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Irlanda


DUBLÍN★★ Baile Átha Cliath o Áth Cliath (D5; 481.000 habitantes). Leinster, Dublin.

Capital de la República de Irlanda desde que se constituyó como Estado indepen­ diente en 1922, es desde hace al menos ocho siglos el centro político y el principal asentamiento de la isla. La ciudad se extiende a lo largo del estuario del Liffey, puerto natural que se asoma a la costa oriental situada frente a Gran Bretaña. Desde el punto de vista geográfico, su paisaje es ondulado, con subidas y bajadas que se prolongan hasta las orillas del curso medio del río, y su relieve no alcanza alturas destacables. Dublín ocupa una modesta extensión, y sobre su horizonte de casas y puentes se abre un cielo inestable –debido a los efectos del viento–, que en verano es muy luminoso debido a la latitud de la ciudad (53° 23’ de latitud norte). Además del curso del Liffey, está atravesada por dos canales que rodean el casco histórico, y por innumerables zonas verdes: amplias superficies rectangulares ajardinadas en los green centrales y extensiones de césped en el Phoenix Park. La ciudad ha sufrido grandes transformaciones sociales y culturales durante el siglo xx, anticipando lo que siguió de forma difuminada en el resto del país. La localidad cayó en el olvido tras la unificación forzosa con Gran Bretaña,

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ocurrida en 1801. Durante más de un siglo careció de los medios necesarios con los que sustentar a sus indigentes y contener el deterioro de sus edificios más destacables. El renacimiento que ha experimentado la ciudad ha tenido como consecuencia un renovado vitalismo, permitiendo tejer una trama social capaz de aliviar atávicas miserias y poner en marcha programas de restauración para restablecer su patrimonio histórico arquitectónico. También en Dublín se manifiesta en la forma más evidente el impresionante crecimiento económico de los años 90, que entre sombras y luces parece haber transformado no sólo a la propia Irlanda, sino también la idea que se tiene de ella, su-


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perando la imagen de amadísima tierra algo dejada moralmente con la que el país se presentaba tanto a los ojos del mundo como a los de sus propios hijos. Los dos grandes períodos del Dublín del siglo xx han sido anticipados por un fervor cultural de ámbito internacional. El primero tuvo su máxima representación en los grandes nombres de la literatura, el segundo la tuvo, sobre todo, en la música, que ha hecho de la capital de Irlanda uno de los lugares preferidos por los jóvenes europeos. Historia Dubh Linn es un topónimo gaélico que significa “pantano negro”. Durante la Alta Edad Media, el desaparecido río Poddle – afluente de la margen derecha del Liffey– comenzó a ensancharse formando unas marismas en la zona. Aquellas aguas bajas, salobres por la acción de las mareas, favorecieron en el siglo ix el desembarco de los drakar vikingos. Para los celtas, en cambio, Dublín era Baile Átha Cliath, es decir, “ciudad del vado de cañizo”, debido a los trenzados de cañas arrojados para consolidar el terreno pantanoso.

❙ Gaélicos y anglonormandos. Durante los primeros decenios del siglo xi , el desarrollo de la ciudad estuvo caracterizado por un proceso de asimilación entre la población gaélica y los incursores escandinavos, tal como ocurrió en otros lugares de la Irlanda centro-meridional. Viviendas, calles y granjas ocuparon el terreno irregular que se extendía entre el Poddle y el Liffey (cerca de la zona del castillo y de Christ Church, con eje en la actual Castle Street), mientras que en el vado se construyó un primer puente. Dublín, que era en aquella época un relevante lugar de intercambio, contaba con más de mil habitantes y fundía moneda propia. Por ello parece comprensible que fuera precisamente en ella donde tuvo lugar la segunda gran invasión de la historia irlandesa, la de los anglonormandos, en 1172. Irlanda se vio empujada a establecer con la mayor de las islas británicas ciertos vínculos que no podrían romperse en el futuro.

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Fachadas de pubs emblemáticos. Algunos de ellos, fundados en el siglo xviii, son auténticas instituciones de la ciudad.

