#80 a帽o vi febrero 2015 precio: este peri贸dico
I
no se vende
ilustraci贸n por daniel mart铆n - www.dmdesign.com.ar - mardaniel@gmail.com
PARADA OBLIGADA EN LA COMPRENSION DE LA REALIDAD
pornoesferas
de la vida cotidiana
2
editorial
¿quién
construye
deseo?
planta más o menos
estable
maquinista juan ignacio basso
la que dice que el tren no tiene que poner guiño para doblar yael tejero
la que pasa por abajo del molinete giselle méndez
la que endereza las vías maría virginia compte
el que pinta grafitis en la estación daniel martin el que insiste con el carbón gustavo guevara la que se pasó de estación maría belén morejón
boletero jorge augusto cuello
jefe de estación horacio ernesto giambroni el que no vio la barrera pedro pertusi los que corren la zorra manuel fontenla franco dré
la que hace sonar la bocina lorena barbosa guardabarreras gabriela giambroni
encargado del salón comedor luciano pablo basso
la que se roba los quebrachos natalia lópez
colgados del tren, como racimos grupo de estudios para la liberación (gel): martín forciniti, juan francisco martínez peria, mercedes palumbo, ezequiel pinacchio, soledad ramati y mariana fernández talavera
caminantes de las vías que se detienen en esta estación natalia sánchez, rodrigo cabrera pertusatti, diego morán vera, ezequiel obregón, alejandro campos, noelia gall, emma song, romina misenta, horacio cárdenas, aquiles zambrano, ariel gómez ponce, santiago sánchez, matías chiappe, daniel i. gómez, lucas bucci, diego h. cosentino, juan i. pisano, darío marxxx, laura milano.
gratarola boleto
el que corta las vías martín giambroni
Las notas que no entraron en el papel encontralas en nuestro sitio web y en las redes sociales. Artículos, diálogos, videos, descargas y toda nuestra historia a tu disposición para informar, comunicar y generar ideas.
un número al respecto. Y sobre eso, adviene el pudor, los patrones sociales y el ineludible interrogante ético-moral. Al ser un discurso a menudo silenciado, en el sentido de que existe y circula, pero no goza del estatus de otros géneros, es un indicador de lo que sucede en una sociedad en un momento histórico determinado. Y por eso, nuestra atención a esos productos que todos consumimos y pocas veces damos carta de ciudadanía. Este número intenta ser un reconocimiento como miembro honorario de la sociedad. Libres de toda falsa moral, podemos entonces distanciarnos de la pornografía comercial y heteronormativa para pensar en representaciones de la sexualidad que se alejan del canon para plantear un proyecto político y estético diferente. Una de las primeras preguntas que nos planteamos es si esa grafía se restringe a la esfera pornográfica misma, o si rebalsa sobre la vida cotidiana. Y por eso, no descartamos cualquiera de los ámbitos en los que una cierta forma de representación de lo sexual pueda participar de esa categoría. Con ese horizonte, aunamos las líneas de análisis que se presentan en este número. Cada nota aborda un eje, pero, al hacerlo, pone sobre el tapete problemáticas que exceden al tema del artículo o el eje del número: la reflexión sobre la desnudez masculina en un calendario de rugbiers se convierte en pretexto para hablar del canon cultural de belleza o del consumo actual de la intimidad; el costado erótico-pornográfico de la poesía árabe nos exhorta a reconocer nuestros prejuicios sobre cultura arábiga en general; el porno animado japonés sirve para descubrir la historia de las representaciones pictóricas sexográficas; un artículo con los aportes de Beatriz Preciado, nos da la oportunidad de vislumbrar operaciones de control y política y nos permite pensar en la representación explícita de sexualidades disidentes. Este número es, ante todo, es la invitación a ser los hacedores de nuestros propios deseos, que no por autónomos dejan de lado la ética que podemos construir comunitariamente. Porque creemos en el equilibrio y también en la distinción entre la fantasía como ficción y la realidad. Y porque no pensamos que la segunda sea una versión pobre de la primera, sino dos ámbitos complementarios. La fantasía como ficción es el territorio de la disidencia política. Hagámoslo nuestro. Que nuestros lectores disfruten de este número y tengan un hermoso comienzo de 2015■
el que no se quiere bajar del tren césar maffei
chancho gustavo zanella
staff
tu
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Al orgasmo lo inventó la revista Cosmopolitan en los años ochenta”, dijo una vez Sofovich en alguna emisión de Polémica en el Bar, y las carcajadas fueron unánimes. “¿Vos te pensás que mi madre en los años cincuenta no tenía orgasmos? ¿De dónde te pensás que vine yo?”, le respondió uno de sus interlocutores. “¿Pero qué tiene que ver?”, arremetieron los demás casi al unísono, advirtiendo la confusión del interviniente entre goce sexual y concepción. Gerardo no tenía las palabras justas, pero su sentencia era clara: el orgasmo, como cualquier otro fenómeno o concepto, adquiere completa entidad cuando comienza a ser nombrado. No es cierto que la representación del orgasmo sea propia del porno, eso sería negar la historia de representaciones eróticas, tanto narrativas como visuales. Estas últimas, sobre todo, datan de la antigüedad, incluyendo las producciones didácticas orientadas a educar en materia sexual como lo fue el Kama Sutra. Los pruritos sociales contemporáneos que convierten el porno en un discurso existente, pero sin carta de ciudadanía, son mucho más modernos de lo que pensamos. Pero Gerardo no estaba tan errado. La segunda mitad del siglo XX cambió radicalmente el modo de circulación de este discurso, que podría sintetizarse como la representación explícita de lo sexual con un fin extra artístico (a priori): la estimulación del deseo. Claro que esta definición ad hoc tiene fallas y es meramente propedéutica. Definir la pornografía es una operación contingente y que debe hacer entrar la dimensión histórica. Como señala Dominique Maingueneau en La literatura pornográfica (2007), en griego antiguo, pornè designaba a la prostituta, es decir que la cuestión contractual está presente. Su derivado, pornografía, no aparece hasta el XIX. Desde entonces, pasó a referir a cosas “obscenas”, desapareciendo el vínculo directo con la prostitución. El sufijo “grafía”, por otro lado, ubica la palabra entre los modos de representación visual. La pornografía es, tanto hoy como en el siglo XIX, una categoría de análisis que permite clasificar distintas producciones semióticas y que requiere el ingreso de lo histórico en la medida en que la frontera entre lo lícito y lo ilícito ha modulado en distintas épocas y sociedades (y claramente no de manera lineal). Además, la pornografía incluye en su etimología la palabra grafía, de modo que Andén consagra este número a otra forma de grafía de la que quizás nunca fuimos directos artífices, pero sí consumidores. No está de más reconocerlo, ya que hacemos
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porno mujeres
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texturas
giselle méndez/ mendez.giselle@gmail.com
lo pornográfico, lo erótico, lo obsceno: categorías definitorias pero también contingentes, como la mirada. Frente al porno tradicional, hiperbólico e inverosímil, la mirada femenina se resiste a un conjunto de representaciones que sugieren indiferencia, pasividad y prejuicio ante la construcción ficcional del deseo.
ntre las diferentes definiciones de pornografía que analiza en su libro El jaguar y el oso hormiguero. Antropología de la pornografìa, Bernard Arcand se pregunta qué diferencia la pornografía del erotismo. Una primera aproximación reconoce en el carácter de “obsceno” al principal elemento que distingue a este particular género. Se hace necesaria entonces una nueva pregunta, ¿cómo se puede definir y reconocer “lo obsceno”? ¿En qué momento una representación del acto sexual cruza la frontera entre el erotismo y la vulgaridad? Es que la pornografía es uno de los géneros con mayor volatilidad. Lo que convencionalmente se considera ofensivo o tabú en relación a la exhibición de los cuerpos y la sexualidad ha cambiado con una rapidez asombrosa en los últimos cien años. Quizás, sostiene Arcand, sea en vano encontrar el instante exacto en que una representación adquiere el carácter de pornográfico. Y en ese caso es funcional para el análisis enmarcar lo pornográfico como una relación entre un contenido y su contexto. La exhibición de los cuerpos y más específicamente la genitalidad toma un carácter diferente según se la encuentre en libros médicos, en un museo de bellas artes, en una película o en una revista cultural. Más específicamente, la pornografía en tanto producto de consumo puede distinguirse como la representación del sexo por el sexo mismo “sin maquillaje y sin otra referencia”. Sin aspiraciones artísticas ni educativas, la exposición de la sexualidad, como espectáculo, puede utilizarse justamente como un indicador de los cambios culturales en la apreciación de lo obsceno, lo vulgar, lo erótico y el desplazamiento de ciertos tabúes. Y si de tabúes se trata, el goce femenino ocupa un lugar que incluso la pornografía ha tardado años en abordar. Porque si la construcción social del placer que realiza la pornografía mantiene la fascinación de adentrarse en un territorio prohibido, reservado solo para algunos pocos, los protagonistas y consumidores han subestimado el rol y la mirada femenina. Aquí el porno no escapa a lo que sucedía y aún sucede en muchos ámbitos de la vida social: la mayoría de los espacios relevantes de producción y creación, en este caso cultural, están reservados a los hombres. La presencia femenina quedó relegada a la exhibición del cuerpo. De hecho se reproducen los estereotipos que clasifican a las mujeres. Algunas mujeres -locas, prostitutasusan y parecen disfrutar su cuerpo, su sexualidad -aunque su goce no tiene por qué ser relevante-. El resto, no sabemos ni nos interesa saber. O en todo caso expresan su deseo en el marco del ideal amor romántico, sin muchas posibilidades de explorar y atravesar esos límites sociales que se vuelven personales. En ese sentido pensemos por ejemplo que la revista Playboy salió a la venta por primera vez en el año 1953. El “entretenimiento para hombres” se ponía en marcha, mientras que todavía faltaban varios años para que las jovencitas pudieran expresarse aunque más no fuera con gritos histéricos ante los sugerentes movimientos de Elvis Presley. Según Arcand, la lógica del progreso que impulsa el ethos capitalista y se expresa también en las producciones culturales implica una búsqueda constante de superación de los límites. Así, el porno -como el resto de los
géneros- intenta llevar la experiencia humana y sexual hasta sus propios límites, a la exploración de situaciones extremas. Sin embargo el exceso es una experiencia limitada a unos pocos. “Para la mayoría, la única verdadera superación consiste en ser testigo de experiencias llevadas a cabo por otros”; pero, para las mujeres, ni siquiera eso. Al menos en principio.
La industria del porno ha alimentado el rol de la mujer como protagonista en tanto objeto. Quizás ese lugar preponderante oculta paradójicamente la ausencia de un rol activo. Como en otros órdenes de la sociedad patriarcal, el cuerpo de la mujer está puesto al servicio de satisfacer los deseos masculinos. Las estrellas porno piden más y más en función de un show planteado para satisfacer las más variadas expectativas masculinas. Son mujeres dispuestas a todo por complacer los deseos y la mirada de los otros. Y al desplegar su acción de esa manera, anulan de alguna forma su propio deseo. No encontraremos en la pornografía clásica a ninguna mujer que actúe en función de su propio deseo. Es decir, que pueda explicitar verdaderamente qué le gusta y especialmente qué no le gusta. Y está bien, sabemos que el porno como otras representaciones es simplemente eso, una ficción. Pero como toda ficción refleja y proyecta modos de ser y de hacer aceptados socialmente. En los últimos veinte años, el consumo masivo de pornografía en diferentes formatos audiovisuales amplió la variedad de prácticas y perversiones. Es difícil imaginar algo, buscarlo y que no exista. Es, quizás, en esa misma masividad -y por supuesto en los cambios sociales y culturales en torno a los roles de género- donde se pueden comenzar a encontrar los elementos y los espacios que dan lugar a voces y miradas diferentes. Por ejemplo, femeninas. Aun actualmente, en las revistas orientadas al público femenino, abundan las notas del tono: “Mi pareja mira porno, qué hago?”, obviando o ignorando la posibilidad de que a algunas mujeres disfruten de la pornografía. Este discurso sigue manteniendo el orden establecido, donde el deseo de las mujeres promedio no intenta siquiera asomarse al mundo perverso del sexo por el sexo mismo. Parecería que el impulso sexual femenino está mediatizado y valorizado por la expresión y puesta
en acto de sentimientos amorosos que atenúan la animalidad/ irracionalidad del deseo. Esa quizás sea una de las trampas del porno soft para mujeres detrás de la exitosa saga Cincuenta sombras de Grey. En la saga, la protagonista, una joven virgen de 28 años es seducida por un guapo millonario que disfruta con prácticas sadomasoquistas. Ella se ve envuelta en una trama donde constantemente se pone en juego “el amor” a la par del “deseo”. El sexo por el sexo mismo, retomando a Acard, parece ser un universo vedado para “ciertas” mujeres. Quizás la crítica más fuerte que se le puede hacer a la historia planteada es la necesidad de la aparición de un personaje masculino para que la protagonista descubra su deseo. La protagonista es una mujer que no puede conocerse a sí misma sin la intermediación de otro masculino. La saga ha sido definida como “porno para mamás”. Algo así como una primera aproximación naif para muchas mujeres que quizás no se habrían acercado de otra forma a explorar universos porno/eróticos “arriesgados”. Probablemente su mayor mérito reside en quitar el pudor alrededor del consumo de este tipo de temática. Nadie esconde su libro de Cincuenta sombras para leerlo en el subte o el colectivo. Sin embargo, desde este tipo de productos no se rompe con el estereotipo dominante sobre la sexualidad femenina. En cambio, Erika Lust es probablemente la primera referente reconocida del llamado “porno para mujeres”. Como se vio, dentro de una industria dominada por los hombres, ella ha construido una estética particular pensada por una mujer para otras mujeres. Lust representa una postura feminista que no rechaza la pornografía, sino que intenta discutirla o problematizarla “desde dentro”: “La primera vez que vi una película porno, tuve la misma reacción que muchas mujeres, encontré la mayoría de las imágenes insatisfactorias. La calidad audiovisual era horrible. No me identifiqué con nada de lo que vi”, “Aún así, imaginé que era posible llevar a cabo otro tipo de porno”. Con una estética sumamente cuidada que no tiene nada que envidiarle a las mejores películas de cine-arte, Lust asume la ambiciosa tarea de retratar la sexualidad de una manera más “real”. Sus films se esfuerzan por mostrar el deseo que mueve los cuerpos. Sí, es el sexo por el sexo mismo, pero también hay deseo, personas e historias. Y es quizás eso lo que lo vuelve verosímil. Aquí hay mujeres y también hombres que no están retratados de una manera mecánica e infantil. Dice Arcand: “…la pornografía […] también es mentira. Antes que nada, está lo más grosero y lo más evidente: cuando ella anuncia el sexo para no ofrecer en realidad más que un estimulante masturbatorio y, por lo tanto, una forma mínima de sexualidad; cuando pretende que es posible eyacular ocho veces en treinta minutos; cuando muestra en la pantalla órganos sexuales de tres metros de largo; cuando pretende sobre todo que el sexo es fácilmente disociable del resto de la experiencia humana […]”. Más allá de las singularidades que pueda tener una mirada femenina sobre lo porno, es saludable que existan, y puedan expresarse, pluralidad de voces, cuerpos y deseos. En definitiva, que cada quien elija su propia mentira
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diálogo
“la
sexualidad diálogo con
laura milano , especialista en pospornografía
se
todas partes y es como una
¿
moldea
plastilina” gustavo a. zanella/
Cómo definimos para el no iniciado lo que es la pospornografía?
