la tierra esta daliá

Page 1

ie t La

e a rr

stรก

d

รก e l a



ie t La

S u r

d e

e a rr

C h i l e ,

stรก

j u l i o

d

รก e l a

d e

2 0 1 8


4


La fruterĂ­a

5


Alfredo, Adolfo, Alfonso; se llama con uno de esos tres nombres. Tiene una frutería de color azul particularmente pequeña: es entre una animita y un paradero de micros. Por el frente muestra la silueta del techo a dos aguas, una ventana y una puerta angosta. Caben dos personas más y él, o ella cuando es su señora quien atiende. No sabe su nombre, «señora», le dice, y ella a él lo llama con uno de los tres nombres. Don A. sueña con salir de viaje con su mujer tan lejos como sea posible, pero la frutería no genera lo suficiente para este sueño. La primera vez que entré a su negocio me vino a la memoria el piso siete y medio de la película ¿Quieres ser John Malkovich?, ya que además de pequeño era también bajo. Pero él es bajo y ella también. El cielo raso debe estar a un metro setenta del piso, al igual que la puerta y la ventana, tapizada con recados, avisos, afiches y manchas. En el espacio de venta frente al acceso hay un mueble con seis cajones inclinados, tres arriba y tres abajo, y en los costados hay cajones de madera apilados con los productos. Junto al mostrador se ve una estructura con cestos metálicos en cuatro niveles.

6


Una tarde, cuando don A. se encontraba hojeando el periódico local, un bus de turismo se detuvo frente a la frutería y una cuarentena de ancianos extranjeros se introdujo entre las frutas y verduras del local, ante el asombro de don A., quien tuvo que hacer abandono de éste para dar cabida a sus inesperados clientes. Al cabo de un rato el grupo de ancianos había arrasado con el stock de don A. y comenzaron a trepar al bus con bolsas de plástico llenas de manzanas, cebollines, tres tipos de lechugas, peras, berenjenas, zapallos italianos, camotes y papas. Cerrando las filas, un anciano con sombrero de ala llevaba entre sus manos una gigantesca piña que don A. había reservado para el almuerzo dominical. Don A. se quedó contemplándolos mientras el bus desaparecía por la ruta y entró a la frutería. Quedó perplejo al ver que uno de los cajones de madera rebosaba de billetes, de dólares. Poco después, esa misma tarde, se dirigió a la caja de compensación «Los Héroes» y compró dos promociones para salir de vacaciones con su señora.

7


Arrullo

8


Mila se ha quedado profundamente dormida, de un modo que augura buen sueño. Su madre siente que, al estar presente, la arrulla. Y así, arrullada la hija, se siente contenida la madre. Antes habían salido al atardecer, levantaron sus cabezas y lamieron el agua del cielo. Caminaron juntas de la mano. Mila trepó las raíces del gran coihue y pidió los brazos de su madre para bajar. Entraron al bosque y Mila soltó la mano de la mujer para señalarle la huella del sendero.

Tu brazo huele a nube, tu muñeca a silla; tu pómulo huele a muro, tus pies a manta y tu pierna a vestido, le dijo Volvieron y se dieron un baño de tina. Mila tocó los senos de su madre y rió con pudor. A su vez, ella tocó las tetillas de su hija y la niña volvió a reír. Se abrazaron. Al sentir la piel de su hija sintió que podía sostener su historia y las historias por vivir.

9


La radio

10


a pilas

11


Una radio a pilas Sony descansa en el marco de la ventana de la cocina. No tiene dueña. Es de la casa. O de la casa cuando está la señora María. La trajo una mañana y la dejó allí atada al marco para no olvidar traerla. No soporta el silencio del campo. Hoy amaneció a las cinco cuatro minutos y el sol se asomó en la ventana principal a eso de las ocho treinta. La radio ha quedado en préstamo vitalicio. A las ocho cuarenta y cinco llegó la señora María. Saludó y encendió la radio. Dice que le sirve de compañía. Tiene dos diales rotativos, la Bio Bio y la Gratíssima. Ella es un mundo. Comenta las noticias, otras veces yo le comento a ella y así. No veo a la señora María sin la radio. Ayer escuchó una noticia sobre