No obstante, aunque entre los gaélicos y los anglonormandos se produjo una especie de asimilación recíproca, semejante a la que había ocurrido con los vikingos, el intercambio fue acompañado por una virulenta oposición. También en esta ocasión fueron numerosos los intentos de resistencia contra los nuevos invasores: durante siglos, los límites del territorio que se extendía en torno a Dublín (The Pale), bajo dominio inglés, cambiaron según la mayor o menor beligerancia que se registrara en el interior de la isla. En cambio, la ciudad como tal no se caracterizó por su antibritanismo, como pone de manifiesto el hecho de que cuando, a partir del año 1536, se introdujo una Reforma de inspiración anglicana no se produjo ninguna reacción en contra por parte de los fieles a la Iglesia de Roma. Desde el punto de vista urbanístico, la Dublín medieval fue ampliándose, en parte sobre terreno desecado y robado al Liffey, al tiempo que estableció sus baluartes políticos, como el castillo (1220), y religiosos, como la nueva colegiata dedicada a San Patricio (1192). Desecadas paulatinamente las marismas originarias del Poddle, adquirieron forma propia algunas zonas de la ciudad, y se constituyeron al norte del río los primeros barrios. La jurisdicción de la ciudad no sobrepasaba las murallas construidas entre el castillo, el río y el puente. Algunas zonas exteriores, que no estaban obligadas a pagar tasas, recibieron el nombre de Liberties. Con el estallido de la guerra civil inglesa (1642-1648), la ciudad, en un principio, permaneció fiel al rey Carlos I, pero se vio obligada a rendirse en 1647 ante las fuerzas del Parlamento republi18

cano. Recibió su rendición el propio Oliver Cromwell, que llevó a cabo una marcha extremadamente represiva sobre la isla. A finales del siglo xv, además de las guerras que atormentaban al país, Dublín atravesó un período de sustancial recesión: el crecimiento y la prosperidad de la ciudad no llegaron hasta después de la muerte de Cromwell y la restauración en 1660 de la monarquía británica con Carlos II. ❙ La capitalidad. El decenio posterior a 1680 está considerado habitualmente como el inicio de la formación de la ciudad histórica tal como la conocemos en la actualidad. Desde entonces hasta la época napoleónica, Dublín –capital de una Irlanda pacificada finalmente y libre para desarrollar la actividad comercial, experimentó un aumento de la población (de los 65.000 habitantes que había a finales del siglo xvii a los 200.000 habitantes de 1800), consolidando su aristocracia –representada en el Parlamento dublinés, reconocido en Londres– e incrementando sus edificaciones. ❙ La independencia. Este prolongado período de prosperidad contribuyó al resurgimiento de un nuevo espíritu de independencia. Un número creciente de irlandeses reclamaba entonces libertad de acción y, a consecuencia del estallido de la Revolución francesa, no faltó quien se opusiera, con las armas y con el corazón, a los antiguos ocupantes ingleses. La reacción de estos últimos –no sólo militar– fue contundente. En el año 1801 la aristocracia de la isla se vio obligada a votar la supresión de su propio parlamento: Dublín se convirtió en la capital de una provincia desdeñada y abandonada por Londres. La ciudad, paulatinamente relegada al olvido, afrontó la época victoriana (18371901) en medio de endémicas privaciones sociales y desórdenes políticos.


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A principios del siglo xx, en algunos edificios ruinosos de los barrios del antiguo casco medieval se hacinaban hasta 138 habitantes por acre, frente a la cifra máxima tolerable para la salud pública que se situaba en 50 personas por acre. La vida cotidiana en la ciudad se hallaba sumida en un caos interminable de movilizaciones continuas, actos de guerrilla y represiones, como la insurrección de Pascual de 1916, reprimida con dureza, y la sangrienta revolución de los años 19191921, cuyo objetivo era el reconocimiento de la independencia irlandesa. El 6 de diciembre de 1921, Dublín era al fin capital de Irlanda. Los siglos xix y xx vieron la decadencia de la ciudad, consecuencia de las graves dificultades económicas que atravesó la isla. Dublín vivió sus peores momentos al inicio del siglo xx, en los años previos e inmediatamente posteriores a la independencia. El levantamiento de 1916 y la guerra civil provocaron graves daños a edificios como la GPO o the Four Courts, y las cosas no mejoraron con el cese de las hostilidades. La ciudad antigua fue completamente abandonada a su suerte por las autoridades irlandesas y la población se desplazó a zonas residenciales, lo que explica que se produjeran los desmanes urbanísticos que desgraciadamente “adornan” la capital.

❙ La actualidad. El boom económico de los últimos años ha sido el detonante de una nueva edad de oro para Dublín. La capital ha sufrido un lavado de cara, con el desarrollo de Temple Bar, que pasó de estar casi en ruinas a ser una de las zonas culturales más conocidas de Europa. ❚ VISITA La visita de la capital [planos en las pág. 14-15 y 16-17] se divide en cinco itinerarios, cada uno dedicado a un sector de la ciudad, y en un itinerario que explora los alrededores. El primero recorre la zona al sur del río Liffey y tiene su punto central en la visita al Trinity College y a los principales museos de la ciudad, entre agradables descansos en las verdes plazas de St. Stephen’s Green y Marrion Square, donde se encuentran elegantes edificios de época georgiana. Ambiente rutilante en Temple Dublin Castle, sede de la Presidencia de Irlanda.