La pospornografía surge a principios del 2000, a raíz de algunos movimientos que se dan en los ochenta, cuando grupos de actrices porno y trabajadoras sexuales empiezan a plantearse la idea de producir sus propias películas; salir del lugar de ser actrices y de ser dirigidas por otros para historias que no las representaban, y poder crear ellas sus propios films. Esa es la base que arranca con Annie Sprinkle, que es como la gran madre del posporno, pero queda ahí. Esta idea se retoma veinte años después, en el 2000, cuando surge toda esa intención de tomar la pornografía para crear algo diferente, lo retoman los colectivos activistas del feminismo más radical, que empiezan a darse cuenta de que la pornografía es algo que no les interesa, pero en lugar de ponerse en una posición de censura y de decir: "Eso no lo quiero. Hay que prohibirlo, es humillante para la mujer”, dicen: “Utilicemos este dispositivo para destruirlo desde dentro, para crear otra pornografía; dirigir nuestras películas, crear las historias que a nosotras nos excitan”. Tiene que ver, además, con toda una mirada y experiencia de la sexualidad que no es la heterosexual, la más convencional que el porno muestra. Si en el porno la gran figura ni siquiera es el hombre, sino su genitalidad en primer plano, en la pospornografía empiezan a aparecer unos desvíos que hacen que la genitalidad ya no sea lo más importante; empiezan a aparecer otras personas teniendo otro tipo de prácticas sexuales; siempre ─igual─ con un contenido sexual explicito muy fuerte, que no deja de ser material pornográfico, pero al que se le dice posporno, porque es una superación al dispositivo pornográfico con las mismas herramientas desde una producción activa y disidente.
¿En qué sentido la pospornografía se inserta dentro de la trama "podersaber" del dispositivo sexual? Foucault dice que en realidad hay una producción, un permanente decir y hacer discursivos acerca de la sexualidad, pero que es imposible salirse de esa trama ya que es la que nos configura, como todo lo discursivo. Entonces, la pospornografía parece así como un punto de fuga en este dispositivo de sexualidad, como una creación de nuevos discursos, de nuevas disciplinas que muestran contrasexualidad. En una de las entrevistas que le hicieron, él habla de las prácticas de contraproducción de sexualidad. Obviamente, la pornografía
viene acá como uno de los discursos disciplinadores, como la pedagogía, la religión. Los ejemplos que ponía Foucault eran sobre la historia de la sexualidad. Si pensamos todo eso en el marco de sociedades atravesadas por los medios de comunicación, ya estamos hablando de dispositivos mediáticos. Y la pornografía es un gran dispositivo mediático para enseñar y mostrar cómo son la sexualidad hegemónica y la sexualidad correcta. Y el posporno justamente viene ahí a desviar.
En uno de tus trabajos, decís que el cuerpo pospornográfico evidencia la artificialidad del sexo, que constantemente es invisibilizada en el porno por su intensión hiperrealista. ¿El posporno se pretende más real? ¿De qué modo y con qué mecanismos visuales se pone de manifiesto lo invisibilizado? En realidad los cuerpos que aparecen en el posporno empiezan a mostrar aquello que en realidad es artificial y que en el fondo no parece serlo: es el hecho de que nada en la corporalidad o en nuestra experiencia sexual está dado de por sí. A ciertos cuerpos, no le corresponden ciertas prácticas sexuales por naturaleza, sino que son una construcción que tiene que ver con un sistema heteronormativo, donde lo "normal" y lo que está en el orden de lo imaginable y esperable es que yo, como mujer, sea heterosexual, que me gusten los varones y que me acueste con ellos, que tenga cierto comportamiento sexual de acuerdo con mi identidad sexo-genérica. Todo ese análisis y esos conceptos no se analizan en la pornografía. La pornografía se toma como evidencia de cómo es la sexualidad entre hombre y mujer –cierta pornografía mainstream convencional–, aunque se puedan hacer un montón de salvedades. Tomando el sexo hegemónico, qué más vas a ver en el tradicional: penetraciones, eyaculaciones en primer plano…, lo que tradicionalmente se dice "garche". Eso es lo que más se ve en el porno, como si ese fuera el retrato más real, más documental de lo que la sexualidad es. Y en realidad, el posporno lo que viene a decir es: "No, la sexualidad no es solamente eso". ¿Y de qué forma se empieza a exponer que todo aquello que muestra el porno es artificial y que no es simplemente un registro documental de lo real? Al revelar otro tipo de sexualidades y otras prácticas, donde ya la genitalidad pasa a un segundo plano o no importa; donde los juegos eróticos que se llevan a cabo son lo protagónico de una escena sexual, como en el sadomasoquismo; donde los roles están totalmente inverti-
para
dos, donde los sujetos ya no son hombre y mujer, sino que aparecen otras corporalidades: trans, intersex, ciber...; así se empieza a romper esa idea única de que la sexualidad sucede entre dos cuerpos: hombre y mujer, conectados por medio de una penetración. Ese es el gran paradigma de la pornografía. Igual se pueden hacer salvedades –como te decía–, porque el porno no es solamante eso que parece tan básico como mostrar sexualidad entre hombre y mujer. Hay un montón de categorías por parte del negocio que es mostrar todo lo que se encuadra dentro de categorías de freak, que tienen que ver con aquellas mismas cosas que se ven en el posporno, pero el tema tiene que ver con cómo se lo está mirando. Si se lo está mirando como una rareza simplemente para tener otro nicho de mercado (convencional, gay, trans, lesbiano, queer y otros tantos), o si tiene que ver con esta producción desde las disidencias sexuales y los activismos, de mostrar otras formas de vivir la sexualidad, pero con un alcance político y disruptivo. Y no por eso deja de ser excitante y pornográfico. El público heterosexual se acerca a la pornografía comercial y normalizada en búsqueda de excitación erótica. ¿En la búsqueda de visibilidad de los cuerpos y de las sexualidades disidentes desde un punto de vista crítico a la heteronorma, la pospornografía no corre el riesgo de dejar de lado la dimensión lúdica que tiene todo producto artístico? Corre el riesgo de ser un material que no tenga la misma finalidad que el porno porque de hecho no la tiene. No va directamente a la excitación. Es un material pornográfico en muchos casos, pero empiezan a aparecer otros mensajes y otras capas de lectura más allá de la excitación, que tal vez en el porno no están tanto. No importa si en el porno me cuentan una buena historia o si hay una crítica sobre algo; importa, como construcción, que eso excite. Si no excita, ese porno no me sirve, es trucho, no vale. Una vez que terminaste de ver una peli porno —ni siquiera una entera—, el momento culminante ya está, acabó la excitación, ya fue, el resto de la historia qué me importa; o me vuelve a importar cuando aparece una nueva escena candente y muy hot. Ese es el ritmo que tiene el porno. El posporno rompe estas linealidades, y empiezan a aparecer otras lecturas, pero en ellas puede perder su conexión tan directa con generar una excitación. Respecto a lo lúdico, no creo que lo pierda, me parece que está sostenido sobre esa posibilidad de juego porque
locardeux@hotmail.com
así como en el porno hay una gran industria detrás de todo, con un dispositivo industrial, comercial y de mercado, se producen cosas que saben que van a vender. En la pospornografía, son las propias personas implicadas quienes se ponen frente a la cámara, a experimentar y a filmar y a crear historias, y después a discutirlas en mayor o menor medida, pero siempre con un espíritu de experimentación.
¿En la pospornografía, en qué medida se resignifica la triada “penetración, eyaculación y orgasmo” central en el porno comercial? Se escapa totalmente. No hay eje conductor. Se desarrollan registros que no se pueden encuadrar en esa narrativa de principio-nudo-desenlace. Pasan por otro lado. La presencia de la sexualidad es totalmente explícita. No hay una conexión directa con aquello que el porno organiza en una historia. Esa es la mayor ruptura. No hay nada que ocupe ese lugar; solamente el mostrar experiencias fuertes, disruptivas con la experiencia corporal hegemónica. Eso no quita que sean materiales con un potencial de excitación. Para mí, no es la condición base, simplemente es una posibilidad. La condición base es mostrar sexualidad explicita, pero desde una mirada y un hacer disidente. Después si eso sirve para generar excitación en el espectador es el gran capítulo para pensar.
Hay un dispositivo en el porno que busca transformar al espectador primero en un voyeur y luego en protagonista. ¿Cuál es el rol del espectador en el posporno? Eso tiene que ver con dónde y cómo se consume. Se consume en los núcleos más duros de los festivales autogestivos de activistas, del feminismo radical y de las sexualidades diversas. Y, en esos contextos, hay un contrato de lectura muy cómplice. Los que están produciendo las películas son –probablemente–los mismos que las están consumiendo. Hay una igualdad entre el que produce y el que consume. También otra de las rupturas es la autogestión. Yo, que consumo posporno, puedo mañana tener una cámara y producirlo. No hay una distancia como la hay entre la industria y el consumidor. Hay una complicidad, un contrato de lectura entre pares. La cosa es que después se ingresa en el campo del arte. Ahí se lo empieza a consumir como pieza de arte, la lectura es otra, la excitación se fue al carajo. Ahora decimos que es una pieza artística, no calienta, la analizás simplemente desde el arte contemporáneo, la performance, etc. El tema es hacia dónde se está yendo
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diálogo
si el porno atrae por lo que muestra, también repele por lo que invisibiliza. En esa zona oscura del ninguneo sexual, distintas prácticas que fusionan la política y el arte dan batalla por dar luz a la multiplicidad de experiencias eróticas que pueblan el imaginario. laura milano, autora del reciente Usina Posporno, un panorama de la pospornografía disidente revela para Andén la historia y las intensiones de un movimiento crítico y contestatario que busca ampliar las fronteras del deseo: sumar, incluir y crear.
la pospornografía. Si me preguntas qué puede causarle a un espectador común y corriente de porno, hetero, una película de posporno, en muchas situaciones no lo entiende y en muchas otras lo inquieta. A mí me parece que esa inquietud tiene un potencial increíble porque quiere decir que la pospornografía podría calar mucho más que en los activismos disidentes y podría calar en personas que tienen inquietudes, pero que realmente no pertenecen al activismo más radical, sino que simplemente quieren descubrir otras cosas, y está bueno que pueda tener esas prolongaciones.
Vos decís que hay un cambio de registro enunciativo en el paso del plano genital al plano corporal de un modo que busca recuperar la escenificación sexual. ¿Cuál sería la nueva escenificación pospornografica? Hay un cambio en el que se muestra todo el cuerpo y más allá del cuerpo. El porno muestra todo el cuerpo también. Veo un flaco y una chica completamente desnudos. Depende de la historia y en qué genero esté catalogado, pero digamos que todo el mundo sabe que la carne, lo jugoso del porno, es el primer plano. Hay muchas categorías del porno que lo destaca: el cumshot, el mitshot. Todo remite a mostrar muy de cerca la penetración, la eyaculación, el movimiento del enlace entre los cuerpos. La pospornografía, desde un ejercicio de cámara, comienza a mostrar todo lo que ocurre en el cuerpo porque recorre las experiencias y las practicas que le ocurren. En las pelis de sadomasoquismo es muy obvio porque la genitalidad existe muy poco o existe como algo relegado respecto a una experimentación técnica, pero erótica también de todo el cuerpo, con golpes y flagelaciones; mostrando que la sexualidad puede ampliarse de pies a cabeza e inclusive más. Pasa con las construcciones de la sexualidad en el mundo ciber en donde el cuerpo ya no está, ya no es el cuerpo real sino el virtual, construido a través de un avatar, un Cyborg que está ahí, al que se le construye una experiencia sexual; y a partir del cual se pueden construir películas posporno, pero del mundo Cyborg. Eso hace que el cuerpo se expanda. La sexualidad se moldea para todas partes y es como una plastilina. ¿El espectador que consume pospornografía de, por ejemplo Francia, puede ver pospornografía latinoamericana y seguir comprendiendo los códigos? Cualquier producción tiene su huella de
origen, es una producción situada. No es lo mismo la pospornografía francesa que la latinoamericana ni la del 2000 con respecto a la de ahora; porque las culturas y los imaginarios son distintos, a pesar de que existe una conexión y una red de afinidades entre productores y quienes estamos más interesados en la movida. Lo que yo noto es que la pospornografía latinoamericana empieza a retomar y a conectar con simbologías e iconografías de culturas populares latinoamericanas que obviamente los europeos no toman porque refieren a universos simbólicos distintos. No obstante siempre existe la conexión de base que es mostrar sexualidades disidentes.
