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ROSACRUZ REVISTA TRADICIONAL DE LA ANTIGUA Y MÍSTICA ORDEN DE LA ROSA-CRUZ Esta revista trimestral se publica por la Gran Logia española de la Antigua y Mística Orden de la Rosa-Cruz, conocida mundialmente bajo las siglas de “AMORC”. En todos los países en los que puede ejercer sus actividades libremente, está reconocida como una Orden Tradicional e iniciática que, desde hace siglos, perpetúa de forma oral y escrita el conocimiento que le han transmitido los sabios del antiguo Egipto, los filósofos de la Grecia antigua, los alquimistas de la Edad Media, los esclarecidos pensadores del Renacimiento, y los más eminentes espiritualistas de la época moderna. La Antigua y Mística Orden de la Rosa-Cruz, que también se denomina “Orden de la Rosa-Cruz AMORC”, no es una religión, ni un movimiento político. Y tampoco es una secta. De acuerdo con su divisa “La mayor tolerancia dentro de la más estricta independencia”, no impone ningún dogma, pero propone sus enseñanzas a todos aquellos que se interesan por todo lo que el misticismo, la filosofía, la religión, la ciencia y el arte, pueden ofrecer a la humanidad para su regeneración física, mental y espiritual. La AMORC es la única entre todas las organizaciones filosóficas y místicas que tiene el derecho de utilizar la Rosa-Cruz como símbolo. En este símbolo no hay ninguna connotación religiosa, la cruz representa el cuerpo del hombre y la rosa la evolución progresiva de su alma. Publicación trimestral Dirección: Irene Regidor Diseño y maquetación: Gran Logia de España Salvo mención especial, los artículos en esta revista no representan el pensamiento oficial de la AMORC, sino únicamente el de sus autores.
NUESTRA PORTADA: La Alcazaba de Málaga
ANTIGUA Y MÍSTICA ORDEN ROSAE CRUCIS Flor de la Viola, 16. Urbanización “El Farell” 08140 CALDES DE MONTBUI (Barcelona) Teléfono: 938 655 522/ Fax: 938 655 524 e-mail: amorcgle@amorc.es
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Suma rio E l Maest ro Interno ............................................................................................................................... 3 por el Dr. H. Spencer Lewis La Liber t ad Como Fundamento De l Ser ........................................................................... 12 por Carlos Seijas E l Genio Y La Inspir ación En W agner ............................................................................ 21 por Bernard Cousin Má l aga, E l Pa r aiso De Un Reino ........................................................................................... 30 por José Manuel García Marín Oro, Pl a t a Y Pl omo ............................................................................................................................ 41 por Joel Disher Dedicado A La Orden Rosacruz AMORC ........................................................................ 46 por Neus Fontanals
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nos complacemos en esta ocasión en traer hasta ellos uno de sus vivificantes mensajes.
Tanto se ha escrito acerca de la dualidad del hombre y de la división de su consciencia en dos campos o modos de expresión –el ser interno y el ser externo– que muchos investigadores bien cualificados en la materia se encuentran perplejos ante los numerosos términos que emplean algunos escritores y profesores. Asumiendo por el momento que la consciencia del hombre es dual en su expresión y que hay evidencia de que existe una profunda consciencia llamada ser interno, distinto al ser externo que se expresa materialmente, encontramos que a menudo
algunas autoridades personifican esta consciencia interna y, generalmente, se refieren a ella llamándola el Maestro Interno. Sin embargo, hay otras expresiones descriptivas y populares como: la Voz Interior, Conciencia, el Yo Subliminal, el Yo Divino, Consciencia de Cristo, el Yo Subjetivo, el Ego, el Yo Espiritual, etc. Esta terminología presenta un claro intento de crear un ente separado del aspecto interno de la consciencia, en vez de observarlo como una de las fases de la consciencia del hombre. A través de esta terminología hay también un intento definido de insinuar que esta especial y casi aislada consciencia interna es una forma divina, espiritual o subliminal de la personalidad, completamente dis-
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Como muchos miembros nuevos de esta Gran Logia no han tenido acceso a los inspiradores escritos de H. Spencer Lewis, primer Imperator del ciclo actual de la AMORC,
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tinta en su naturaleza esencial del llamado ser externo. Por la ley de los opuestos, se debería clasificar al ser externo de materialista, terrenal, mundano y mortal. El énfasis que se da a la naturaleza espiritual o divina del ser interno, implica que el ser externo está en gran desventaja en lo que se refiere a las cualidades que producen la bondad y la evolución más elevada del individuo.