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Bar, el barrio en el que se centra el segundo itinerario. Invita a perderse entre el laberinto de calles, animadas por numerosos pubs. El castillo y las dos catedrales de la Church of Ireland son la visita principal del tercer recorrido, superviviente de un antiguo centro medieval que ha dejado pocas huellas. La visita prosigue en la zona septentrional de la ciudad, más popular con algunos edificios públicos de cierto relieve y con la que es actualmente la zona más de moda de la capital, la de Smithfield. El río y los parques (especialmente el pulmón verde de Phoenix Park) son el principal motivo de interés del itinerario siguiente. El último recorrido sale de la ciudad y llega a balnearios y lugares de inspiración literaria, como la torre Sandycove, desde donde comienza el Ulyses de Joyce.

LA CIUDAD GEORGIANA AL SUR DEL RÍO Gran animación, calles peatonales, tiendas que exhiben artículos de lujo; por un lado museos y por otro edificios históricos que orgullosamente recuerdan, gracias a bonitas placas, a los personajes que vivieron en la zona. No hay ninguna duda: estamos en el pleno centro de la ciudad. Sin embargo, si se han visitado otras ciuda-

des europeas se pueden ver diferencias: ¿dónde está la catedral?, ¿dónde están los símbolos del poder medieval y de la Edad Moderna? Se encuentran desplazados del centro, lo que constituye una particularidad de la capital irlandesa. También a la vista de esto, no parece extraño que se proponga salir a descubrir la ciudad desde un puente, aunque sea algo más que bonito. Es O’Connell Brigde – mide 42 m sobre las aguas del río Liffey– donde convergen, de hecho, las diferentes partes, distintas y reconocibles, en las que se divide históricamente la capital. Primer punto de interés artístico cultural del itinerario, que explora la parte suroriental de la ciudad histórica, es el Trinity College, lugar que puede tomarse como emblema de toda Irlanda. Joven y animado, pero con un corazón antiguo, que custodia preciosas perlas de la cultura occidental, ha visto desaparecer en los últimos decenios su función de baluarte protestante en la católica Irlanda. Después, siguiendo la peatonal Grafton Street se llega a St. Stephen’s Green, una agradable plaza con un parque que seguramente permanecerá en el recuerdo de muchos. El paseo por las calles adyacentes llevará a descubrir los principales museos de la ciudad así como la nobleza de los mejores ejemplos de la arquitectura georgiana.

MoveRse poR la ciuDaD Aunque el tráfico automovilístico de Du­ blín sea intenso y las zonas peatonales escasas, no resulta fácil orientarse en esta ciudad, entre los sentidos únicos y las di­ recciones obligatorias, sin mencionar las dificultades que supone el conducir por la izquierda. Además, las calles del centro urbano no son muy amplias, y detenerse para mirar el plano puede suponer un obstáculo para el resto del tráfico.

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Por todo ello, es aconsejable explorar Dublín a pie, ya que no se trata de una ciudad grande, y además los autobuses –gestionados por la empresa Bus Átha Cliath– son muy eficaces. Para los recorridos más largos se puede utilizar la línea férrea del Dart. Ésta toma su nombre de las siglas de “Dublin Area Rapid Transport”, y además forma la voz inglesa que significa “dardo”, palabra muy relacionada con el pub irlandés. El ferrocarril local llega hasta Howth (al norte) y Bray (al sur), pero con la conexión con el Suburban Rail se llega hasta Dunda­ lk y Arklow y, en el interior, hasta Mullin­ gar y Kildare. Conviene prestar atención a los horarios, ya que el Dart siempre los respeta mientras que los autobuses ge­ neralmente no lo hacen.


