Revista delatripa 5

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NĂşmero 5. Julio 2013

delatripa: narrativa y algo mĂĄs


Revista

Narrativa y algo más Número 5. Julio 2013. Es un proyecto de la Catarsis Literaria El Drenaje, editada en Mérida, Yucatán. Revista de circulación mensual. Dirigida por Adán Echeverría (romeolobos@yahoo.com.mx). Consejo Editorial: Angélica Santa Olaya, Alejandra Aké Sustersick, Joelia Dávila, Cristina Leirana, Roberto Cardozo, Jorge Manzanilla, Mario Pineda Quintal y Édgar Damián.

Contenido Agustina y los gatos Roger Vilar ......................................................... 3

serpiente Joelia Dávila .................................................... 61

Señales que precederán al fin del mundo,

Un sabio maya Cristina Leirana ............................................... 62

de Yuri Herrera Susana Mota López .......................................... 14

El retrato de Zoe y otras mentiras

El curioso caso de Tommy Luis Mendoza ................................................... 17

de Salvador Elizondo Susana Mota López .......................................... 65

La edición independiente hoy: ventajas,

El pensamiento esotérico en la obra de

dificultades y retos Mónica González Velázquez ............................. 19

Antonio Mediz Bolio José Juan Cervera ............................................ 69

Paralelo Alexander Tadeo Núñez .................................... 25

Cuaderno de un ahorcado Jorge Daniel Ferrera Montalvo ....................... 75

Una persona no encuentra al libro;

La última poeta Luis Valdez ........................................................ 78

el libro encuentra a la persona Benjamín Baeza Carrillo ................................. 27 El escritor como puerta de lo fantástico:

Nos vemos en el slam Mario Pineda Quintal....................................... 81

Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges Marillen Fonseca Analco ................................. 28 Todo sigue igual Adán Echeverría ............................................... 32 Doria Papire Mateo Alonso Ferrera ...................................... 36 K R E I S LA U F Ángel Fuentes Balam ........................................ 40 Tres narraciones Luis Alberto Guillen Melena ............................ 45 El almirante de la mar Océano Andrés Galindo ................................................. 48 El rey Fernando Sergio Osorio .................................................... 51 Niña piel de mariposa Luis Mendoza ................................................... 56 delatripa: narrativa y algo más

Imágenes portada e interiores de la Artista

Denisse Sánchez Erosa


Agustina y los gatos Fragmento de novela

E

dmundo empujó demasiado la carne y el molino le trituró el brazo. Unos reporteros de nota roja llegaron a la Central de Abasto y fotografiaron al hombre de sesenta años con el gran cilindro de acero colgando del torso. Gritaba mucho y no se desmayaba. El Escuadrón de Rescates y Urgencias Médicas lo llevó a la Cruz Roja en helicóptero. Con una sierra cortaron el metal, lo abrieron, salió el amasijo de huesos y venas y Edmundo murió desangrado. Al mismo tiempo, en la bodega de carnes, uno de los reporteros encontró un dedo. Era la primera vez que veía carne humana y lo alzó hasta un foco. Se asombró ante el color rosa claro. En ese instante llegó una gorda de tez morena, pelo canoso, despeinado, y se presentó como Agustina, esposa de Edmundo. "¿A dónde se lo llevaron?" "A la Cruz Roja que está en Polanco, señora; señora, señora... Mire, aquí tengo uno de sus dedos". Agustina arrebató el despojo. La carnicera le dio veinte pesos, lo correspondiente al medio día trabajado por Edmundo. "No puedo darle más, y eso que soy buena, el pendejo de su marido me descompuso el molino de carne. Ahora tendré que comprar otro. Pero mire, hay que hacer la caridad, cuando quiera puede revolver en mi basura y llevarse los desperdicios". Agustina no contestó. Estaba confundida. No recordaba cómo llegar a la Cruz Roja. Pensó en tomar un taxi, pero veinte pesos no alcanzaban. Avanzó pidiendo limosna. Nadie le dio dinero. Abordó un microbús al azar y al cabo de unos minutos bajó en la estación Pantitlán. Se sumergió en la masa de obreros, vagabundos, delincuentes y amas de casa que traspasaban

Roger Vilar los torniquetes. Salió en la estación Polanco. Al llegar a las bolsas Louis Vuitton se sentó en la acera y se quitó los zapatos. En los calcañales la piel ampollada se había reventado y la carne estaba al descubierto. Un empleado le ofreció dos pesos para que se fuera y no ahuyentara clientes. Agustina no lo oía. Pensaba en lo solo que debía de estar Edmundo y lloró. Sacó el dedo. Lo lanzaba con una mano y lo recogía con la otra. Si fallaba se golpeaba la cabeza. El empleado guardó el dinero. "¿Qué quiere señora?" "Se llevaron a mi esposo a la Cruz Roja". "Equivocó el rumbo, señora, está en Ejército Nacional, váyase por esa calle". Se marchó con los zapatos en las manos. Unos perros olfatearon las llagas de sus pies. Sobre la carne viva sintió el calor de las lenguas. La mordían. Irrumpió una patrulla. Los policías la llevaron a la Cruz Roja. Sacaban, en ese momento, el cadáver de Edmundo. "¡Edmundo! ¡Creo que ése es Edmundo!" Las dos camillas se cruzaron y Agustina abrazó el otro cuerpo. "¡Oiga, oiga...! ¿Qué le pasa, eh? ¡Suelte a ese viejo!" No obedecía y dos hombres se lo quitaron de los brazos. Al despertar de la anestesia por lo primero que preguntó fue por sus zapatos, pues no tenía otros, y le preocupaba estar descalza en el velorio. Le dijeron que al salir se los darían. Pidió su delantal, sacó el dedo de Edmundo y comenzó a acariciarlo. Los médicos y las enfermeras pensaron que se trataba de uno de esos juguetes de terror que venden el día de muertos. delatripa: narrativa y algo más

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2 El frío se colaba entre las tablas, palos y cartones trayendo el sempiterno olor a excremento, meados y humo de marihuana. El velorio y el entierro de Edmundo habían cansado a Agustina. Se acostó a las dos de la tarde y se durmió al instante. Al despertar creyó estar ante una fotografía mal tomada. Todo era borroso. Le dolía la cabeza y el estómago, tenía calambres en los miembros lacerados. Probablemente hacía cuarenta y ocho horas que no comía. Echó a rodar su cuerpo gordo hasta un bulto de ropa. Encontró la dirección de sus hijos en Estados Unidos, pero las letras estaban desfiguradas por la última inundación. No podría avisarles de lo que había pasado con Edmundo. Sintió deseos de orinar y dejó escapar el líquido sin subirse el vestido. Al atardecer defecó en su calzón lleno de hoyos. Desde afuera protestó una voz. "¡Que pestilencia, Virgen Santa! Ya se cagó la vieja, cómo apesta. Vámonos. Vámonos. Vámonos. Vamos... Vamos... Vamos a entrar. No, entra tú. Nosotros nos vamos, entra tú". El aire se llenó de truenos diminutos cuando una mano apartó la cortina de polietileno y entró a la choza. Depositó una cazuela con agua y un plato con tripas de pollo cocidas. A Agustina le parecieron un amasijo de lombrices blancas. No dio las gracias. El mareo aumentaba. Cerró los ojos y mientras se dormía decenas de gusanos descoloridos bailaban en su cabeza.

3 Una mancha oscura cruzó frente a Agustina. Ella la persiguió estirando el cuello, chocó contra un plato y la vista se le aclaró. Era un gato enclenque y sarnoso. Compartió 4

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las tripas con él. Juntos bebieron agua de una cazuela. "Te vas a llamar Edmundo y te vas a quedar aquí", le dijo Agustina. Se quitó el calzón que contenía el excremento reseco y tres gatos más entraron a la choza. "Ustedes se llamarán Juan, Agustín y Alberto, como mis hijos". Los animales la miraron con ese destello de falsa inteligencia que tienen los gatos en los ojos. Agustina imaginó que le reprochaban un olvido. Extrajo del delantal el dedo de Edmundo, lo sepultó debajo de la mesa, y puso una piedra encima. Juan intentó removerla. Las tripas no los habían saciado. Debía conseguirles algo de comer. Recordó que la dueña de la carnicería le había dicho que podía buscar en la basura. Agustina retiró las vendas de sus piernas. Las heridas no se abrieron. Transitó por el pasillo que separaba las dos hileras de chozas y salió a la calle con la mano extendida. De un empujón la lanzaron a la avenida. Un coche casi la arrolla. "¡Cabrona! ¿Estás loca?", gritó el chofer. Agustina volvió a la acera. La esperaba un viejo encorvado. La barba sucia le llegaba al pecho. Vestía un frac raído y un sombrero de copa. "¡Nadie puede pedir limosna sin mi permiso!", gritó el anciano. "¡Si pides tienes que darme la quinta parte!" Agustina huyó. Tres cuadras después, junto a una pared llena de grafitis que representaban al Ché Guevara, al cantante de Tacuba, a Emiliano Zapata, y al Dalai Lama, se detuvo. Su rebozo cayó al suelo partido en dos por una navaja. El viejo le puso el arma en el cuello. "De todo lo que te den tienes que entregarme la quinta parte." Ella asintió para salvar la vida. Se sentó en la acera y quedaron al descubierto las mordidas de los perros. Una pareja al verla tan lacerada le dio cinco pesos. "Me corresponde uno", dijo el viejo. Agustina


se lo entregó. "Ahora debo llenar tu alta como pordiosera". El esperpento sacó un formato donde anotó la dirección y el nombre de Agustina. Ella, con los cuatro pesos que le quedaban, tomó un microbús hacia la Central de Abasto.

4 Lidia escupía colérica. "Oiga, oiga…", llamó Agustina. La carnicera clavó el cuchillo en el mostrador. "Lidia, Lidia, Lidia..." "¿Quién es usted, señora? ¿Qué quiere? Si viene a pedir, váyase, no tengo nada que dar, pinche gente que no trabaja y quiere vivir de los demás". "Lidia, Lidia, usted me dijo hace unos días que podía venir a buscar cosas en su basura". "Ah, claro, ya me acuerdo, usted es la mujer de ese pendejo de Edmundo. ¿Se murió o no? Si no se murió le advierto que me tiene que pagar el molino que descompuso. Y que no se esconda, porque lo saco de abajo de la tierra". "Ahí está, señora Lidia". "¿Cómo?" "Que se murió, señora Lidia, y vengo porque usted me dijo que podía buscar en la basura". "Ah, sí. Pero mejor mañana, ¿no?" "Ay, señora, no sea mala, es que ellos tienen hambre". "¿Ellos? ¿Quiénes son ellos?" "Mis nietos", mintió Agustina. "¿Y la madre? Seguro se fue de puta. Bueno, bueno, pase allá atrás, por esos escalones". Agustina bajó con cuidado. Pellejos podridos, cebo, astillas de huesos y otras carroñas difíciles de clasificar cubrían el suelo resbaladizo. Cientos de moscas volaban. Sacó una bolsa de plástico y empezó a llenarla de vísceras hinchadas. Tomó un hígado agusanado, un gran rollo de tripas y una cabeza de puerco. Abrazó el bastimento, la piel muerta y fría del hocico del cerdo le rozaba los labios. Besó la lengua tiesa y miró con cariño los ojos opacos del cadáver.

5 Los gatos maullaban de hambre. Agustina cortó un pedazo de hígado para ella, y el resto de la bolsa lo vertió en el suelo. En ese momento entraron treinta y cinco gatos más. No podía echarlos, tal vez eran amigos de Edmundo, Juan, Agustín y Alberto. Apagó la luz y ellos la cobijaron con sus cuerpos. Al amanecer vio que los animales lamían la tierra en busca de más vísceras. Debía pedir limosna para alimentarlos. Fue a la estación Balderas y descubrió que tenía muchos competidores. Un hombre sin brazos ni piernas, más bien un torso regordete del que colgaban piecitos flacos y manitas inútiles, chillaba y sacaba la lengua para señalar un plato donde debían echar las monedas. Una india sucia, con una teta afuera, extendía la mano, y unos diez chiquillos, sus hijos, corrían por doquier pegándose a los pantalones y faldas de los transeúntes. No hablaban español. Sólo se les entendía: "un peso, un peso..." El lisiado y la india monopolizaban la compasión. Y eso sin contar a los hombres y mujeres harapientos, inmóviles, con carteles colgados que proclamaban: "soy ciego; soy sordomuda; tengo cáncer; me estoy muriendo de SIDA; espero un transplante de riñón; soy diabético; padezco esquizofrenia y mis familiares me ponen aquí; me cayó una viga de una tonelada en el pie; me violaron y perdí el trabajo; soy maniaco sexual y me corren de todas las empresas por andar tocándole los testículos al director general". Agustina no había traído ningún tipo de publicidad. Buscó un escalón vacío y extendió la mano.

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No prosperaba, la gente no la compadecía. Al cabo de varias horas un aguacero hizo huir a la mayoría de los mendigos. A Agustina la lluvia le apelmazaba el pelo contra su cara gorda: mechones blancos chorreando suciedad, las tetas, de pezones grandes y deformes, se marcaban bajo el vestido mojado. Cayó la costra de las mordidas, aparecieron surcos blancos en sus piernas. Se abrieron y sangraron. El aspecto de rata obesa y moribunda que le daba la lluvia condolió a los transeúntes. Agustina empezó a recibir dinero. Cuando terminó el aguacero tenía cincuenta pesos. Ahora no sacaría comida de la basura, la compraría. Bajó las escaleras rumbo a los andenes. El torso regordete del que salía una cabeza, dos piecitos y dos manitas, continuaba chillando y sacando la lengua. Tenía una montaña de monedas en su plato. Agustina se sentó en el último vagón. Segundos antes de que se cerraran las puertas entró el viejo del frac y le propinó una lluvia de bastonazos. "¡Perra, perra! ¡Dame el dinero, los diez que me corresponden y treinta por no cumplir con mis órdenes!" Los pasajeros corrieron hacia el otro extremo del vagón para no convertirse también en víctimas del asaltante. Agustina tiró el dinero al suelo, el viejo lo recogió y se bajó en la siguiente estación. La gente volvió a ocupar sus asientos y ella empezó a llorar porque otra vez tendría que llevar carroña a su familia y a sus amigos.

6 En la Central de Abasto la rebasó una sombra negra. Agustina identificó al viejo del frac y caminó con pasitos cortos y temblorosos. Le dolía la cabeza, olvidó que todos los seres humanos se alimentan, y pensó en 6

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varias excusas para justificar su deseo de comer si el esperpento la sorprendía. "Perdone, perdone, la verdad me da hambre muy seguido, tendré que ver como me quito esa mala costumbre, pero perdóneme, perdóneme. Si lo ofendo prefiero no comer, ya me voy, eh, ya me voy, creo que lo normal es que coma mañana, no hoy, o pasado mañana…" También pidió perdón a Dios y estaba pensando en que penitencia debía aplicarse cuando vio que en el local 45B Lidia hablaba con el viejo del frac. Agustina no expelió el aliento. El aire parecía inflarle de dolor las neuronas. El viejo hablaba. "No, ya no regale esa basura, véndamela, yo la mando a lavar bien, y la surto en mis taquerías, la gente ni cuenta se va a dar". "Pero, oiga, me van a meter presa, eso está prohibido". "Nadie la va a denunciar, es mejor que reciba unos pocos pesos por esa basura a que la regale". "Bueno, ándele, pero pague primero". Entregó dos bolsas llenas de monedas a Lidia. "Y... ¿Cómo se llama usted, señor?" No hubo respuesta. Unos muchachos entraron al basurero y cargaron un camión con todas las inmundicias. El viejo del frac se fue con ellos. Agustina vigilaba detrás de una carga de papas. Casi una hora después se atrevió a salir. La carnicera fingió no verla. Agustina bajó los escalones. Escuchaba en su mente lo que podría suceder en el próximo segundo. "¡Vieja ladrona! ¡Salga de mi basura! ¡No me venga con sus hipocresías de que quiere comer!" Pero no se produjo el grito. En el piso sólo quedaban unos pedacitos de carne tan podrida que más bien eran meollos grumosos de los que, como arterias, salían racimos de gusanos. Los recogió y salió muy despacio, pensando que Lidia no escucharía sus pasos.


7 Los gatos maullaban de hambre. "Ya, ya voy a cocinar lo que les traigo. Edmundo, no empieces a decirme majaderías como siempre. Lo único que te digo es que hoy no vamos a comer bien". Bastaron pocos minutos para que las bolas de gusanos se cocieran. Los gatos no se saciaron. Rodearon a Agustina, le arañaban las piernas, volvían a sacar sangre de las mordeduras de los perros. Otros intentaban profanar la tumba del dedo de Edmundo. Ya habían quitado la piedra y cavaban. Ella los apartó y sacó el miembro, ahora estaba reseco como una garra prieta. Lo echó al bolsillo de su delantal. Los gatos continuaron desgarrándole las piernas. Agustina huyó de la casucha. Ya era tarde. Quizás medianoche. Nadie deambulaba. Los vecinos dormían sucios y agotados. La puerta de Luisa no tenía cerrojo. Empujó con suavidad. Se escuchaban gemidos. Muchos aseguraban que saciaba los apetitos sexuales de sus cuatro hijos. Robó una olla llena de muslos de pollo para sus gatos. Mientras comían atravesó el dedo de Edmundo con una aguja de talabartero, le pasó un cordel y se lo colgó al cuello. Apagó la luz. Los gatos se acurrucaron en los rincones; Edmundo, Juan, Agustín y Alberto junto a ella. Le habló a Alberto. "Qué bueno que volviste de Texas". No hubo respuesta y se durmió.

8 Una lluvia de golpes en la cabeza la despertó. Frente a ella estaba el esperpento del frac esgrimiendo un bastón. "¡Vamos, vamos, vieja puerca, vete a trabajar para mi o te mato!" Agustina quería encontrar excusas.

Tartamudeaba. Pensó en decirle que el pollo que robó le había dado demasiado sueño. Pero no, se enojaría al enterarse que ella había comido. Y mientras buscaba otro pretexto recibió otros bastonazos en la cabeza. "¡Vamos. Vamos. ¡Qué esperas? Vete a pedir limosnas para mi." Aturdida recordó la táctica de la india. Era mejor llevar niños para pedir. "Ya voy, ya voy, señor, perdóneme. Le aseguro que hoy voy a pedir mucho. Ya no me pegue por favor". "Entonces tienes cinco minutos para irte a trabajar". Agustina salió a las calles oscuras con el dedo del muerto colgado en el cuello. Ella y sus gatos semejaban una procesión y los madrugadores huían a su paso. Maullidos feroces hacían las veces de letanías; y el incienso era el hedor a mierda, meados y manteca rancia de Agustina. Los seguía el viejo del frac. Llegaron a la estación Balderas. De una camioneta viejísima y oxidada dos hombres robustos bajaron al torso con cabeza, piecitos y manitas y lo pusieron en los peldaños con su plato. "Oye, Lenguón, de aquí no te recogemos hasta que tengas trescientos pesos". "¿Ya oíste?", le dijo el viejo del frac a Agustina. "Tus cincuenta pesos son una chingaderita, cien o no te dejo ir. Eh, Eh, ¿a dónde van?", les dijo a los de la camioneta. Ellos pusieron cara de resignación y le entregaron unos billetes.

9 Chillaba el tullido, sacaba la lengua con desesperación, señalaba el plato. Las limosnas iban para él. Agustina se frotó las piernas con un hueso de pollo. Los gatos la arañaron. La sangre empapó su vestido y corrió por los delatripa: narrativa y algo más

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peldaños. Pidió a gritos y atrajo más miradas que el tullido. Le daban moneda tras moneda. Cuando llegó la india andrajosa con su tribu de niños flacos vio que el campo de batalla había cambiado. Los gatos saltaban en el lugar que ella solía sentarse. Intentó espantarlos, pero los felinos arañaron a un niño y le quitaron una torta de chorizo. La mujer con su hijo ensangrentado corrió pidiendo socorro en su mezcla de otomí y castellano. A Agustina las monedas le seguían lloviendo. Ya tenía cien pesos. Tendría que darle cincuenta al viejo, si no la volvería a golpear. Los guardó bien para no gastarlos y pensó en comprar comida para su familia con el resto. Al ponerse en pie escuchó algunas sílabas mal pronunciadas, como si el que hablara estuviera sorbiendo sopa y la lengua se le enredara en los fideos. "Oooye, no e vaías, viejo va matar." Era Lenguón, sacaba su enorme apéndice bucal y movía una manita. "No e vaías, viejo va a matar". "Ya le guardé su parte, y ni aunque me estuviera muriendo de hambre le toco un centavo a ese señor", le dijo Agustina. "No e vaías, él es el que dice cuando nos podemos ir; hazle caso, es ueno, nos deja una partecita de la limosna". Agustina titubeo ante la posibilidad de otra golpiza. Se palpó la cabeza llena de chichones, sin embargo le preocupaba muchísimo que su marido y sus hijos no hubieran comido. Lenguón volvió a hablar "Yo empre toy uscando como contentar más a iejo. No uuuedo caminar, si no me pone aquí me muero de hambre. Aemás, tengo que darle comida a mi esposa". "¿Tienes esposa?" "Siii, es Iega, con eeesta engua la onquiste. Soy Enguón el conquistador. Ella abe las piernas y me dice enguón, eeenguón, eeenguón, quieo eeeeeeenguón". El lisiado se entusiasmó con sus recuerdos sexuales. Improvisó una rumba. 8

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"Eeenguón, quieo eeeeeeenguón". Movía el tórax inflado y las minúsculas extremidades. La gente se aglomeró alrededor de él y lanzaron monedas. Unas muchachas palmeaban. Seguía la rumba. "Enguón, eeenguón, eeenguón, quieo eeeeeeenguón".

10 Agustina se fue al Mercado de la Merced. Al llegar olfateó el sempiterno olor a alcantarillas y a perfume de prostitutas. Eran mujeres feas, famélicas o insólitamente gordas. Traían minifaldas negras hechas con encajes baratos. Se transparentaban sus nalgas celulíticas y apretujadas. Traseros deformes, más parecidos a un costal de papas que a los glúteos de una mujer deseable. Llamaban a los hombres, (obreros, cargadores, indigentes, o viejitos que acababan de cobrar su pensión) con gestos obscenos, apretándose la vulva o imitando con los labios y la lengua los movimientos de una felación. Agustina ya se disponía a cruzar hacia el mercado, cuando de uno de los hoteles, abrazado a una prostituta de pelo teñido de rubio y grandes ojeras, salió el viejo del frac. Agustina tembló. Según Lenguón acababa de cometer una falta: irse sin permiso de Balderas. Tal vez como castigo le quitaría todo el dinero. Vio una puerta abierta y entró con su bolsa llena de gatos. Bajó una escalera. Terminaba en un sótano en penumbras. Una cañería rota regaba mierda y meados. Conversaban en lenguas indígenas, se mezclaban el náhuatl, el otomí, el mixteco, idiomas mayas, palabras incomprensibles. Sonido de botas. El viejo tal vez ya la tenía a la vista. Una gran cantidad de ratas, grandes como conejos, pasaron. Agustina huyó sin rumbo fijo. Sus pies chapotearon en el agua con excrementos. El espacio estaba dividido por sábanas que


colgaban de sogas. En cada recuadro vivía una familia de indígenas. A los niños los ponían sobre cajones, mientras las mujeres, a la luz de las velas, elaboraban las artesanías que luego venderían en la calle. Las ratas mojadas eran la compañía de aquella gente. En completa tranquilidad algunas roían inmundicias junto a las tejedoras. Los gatos de Agustina, excitados por el olor de los bichos, escaparon de la bolsa. Intentó perseguirlos y fue a parar a una de las divisiones del sótano. Se le enfrentó una mujer con cara de rabia y empezó a golpearla. Era la madre del niño arañado. Agustina huyó a la parte seca del sótano. Un bastonazo en la espalda por poco la derrumba. "Echa mis cincuenta pesos, y otros veinte de multa por intentar rehuir tus obligaciones" El viejo del frac esgrimía su bastón. Agustina pensó en dárselo todo. No quería escucharlo diciendo que ella y su familia estaban acostumbrados a comer mucho y eso era un pecado. En su nerviosismo se le cayó el dinero. El viejo recogió setenta y se quedó quieto. Agustina sintió que la vida dejaba de interesarle. Sólo ansiaba que un sólo día fuera cómodo: entregar el dinero a aquel señor, y, sin que la golpeara, comprar el pescado suficiente para su familia, no recogerlo de la basura. ¿Era demasiado pedir? "Si", le respondió a sus pensamientos el viejo y le hizo un corte en la mejilla para que viera que no jugaba. "El otro será en el ojo. Tienes que aprender de Lenguón, acaba de inventar una rumba y en estos momentos ya ha ganado mucho dinero, suficiente para pagarme a mi y comprarle un regalo a su esposa". Se fue el viejo. Ella salió del sótano. Los gatos la siguieron.