El alma en el hombre No es de sorprender que esta antigua creencia concerniente a la dualidad de la consciencia del hombre y a la naturaleza espiritual de una fase de ésta, haya encontrado su camino en las doctrinas y en los postulados fundamentales de varias religiones antiguas y modernas. Se ha afirmado que la creencia en la existencia del alma, o sea, en una esencia espiritual de naturaleza intangible, precedió a la creencia en la dualidad de la consciencia. Supuestamente, para explicar las funciones del alma como una evidencia de la existencia de ésta, se desarro-
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lló la idea de una personalidad secundaria o de una segunda forma de consciencia. En otras palabras, algunas escuelas de pensamiento han afirmado que mientras la idea del alma fue aceptada desde un punto de vista puramente religioso o teológico, el argumento general en contra de su aceptación como un hecho fue que esta alma no daba ninguna evidencia de sí misma y, por lo tanto, se trataba de una suposición puramente teórica o hipotética. Sin embargo, si existía cierta evidencia de una dualidad de la consciencia del hombre, notada incluso por los pensadores más antiguos en los campos psicológicos o religiosos, era fácil suponer que las manifestaciones del llamado ser secundario son las mismas del alma, porque ésta y aquél son idénticos.
Contemplando al alma En muchos de los antiguos credos y doctrinas religiosas, el alma humana fue aceptada como un hecho establecido. Algunas de las ceremonias místicas o religiosas más antiguas intentaron dramatizar esta idea dándole demasiado énfasis. Las ceremonias especiales celebradas en el momento del nacimiento y, más especialmente, en el momento de la llamada muerte, se centraban en la idea de que el hombre era dual, y que el gran cambio llamado ahora “transición” se refería únicamente al ser externo, dejando al alma como una especie de yo interno incólume, inalterable y con libertad de remanifestarse en cualquier cuerpo aquí en la Tierra en un futuro cercano o en un reino espiritual en algún momento del futuro lejano. El origen de la costumbre de momificar los cuerpos, por ejemplo, fue un intento doctrinal para proporcionar un cuerpo material, adecuado y familiar, para el regreso del alma al recinto que previamente había ocupado. En varios lugares y en diferentes épocas se establecieron otros métodos como manera de esperar el regreso del alma, a la
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En oposición a esto estaba la escuela de pensamiento que sostenía que el ser secundario era simplemente una fase de la consciencia o de la personalidad humana, la cual era en sí misma un atributo puramente terrenal y mortal de todas las cosas vivientes y mundanas, y que las manifestaciones de esta parte secundaria de la consciencia humana deberían ser estudiadas desde un punto de vista puramente psicológico y no religioso. Otras escuelas de pensamiento sostuvieron que no había evidencia de la existencia del alma en el hombre, que todo lo denominado como emociones espirituales y misteriosas, así como las fases de la consciencia, eran solamente un resultado del mecanismo de la consciencia humana, y que el hombre era, después de todo, un ser consciente de una naturaleza totalmente material, sin evidencia de ninguna espiritualidad.
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que se consideraba como una parte definida y separada de la expresión humana sobre la Tierra. A medida que las antiguas religiones fueron modificándose gradualmente, se destacó cada vez más el concepto de que el alma se separa del cuerpo y continúa viviendo después de la muerte, mientras que la idea de que el cuerpo físico sería ocupado de nuevo por la misma alma fue abandonada y rechazada lentamente por considerarla carente de interés. Incuestionablemente, los sentimientos y las emociones del hombre fueron un factor determinante en la evolución de estas doctrinas, pues cuando comenzó a considerar que su cuerpo envejecido, deteriorado y de apariencia desagradable no era un vehículo deseable para una vida continua, le resultó intrascendente la idea de que el alma volviera a ocuparlo en vez de tomar uno nuevo, magnético y más atractivo.
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La debilidad emocional da del de hombre –llamada también m vanidad– que da va origen a que un or ser se humano desee se causar buena impresión, ser admirado por su aspecto y sentirse superior a los demás por su apariencia, le condujo igualmente a la idea de que después de la transición el alma debería adquirir la forma de un cuerpo espiritual que tendría que ser espléndido en su gloria, angelical y divinamente superior a cualquier forma terrenal. Este concepto atrajo fuertemente las emociones humanas y fue el responsable de que se rechazara la idea de que el alma volvería a ocupar el viejo, arrugado, consumido y enfermo cuerpo del cual se había liberado.