Vos –siguiendo a otros autores– proponés que hay un subgénero del posporno llamado “Machinima” (término compuesto por las palabras machine y cinema), que implica la convergencia del cine, la animación y el desarrollo de videojuegos. ¿En qué sentido el maridaje de estas técnicas y soportes permiten el despliegue de nuevas cartografías eróticas? Infinitas. Porque el mundo digital ofrece la posibilidad de crear identidades virtuales–desde la más pava que tenemos, todo de facebook hasta los meta mundos de los juegos virtuales donde uno es un personaje que interactúa con otros–es una capacidad enorme e infinita de jugar sexualidades ahí, sin ninguna limitación, ni siquiera corporal. Ni siquiera de especie, en los meta mundos aparecen personajes que son medio animales y medio humanos, o medio robots e interactúan y tienen practicas sexuales entre sí. Y no se sabe quién es el usuario de carne y hueso del muñequito que ves interactuar con tu muñequito. Hay gente que, en esa fantasía creada en la pantalla, encuentra su realización sexual que tal vez en la práctica cotidiana no tiene. Toda su libido está puesta ahí. Y a mí me parece fantástico porque permite –justamente– salirse de la idea de que la sexualidad es solo lo que
pasa en un cuerpo real y vivo, genital, y además que pasa en un tiempo y un espacio limitados.
Si la pornografía muestra un “todo” ilusorio para no hacer pensable otras multiplicidades del placer, el posporno, en su despliegue sobre lo múltiple y lo diverso, ¿qué aspecto de la sexualidad está dejando de lado? Para mí, el gran desafío del posporno es mostrar heterosexualidades diversas. Está muy montado –y está bien porque ese es su lugar de origen– sobre las sexualidades homo, y hay un problema, porque entonces es encapsularse en que lo disidente no puede incluir lo hetero. Corremos el riesgo de pensar todas las formas sexo-afectivas que no tienen que ver con los lazos hombre y mujer por un lado; y los lazos entre hombre y mujer, como si fueran lo heteronormativo y lo estándar, por el otro. Y ahí nos equivocamos. Nos estamos quedando cortos en mostrar cómo las relaciones heterosexuales afectivas entre hombres y mujeres no son tan lineales como se las suele pensar. No podemos llegar a meternos en el mundo de las heterosexualidades diversas y de sus experiencias más contrasexuales porque a los varones les cuesta mucho hablar de eso. Hay un gran universo de la sexualidad masculina que es un agujero negro, que no se puede analizar. Por eso la pospornografía está protagonizada por mujeres; porque son mujeres que están incómodas con ciertos discursos y ciertas prácticas e hicieron el ejercicio de analizar y de explorar otras zonas de la sexualidad. Para las masculinidades, esto es impensable. Por eso es muy difícil que el posporno pueda encontrar alianzas en hombres hetero a quienes les inquiete esto y puedan producir películas donde también su masculinidad se ponga en juego y se quiebren y se la banquen. Y no sé si podría suceder. O mujeres hetero que puedan mostrar una sexualidad abierta y exploratoria y desprejuiciada, cuando hay todo un gran tabú sobre la mujer que experimenta mucho su sexualidad.
Algo curioso es que no existe un circuito propiamente dicho de artistas pornográficos y sí lo hay para los artistas del posporno. ¿Por qué creés que es así? No sé qué pasa en el mundo del porno. Pero hay una red de artistas vinculados al posporno que trata de fortalecer y de fortalecerse como colectivo esencialmente, porque la escena se crea a partir de activismos políticos, como toda generación colectiva de ideas y posicionamientos críticos con respecto a algo. Además, como no están parados en la esfera del mercado, sino de la autogestión, si no hay red quedás muy solo. La red es contención, como una forma de generar más impacto, más contenidos, también, de alianzas afectivas. Y lo que a mí más me ha enamorado del posporno es la red de afectos que se generan a su alrededor, porque es gente muy comprometida con lo que les está pasando. Son activistas que están en la calle y que la mueven y que agitan y, así como producen posporno, están realizando manifestaciones y escraches por cosas que les parecen injustas; viven situaciones de homofobia permanentemente. Por eso, a pesar de la dispersión –gracias a Internet–,los que estamos en esto de habla hispana nos fuimos conociendo todos. Tanto los que producen como los que lo estudiamos.
En la reseña de tu libro, mencionas como un eje importante dentro del circuito del posporno la cuestión de la autogestión, ¿hay un vínculo entre la forma de augestionar un producto posporno y a la vez autogestionar la imagen del cuerpo y el ejercicio del deseo? Lo hay y es todo. Las personas que están involucradas no fingen algo para la cámara. Esa es su vida cotidiana que en un momento es capturada por una cámara y editada en un video. O capturada en una performance. Es su forma de sentir las cosas. Y la autogestión es clave. Tiene que ver no solo con el modo en el que se produce el material, sino con una autogestión de la vida misma, de ser mi propio hacedor y productor de sexualidad sin nada que me organice la experiencia. Y el posporno apunta a eso, a compartirlo, a visibilizarlo, pero no retrata más que una experiencia. ¿Creés que existe una dimensión comercial posible para el posporno en Latinoamérica? No creo que llegue a ser un producto más, pero el mercado, si puede, se cuela en cualquier parte
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territorios
la
pornificación de la mirada:
ser niños/as y adolescentes en tiempos de selfies
el culto a la juventud, la erotización de los cuerpos infantiles como estética predominante en los modelos de belleza vigentes, dejan a niños y adolescentes desprotegidos y sin recursos simbólicos para lidiar con una sociedad en la que solo pueden aspirar a encajar, si exhiben sus cuerpos, siempre y cuando estos coincidan con el canon estético vigente.
C
omenzar hoy, por millonésima vez quizás, un artículo recordando que, a pesar de los notorios cambios ocurridos, seguimos viviendo en una sociedad patriarcal, heteronormativa y centrada en una forma de concebir, de mirar y de comprender de modo mercantilista, especialmente, los cuerpos femeninos podría parecer repetitivo y evidente. No obstante ello, a veces, la realidad desafía lo que consideramos inobjetable, y parafraseando a Brecht, se impone defender lo obvio. Se trata de una situación que no nos resulta desconocida, algunas personas la aceptan, otras no, otras más o menos, o de a ratos…, pero de alguna manera perpetuamos una mirada de la alteridad que se ha vuelto bastante problemática, no solo para las personas adultas, sino especialmente para los niños y adolescentes. Como docente, trabajo con pibes hace prácticamente una década, tanto en el sistema educativo formal como en espacios no formales, y cada día siento con mayor preocupación que el peso de la mirada del mundo de los adultos sobre los cuerpos de los adolescentes y, fundamentalmente, de los niños no solo los lleva a constituirse como “pequeños adultos” sino que les impone un grado de erotización que los aliena y que amenaza gravemente la construcción de su subjetividad. Cuando comencé a pensar por dónde encarar este artículo y llegué a esta definición, me di cuenta que desde hace algún tiempo moviliza mi práctica educativa, ante todo, una gran inquietud por los prejuicios y estereotipos que incorporan a su normalidad cotidiana nuestros niños y adolescentes. Ahora bien, ¿cómo definir esa “inquietud”? ¿Por qué siento, cada día con más urgencia, que tenemos un problema con la mirada que no estamos pudiendo resolver?
Pequeños cuerpos erotizados El estatus de la niñez, primero, y el de la adolescencia, más tarde, como temporalidades constitutivamente separadas de la adultez son, para nuestra sociedad occidental, relativamente recientes y su existencia efectiva sigue estando profundamente ligada a condicionantes de clase. Este proceso de diferenciación se ha ido agudizando con el ingreso de estas etapas de la vida al mercado, en
romina misenta/
tanto consumidores para una gama cada vez más amplia y creciente de productos. Pero, a la par de este proceso, se ha dado otro, que es al que aquí me dedico, de conversión de estos jovencísimos sujetos en objetos de uso y goce para el consumo de algunos adultos. Los mecanismos de construcción de las subjetividades no son lineales ni unidireccionales, y creo que operan en ellos, a la par de la erotización y de la hipersexualización de los cuerpos infantiles y adolescentes, una suerte de culto a la juventud, como valor de referencia hegemónico, para todas las personas, que lleva al auge de los procesos quirúrgicos y cosméticos de rejuvenecimiento corporal, el photoshop y todas las derivaciones que de allí se desprenden. Por este motivo, utilizo el término de Bennet, pornificación[1] para referirme a esa mirada, porque estamos ante un fenómeno de trasvasamiento de la estética del porno a todos los ámbitos de la cultura difundida por los medios de comunicación, de la moda, de la publicidad y de la música popular consumida por adolescentes. No se trata aquí de erigir una crítica escandalizada ante la diversidad de prácticas sexuales y su explicitación, sino de tratar de comprender de qué modo la presencia de escenas estereotipadas, al mejor estilo “Bailando por un sueño”, mostradas como socialmente valiosas, pero que podrían haber sido consideradas como “soft porn” hasta hace apenas unos años atrás, resultan lesivas para la construcción de subjetividades de los niños y adolescentes, porque los vulnerabilizan, dejándolos sin herramientas para defenderse de una mirada adulta que los encuentra, cada día mas, como objetos de consumo. El erotismo normalizado que desfila por los programas de la tarde en la televisión, que se muestra en las publicidades de las revistas de moda dirigidas al público adolescente y que derrochan los cantantes (jovencísimos) que son admirados por niños y niñas y adoles-
centes, es mostrado como un valor cool para ser reproducido por niños cada vez más pequeños. He visto a padres que encontraban “divertidas” o “tiernas” la reproducción de estas escenitas llevadas a cabo por niñas de cinco años. Esos arquetipos constituyen no solo modelos de qué es “ser mujer” para las chicas, sino que educan a los varones, reforzando la percepción de normalidad en torno a la heteronormatividad y el binarismo de los géneros, y les generan así grandes dosis de frustración, porque se encuentran con que la realidad de sus relaciones no se parece en nada a lo que se les muestra en esas ficciones. Los modelos hegemónicos de cómo “debe ser” un varón no son mas benévolos y llevan a situaciones de desconcierto que, en muchos casos, se resuelven por la vía de la violencia; después de todo, el porno mainstream muestra que las mujeres “disfrutan” de golpes de intensidad variable, de relaciones forzadas, o de posiciones corporales incómodas o dolorosas que solo tienen la finalidad de permitir filmar cómodamente. Los noviazgos violentos adolescentes se han convertido en un problema de consideración, así como los asesinatos de algunas chicas que se niegan a ser parte de ciertas prácticas que son “normales” en películas pornográficas.