Otra vez era tarde y no tenía comida para Edmundo, Juan, Agustín y Alberto. Dirían que era una mala madre y una mala esposa. No tenía suficiente dinero para comprarles alimentos a todos. Limosneó unos pesos, pero se los quitaron unas putas. El cansancio impidió que las persiguiera. El viento le levantó el pelo blanco y ella, tomando el dedo de Edmundo, apuntó a las meretrices que escapaban. Sus imágenes se empequeñecieron hasta desaparecer cuadras más adelante.

11 Ese día Agustina salió sin gatos. No la quisieron seguir. Ronroneaban y perdían el tiempo dentro de la choza. Llegó al pasillo de carnes. Lidia recibía dinero de un peón. Los otros trabajadores raspaban hasta los gusanos. Agustina intentó apoderarse de la última tripa. Una pala golpeó su mano. "Dame eso", le dijeron. Los retó con escupitajos, pero no pudo impedir que cuatro hombres le abrieran los dedos y la despojaran de la carroña. Todavía mordía y arañaba cuando la izaron hasta el pasillo. Gateando alcanzó la carnicería de al lado. Allí, en otro camión, empezaban a cargar las inmundicias. Fue a ver a un pollero y le rogó que le diera los desperdicios. "No, un señor me dijo que me los compraba mañana". Con pasitos lentos y cortos Agustina enrumbó hacia la basura de los verduleros. Intentaba eludir a los cientos de cargadores acelerados: "¡Ahí va el golpe! ¡Ahí va el golpe!" Mas era pobre el surtido de sus pequeños pulmones para mover tamaña gordura. "¡Señora, ahí va el golpe!" El grito la exprimía. Una carretilla la derribó, casi la sepultan las mazorcas. Como una araña obesa intentaba salir de la montaña de maíz. "¡¡Ruca, idiota, pendeja!! ¿Cómo se delatripa: narrativa y algo más

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le ocurre ponerse en mi camino, señora taruga?" La rabia mordía en los ojos del cargador. Agustina empezó a recoger los elotes, pero se volvían a caer porque no sabía acomodarlos bien. Se confundió su mente. El sudor le anegó los ojos. Huyó. La perseguían los vituperios del carretillero. Ya los puestos de verduras estaban cerrados. ¿Cuánto tiempo habría pasado intentando recoger los elotes? Inspeccionó la basura. Aplastadas y mezcladas con fango vio lechugas, papas, zanahorias. ¿Aquello le gustaría a su esposo, a sus hijos? ¿Lo aceptarían la cantidad de amigos que desde hacía días pernoctaban en su choza? Los recogió de todas maneras. Con las manos embarradas de fango regresó a los túneles del metro. Las lozas grises, la pintura brillante y rugosa, los garabatos que pintarrajeaban los jóvenes, la multitud… todo parecía unificarse bajo la luz blanca y monótona de las lámparas que transformaban el mundo en una gota de plomo líquido. Le caía sobre la cabeza y le dolía el cerebro. Aunque los vagones avanzaban Agustina se creía en el mismo lugar, y lejos, muy lejos de ella, sus hijos hambrientos estaban encerrados en la choza. Morirían, pues aunque pasaban y pasaban las estaciones había perdido la esperanza de llegar a algún lugar. Al cabo de una hora con la mirada fija en las paredes grises de los túneles, en los inmensos cables que corrían bajo tierra, escuchó una rumba lejana. "Enguón, eeenguón, eeenguón, quieo eeeeeeenguón". Seguramente se trataba del hombre parecido a una foca. Agustina se bajó del vagón. El concierto seguía. "Enguón, eeenguón, eeenguón, quieo eeeeeeenguón". Por lo menos cien 10

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personas rodeaban al rumbero. Sudaba como un cerdo en un asador. Detrás de él estaban los hombres que lo trajeron en la camioneta. "Sigue, sigue", le decían, "no te pares, que hoy estamos haciendo una fortuna". Ño, Ñooo uedo más, e oy a morir". "Sigue o esta noche te rompemos la madre a golpes". Al oír aquello tembló y siguió vociferando: "enguón, eeenguón, eeenguón, quieo eeeeeeenguón". Agustina le dijo que descansara un rato y ella cantaría. "Ñoo, ño, ienen palo, me pegan en cabeza, en baiga, en epalda, en cara, duele ucho… Enguón, eeenguón, eeenguón, quieo eeeeeeenguón". La gente bailaba con furia. Agustina empezó a bailar también, pensó que eso atraería más público y así le correspondería una parte de la limosna. Uno de los cuidadores de Lenguón le pasó un pandero. "Enguón, eeenguón, eeenguón, quieo eeeeeeenguón". El dueto de aquel tonel pestilente danzando al ritmo del pandero y las muecas del cantor tullido prendió a la gente, bailaron con más frenesí, y lanzaron más monedas. Pero todas iban a parar al cacharro de Lenguón, tal vez pensaban que él era el director musical. De pronto el enorme tórax cayó al suelo: salía sangre de su boca. La gente se quedó paralizada sin saber qué hacer. Pero uno de los cuidadores de Lenguón sacó una grabadora y la puso a todo volumen. "Enguón, eeenguón, eeenguón, quieo eeeeeeenguón". "Soy un hombre previsor, lo grabé todo", dijo orgulloso de su perspicacia. Agustina se agachó para ayudar a Lenguón. Balbuceaba. "Ile, iile a ellaa, que la amé, que nunca le di el enguón a otra mujer". "¿A quien, a quien le digo?" "A, a Iega, la que no ve, a mi esposa". "¿Cómo se llama? ¿Dónde la busco?" "Ño iene ombre, cuando nació la iraron a la caie, pegunta por Iega..." Una mano levantó a Agustina. "Déjate de compañerismos y ponte a bailar, que estamos perdiendo dinero".


Agustina tomó el pandero y volvió a danzar. Sentía que ya no podía más, que sus pequeños pulmones no lograban alimentar las grandes lonjas de grasa. Los cuidadores atendieron a Lenguón, le dieron suero oral y unas pastillas energizantes y lo devolvieron a la posición vertical. Ahora sacaba la lengua, pero no cantaba. Era un truco para mantener el espectáculo. Sin embargo ya era muy tarde y la mayoría había decidido marcharse a sus casas. Quedaban unos diez jóvenes que no daban dinero. "Esos son unos muertos de hambre, vámonos". Alzaron a Lenguón por los brazos y echaron las lomas de monedas en grandes bolsas. "¿Y mi parte?", preguntó Agustina. "¿Cuál parte? Eres una aprendiz. Lenguón lleva aquí treinta años, y ya en el primer día quieres que te paguemos, por eso no sales de pobre, por avariciosa". "No, no soy avariciosa, vine a que Lenguón me prestara dinero. ¡¡ Por favor, Lenguón, préstame de tu parte!! ¡¡Tengo que comprarle comida a mis hijos!!" "Cállate, loca". Le quitaron el pandero. El lisiado, desmadejado, sólo acertaba a decir: "iiiero, iieeero comparle un helado aaa la Iega, a amor, iiero..." Lo callaron de una bofetada y la camioneta oxidada partió a gran velocidad por las avenidas.

12 En las inmediaciones de su vecindad Agustina tropezó con un cuerpo. Era Alejandro, uno de los hijos de Paulina. Estaba drogado, al lado tenía unas latas. Ella las revisó por si había comida. Sólo halló un olor penetrante que le llegaba hasta el cerebro. Dejó atrás a Alejandro. Mareada entró a la

choza. Fulgía una invasión de ojos. Prendió el foco. Sobre la mesa estaban Edmundo, Juan, Agustín y Alberto, pero el número de amigos había aumentado. ¿Serían cincuenta? ¿Serían ochenta? ¿Doscientos? Agustina entregó las verduras. Los animales se acercaron en tumulto, olieron las coles y maullaron con desagrado. Edmundo rasgó el aire con un zarpazo de protesta. "¿Qué quieres que haga? Ya tú no trabajas, y para colmo traes a todos tus amigos a la casa", dijo Agustina. El animal saltó a su hombro y le clavó las uñas. Juan, Agustín y Alberto bajaron de la mesa, se irguieron contra ella. Los otros la sitiaron. "¡Edmundo, Edmundo, perdóname. Defiéndeme, eres mi marido. Ya veré que puedo hacer, les buscaré una comida mejor". Quitó al gato de su hombro y con sumo cuidado lo volvió a colocar en la mesa. Se acercó al gran montón de ropa vieja. Inquirían sus movimientos más de cien ojos rutilantes. Tomó varias camisas. "Perdóname, Edmundo, pero tengo que hacerlo". Las rasgó, hizo tiras, las unió con nudos, y las torció hasta lograr una soga de cinco o seis metros de largo.

13 Agustina empuñaba el cuchillo de sierra. Sólo se escuchaba el rugido de los traileres que pasaban por la avenida. Alejandro seguía dormido. Le echó más solventes en la nariz. La corriente de moléculas idiotizantes entró al cuerpo, lo arrancó del estado simiesco, y le dio la consistencia mental de una larva. Agustina le amarró las piernas, el torso, los brazos, y lo arrastró hasta una arboleda. Le puso el cuchillo en la muñeca. No, era muy poco, tenía demasiados invitados. Además, se quejarían, era una parte con poca carne y delatripa: narrativa y algo más

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demasiados huesitos. Debía darles una mejor comida. Puso el cuchillo a la altura del codo. No, tampoco. Aquel muchacho era desnutrido, parecía una lagartija tatuada. Pasó la hoja de acero al hombro. Era una buena carne, pero el cuchillo estaba mellado, y se trababa en los remolinos de pellejos, venas y nervios. Alejandro abrió los ojos. Aunque estaba muy drogado empezó a gritar. "¡No, mamá, no me quemes". Quizás en sus alucinaciones confundía el descuartizamiento con los métodos educativos de su madre. Agustina se enojó al darse cuenta que un vecino no quería ayudar para el sustento de su familia. Era ingrato, de niño ella le regalaba paletas. Con un extremo de la cuerda le amordazó la boca. Siguió cortando. La tarea era muy difícil, había llegado al hueso y éste ofrecía mucha resistencia. Además, Alejandro se meneaba como una lombriz. Se levantó bañada en sudor. Tomó una piedra y le pegó al mango del cuchillo aplicando la punta en el lugar donde el húmero se liga a la clavícula. Alejandro arqueó el cuerpo y saltó como un resorte. Huía rodando. Agustina guardó el cuchillo en el delantal. Alcanzó a Alejandro. Apretó aún más la mordaza. Lo remolcó hasta su choza. Los gatos se lanzaron sobre la sangre. Ella los apartó de un manotazo. Tenían que respetar las buenas costumbres. Subió a la mesa el cuerpo enclenque, buscó tres sábanas, lo ató muy fuerte y le desolló el brazo. La piel la guardó en su delantal. "Bueno, a comer. A ver, Edmundo, ¿cuándo haz comido tanta carne?, Y ustedes hijos, ¿ya ven que su madre los quiere mucho?" La piel del amordazado casi se rompía ante el empuje de sus costillas que retenían el aire de terribles gritos. Con la cabeza golpeó la madera. Agustina parecía no oírlo, miraba el cuchillo pintado de sangre. "Tanto que sufrí cuando se fueron, cada día revolvía las ropas viejas de ustedes, hundía 12

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mis manos en sus calcetines rotos… Agustina movió sus manos ante su rostro intentando apretar cuerpos de aire. Luego se golpeó los cachetes y soltó una carcajada. "Ya veo que están hartos, conque a dormir. Apagaré la luz. Amigos, acomódense ahí, donde puedan". Alejandro arqueaba el cuerpo. La mesa se volcó y quedó con ella encima. Sus mugidos bajaron de volumen. Agustina dio órdenes. "Ya duérmanse. Ya comieron, ya bebieron, y para mañana tenemos ración. En la oscuridad sus ojos se cerraron. Llovió sobre la Ciudad de México. Se filtraba a chorros el agua y caía en su panza satisfecha.


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Señales que precederán al fin del mundo, de Yuri Herrera Susana Mota López

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e puede decir que esta obra del siglo XXI, sigue la misma pauta de "novelas norteñas" o "novelas del norte" para recrear la narrativa de Yuri Herrera con el tema de la huida y la búsqueda, la vida y la muerte, y el empleo del lenguaje norteño. Sin embargo, introduce al lector en otra clase de pesquisa en un periplo a través de ciudades de sur a norte, con una amalgama de mito prehispánico al titular los nueve capítulos en un extraño razonamiento analógico con los también nueve niveles que conducen, a través de avatares, en el camino hacia el inframundo nombrado Mictlán -la tierra azteca de los muertos, y donde toca de soslayo el tema de la inmigración, del narcotráfico, del uso del lenguaje fronterizo y de una despedida y bienvenida de identidades empleando recursos literarios. ¿Cuáles son esas señales que antecederán al fin del mundo? ¿De qué mundo Herrera está hablando? Herrera se refiere a unas señales que en cada capítulo describen, durante ese trayecto, a Makina, el personaje principal, quien comprende y reconoce la necesidad de una restructuración de su propia personalidad, de ser quien dice ser con sus expresiones, de ser lo que el personaje femenino siente sobre lo que le toca vivir y presenciar, de lo que ella también huye, mas el propósito de su huida es el recorrido que disfraza de su inconformidad ante la pobreza de su entorno, y por lo cual emprende la búsqueda de la personalidad inexplorada y la identidad cuestio-nable. Las señales son los nueve capítulos de la narrativa y los nueve planos al inframundo prehispánico:

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1. La Tierra Donde se pasa el río 2. El pasadero de agua Lugar donde los cerros chocan entre sí 3. El lugar donde se encuentran los cerros Cerro de navajas 4. El cerro de obsidiana Lugar del viento de obsidianas 5. El lugar donde el viento corta como una navaja Lugar donde hacen mucho ruido las banderas y los cuerpos flotan 6. El lugar donde tremolan las banderas Lugar donde la gente es flechada 7. El lugar donde son comidos los corazones de la gente Lugar donde el jaguar se come el corazón de la gente 8. La serpiente que aguarda Lugar donde se enceguecen en el camino de la niebla 9. El sitio de obsidiana, donde no hay ventanas, ni orificios para el humo Mictlán, "es la región de los muertos". Como se observa, hay similitud entre estos nueve lugares, mas no son paralelos; son recorridos por el personaje femenino y, lo análogo se vislumbra en las vicisitudes que se le van presentando en cada capítulo: principia con un terremoto en un lugar equis, el paso del río Bravo o río Grande, el trafique de cocaína de los capos del narcotráfico tanto de uno y de otro lado de la frontera, el recorrido por los cerros escarpados y escabrosos, el desierto fronterizo pleno de céfiros,


y las banderas mexicana y norteamericana que ondean orgullosas sin recato; el país gringo que engulle a los inmigrantes, hasta culminar en el pozo profundo de lo ignoto, en el plano de la desconocida identidad, en la dimensión del inframundo. Y éste es el mundo del que Herrera se vale para narrar la vida azarosa de una muchacha llamada Makina -el nombre me remite a pensar en una "máquina" como proyecto del imaginario del escritor. Makina va en busca del hermano que se fue del terruño miserable por una quimera de herencia, y Cora, su madre, le da la encomienda: su primera opción es regresarlo. Ella empieza su itinerario desde su pueblo donde la única vía de comunicación con el exterior es la caseta de teléfonos que ella atiende, y por la cual ha aprendido a conocer las tres lenguas: la latina, la gabacha y la fronteriza -según la narrativa-, y que a final de cuentas le va a servir para defenderse. Se supone que este pueblo equis pertenece al estado de Hidalgo, y en la narrativa aparece como La Ciudadcita, de ahí sale a la ciudad de México, y Herrera lo llama El Gran Chilango, como El Gran Hermano de la ciudad de Nueva York, hasta llegar a los Estados Unidos, alias "El Gabacho", en la narración. Para lograr su intención tiene que hacerla más o menos de "mula" al pactar con los capos para conseguir la dirección de su hermano, pasar la frontera como "mojada", y defenderse de muchachillos libidinosos, aunque uno de ellos le ayuda a seguir los pasos del hermano. Contrariamente a lo que ella esperaba, el hermano también ha transgredido las leyes e involuntariamente, una familia le ha presionado a usurpar la identidad de un soldado de la milicia estadounidense que tiene que ir a la guerra, acepta primero por dinero, aunque reconoce la fantasía de la mentada heren-

cia, y segundo, por encontrar un medio para sobrevivir. Todos estos eventos conducen a Makina a descubrir la profundidad de su espíritu con "otro nombre y otro número" como dice Yuri Herrera. El autor juega con el lenguaje y con éste transmite las expresiones de la gente de la frontera con naturalidad y frescura para encontrar un sentido. Y para ello, principalmente, usa el cambio semántico del sustantivo "jarcha" que lo transforma en verbo. Término viene del árabe jarya que significa "salida" parte de una canción tradicional, en romance, que los poetas andaluces árabes escriben para cerrar o salirse de la muwáshyaha. En realidad, "la lengua de las jarchas es el mozárabe, dialecto románico hablado por los cristianos que vivían en la España musulmana y por los árabes bilingües. […]…las jarchas reflejan, directa o indirectamente; una tradición poética musical de tipo folklórico".1 Y estas cancioncillas de los siglos XI a XIII eran vocalizadas modestamente por muchachas enamoradas en tierra de moros, y por lo mismo, Herrera decidió que su personaje fuera mujer cuyo motor de búsqueda es el amor fraternal. El escritor tomó el significado de salida para darle sentido al cambio semántico que hizo de este sustantivo al verbo salir en varios enunciados a través de la narrativa: "Dio las gracias, el señor Dobleú dio el de qué mi niña, y jarchó",2 en lugar de salió. Otro también en pasado: "Makina dio las gracias y jarchó de ahí".3 En participio: "…ya se había dado la vuelta y había jarchado para no volver…"4 Con esta "salida" transmite el acto de la inmigración y el despegue de la identidad confundida: "Ni soy de aquí, ni soy de allá, ¿quién soy finalmente?" parece que, sin decirlo en la narrativa, Makina contagia al lector su disyuntiva.

1

María Teresa Miaja de la Peña, Literatura medieval española. México, UNAM, 2007, p. 4.

2

Yuri Herrera, Señales que precederán al fin del mundo. 1ª ed., col. Biblioteca portátil, 32, Cáceres, Periférica, 2009, p. 15.

3

Ibid., p. 24

4

Ibid., p. 32. delatripa: narrativa y algo más

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Otras singularidades en el tratamiento del lenguaje son: hay diálogos, pero dentro de la fluidez del discurso, no siguen la preceptiva literaria de marcar el diálogo en el intertexto. Es como si al leer la narración fuera con la velocidad del camión en que va Makina hacia su destino. Incluso los apellidos de los narcotraficantes son solamente una inicial o la fonética de una grafía. Los esbirros son nombrados conforme al número de calibre de la pistola que usan. En medio de estas divergencias, encontré un enunciado con una errata sintáctica: "A veces era gente de pueblos de por ahí la que llamaba y ella contestaba en lengua [sic] o en lengua latina",5 puede ser error del editor o un lapsus del escritor, pero también puede ser que se trate de una lengua híbrida entre los idiomas español e inglés. Porque el lector se pregunta ¿qué lengua?, para así buscar él mismo la respuesta a la interrogante. El escritor usa un localismo muy singular: "Buzos, que se los quieren chingar, yo que ustedes me buscaba otra persona…"6, para querer decir "abusados". De hecho, introduce una alegoría en el inicio del capítulo "El cerro de obsidiana", cuando Herrera describe con metáfora la nevada que sorprende a Makina en lo alto de una hondonada entre dos cumbres en la imagen de un columpio invisible: "Al llegar a la cima del columpio entre las dos montañas comenzó a nevar".7 También utiliza la palabra "bato" para designar a "muchacho": "El chofer respingó del susto, luego intentó recomponer su figura de bato duro, alzó la nariz…" 8 Varias metáforas aparecen en la

5

Herrera, op. cit., p. 20.

6

Op. cit., p. 40-41.

7

Ibid., p. 63.

8

Ibid., p. 64.

9

Ibid., p. 49.

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narrativa como: "Nomás una tira de cemento deshilachándose en medio de la tierra blanca"9 para expresar el desierto, y alguna otra como cuando describe el reglamento del juego de béisbol y luego dice: "un inmenso diamante verde" para denotar el campo de este juego popular en los Estados Unidos. En suma, el autor llama la atención del lector por el tratamiento inusual del lenguaje, con anomalías en la puntuación, en la sintaxis, en la semántica, mas el orden de la fluidez del discurso es novedosa, entendible, fresca, inquietante y se acomoda a nuestra época y a nuestra sociedad que sobrevive y busca cambios trascendentales en sus vidas azarosas de indocumentados.

Bibliografía MIAJA DE LA PEÑA, María Teresa, Literatura medieval española. México. UNAM, 2007. HERRERA, Yuri, Señales que precederán al fin del mundo. 1ª ed., col. Biblioteca portátil, 32,Cáceres, Periférica, 2009.