La reencarnación Después apareció la idea, largamente acariciada por los antiguos pensadores y filósofos, de que el hombre podría vivir otra vez sobre la Tierra para completar su fama terrenal y continuar disfrutando de los frutos de sus proezas mundanas.
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El concepto de la encarnación del alma siempre ha ejercido una atracción fascinante para quienes opinan que una corta vida es insuficiente para que el hombre pueda consumar los deseos de su corazón o alcanzar el desarrollo necesario para dar cumplimiento al propósito divino para el cuál fue creada su vida en la Tierra. Pero mientras estos pensamientos y creencias sobre el futuro estado de la existencia del alma no pasaron a través de los muchos cambios mencionados anteriormente, la doctrina de la reencarnación no llegó a ser aceptada como una probabilidad lógica, como lo fue cuando el hombre aceptó finalmente la idea de que el alma no volvería al mismo cuerpo, sino que encarnaría en uno nuevo y superior. En este punto de su razonamiento, el hombre comprendió que había dos posibilidades entre las que podía escoger su creencia doctrinal: el alma revestida de un cuerpo espiritual para vivir eternamente en un reino igualmente espiritual, o por el contrario integrada en un nuevo cuerpo material para empezar, nuevamente como un infante, otra vida terrenal. Fue así como se establecieron dos escuelas de pensamiento que son fundamentalmente las que representan los credos
religiosos de la mayor parte de la población del mundo actual. El cristianismo ha adoptado la creencia de que el estado futuro del hombre será en un reino totalmente espiritual, y muchas otras religiones comparten esta idea. Los místicos de las escuelas religiosas originales, sin embargo, se adhieren a la creencia de la reencarnación y aunque los detalles de esta doctrina varían en las diferentes religiones orientales, el concepto de la reencarnación terrenal es quizás más aceptado universalmente que el de una vida futura en un reino
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El cristianismo evade la pregunta
espiritual absolutamente desconocido y trascendente. En la religión cristiana y en algunas otras, no se emplean los términos místicos Ser Interno, Ser Subliminal, Ser Secundario ni Maestro Interno. Se considera que el alma es una especie de Consciencia Divina completamente disociada de cualquier forma de consciencia mundana, y de ninguna manera se la ve como una fase secundaria o subjetiva de ésta. En otras palabras, estas religiones consideran que el hombre es dual, pero solamente en el sentido de que tiene un cuerpo y un alma, no porque su consciencia es dual y el cuerpo es solo es una parte transitoria e insignificante de su verdadero ser.
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Durante los siglos pasados el cristianismo evitó cuidadosamente prestar alguna consideración a la posibilidad de que el alma esté consciente después de la transición o de que posea una especie de consciencia inmortal activa en su estado futuro, como la tiene mientras se encuentra dentro del cuerpo humano. El espiritualismo ha intentado suplir esta deficiencia de las doctrinas cristianas, no solo afirmando que el alma es un ente consciente en todo tiempo, sino que después de su separación del cuerpo humano esta consciencia divina puede manifestarse a través de una comunicación inteligente, en la misma forma que lo hacía cuando se encontraba dentro de aquél. Sin embargo, hay otras doctrinas religiosas, que no son esencialmente cristianas pero que tampoco son hostiles a los fundamentos del cristianismo, que no consideran la conscien-
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cia interna como una consciencia mística que dirige la mente del hombre e ilumina su inteligencia en un sentido subliminal. Entre los movimientos religiosos cristianos está el de los cuáqueros o, más correctamente, la “Sociedad de los Amigos”, que llega a un entendimiento místico más cercano acerca del Ser Interno y de su función en nuestras vidas. Desde el punto de vista místico, es muy significativa la creencia esencial que tienen los cuáqueros acerca de la posibilidad de que exista una comunión inmediata y casi continua entre Dios y el hombre. Ellos sostienen que hay una afinidad entre el ser externo y el Ser Interno, y entre este último y Dios, que constituye una condición que supera todo lo que puede expresarse con palabras o con pensamientos mundanos. Consideran que el funcionamiento de la consciencia interna es como una especie de Luz Interior por medio de la cual la vida de los hombres y de las mujeres está guiada de una manera definida. Las definiciones exactas de los credos doctrinales de otras denominaciones cristianas no tienen valor para ellos debido a