La desconexión y la mímesis como “modelo comunicativo” Las imágenes de las publicidades gráficas ─en revistas, en diarios, en catálogos on line, o en vía pública─ ameritan un desarrollo específico, ya que vivimos en ciudades literalmente tapizadas de imágenes: hombres exitosos que conducen autos de alta gama, fuman, hacen deporte, exhiben (gracias al Photoshop, a los anabólicos y otros suplementos) abdominales dignos de una escultura griega…, mujeres ultradelgadas que se muestran sensuales, pasi-
rominamisenta@hotmail.com
vas, que ostentan sus huesos y sus larguísimas piernas, estiradas con la magia del retoque digital… Ellas y ellos encarnan la belleza, el éxito, la felicidad. Las revistas sacan en sus portadas a jóvenes madres en pleno puerperio mostrando que no solo no tienen ni un gramo remanente del embarazo, sino que además derrochan sexualidad en producciones fotográficas dignas de la portada de Playboy o Maxim. Caballeros cincuentones se pasean en zunga por playas paradisíacas con sus novias veinteañeras, mostrando que un “macho de ley” es aquel capaz de satisfacer a una jovencita. Los vínculos humanos aparecen una y otra vez hipersexualizados e idealizados. Las mujeres son valiosas, si son jóvenes y ostentan pieles perfectas, grandes pechos y pequeñas cinturitas que las convierten en un híbrido entre Jessica Rabbit y la Venus de Lespugue. Los varones son valiosos, si tienen dinero, y son irresistibles para “todas” las mujeres. Los modelos de las imágenes no muestran conexión en sus miradas, cada quien mira a la cámara, como en una selfie; se auto-luce, se expone. Y más tarde, en sus perfiles de facebook, o de instagram, los niños y adolescentes se exhiben a sí mismos repitiendo esas poses. En una actividad que realicé con un grupo de estudiantes de sexto año de secundaria, pude comprobar hasta qué punto la internalización de estos esquemas es prácticamente total. Luego de ver un documental de la investigadora Jean Killbourne, sobre la representación de los cuerpos en la imagen publicitaria, y de tres clases de debate, les pedí que buscaran publicidades que tuvieran un carácter sexista o cosificador de las personas fotografiadas, y otras que no lo tuvieran. Para mi gran sorpresa, la dificultad que tuvieron fue que, en general, “no encontraban” ejemplos de las primeras. Una y otra vez analizamos en clase publicidades al azar de revistas, para buscar ejemplos de unas y otras: a mi me ocurría exactamente lo opuesto que a los chicos. Dos clases más tarde, a una de las chicas, que me repetía que ella no veía “nada raro” en las publicidades, le pregunté si ella notaba que la gente que caminaba por la calle se veía diferente a los modelos de las publicidades, su respuesta me dejó pasmada: no, ella no veía ninguna diferencia entre las personas reales y las virtuales
Y
pornografía
cerebro
la
no, tranquilo. Sabemos que no te deja ciego, que no te hace crecer pelos en las manos y que probablemente a dios no le interese mucho en dónde ponés tus manitas. Podés seguir leyendo esta nota sin culpa, si tu historial chorrea páginas y páginas de videítos e imágenes sobre el milenario arte del amor carnal. La intención de este breve artículo solo apunta a informar un poco sobre lo que sabemos, científicamente hablando, acerca de cómo ese hábito aparentemente tan inofensivo, barato y accesible afecta esa bella parte de tu cuerpo, que tantas satisfacciones te da, y al que a veces le agradecemos tan poco…, no, no, no te confundas, me refiero al que está por encima de la cintura. No, no, ellas tampoco, más arriba. Sí, ese sí: el cerebro. Ese que es el único, el fundamental para hacer que esos fines de semana pegados a la pantalla se sientan tan placenteros. Empecemos por describir qué pasa en el cerebro cuando hacemos algo que se siente placentero. Cada vez que hacemos alguna actividad placentera, se activan determinadas zonas, como el núcleo accumbens, encargadas de generar una respuesta y de activar los mecanismos de placer, y también se activa otra, la corteza orbitofrontal, encargada de regular esa conducta y todas las funciones que impliquen toma de decisiones. Por ejemplo, esta última sería la que diría algo así como: “Suficiente por hoy, a escribir el artículo que te pidieron” o “Mejor acostate a dormir, que mañana tenés que laburar”. Ciertas funciones, biológicamente adaptativas, están ahí para lograr que la especie perdure y sobreviva: comer, dormir, jugar, reproducirnos. Estas funciones le permiten al ser humano adaptarse y sobrevivir en medio de un ambiente hostil. Pues bien, dada la importancia de estas funciones, generalmente no solo están asociadas con la supervivencia sino también con el placer. Sentimos placer cuando nos comemos un buen plato de ñoquis, cuando pegamos una línea en el bingo, cuando nos permitimos la siesta después de una agotadora jornada; y sentimos placer cuando nos dejamos llevar por el frenesí genital y nos entregamos a explorar y a disfrutar nuestra sexualidad. Hasta acá todo lindo, todo muy adaptativo. El problema aparece cuando alguno de esos saludables placeres se desajusta o, por decirlo de alguna manera, se te va de las manos. Para ser un poco más didácticos, la adicción al sexo, descrita inicialmente por Carnes (1983) y por Goodman (1997), supone el desarrollo de conductas sexuales irrefrenables utilizadas para producir autogratificación. Se trata de una cadena de conductas estereotipadas más allá del control del sujeto, que interfieren en su vida cotidiana, pero que no se puede dejar de practicar a pesar de los aspectos negativos implicados: sentimientos de culpa, inminente ruptura de pareja, daño ocasionado a la familia, temor a enfermedades de transmisión sexual, problemas económicos o amenaza de pérdida de empleo. La adicción al sexo implica un conjunto recurrente de conductas, pensamientos y fantasías, activación fisiológica y ansia por llevar a cabo conductas
y tu
sexuales. En este sentido, el adicto al sexo es como un alcohólico, pero que se caracteriza por una hipersexualidad que, al no saciarse, está permanentemente presente en el sujeto, que prescinde por completo de la ternura en la relación íntima y que manifiesta una pérdida de control. Desde no hace mucho, el manual más usado por psicólogos, psiquiatras y demás profesionales de la salud mental (salvo aquellos que solo culpan a la madre o al padre por estos asuntos) el DSM V agrega la categoría de adicciones conductuales o comportamentales a las ya conocidas adicciones relacionadas con el uso de sustancias. El punto es que, si bien en algunas se sugiere la necesidad de un nivel más profundo de investigación, se sabe que en varias de ellas el cerebro se comporta de la misma manera que en las adicciones que implican el uso de sustancias. Esto involucra una compleja relación entre mecanismos de placer y de control de los impulsos.
El eje diagnóstico para determinar si existe una conducta compulsiva o adictiva respecto a la sexualidad incluye varios factores, pero todos están principalmente relacionados con el nivel de control que la persona tiene sobre esta y con cuánto afecta esa conducta sus relaciones interpersonales, su calidad de vida en aspectos como el trabajo, el tiempo libre, y en el posible riesgo físico que puede acarrear para el sujeto. A diferencia de otras adicciones, la sexual puede adoptar múltiples formas: desde la masturbación compulsiva, las relaciones promiscuas breves con múltiples parejas heterosexuales u homosexuales, los encuentros sexuales con personas desconocidas o la frecuentación habitual de prostíbulos, hasta el uso de pornografía (videos, revistas, ciberporno) o de líneas telefónicas eróticas, en donde se intenta satisfacer fantasías sexuales de toda índole. Entonces, existe una línea donde aquello que hacemos
natalia sánchez/
7
t e xt u r a s
nataliasanchez77@hotmail.com
de manera libre y decidida para obtener placer, deja de ser tan libre y pasa a ser algo más cercano a un problema que a un divertimento. La línea básicamente está en el nivel de control que uno tenga sobre esas conductas y en qué nivel nos complican la vida. Generalmente aquellas personas que sufren de una adicción, no utilizan la conducta de consumo como fuente de placer, sino más bien como mecanismo para aliviar el sufrimiento que genera la abstinencia de este. Tiende a generarse una especie de círculo vicioso, donde la persona vive pendiente de cómo generar nuevas situaciones de consumo a fin de aquietar el malestar que le genera estar sin consumir. Sería algo así como intentar apagar un incendio con nafta, ya que la repetitividad del ciclo genera que el umbral de satisfacción vaya aumentando, con lo que cada vez se necesita mayor nivel de estímulo para generar el mismo nivel de satisfacción. Entonces, lo que antes generabas mirando un videíto a la noche, ahora lo generás mirando dos, mañana cuatro y, en un tiempo, pegándote el faltazo al laburo para quedarte buscando más y más videos. Claro está que la conducta adictiva no depende exclusivamente de la oferta, es un complejo entramado de factores que principalmente implican cómo funciona nuestro sistema de recompensas y nuestro sistema inhibitorio y a lo que por supuesto también se le va a sumar el factor social, como disponibilidad de consumo, la cultura en la que estemos inmersos y el nivel de psicoeducación de los riesgos del que dispongamos. Lejos de intentar generar una discusión moralista, el punto es preguntarnos realmente qué nivel de control tenemos sobre esos pequeños grandes placeres mundanos. “Yo lo dejo cuando quiero”, “Con esto, no jodo a nadie” y “Esto no es lo mismo que inhalar cosas” deben ser las frases más trilladas que todo consumidor compulsivo ha mencionado hasta el cansancio respecto a su consumo poco responsable de ese algo que cree que disfruta tanto, pero que en realidad no puede controlar. Concluyendo, amiga y amigo lectores, si queremos hacer un uso saludable de nuestra sexualidad y de nuestro consumo de pornografía, lo que no deberíamos desestimar, al momento de utilizar nuestro tiempo en cualquier tipo de contenido de esa índole destinado a la autosatisfacción, es: “Consuma con responsabilidad”, “el consumo excesivo de este contenido puede ser perjudicial para su salud” o “ante la duda consulte a un especialista en salud mental”■ Bibliografía: American Psychiatric Association (2013), Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders Vol. 5. American Psychiatric Publishing. Chiclana Actis, C. (2013), Hipersexualidad, trastorno hipersexual y comorbilidad en el eje I. Cogreso Virtual de Psiquiatria Interpsiquis. Echeburúa, E. (2012), “¿Existe realmente la adicción al sexo?” Revista Adicciones, Volumen 24 - Número 4. Kühn, S., Gallinat, J. (2014), Brain Structure and Functional Connectivity Associated With Pornography Consumption: The Brain on Porn. JAMA Psychiatry. doi:10.1001/jamapsychiatry.2014.93 Published online May 28, 2014.
8
d e s co l o n i a l i d a d
un
L
c l i c en el bocho:
¿Qué es realmente buscar? ¿La incertidumbre es condición de la búsqueda? La búsqueda de pareja en la Web es, como la actividad erótica misma, una práctica humana. Y en esta indagación hay nuevas modalidades. Hoy, lo “exhibible” en la esfera de la pornografía se rebalsa sobre otros ámbitos de la vida cotidiana y sin dudas el amor y el erotismo se ven atravesados por la impronta gráfica que la pornografía imprime sobre la virtualidad. La del cuerpo y la del lenguaje.
el amor en los tiempos de
istado de tareas para la semana: buscar trabajo, buscar departamento, encontrar pareja. Cortázar, en su libro Rayuela, sintetiza con belleza el carácter misterioso, incluso paradojal, del encuentro amoroso. El azar teje el vínculo entre La Maga y Horacio: “Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”. Lo inconsciente de la búsqueda, el andar sin buscar, dando lugar a la deriva, le imprime al encuentro su carácter azaroso, fortuito. Podríamos decir: da al encuentro su condición de tal, en tanto todo verdadero encuentro es un acontecimiento. Hay verdadero encuentro porque hay incertidumbre en la búsqueda. Cortázar no llegó a conocer la actual organización en red de la sociedad y las páginas web de búsqueda de pareja como Tinder y Grindr. Unas décadas más tarde, jugar con su frase puede servirnos para pensar la actualidad de lo amoroso. No tanto tiempo debió pasar para que aquella frase se volviera, si no inactual, al menos excepcional. Al calor de una Internet convertida en un gran rubro 59, se nos ocurre esta inversión: “Andábamos buscándonos, sabiendo que (así) no íbamos a encontrarnos”. Los sitios que proliferan en Internet, prometiendo al navegante que encontrará el amor de su vida o simplemente una noche de sexo (real o virtual), nos colocan paradójicamente frente a la radicalización del hombre moderno. Si la Modernidad implicó un proceso de jerarquización de la razón sobre el cuerpo -un cuerpo denostado por su carácter contingente y particular frente a una racionalidad válida para todo tiempo y lugar-, el amor virtual del llamado individuo posmoderno es más una exacerbación de las características del hombre moderno que su tan proclamada antítesis. Basta pensar en la búsqueda del amor en el ciberespacio. Una búsqueda netamente racional y un cuerpo subalternizado. Amor higiénico, sin olor, sin sabor, sin sonido, sin textura, donde la materialidad de los cuerpos brilla por su ausencia. Amor aséptico, mediado por los dispositivos tecnológicos, garantía de la preservación de los navegantes frente a posibles “gérmenes infecciosos” de los organismos. Amor enclaustrado en el monoambiente del interesado que no se expone a los riesgos de salir al afuera, a la calle, a la búsqueda del otro, doblegándose a la comodidad de las cuatro paredes conocidas. Amor inmediato con la misma temporalidad que le imprimimos a todos los aspectos de nuestra vida. En fin, amor de mercado, como proceso racional de selección, cuya clave está en el buscar fijando las identidades de los buscadores de amor: ¿Quién sos? ¿Cómo sos? ¿Qué te gusta? ¿Qué buscás? Toda una batería de preguntas que, lejos de abrir sentido, lo fijan e incluso a veces adoptan un tinte culpabilizante: ¿Por qué creés que no estás en pareja actualmente? De desembocar en amor, este comienza con la pureza de la matemática: un algoritmo trabaja sobre la base de datos para arrojar resultados eficaces y compatibles. Cupido no tiene más encanto que el teorema de Thales o la fórmula del amor eterno, recientemente descubierta por científicos de alguna universidad del Primer Mundo: L = 8 + .5Y - .2P + .9Hm + .3Mf + J - .3G - .5(Sm - Sf)2
Tinder
alejandro campos (GEL) /alecampos1985@gmail.com maría mercedes palumbo (GEL) /mercabj@hotmail.com + I + 1.5C.[1] Su flecha no tiene más misterio que una fórmula matemática. Posee su frialdad y su eficacia. Y nuevamente, aparece –o traicionamos– la voz de Cortázar como si intuyera el devenir de estos nuevos dispositivos: ¿La química de los cuerpos?, ¿el misterio del amor?, ¿la bizarría de las parejas desparejas?, ¿la profunda experiencia del sufrir por amor?, ¿la construcción zigzagueante de nuestros tipos ideales de hombre y de mujer a partir de las venturas y desventuras de los cuerpos disfrutados? Quizás, la matemática sea un refugio seguro –y racional– que elimina el carácter azaroso de la vida, brindando a los sujetos seguridad frente a la pérdida de control que implica estar sujeto a una voluntad que no sea la propia.