El curioso caso de Tomy Luis Mendoza

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os rayos del sol alumbraban las tejas de la casa, derretían lentamente el hielo atorado en el zaguán, y los petirrojos cantaban una melodía diáfana en las ramas de los árboles bañados de una ligera escarcha blanca y gris. Las ventanas y celosías estaban empañadas de un vapor que exhalaba la chimenea. Las nubes, clavadas en el cielo plomizo, parecían cuadros pintados de acuarela. El viento frío se precipitaba con velocidad en los troncos de los pinos. Había en el patio capas delgadas de hielo que llegaban hasta los tobillos, y la lámina de hielo transparente, de poco espesor, pero tal vez capaz de soportar el peso de un hombre, cubrían el agua estancada que vertieran las lluvias de otoño. Eran las nueve de la mañana cuando Tomy salió corriendo de casa para ir a la escuela. El cabello rubio le colgaba hasta sus mejillas ruborizadas en forma de tirabuzón. Traía puesto un abrigo almidonado a rayas, bufanda azul (su color preferido), zapatos negros de charol, pantalones cortos, y calcetines blancos de algodón. Cuando la campanilla de salida sonó puntual, guardó sus libros, metió su lapicera y se echó al hombro la mochila. Los rayos del sol hicieron agua a medida que las nubes recobraban el color blanco. Mientras caminaba en la banqueta alfombrada de una pequeña capa de escarcha, vio en un mostrador de juguetes un muñeco vestido de negro y con zapatos igualitos a los de él. Se detuvo a observarlo de pies a cabeza. El cabello lo tenía bien peinado, los brazos rígidos, pegados a las piernas, y los ojos fijos en el deambular infinito de los transeúntes. Tomy lanzó una

bola de nieve al mostrador. Sin embargo el muñeco permanecía inmóvil. Entonces Tomy sacó de su mochila papel y lápiz para dibujarlo. Al regresar la mirada, el muñeco ya no estaba en el separador. Sintió temor. No sabía si las piernas le temblaban del frío o por asombro; pero la curiosidad pudo más que su voluntad. Guardó la hoja de papel y entró a la tienda. Eran muchos los aparadores con muñecos de diferentes colores, tamaños y formas; la única similitud que tenían era que su mirada penetrante, inquisitiva, transmitía una sensación de sopor y malestar. La búsqueda comenzó por el estante de la izquierda; mientras avanzaba perdía la ilusión de poder encontrarlo. Al estar a punto de irse, un viento estrepitoso cerró la puerta, e hizo nadar a los muñecos hasta el techo. Tomy también nadó en un remolino de polvo y fue azotado contra el suelo. Después del cataclismo, abrió los ojos con lentitud; miró por todos lados, e intentó ponerse de pie; pero se dio cuenta de que sus movimientos ya no eran controlados por él, sino por una fuerza desconocida que jamás había sentido. Lo único que se supo de Tomy, en esa tarde de cielo plomizo, fue que su mochila apareció en una banqueta frente a una casa abandonada; los libros de escuela, la lapicera y una hoja de papel en cuyo centro estaba el dibujo de un muñeco con zapatos negros de charol.

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La edición independiente hoy: ventajas, dificultades y retos Mónica González Velázquez

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ablar de la situación actual de las editoriales independientes en México, es aparentemente sencillo. Vayamos pues, a analizar por partes un poco de la situación actual, desde distintos puntos de vista. "La cultura de un país dice mucho de ese país, pues es al mismo tiempo resultado y condicionante de la lectura de sus ciudadanos, y es indudable que el vigor de la edición independiente determina en buena parte la calidad de la riqueza de esa cultura". Acotando esta cita de Javier Santillán, doy pie para asegurar que la valoración del libro como objeto del conocimiento, ya es una mera leyenda urbana; pues se edita cada vez más y existe mayor acceso a la lectura, pero mucho de lo que se edita corresponde, en las encuestas, como lectura fácil o lectura de best seller; de nada sirve que se lea más, siendo que lo que se lee es con demasiada frecuencia de menor calidad. Aquí es donde entra la misión de las editoriales independientes, pues las cifras de lectores apuntan hacia libros que no son precisamente literarios, sino libros técnicos, de esoterismo, superación personal y una lista de este tipo de lecturas que son las que por lo general circulan entre las manos de los lectores en México. Sin embargo, no podemos desdeñar que también existe un público que pretende acceder a ediciones literarias.

Aportaciones a la literatura nacional El reto de la buena edición independiente, estribaría en la calidad y coherencia de las colecciones y el cuidado material de la edición. Ser independiente, no es sinónimo de underground, sin embargo la coherencia estriba en la competencia con los grandes sellos editoriales; mientras éstos editan más, los independientes apostamos por la calidad, de manera que nuestros títulos constituyan una aportación a la creación literaria nacional.

Producción, distribución y marketing Producción. El aspecto de una buena publicación se determina por el formato, el volumen, el papel, la cubierta; la justificación entre el texto y los gráficos. Todo en conjunto da como resultado la clara visualización del conjunto. Un buen diseño ayuda al lector a descubrir y a entender algo de su importancia. Motiva, excita la curiosidad y despierta el interés; y si a todo ello agregamos un buen trabajo de impresión, todos estos conceptos no se quedan sólo en la teoría. En todo proceso de impresión o producción, interviene la calidad de los papeles, acabados para la encuadernación y mano de obra. Ser independiente, no significa ser descuidado; se deben pedir varias cotizaciones de producción y delatripa: narrativa y algo más

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de ser necesario muestras para no obviar la calidad final. Las tintas y papeles de impresión, muchos de ellos derivados del petróleo; han incrementado sus costos conforme la crisis actual del país; por lo que una buena forma de abatir costos, es recurrir a la impresión digital y a los papeles reciclados, los cuales ofrecen una buena gama de texturas y tonalidades. Distribución. El nivel de producción en los proyectos independientes, generalmente no rebasa los mil ejemplares por título, por lo que el tema de la distribución es en teoría complejo, pues las librerías con sucursales reciben ejemplares cuyo tiraje sea mayor a los mil volúmenes y además retienen un porcentaje que va de 50 al 60 por ciento por cada libro vendido. En este caso, es mejor distribuir los tirajes en forma directa, es decir en las presentaciones, recitales, ferias; encuentros, entre otros. Donde también hay que tomar en cuenta las cuotas por derechos de stand. Marketing. Hablar de marketing, en casos en que los proyectos editoriales no alcanzan cifras altas de producción, es bastante poco ridículo. En todo caso podría considerarse que la estrategia de venta de un libro, debería radicar en el libro en sí, por las cualidades propias. El libro como objeto de fetiche y casi a riesgo de desaparecer por la constante masificación de la ciencia y la tecnología; es casi un objeto que en el tiempo podría volverse inocuo. A riesgo de dar rienda suelta a divagaciones, agrego una vez más que los proyectos independientes, deben hacer que sus trabajos se conozcan no sólo por el éxito de sus ventas sino por la calidad de lo que publican. En la última década, tan sólo en el Distrito Federal, han surgido decenas de proyectos literarios independientes. Muchas de estas editoriales, salen al mercado y compiten de forma contundente en encuentros literarios nacionales e internacionales, muchas veces auspiciados por 20

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becas que otorga el estado a proyectos independientes, pero ciertamente, habría que categorizar entre los proyectos llamados independientes, pues no todos los proyectos subsisten en las mismas condiciones. Pongamos sólo unos ejemplos: Almadia, Sexto piso, Ediciones sin nombre; Editorial Verdehalago, también se clasifican como independientes y su trabajo consiste, en muchos casos, en publicar títulos que en México no se conocen. Las editoriales: Ácrono, Aldus, Arlequín; Casa Juan Pablos, Colibrí, Corunda, Ediciones El Milagro, Ediciones sin Nombre, El Tucán de Virginia, Ficticia, Ítaca, Literalia, Los libros del Umbral, Mantis, Trilce, están afiliadas bajo la Alianza de Editoriales Mexicanas Independientes (AEMI) y de esta manera están apoyadas para la promoción de sus títulos. Ediciones Era, fundada en México en 1960, ha publicado desde entonces títulos de literatura, historia, ensayo, ciencias sociales y arte. Actualmente cuenta con más de trescientos títulos, publica alrededor de veinte nuevos títulos al año y numerosas reimpresiones. Cuenta en su catálogo con muchos de los más importantes y conocidos escritores mexicanos así como con primeros libros de autores valiosos. También se incluye dentro de las editoriales independientes. Además existen más de 60 editoriales, tanto en el Distrito Federal, como en todo México, que también se incluyen dentro de las llamadas independientes y que gestionan sus ediciones con recursos propios: Fides ediciones, Editorial Fridaura, Rojo Siena: libros con formato tradicional; miCielo ediciones, La diéresis editorial: con formato de Libro-Objeto; Editorial cascada de palabras, 2012 editores, Ediciones Lago, Astrolabio editorial, La verdura, La ratona: libros con formato de editoriales cartoneras.


Conclusiones En un momento en el que la concentración de la propiedad de la industria editorial favorece la estandarización de la oferta, la edición independiente se ha convertido en el espacio apropiado no sólo para asumir la apuesta de descubrir y proponer nuevos valores, sino también para satisfacer las necesidades lectoras de pequeños nichos de mercado que normalmente son desatendidos por los grandes grupos. Los grandes grupos tienen tres importantes ventajas: en primer lugar producen la mayor parte de los libros que se publican y se comercializan en muchos países latinoamericanos; en segundo, su estructura operativa y su capacidad logística les permiten cubrir un alto porcentaje de los puntos de venta a la hora de implantar sus títulos; y por último, gracias a su volumen tanto de producción como de negocio, tienen una posición fuerte para negociar márgenes y otras condiciones con los puntos de venta.

La edición independiente en Latinoamérica se ha venido fortaleciendo en países tales como: Argentina, Colombia, Chile, Venezuela y México, sus sellos vienen emergiendo desde proyectos pequeños con propuestas interesantes que tienen una gran proyección y muy buenas perspectivas a futuro. El problema para estas editoriales locales es que a menudo tienen un poder de negociación de cara tanto a los distribuidores como a los libreros y una capacidad de implantación mucho menores que los grandes grupos, lo cual supone una desventaja competitiva significativa, que se deriva directamente de la disponibilidad de todo tipo de recursos; desde la falta de espacios para la promoción, hasta la falta de recursos para expandir los proyectos a niveles masivos. En el caso de México, existen programas de becas de coinversión que dependen de los fondos federales, pero ante la proliferación de proyectos independientes chicos, medianos y grandes; los apoyos se han vuelto cada vez más inalcanzables.

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Paralelo Alexander Tadeo Núñez

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e levantó como de costumbre a las 6:30 am. Se dirigió hacia el baño con paso trastabillante y gestos somnolientos. Al llegar al umbral, buscó con mirada torpe el interruptor de luz. Al encender el foco lo primero que vio fue su imagen manchando el espejo hasta los bordes de un mundo completamente paralelo. Esbozó aquella mueca parecida a una sonrisa mal acomodada; se acercó con desconfianza, como si nunca antes hubiera visto su rostro, como si no acabara de reconocerse; cerró los ojos a modo de sospecha, los abrió a su máxima capacidad, y también la boca hasta ver el inicio de la penumbra de su ser; sacó la lengua, frunció el seño y torció la boca hacia la derecha, luego empezó a sacudir la cabeza en rápidos y toscos movimientos. Un sonido brusco como de huesos desarticulados quebró la quietud de la madrugada. Bajó la mirada al piso y se llevó la mano derecha a la nuca para darse un masaje y desaparecer el dolor de una mala postura durante el sueño; su cerebro estaba aturdido y no se percataba del error cometido. Cuando descansó la vista nuevamente en el espejo, vio con horror que su reflejo se movía a voluntad propia, hacía muecas y se reía a carcajadas del hombre que lo veía al borde de la locura. Se frotó los ojos y se acercó lentamente hacía el espejo, el aliento le impedía ver bien; cuando intento borrarlo con la mano se dio cuenta de que el aliento que ofuscaba su visión era del ser tras el espejo. Los dedos del reflejo limpiaron desde adentro, lo que siguió a la acción fue un grito de dolor y después mucha perdida de facciones faciales. Cuando llegó el detective, hombre alto de pelo ceniciento, quijada cuadrada y parche en el ojo izquierdo, no encontró ningún indicio de lucha en el baño, ningún rastro de sangre; ni ojo abierto que cerrar o siquiera algo que asegurara que antes aquél cuerpo hubiese poseído un rostro. El detective se quitó el parche. El ojo izquierdo tenía sólo la mitad del iris pigmentado, el resto era una penumbra blanca. “Tonto, hace tiempo pasé lo mismo; la solución es muy fácil… darse la vuelta y por ningún motivo volver la mirada, los reflejos por lo regular nunca atacan por la espalda”.

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Una persona no encuentra al libro; el libro encuentra a la persona Benjamín Baeza Carrillo

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ace tiempo, un sabio amigo me dijo que una persona no encuentra al libro, sino que el libro encuentra a la persona. En ese instante reflexioné sobre la cita, repasando mis libros favoritos y cómo llegaron a mis manos. Por mi mente flotaron los libros de Kerouac, Kafka, Hesse, Miller, Cortázar, Shelley, Murakami, Camus, Castañeda, Volpi, Restrepo, entre otros tantos autores que se han incluido a mi biblioteca personal. Yo había dejado en algún rincón dicha frase, hasta que en marzo del presente año, durante la FILEY (Feria internacional de la lectura Yucatán) sucedió algo que reavivó las palabras de mi perspicaz amigo. Caminando por los distintos estantes me encontré en un paraje que vendía libros usados a un accesible precio, el anaquel representaba a una librería ubicada en el centro de Mérida. Al revisar con calma, mi vista se centró en el libro de Umberto Eco, "El nombre de la rosa ", recordando todas las lecturas, diálogos, sugerencias que había vivido durante años acerca de la obra de Eco, también recordé el filme con la actuación de Sean Connery, todo eso me condujo a mirar el precio, (no sin antes leer la viñeta), $40.00 pesos mexicanos. Por supuesto que compré la novela con una sonrisa enorme, pues había postergado mucho tiempo la lectura del autor italiano. Pasó el tiempo, tocando el turno de leer la obra de Eco. El resultado lo puedo resumir en la satisfacción, la reflexión y la colocación de la novela entre mis favoritas. Estoy convencido que en parte de la simbología y los laberintos que enfrentamos día a día, se encuentran esas citas memorables que surgen entre bohemias y pláticas nocturnas entre amigos. El nombre de la rosa me encontró en la FILEY, estaba esperando por mí, sabiendo que sólo me quedaban $59.00 pesos en la cartera.

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El escritor como puerta de lo fantástico: Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges Marillen Fonseca Analco

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lo largo de la historia del hombre el pensamiento científico se ha propuesto como objetivo encontrar una explicación racional a lo desconocido; una búsqueda cuyo origen reside en el miedo a la existencia de sucesos sobrenaturales que están fuera de nuestro control. Sin embargo, las ficciones fantásticas han existido a la par del desarrollo racional del ser humano, y trastocan todo "realismo" existente.

En su introducción a la Antología de la literatura fantástica (1940), Adolfo Bioy Casares nos presenta las "leyes de la literatura fantástica", nótese el uso del plural "leyes" debido a la vasta tipología de cuentos que nos ofrece este género literario. De esta manera Bioy habla de las técnicas de dicho género: la formación de un ambiente o atmósfera sofocante, la introducción de un elemento increíble en un mundo creíble; la significativa presencia de la "sorpresa"; los argumentos fantásticos, tales como la aparición de fantasmas, personajes soñados, vampiros y fantasías metafísicas. Con este último se iniciaría una nueva narrativa fantástica en Hispanoamérica, teniendo como principal exponente al escritor argentino Jorge Luis Borges. Con la inserción de la trama metafísica surge también una renovación del manejo de la temporalidad en el cuento. A su vez, la desintegración del tiempo manifiesta la preocupación filosófica de los escritores ante este concepto (si es que de alguna forma tengo que llamarle). Este es, quizá, el término con mayor número de acepciones, una polisemia infinita, puesto que cada ente pensante le dota de una significación única. Sin embargo, si tomamos como parámetro 28

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la terminología de algunas ciencias como la filosofía y la física, tenemos que para la primera es (entre otras concepciones) la medida del orden en el universo o también la percepción individual de los acontecimientos; mientras que para la segunda es la medida para analizar el movimiento de los cuerpos. Otro aspecto metafísico de gran importancia en el género fantástico es el mundo onírico, en el que el sueño se enreda con la realidad y entonces se borran los límites entre ambos, aprisionando a los personajes (y al lector). Esta clase de "juego" es muy frecuente en el discurso borgeano: "En este momento yo estoy soñando que estoy pronunciando una conferencia en la calle Charcas, que estoy buscando los temas, estoy soñando con ustedes, pero no es verdad. Cada uno de ustedes está soñando conmigo y con los otros" (cit. en: Sessarego: 52). Ya he hablado de una narrativa fantástica en Jorge Luis Borges. Sin embargo, otro escritor en cuya obra se puede notar una cuentística de este género es en el escritor mexicano Alfonso Reyes, quien con su libro de cuentos El plano oblicuo (1920) sería gran influencia en la creación de las Ficciones (1944) de Borges. Dentro de estas obras, los cuentos "La cena" y "Las ruinas circulares", de Reyes y Borges respectivamente, tratan los dos temas metafísicos ya dichos anteriormente: el tiempo y el mundo onírico. Respecto a "La cena" se puede decir que es un cuento fantástico porque contiene los tres elementos expuestos por Bioy Casares en su teoría de la literatura fantástica. Primero tenemos la creación de una atmósfera sofocante: un ambiente


nocturno y difuso, calles desconocidas, un salón antiguo, "un jardincillo breve y artificial, como el de un camposanto"1; asimismo el uso de expresiones exclamativas que tratan de provocar en el lector el espanto por lo narrado "¡Oh cielos!". Como segundo elemento está la sorpresa, presente en dos momentos importantes del cuento: 1) Cuando el narrador nos descubre la condición incorpórea de Doña Magdalena y su hija Amelia: "…y la luz vino a caer, inesperada, sobre los rostros de las mujeres. Y […] los vi iluminarse de pronto, autonómicos, suspensos en el aire perdidas las ropas negras en la oscuridad del jardín"; 2) Cuando Alfonso descubre que el hombre muerto de los retratos es él mismo: "Contemplé de nuevo el retrato; me vi yo mismo en el espejo; verifiqué la semejanza: yo era como una caricatura de aquel retrato". Por último, el tercer componente fantástico es el argumento: la aparición fantasmagórica de las dos mujeres y las fantasías metafísicas (de las que hablaré más adelante). Por otro lado, en "Las ruinas circulares", los tres elementos fantásticos están formados de diferente manera. El ambiente está determinado principalmente por el templo abandonado, en ruinas; asimismo por la creación de meta-espacios y la vaguedad de detalles que no proporcionan ningún ápice de realidad. El elemento de la "sorpresa" está dado en el momento en que el hombre que crea en sueños a otro hombre se da cuenta de que es soñado por un tercero: "Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo" 2. Finalmente en el argumento fantástico está el mago creador, y las temáticas metafísicas: el tiempo, el hombre como mera apariencia, como sueño de otro hombre.

Como ya pudo ser percibido, el punto de encuentro entre "La cena" y "Las ruinas circulares" son las cuestiones metafísicas, específicamente, como ya dije, el tiempo y el mundo onírico. En la antigüedad, la noción de tiempo estaba definida por la repetición infinita de los acontecimientos; de esta manera se hablaba de un tiempo cíclico que daba orden al universo. Esta concepción ha sido utilizada por diversos escritores en la estructuración narrativa; entre ellos figuran los que son objeto de este ensayo. En Alfonso Reyes, dice James Willis Robb, hay "la fascinación […] por el reloj como protosímbolo del Tiempo, cuyos misterios son tema de numerosas meditaciones ensayísticas suyas" (68). En "La cena" hay una obsesionante mención de estos símbolos visuales al inicio y fin de la narración. Los relojes inundan las calles, aparecen en torres, iluminados, a punto de anunciar las nueve campanadas de la noche, figuran el recuerdo persistente del tiempo fugitivo. Sin embargo, al final del relato los relojes se personifican: "Los relojes de los torreones me espiaban, congestionados de luz…", al parecer el tiempo ha sido obstruido, ha dejado de moverse durante la visita de Alfonso a doña Magdalena y Amalia. Esta congestión de los relojes nos lleva a otra percepción del tiempo de la historia: un tiempo circular. Analicemos: la historia comienza con Alfonso corriendo a través de calles desconocidas, mientras las "nueve campanadas sonoras resbalaron con metálico frío sobre mi epidermis. Mis ojos, en la última esperanza, cayeron sobre la puerta más cercana: aquél era el término". Luego, al final: "Y corrí, a través de calles desconocidas…Cuando alcancé, jadeante, la tabla familiar de mi puerta, nueve sonoras campanadas estremecían la noche". Hay entonces

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Todas las citas del cuento "La cena" son extraídas de la Antología de cuentos de misterio y terror, selección de Ilán Stavans.

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Todas las citas aquí presentadas de "Las ruinas circulares" son extraídas del libro Ficciones, México: Planeta, 2006. delatripa: narrativa y algo más

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el regreso al punto inicial, el eterno retorno, la repetición infinita de los acontecimientos. Lo anterior queda expresado en el momento en que el personaje principal siente un déjà vu: "Y corría frenéticamente, mientras recordaba hacer corrido a igual hora por aquel sitio y con un anhelo semejante. ¿Cuándo?". Por otro lado, la circularidad del relato también está dada por las formas de los relojes y las glorietas circulares en el espacio. Contrario al cuento de Reyes, en "Las ruinas circulares" no aparecen relojes como símbolos visuales, pero sin duda alguna su construcción del tiempo es circular. Ya lo vemos en el sugestivo título, y reiterado en la descripción de los espacios: "recinto circular", "redondel" y "el anfiteatro circular". De igual modo, el tiempo circular se genera en la sucesión de los acontecimientos en la historia: al inicio del texto el narrador nos da cuenta de que el templo ha sido devorado por los incendios antiguos, y al final nos dice: "Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del Fuego fueron destruidas por el fuego". Nuevamente se notan las incalculables repeticiones en el devenir del tiempo. Cuando el plano de los sueños y el de la realidad coexisten en uno solo es cuando se habla de un mundo onírico. El mismo Alfonso Reyes lo expresa de la siguiente manera: "…la fantasía implícita en la realidad; el pulso de lo no conocido que circula por las arterias de la vida. Se han abierto a un tiempo la puerta de cuerno y la de marfil. Por un instante hemos olvidado si estamos viviendo o recordando, viendo o fingiendo" (OC, 92). Según la mitología griega existen dos puertas para los sueños: los que entran por la de marfil son engañosos, y los que vienen por la de cuerno son reales. En el cuento "La cena" las dos puertas son abiertas, se desvanece lo que diferencia a lo real de lo irreal. Ya lo vemos desde el ambiente fantasmagórico en que se desarrolla la historia, 30

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las percepciones somnolientas del personaje principal y los escenarios opacos. Por otro lado está el hecho de que la cena con doña Magdalena y su hija pudo no haber pasado, puesto que entra a la casa y sale de ella en un mismo tiempo; sin embargo, la prueba reside en las últimas líneas del cuento: "sobre mi cabeza había hojas; en mi ojal, una florecilla modesta que yo no corté". Tenemos aquí, una nueva versión de la Flor de Coleridge, "Si un hombre atravesara el paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces, qué?" (Cit. en: Borges, OC: 639). Esta idea de Coleridge fue retomada muchas veces por Jorge Luis Borges, tanto en sus cuentos como en sus ensayos. En el caso de "Las ruinas circulares" no es así. El mundo onírico aparece aquí como una especie de proceso creador. El hombre concebido como el sueño de otro ser que es soñado por un tercero, y así sucesivamente, en una cadena infinita de soñado-soñador-soñado. Y asimismo en este juego reside todo el argumento del cuento. Incluso, a esta especie de laberinto se le puede denominar metasueño; el ser humano queda así reducido (a veces imperceptiblemente) a la voluntad de su soñador: "Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular […] las ruinas de otro templo propicio […], sabía que su inmediata obligación era el sueño". El uso del verbo "sabía" y el sustantivo "obligación" nos indica la imposición de un pensamiento, y a su vez, genera una angustiosa interrogante: ¿es entonces todo lo que se percibe una mera ilusión? ¿cómo estar seguros de que nuestro pensamiento no nos está engañando? Esta concepción nos recuerda el tópico de La vida es sueño, en la que cada uno de nosotros somos reales únicamente en el pensamiento de los otros: "Ese múltiple dios le reveló… que mágicamente animaría al fantasma soñado, de


suerte que todas las criaturas, excepto el fuego mismo y el soñador, lo pensaran como un hombre de carne y hueso". Es tarea bastante ardua desentrañar el misterioso nudo del tiempo. Quienes comparten la idea de un tiempo circular (caso Borges y Reyes) darán razón a aquella expresión de Marco Aurelio que dice: "Quien ha mirado lo presente ha mirado todas las cosas: las que ocurrieron en el insondable pasado, las que ocurrirán en el porvenir" (cit. en: Borges, OC, 396).