12


las donaciones en los supermercados: Fíjese

usted mi niña, estos ladrones de las empresas descuentan sus impuestos con nuestra plata. También le gusta relatar las tragedias con lujo de detalle: Dijeron que una parvularia

golpeaba a los niños que tenía a su cargo y los dejaba sin comer. Habráse visto yegua más grande. Se toma su tiempo para hacer sus relatos y me deja helada. Ahora la radio a pilas ya no está. La señora María dejó de venir a casa. Lo último que me dijo antes de partir es que se sentía cansada. Se fue la Bio Bio, la Gratíssima y las conversaciones de radio. Hay un silencio extraño en la cocina. Un vacío sobre el marco de la ventana. Los pájaros y la lluvia han vuelto a escucharse en casa. Creo que esta semana iré a la ciudad por una radio a pilas. Ojalá en Electro Horn encuentre una parecida.

13


Esa mañana reunieron cincuenta y dos sanjuanes. Cincuenta y dos cadáveres de San Juan, entre patas, caparazones vacías y trozos de cuerpo en el bosque de pinos, entre las hamacas y las construcciones residuales. Fueron recorriendo el bosque moviendo ramas, piñas y materia orgánica para encontrarlos. Luego de tomar su jugo en caja, Emar le pidió a su madre que recortara la parte de arriba para hacer un contenedor y ahí ponerlos. Las caparazones mantenían su verde intenso característico y los detalles dorados de sus articulaciones. Todos estaban muertos, quizá la acidez del bosque de pinos los envenenaba. Emar llegó a pensar que así, quietecitos, eran estos insectos.

¿Será acaso el destino de los sanjuanes, el no vivir para contarlo?

14


San Juan

15


El cuerpo del hombre echado hacia atrás, una pierna firme al frente, sus manos sosteniendo una pifilca de colores verde y rosado fosforescente. Su cabeza apunta al cielo. Dos notas de la flauta le bastaron para evocar el baile de los chinos en la playa de Horcón. Emocionada, se detuvo para contemplar la escena con más atención. Ritmo, energía corporal: el sonido persistente en su doble tonalidad, que sintió como si fuese el latido de su corazón. Y al fondo, la caleta con la muchedumbre moviéndose como los trigales del verano. Pero a este afilador nadie le acompañaba, parecía estar llamando al viento.

El afilador La mujer, cargando a su guagua en un meitey, se acercó y preguntó: —¿A quién llamas? Tras sus gafas el hombre se mantuvo en silencio. Insistió en la pregunta. El hombre se quitó el audífono de su walkman. —No ha estado buena la cosa, sólo he afilado dos cuchillos y he tocado alrededor de diez temas. El carro tenía en el centro un ángel asexuado coloreado con rosa, amarillo, azul y negro sobre un fondo blanco hueso. Era un artilugio precario y funcional; apenas un bloque de

16


madera al que se adhería en un costado una huincha negra que el hombre hacia girar moviendo su pie sobre un pedal.

La gente oye pero no oye, ve pero no ve... falta amor en el aire. La guagua dormía acurrucada en el pecho de la madre. Ella la abrazó y besó con dulzura su cabeza. El hombre volvió a guardar silencio. Esta vez la mujer también prefirió hacer lo mismo. El afilador se quedó contemplándolas y las bendijo con un gesto. —Debo irme, aún tengo que llegar a la plaza.

de los vientos Volvió a ponerse los audífonos, ajustó el volumen del aparato y echó a rodar el carro en dirección al centro. La madre se quedó observándolo desde la esquina. Pasó un grupo de mochileros con sus mapas abiertos. Al otro lado de la calle, un joven discutía acaloradamente a través de su teléfono móvil. La guagua seguía durmiendo acunada al pecho de la madre. Al cabo de unos instantes el hombre se perdió entre el gentío que a esa hora repletaba la plaza. La mujer oyó la melodía del afilador escurriéndose entre los árboles, más allá de los edificios hasta perderse en las alturas, acaso empujada por el viento.

17


Ella nunca ha dormido en una casa de madera perdida en del campo. Me refiero a esas casas que uno ve dispuestas en el paisaje, esas que parecen haber surgido de debajo de la tierra. Allí se levanta una: un estar, cocina comedor, un baño, una vieja cocina a leña que humea y dos habitaciones. Y un nido de pájaros en la cumbrera de una de ellas. Anoche, al llegar, entre la tormenta y el crujir de las tablas, los pájaros pequeños esperaban a mamá. Entre los llantos de la niña y el viento, los pájaros aún esperaban a su madre. Lo hacían notar.