En estos síntomas de la actualidad, se huele el pánico de nuestra época al inconsciente. Se le huye como a la peste. Las sociedades de control actúan sobre este miedo, incentivando pasiones y delirios inmunológicos. ¿Los crean? ¿Los retroalimentan? El dilema del huevo y la gallina agota. Las fronteras están hoy más erosionadas que nunca. Adentro/Afuera son dos caras de la misma moneda. Las une el deseo. “Webeando” en el cibermundo, el deseo encuentra una esfera para desplegarse. Ni siquiera es necesario extenderse a los fenómenos de las páginas Rubro 59. Basta con analizar Facebook para ver que este incentiva el voyeurismo y el exhibicionismo. Tomando este aspecto, descontado que la vigilancia / exhibición en red ha venido para quedarse, ¿hay estrategias? ¿Esconderse? ¿Mostrarse? Nos resulta llamativo que la desmaterialización de los
cuerpos que participan del amor virtual vaya a la par de una hipertrofia del discurso y la fantasía de la liberación sexual que se escucha y se observa cotidianamente en los medios de comunicación. Internet es la vía privilegiada de circulación de videos “hot” de personas famosas que se sienten violadas en su intimidad por un hacker inoportuno, de chats subidos de tono entre alguna chica del momento y un jugador de fútbol (seguramente en pareja) que son ventilados en los programas de chimentos, o de la primicia sobre Obama siguiendo en Twitter a una conejita de Playboy argentina. Incluso, en algunas páginas de búsqueda de pareja, los interesados en el amor / sexo suben fotos y videos hipersexualizados o dan detalles de supuestas “medidas corporales” que remiten directamente a lo porno. Si lo clandestino y lo pornográfico alguna vez fueron adjudicados como casi privativos de las relaciones homosexuales frente a las precavidas y decentes relaciones heterosexuales, hoy estamos asistiendo a la universalización de lo porno como patrón de todos los vínculos e identidades sexuales. Posiblemente, más que en una contradicción entre la hipertrofia del discurso de lo pornográfico y la inmaterialidad de la búsqueda virtual del amor y los desencuentros concretos de los cuerpos, tengamos que pensar en la convivencia de ambos planos; aunque muchos denuncien el carácter ficcional del discurso de lo pornográfico más como pose y deber ser que como realidad. ¿Hay salida de la red? Algo es seguro: si la hay, es apostando al cuerpo, a lo real; a expensas de lo puramente imaginario y virtual. No se encuentra el amor desplazando incansablemente nuestro dedo índice por pantallas celulares, porque detrás de la expansión cada vez más invasiva de la tecnología en nuestras vidas, se oculta (o se muestra con tal nitidez, se impone con una “naturalidad” que encandila) un proceso de desmaterialización del hombre, acompañado a coro por popes de la neurociencia y la genética, que reducen su interpretación del hombre a conexiones neuronales e información genética. El contrapunto exacto del consumismo de la canción Chica material de Madonna con pasajes del estilo: “Unos chicos son románticos, otros bailan lento, eso me gusta. Pero si ellos no pueden aumentar mis intereses, entonces tengo que dejarlos ir”. Resistir a esta subjetividad hegemónica es una tarea que convoca a nuestros cuerpos y mentes, que demanda “más calle y menos pantalla”. Quizás se trate de hacer un clic, pero en el bocho. [1] L: Duración prevista de la relación, en años; Y: Número de años que llevan conociéndose los dos miembros de la pareja antes de iniciar una relación seria; P: Número de parejas anteriores que suman las dos personas; Hm: Importancia que el hombre atribuye a la honestidad en la relación; Mf: Importancia que la mujer atribuye al dinero en la relación; J: Importancia que ambos atribuyen al sentido del humor (en suma); G: Importancia que ambos atribuyen a la apariencia física (en suma); Sm y Sf: Importancia que el hombre (m) y la mujer (f) atribuyen al sexo; I: Importancia atribuida a tener buenas relaciones con los familiares (en suma); C: Importancia que se atribuye a tener niños (en suma).
el
ano
9
agrupaciones
en el lenguaje
posporno FLH
.
del
planos transtextuales para
deconstruir el cuerpo burgués
E
l Frente de Liberación Homosexual (FLH) nació en 1971 de la mano de Juan José Sebreli, Manuel Puig, Blas Matamoro y Néstor Perlongher, en el clima de agitación sociopolítica desatado por el Cordobazo el 29 de mayo 1969. En 1973, la agrupación lanzó su manifiesto fundacional titulado Sexo y revolución, apelando a los siguientes pilares básicos: • La dominación opera no en la economía, sino en la ideología, basada en la moral de los grupos dominantes. • El poder de los sectores dominantes se hace efectivo a través del control de los cuerpos –esos cuerpos necesarios para la alienación, que esencialmente son creados para el placer–. De acuerdo con el FLH, “Somos todo placer” y los cuerpos se presentan mutilados, castrados, para el trabajo capitalista. • La escuela es el espacio social para la reproducción de esa dominación, que también recae en la familia como institución, de donde emerge la figura del padre, que representa, en el plano micro, lo que el Estado encarna en lo macro. • El placer está reducido al coito heterosexual, culturalmente necesario para la reproducción biológica de los seres humanos y, además, para que se fortalezca el sistema de dominación. • El coito anal hace uso del placer en sus matices y es “desajenador”, es rupturista; es decir, opera simultáneamente contra las convenciones morales y el marco legal estatal. Nos interesa resaltar la importancia del coito anal en el discurso de la agrupación, no solo como una herramienta de lucha política, sino también para construir un deseo sexual posporno, erotizando zonas que desafían la moral vigente. En el manifiesto Sexo y revolución, se sostiene: Aquellos individuos que no cumplen con el rol sexual
rodrigo cabrera pertusatti /cabrera.pertusatti@gmail.com diego morán vera /diegomoranvera@hotmail.com establecido, los homosexuales, son vividos como un máximo peligro por este sistema, en tanto que no sólo lo desafían, sino que desmienten sus pretensiones de identificarse con el orden de la naturaleza. La desexualización del cuerpo humano es obra de la cultura. En el caso del varón, ella multa el coito anal pasivo […] En realidad, los homosexuales reivindican, de hecho, las posibilidades plásticas inherentes a la libido humano, que el sistema de dominación sexista se empeña en mutilar[1].
A propósito, el deseo y el placer anales se formulan como una metáfora contrahegemónica del patriarcado y, en algunos momentos históricos, también del capitalismo. Por ejemplo, a fines de los sesenta y comienzos de los setenta, se fomentaron políticas de reproducción demográfica, y, en dicho marco, la voz de los grupos feministas y homosexuales trastocaba, de forma potencial, el sistema de género y atentaba contra los objetivos poblacionistas planteados y contra el modelo de familia patriarcal, puesto que separaban reproducción biológica de placer sexual.
Por otra parte, el deseo homosexual era todavía más contestatario de la lógica binaria del sistema masculino-femenino y, por lo tanto, circulaban metáforas asociadas al “terror anal”. El ano se abría como un espacio discursivo contrahegemónico, que resistía las consideraciones psicologicistas de la perversión. De este modo, el sexo anal se reconfiguró como una cuestión política, deconstruyendo la moral hegemónica. Por ello, el cuerpo burgués, totalmente disciplinado, reprime los orificios de placer y, en algunos casos, podemos encontrar “excepciones sociales”, que reivindican el coito anal como una estrategia de lucha contra el patriarcado. En relación a ello, Guy Hocquenghem postula: Hemos hablado de excepción antisocial: Bataille es uno de esos que han sentido, aunque heterosexual, el carác-
ter particularmente reprimido de esta zona del cuerpo burgués. Por tanto, Bataille no puede ser considerado como la expresión adecuada de la sexualidad social, sino más bien como su límite extremo. No hay pornografía del ano, dijimos: en efecto, la pornografía heterosexual le da mucha importancia al culo de la mujer. Pero, si en la mujer, el culo y los pechos representan un bien del cual el macho se llena las manos, el ano queda como un vacío íntimo, sede de una producción misteriosa y personal, la producción excrementosa[2].
Asimismo, el orificio anal, en el lenguaje posporno, rompe la dicotomía masculino- femenina, dado que el ano es una espacialidad común a todos los seres humanos. No obstante, el ano personifica un espacio ajeno, secreto, y el discurso del FLH lo coloca como verdadero centro de gravedad; es decir, ante el binomio heterosexista hegemónico y la construcción perversa del homosexual –en el marco de la teoría psicoanalítica–, lo posporno recupera lo abyecto y lo pone en primera plana. En este sentido, el ano es la manifestación del cuerpo como “todo placer”, tal como aparece en Sexo y revolución.
En dicho contexto, el sexo anal homosexual es claro y doblemente contestatario, ya que no solo coloca el punto de placer en una espacialidad profana, sino que, además, destruye la moral binaria de la heteronorma. Aquí, ya no funciona lo personal como fundamento político, sino lo íntimo como herramienta de lucha política, que el FLH supo construir hace aproximadamente cuarenta años atrás■
[1] Frente de Liberación Homosexual (1973) Sexo y Liberación, Buenos Aires: Mimeo, p. 6. [2] Hocquenghem, G. & Preciado, B. (2000 [1972]) El deseo homosexual
/
Terror
anal,
Barcelona:
Melusina,
p.
74.
10
metal pesado los
juegos
del
límite
trazos de una semejanza entre lo
L
juan i. pisano /
as relaciones de la pornografía y el heavy metal son amplias: desde la musicalización de escenas en películas XXX, hasta el diseño de tapas de discos, y casos de músicos, actores y actrices que han cruzado la frontera genérica y pasaron de un lado al otro[1], del porno al metal y viceversa. Sin embargo, en esos cruces interesa destacar un aspecto, algo que parece fundirse en lo más propio de sus potenciales cercanías: la pornografía y el heavy metal tienen un punto en común en cierta performatividad estética que podemos vincular a un imaginario de lo extremo como destino; precisamente, esa cercanía se juega en tanto podemos denominarlos como formas de lo liminar. Y allí, en ese punto distante hacia el que intentan llevarnos a nosotros, espectadores, podremos identificar una ética, una actitud común frente al buen gusto y la moral.
Estética El heavy metal es un género recurrente para la musicalización de escenas porno. Cuanto más extremo es el acto representado, parece ser más acorde un mayor nivel de velocidad en la música. De hecho, una de las categorías que se puede encontrar en cualquier página porno es la de hardcore[2]: no solo porque esos videos puedan musicalizarse a partir de ese derivado del heavy metal, sino como un reducto donde se pueden encontrar las más variadas escenas de pornografía explícita y extrema, desde anos hiperventilados hasta múltiples miembros actuando sobre el cuerpo de una mujer. Y, entonces, surge una pregunta para este caso: ¿qué es lo "heavy" allí: la acción de esos penes ansiosos o el cuerpo resistente de esa mujer que se entrega a un placer sin fronteras en el dolor y, a veces, la sumisión? La respuesta, juego retórico, no importa (o dependerá del análisis de cada caso particular) porque lo central es que, ya sea que se trate de música extrema en su velocidad o de pornografía extrema en su manifestación, en ambos casos lo común, lo que constituye el territorio de la semejanza es ese punto lejano respecto del buen gusto que brindan las posibilidades estéticas del porno y del heavy. Pero el heavy se relaciona con el mundo porno, además de lo mencionado, en una idea festiva del sexo y una erotización explícita del cuerpo. Así, en los ochenta afloró una estética de lo extremo en el metal en un sentido muy distinto: se trata del movimiento glam. Bandas como Poison, Twisted Sister, Whitesnake, entre otros, recurrieron a formas espectaculares de vestir para representarse en escena y en las tapas de discos. Incluso extremas para el propio heavy, donde dominaba una estética de lo masculino ligada al cuero, la moto, la cerveza y la fuerza del cuerpo emergiendo de remeras sin mangas. Pero, al mismo tiempo, ¿cómo evitar la imagen hipercodificada de aquellas bandas junto a una horda de mujeres despechadas, dispuestas a convertirse en groupies sin pudor, rompiendo todas las barreras de lo esperable en torno a una chica decente? Lo glam, en el heavy, es una reafirmación de lo masculino al mismo tiempo que su puesta en cuestión acerca de qué debe ser un hombre. En un terreno diferente al musical, encontramos lo extremo en la estética de la indumentaria y el cuerpo maquillado. Borrando fronteras de género, el glam metal reúne tópicos de lo masculino bajo formas de lo femenino, y permitió atribuirle a lo femenino (en el mundo del metal) acciones (la iniciativa sexual) reservadas para lo masculino.