WEBgrafía Balart Carmona, Carmen y Césprd Benítez Irma. "Temas recurrentes en la literatura borgeana". 2010. http:// entretextosborges.blogspot.mx/2010/03/temasrecurrentes-en-la-literatura.html. 09 may. 2013. Anderson Imbert, Enrique. "Cuerno y marfil". 2010. http:/ /www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/anderson/ cuerno.htm. 09 may. 2013.

Finalmente, el género fantástico es la dimensión lingüística en que la puerta de cuerno y la de marfil se abren alternativa o simultáneamente, como se ha visto en "La cena" y "Las ruinas circulares", a pesar de que la noción de sueño toma distintos significados en cada uno de estos cuentos. El concepto borgeano es, a mi parecer, harto más angustiante que el de Reyes, pues muestra la existencia como una dicotomía onírica formada por creador y creado: "Y si dejara de soñarte…"

Bibliografía Bioy Casares, Adolfo. Prólogo. Antología de la literatura fantástica. Eds. Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges y Silvina Ocampo. México: Debolsillo, 2012. Borges, Jorge Luis. Ficciones. México: Planeta, 2006. -----. Obras Completas. Buenos Aires: Emecé Editores, 1983. Gordon, Samuel, comp. El tiempo en el cuento hispanoamericano. México: UNAM, 1989. Reyes, Alfonso. Obras Completas. Tomo III. México: Fondo de Cultura Económica, 1980. Sessarego, Myrta. Borges y el laberinto. México: CONACULTA, 1998. Stavans, Ilán. Selección. Antología de cuentos de misterio y terror. México: Porrúa, 2008. Willis Robb, James. El estilo de Alfonso Reyes. México: Fondo de Cultura Económica, 1978.

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Todo sigue igual Adán Echeverría

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odos en el reino sabían de la furia del dragón, de su trapacería y violencia, de los destrozos que ocasionaba en las poblaciones. Familias que habían perdido a sus hijas guardaban el rostro en habitaciones oscuras. Esas mujercitas recién doradas por el sol, que aun sonreían a los amaneceres e inundaban con su poderoso aroma las noches. Eran esos aromas los que hacían que el dragón dejara su cueva, alargará al viento el hocico para dejarse inundar por las agrias gotas hasta enloquecer. Rabioso, con los ojos inundados de odio, el dragón bajaba a la comarca y no cedía a los intentos de hombres y mujeres para detenerlo. Llegaba hasta su presa y se la llevaba para adorarla en ese ritual que todas las veces resultaba en locura y en una muerte dolorosa y despiadada. El dragón era brutal y carnicero, vivía furioso odiando la luz del sol, la humanidad. Un animal poderoso en la violencia que gozaba la dócil luz de mujercillas en ciernes. La princesa junto con toda su familia lo supo. Ella despuntaba apenas el alba de su vida y escuchaba con atención las historias y quejas de los padres devastados por el sufrimiento. Supo de las decenas de mujeres desaparecidas. Y sucedió que una noche calurosa, la princesa decidió peinar su larga cabellera negra en el balcón del castillo. El aroma que surgía de su lustroso vientre giró en el aire

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inundándolo todo y expandiéndose hasta la cueva del maldito dragón Batiendo sus endurecidas alas, el dragón se dejó guiar hasta su presa. La princesa no tuvo miedo. Contra todo propósito de cordura, se sintió admirada por la poderosa bestia que resoplaba frente a ella. No gritó, acercó la mano decidida para tocarlo. Algo de magia tuvo que haber en esa historia. La princesa decidió subir al cuello que el dragón le ofreciera, y fueron los viajes tan elevados, y el placer tan desbordante, que al rozar su dorada piel contra la escamosa y ríspida piel del animal, la dicha corrió desenfrenada por cada una de sus células. Quiero vivir contigo. No sabes lo que dices. El mundo me odia y yo lo desprecio. Quiero vivir contigo toda la vida. ¿Por qué has venido a mí si no para tenerme? Para tenerte como he tenido siempre lo que quiero. Y la decidida princesa no quiso ceder ante la furia del animal enceguecido por el odio. Esa noche en la cueva, la princesa permaneció muy unida, y cobijada, bajo las alas del dragón; la bestia, a cada beso, fue recuperando la humanidad escondida que habitaba entre sus escamas.


La princesa miró al hombre desvalido. Algo extraño brillaba en el fondo de sus pupilas, quizá fuera algo parecido al amor.

Estoy a punto de morir a tu lado, y nuestra hija merece una oportunidad, sabes que tengo que dársela.

Nada he de dar, princesa, has llegado en una época en que ya nada puedo dar. Mañana, con el sol, volveré a ser dragón.

La princesa caminó esas oscuridades a través de muchos kilómetros de bosques, atravesando la desolación.

Y yo viviré los días escondida en una cueva cercana, para venir a tí todas las noches.

La madrugada se presentó. Los gruñidos de la bestia eran espantosos.

El tiempo cruzó dos años sobre la tierra. Una niña con un brillo de luna nació.

La princesa corrió a una cueva detrás de una arboleda a esconderse. El dragón cruzó encima de ellas, furioso. A los oídos de la princesa solo llegaban los aullidos de dolor de los pobladores. El dragón los había asesinado a todos, pero el dolor permanecía en su garganta, hiriendo cada vez más profundo.

Las heridas de la princesa eran profundas para ese entonces. El daño estaba hecho, y el dragón enloquecía todos los días, peleando con otros monstruos, quemando poblaciones, odiándolo todo. Cuando esa noche el dragón comenzó a transformarse en hombre, la princesa tenía en brazos a la niña, y lo miraba entristecida.

En la cueva, la princesa cantaba una hermosa canción de cuna. La nena sonreía, y una luz intensa iluminaba alrededor.

Tengo que marcharme, y eso me despedaza el alma. Nada haré por detenerte, lo sabes.

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Doria Papire

Mateo Alonso Ferrera

C

uando Arbizu me comentó que tal vez en el aeropuerto hubiera algún sitio para mí yo estaba recién titulado en una carrera, Derecho Internacional, que cursé con el único propósito de darle el placer a mi padre de ver un hijo siguiendo sus pasos y que no se atisbaba en ninguno de los horizontes que dibujaba en mi vida. El compañero Arbizu tantos años juntos en la primaria y en la secundaria- era hijo y sobrino de dos de los camareros de la terminal y como tal se pudo poner de aprendiz sin necesidad de sortear los problemas de la juventud o la inexperiencia. Arbizu sabía, porque así se lo comenté una noche en el Offenbach, que la posibilidad de un trabajo inminente cortaría de raíz la opción de ingresar de pasante en el despacho de mi padre (idea que me aterraba por partida doble, la profesional y la familiar) y enseguida me dio las señas de un enlace conocido que visité de inmediato y que me contrató como asistente administrativo y que me puso a trabajar de algo que no se le parecía en nada al título pero que en todo caso me iba bien. El laburo era bien sencillo: se trataba de presentarse en la zona de llegadas internacionales del aeropuerto portando una carpeta a modo de estandarte. Un fástener adherido a la carpeta servía de soporte para una cuartilla impresa con el nombre del cliente a recibir. Una vez establecido el contacto, todo consistía en acompañar al recién llegado hasta la zona del aparcamiento donde esperaban las limusinas o los minibuses de los hoteles, en un servicio

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de cortesía que pretendía ahorrar esa sensación de balsa en el mar que es aterrizar -y nunca mejor dicho- en todo un país extraño reducido al tamaño de una terminal aeroportuaria. Me llevó un tiempo hacerme al papel de hombre anuncio venido a menos: aprendí saludos y el "sígame/síganme" en una decena de idiomas, trabé amistad con varios de los chóferes en grado tal que, cuando no se llenaba el pasaje, me dejaban ir y venir -y tomar algo en el interín- a los hoteles con ellos e incluso ideé con otros llegadores como yo un ingenio que podía camuflarse bajo la camisa y que nos permitía sostener las carpetas en alto sin que por ello se nos cansaran los brazos. Tras esto, la actividad en la terminal se tornó monótona, así que decidí recuperar el chiste, aquello que puede añadirse a lo establecido sin que pierda su esencia pero que ofrece una vía de escape al ahogo de la rutina, de lo ya visto o vivido. Así que en las horas muertas, cuando no recibíamos vuelos de las compañías con las que trabajábamos, me apostaba junto a las protecciones de las llegadas con algún nombre inventado en la carpeta. Utilizaba nombres genéricos o de amplio rango, como "Familia Báez" o "Mr. Fuji", que daban muy buen resultado: los Báez o Nobuku Fuji -o Aiko Fuji o cualquier otro Fuji- veían su nombre en mi anuncio, venían a mí, se presentaban amablemente y me seguían hasta el transporte. Cada día conseguía así dos o tres clientes extra, que se veían sorprendidos primero por el


detalle del trato recibido y después por verse frente a un hotel que no habían contratado. La mayoría de ellos lo mismo se quedaban, por tal de no deshacer el camino y por no asumir un entuerto que al fin y al cabo el único perjuicio que les había reportado era un hotel por lo común mejor de lo que habían pensado para sus vacaciones o viaje de negocios. Con el tiempo el divertimento del engaño derivó en una suculenta comisión que me daban algunos hoteles por cada nuevo cliente que por este medio les consiguiera. Y a buena fe que les resultaba rentable. Tanto que al siguiente mes los ingresos por comisiones ya superaban el sueldo que me había puesto la empresa: a los treinta clientes diarios que me facilitaban por oficio podía añadir otra decena larga por beneficio, lo que me reportaba una comodidad de vida que sobrepasaba en mucho lo que antes del verano había calculado como imprescindible. Pronto tomé mi propio apartamento, pude comprar a buen precio una pequeña escúter para los desplazamientos cortos y un par de trajes panameros -a precio ordinario, o no tanto- de Livio Belconte, uno gris marengo y otro cielo balear. Me permitía incluso pequeños lujos, como el desayunar todas las mañanas en el bistró del Grand Hotel LeBroux, por el simple y único placer de empezar el día en los baños de algodón, pequeño reinado, del servicio ajeno: "¿Desea el señor probar la napolitana de grosella?", "¿Desea el señor un poco de azúcar en su zumo?", "¿Sacarosa, tal vez?", deseos pululando a mi alrededor, fugaces entre vidrios, cerámicas y cucharillas de postre. Fue una de aquellas mañanas en el LeBroux, mocha y múfin dutaste mediante, cuando advertí en uno de sus diarios públicos, arrinconado en una esquina de las páginas de espectáculos -que por algún designio edito-

rial quedaban acorraladas entre los anuncios de contactos y los índices bursátiles-, el anuncio de la inminente llegada a la ciudad de la insigne actriz Diora Papire para ponerse a las órdenes de un joven director local que buscaba el gran reclamo de su presencia para el decoro y apaño de su primer largometraje. El vuelo de la diva, aseguraba el diario, estaba previsto para las 17:40 horas del mismo día de la publicación, y a su llegada se aventuraba una "turba amable de fieles seguidores de quien fuera Alex Halle, Sabrine Belduc o Mirna Müllerberg, iconos del celuloide de la primera década del siglo". Iconos, releí. El mundo del cine se me hacía lejano y muy pequeño, y por supuesto era la primera vez que oía el nombre de Diora Papire -o el de aquellos personajes-, pero me gustó su sonoridad apátrida y casi sin mesurar el porqué ya estaba incorporándolo a la lista de capturas propias. El diario no acompañaba imagen alguna de la vedet, así que cuando me aposté junto a las barreras de llegadas, con su nombre bien alto, no sabía a quién esperaba. Las estrellas se dejan notar, pensé. Casi diez minutos después de que la megafonía notificara la llegada del vuelo, una chica morena, en la treintena larga, con pelo cuidado, lacio y largo y sonrisa hipnótica se me acercó con un muy correcto castellano: "Hola, soy Diora Papire", dijo. "Un placer, señora Papire, ¿me acompaña?", dije. Tomé su valija y emprendí el camino habitual hasta la zona de vehículos. Antes de salir de la terminal caí en la cuenta de la circundante soledad. "¿Viaja usted sola?", inquirí. "Sí. El equipo llega mañana. Siempre me gusta llegar con un día de adelanto para irme haciendo con la ciudad y que el trabajo me llegue como anécdota", contestó. "Bueno". Cosas de artistas, supongo. Uno de los chóferes que rolaba conmigo en aquello del extra me vió delatripa: narrativa y algo más

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llegar a lo lejos, apagó el cigarrillo que fumaba en el zócalo de piedra del edificio en el que se recostaba y vino hacia nosotros: "Señora", saludó. "Hay sitio", me dijo a mí en un aparte. Me hice copiloto y los tres marchamos hacia el Gramm Suites. Al llegar hice el favor de acompañar el escaso equipaje de la actriz hasta la entrada del hotel, donde lo recogería el botones asignado. El bedel me miró a través de las cristaleras e hizo ademán de comprensión cuando le hice la convenida seña del cliente "especial". Cuando quise despedirme, Diora dejó caer que iba a necesitar a alguien que le ayudara con la ciudad, un cicerone a medida que además pudiera encargarse de algún asunto comercial con administradores y representantes que debían tratarse telefónicamente, y que si podría interesarme. "Por supuesto, servidor de usted", dije. "Muy amable. ¿Sube conmigo y le explico?", dijo. Subir. Eso implicaba entrar al hotel con ella, entrar a la habitación con ella, entrar a su mundo con ella. "Adelante", resolví. En el registro se anunció -y así firmaría- como Carmen Ruz Maroca. "Por los curiosos, ya sabe", me confirmó sonriendo. La 11-A era la mejor de las suites del Gramm: disponía de un amplio dormitorio con vestidor, cuarto para invitados -con aseo propio- salón de recepción, una pequeña pero práctica cucinette, un cuarto de baño de un tamaño aproximado al de mi apartamento, calculé, pero sobretodo una inmensa terraza ajardinada en tres niveles con unas espectaculares vistas sobre la ciudad y la bahía. Recorrida la suite, esperé en el salón de recepción a que Doria acabara de desempacar sus cosas. Apareció al rato portando dos copas de un líquido del mismo color que el vaso. "Apetece un rosso?", me ofreció, tomando el sí como única respuesta 38

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posible. Hizo inclinar la cabeza y así supe que debía seguirle a la terraza. "Una ciudad preciosa", dije, a modo de introducción. Comencé a explicarle la trama urbanística de la ciudad, cómo había crecido desde el recinto amurallado que no podía verse pero que quedaba insinuado por la trama irregular de las calles del centro, cómo los ingenieros de principios del siglo pasado establecieron que por motivos de salubridad debían abrirse varios ejes en la urbe, y que por eso hoy tenemos las avenidas de Suárez Constable, Libertores o Adelio XV, y algún que otro dato demográfico que había aprendido de Clariela, un guía de la que me hice amigo durante las esperas en la terminal. Cuando estaba llegando a la parte del curioso origen de la plaza de la Catedral, antaño cementerio que tuvo que ser desplazado extramuros, me sentí invadido por un enorme sumidero sobre el que se volcaron sin remedio todas mis fuerzas. Un repentino y consciente sueño tomó mi cuerpo, como si algún doctor me invitara a contar hacia atrás desde cien y me hubiera dado noventa números de ventaja. Me despertó el teléfono de la habitación, en el otro cuarto: me había quedado dormido (¿me había quedado dormido?) en el cuarto de invitados, con toda mi ropa y un leve dolor de cabeza encima. "¿Diga?", descolgué. "Buenos días, señor. Son las doce de mediodía, señor", respondieron. "Ajá. ¿Las doce...?", me sorprendí en voz alta. "Así es señor. Desde Gramm Suites queremos recordarle que en el día de hoy debe dar por finalizada su estancia en nuestras instalaciones y abonar los servicios adicionales de prensa, mueble bar y confitería, señor", dijo la misma voz de antes. Pasé la mano que tenía libre por cejas y frente y entonces reparé que debajo del teléfono había un ejemplar del diario del día: dedicaba el bajo


portada a la visita a la ciudad de Doria Papire, con un pequeño texto acompañado de una fotografía en la que una afable anciana con unos de esos ojos que son todo abrazos sonreía a cámara. "¿Dónde...? ¿Dónde está ella?", pregunté. "La señora Ruz Maroca marchó esta mañana, señor. Dejó dicho que debía adelantar

su vuelo de regreso y que usted correría con los gastos, señor", repuso la voz. Alguna de aquellas palabras -gastos, Ruz Maroca, vueloquedaron arremolinadas en el aire hasta que se hicieron proyectil en mi espalda. "Bien, ahora bajo", acerté a decir, con la misma voz de mis letreros ficticios.

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Ángel fuentes Balam

KREISLAUF

Farsa macabra basada en poemas de Gottfried Benn, Hermann Hesse y Else Lasker DRAMATIS PERSONAE: LA SOLITARIA PUTA. EL CABALLERO NEGRO. FANCHON. LOS HIJOS. AMARANTA. BAILARINAS Y SOLDADOS.

L

a morgue sin luz. Afuera, disparos, gritos y canto de sirenas. El cadáver de la Solitaria puta yace en un altar/cama que flota en su misma sangre. Cerca hay una mesa con frascos en los que duermen plácidamente fetos y piezas humanas, y hacia atrás, una plancha de disección. El Caballero negro entra triunfalmente cargando una lanza, montado en un caballo con la verga erecta. Mientras él habla, la puta susurra:

LA SOLITARIA PUTA.- Mi piano azul, la pieza de una habitación de invierno, mi piano azul, mi cuarto de invierno, mi piano azul, las telarañas de mis rincones preferidos EL CABALLERO NEGRO. Vuelvo silencioso del torneo, las voces de los derrotados se deshacen en lamentos largos ¡Ahí ahh ahh ahh! Vuelvo silencioso del torneo. Todos me gritan "salve". Me inclino ante el balcón de las damas pero ninguna me hace seña. Nadie me arroja un puto pañuelo, nadie me canta, ni me vitorea. La luz de los camiones y los jeeps me deja ciego y la imagen lejana de una doncella próxima se revuelca como cerda 40

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negra en mi cabeza. Una doncella... Tú mi amada Amaranta. Ya maté mil molinos de viento. No hay labios para mí. Nada de caricias. Las balas allá afuera, te acarician. (Se dirige a la mesa de los frascos) (Al caballo, sobándole el falo) Vete afuera. (Toma un frasco que destapa y huele. Va hacia la mujer) Ninguna. No tengo un culo para desflorar. Ni un par de tetas para... Fallezco en la plaza. Soy el ruedo. ¿Qué me pasa que de pronto masco mi lengua? Deseo. Mi belleza acaba. Mírate. (Pasa las manos desaforadamente por el cuerpo de la mujer) Yo te bautizo. (Rocía el alcohol sobre el cuerpo). Te abro. Abriendo permanezco siempre. Cálice. Botón de clavel. Ninguna flor: ¡Sólo una corona fúnebre me han regalado, sólo flores ancianas en mi tumba, ni una rosa! Tú, mi amada Amaranta. (Va a clavar la lanza) La mujer se incorpora repentinamente.

LA SOLITARIA PUTA.- Tengo en mi casa un piano azul. Las telarañas también son mis preferidas en los rincones donde me oculto.


(Suenan disparos y gritos) Donde me oculto de las garras y la guerra. Los niños juegan a que no juegan, porque desde entonces ¿Te acuerdas? Cuando comenzó la lucha, todos teníamos que silenciarnos para preservar el alma en su lugar. Yo me escondí en el bosque pero hasta allá me encontraron. (Toma un espejo y un tenedor de la mesa de disección y comienza a tocar una melodía con los instrumentos) Vinieron a matarme. Vinieron a violarme. Vinieron a abrirme. Decían que yo estaba muy cerrada, que tendría que ser como la música. En las pesadillas de la Solitaria puta, cuatro soldados la rodean. Ella inclinada, amarrada por el cuello a un poste de madera.

SOLDADO 1.- ¡Ábrete pendeja! SOLDADO 2.- ¡Miren a la perra! SOLDADO 3.- ¡Miren a la cerda! EL CABALLERO NEGRO. Así son en este lugar. No lo tomes como algo personal. Desde que vienen los soldados nos sobran sinfonías: de aullidos, de uñas, de engranes. (Toma la mano de la mujer y la mira) Tienes unas manos de arena. Y tetas de sirena. Me recuerdas a alguien. LA SOLITARIA PUTA. (Deja de tocar). Sirena y arena. Que horrible forma de poesía. Ninguna mujer de seguro te celebra. EL CABALLERO NEGRO. (Le muestra la lanza) Eres una puerta. LA SOLITARIA PUTA. No. (Deja su violín y le arrebata la lanza) Solamente viví como una piedra, la piedra de un rincón lleno de arañas. Mis amantes... (La lanza se convierte en un amante) ¡Cómo los recordaré en la soledad irritante de la muerte! Si tarde o temprano la guerra hará que todo sea una eterna muerte, la única manera de eliminarnos será con la vida. En este frío. El amor te quitará los dientes. (Suenan disparos y gritos).

EL CABALLERO NEGRO. Ve por la ventana. El sonido de los tambores y de los tanques hace que la tierra se estremezca. ¿Sabes qué es lo único que me consuela? ¿No? Amaranta. Salir a bailar; entre el concierto... LA SOLITARIA PUTA. La opereta... EL CABALLERO NEGRO. De la guerra, de la hambruna, de la miseria, a nosotros los embalsamadores sólo nos consuela el baile. ¡Qué nos va a importar el pueblo! LA SOLITARIA PUTA. Tengo en mi casa un piano azul. Soy las telarañas y la mosca y la araña que se come la mosca. (Se sientan al rededor de una mesa y comienzan a comerse a la mujer). EL CABALLERO NEGRO. Nosotros los buenos embalsamadores nos preocupamos de bailar. Todos los días llega gente como tú. Al principio me parecía intrigante. No te miento, me gusta que traigan más tetas. Aquí entre nos, la verdad, al segundo día de muertas aprietan mejor. Sólo lo hago por Amaranta. Ella me tiene confinado a ser un puerco. (Llora) Pero después de un tiempo, embalsamar es un horror, es una rutina, ya no es una pasión por abrir, sacar vísceras, coser... El oficio se devalúa y lo gracioso es que el producto cada día aumenta más con esta guerra. LA SOLITARIA PUTA. Es mi primer día de muerta. Mi carne como ves, está por dejar de ser blanda. Sólo comprende. Dejé a mis hijos con la vieja Natalia. Salí y no regresé. Pensé que contigo podría encontrar el amor y que me tocaras como yo tocaba el piano azul de mi niñez. Así debía olvidarme un momento de mis pequeños. EL CABALLERO NEGRO. (Deja de comer y hace silencio) Amaranta me tiene confinado a ser un puerco. Oyes allá afuera los disparos... La gente como los embalsamadores sólo tenemos que ser buenos bailarines. delatripa: narrativa y algo más

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LA SOLITARIA PUTA. ¿Y si me amaras? EL CABALLERO NEGRO. Te vi unas veces con la vieja Natalia. Ibas a comprar café, leche y queso de sopa con el gordo Marlon. Amaranta vivía a unas calles. En ese entonces yo no me había hecho caballero, ni había peleado en las plazas. (Le quita la lanza amorosamente). LA SOLITARIA PUTA. Ámame. Puedo ser una telaraña con la cual envolver tus sueños. (Se dirige a él). EL CABALLERO NEGRO. Amaranta es una en todas las mujeres. Empezó la guerra y me armé caballero, pero a veces me recluyo en esta habitación; nadie cree que soy un caballero y que mato soldados en las noches. Gritan. Y a cambio, me concedo un baile en un club. LA SOLITARIA PUTA. La muerte es un cascabel sordo. Creí que sería la suma de todos los detalles hermosos de la infancia. Amándome vivirás. Antes que mi carne se pudra en el hueco de... EL CABALLERO NEGRO. Amaranta me tiene confinado a ser un puerco. LA SOLITARIA PUTA. (Se oyen disparos y gritos). ¡Ámame entonces! Soy el piano azul de la memoria de todos... La vieja Natalia estará con mis pequeños... EL CABALLERO NEGRO. (Se acerca y la besa ardorosamente). La pasión... Nadie me regala rosas, sólo me harán una corona fúnebre... Nadie cree que sea un caballero, un caballero que hará justicia, Amaranta. La viola en el altar de embalsamiento y la mujer habla.

