a
l terminar la universidad me marché a una ciudad más grande para buscar nuevas oportunidades”, cuenta Alicia, de 27 años. “Mi madre parecía contenta al principio, pero después de dos días me di cuenta de que algo iba mal… Me llamaba unas seis veces al día para saber si había llegado bien al trabajo o después de salir con mis amigas por la noche; me preguntaba qué había comido para saber si me alimentaba bien y organizaba visitas sorpresa casi sin avisarme, que se repetían varias veces al mes. Una vez en mi casa ponía todo patas arriba para dejarlo a su gusto o como ella creía que debía estar organizado. ¡Casi me vuelve loca!” Si el caso de Alicia te suena, puede que tu madre también sufra lo que frecuentemente se denomina ‘síndrome del nido vacío’. Según la psicóloga clínica y mediadora familiar Gisela Kotliar, “tu madre cree que nadie te comprenderá y ayudará como ella. Además, al no incluirla como antes en tus planes, ella siente que se rompe una especie de pacto de lealtad y ve cómo su hija ya no la necesita tanto”. Para solucionar esto, la psicóloga propone algunos trucos infalibles que te permitirán disfrutar de tu independencia.
Llámala tú primero
“En primer lugar, como hija, es importante aceptar que siempre has dependido de tu madre en muchos aspectos vitales, por lo
Cómo solucionar intromisiones La maestra y psicopedagoga María Helena Tolosa te ayuda a solucionar las situaciones más delicadas sin que te sientas culpable: ● “Resulta esencial que entiendas
que tu vida es tuya y la de tu madre no depende obligatoriamente de ti”. ● “Procura no ceder ante el
chantaje emocional”.
● “Mantén muy claros los límites
con frases como: ‘Yo soy la hija, tú eres la madre’. Es ley de vida que los hijos dejen a su familia biológica para construir la suya propia, pero procura decirlo siempre con afecto, para que lo entienda”. ● “Es muy importante establecer
límites claros en cuanto a llamadas o visitas. Si tu madre te llama muchas veces al día y a cualquier hora hay que determinar con qué frecuencia atenderás las llamadas y más si se producen por ejemplo durante tu horario laboral”. que al cortar esa relación de forma abrupta, tu madre puede sentirse sola y abandonada”, comenta la experta. En este caso, lo mejor es que seas tú quien la llame de vez en cuando y que no siempre sea ella. “Anticípate a sus llamadas y cuéntale cosas sin demasiada importancia, pídele consejo sobre pequeños problemas, para que no sienta que evitas sus recomendaciones y
para que crea que todavía tiene el control de alguna manera hasta que se acostumbre a esta nueva situación”. Eso sí, no es bueno enfrentarte a ella cuando te llame demasiadas veces, porque solo lograrás que quiera tener aún más el control.
Buenas amigas
Aunque te parezca imposible, tu madre y tú podéis llegar a ser buenas amigas ahora que ya has crecido y te has independizado. Como comenta Gisela, “la hija puede ayudar a su madre a encontrar nuevos objetivos vitales compartiendo con ella actividades y tratando de encontrarse en terrenos neutrales alejados del hogar materno”. De esta manera tu madre sentirá que sigue compartiendo tiempo contigo y que de alguna manera, forma parte de tu vida. También estaréis redefiniendo vuestra relación para que se adapte a esta nueva situación. ¿Por qué no la invitas un día al cine, o a cenar, o a ir de compras? O podéis apuntaros juntas a un curso de cocina. Piensa en planes para compartir.
Comprensión
También es importante comprender que tu madre simplemente te echa de menos y que por eso actúa de esa manera. La psicóloga y mediadora familiar recuerda que es necesario ser agradecida con la madre por lo que nos ha enseñado a lo largo de su vida, “ella solo quiere ver si lo has aprendido bien, para que puedas ser una mujer fuerte e independiente en tu nueva vida”. Demuéstraselo.
el punto de vista de una madre... ¡también cuenta! Rosario Jiménez, de 63 años, ha tenido que enfrentarse a la marcha de tres hijos. El primero, Manuel, que ahora tiene 38, se emancipó tras terminar la carrera; “en ese momento no me sentí tan abandonada porque todavía estaban los otros dos en casa. Me preocupaba, pero no de una forma controladora. Entendía que era algo normal; ley de vida. Después se fue el segundo, Francisco, que ahora tiene 36 y quedó por último la pequeña, Silvia, de 28, que se fue también al terminar sus estudios. Cuando Silvia se fue me di cuenta de que mi labor como madre había cambiado. Reconozco que
al principio la llamaba a todas horas; era mi pequeña y temía que le pudiese pasar algo tan lejos de casa. Pensaba: ‘¿Estará comiendo bien? ¿Tendrá cuidado al volver por la noche?’ Con el tiempo me he ido acostumbrado a esta nueva situación y, aunque siempre estoy ahí para ayudarles, estoy mucho más tranquila y trato de darles el espacio que necesitan. También me mantengo ocupada todo el día; eso sí, me encanta visitarles y que vengan a verme a menudo. Disfruto mucho organizando reuniones familiares en las que podemos juntarnos todos”.