Luego de unas ráfagas, silencio. Solo el viento. La habitación donde duermen tiene el lado oeste caído. Las tablas de muro dispuestas de manera vertical descienden como escalas. El piso está en pendiente, en bajada hacia el tabique. El nido quizás se encuentre en la cumbrera al lado derecho. Entre una hojalatería derruida y el zinc del techo. El cielo de la habitación es de tablas de seis pulgadas, que al secarse y al mojarse con el pasar de los años han dejado una cantería de unos tres centímetros.

Procura ubicar el nido en la penumbra. Solo el viento. La habitación vibra. Le parece que duermen al interior de un bote sobre aguas calmas.

18


La casa respira vejez. Sigue lloviendo. Se ha cerrado aún más el cielo al oriente. Los pájaros vuelven a piar. Imagina que son cuatro polluelos y su madre.

Una sinfonía mahleriana con fondos de tormenta. Al entrar al cuarto de baño se oyen otros pájaros en el entretecho, el cielo raso sobre la ducha es muy bajo y siente las plumas casi rozar su pelo. Se le eriza la piel. Sólo el ancho de una tabla les impide tocarse. Esto de estar flotando la lleva a una isla. Una isla sobre otra isla y así.

Insular es su pensar, remoto su sentir. Hoy ya no llueve, los pájaros se han ido lejos.

La casa de madera

19


Focos amarillos

20


Anoche, en el Puerto. Van por la ciudad guardando en sus cámaras de teléfono fragmentos del tiempo. Un afiche de Fabrizio semidesnudo esconde partes de un muro empapelado con páginas arrancadas de un informe Valech ilegible. Las palabras «libertad», «democracia» y «patria» escritas con enormes mayúsculas blancas sobre un fondo más negro que la noche. Manténgase alerta a la señal del sabotaje es la consigna del graffiti. Alerta, la ciudad se cubre de neblina. Fecas de pájaro en el ventanal, es de amanecida. Vuelve sobre un escrito de la noche anterior. Y de la anterior. Y la ante anterior. El texto escabulle a su norte, le aterra de algún modo. La lleva a lugares inciertos e inexplorados. Empieza a aclarar. Su hijo mayor arma figuras con Legos medianos. Su hija menor se encarga de desarmárselos. Gritos. Llanto. Él le pide que le construya nuevamente la torre azul con la flor naranja en la cima. Al ensamblar los Legos ronda en su cabeza una melodía. Se oye un contrabajo, un chelo y un bajo eléctrico. Aparecen unos focos amarillos. En el fondo, unas cortinas rojas de terciopelo le remiten a una escena de Blue Velvet.

21


La tierra está daleá La lluvia se precipitó de un momento a otro. Dieron aviso los pájaros, los perros, se movilizaron las nubes, los vientos soplaron. Esa mañana de verano todo se hizo desconocido para ella. Hubo de refugiarse bajo el paradero.

Parece que el viento se lo ha querido llevar andando. Sus tres apoyos vibraban con el viento y con los autos que pasaban. Llovía de lado, del otro lado también. Con viento y con retiro. Ella sostenía con dificultades una tarta de manzanas y su bolso de mano. Zapatos de vestir, tenida de domingo, chaqueta de jeans, mojados. Todo estaba mojado.

22


Quedaron en recogerla a las doce treinta, pero bajo esa tormenta los minutos se volvieron pesados. Llegó a la hora indicada y pensó que los huéspedes la habían olvidado. Se sintió olvidada y lloró.

Lloraba y la lluvia caía. Agua por todos lados. En una pausa de lluvia pudo secarse sus lágrimas, arreglarse el pelo. Se percató que el paradero estaba ladeado, completamente ladeado hacia el campo. Se alejó para verlo, lo recorrió. Cuántas veces había descendido del bus y nunca se había dado el tiempo de observarlo. Cuantos años, cuantos domingos, cuantas tartas, doce treinta, El Laurel y no lo había siquiera mirado.

Es posible que esté a plomo y sea la tierra la que está daleá.

23




e

r r a

a l e

รก

i

d

t

e

l a

s t รก

โ ข


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.