A mí la comparación con los Stones no me tranquilizaba porque sentía que la frialdad que había caído entre Diego y Juanjo podía saltar a la vista en pleno show. Con los audífonos ajustados, me ubiqué en el rincón derecho del escenario, escondido por los

pliegues del telón de terciopelo rojo. El primero en enfrentar al público fue Néstor Marconi; apenas acomodó su bandoneón, apareció el Cigala. Los aplausos exhibían un cariño popular innegable y espontáneo, una bienvenida emocionante a quien se había empeñado en homenajear la música que constituye la educación sentimental de todo un país. Bajo la tibieza de los reflectores, Marconi y Diego interpretaron la versión más entrañable que les escuché de “Garganta con arena”, tango cuyo autor, Cacho Castaña, escribió para la voz de una mujer. Canta, la gente está aplaudiendo y aunque te estés muriendo no conocen tu dolor…

Tras la primera ovación, Marconi le dejó su lugar a Juanjo Domínguez, que entró al escenario detrás de mí. Por lo que me pareció notar, Diego lo anunció con una mirada más recia que alegre, como si lo invitara a un desafío o a un ring. Antes de conocerlo, lo único que yo sabía de Juanjo era que, durante sus giras internacionales con el legendario cantante Roberto Goyeneche, siempre les preguntaban por el resto de la orquesta. “No hay nadie más: él es la orquesta” respondía entonces Goyeneche, para aclarar que el suyo no era, ni de lejos, un guitarrista cualquiera. Juanjo es, quizás, el más grande guitarrista de tango de todos los tiempos, un virtuoso imbatible que, si quiere, puede sonar con el brillo y la sutileza de quien sabe hacer que su música parezca escrita por los ángeles. Desde el costado en que me encontraba, vi que Juanjo rozó la mano de Diego tras agradecer los aplausos del público. Luego hizo vibrar las cuerdas de su guitarra con calma y precisión, sin prisas ni tensiones, y yo sentí que cada rasguido suyo transformaba al sonido en luz. Yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar gente de mano caliente por eso de la amistad, con un rezo pa’rezarlo con un llanto pa’llorar.

La voz de Diego cabalgaba los acordes de Juanjo cuando a mi lado vi que Calamaro se acercaba a su novia para abrazarla por detrás. Yo lloraba sin darme cuenta, respiraba con el pulso agitado y no podía pensar. Sabía que era testigo de algo que quizás nunca más volvería a ver. Ante mis ojos se producía el milagro de la música, el poder ultraterreno que borra las diferencias y hermana a propios y extraños a través de la magia del instante, como el relámpago que ilumina y asombra y desaparece para siempre. Los hombres, ellos y todos, podrían llevarse bien o mal, pero gracias a la música tendrían la posibilidad de ser otros, mejores, únicos. Yo había visto y reconocido el milagro que en el final de los tiempos nos salvaría a todos. Pero no lo podía contar. No sin traicionar la confianza y la amistad de quien me había hecho sentir que era uno de los suyos. Hoy sé que contar cualquier otra cosa en esta historia equivale a cometer un error. En este relato quizás haya varios, pero ya no se me deberían reprochar a mí. Porque el que acaba de escribir no fui yo, sino el duende. •

l a g aceta

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