LA SOLITARIA PUTA. Después de la primera noche de muerta, todo parece desvelarse ante mis ojos. No hay piano azul. Las telarañas están húmedas y derretidas. Allá afuera los gritos de una guerra que terminará por 42

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inventar el arma terrible de la vida eterna... Hay una música que mis hijitos no escucharán, la del piano azul. Una canción de cuna interesante: Dormir hijo del aire Dormir en las plumas de la alondra Que en tu sueño harán un nido de oro Las aves más bellas del campo. En todos los rincones Las telarañas guardan los secretos De una princesita como yo lo fui Y de un caballero como lo serás.

EL CABALLERO NEGRO. Amaranta en todos los labios. En las balas que acarician a los niños. (Se aparta de la mujer que se desploma y queda inerte) (Ve por la ventana) Mira. La vieja Natalia carga dos niños. Los arrastra más bien. Mira. La han alcanzado los soldados. Ahora los muelen a golpes con sus hermosas escopetas, pero no más hermosas que mi lanza. (Toma la lanza y regresa a donde la mujer. La mira. Comienza a tocarla como a un piano. Luego la besa. Toma su lanza y comienza a sacarle una muela). "A la solitaria muela de una prostituta/ que es desconocida y ha muerto, / se le quita la incrustación de oro. /Con lo restante la mujer quedará lista como para una cita. /El encargado de los cadáveres arrancó el oro, / se lo guardó y se fue a bailar. / Sólo la tierra debe volver a la tierra/. A bailar Amaranta, a bailar la noche una y otra vez. Sale.

Oscuro.


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Tres narraciones Luis Alberto Guillen Melena

Travesía Cotidiana Pies descalzos, pies con calcetines, pies con zapatos, botas, tenis o tacones. Un paso, dos pasos, más pasos y ya saliste de tu nido. Te espera la aventura de lo cotidiano. El día esta apetecible para caminar ¿Qué más da? Tu trabajo queda cerca y además haz olvidado ponerle gasolina al carro. Un paso, dos pasos, más pasos, un perro olfatea tus pies, te distraes en verlo y pisas uno de sus presentes. ¡Rayos! Te limpias con la banqueta y los restos con el jardín del vecino. Un paso, dos pasos, más pasos y ya vas a un cuarto de camino. Un transeúnte de buen trasero desvía tu mirada. ¡Puf! Casi no la cuentas, tu compañera de trabajo, por irse maquillando casi te lleva de bolso. Aunque también tú eres responsable por irle viendo el bolso a alguien más. Un paso, dos pasos, más pasos ¡Zas! Te embarras de chicle y piensas por qué la gente no es más limpia con las calles de la ciudad, ¿será qué así les gusta tener su casa? De nuevo te limpias con la banqueta, pero ahora, con el césped de tu jefe, ese méndigo, que por más trabajo que haces no te sube el sueldo. Un paso, dos pasos, más pasos y ya casi llegas a tu destino. ¡Pam! Una piedra mal ubicada, por esos niños que se creen el Chicharito, fue la culpable de que ahora tú, te estampes sobre el pavimento y que la mitad de la oficina se burle de ti. Toma fuerza, ¡levántate! Respira y sigue caminando un paso, dos pasos, tres pasos, mil pasos, más pasos hasta tu lugar.

En la vida hay distracciones, malos pasos, pero nos ayudan a definir nuestro camino y a conseguir nuestras metas.

Mutación Camina sigilosa por la revolución del sexo. Saborea las migajas del ayer, residuos de un falso amor en su boca. Juega con su cabello, mirando en ojos distintos. Busca repetir el placer momentáneo que le brinda el cuerpo; esa entrega en la que amordaza el sentimiento y sodomiza su piel, levanta su pierna y deja ver su lado oscuro. Quiere renacer como fénix de la noche en un chasquido. Sesea a un transeúnte sediento de las ganas, esas mismas que ella tiene. Sólo de pensar ya transpira fuego. Su sudor resbala por la espalda. Él no cede, ha sido un instante en el que el demonio interior vence, ella busca su mirada y él la niega tres veces, como Pedro a Jesús. Cambio de estado, de la excitación a la calma y de la calma al tormento. Se percata que la gente la observa y mira entre sus piernas. Nota que la bestia a despertado, la está dominando de nuevo. Quiere apagar su mente y busca refugio. Ya no tiene dónde esconderse. Piensa en cosas terribles para calmarla. El miedo la acelera más. La gente grita y se burla. Mutación. Ella/Él quiere ser ciego para no verse a sí mismo. Una anciana sin rostro viene delatripa: narrativa y algo más

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por Él bailando tango. Quiere seducirlo, Él no quiere y no sabe bailar a su son, pero sin darse cuenta sus pies ya van al ritmo de la melodía. Observa que el monstruo entre sus piernas sigue firme y la mitad de su cuerpo es poseído por las vibraciones del universo. En su gesto se devela el goce, su pensamiento trata de censurarlo. El placer duele. Un gemido le contesta: No tengas miedo, disfruta el momento. Mira a tu alrededor, hay miles de mandíbulas buscando clavarse en tierra firme. Entrégate a la danza salvaje de la vida. Esparce tu semilla andrógina sobre el universo. De tus fluidos brotará una nueva especie.

La cena Me recibe con la mesa puesta todas las noches. La miro y sonrío; hoy fue un día duro, no me apetece nada más que descansar. Me invita una copa de vino, se posa sobre la mesa y se desposa de toda prenda para convertirse en el plato principal. Algo en mi interior se enciende. Me dan ganas de escribirle mis mejores caricias y palpar sus adentros. De la cocina pasamos al sofá. La giro una y otra vez buscando la posición perfecta en la que penetren mis besos. Sus gemidos son versos monosílabos que me señalan el camino correcto. Del sofá pasamos a la cama. Estoy en trance y ya nada me detiene. Voy acelerado hasta el final. Al terminar, fumo un cigarro. Mi sonrisa es un éxtasis al contemplarla. Ella, mi mejor obra, descansa sobre la almohada con la espalda descubierta. Suspiro y pienso: mañana será publicada y tal vez sea un éxito.

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El almirante de la mar Océano Andrés Galindo

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uego de dos meses de lecturas colombinas y más de cuatro horas de celuloide quijotesco, no se me viene a la cabeza otra cosa que no sea la equiparación entre estos dos ilustres, pues no resultan ser otra cosa que piedras angulares de nuestras vidas y culturas. Y es que no sé decir a ciencia cierta si el quijote será el compendio y cierre de toda una época de lecturas, conocimientos y percepciones medievales, de toda una era de sueños y ambiciones de viajera aventura, de toda una tradición de nobles hidalgos conquistadores de nuevas tierras y defensores de una fe incansable, su fe; o es que acaso… ¿no podemos decir exactamente lo mismo acerca de los viajes colombinos? Cristóbal Colón, aquel hombre maduro, pero tan lleno de sueños de aventurero, justo tan loco como loco Alonso Quijano, se cree elegido por la divina providencia para llevar a cabo la más grande empresa hasta ahora jamás imaginada, alcanzar la tierra firme de oriente viajando por occidente. Ya hace mucho que los tiempos de las tierras planas han acabado. "La tierra es tan redonda como una naranja" -explica el investigador a su pequeño hijo Diego Colón mientras ambos admiran las costas de Palos, y más allá, más allá de la mare nostrum. Basta poner en la memoria la ilustración de Eduardo Cano de la Peña, "Cristóbal Colón en el convento de la Rábida", para evocar aquellos momentos en que nuestro almirante aún se preparaba para visitar la corte real de los reyes católicos. Una humilde y pequeña habitación del convento con vista al mar, ese mismo mar que 48

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Colón pretende surcar para así alcanzar sus sueños de explorador. Y en esa actitud encontramos al almirante, con los ojos puestos entre sus interlocutores, los monjes del convento, entre quienes siempre encontró apoyo y confianza; y los libros, esos libros quijotescos llenos de aventuras medievales, novelas caballerescas, libros de ciencia y religión que desde que puso ojos en el mar siempre le acompañaron hasta en los momentos más difíciles. Siglos y siglos de literaturas religiosas, proféticas, aventureras y caballerescas regadas en el piso; mapas y cartas de marear sobre la mesa. Pero con el brazo estirado señalando al destino. ¿Qué pruebas más fehacientes se necesitan para convencer a esos necios sabios de la corte real? sólo la fe indomable del almirante y la confianza de la reina Isabel darán inicio a la aventura de nuestras vidas. ¿El Quijote? El Quijote no lo olvidemos. Sueños, imaginaciones exacerbadas, grandes pasiones. ¿Es que acaso no nos podemos imaginar al almirante como noble hidalgo enfundado en una armadura desgastada y vieja que habrá de remendar una y otra vez hasta que ya no de más? A menudo Cristóbal se quejará, precisamente, de esa armadura en la que viaja, La Santa María. Al parecer, los armadores de la costa de Palos apuntan mejor a transportar judíos desterrados que a solventar el viaje de un loco que pretende atravesar el mare ignotum, ese mar que nadie -al menos eso dice la historia oficial- ha osado navegar. Ah, que más da, si es por orden real: dos carabelas y una vieja nao que no aguantará más que un primer viaje, y sólo de ida.


Con todo y todo el almirante de la mar océano está firmemente decidido a zarpar del puerto de Palos con rumbo a las indias occidentales, con escala en las Canarias; y así lo hace el viernes 3 de agosto de 1492. Ahora ya estamos embarcados, y no hay regreso; por lo menos no hasta encontrar tierra, la tierra del paraíso terrenal que se encuentra en el oriente, la tierra del gran Khan, en dónde las ciudades son de oro puro, según dicta El libro de las maravillas de Marco Polo; la tierra de la utopía. Pero no aburriré con tecnicismos de marear. Omitamos todos esos "sudueste", "ouesudueste", "cuarenta millas para allá con mar tranquilo", "veinte leguas con malos vientos para acá", etc. etc., que eso sólo lo entienden los marinos; y nosotros no lo somos; a menos, claro, que se guste pensar que somos navegantes entre los libros, y mientras las olas del océano atlántico envisten contra la proa de la Santa María, las letras impresas en los libros inundan la imaginería de nuestro ilustrísimo almirante. Así, tras largas noches y días de arduo trabajo, y precisamente durante una de esas noches de no dormir, de leer y mirar la inmensidad de la mar océano, el once de octubre de 1492 el almirante escuchó de voz de un tal Rodrigo de Triana: "¡tierra, tierra!". Y al punto el almirante se puso a mirar por la borda, entonces en verdad que no pudo creer lo que sus ojos cansados y ojerosos descubrieron: una luz que brincaba de un lado a otro. Entonces llamo al repostero real para su vista desengañar. Y como si de ironía se tratase, el veedor Segovia, que en esa misma embarcación se hallaba, no pudo ver nada. Imagino que esa noche muy pocos de los hombres que tripulaban las tres embarcaciones pudieron dormir. Al amanecer del día siguiente, ya con el aire despejado de la niebla nocturna y a la luz del sol de primeras horas, por fin pudo confirmar que aquello que tenía frente a sus propios ojos era una

isla. Al llegar a la costa, que los nativos llamaban Guanahani, el almirante bajó a tierra y se dispuso a colocar las respectivas banderas con las insignias reales, al mismo tiempo declararía tomar posesión de dichas tierras en nombre del rey y la reina, sus señores; teniendo como testigos a toda la flota, pero con la fe cortesana (que aún no se puede decir "institucional") del escribano real Rodrigo de Escobedo y del veedor Rodrigo Sánchez de Segovia. Lo que paso después… esa es otra historia. Pero es parte de Nuestra historia. El almirante costeó por varias islas, mismas que fueron bautizadas en honor de la familia real: La Fernandina, la Isabela, y la Juana en honor al príncipe. Justo del 24 de diciembre la Santa María encallaría para no volver a surcar los mares jamás. Los restos de la vieja nao se quedaron en el nuevo mundo, junto con cuarenta hombres. La madera ayudó a construir parte de la primera villa colombina en la isla "la Española". De este lugar partió el almirante de regreso a España, dejando a esos arriesgados cuarenta hombres en una insignificante villa, y con más sueños y ganas de expandir sus glorias. El año siguiente, durante el segundo viaje, hallaría la villa totalmente destruida y a sus hombres muertos. Aun así, a partir de entonces la fama del almirante se engrandeció hasta alcanzar la trascendencia. A su regreso, la noticia del primer viaje de Colón se regó por toda Europa como pólvora, o para bien decir, como tinta en imprenta. La carta enviada al mensajero cortesano Luis de Santángel se publicó en Barcelona y a finales de 1493 se conocían hasta nueve ediciones en idiomas distintos. Dicha carta anunciaba el descubrimiento de nuevas tierras. Para institucionalizar o hegemonizar la historia, se cuenta con el término "descubrimiento". Y, efectivamente, esa es la palabra que consta en las misivas. La intención de Colón, al delatripa: narrativa y algo más

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menos eso dice Las Casas, era la de hacer nuevas cartas de marear, anotando día a día todas y cada una de las peripecias que acontecieran durante el primer viaje. Aquí el interés científico se hace patente. Pero para quienes imaginen un predescubrimiento o preconocimiento antes de 1492, la definición de "nuevas tierras" es importante, y más en tanto que el decir de una nueva ruta es nulo, al menos en la carta a Santángel; es decir, en las cartas que pretenden dar noticia del descubrimiento no se especifica que se trate de una nueva ruta a las indias, quizá porque sea obvio; pero esto bien se puede aunar a la culpa que Hernando Colón achaca a los errores cartográficos de Paolo del Pozzo Toscanelli, dando a entender que el verdadero descubridor del nuevo mundo (ahora América) fue su padre. Tras un tercer y cuarto viaje, el almirante fallece en un convento Franciscano. Ahora, la verdad acerca del predescubrimiento nunca la sabremos. Las biografías ficcionalizan la realidad y ni siquiera el propio Hernando Colón es capaz de dibujarnos un panorama que nos permita asir la realidad. Se dicen tantas y tantas cosas que finalmente ésta ha quedado como una aventura de barcos y naufragios. Incluso el sepulcro del almirante ha quedado como un rumor y no falta quien diga que sus restos descansan en algún lugar de Colombia, única tierra que heredó el nombre del almirante de la mar océano. Si bien al principio imaginaba a un Colón quijotesco, en tanto que se hace portador de siglos de tradición literaria, religiosa y científica, ahora, quizá a partir del naufragio en Jamaica, todo se dibuja algo casi mágico, como si ese eclipse con el que espantó a los nativos rebeldes le hubiera regalado una personalidad misteriosa, misteriosa pero no consciente. O quizá no un regalo, tan sólo un recordatorio para sus biógrafos que aún siguen debatiendo su verdadero lugar de origen. En efecto, no se conoce, con lujo de certeza, dónde nació, si conocía o no estas tierras mágicas y 50

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misteriosas antes del 12 de octubre de 1492 y, como ya se ha dicho, se corren rumores de dos tumbas para Colón, una en Europa y otra en América. Quizá es parte de la magia sincrética de América, ese continente del cual se dice que el almirante apenas vislumbro el comienzo a través de las islas del atlántico y Centroamérica. Ahora, después de más de quinientos años de fusión sincrética, cuesta trabajo decir quién conquistó a quién. Tanto Colón como los hombres que lo secundaron en sus viajes, y hasta el mismo Hernán Cortés, se maravillarían de la hermosura paradisíaca de la flora y la fauna tan vasta y diversa de las tierras recién descubiertas. Y qué decir del mito del buen salvaje, aquellos hombres que andaban como el dios de los cristianos los trajo al mundo, sin la menor vergüenza y viviendo en comunas aparentemente sin ley que los gobierne, sin más fuero que su propia inocencia. Es cierto que al pisar tierra en Guanahani, el almirante se encontró con poblaciones de gente que él llamó indios, indios que bien o mal, según la perspectiva, poseían una cultura, y así en tantas otras islas que avistó. Pero cabe destacar que este o estos primeros encuentros pasarán a la historia como el inicio de una nueva vida jamás antes imaginada. Propios y ajenos no cabían en su sorpresa, unos creyendo en dioses llegados del cielo, otros creyendo en el edén, y juntos reinventándose a sí mismos y teniendo consciencia de una nueva percepción del universo entero. En eso consiste la magia, en reinventar la realidad que nos circunda a partir de la tradición que nos regala nuestro pasado. En un lugar de la península, de cuyo nombre ahora no quiero acordarme, no ha mucho que soñaba un almirante.


El rey Fernando Sergio Osorio a quietud resultaba extraña. No hubo una sola incursión, ningún indicio de que los ejércitos enemigos estuvieran próximos a atacar nuevamente las murallas. Se trataba de esos momentos de paz que auguran la destrucción.

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derrotar sus guarniciones de frontera, así que prefirió concentrar sus tropas en la capital del reino al abrigo de la doble muralla: recia construcción teutona coronada por torres de homenaje atestadas de ballesteros y arqueros de tiro largo.

Lejanos quedaban los años en que este reino de tejados rojos dominó hasta los confines, hasta donde el mar se acaba, donde las praderas y los bosques se pierden entre las sombras y los lobos atacan y devoran a los pioneros. En ese entonces, Fernando sometió a todos los pueblos y, para conservar el orden, algunas ocasiones tuvo que recurrir justificadamente al exterminio. Ahora hasta sus puertos están bajo el dominio del enemigo sarraceno. El mar es surcado por galeras que no permiten ni la construcción de un muelle.

La expectación continuaba y la noche seguía avanzando entre la tensión y el miedo. El cansancio era evidente en Fernando, aunque más evidente era el futuro desastre, sin embargo la esperanza no desaparecía de su rostro. Pensaba en que, de resistir el primer embate, era seguro que el enemigo se replegara más allá del río y, entonces, podría tomar el control del bosque, de las canteras y de las minas cercanas para fabricar buques ligeros y burlotes y para reparar los edificios maltrechos. Así, sin perder tiempo, armaría a su ejército, forjando nuevas armas, y arrasaría con sus enemigos sin dejar una sola vida, un solo muro.

Fernando evitaba recordar cómo toda su flota de galeones pereció en un ataque sorpresivo con botes incendiarios, y cómo, poco después, sin protección, los barcos pesqueros de su reino fueron cazados estando quietos con las redes extendidas. En estos recuerdos consumía su calma cuando la noticia por demás predecible llegó a él: los turcos y los persas se habían hecho aliados, ellos, que se odiaban en este y en el otro mundo, facilitando su propio sojuzgamiento con sus rencillas, ahora juntaban sus palmas y sus escudos para atacarlo. Eran una sola fuerza, junto con otros tres pueblos de oscuro origen. Unidos no tardarían mucho en

En tanto cavilaba su estrategia, sorbía un poco de vino mientras contemplaba, desde la altura, el paisaje gris donde algunos hogares aún no apagaban sus luces. Pudo ver una silueta que pronto se perdió detrás del mercado abandonado. Al fondo, las montañas eran apenas un poco más oscuras que la noche. Una noche por demás clara, como si la claridad estuviera relacionada con el viento helado. Volvió a su lugar y se limpió el sudor con un paño escarlata, tomó un poco de vino y empuñó el mando nerviosamente. Trató de concentrarse nuevamente en la estrategia que delatripa: narrativa y algo más

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podría seguir, calculando las fuerzas militares de las que aún disponía.

Comprendía en ese instante que no quedaba más que esperar la lucha en la muralla.

Pasaron cuatro horas, en las que aprovechó para componer y enviar un gran contingente de caballería ligera, de paladines y de infantería a contener un poco el avance del enemigo y destruir su armamento de asedio. Sin embargo, una lluvia de flechas y una sólida línea de arcabuces acabaron con la infantería de Fernando antes de que pudieran huir. Sus jinetes lograron defenderse un momento antes de formar un túmulo de carne. Al final, tan sólo unos cuantos caballeros de ese destacamento regresaron a la ciudad para ofrecer la última resistencia.

Poco antes del amanecer, pudo distinguir claramente cada unidad de sus sitiadores, primero, un grupo de caballería pesada formando un cuadrado perfecto y detrás tres largas líneas de infantería artillada y un escuadrón de arqueros a caballo. La parte más temible de ese ejército se encontraba a la retaguardia: al menos diez elefantes completamente recubiertos de bronce, numerosas catapultas pesadas de asedio, arietes recubiertos y varios lanzapiedras a punto de erigirse.

Cuando supo el resultado de esta primera derrota, sin mayores consecuencias para el enemigo, arrojó el vino con violencia y se paseó furibundo. Pronto su compostura se desmoronó y comenzó a maldecir su suerte. Resolvió eliminar a los sobrevivientes de la batalla por su inutilidad y por temor a que de un momento a otro se pasaran a las filas enemigas, pues la caballería era ya un elemento inútil en un sitio. Al resignarse, tomó un breve descanso en el balcón y así pudo recuperar el aplomo. Comprendió que era poco el tiempo disponible antes de la llegada del enemigo a la muralla de la ciudad y la resistencia todavía no estaba bien organizada. Tenía que encontrar una forma de salir avante con sus menguadas fuerzas. Mientras reflexionaba, con la mano en la barbilla y un nuevo vaso de vino, el ejército de sus enemigos apareció con descaro en la llanura del sur. Sin dar crédito al tamaño de las huestes, se llevó una mano a la mejilla y dio un gran trago de vino mezclado con sudor.