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porno y lo heavy
Del glam metal se desprendió lo que fue el primer sex tape famoso: Tommy Lee, baterista de Motley Crüe, y Pamela Anderson. Punto culminante, ya no estético, sino real, visible a simple vista, de comunión entre la pornografía y el heavy metal: el músico convertido en actor (¿amateur?) porno. Por el lado argentino, Riff es la banda que más ha jugado con una modalidad de lo extremo en su estética[3] ligada al uso del cuerpo para el sexo. Zona de nadie, de 1992, muestra en su tapa un bar de chicas, donde un señor de campera de cuero, con el nombre de la banda inscripto en la espalda, conversa con la camarera (que parece, además, una madama) mientras otra mujer del lugar se expone insinuante y en ropa de cuero (tópico en la indumentaria de la banda), detrás de él. Sabemos: los cabaret son zona de nadie, un espacio donde la policía no tiene jurisdicción, sobornos mediante. Cinco años después, en Que sea rock, último disco de estudio de la banda, se incluye el tema “No obstante lo cual”. Allí Pappo canta: “Mis amigos me dicen / que tengo que formalizar / que busque un empleo / y que haga una vida normal. / No obstante lo cual, / para mí lo que hago está bien. / No obstante lo cual, / me sigue gustando el cabaret”. Podría pensarse que aquí se habla de prostitución, no, de pornografía. Pero no deben olvidarse algunas cosas: que el cabaret es un espacio de proyección de lo porno (pantallas, televisores, decoran los espacios), y que al estar hablando de estéticas nos referimos, como señalamos anteriormente, a modalidades más generales, donde lo porno es matriz de otro tipo de producciones –una cantera para la imaginación–. En la Argentina existe (o existió[4]) un evento que nuclea el medio del porno con el del heavy metal. El evento está organizado por quien se considera el mayor referente del porno en la Argentina, Victor Maytland. Ha tenido dos ediciones y, en una de ellas, actuó un grupo llamado Las hijas de Yiya. El canto ochentoso de Rob Halford[5], feminizado y quitadas las connotaciones masoquistas, en un cuerpo femenino y rioplatense de la década del dos mil diez, parece revivir en esta banda del under argentino. Así, con canciones como “Murra”, “Triple X” y “Llegaron mis hermanas”, la voz poética de las letras se prepara para todo: “Una película porno quiero hacer con vos”, dicen las voces femeninas. Las estéticas de lo porno y lo heavy parecen, invariablemente, confluir en el encuentro con lo que escapa a los límites, con aquello que vira hacia lo extremo. Ética (y final) Foucault, en la introducción a El uso de los placeres, estableció una distinción entre la ética y la moral. Esta última remite al conjunto de reglas o al código que señala cómo comportarse; la ética implica el modo en que el sujeto se relaciona con ese código, y es esto lo que la define. Es posible pensar que hay una ética que relaciona el heavy metal y el porno sobre la base de sus estéticas, sobre la base de lo que, en sus estéticas, rechazan de los códigos
morales de nuestra sociedad y proponen, así, su ética. Se trata de formas que, como se señaló al inicio, se definen por su relación con lo liminar: están, en algunos casos, en el límite de lo tolerable para el gusto de la época, en el límite de lo que el oído, la vista y la moral pueden soportar. Son estéticas de lo liminar y en ese sentido juegan con el filo de lo inaceptable: allí reside su apuesta. En efecto, el heavy atravesó una serie de conflictos en los ochenta, de la mano de Dee Snider, cantante de Twisted Sister, quien debió rendir cuentas ante un tribunal, encabezado por Al Gore y su esposa, acerca de sus letras y sus formas ya que, para la mirada de sus enjuiciadores, corrompían el buen gusto de la familia estadounidense. Lo llamativo es que lo convocaron para declarar pensando que, como señala el mismo cantante en una entrevista[6], iban a poder “carnearlo” en público. Sin embargo, preparó un discurso para leer frente a ese tribunal. Demostró que, detrás de una estética de lo extremo en relación a la moral y al buen gusto, puede esconderse una apuesta ética: supo qué decir, cómo articular su discurso, e incluso proponerle a la Sra. Gore que si encontraba sadomasoquismo en las letras era porque ella lo estaba buscando (toda una concepción hermenéutica). En definitiva: si podemos leer alguna ética vinculada a estas estéticas, es la del juego con los límites de lo aceptable para el buen gusto de una sociedad en un momento determinado, de tomarlo para postergar su umbral, para proponer territorios vírgenes aún. El heavy y el porno no han dejado de asemejarse en ese punto■ [1] No desarrollaremos ese tema, más que a partir de una simple mención, pero cabe destacar que Sasha Grey, luego de su retiro del mundo de la pornografía, está en vías de formar un grupo heavy. Y, en la otra orilla, Evan Seinfield, del grupo Biohazard, luego de casarse con su ex mujer y actriz porno, Tera Patrick, ha incursionado en el género. [2] No importa determinar si primero existió el hardcore como género musical y luego como categoría porno. Para el punto de vista aquí asumido, esto es indiferente. Por otra parte, invirtiendo la influencia, podemos pensar en ciertas tapas de discos. Tal el caso de Cannibal Corpse, ícono del death metal, tal vez la forma más extrema del heavy. Un disco, como ejemplo: Tomb of the mutilated; la imagen: dos cuerpos monstruosos, uno, masculino le practica sexo oral al otro, femenino. [3] V8, Hermética y Almafuerte, por nombrar el tríptico de bandas del mayor representante del género en Argentina Ricardo Iorio, que nunca estuvo cerca de esta modalidad estética. [4] Las referencias encontradas señalan que la segunda, y tal vez
última, edición del evento fue en 2012. [5] “You give me pain, but you bring me pleausure”, de la canción “Pain and pleausure”.
H
agamos un ejercicio de literatura interactiva. Hacé de cuenta que te hacés la paja. Imaginate que te bajás la bragueta, que abrís las piernas todo lo que te deje el pantalón, que sacás las manos del teclado y del mouse, usás tu mano derecha o izquierda –según tu habilidad-, y te bajás la bombacha o el calzoncillo hasta la altura de las rodillas. Ahora, hacé de cuenta que te tocás la entrepierna, seguro que ya sabés cómo. Esta es la parte más importante de las instrucciones: hacé de cuenta que mientras te pajeás, estás multiplicando la tabla del 9, sin parar. O sea, tenés que imaginar que te pajeás mientras pensás en la tabla del 9. Si te cuesta mucho, directamente podés pajearte, nadie te ve, pero siempre pensando en la tabla del 9. Te doy unos minutos (y un espacio en blanco)… ¿Listo? ¿Qué pasó? ¿Estabas muy excitado en la fantasía? ¿La tenías mojada? ¿La tenías parada? No, ¿no? La paja es algo tan animal como un carburador. O sea nada. Estuviste tocándote de la mejor manera posible, tenés años de práctica y aprendiste con el mejor. Pensás que te calentás porque usas los dedos de una manera, cerrás el puño de una forma, te tocas ese puntito especial o ponés esa saliva en el momento justo. Pero no, no te calentás por eso, solo un mecanicista recalcitrante del siglo XVII podría pensar algo así. Igual que hacer una película, escribir un libro o interpretar teatro, la paja es un proyecto imaginativo. Igual que mirar una película, leer un libro y ver teatro, la paja es un proyecto de interacción entre mundos. Cuando te bajás el pantalón y te metés la mano debajo de la bombacha, imaginás que él te habla de atrás al oído; te dice que te va a garchar como nunca te garcharon. Cuando te bajás los lienzos y empezás a mover tu palma cerrada arriba y abajo, hacés de cuenta que se la estás metiendo a tu compañerita de tercer año, que está en cuatro, con una pollera cuadrillé y sin bombacha; te dice: “Metemelá, porfi, no puedo más”. La paja es un proyecto imaginativo. Estás en el bar imaginario en donde tenés una cita, no podés creer lo lindas que son sus manos, lo gruesa y suave que es su voz; estás nerviosa, querés gustarle, te enfrentás al espejo y cerrás los ojos por unos segundos. De repente escuchás que te habla al oído desde atrás y te dice que te va a garchar ahí mismo, como nadie, en la cabina del baño y como animales. Entonces te empapás la bombacha y, en la realidad, en el mundo no imaginado, te colás los dedos. La paja es un proyecto de interacción entre mundos. No existe la calentura mecánica. No es que te masajeás lo suficiente el clítoris y se te agranda. No es que te sobás bien la pija y se te pone re dura. No. Acordate bien. En algún momento, mientras te sobás, mientras te masajeás, tu mente se escapa, se mete entre las rendijas, se transforma en una luz que se cuela a
porno
través del agua, se va para arriba y de repente estás pensando en ellos o en ellas o en alguien sin sexo con una máscara de cuero. Necesitamos imaginar para que las conchitas se nos humedezcan o para que los pingos se erijan. Necesitamos recrear imágenes, sonidos, voces. Tenemos que hacer de cuenta que está pasando algo que en realidad no pasa, debemos recrear una situación que no existe ¿Interesante, no? Como cuando jugábamos de chicos: hacíamos de cuenta que la caja de cartón en la que entrábamos por completo era un barco, o un auto, o la canasta de E.T. Sabíamos que era mentira, sabíamos que era una farsa completa que nadie nunca iba a creer, ni siquiera nosotros, pero lo hacíamos igual porque nos ayudaba a pasarlo bomba, a reír, a gritar, a crear historias complejas y, con el tiempo, a planear perversidades. No es que no pudiéramos hacer de cuenta que había un barco sin caja, pero el objeto tenía detalles que enriquecían nuestro juego: algún color vivo que fuera la bandera de un país, algún pliegue que permitiera que nos ocultemos de los piratas, alguna cinta scotch que sirviera de vincha… La caja es el porno. Cualquier porno: tu recuerdo de la compañerita diciéndote “porfi”, tu visualización de sus manos agarrándote el cuello o, también, esos videos que se suben a millones de páginas en donde un número cualquiera de personas se tocan, se cogen, se pegan, se escupen, o cualquier cosa que quieras que se hagan. Son cajas diseñadas para estimular tu imaginación: hay una mina en cuatro y justo cuando el tipo se la va a meter tu imaginación se filtra como luz huidiza y hacés de cuenta que se la metés vos, escuchás esos gemidos perfectos de la actriz porno e inconscientemente hacés de cuenta que sos la causa, ves esa pija gigante y pensás que es tuya o incluso que te la meten… Por supuesto que esta mega industria del video porno que nos sirve de juguete tiene también problemas: hay enfermedades y depresión para los actores, hay fantasías no contadas (sobre todo las femeninas), hay una repetición muy poco original que reproduce clichés pedorros: chupada, garchada en dos o tres posiciones y acabada en la cara, etcétera. Pero el porno, nunca, nunca va a morir. Explota una parte de lo que nos hace humanos. Hacete la paja mirando un tablero de ajedrez vacío, si podés. No, no podés. Hay chicos y chicas que ponen el cuerpo para estimular tu imaginación. No seas tonto, dejá volar la imaginación, subvertí lo que ves en pantalla. No tenés porqué seguirlos en todo. Una caja no es una caja. En un blog juvenil escribí una oda un poquito intelectual a Sasha Grey. Estaba enamorado de sus ojos raros, su cuerpo pálido y su mirada extraviada de placer. En vez de escribirle una carta de amor, escribí un artículo preguntándome si el porno producía placer estético. Qué pregunta más estúpida. Es como preguntarse si la imaginación es necesaria
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texturas
lucas bucci /lucasbucci@gmail.com
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d i á l o g os d i á l og o c on
d a r í o m a r x x x , d i r e ct or y g u i on i s t a
a r g en t i n o d e p el í cu l a s p or n o g a y
“mis películas siempre tienen una historia”
U
A poco tiempo de cumplirse diez años del estreno de Una noche en Buenos Aires , su director habla sobre la curiosa tarea de ser el “Rey Midas” del porno gay argentino
na oficina más, pero no tanto. Porque, claro, es el núcleo administrativo de Marxxx, quien no gestiona un comercio “tradicional”, sino uno vinculado al sexo y a las fantasías. Desde allí, sentado frente a fichas de inscripción para aspirantes a actor porno, el director reflexiona sobre su oficio: la doble moral, las fantasías for export y los requerimientos para participar en sus producciones.
¿Cuándo se originó tu interés por la pornografía? ¿En qué momento decidiste ser productor y realizador? Eso fue en el año 97. Yo comencé con American Top, que en aquella época era una tienda de videos. En el 2004, vi que había algo no explotado: el porno; porque si bien siempre se filmó acá en la Argentina, lo que pasaba era que las empresas americanas y europeas venían, filmaban, se llevaban el producto y lo editaban en su país de origen. Luego, con Internet, llegaba seguro. Hasta entonces no se hacían producciones locales. Nosotros hicimos Una noche en Buenos Aires, que fue la primera, y obviamente causó un poco de revuelo, y luego continuamos. La más conocida es El cumple de Lucas, en 2005, que estuvo nominada como Mejor película en un festival de cine porno, y en los premios AVN en San Francisco, compitió como Mejor película latina. Si bien no ganamos, el hecho de estar nominados hizo que la película se viese mucho más. Eso nos hizo conocidos en todo el mundo. A partir de ahí, filmamos entre dos y tres películas por año que no eran de gran producción, pero con la facilidad de poder venderlas al exterior.
¿Y cómo fueron los comienzos? Queda claro que hoy en día sos un referente, pero me interesa conocer los primeros pasos. Fue difícil, al menos al principio nos costaba mucho conseguir chicos para trabajar. Que dieran la cara…, era complicado, más estando en la tapa de la película. Incluso la gente vinculada al ámbito gay no digo que te discriminan, pero no está bien visto que hagas porno. Lamentablemente, la Argentina no va a ser una “industria”. A nivel mundial es complicado; la gente cambió de ver la forma de ver películas con Internet; ya pasó con la música. Nosotros acá nos mantenemos, pero es complicado conseguir locaciones, sponsors. No quieren figurar, “quedar pegados”.
¿Por qué creés que pasa eso? Porque todavía somos hipócritas los argentinos. No quieren quedar pegados al porno, como si el porno fuese…
ezequiel obregón /ezequielobregon@yahoo.com.ar ¿Sentís que la pornografía que hacés vos está en un espacio marginal respecto de la pornografía heterosexual? Cuando se hizo el festival de cine porno acá, obviamente fue hetero. Competimos con algunas producciones, uno de los realizadores fue Victor Maytland. Los festivales están aprobados para que sean heterosexuales; resulta raro mezclar lo heterosexual con lo gay. Si vas a los festivales, te miran como la oveja negra. Imponerse como marca al día de hoy también cuesta.
querés exponer más. ¿En qué consisten los castings, en qué momento decidís que esa persona puede filmar? Los castings consisten en una charla informal. Lo primero que les pregunto es por qué quieren filmar y después se ve cómo está físicamente el chico. No hay una prueba ni nada. L a
¿Un consumidor de porno gay tiene una vinculación diferente a la que tiene un consumidor de pornografía heterosexual? Sí, se diferencia. El consumidor gay no suele tener ningún problema en tener, físicamente o en su laptop, una película porno. La persona gay no tiene ese problema, y en ese sentido se diferencia bastante. También consume más, gasta mucho más dinero.