la tendencia que aquellas tienen de considerarlas de forma literal, en lugar de tomar en cuenta su esencia. Naturalmente, para los cuáqueros las experiencias divinas son más importantes que la simple comprensión intelectual de las doctrinas teológicas. Es de notar, sin embargo, que la creencia de que en cada hombre hay una Luz Interior que lo guía, corresponde al concepto místico de la existencia de un Maestro Interno, es decir, de una personalidad secundaria que es Divina en su esencia, omnipotente en su sabiduría y que es inmortal. Otras religiones pueden llamar “conciencia” a este Ser Interno cuyo funcionamiento es como una voz orientadora o inspiradora, pero nunca llegará a
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ser para ellas lo que representa para los místicos o, más específicamente, para los rosacruces. El propósito de los estudios rosacruces, que incluye la práctica de sus principios, es dar mayor libertad a este Ser Interno para que se exprese, así como también disciplinar al ser externo para que conceda mayor crédito a lo que aquél le inspira. Al mismo tiempo, se propone romper el complejo de superioridad del ser externo con sus falsas creencias en la integridad y seriedad de las impresiones y de los razonamientos mundanos. Los estudiantes de misticismo comenten un error común que consiste en pensar que el propósito de los estudios místicos y su práctica es despertar La Voz Interior de la consciencia o vivificar las actividades del Maestro Interno hasta el punto de que sus funciones dominen al ser externo con su poder y sus métodos superiores. Este razonamiento conduce al concepto erróneo de que existe una continua competencia entre el Ser Interno y el ser externo para controlar nuestra conducta en la vida. Procediendo de esta manera, para lograr una verdadera maestría los
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estudiantes mal informados luchan vanamente por asegurar el poder externo, objetivo y mundano de su consciencia mundana y objetiva, mientras esperan y rezan para que una fuerza creciente del Ser Interno domine al ser externo en aquellas ocasiones en las que aquél crea necesario ejercer su dominio sobre la conducta y el pensamiento del individuo. Mediante este método se obtiene poco o ningún éxito para lograr la maestría. La única forma de lograr un verdadero progreso en la consecución de la misma es que el ser externo empiece a doblegar su posición arbitraria en la vida y, voluntariamente, se rinda al Ser Interno para que guíe completamente su vida. No es cierto que la perfecta actitud consista en esclavizar el ser externo al Ser Interno, o dicho de otra forma, considerar las dos formas de consciencia como si fueran el amo y el esclavo. El término Maestro Interno es quizás el responsable de esta idea. El ser externo no es nunca esclavo de ninguna fuerza interna o externa. Sin embargo, debería ser obligado a asumir una posición relativa y apropiada con respecto a la dualidad de la consciencia del hombre. Durante
A través de la orientación del ser interno y de sus atinados mensajes, de sus impulsos inspiradores y de sus susurros de advertencia y prevención, podemos guiar correctamente nuestra vida, enfrentándonos a los problemas de ésta con una fuerza superior de entendimiento, superando los obstáculos con inquebrantable resolución, para lograr así nuestras metas y deseos a través de una correcta dirección.
Para los místicos, por lo tanto, el triángulo es el símbolo verdadero de la Gran Trinidad: Dios, el alma y el hombre externo. Cuando los tres se encuentran en perfecta armonía y viven en cooperación y en perfecto entendimiento, el ser humano posee un gran poder, una guía, una fuente de información e instrucción superiores a todos los métodos mundanos y terrenales que tratan de conseguir la felicidad, la satisfacción y la Paz Profunda.
Por añadidura, los místicos comprenden que, a través del humilde y afable entonamiento del ser externo con el Ser Interno, de la comunión directa con Dios, de la íntima compañía con el Padre de todo lo creado y de la comprensión de los principios divinos, todo se hace posible.
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la niñez y en todas las fases normales del funcionamiento psicológico de la vida, el Ser Interno es la fuerza conductora, el factor orientador y el indiscutible autócrata de la personalidad humana. De hecho, es la base misma de la personalidad e individualidad, y el ser externo debe ser su voluntario y feliz servidor.