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No había esperanza, pero estaba dispuesto a resistir hasta el aniquilamiento. Todos los aldeanos se refugiaron dentro de las torres y en el castillo real. Ya no mandaría más soldados a morir inútilmente. La última lucha sería calle por calle. Sólo le quedaban unos cuantos arqueros hacinados en las torres, la caballería ligera sobreviviente del sur que no sacrificó, un grupo de campeones, también a caballo, y cuarenta soldados de élite, caballeros de la orden teutónica, que se encontraban dentro del castillo real. La espera no fue larga y comenzaron a llover grandes rocas que arrasaron con casas, con el maltrecho mercado y con la catedral gótica, donde se guardaban desde tiempos inmemorables tres codiciadas reliquias. Pronto desaparecieron, también, los dos cuarteles y la caballeriza principal. Todo era incendio y desolación. Por un momento cesó el ataque de proyectiles y Fernando pudo asomarse una vez más por la ventana. Pensó en huir hacia el poniente con algunos caballeros y aldeanos para tratar de reedificar su reino. Era posible


escapar, pero los encontrarían en poco tiempo aunque se escondieran en las profundidades del bosque. Además, marchar sin alimento, sólo para prolongar la agonía, no era una idea sensata. Regresó a su silla y continuó cavilando en la posibilidad de huir, siempre atento a los movimientos de los enemigos que no podían penetrar la muralla. De pronto, esa esperanza fue aniquilada por el estruendo de los arietes que acometían, con sus cabezas de macho cabrío plateadas, las puertas del fuerte que rodeaba el castillo. Con impotencia contempló cómo se preparaban para entrar los jenízaros y los elefantes recubiertos a completar la matanza. Sus últimas tropas y su guardia imperial esperaban en el interior a que cayera la puerta para desatar la lucha bajo la mirada del rey. Al ceder la puerta, el grueso del ejército de Fernando derribó cuatro elefantes y rompió algunas líneas de jenízaros antes de sucumbir. Algunos caballeros lograron pasar a la retaguardia del enemigo e intentaron destruir el armamento de asedio, pero fueron abatidos por las flechas. Las tropas triunfadoras se reorganizaron para tomar el castillo, mientras los caballeros de élite de Fernando aguardaban en su interior. Ahora las rocas comenzaron a llover sobre la maciza construcción almenada hasta dejarla maltrecha. Sin dudar, con todo ya perdido, dio la orden para que los caballeros teutones salieran cuando ya tenían al alcance a los elefantes persas y a la caballería turca. A pie, y cubiertos con sus capas rojas, manteniendo baja su pesada espada, se acercaron al enemigo. Conforme avanzaban, iban cayendo

víctimas de las flechas y de los arcabuces. La mayoría llegaron a la primera línea enemiga y comenzaron a hundir su espada desesperadamente causando gran mortandad, pero una fuerza diez veces mayor los rodeó y poco a poco la mancha roja se redujo hasta que el último caballero cayó. Después de una resistencia de varias horas, todo había terminado... La luz del sol incipiente alumbró la magnitud del desastre. Fernando, desde la altura, podía contemplar un entorno desolado y ruinoso, todo estaba quieto, excepto por algunas personas que caminaban rápidamente camino al metro, para luego perderse de vista entre los callejones de los edificios desteñidos. La mañana era particularmente fría y el viento helado lo obligó a cerrar la ventana; dio unos pasos y miró hacia un espejo y un reflejo de culpa lo hizo voltear a otro lado. Se llevó las manos a la cabellera y notó su desaliño. Con los ojos llorosos por el sueño y, bostezando a cada momento, se sentó nuevamente. Frente a él se presentaba insolente aquella sentencia que le producía siempre una profunda amargura: "Has sido derrotado". Con manos temblorosas extrajo el disco del juego. Finalmente, apagó la computadora en un esfuerzo por contener su obsesión pero, al detenerse el ventilador de la máquina, el vacío y el terror se apoderaron de él. Salió de su habitación cerrando con violencia la puerta para no contemplar las verdaderas ruinas de su imperio: una botella de vino barato vacía, ropa desperdigada sobre la cama sin tender, un cenicero colmado, el café frío y un pañuelo escarlata empapado de sudor.

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Niña piel de mariposa Luis Mendoza

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l día en que nació Márcela, los gallos de pelea amanecieron ahogados en el umbral de la puerta de madera. Las olas que el mar azotó por la madrugada alcanzaron a destruir los corrales de los animales. Los gallos, los chivos comenzaban a inflarse y a tomar un color verde oscuro. Amador, cuya predilección por los animales superaba las grandezas de la naturaleza, desató la mula del almendro, montó la silla y echó en su talega un machete de doble filo y un pichel para la leche. Detrás del zaguán vio los huacales flotando. -Este mar acabó con mis animales, pero nunca podrá conmigo -se dijo mientras barría los cuerpos amorfos de los gallos desplumados. Catarina, su mujer, cuyo embarazo se prolongó hasta los nueve meses y medio, salió del dormitorio con el camisón de dormir y unas ojeras de tres días. -Pero ¿qué sucedió? -preguntó Catarina con expresión de asombro. -Este mar tarde o temprano se llevará nuestra casa -repuso Amador amontonando los animales que ya empezaban a desmigajarse por el fango. El sol lanzaba bocanadas de luz sobre el mar. Las olas se desvanecían en la arena que parecía un montículo de polvo. Con precaución de granjero experimentado, Amador escuchó un aleteo detrás de los cadáveres. Cuando fue a ver qué sucedía, observó al ani56

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mal bañado en lodo que luchaba por sobrevivir. -Catarina, este animal no tiene cabeza; pero sigue vivo, -pronunció Amador sentado en cuclillas con las manos ensangrentadas. Asombrado por el espíritu de sobrevivencia del gallo, lo tomó del pescuezo, le echó agua en las plumas vapuleadas y lo amarró de una pata al almendro de hojas secas. Sobreexcitada por tal inventiva de su esposo, Catarina intentó convencerlo de que lo mataran de una vez para la comida de la tarde. Pero Amador la disuadió. -No, este animal tiene más fuerzas que yo farfulló mientras se ponía el sombrero trenzado de palma seca. Como todas las mañanas, Catarina puso en el fogón el café y las tortillas para el almuerzo. Con una demostración de cocinera febril, vertió en la cacerola pedazos de carne salada, rodajas de cebolla y un ramito de perejil. Mientras Catarina servía la comida, Amador terminaba de reparar la puerta del dormitorio que días antes Catarina había averiado. -El almuerzo está listo -anunció Catarina-. Este embarazo ya me preocupó. Pasada la tarde, Amador terminó de reparar la puerta. Cuando Catarina estaba a punto de darse un baño de agua tibia y de flores aromáticas, sintió un dolor en el vientre que ya presagiaba el nacimiento del bebé. Amador, con sus macizos brazos de hierro, la cargó y llevó hasta el dormitorio. En un tono áspero,


pidió a su única hija que fuera a llamar a Soledad, la partera del pueblo. Ángela obedeció. Al llegar a su destino no le dio tiempo de decir nada, la partera tenía fama de adivinar el pensamiento con sólo mirar a los ojos. Soledad, cuyo cabello gris y maltratado le caía hasta la cintura, de cara enjuta, arrugas pecosas, acompañó a la niña. -Mi esposa va a parir y necesito que la atienda -ordenó Amador con tranquilidad al ver a la mujer. -Catarina tiene un embarazo de más de nueve meses -comentó Soledad- no es buena premonición. Catarina estaba acostada en la cama, en posición fetal, sudando enormes gotas espesas, con un paliacate y con el camisón blanco de algodón. Las contracciones se hacían cada vez más insoportables, de manera que Ángela cerró las ventanas y las puertas y prohibió el acceso a los vecinos que ya se habían enterado del acontecimiento. El viento alcanzaba a meterse por entre las rendijas de las tejas. Soledad, asustada por una sensación de ansiedad y preocupación, dejó atrás sus creencias, tranquilizó a Catarina que sudaba cada vez más, y le dio la bendición en la frente con sus dedos pulgar e índice en forma de cruz. Catarina empezó a expulsar un flujo verdoso, pegajoso que llegaba hasta el corredor. Ángela, que estaba en la puerta, sintió en sus pies una sustancia gelatinosa que le cubría las uñas, los talones y los tobillos. En ese momento, una mariposa de alas enormes y de antenas de vidrio pasó revoloteando por la cabeza de Soledad. - Esto no me gusta nada -sentenció Amador, sentado en una silla de madera. Mientras el parto se prolongaba en eternas contracciones y abundantes líquidos verdosos,

se filtraron por la ventana de la cocina cientos de mariposas de alas enormes y de antenas de vidrio que revoloteaban por toda la casa. Los vecinos tuvieron que entrar para ahuyentarlas; las mariposas se posaban en los tragaluces, en las tejas y en las puertas de los dormitorios. Con un eminente esfuerzo de madre amorosa, Catarina pujó de tal manera que en su vulva se divisaba un bulto que no era una cabeza, sino un óvalo pegajoso que resbalaba lentamente de la pared vaginal. Cuando se le estrujó por completo el vientre, Soledad, con sus dedos largos y delgados, abrió más las piernas de Catarina y pudo ver que no era una placenta, sino un huevo grande y tibio de color amarillo con manchas azules. Asombrados por tan maravilloso suceso, los vecinos quedaron boquiabiertos tratando de asimilar aquella escena que imaginaban imposible. Ángela, húmeda hasta los tobillos por la sustancia verdosa, se quedó atónita en un lapso de tiempo que le borró la memoria. Amador, cuyo corazón comprimido le latía cada vez más acelerado, sacó a toda la muchedumbre de la casa. Mientras los vecinos salían, Soledad arrebujó al huevo en sábanas de algodón. Por fin -murmuró Catarina llena de una alegría incomparable. Soledad tomó el huevo aún baboso por la sustancia verdosa y lo llevó a los brazos de Catarina. No le dio tiempo de decir palabra. Sin darse cuenta perdió el conocimiento. Quedó dormida toda la noche, hasta cuando el gallo sin cabeza anunció, con sus alas escuálidas, la luz de la mañana. Amador se llevó el huevo hasta el dormitorio de Ángela y ahí estuvo durante dos semanas sin visitas; Catarina había perdido el juicio y todas las noches se despertaba despavorida recordando delatripa: narrativa y algo más

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la sensación de expulsar aquel cascarón amarillo con manchas azules de su vientre. Jamás se repuso de las interminables noches de tortura. Cuando se disponían a probar los alimentos del almuerzo, un ruido casi imperceptible que provenía del dormitorio de Ángela retumbó en la cocina. Todos estaban en la espera de un acto sobrenatural, pero el ruido dejó de escucharse. Se miraron unos a otros, sin decir palabra. Todo parecía una simple ráfaga de viento y la borrasca de agosto que se dejaba caer en las débiles tejas de barro. Sin embargo, cuando Ángela bebía con calma su taza de café, un estremecimiento cobijó su alma. Abrió sus enormes ojos de niña espantada. Estaba consternada. Sin poder articular palabra, señaló con su dedo índice hacia la puerta de su dormitorio. Mientras todos almorzaban, una niña humedecida hasta los huesos, de rostro pálido, lleno de llagas por todo su escuálido cuerpo, salía, sosteniéndose con sus brazos frágiles, del quicio de la puerta, y con una voz ronca y desentonada, dijo: -Tengo sed. Era Márcela. No hubo tiempo de nada, pues realmente Márcela estaba casi desmayada. Amador sirvió un vaso con agua y se lo llevó rápido, sin pestañear siquiera. Ángela, a pesar de sus casi nueve años, comprendía con tanta diligencia el mundo; pero no concebía la idea de tener una hermana con esas características. Parecía un esqueleto de madera de cabello castaño y ojos amarillos. Pero en poco tiempo se adaptó a su compañía. Compartían el mismo dormitorio, la misma cama, los mismos vestidos y hasta el arpa de cedro. Todos terminaron por aceptar a la nueva integrante de la familia. Las úlceras que hacían erupción en la piel de Márcela eran inconcebibles. Para bañarla había que colocarla en una tina con agua tibia y unas ramitas de 58

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eucalipto. Luego, mediante un proceso de ardua inteligencia, Catarina le colocaba parches de tela húmeda con pedacitos de sábila recién cortada. El dolor que experimentaba Márcela no se comparaba con nada. Lloraba de aflicción cada vez que le cambiaban los parches, pues su piel se desprendía poco a poco, como la polilla se desprende de la madera carcomida. Se desvanecía en torrentes de lágrimas y gritos. Su cabello se marchitaba, sus dientes eran escasos y sus ojos perdían ese color amarillo, ese brillo que el sol le negaba todas las mañanas. Ángela enseñó a Márcela a tocar el arpa. Cuando el sol descansaba en las térmicas aguas del mar, en el corredor entonaban canciones remotas. Sentadas en bancos trenzados de bejuco practicaban las melodías más lúgubres. La noticia llegó -como ocurre en aquellos pueblos marginados- hasta el templo parroquial. El padre Rafael Zurita, cuyos años se reflejaban en el insoportable mal aliento y en sus arrugas marcadas en el rostro cansado, fue de inmediato a la casa de Amador para conocer a la niña que había nacido con aquella patología aún inexplicable, y que además, había aprendido a tocar el arpa con un virtuosismo indescriptible y con tanta facilidad que cualquiera podía pensar que ser músico no era una ciencia, sino un don divino enviado por la gracia de Dios. Mientras tanto, Ángela estaba en el patio jugando rayuela con sus amigos. Después de haber analizado la situación de Márcela, el padre tomó la determinante decisión de invitarla a formar parte de un nuevo coro que se estaba formando en la parroquia. Los ánimos de Márcela se notaban en su característica sonrisa de niña alegre.


Las campanadas de la seis de la tarde sonaban como si fuera las pisadas sordas de un tropel de soldados armados con bayonetas dispuestos para la guerra. El sacristán -cuya identidad nunca fue revelada debido a que escapó sin dejar ningún argumento válidojalaba una cadena oxidada que llegaba hasta el badajo de una campana muerta. El canto inevitable de los tordos alegraba las tardes de muchos niños que jugaban en el atrio lleno de flores buganvilias. En la sagrada misa, el padre se plantaba en el púlpito con su sotana blanca de lienzo, abría la gruesa biblia en el evangelio de Juan, y con una retórica simple y monótona leía los versículos en donde Dios promete bajar del cielo a la derecha del padre para redimir al hombre del pecado y salvar al justos de las manos impías del malvado. Todos, especialmente las señoras desharrapadas y con chongos mal formados, con un velo negro en la cabeza cantaban un aleluya. El órgano y el arpa sonaban angelicalmente. Cada fin de semana el padre Rafael Zurita ensayaba al coro en un cuarto. Dentro había un enorme piano de cola, un chelo con las cuerdas reventadas, una provisión de guitarras y castañuelas, un organillo blanco que tocaba el hermano del padre -un tenor abatido por los años, con canas visibles en la cabellera- y varios pedestales con partituras de antiguos cantos celestiales. Márcela empezó a ganarse el amor de sus nuevos amigos. Sin embargo, sus dedos le impedían seguir tocando el arpa, pues sus dedos cada vez se debilitaban al contacto con las cuerdas, y tuvo que abandonar, con cierta tristeza, el coro en donde había conocido el amor. Una tarde, mientras Ángela y Márcela practicaban rigurosamente las escalas tónicas, cuyas notas hacían bailar hasta las más ínfimas

aves, Amador construía una nueva silla para cada una de sus hijas. Catarina preparaba la comida. Hacía una ensalada de champiñones con epazote, carne frita con rodajas de cebolla y una deliciosa pasta de fideo. Terminando la comida, Amador salió a darle de comer a las gallinas cluecas. Sin darse cuenta, y de espaldas hacia las olas, varios cangrejos llegaron a sus pies. No lo tomó como un mal presagio. Mientras tanto, Márcela, con un vestido crepé, veía a los cangrejos que poco a poco subían al cuerpo de su papá. Y en un abrir y cerrar de ojos, Amador estaba invadido por tantos cangrejos que, sin poder hacer nada, se lo llevaron a las profundidades del mar. Márcela dio un grito estrepitoso. Cuando Catarina salió a ver qué era lo que sucedía, una ola bañó por completo el cuerpo de Amador y se hundió junto con los cangrejos. El recuerdo de aquella tarde la atormentó varios días. Todas las noches lloraba inconsolable, no sólo por la pérdida irreparable de su padre, sino también por la condición de vida que llevaba. -Tengo que buscar a papá -decía todas las noches. Cuando Márcela estaba a punto de bañarse, sintió que el corazón le vibró en vertiginosas ondulaciones. Al llegar la noche, en un rincón del dormitorio, sin ropa y con el escaso cabello que le quedaba, comenzó a tejer un caparazón de hilos blancos para meterse ahí y quedarse durante una semana. Catarina despertó y vio que Márcela no estaba en la casa. Ángela nunca se había sentido tan sola. Jamás se acostumbraron a su ausencia, al vacío y a la soledad del arpa. Las escalas ya no sonaban y las canciones remotas se volvieron polvo. Triste y desconsolada, Ángela pasaba todas las tardes recordando a su papá y a Márcela. delatripa: narrativa y algo más

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Un pedazo de su carne se había ido. Los hilos blancos se confundieron con los primeros rayos del sol. No había rastro de Márcela. De pronto, en una impresión casi profética, Ángela llamó a su mamá: -Mamá, Márcela está allá, volando junto a las olas -dijo.

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Los remolinos que hacía con sus alas movían hasta las nubes del crepúsculo que se desvanecía en el cielo bermejo. Tenía el dorso lleno de escamas imbricadas, con gran variedad de matices que recubrían sus alas. Las olas, jamás fueron las mismas.


serpiente Joelia Dávila

h

oy desperté siendo serpiente. ha pasado mucho tiempo desde la última vez que amanecí así. me gusta cuando eso sucede, tal vez por eso no es tan seguido. o precisamente porque no es tan seguido me gusta. me sentí muy relajada. quise mover un brazo para bajar el volumen de la música con la que despierto cada mañana y apenas logré remover un poco la curva de lo que sería mi espalda, esa parte de serpiente más gruesa y brillante. entonces me vi y comencé a escurrirme por la cama, a desenredarme de las sábanas, a enrollar las almohadas con el resto de mi cuerpo, versátil, flexible, grueso y liviano, hermoso, mientras me miraba, soberbia como buena serpiente, desde lo alto del cortinero. no he sabido qué clase de serpiente soy pues no he encontrado ningún espejo. el del baño está muy alto y los azulejos de las paredes no me dejan sostenerme. tengo una especie de sustancia viscosa sobre mi piel, como aceite, es lo que me hace brillar, es muy delgada y no ensucia, las sábanas están limpias. es que eso me preocupa porque andar lavando no es una actividad que me fascine. de cualquier forma, no me interesa la clase de serpiente que sea, estoy disfrutando serlo y eso es lo importante. me gusta enrollarme en las lámparas de piso e ir subiendo lentamente hasta llegar a la bombilla, y desenrollarme rápido hacia el suelo. la vez anterior que fui serpiente inventé un juego pero ya no lo recuerdo. por lo pronto, deslizarme por los sillones y pasar de la mesa a las sillas y luego subir a las alacenas y después acercarme a los anaqueles con los libros… ¡ah! eso es lo mejor. deslizarme por los anaqueles y tener la escala vi-

sual de los libros. estar con ellos. olerlos por dentro. pasar por encima, junto a ellos. rozarlos con todo mi cuerpo. es un ritual que me gusta comenzar pasando el medio día, cuando el sol entra de lleno por la ventana de la sala. me subo al gabinete, paso sobre la televisión, me estiro un poco y llego al extremo izquierdo del primer anaquel. me gusta llegar de ese lado porque allí están los libros pequeños, guardando la exquisitez de las grandes enciclopedias que están en el extremo derecho del tercer anaquel para el final. el delicioso banquete. pasa el medio día y entonces empieza mi sensual travesía: me coloco encima de los primeros libros, los pequeños, y comienzo a reptar tan lentamente como me sea posible para sentir a lo largo de todo mi cuerpo cada pliegue de papel, de cartón de portada; sentir el filo de cada hoja y alcanzar a distinguir incluso sus calidades, las más delgadas de las más gruesas, las más finas, las más viejas. comprimo mi peso total en donde supongo se encontraría mi vientre, y despliego el cuerpo entero en toda su longitud en un movimiento sinuoso, lento, orgánico... orgásmico. llego al final del primer anaquel y me estiro para alcanzar el segundo. comienzo a percibir el aroma de los libros desgastados y gruesos de tamaño mediano que ocupan este sitio. el resto de mi cuerpo está terminando de disfrutar los pequeños. en este anaquel me gusta pegarme a un costado de los libros, sentir sus lomos en el mío. su piel dura y gruesa contraponerla a la mía, igual de dura, igual de gruesa. aquí hay distintos tamaños, y subo y bajo en oleajes apenas perceptibles para alcanzar a sentir en cada centímetro de mi cuerpo las orillas superiores de los lomos, en donde se concentran delatripa: narrativa y algo más

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los aromas del papel. esta travesía por el segundo anaquel es sólo un espacio de relajamiento, un preámbulo para el desquiciante concierto de sensaciones que provocan las viejas y las nuevas enciclopedias en sus distintos volúmenes, los gruesos lomos brillantes, las gruesas hojas de papel couché, los rasposos separadores de amate, las rústicas hojas sueltas de la enciclopedia heredada desde el siglo antepasado, las hojas suaves y blancas de los nuevos diccionarios. llego al tercer anaquel y poso mi cabeza sobre el primer tomo de la enciclopedia de las ideas. casi puedo sentir que las miles de palabras escritas penetran en mi cuerpo, se sueldan, se absorben. me contraigo sobre ellas, me comprimo y me muevo suavemente de lado a lado, sintiendo lo ancho de las hojas, sintiendo cada una de ellas entre mis escamas, y después me alargo, me deslizo lentamente hacia los lomos, suavemente, delicadamente. paso de las ideas a la gramática, a la lingüística, a la historia del hombre, a la historia

de la naturaleza. sobre cada colección me paseo y deliciosamente me sumerjo en el placer de sentir sus formas en mi extenso cuerpo. recorro cada tomo, cada volumen, cada libro enorme de tamaño, enorme de saberes. cadenciosamente deslizo la serpiente de mi ser, la larga existencia de este día. orgásmico camino entre libros y palabras, anhelante recorrido. largo. extasiante. llego al final del tercer anaquel y me desplomo, agotada y ensoñando, hasta el suelo. me deslizo entonces cansada por la alfombra y me enrollo en el sillón hasta quedarme dormida. es lo más excitante que encuentro de ser serpiente. es por eso que me gusta tanto. es por eso que casi nunca lo soy, seguramente, porque los mejores placeres se viven de a poco. después de cenar he decidido pasar la noche en la tina del baño con la esperanza de amanecer mañana siendo delfín. nunca se sabe qué pueda suceder. nunca se sabe qué pueda traer de bueno lo que suceda.

Un sabio maya Cristina Leirana

H

a sido un enorme placer este reencuentro con el abuelo Gregorio, a quien conocemos los lectores de la obra de Jorge Miguel Cocom Pech de las sucesivas ediciones de Muk'ult'an in nool, que ha sido publicada no sólo en maya y en español, sino también en francés. Tras varios años de haber tenido contacto con la entrañable relación que tienen nieto y abuelo, cambió -como siempre ocurre - mi mirada, lo leo ahora con el enfoque de literatura para niños, no sé si por ello es que encuentro en J-nool Gregorioe', juntúul miats'il maya/El abuelo Gregorio, un sabio maya reminiscencias de El niño y el viejo de Elvia Rodríguez Cirerol; por ejemplo en el capítulo "Las 62

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Siete preguntas" el niño que nos pinta Jorge pregunta qué son las flores, las nubes, las avispas, las cigarras, las libélulas, los sapos, remata preguntando "¿Quién soy yo?", en su primera respuesta, hablando de las nubes el abuelo comenta: "Blancas, grises o de colores, vuelan sobre el azul infinito en busca del viento para jugar con el sol a escondidas" (Cocom Pech, 2012: 50).

El niño de Elvia le pregunta al viejo por qué le gusta mirar las nubes y él contesta porque: "…son como diminutas o gigantes esculturas que cambian de forma y de color.


Su escultor… Es el viento." (Rodríguez Cirerol, 1985: 10).