Hoy, ¿existe una profesionalización del actor porno gay? En verdad, empezamos a trabajar con chicos que no tienen experiencia. De hecho, con nosotros comenzó a filmar Bruno Bordas. Creo que la mayoría de los pibes no saben el potencial que tienen hasta que lo hacen. Bruno empezó con nosotros y fue la cara visible de la empresa durante cuatro años. Filmó alrededor de diez películas, se hizo conocido y empezó a filmar para afuera. El trato con los chicos siempre fue bueno, tratamos de filmar con chicos que no sean taxi boy. Al principio sí tuvimos que recurrir a ellos, que están más expuestos. Es mucho más difícil para un chico que no se dedica a eso, que es profesional o trabaja en una oficina. Después ya nos hicimos conocidos, y actualmente ya tenemos una base de datos. Hasta hace pocos años, en la Argentina la mayoría de edad se alcanzaba a los 21 años, se bajó a 18, y en el rango de 18 a 21 hay muchos chicos que quieren filmar, porque son jóvenes y no tienen problemas en mostrarse. Ya, cuando sos más grande, tenés una profesión, un trabajo y no te
acá no hay profesión de “actor porno” −, es un placer trabajar con ellos. Saben lo que hacen y es todo más fácil, mucho más llevadero.
¿Cuáles son tus rasgos autorales? Cuando uno ve una película de Marxxx, ¿qué va a encontrar? Mis películas siempre tienen una historia. Mínima, pero tiene una historia. En otras películas la historia no cuenta prácticamente. Y después los hago hablar mucho a los chicos. Que conversen, porque en definitiva yo creo que el rasgo distintivo es el idioma, el lenguaje. Mostrar Buenos Aires, la parte no sexual la filmamos en la calle, me gusta filmar en lugares reconocibles. Tratamos de filmar en locaciones reales, no en estudios. Lugares a donde la gente pueda tener acceso; un sauna o un hotel. ¿Cómo se percibe afuera el porno gay argentino? Los chicos argentinos son muy bien vistos dentro de América Latina. Sobre todo por los yanquis. De hecho, las empresas siguen viniendo acá. Les conviene por lo económico y por los rasgos de los chicos.
experiencia sirve, a un chico lo sentás y te das cuenta de si sirve o no sirve. Porque el porno no es para cualquiera. Más allá de que alguno diga: “Sí, yo me filmé en mi casa, con una camarita casera”, no es para cualquiera. Les explico que esto es un trabajo; tiene que llegar a horario, se tiene que cuidar físicamente, cumplir con la higiene, se mantiene lo que dijo que iba a hacer. No los hacemos tener sexo en el casting. Si los nervios te juegan una mala pasada, no tenés una erección ni de casualidad.
¿Cómo se soluciona eso? En una fábrica de galletitas, se acaba la harina y se compra. ¿Pero cómo resuelven esos problemas ustedes? Y…, acá es difícil. Nos ha pasado que tuvimos que suspender y filmar en otro día, y tuvimos que pagar los gastos de locación otra vez. Pero bueno, somos seres humanos y si no funcionás en ese momento… Nos ha pasado. Cuando los chicos van adquiriendo experiencia y se transforman no sé si en actores profesionales −porque
¿Qué límites imponés en una filmación? Mirá, zoofilia no haría. Después…, en verdad yo siempre les digo a los chicos que lo que nosotros hacemos son fantasías. Cosas que a lo mejor la gente no se atreve a hacer; tener sexo en lugares públicos, tener sexo entre tres personas, ese tipo de cosas. La fantasía es lo que uno no puede hacer en la realidad. No haría nada que lastime a algún chico.
Internet cambió el mercado, hoy las películas se suben y se bajan con rapidez. ¿Hay estrategias para luchar contra eso? No, la verdad que no… Las bajan, las copian. Ya no se usa más hacer un “largo”. Por ahí son escenas que son más dinámicas. Por ahí una escena con otra no tiene más relación. Es más económico hacer eso. Empezamos a hacer cosas como audiciones con chicos que se presentan y tienen sexo. Es algo amateur y a partir de ahí al chico lo llamamos para otras películas. Son películas que antes no hacíamos. Y a la gente eso le gustó.
¿Por qué hacés porno? Porque me gusta mucho la estética del porno, lo hago por eso. Me gusta y me divierte, me hace sentir bien. Es algo que descubrí y me gustó. No estamos a la altura de una película americana en cuanto a presupuesto, pero en cuanto a calidad de chicos, podemos competir
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t e r r i t or i o s
"E s u n m a h o m e t a n o e l q u e s e d e s l i z a " erotismo y pornografía en la poesía clásica árabe
ya nos lo enseñó Edward Said es su célebre Orientalismo : Oriente es una construcción discursiva. Y bueno, todo parece indicar que nos quedamos con esa construcción y al diablo con el conocimiento. Para contrarrestar, una mirada hacia una faceta de la tradición árabe que suele ser ignorada: la tradición erótica en la poesía.
C
uando la escritora siria Salwa al-Neimi publicó su libro The Proof of the Honey , Europa Editions, 2009 recibió muchas críticas tanto dentro de su país como también por fuera de él por parte de la comunidad árabe. ¿Qué provocó este enojo? La autora se hizo esta pregunta y expuso su opinión al respecto en una entrevista que circuló por varios medios: el problema no era su libro, sino la creciente desconexión entre algunos sectores árabes y su tradición literaria.
Al-Neimi explicó la trayectoria del erotismo de la literatura árabe. Las fuentes a las que se refirió no son para nada cercanas a nuestro tiempo ni marginales con respecto al canon. En efecto, desde los inicios de la poesía clásica árabe, situado alrededor del siglo VI d.c., los tópicos de la sensualidad y el sexo fueron claves.
El desconocimiento del público árabe en la actualidad nos sirve como conector para hablar de nuestra condición de lectores en esta región, ya que es probable que uno también se encuentre con dificultades, si es interrogado acerca de la literatura árabe. ¿Qué sabemos de ella? Probablemente nuestra respuesta sea un sincero "no sé", o la referencia a algún poema suelto de un poeta palestino; la mención, por qué no, a Las Mil y una noches ; quizá también ronde por nuestra mente el premio nobel Naguib Mahfuz, que suele encontrarse en la sección de saldos en muchas librerías. En cuanto a la poesía, ¿qué decir? Tal vez surjan nombres como Omar Khayyam o Saadi, poetas populares, pero que son más bien persas que árabes.
Si hablamos de la poesía clásica árabe, se considera a Imru´l-Qays como el padre y maestro del género. Ha sido un guía y sinónimo de tradición para generaciones enteras de poetas. Francesco Gabrieli, estudioso italiano de la literatura árabe, nos dice sobre los versos iniciales de uno de los poemas de Imru´l-Qays: "Este verso lacrimoso, con que comienza la más célebre poesía del más célebre poeta anteislámico, todavía hoy aflige en las aulas a la juventud árabe, como el horaciano ´Maecenas atavis´a la italiana" Y, al leer los versos que componen su ةديصق (Casida, un tipo de poesía clásica) podemos encontrar temas que son esperables de una tradición medieval que corresponde al desierto -camellos, combates, exaltación del honor y el heroísmo-; pero, de repente, surge:"Visité a mujeres como tú, incluso encintas,/ que dejaron a su niño cubierto de amuletos... / Si el niño lloraba, se volvían hacia él..., y mi miembro/ las hendía
daniel i. gómez /danielgomezlit@hotmail.com tranquilamente, sin cambiar de posición". No se trata de un caso anómalo, sino una libertad que se ejerce de forma constante a través de siglos de poesía. No se desconoce el trato erótico, la insinuación y el placer velado mediante metáforas, como tampoco las descripciones explícitas y sin ornamentos -a esto nos referimos aquí, bajo el rótulo de "pornografía"-. Aun más: el límite entre erotismo y pornografía es difuso, y a esto se le agrega el hecho de que no hubo ningún tipo de restricción sexual de género. Abu Nuwas, por nombrar a un poeta clásico, fue conocido por sus poemas acerca del vino y el amor, pero también por incluir sin pudor relaciones entre personas de un mismo sexo. Al respecto, Fatema Mernissi en El harén en Occidente S.L.U. Espasa Libros, 2006 agrega que: ...mientras el idioma árabe ya era rico en vocablos aplicados a jóvenes sexualmente activos [...] en Occidente el término homosexualidad no se usó habitualmente hasta la década de 1880, cuando empezó a utilizarse en la jerga de los médicos y psiquiatras para referirse a ella como una enfermedad...
En una antología popular y muy accesible, podemos encontrar un ejemplo paradigmático de esto: "Me decían, insistiendo en censurarme porque le/ amo: "Si no te hubieses enamorado de un muchacho/ vil, de baja condición..."/ Yo les contesté: "Si yo pudiese mandar en mi amor,/ tampoco le querría; pero ese poder no lo tengo". El título del poema de donde provienen estos versos es "El mancebo tejedor", y encontramos también "El mancebo carpintero"; no es simple fijación particular del poeta, sino una convención como cualquier otra.
Sorpresivamente, no siempre las trabas a este tipo de tópicos de fuerza innegable provienen de cierta parte de la sociedad árabe. Veamos una nota al pie que un traductor y académico español no pudo evitar incluir apenas terminan unos versos que, si bien no son enteramente pornográficos, juegan libremente con el erotismo. Estos versos describen a la amada, el objeto de deseo: "Toqué con ambas manos/ Toda la perfección de tu hermosura,/ Anchas caderas y cintura breve,/ Y dos alcores cándidos, lozanos,/ Que separa de un valle la angostura/ Y que están hechos de carmín y nieve". La nota al pie no tiene desperdicio y explica lo siguiente: ...En la primera edición de esta obra no me atreví a traducir los últimos versos de esta
composición, donde el poeta no se puede negar que entra en pormenores nada platónicos; pero, no sin vacilar, me he decidido a traducirlo todo en esta segunda edición, porque así queda mi trabajo completo y, al fin, los lectores castos y timoratos pronto pasarán el disgusto, y me lo perdonarían, considerando que soy traductor fiel, y que es un mahometano quien se desliza.
Solo en las décadas recientes se ha dejado de tener pudor sobre los contenidos eróticos y pornográficos. Como vimos, la problemática de abordar estos temas no está solo en la mirada de la crítica contemporánea de algunos países árabes, sino también en el trabajo académico de muchos de los traductores europeos.
Afortunadamente la situación está cambiando. Podemos referirnos a Salma Jayussi, por ejemplo, quien no habla de poesía clásica, sino moderna, pero que de todas formas instala y hace hincapié en la pornografía como otro tópico dentro de la literatura, escribe sobre un poeta: "En ocasiones, produjo [poesía] pornográfica, pero la más extrema no fue publicada [...] su espíritu juguetón en sus poemas pornográficos y su ardor político y crítico en sus poemas nacionalistas actuaron como catarsis para el pueblo que sufría de prohibición política y sexual". También el profesor y traductor Daniel Newman se está ocupando de ello en las introducciones que dedica a sus traducciones, como es el caso de The sultan´s sex potions: Arab aphrodisiacs in the Middle Ages .
Terminamos este breve panorama con la esperanza de que hayamos ampliado la perspectiva sobre una literatura de larga tradición erótica y pornográfica. Creemos que es un punto interesante que nos brinda la historia de la literatura y que ofrece más material para comparar y reflexionar acerca de estas temáticas en la ficción. Lo erótico y lo porno siempre estuvieron presentes en el mundo árabe, distintos movimientos políticos y tensiones sociales alternativamente los han desplazado (un caso, entre muchos, que podemos anotar: el Ministerio de Cultura de Egipto quemó libros de Abu Nuwas en el 2001) en diferentes momentos de la historia. Pero aquello que no cambia es su permanencia gracias a la poesía, sea esta censurada, olvidada o recordada según el clima específico del momento. Como ha sucedido en distintos países europeos y también latinoamericanos, tarde o temprano las voces silenciadas son recuperadas y se hacen oír
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a r t e me n o r
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cinco discos cinco
5 discos 5 / para mandarla cruda y a lo bestia
La pornografía es una categoría difusa y en constante revisión que se encuentra incluso donde la ignoramos. La falsa intimidad de los otros se nos impone en imagen como producto de entretenimiento para consumir. El cuadro de la genitalidad plena nos invade los ojos, nos ocupa las manos y se derrama en aspectos de nuestra vida que van configurando al pequeño gran voyeur que llevamos dentro. Sin embargo, el porno con todas las letras y el porno soft disfrazado dicen más de nosotros que de aquellos que lo actúan. Conocemos de sus ejecutantes los pliegues más profundos, sus fluidos más espesos pero de su intimidad –la verdadera– no sabemos nada. Son desconocidos, profesionales o amateurs, que en una puesta en escena espejan nuestro deseo. ¿Qué hacemos viendo bondage alemán a las 3 de la matina? ¿Cuál ha sido el recorrido que nos ha llevado a esos videítos donde el placer actuado se transforma en el propio? Hay porno para todos, perversiones deliciosas y aberrantes que operan como reminiscencias platónicas trayendo a la luz aquello que las buenas costumbres sepultan en la soledad de la paja. Ante el porno es descubierta la farsa de nuestra moral. Habrá un porno impugnable, que nada nos dice, ni nada nos genera. Pero seguramente habrá también algún subgénero agazapado, con sus tetas y sus pitos al aire, esperando que una deriva de contenidos nos ponga frente a él para fritarnos la cabeza con sus jugos y gemidos. Por eso 5 discos 5 que abren al cielo la flor de sus entrañas, y chorrean la traspiración salada de su música para decirnos sin pudor alguno: “Escuchá, escuchá que te gusta”.
gustavo zanella
/ locardeux@hotmail.com
A quantum of hist. The music of James Bond – 2008 – Varios artistas. Pensar que el porno es sólo salvajada y saltos ornamentales desde el ropero a la cavidad más cercana es simplista. Érase una vez, hace muchos años, un cine condicionado glamoroso, casi de lujo, en el que se tenía sexo entre las mejores sábanas y los mejores paisajes. ¿Qué otra cosa es la saga de James Bond sino un derroche pornográfico de lujo, violencia e imperialismo desatado? Al mismo tiempo que se estrenaba el film nro.22, los amigos del dinero idearon este compilado exquisito que mezcla interpretaciones de la orquesta Movie Sound Unlimited, de Shirley Bassey, de Durán Durán, y de Chris Cornell entre otros. De más está decir, toda música para ponerla como el más pistola.