Dublín

O’Connell Bridge (I, C4) En el mismo emplazamiento que tiene el puente actual, entre 1792 y 1794 se construyó un primer puente, bajo la dirección de James Gandon, según el proyecto urbanístico que entre 1757 y 1800 se llevó a cabo para redistribuir el centro –la única planificación de relevancia en la historia de la Irlanda británica–. En aquella época el puente recibió el nombre de Carlisle Bridge. En 1880 fue ampliado y, después de que Irlanda obtuviera la independencia, fue rebautizado con su nombre actual. El puente está dedicado a Daniel O’Connell, gran dirigente político, figura muy popular en la primera mitad del siglo xix, que aparece retratado en la estatua que hay en la parte septentrional, donde conecta con la arteria del mismo nombre. Westmoreland Street (I, C4) En la cabecera meridional del O’Connell Bridge se bifurcan dos calles –resultado ambas del mismo proyecto urbanístico por el que se construyó el puente–: D’Olier Street, hacia la izquierda, y Westmoreland, hacia la derecha. Esta última está dedicada al décimo lord de Westmoreland. En el siglo xix se concentraban en ella las sedes de las compañías de seguros, de las que todavía se conserva el edificio que hace esquina con D’Olier Street (1895). Siguiendo por la calle Westmoreland y pasando el cruce con Fleet Street se llega al barrio de Temple Bar; comenzando, por tanto, el College Green, frente al que se encuentran el Trinity College y el Bank of Ireland.

Puertas de estilo georgiano (siglo xviii) en el centro histórico. Este estilo clásico, instigado por la bonaza económica de la época, se basa en la elegancia y la simetría en las proporciones.

Bank of Ireland★ (I, C4) (El acceso depende del horario de atención al público; la visita guiada se realiza los martes a las 10.30 h, 11.30 h y 13.45 h, con acceso a la Parliament Chamber). El edificio fue construido entre 1728 y 1739 como Parliament House, sede de la Cámara de los Lores y la Cámara de los Comunes de la isla. Está considerado la obra maestra de Sir Edward Lovett Pearce, que junto al alemán Richard Cassels –colaborador suyo en esta obra– fue el principal exponente del estilo palladiano en Irlanda. En el exterior destaca el pórtico corintio añadido en 1785 según un proyecto de James Gandon. No todos están de acuerdo en el logro de la estructura, debido a su gran monumentalidad, el palacio resulta pesado y un mazacote más que monumental. Ésta es la causa de que a muchos dublineses no les guste el palacio. Surgido como sede del parlamento irlandés, el conjunto perdió su función política en 1800, cuando Londres obligó al reino de Irlanda a unificarse con el de Gran Bretaña mediante la firma del Act of Union. En aquella época, se decidió su reutilización con fines financieros, encargando en 1803 las obras de remodelación a Francis Johnston. En el interior destaca su gran lámpara de cristal, la Golden Mace, compuesta por 1.233 piezas, que pende de la Parliament Chamber, estancia donde se reunían los 21


IRLANDA, EL PASADO Y EL FUTURO Cualquier isla, sobre todo para quienes llegan del mar, constituye antes que nada un lugar de costas y muelles, de gaviotas y playas, de escollos azotados por el viento. El mar moldea a su antojo a Irlanda. Es el océano que no da tregua a las rocas de Dingle, que empuja las nubes a la llanura del Shannon, que envuelve a Dublín incluso en las noches de invierno. El viaje a Irlanda es también una experiencia de inmersión total en la naturaleza. Su fama de país verde, tranquilo, rico en testimonios artísticos y culturales no es una imagen falseada para vender a los turistas. Es la realidad de un país donde la vida discurre con ritmo menos frenético, más humano, que en otros muchos lugares de Europa. Puede que por poco tiempo. Irlanda se ha transformado en el mayor fabricante de ordenadores, ha entrado en el grupo de países de economía emergente, provocado por el afán de recuperar el tiempo perdido. Y sin embargo puede vanagloriarse de no haber perdido ni destruido sus paisajes, en un tiempo en que Europa se llenaba de cemento y prestaba menos atención que hoy al medioambiente y la calidad de vida. Y seguirá estando orgullosa de sus extravagantes récords: el porcentaje más alto de mujeres pelirrojas, del número de ordenaciones sacerdotales y días de lluvia, del mayor consumo de té per cápita, del índice más bajo de suicidios y de la invención del libro más difundido en occidente tras la Biblia, el “Guinness de los récords”, invento del rey de la cerveza local. Todavía no se ha marcado una fecha concreta en el calendario para normalizar la convivencia en la zona nororiental