Otra coincidencia es el interés de ambos niños por los pájaros, don Gregorio explica: -Ch'i'icho'obe', xiknalbuts'o'ob ku máano'ob, ken t'úuchko'ob tu k'abe che'obo' ku síiko'obto'on u k'aayo'ob yéetel u payalchi'ob: uk'aayil u síijil yóok'ol kaab (Cocom Pech, 2012: 92). -Los pájaros son libres cometas ambulantes que, al posarse en el ramaje de los árboles nos regalan cantos y plegarias: la voz primera de la creación (Cocom 2012: 92)

También nos dice don Gregorio: -Máax u k'áat u kí kí yúubik u k'aay ch'íich'o'obe', ma' k'aabet u beetik núup'cheil, k'aabet u pak'ik kul che'ob. U k'aay ch'íich'o'obe u tia'al tuláakal yóok'ol kab, mix máak u yuumil (Cocom 2012: 95). -El que quiera disfrutar del canto de los pájaros no necesita construir jaulas, sino sembrar árboles. El canto de los pájaros pertenece a todos, nadie es su propietario (Cocom 2012: 109).

El niño de Elvia pregunta "¿Por qué cantan los pájaros? Porque se sienten felices de su libertad, [responde el viejo.] -Yo también he oído cantar a los que están prisioneros en alguna jaula. -Cierto, muy cierto, algún día comprenderás que la libertad interior es algo que nada ni nadie puede aprisionar. Una coincidencia más entre los trabajos de Cocom Pech y de Rodríguez Cirerol, es que en ambos hay una búsqueda por transmitir su mensaje a las nuevas generaciones mayas y mestizas; ambos aparecen publicados de manera bilingüe maya español "Jaj, jach jaj; junp'el k'íine' bíin a na'ate' le u jaalk'abile ki'imak óolal yan tu ts'u' le puksi'ik'alo', mix ba'al yéete mix máak

unchaj u páajtal u k'slik" (Rodríguez Cirerol, 1987: 23). Centrándonos en el J-nool Gregorioe', juntúul miats'il maya/El abuelo Gregorio, un sabio maya tenemos que el narrador nos pone en contacto con un tipo de conocimiento muy diferente del científico: los personajes emplean ambos hemisferios del cerebro, no únicamente el derecho, relacionado con la racionalidad. La intuición y la creatividad son convocadas en las actividades de la vida diaria, de ahí la cercanía con todos los seres que nos rodean, especialmente con los seres vivos. La voz den personaje nos transporta a un ambiente para muchos desconocido: nos da una visión del mundo que quizá nunca podríamos ver por nosotros mismos. Nos habla de la cosmovisión del pueblo maya, como legado milenario: se nos narra que llegado a los 13 años, el abuelo introduce al muchacho en el conocimiento de las ceremonias y rituales mayas. Don Gregorio, a su vez, recibió éstos conocimientos de su abuelo durante la "Guerra de Castas" en Yucatán, ya que fue elegido al lado de otras tres personas para ser transmisor de las sagradas enseñanzas; con lo que vemos la proyección de esta milenaria cultura en el futuro: el presente vivo y vigoroso, trae la certeza de que las artes y el conocimiento maya seguirán vigentes por otro milenio, por lo menos. En esta obra se perciben también un profundo respeto por el medio ambiente; el enfrentamiento del hombre consigo mismo, y la necesidad de aprender a escuchar a la naturaleza y a otros seres humanos, como caminos para explorar nuestro interior. Este libro expresa claramente los planteamientos de Alejo Carpentier: los habitantes de estas tierras, a diferencia de los europeos, no tenemos que inventarnos la magia; en nuestras culturas la realidad 'racional' (la única válida para los occidentales) se mezcla con otra realidad, en la que los seres se transportan, sin notarlo, en el tiempo y el espacio, infringiendo las leyes del delatripa: narrativa y algo más

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pensamiento científico. Es otro tipo de conocimiento que nos pone en contacto directo con los sentimientos y el pensamiento de todos los seres: humanos, plantas y animales se comunican con las otras fuerzas de la naturaleza para lograr situaciones armónicas favorables a las personas libres de espíritu, ya que la libertad verdadera no busca el sometimiento de los otros, sino una interacción en equilibrio. Como ya no ha demostrado antes Jorge Cocom Pech, la literatura maya es bien recibida en diversos puntos del planeta, lo que para mayas, mestizos, ciudadanos del mundo y amantes de la

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diversidad es una enorme alegría, muchas felicidades a Jorge, por permitirnos conocer tan de cerca a j-nool Gregorioe', juntúul miats'il maya.

Bibliografía Cocom Pech, Gregorio J-nool Gregorioe', juntúul miats'il maya/El abuelo Gregorio, un sabio maya. Conaculta, 2012. 211páginas. Rodríguez Cicerol, Elvia. 1987. Le chan xi'ipal yeetel nuxiib/El niño y el viejo. Carrillo Puerto: H. Ayuntamiento de Felipe Carrillo Puerto (décimo primera edición).


El retrato de Zoe y otras mentiras de Salvador Elizondo Susana Mota López

E

l discurso narrativo de Salvador Elizondo atrae por la introducción a los vericuetos lúdicos de la ambigüedad; y por la exploración a los secretos íntimos de lo humano como el deseo ?como el querer alcanzar un fin determinado-, las pasiones, las mentiras verdaderas o las verdades falsas, los recuerdos, la memoria, los destellos filosóficos de la vida, y la búsqueda de la identidad y la realidad dentro de un estilo mesurado, científico y poético en su prosa. El título ya nos dice que esta serie de capítulos relatados es toda una falacia, pero si vamos al trasfondo del discurso y buscamos la hermenéutica analógica de la diégesis se pueden encontrar múltiples interpretaciones entre tantas analogías que Elizondo elabora en el desarrollo de los hechos narrativos, que las mentiras resultan verdaderas en el concepto interno del tema a explorar en cada capítulo: Verbi gratia, en "La mariposa" surge el deseo por trascender los mitos de la cultura china, este cuento nos remite a pasajes de su libro Farabeuf o crónica de un instante, en que menciona el método chino de adivinación del I ching, y los hexagramas, en su argumentación acerca del "intento de captar la vida en toda su inmediatez"1. En tanto que en "La mariposa" el autor evoca "un procedimiento casi desconocido de la pintura secreta china llamado Fen hua"2 y "el ideograma mariposa que tiene poderes mágicos".3

1

Sigue "El retrato de Zoe" con el deseo de perdurar la presencia de una mujer llamada Zoe, ausente por muchos años, que hasta se duda de su nombre. El personaje homodiegético sólo la recuerda por un retrato, y las amistades, por evocaciones difuminadas de su presencia en las reuniones. También aquí, la palabra "recuerda" suena iterativo como en Farabeuf, y la mención a la cultura china. Y este deseo de la nostalgia se observa en el efecto que causa la presencia de una Zoe ausente que se convierte en leyenda. En "Teoría de un disfraz", Elizondo plantea, "una investigación acerca de la naturaleza interior de la realidad",4 y a manera de tesis, argumenta su posición ante la máscara o disfraz que nos inventamos ridículamente para satisfacer a la sociedad y la realidad de lo que somos intrínsecamente y no queremos se vea. Continúa Elizondo con la narración de un personaje heterodiegético que revela la pasión demencial de un hombre por una mujer con dueño, su deseo de poseerla, a costa de su propia vida. Mediante el obsequio de un espejo enmarcado en oro y decorado con un pájaro azul que la Criolla pedía, él pierde su vida reflejada en "El ángel azul" a manos del amo viejo de Rabenstein, dueño de la Criolla. La lectura de "La forma de la mano" evoca esos cuadros surrealistas de Leonora Carrington, de Remedios Varo o de Sofía Bassi. Una compañía

Salvador Elizondo, Farabeuf o la crónica de un instante. Madrid, Cátedra, 2000, p. 24.

2

Salvador Elizondo, El retrato de Zoe y otras mentiras. México, FCE, 2000, p. 9.

3

Idem.

4

Ibid. p. 23. delatripa: narrativa y algo más

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de actores que tienen defectos congénitos visita una ciudad, y un director, que no los tiene, siente el deseo de abandonar por un momento la realidad de su vida vagabunda entre sus compañeros minusválidos y se adentra en las calles hasta llegar a un espacio que le recrea lo que precisamente trata de evitar ver: "…su mano derecha le faltaban los tres dedos de en medio y una rugosa cicatriz enrojecida, violácea casi, corría como un riachuelo de púrpura entre el nacimiento del pulgar y el del meñique",5 la analogía de la sangre derramada nos traslada a la vida miserable y explotadora que el director da a sus compañeros. La imagen de este hombre cercenado se repite en la prostituta que contrata para olvidar ese pasaje revelador: "Antes de tomarla en mis brazos nuevamente, noté que le faltaban tres dedos de la mano derecha".6 Es el deseo del olvido de la realidad que abruma. El deseo de recordar un nombre de mujer y su mirada que se graba en el que reflexiona a través de un sueño, se devela en la minificción: "A.H." Las imágenes de los recuerdos de un amor que nunca llegó a realizarse y que no quiere irse a pesar de la muerte, surgen con la presencia de dos perros afganos que persiguieron a su dueña durante el tiempo y el espacio pasado con ese amor. Irene lucha contra el deseo del recuerdo, pero tiene que olvidarlo y mata a los perros porque son "Los testigos" de su amor imposible. "La fundación de Roma" es otra analogía interpretativa del deseo por la nostalgia, por retroceder el tiempo, por querer fundar un universo de pasados escondidos en el reflejo de un espejo y que gritan desesperadamente al amor.

5

El deseo por recordar los mitos del lumpen de las grandes ciudades, las leyendas de espantajos para los niños que se portan mal, se reúne en este cuento "Teoría del Cardingas". Otra vez, el deseo de conservar el amor se contrapone al deseo de no olvidar comer queso, pan y vino porque el yo diegético recuerda la imagen de la comida usual de la amada, y si Lucinda lo abandona entrará en el olvido. Y viene la disyuntiva, o "Lucinda o la gula" de comer esos alimentos para no olvidarla jamás. Este es el cuento "De cómo dinamité el colegio de señoritas" para aliviarse del deseo de exterminar la decrepitud física de los seres humanos. Elizondo nos cuenta "No les basta a estas señoritas, como decía, la execración que su existencia visible impone a la realidad",7 y este colegio se atreve a formar una orquesta de armónicas, que al narrador parece execrable. Elizondo juega con la lógica del lector. El relato de la "Identidad de Cirila o de que Cirila es como el río Heraclíteo" invoca al filósofo Heráclito de Éfeso, cuya idea medular es "que toda la realidad, es un caudaloso río que corre sin cesar; es devenir puro, cambio constante, fluir eterno e interminable".8 Aquí se trata de descubrir la identidad de una realidad llamada Cirila, antes de que pase al olvido, su imagen todavía está en la memoria del sujeto, -y que, también, él duda de su identidad?, presente en dos hechos: "…la que me lleva el desayuno por las mañanas y la que por las tardes me trae el café al jardín".9 En el siguiente cuento "Grünewalda o una fábula del infinito" Elizondo nos hace viajar por

Ibid., p. 46.

6

Ibid., p. 47.

7

Ibid., p. 93.

8

Héctor Rogel Hernández, Diccionario de filósofos. "Doctrina y errores". México, Porrúa, 2007, p. 241.

9

Elizondo, p. 102.

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el horizonte de las verdades lógicas y nos invita a jugar al científico con nuestra lógica para encontrar "the notion of truth" en los seres humanos. Y la verdad es que el yo diegético narra la historia de su amante que se somete a una operación de estética para quitarse muchos años y quedar como en la tierna juventud de su hija, pero ésta muere y el amante revive en la hija sus momentos de pasión hasta el "infinito". Las matemáticas entran en el juego al calcular la disminución de los años operados en la vanidosa mujer. "Allá" nos evoca los sucesos e imágenes inolvidables de la infancia que se resisten a quedarse en el olvido mediante la imagen de "cuando el botón de la chaqueta del traje sastre le cayó en el regazo"10 y desde allí vino el recuerdo del costurero aquél tan familiar y el parque que no se olvida.

dedicado a Paulina: un profesor de budismo tibetano, apasionado por el libro Mystiques et magiciens du Thibet, muere en un accidente automovilístico provocado por la imagen de unas letras pintadas en un muro. Como es devoto al rito de la reencarnación, por lo cual se resiste a morir, en su viaje a la muerte revive las escenas con su rubia alumna, la reunión de reencarnados con el Lama y la pareja francesa que lo atropelló, y la remembranza de Laura, la cartomántica que le predice la verdad de su vida que ya feneció.

Bibliografía ELIZONDO, Salvador, El retrato de Zoe y otras mentiras. México, FCE, 2000. Farabeuf o crónica de un instante. Madrid, Cátedra, 2000. ROGEL HERNÁNDEZ, Héctor, Diccionario de filósofos. México, Porrúa, 2007.

El deseo de volver a vivir como si fuera una reencarnación se interpreta en "El desencarnado",

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Ibid., p. 117.

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El pensamiento esotérico en la obra de Antonio Mediz Bolio José Juan Cervera

U

n aspecto poco atendido de la obra de Antonio Mediz Bolio se refiere a la fuentes de contenido esotérico1 que nutrieron en parte su pensamiento como creador literario y estudioso de la cultura maya. Es un hecho que, por sí mismo, no resulta sorprendente, pues tampoco constituyó un caso aislado en el mundo intelectual y artístico de los primeros años de la Revolución Mexicana en curso de institucionalizarse. En el proceso de construcción de una identidad colectiva de tintes nacionalistas fueron muchas las tendencias que contribuyeron a definirla. Esta amalgama, que en mayor o menor medida trae implícita toda elaboración cultural, asimiló tradiciones regionales, creencias alternativas y concepciones espirituales exóticas, al igual que los productos de una antropología profesional incipiente que denotaba una profunda influencia de los trabajos emprendidos en ese campo por investigadores extranjeros.2 Existen varios indicios del interés que Antonio Mediz Bolio manifestó por las interpretaciones esotéricas de la historia vernácula más

remota, tendencia especialmente perceptible en los años que coincidieron con el gobierno de Felipe Carrillo Puerto en Yucatán quien, como se sabe, impulsó una perspectiva revitalizadora del pasado maya como uno de los puntales de su proyecto político.3 Los sangrientos sucesos que pusieron fin a su régimen de manera prematura desarticularon también un conjunto de esfuerzos emprendidos por educadores, artistas, ideólogos y promotores culturales que hallaron en el tiempo que duró esa administración una atmósfera propicia para sustentar una visión del mundo dinámica y receptiva a experiencias afines provenientes de otras latitudes, a la vez que volcaron su atención al poder movilizador de los valores autóctonos. El conocimiento de la antigüedad indígena no se circunscribió a los círculos académicos que desarrollaron una actividad particularmente intensa en esos días. También propendieron a él varios escritores que apreciaron el fondo de identidad colectiva implícito en esos contenidos y nociones. Aunque sus objetivos no fuesen

1

Dichas fuentes equivalen a ciertas claves que remiten a conocimientos reservados a unos pocos iniciados que con su acción se proponen dar cauce a un desarrollo equilibrado y armónico de la humanidad.

2

La corriente del culturalismo norteamericano influyó, por medio de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas, en los iniciadores de la antropología profesional en nuestro país, entre los que destacó Manuel Gamio, quien a su vez tuvo influencia en Edmundo Bolio Ontiveros, funcionario público durante el gobierno de Felipe Carrillo Puerto que propuso instalar una "Exhibición Regional" para representar las etapas del desarrollo cultural de Yucatán; esta iniciativa se inspiró en los trabajos que Gamio coordinó durante los trabajos de exploración en Teotihuacán mediante un enfoque integral y multidisciplinario. Cfr. Edmundo Bolio. "Nuestro Museo Arqueológico", Diario Oficial del Gobierno Socialista del Estado Libre y Soberano de Yucatán, núm. 7774, 16 de febrero de 1923, pp. 1-2.

3

Así lo sintetizaba, por ejemplo, una máxima de la Liga Central de Resistencia del Partido Socialista del Sureste, insertada en su órgano de difusión en el mismo número en que informaba de las festividades que acompañaron la inauguración de la carretera a Chichén Itzá: "Que el resurgimiento de las grandezas de tu raza sea la mayor esperanza que te anime". Cfr. "Pensamientos", Tierra. Órgano de la Liga Central de Resistencia, Mérida, época III, número 13, 22 de julio de 1923, p. 10. delatripa: narrativa y algo más

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exactamente los mismos, unos y otros sentaron las bases para ampliar recíprocamente su perspectiva al hallar coincidencias en su búsqueda animada de un peculiar sentido histórico. La civilización maya prehispánica tuvo componentes simbólicos restringidos a la comprensión de algunos sectores privilegiados en la estructura jerárquica de su sociedad, como lo permite apreciar el llamado lenguaje de Zuyua,4 descrito en el Chilam Balam de Chumayel, libro tradicional que fue traducido en una de sus versiones al español por Antonio Mediz Bolio.5 En otros casos, los contenidos culturales de referencia autóctona se afianzaron en el dominio popular, dando como consecuencia una superposición de órdenes de significado que regularon el vínculo de estos grupos étnicos con su entorno natural, del mismo modo como funcionaron en sus relaciones sociales. En este contexto, las representaciones mitológicas cumplieron un papel relevante que ciertos agentes políticos y culturales se propusieron reformular en circunstancias tan distintas de sus orígenes como las de la sociedad yucateca de las primeras décadas del siglo XX.

4

Era reciente la fundación de las primeras logias teosóficas en Yucatán,6 que obraron como la expresión local de un movimiento internacional organizado en torno a una mezcla de creencias de origen cristiano e Indostánico y que entre sus objetivos concedió una singular importancia al estudio comparado de los sistemas culturales y religiosos de diversos lugares y épocas.7 Uno de sus temas más recurrentes fue el de los continentes perdidos que, según tradiciones a las que alguna vez aludieron autores como Platón y Plutarco, influyeron decisivamente en el desarrollo de la civilización universal, sin descartar au efecto en las sociedades americanas anteriores a la conquista europea. Aunque no se dispone de pruebas concluyentes que indiquen la afiliación formal de Mediz Bolio a esta clase de asociaciones, si las hay en lo que concierne a otros personajes ligados a la vida creativa y reflexiva de ese entonces, como Manuel Amábilis Domínguez,8 Santiago Herrera Castillo, 9 Francisco Gómez Rul, 10 Manuel Domínguez Zubieta,11 Arturo Cosgaya12 y Lauro

Alfredo Barrera Vásquez y Silvia Rendón, El libro de los libros de Chilam Balam, México, FCE, 1948, p. 205.

5

Libro de Chilam Balam de Chumayel, traducido del maya al castellano por Antonio Mediz Bolio, San José, Costa Rica, Ediciones del Repertorio Americano, 1930.

6

La primera de ellas fue la logia "Mayab", que se estableció en Mérida en 1914. Cfr. Estatutos de la Sociedad Teosófica y Reglamento Interno de la Logia "Mayab", Mérida, Imprenta "El Porvenir", 1914, p. 9.

7

Este propósito aparece enunciado en el artículo segundo de la Sociedad Teosófica, fundada en Nueva York en 1875. Ibid, p. 3.

8

Arquitecto yucateco, colaborador del general Salvador Alvarado y de Felipe Carrillo Puerto, durante sus respectivas administraciones; constructor de importantes obras inspirados en los principios arquitectónicos de la civilización maya. Cfr. "Amábilis Domínguez, Manuel", en Diccionario histórico y biográfico de la Revolución Mexicana, tomo VII, México, INEHRM-Secretaría de Gobernación, 1992, pp. 554-555.

9

Distinguido profesor yucateco, fundador de la escuela Nueva Ariel y fundador del Cuerpo de Exploradores de Yucatán de dicho plantel, en 1930. Cfr. "Escuela Nueva Ariel" [anuncio], Frente Pedagógico. Revista Mensual de Educación Socialista, Mérida, año I, núm. 1, julio de 1936, tercera de forros; Víctor M. Suárez Molina, Historia del obispado y arzobispado de Yucatán. Siglos XIX y XX. Tomo III, Mérida, Fondo Editorial del Estado, 1981, pp. 1279-1280.

10

(1869-1926). Sus datos biográficos figuran en una nota necrológica firmada por el profesor Santiago Herrera Castillo. Cfr. "Don Francisco Gómez Rul. Breves apuntes biográficos", en Teosofía en Yucatán. Órgano del Grupo de Trabajo de las Logias Teosóficas en Yucatán, Mérida, núm. 7, mayo y junio de 1926, pp. 2-6.

11

Profesor yucateco, fundador de la Academia Comercial Marden. Cfr. Rodolfo Ruz Menéndez, Ensayos yucatanenses, Mérida, Ediciones de la Universidad de Yucatán, 1976, pp. 163-167; "Academia Comercial Marden" [anuncio], El Popular, Mérida, núm. 78, 14 de enero de 1922, p. 4

12

Músico yucateco, reconocido por sus obras de contenido nacionalista, regional e indigenista. Cfr. "Cosgaya Ceballos, Arturo", en Diccionario histórico y biográfico de la Revolución Mexicana, tomo VII, México, INEHRM-Secretaría de Gobernación, 1999, pp. 625-627.

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Franco,13 entre otros.14 Lo cierto es que, bajo ese influjo ideológico, Mediz Bolio recurrió a dicho cuerpo de doctrinas para apropiarse de algunos elementos que luego integró a su obra, y que incluso han sido identificados y comentados por otros autores, como Alfonso Reyes15 y Ricardo Mimenza Castillo.16

al castellano,21 el hecho de entrañar un producto predominantemente literario más que un estudio propiamente etnológico o etnohistórico, lo relevó del compromiso de sustentar, con el mayor apego posible a las fuentes disponibles, el sustrato conceptual que le sirviera de base para esa "estilización".

El ejemplo más notable de la presencia de nociones esotéricas en las obras de Mediz Bolio puede encontrarse en La tierra del faisán y del venado, cuya primera edición apareció en Buenos Aires en 1922. En este libro, el autor yucateco alude inequívocamente a la desaparición de la Atlántida y a su repercusión en el florecimiento del pueblo maya, relato que figura en la sección que denominó "El Principio", 17 referida al hundimiento de la tierra de "los hombres rojos".18 Fueron estos pasajes los que motivaron la asociación explícita que sobre ellos formuló Alfonso Reyes respecto a las creencias teosóficas, en el prólogo que suscribió.19 El autor de Visión de Anáhuac reveló que Mediz Bolio se propuso exponer "una estilización" del espíritu de los mayas, "del concepto que tienen todavía los indios".20 Aunque él mismo afirmara "haber pensado el libro en maya" para plasmarlo luego

Complementariamente, el autor comentado desplegó concepciones análogas en otras intervenciones escritas. En ellas contribuyó a propagar la creencia de que los mayas son descendientes de los atlantes, del mismo modo que lo hicieron, en otros momentos, escritores como Ricardo Mimenza Castillo,22 José Castillo Torre23 e incluso José Vasconcelos,24 en un plano que trasciende lo estrictamente regional. Dicha tesis la hizo suya al dictar una conferencia sobre la antigüedad nativa, durante una pausa en sus encomiendas diplomáticas, en una de las veladas culturales que semanalmente organizaba Edmundo Bolio Ontiveros por encargo de Felipe Carrillo Puerto, exposición que fue transcrita posteriormente en el primer número del boletín del Departamento Cultural de la Liga Central del Partido Socialista del Sureste, fechado en enero de 1923.25 En julio del mismo año, el dramaturgo y poeta

13

Editor yucateco, propietario de la imprenta El Porvenir, promotor de la alimentación vegetariana. Cfr. Gyan, Revista Teosófica Mensual, núm. 18, septiembre de 1921, cuarta de forros.

14

"Miembros de la Sociedad Teosófica en Yucatán" [pie de foto], Teosofía en Yucatán, Mérida, año I, núm. 2, julio y agosto de 1925, s.n.p.