Last Tango in Paris -1972 - Gato Barbieri. El porno es 90% banda Sonora. Música y gemidos cumplen un maridaje indispensable al punto que, con los ojos cerrados, uno puede saber de qué va la escena con sólo afinar el oído. Por eso, el disco que catapultó a la fama internacional a Barbieri es también el telón de fondo de la que es una de las películas más ferozmente pornográficas sin necesidad de un primer plano genital. Saxofón y orquestación de cama muy usada se pasean por lo que es, también, la narración de soledades que no pueden ser colmadas. Por eso, el porno y el erotismo acuden a menudo al jazz, porque esa deriva de acordes improvisados suple la necesidad de ser original cuando se está enroscado a otro. Un disco fascinante para untar la manteca en las tostadas =P
Deep Throat Parts I & II -2004 – Varios artistas. La mejor película del género pornográfico tenía que tener la mejor banda sonora. Antes de que el porno se convirtiera en una industria rentable a la vez que cuestionada, existió una película que fundó las bases de todo el porno que vendría con todo lo bueno y todo lo malo. La elección de canciones utilizadas en esta cinta no fue igualada nunca, nunca, nunca. Cada una de ellas se funde en las escenas que musicalizan, como el aire con la luz. Sin embargo, aun si uno no es consumidor del género, el disco vale igual, por sí solo. Un resumen musical de una edad del mundo en la que empezamos a pensar el sexo de manera distinta pero sobre todo, empezamos a disfrutarlo.
Erotica – 1992 – Maddona. Cuando ya era considerada la reina del pop, la mujer que mejor entendió el espíritu de los tiempos musicales, lanzó un disco provocador, a la vanguardia del sonido de aquel entonces pero ligada a toda la parafernalia visual que siempre rodeó a la diva. En restrospectiva, lo que hoy nos parecen sonidos y letras anodinos en su momento fueron francamente escandalosos y desde la tapa del disco hasta sus videos, que coquetean con el bondage estilizado de los noventa, sirvieron de argumento para acusarla de pornógrafa megalómana. Sin embargo, Erotica es uno de los primeros discos conceptuales de la década con un sonido que marcaría a fuego el house y la electrónica en general. Porno, lo que se dice porno, no. Pero bien que calentaba los panchos.
La última tentación – 1993 – Amistades Peligrosas. Los nostálgicos recordarán su hit más calenturiento y lúbrico, pero el erotismo no era solo un gancho para este dúo español que durante su tiempo en activo propuso discos que versaban sobre el bien y el mal, el consumo de drogas, el paso del tiempo y la vejez. Obviamente con la provocación como herramienta, despertaban con sus letras y sonidos sincopados los instintos más carnales. Pero no es eso lo que los incluye en esta lista sino el desparpajo de contar historias que sobreviven al tiempo, ese obsceno penetrador serial que sea cual fuere la posición que saque de la galera, acaba último y acaba mejor. Contra él y contra el espíritu español que siempre pivotea entre el destape y la pacatería barata, Amistades Peligrosas problematizó los placeres y les dio el claroscuro justo para su época.
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opinión
porno!
viva el
H a mu e r t o e l p o r n o . .. ,
¡qué santiago sánchez/
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Durante la primera modernidad, la institución de la realeza vivió asediada por los fantasmas de las clases nobiliarias que, por sus derechos señoriales y privilegios, eran capaces de poner en jaque los procesos de centralización monárquica. Fluctuante fue el avance de la figura del rey, del cual buena cuenta han dado obras tan importantes, a nivel historiográfico, como Los reyes taumaturgos de Marc Bloch. Allí, Bloch rastreaba, de manera un tanto funcionalista, una de las tradiciones -vinculadas a la realeza- más antiguas de Francia: la imposición de manos sobre las escrófulas y el poder mágico de curación de los soberanos franceses. Esta tradición funcionaba, evidentemente, como un dispositivo legitimador de la propia institución, fincando la estructura social sobre un paradigma de pensamiento que le daba sentido, estabilidad y permanencia. Otra cara de la misma moneda era el famoso adagio, reservado para las horas más oscuras: “Ha muerto el Rey, que viva el Rey”. La permanencia de la institución, y toda su parafernalia ideológico-cultural, trascendía la simple mortalidad del cuerpo que la encarnaba, para encontrar su lugar de existencia en la sociedad toda. El porno, en algún sentido, parecería recorrer un análogo camino, primero encumbrado y encarnado en un centro y, luego, antes de morir, capilarizándose.Más allá de la analogía, no deja de resultar irónico que hablemos de pornografía y citemos a los Annales.
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Desde cuándo existe la pornografía es una pregunta que, realmente, muy pocos historiadores se han hecho. La cuestión no carece de interés, y mucho menos cuando tiene –como es el caso- evidentes repercusiones contemporáneas.Algunos estudiosos han mencionado la aparición de los famosos “murales pornográficos” en la ciudad de Pompeya. Allí aparecen reproducidas escenas sexuales explícitas, con prácticas tan subidas de tono como las de las películas actuales. Aparentemente, los dibujos reflejan situaciones de lupanar y las mujeres representadas serían meretrices en plena faena. Haciendo un rápido sobrevuelo, también hay que recordar los manuales hindúes, ya en la antigüedad, en donde se enseñaban una serie de prácticas sexuales a los miembros de las castas más altas. Algunos de los contenidos aparecidos, sexualmente explícitos, reaparecerían luego en la tradición también hindú, devenido negocio y éxito editorial en Occidente, el Kama-Sutra.
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Apenas dos hitos históricos –Roma e India-, entonces, para pensar la historización de la pornografía, proceso que nos lleva a algunas provisorias preguntas. ¿Alcanza solo lo explícito para generar pornografía? ¿Existía en Roma o en India antiguas algún registro de lo que podemos pensar –a falta de otro término menos antiguocomo “soez”? ¿Tienen aquellas imágenes de la antigüedad romana e hindú un carácter grosero e impúdico solo por su modalidad explícita? La respuesta, evidentemente, es no. Por lo tanto, podríamos acaso pensar que lo pornográfico puede existir en un plano que trascienda lo solo sexualmente explícito.
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De este modo, todo nos lleva a la pregunta por el surgimiento real de la pornografía. Eje que nos obliga, entonces, a recalar en lo “soez”, lo “grosero”, lo “impúdico”, y, por ende, en lo que podríamos titular como desarrollo de la moralidad burguesa. Tanto los cultores de la historia de las mentalidades, tan desarrollada por la escuela de los Annales y emulada por algunos seguidores del ámbito rioplatense, como algunos otros como Eric Hobsbawm –historiador de la Modernidad, si los hay- se han detenido a contextualizar de modo histórico ciertas cuestiones morales. En este sentido, bien retrató el historiador inglés cómo es el siglo XIX, el que comienza a perfilar y a dar forma a una idea de familia nuclear burguesa, diferente de las unidades amplias (regidas por otras normas de parentesco) de la época medieval o temprano-moderna. Idea de familia que está vinculada a los procesos de cambio más general que la aparición del capitalismo industrial opera sobre las sociedades occidentales. En esa familia, la mujer comienza a cumplir un rol esencial como señora de la casa, como gestora de la unidad doméstica: la paz y la pulcritud del hogar comienzan a ser el refugio que el hombre necesita lejos del barro y la suciedad de la competencia, típicas del mundo público de los negocios. La crianza de los hijos, el cuidado, el aseo y hasta la educación musical y artística: aspectos todos que giran en torno a este ideal burgués de familia, que desacopla algunos otros roles de la mujer y del hombre, y los deja deambulando por el barro de lo público. Tal es, entonces, el desdoble moral que surge con la prostitución y la satisfacción sexual fuera de la caso. Es este panorama planteado por el surgimiento de lo burgués moderno el que posibilita el registro de lo sexual explícito como soez o grosero.
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A pesar de lo anteriormente dicho, podríamos pensar que el ideal de familia, en la actualidad, se ha visto rotundamente transformado, así como, en general, el ámbito de las relaciones humanas. Es imposible no pasar por el previsible lugar común de la “modernidad líquida”, y la licuación de los vínculos entre las personas, así como por la caída de “los grandes relatos”, típico argumento posmoderno que encuentra también su correlato en la desaparición de los “grandes proyectos”. Proyectos en donde la gente inscribía, evidentemente, también sus proyectos personales. Horizonte huérfano en el que una de las pérdidas fundamentales de la posmodernidad es la de la “experiencia”.
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Los individuos ya no cumplen ciclos vitales comprometidos con la “experiencia”, ni siquiera son capaces de encontrarla en su vida cotidiana. Apenas las tragedias suscitadas por las catástrofes naturales o la guerra pueden ocupar ese lugar tan principal que parecería dejar el reflujo de una Modernidad desfalleciente. Suspenderemos momentáneamente nuestras críticas a una importación eurocéntrica de la idea de posmodernidad, para concentrarnos en la idea útil de que existe un cambio sustantivo en la capacidad de experimentar realidades. “El medio es el mensaje”, sostuvo McLuhan para hablar de la sociedad de la información. Internet y el mundo virtual dejan de ser solo el medio y comienzan a ser un fac-
tor esencial en la manera en que se vinculan los cuerpos (conocidos o desconocidos) en el ámbito de la sexualidad. También está al alcance de nuestra mano la noción de hiperrealidad, de Braudillard, para entender cómo el consumo de mercancías construye de forma fetichista una vida que confunde significante y significado, representación y realidad. Parecería que la sexualidad humana resulta uno de los lugares privilegiados, en donde la cultura expresa de manera más dramática la embriaguez de consumo (en este caso, consumo de cuerpos e imágenes de cuerpos, propios y ajenos) y la necesidad de hacer de la experiencia de lo normal-cotidiano un verdadero orgasmo: fiesta, éxtasis, placer instantáneo.
Incapacidad de experiencia, entonces, que deviene hiperrealidad, fiesta fantástica de soporte virtual. La verdad es que, antes que Braudillard o Vattimo o cualquier otro autor de la posmodernidad, era el Indio Solari el que guiaba todo este pensamiento (a la deriva), con sus memorables líneas: Mi novia está / grogui sin respirar / pero yo sé / que hay caballos que / se mueren potros sin galopar. No hace falta aclarar que en la década del ochenta argentina sobrevolaba la caída de un gran proyecto político, muerto no precisamente de muerte natural. La experiencia de las drogas, no solo en su sentido lúdico / recreacional, se vuelve fuerte y masivo (al menos para los parámetros previos) y aparece cristalizado en el mundo todavía algo under del rock. La sensualidad de esa práctica en algún plano resulta analogable a –y nos permite entrever mejor cómo es─ la masificación de lo sexual-explícito como forma de experiencia del sujeto.
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Algo está pasando. ¿Nadie sospecha nada del simple hecho de que las orgías (ya no tríos, sino verdaderos fiestongos con más de cuatro participantes) sean cada vez más comunes en el repertorio de lo sexual posible? ¿Qué decir de la noción de que no hay pregnancia alguna en el “reviente” sexual y que su episódica ocurrencia no inhabilita un simultáneo y genuino deseo de pareja estable? ¿Qué pasa con las miles y miles de parejas estables o efímeras que, con menos temor, producen porno casero y lo suben a las redes? Un proceso abierto hace décadas está cobrando una velocidad inusitada. ¿Esto es subversión de la moralidad burguesa y una forma de liberación de los cuerpos? ¿No le estamos comprando al mercado mundial el buzón de la “hipersexualidad”, verdadero lugar común de consumo masivo?
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La sociedad ha incorporado la idea de una sexualidad ahora reticulada y capilarizada hasta en los aspectos no eróticos de la existencia. Todo es porno. No solamente los perfiles en las redes sociales. Todo es explícito y consumible en un momento, en lo que dura un orgasmo. Pero claro, también lo decía Moura en los ochenta mucho mejor que Braudillard y compañía: Me puedo estimular / con música y alcohol / pero me excito más / cuando es con vos / siento todo irreal / cuando es con vos / siento todo irreal