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del Ulster, en posesión del Reino Unido. Por fortuna Belfast y Derry/Londonderry ya no aparecen en las noticias por actos terroristas y enfrentamientos entre protestantes y católicos. Ahora las calles están libres de puestos de control y las verjas que aislaban barrios enteros permanecen abiertas. Es quizá el principio de la paz. Una isla y el océano Irlanda está conformada por una llanura central rodeada por cortas y fragmentadas cadenas montañosas. La Central Plain, formada por un antiguo sustrato de calizas carboníferas cubierto por depósitos de morrena, se corresponde en gran medida con la cuenca hidrográfica del Shannon, el río más largo (386 km) y de mayor caudal de todo el archipiélago británico. La llanura central, modelada por glaciaciones del cuaternario, está salpicada de lagunas y pequeños lagos, los Lough, en los que afloran con frecuencia las turberas. Las montañas, modeladas por formaciones volcánicas como el basalto y rocas metamórficas, han sufrido la erosión de los agentes atmosféricos, de ahí que alcancen cotas modestas: al norte la cadena montañosa de Donegal, al sur los montes de Wicklow y de Kerry, que se elevan hasta los 1.041 m del Carrantuohill, el pico más alto de la isla. Las costas orientales, que se asoman al mar de Irlanda y Gran Bretaña, son más bien rectas, mientras que las del Atlántico occidental aparecen mucho más recortadas por la acción erosiva del mar y por la inundación de antiguos valles, que hoy aparecen como profundas ensenadas


Irlanda, el pasado y el futuro

semejantes a las rías gallegas de España. Estos entrantes, resultado del aumento del nivel del mar en época postglaciar, están rodeados por promontorios rocosos y acogen la desembocadura de ríos como el Lee, a cuya orilla se halla la ciudad de Cork, o el Shannon, que desemboca junto a la ciudad de Limerick. En la costa atlántica aparecen numerosas islas, como el archipiélago de las Aran, situado en la embocadura de la bahía de Galway y formado por tres islas principales, Inishmore, Inishmaan e Inisheer. La costa occidental, además del espectáculo fascinante de las Aran, ricas en testimonios precristianos y medievales, posee los paisajes de mayor reclamo turístico de la isla, como las bahías y las penínsulas de Kerry, los acantilados verticales de Donegal o, en Irlanda del Norte, la Giant’s Causeway, extraordinarias formaciones de basalto hexagonales. Enya, una célebre cantante irlandesa contemporánea, tituló una de sus canciones “A day without rain”, un día sin lluvia. Es una melodía alegre, derivada de lo excepcional del suceso, dado que en Irlanda la lluvia es un fenómeno persistente: llueve de media 200 días al año, aunque la percepción común es que llueve todavía más, así una antigua cantinela dice que “Irlanda es el país más limpio del mundo porque el buen Dios lo lava todos los días”. A la lluvia acompaña un cielo con frecuencia lleno de nubes y un aire muy húmedo, esparcido en la isla por los vientos occidentales que llegan del Atlántico. El sol, cuando sale, obviamente es una fiesta y puede repetirse varias veces en el día, ya que la variabilidad del tiempo es otra característica climática importante. Es un sol que acentúa la suavidad del

clima irlandés, fresco en verano, difícilmente se superan los 20 ºC, no muy frío en invierno, gracias a la influencia de la corriente del Golfo, que impide que las temperaturas alcancen valores negativos. Un clima, pues, templado que permite la proliferación de especies vegetales insólitas en estas latitudes, como la flora mediterránea de las regiones sudoccidentales de Kerry y Cork. Por último el viento, otro elemento atmosférico ligado a la insularidad y que mantiene el aire siempre cortante y limpio y el mar en continuo movimiento. En el caso de Irlanda con frecuencia se transforma en tempestad, temida por los pescadores, fondo trágico de algunas obras maestras de arte ambientadas en la isla, como la novela de Tristán e Isolda o la película La hija de Ryan, del director inglés David Lean. Población Irlanda está marcada por una historia trágica que ha visto diezmarse su población (de 8 a 4 millones de habitantes) debido a la mortalidad que se produjo durante la hambruna de 1847-1848 y por la emigración masiva, sobre todo a Estados Unidos. Es el único estado del mundo que hoy cuenta con menos habitantes de los que tenía antes del siglo xix. La población irlandesa (5,2 millones de habitantes, de los cuales 1,6 corresponden a Irlanda del Norte) no ha comenzado a crecer hasta los últimos treinta años, cuando el flujo migratorio se ha detenido y la natalidad se ha mantenido en índices muy elevados, los más altos de los países de la Unión Europea, que por el contrario en el mismo período se han acercado al índice cero. Irlanda se ha convertido así en el país más joven de Europa, con cerca de la mitad de la población menor de 25 años, y empieza a acoger a un número creciente de emigrantes que vuelven a casa. Baluarte católico en una zona de Europa de mayoría protestante (sólo en Irlanda del Norte los católicos son minoría), Irlanda siempre ha considerado la religión como un rasgo fundamental de la identidad nacional, tanto que la iglesia todavía De izquierda a derecha: población irlandesa de carácter rural y urbano. 215


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