15

El escritor regiomontano lo expresa así en el prólogo que elaboró para La tierra del faisán y del venado, de su colega yucateco.

16

Ricardo Mimenza Castillo, "Comentando a Mr. Morley", El Popular, Mérida, año II, núm. 430, 7 de marzo de 1923, p.1.

17

Antonio Mediz Bolio, La tierra del faisán y del venado, Buenos Aires, Contreras y Sanz Editores, 1922, pp. 27-48.

18

La quinta de las partes que componen el Chilam Balam de Chumayel se refiere a los orígenes de la "Raza Roja". Cfr. Libro de Chilam Balam de Chumayel, op. cit., p. 11.

19

Alfonso Reyes, "Prólogo", en Antonio Mediz Bolio, La tierra del faisán y del venado, Buenos Aires, Contreras y Sanz Editores, 1922.

20

Ibid, pp. IV-V.

21

Ibid.

22

Ricardo Mimenza Castillo, op. cit.

23

José Castillo Torre, El país que no se parece a otro, México, 1934, pp. 9-39.

24

Alude a la civilización atlante en el marco de su exposición sobre los procesos de mestizaje que conformaron la fisonomía étnica del continente americano. También comenta los rastros que a su juicio dicha sociedad dejó en Chichén Itzá, entre otros sitios. Cfr. José Vasconcelos, La raza cósmica. Misión de las razas iberoamericanas, México, Asociación Nacional de Libreros, 1983, pp. 12-13.

25

Antonio Mediz Bolio, "Las ciudades muertas de los antiguos mayas". Los Lunes Rojos, Mérida, tomo I, núm. 1, enero de 1923, pp. 35-37. delatripa: narrativa y algo más

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yucateco ratificó su convicción sobre el tema señalado en un artículo que publicó en la revista Tierra,26 valiosa fuente de información para conocer los asuntos de resonancia pública en esa época. Es significativo el cambio de posición que Mediz Bolio mostró sobre esas concepciones dos décadas después, cuando le correspondió prologar un libro del arquitecto Manuel Amábilis,27 teósofo yucateco que tuvo una destacada participación en los procesos artísticos y educativos vinculados con las primeras administraciones revolucionarias en la región. En su texto de presentación se condujo con cautela, tomando distancia de su entusiasmos iniciales por la Atlántida y glosando, en cambio, las ideas que Amábilis había mantenido al respecto con el paso de los años. Parecía incomodarle la más leve sospecha que los lectores de esas líneas pudiesen abrigar sobre la lejana adopción que hizo de aquellas ideas en escritos realizados con propósitos de divulgación histórica más que con intenciones estéticas, lo que se observa en el caso de la conferencia y del artículo citados, aunque no pueda decirse lo mismo de la más conocida de sus obras. La fidelidad de Manuel Amánilis a las nociones esotéricas se gestó, por supuesto, en experiencias que Mediz Bolio no tendría por qué haber reivindicado, por seguir cauces distintos. El reconocido arquitecto yucateco sostuvo con ardor las enseñanzas que la Sociedad Teosófica transmitió a sus adeptos, en un derrotero que

recorrió convencido y que logró combinar con su trayectoria profesional. No pareció importarle que se pudiese juzgar su desempeño académico y su producción editorial como la prueba de un eclecticismo que afectara las pretensiones científicas de su pensamiento, sino que, al contrario, defendió la aplicación de conceptos esotéricos a los estudios de esa índole. 28 Simplemente fijó un principio de compatibilidad entre las dos grandes esferas de la conciencia que, desde tal perspectiva, sólo podrían remontar sus ataduras al disolver las fronteras de sus respectivas competencias disciplinarias. La alusión a la trayectoria de Amábilis permite ilustrar hasta cierto punto el modo como se organizaron las relaciones entre los integrantes del medio intelectual del Yucatán de las primeras décadas del siglo pasado. Si el distinguido arquitecto enarboló las ideas apuntadas fue porque hubo un ambiente cultural propicio para suscribirlas y desarrollar su enunciación formal, ya que para ello existieron canales de interlocución extendidos a otras partes del territorio nacional e incluso al ámbito internacional. Los teósofos lograron hacer una propaganda eficaz de sus creencias, como lo demuestran las publicaciones periódicas que editaron para cumplir ese cometido. 29 Además tuvieron la habilidad suficiente para enlazar el contenido de sus creencias con la vida artística del momento, haciendo públicas las actividades que correspondiesen con este esquema.30 Como conse-

26

Antonio Mediz Bolio, "Chichén Itzá", Tierra. Órgano de la Liga Central de Resistencia, Mérida, núm. 12, 15 de julio de 1923, pp. 23-24.

27

Antonio Mediz Bolio, "Este libro y su autor", en Manuel Amábilis, La arquitectura precolombina en México, México, Editorial Orión, 1956, p. 25.

28

Manuel Amábilis Domínguez, Los atlantes en Yucatán, México, Editorial Orión, 1963, p. 32.

29

Con ese propósito circularon las revistas Mayab. RevistaTeosófica de la Logia de su Nombre (1914, 1917), El Heraldo. Órgano de la Orden de la Estrella de Oriente en la Península de Yucatán (1915), Gyan. Revista Teosófica Mensual (Mérida 1920, 1921, 1941) y Teosofía en Yucatán. Órgano del Grupo de Trabajo de las Logias Teosóficas en Yucatán (Mérida 1925-1927).

30

"Sala de conciertos. Local del ex-Congreso", La Revista de Yucatán, Mérida, núm. 1160, 7 de mayo de 1919, p. 3.

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cuencia de semejante vitalidad, recibieron la animadversión y el escarnio de los representantes de la religión tradicional 31 y de los librepensadores.32

prehispánica para enlazarla a sus doctrinas, tendencia muy marcada en el centro de México con la participación de prominentes figuras de la vida pública.38

Otro factor que contribuyó a la difusión de ese enfoque fue la serie de acciones que desplegó la masonería en el estado. Para ampliar el impacto de su caudal simbólico, los miembros de dicha fraternidad realizaron ceremonias especiales en las principales zonas arqueológicas de Yucatán,33 tal como lo hicieron en otras del país.34 En la misma época se anunció la exploración de varios vestigios de este tipo en otras partes de la república, con la intención de hallar en ellos los rastros de la Atlántida,35 aparte de las investigaciones que con énfasis profesional se orientaron al estudio del pasado indígena, como las que coordinó Manuel Gamio en el Valle de Teotihuacán36 y las que el Instituto Carnegie efectuó en Chichén Itzá.37 Por los mismos años, los rosacruces interpretaban a su modo la tradición

Fueron estas mismas condiciones las que favorecieron la impetuosa incursión de Mediz Bolio en los meandros del pensamiento esotérico, aunque más tarde evidenciara un paulatino alejamiento hasta tomar una distancia definitiva e impersonal ante los postulados sincréticos de las innovaciones espirituales en boga. No obstante esta decisión expuesta con la misma legitimidad del albedrío que la engendró, y a pesar del quebrantamiento de los proyectos culturales y políticos de largo aliento, del descrédito posterior de múltiples enfoques ideológicos y de las contingencias históricas desconcertantes, aquellos signos de talante hermético evocan algunos de los componentes de una obra que fundó en su horizonte creativo la sustancia de la perdurabilidad.

31

"Algo de teosofía. Teosofía y cristianismo", Hoja Parroquial, Mérida, año 1, núm. 30, 27 de julio de 1930, p. 1; "Suénate las narices, teósofo", Hoja Parroquial, Mérida, año 1, núm. 9, 17 de abril de 1931, p. 5.

32

[Sin título, esquela satírica], Hoja de Parra. Semanario Pro-Verdad, Mérida, año II, núm. 43, 27 de marzo de 1932, p. 3.

33

"Correo de la Península", Los del compás y la escuadra en Chichén", La Revista de Yucatán, Mérida, año VIII, núm. 2763, 26 de septiembre de 1923, p. 5.

34

"Una ceremonia masónica en las pirámides de San Juan", La Revista de Yucatán, año VIII, núm. 2800, 2 de noviembre de 1923, p. 1.

35

"Carlota Cameron estudiará las ruinas de México", La Revista de Yucatán, Mérida, año VIII, núm. 2807, 9 de noviembre de 1923, p. 1.

36

Eduardo Matos Moctezuma, "Introducción", en Manuel Gamio, Arqueología e indigenismo, México, INI, 1986, p. 12.

37

"Los trabajos de exploración, excavación y conservación de las ruinas de Chichén Itzá", La Revista de Yucatán, Mérida, año VIII, núm. 2690, 15 de julio de 1923, p. 1.

38

Raquel Tibol, "¡Apareció la serpiente! Diego Rivera y los rosacruces", Proceso, México, núm. 701, 9 de abril de 1990, pp. 50-53. delatripa: narrativa y algo más

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Cuaderno de un ahorcado Jorge Daniel Ferrera Montalvo

E

l joven reconoció que había muerto cuando notó la amarga indiferencia de la gente. Era demasiado astuto como para ignorar que era invisible ante los demás. Durante su infancia había leído muchísimo sobre el Doppelganger, la idea de que en algún punto- y en algún curso- existía un ser idéntico a él. Pero ahora no le obsesionaban esos detalles, quería regocijarse del encuentro, de la revelación; quería en suma, extasiarse del abominable espectáculo de su muerte. Por tal motivo observó con paciencia la llegada del oficial y de los paramédicos, seguido de los peritos y carropatrullas. Afuera, ya una portentosa muchedumbre esperaba ansiosa la visión de su cadáver. El oficial entró a la casa y miró detenidamente el cuerpo. Debajo de una mesa pudo ver una botella de vino y un cuaderno de notas. -Señora -pronunció amablemente el oficial¿El chico vivía sólo o con alguien más? -No… ¡No! -alcanzó a espetar la que parecía ser su madre- el niño vivía sólo conmigo. El oficial se detuvo unos instantes, asintió con la cabeza y torció ligeramente la boca, luego, la miró contemplativo. Algo no engranaba en el cintillo de las piezas, la casa aparentaba ser muy agradable como para vivir sin preocupaciones. Los muebles estaban

limpios, los frascos y libros ordenados, las copas y las vajillas permanecían impecables. El oficial frunció el ceño, se limpió la nariz y volvió a interrogar. -¿No sabe -masculló con aspereza- si el joven tenía problemas, no advirtió algo digamos… inusual en los recientes días? -Pues…mi hijo era un muchacho perfectamente normal -replicó la señora- casi no salía de casa, no se metía con nadie, le embelesaba quedarse a escribir. Sí, eso hacía. Se pasaba las noches escribiendo. El oficial tomó apuntes y se apretó los labios. Después, buscó en su bolsillo. -¿Dice usted que se pasaba las noches escribiendo? ¿Y no sabe qué es lo que escribía? -¡Cuentos! -respondió la señora- ¡Escribía esos malditos cuentos! De golpe, el oficial recordó el cuaderno. Sabía que allí encontraría la clave de su espantosa muerte. Se dirigió de prisa a la mesa, apartó la botella de vino y levantó el cuaderno de notas. Tras revisar las primeras hojas, leyó el título de un cuento. Era la extraña historia de un joven que había recibido la visita de un ser idéntico a él. Luego de reconocerse mutuamente, los dos comprendían que no era admisible que compartieran la misma cuita y el mismo espacio. Si el delatripa: narrativa y algo más

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universo había conspirado para semejante burla, entonces era la obligación de uno de los dos dejar de existir. Acordaron fingir la muerte del otro, querían restregarle al destino que era posible y un derecho, vivir una misma muerte. Colgaron a uno de la punta de un madero. El oficial cerró el cuaderno de notas, miró a la señora distraído y luego de unos segundos mintió: "Aquí sólo hay historias señora, meras fantasías de escritores."

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La última poeta Luis Valdez

U

no intenta pasársela muy tranquilo trabajando en lo que puede, en lo que le dan la mínima oportunidad, cuando no falta una parvada de jovenzuelos de esos que quieren cambiar al mundo. Casi siempre acompañados de un pobre adulto del cual se aprovechan para llevar a la práctica la idea de cómete a un mayor. Eso es, si quieres alcanzar al futuro, cómete al pasado. Por eso ellos entraron al bar donde trabajo, y claro que ya venían ebrios. Todos unos jóvenes poetas. Me preguntaron si me gustaba la poesía. No tenían por qué saber que estuve en la facultad de filosofía y letras sólo una semana. No soporté a mis propios compañeros de grupo. Ellos estaban con una mujer de más de sesenta años. Decían que era la gran poeta del norte del país y luego de haber partido para el Defe, había ganado premios nacionales. Por fin regresa a su ciudad natal, seguramente cansada de las políticas culturales. Esperando la muerte.

Me parece buena idea que la muerte no respete a los poetas. Y menos a los que se han ganado un premio nacional. Esos deben irse pronto de aquí. Algunos pidieron cerveza. Otros ron, y la mujer esa, tequila. Estaba en su papel de conocedora de la vida, sí. Una de las

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muchachas que venían en el grupo me dijo algo sobre una canción. No le entendí. El muchacho sentado al lado de ella me miró con desconfianza. Debí haber sido yo, por mera justicia, quien los mirara con desconfianza. No creo en esa política de que el cliente siempre tiene la razón. El dueño del bar llamó por teléfono. Me dijo que eran tiempos difíciles para el negocio, y que había llegado a un arreglo con la policía. Entonces podría cerrar hasta que los clientes se fueran. Nada de que a la una de la madrugada. Me dieron ganas de gruñirle que a los empleados también nos da sueño y ganas de estar tirados en la cama, intentando olvidarse de que en menos de doce horas hay que regresar a esta especie de guardería. -Ya sabes. Hasta que se vaya el último. La muchacha de hace rato se me acercó para preguntar si la radiola funcionaba. Apenas la conecté y pusieron canciones de Silvio Rodríguez y Joaquín Sabina. La señora insistía en poner canciones de su comadre Chavela Vargas, con la que había bebido muchas veces. El muchacho que me había visto de mala manera, jaló a su compañera a la puerta de salida y discutieron un rato alejados del grupo. Luego ella salió. Me da coraje cuando por culpa de un idiota los demás nos quedamos


sin posibilidades con la única mujer que vale la pena en un lugar. Luego, el tipo se acercó a la barra y me pidió un cigarro. -Es una puta. -¿Quién? -Ella. Sólo anda de taller en taller viendo a quien hace pendejo para que la hagan escritora. Pero sus poemas son una mierda. -Bueno, sí, me imagino que debe haber personas que escriban muy mal. -Ella es de esas. Pero nadie se lo dice porque se la pasa nada más de calienta huevos. Un rato más y la muchacha regresa, con otros dos tipos. El que hace rato habló mal de ella, hace una mueca de odio. ¿Rivales literarios? La cosa se estaba poniendo bien. La poeta premiada levanta sus caderas de más de cuatro quinceañeras del asiento. Me grita: donde está el baño. Luego se dirige al fondo a la izquierda. Me dan unas inmensas ganas de llamarle al jefe y decirle que me iré de una maldita vez, dejando abierto este lugar, a disposición de los clientes que a partir de ahora deberán despacharse por sí solos. Libre albedrío. No recuerdo el número de su casa. El del celular menos. En eso uno de los jovenzuelos grita "Foucault es un pendejo" y otro le contesta que Bataille escribe para maricas. Alguien revienta una botella en la cabeza de otro y la muchacha me grita que llame a una ambulancia. Recordé que había dejado la agenda en el baño cuando fui a orinar. Corrí y la maldita vieja poeta premio nacional orinadora lenta todavía no había salido. Toqué la puerta lo más decentemente que pude antes de decir, salga a la chingada de allí, por favor, que es una emergencia de a deveras.

La muchacha mamacita calienta machitos me vuelve a gritar que llame a una ambulancia y tuve que decirle que la agenda está en el baño y no la puedo sacar porque no quiero ver cómo le cuelgan las carnes a la vieja poeta. Entonces viene y le presto las llaves. La muchacha grita desde el interior del baño que la vieja esta muerta. Tratamos de sacarla cuando nos dimos cuenta que la vieja cochina no había alcanzado a limpiarse y nosotros teníamos que hacer la labor de frotarle las partes para que no fuera a ensuciar el pasillo de las mesas a la puerta de salida. La muchacha increpó al muchacho con que había discutido: -Te dije que no le pusieras esa pastilla en su bebida, pendejo. -Ella dijo que le gustaban; que son las que tomaba de joven, era una pinche sorpresa. -Se murió la pinche vieja. Allí tienes tu sorpresa, güey. Luego de limpiarla y enrollarle medio papel higiénico por entre las piernas, la sacamos cargada de los hombros. Apenas atravesamos la puerta cuando grité que me iba al carajo de allí, que apenas dejáramos a la mujer en algún lado y les dejaba la cantina, para que se empedaran todo lo que quisieran. Uno de ellos, el que estaba sangrando de la cabeza, tuvo la idea del año. -Cabrón, ¿y si mejor la dejamos en donde sea y nos regresamos todos a seguir bebiendo? -¿Dejarla dónde? -Pues en un lugar visible, para que no de sospechas. Y atravesamos media calle hasta la avenida Constitución, donde entre todos la subimos a un puente peatonal. A mitad del puente delatripa: narrativa y algo más

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sujetamos la cintura de la vieja de los barrotes del pasamanos. Era medianoche y los carros pasaban volados. Rompimos la sudadera de uno de los poetas jóvenes y con ella hicimos las tiras para amarrar. La muchacha dijo: Pinche Juanelo, si el golpe en la cabeza no te dejó tan güey. Regresé con ellos a la cantina. Reventamos la parte trasera de la radiola y reciclamos todas las monedas de su interior para poner más y más música. En algún momento la muchacha convenenciera ya estaba acostándose conmigo detrás de la barra mientras el tipo que había discutido con ella, estaba besándose con sus dos amigos. Las cosas estaban donde debían según el horario de las grandes borracheras.

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Incluso llegó un policía que nos heló la sangre al atravesar el portal, pero luego de decirnos que acababa de terminar su turno y quería saber si todavía vendíamos cerveza, le dijimos que era gratis. Entonces llamó por su celular a varios compañeros. En algún momento de la mañana, entre esas palomitas de maíz que le estallan a uno cuando despierta de una borrachera, sonó el teléfono. Cuando contesté, la voz del jefe preguntaba cómo habían ido las cosas, le dije: jódete, pendejo, y colgué. Luego salí; salí corriendo hasta la esquina donde pude distinguir a la vieja dando la cara al sol, declamando su último poema al amanecer.


Nos vemos en el slam

por Mario Pineda Quintal

Noche de sábado Es noche de sábado en el Poliforum Zamná. En la explanada central de este recinto deportivo dedicado a los golpes, no existe un cuadrilatero de boxeo o lona para la lucha libre. Ni las carísimas sillas para ver de cerca los ganchos a las costillas o los saltos desde la tercera cuerda. Esta noche, solo se ve un escenario donde las bandas convocadas a la tercera edición del Festival Rockultura suenan la agresividad de sus gritos, acordes, tarolas, saxofones y otros instrumentos que lanzan demonios a los brazos y piernas de punketos, metaleros, rockeros, rude boys y dark girls, para poseer sus patadas, codazos y empujones en un desmadroso slam. En los minutos de cada rola, entre oscuridad y destellos de luz, ellos y ellas se dan de golpes. Todos se atacan y todos aguantan, el caído es levantado, el levantado es empujado, patadas adelante, patadas a quien se cruce, codazos para defenderse, codazos para todos y uno que otro brinco sobre vasos tirados al piso cuando se les acaba la cerveza. Esto es la diversión de la tocada, así es su baile en la pista, de esta forma se apoya las letras rebeldes de la mayoría de las rolas. Ni una chica se queja como fresita: -no manchen, tengan cuidado, soy niña-, ni un cabrón se siente gandalla: -Órale, putos, a mí, nadie me toca. Codazos y patadas dan todos, codazos y patadas reciben todos en este infierno de punk, ska y metal. Los pocos policías y elementos de seguridad privada presentes en el evento no se animan a ser exorcistas con sus macanas. Miran desde las butacas esperando que termine el desmadre. Cuidan que los madrazos se den en la pista o ponen sus brazos de soporte para que no caiga la

endeble valla de seguridad. Catean, ven que nadie se cuele y todos los que entren tengan boleto, el cual incluye una cerveza gratis. Las agresiones no son delito esta noche, no preocupan a quienes por oficio deben mantener la paz y seguridad. En ocasiones, algunos o algunas abandonan el baile. Con prisa van a remojar la garganta. Mueven la cabeza hacia todos lados buscando a los señores que se pasean con cubetas de hielo y cerveza. Si no los encuentran van directo a las neveras que se llenan mientras los cartones se vacían en cuestión de minutos. Cheva, cheva para todos, clara y oscura, a veinte pesitos el vaso. A la cajita del dinero entran los rostros de Benito Juárez, las dos monedas de diez, el chingo de moneditas conseguidas por la chamba de toda la semana o son las sobras de las gastadas. Trago uno, trago dos, trago tres, o de plano fondo total y de regreso a los empujones, de regreso a ser parte del revoltillo de cabellos puntiagudos, labios pintados de negro, pechos al descubierto (de hombres, no tetas), pantalones ajustados, pulseras con picos y parches de antifascismo. Pero en este sitio no sólo se encuentran presentes militantes del slam. Un buen grupo de mirones con las mismas pintas, algunos con ropa más casual, están parados alrededor de ellos moviendo las cabezas al ritmo de las rolas, gritando mentadas de madre, cruzándose los vasos de cerveza, manteniendo el silencio cuando hay sonidos y hablando cuando los músicos se dan un descanso. Aunque no andan en la misma onda, comparten los aplausos y la pedida de más canciones a las agrupaciones yucatecas de Jam delatripa: narrativa y algo más

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Gorila, Ruta 42, Maggots, Open Zippers, Abstinencia, el Astro de la Rumba, Residencia Malahuero y Dragonner, así como las defeñas de Kurado y Garrobos. ¡Viva Rockultura!, grita un vocalista, ¡gracias por su presencia, sigan apoyando a las bandas locales y al movimiento alternativo de Yucatán!, grita otro. En cada músico se notan las ganas de dar más música desde sus respectivos instrumentos. De ellos depende la fiesta, de ellos depende que la gente no busque pisos o butacas para arranarse y sigan pendiente de todo lo que ocurre en el escenario, de ellos depende de que el evento sea inolvidable. Y cumplen la responsabilidad. Tras la última rola, la verdadera, la que empezó con los gritos de otra, otra, otra, las luces en un mismo tono acaban con la oscuridad, todos podemos ver nuestros rostros sudados y ebrios. Empiezan las despedidas. Las playeras de nuevo cubren los pechos que estuvieron descubiertos

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durante toda la tocada. El escenario se va despejando, se queda sin guitarras, sin baterías, sin músicos, sin metales, sin más rock. Algunos y algunas compran sus últimas chevas antes que la policía ordene ni una venta más. Otras y otros van al baño a echar el último orín sobre más orín o vómitos de empacho cervecero. No queda más que atravesar la salida que por horas fue la única entrada para el público. Afuera el doguero y el chicharronero logran ventas de más de media noche. Nadie se va a parar a los paraderos cercanos, a esta hora los autobuses y combis solo sirven para tener el motor apagado y el vacío en sus asientos. Los que tienen coche hacen el favor a los amigos llevándolos a casa o a seguir el desmadre. Los que no tienen para el taxi comienzan sus caminatas. No faltan quienes de plano se sientan en los arriates del estacionamiento a dormirse sin darse cuenta o esperar que la borrachera les permita dar pasos más seguros.


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