Despierto y sintiendo el mundo
TOYS
EDITORIAL UAR-MAR
Despertar
Respirar. Abrir los ojos y observar. Sentir sobre el cuerpo la espesa pintura, ya seca, que me viste. Parpadear y retomar; los espacios de silencio se llenan de crujires de madera, ellos, mis iguales, no parecen entender lo que significa ser consciente. Más allá de ellos logro ver otros seres, que inertes también, ocupan el recinto de un establecimiento que parece estar hecho para mostrarnos ante otros. Llevo tan poco tiempo sintiendo y poseo ya cierta desesperación ante el tedio que se experimenta siempre a razón de la quietud. Nadie entra y el único otro objeto consciente, posicionado detrás de un cubo de vidrio revisa con desconfianza la entrada, parece que no espera visita y se sorprende con disimulo ante la intromisión de cualquier persona en su estancia llena de curiosidades de madera. Salto de mis estante en busca de alguna sonoridad distinta que pueda producir en mí algo más. Por medio del cristal detecto un bullicio extraño que me hace olvidar la pulcritud del lugar del que vengo y me invita en coros disonantes a seguir sonidos y buscar colores.
Salir
Salgo. Me impulso; me empujo hacia adelante y la inercia me devuelve hacia atrás, igualmente avanzo, me muevo despacio, sin embargo, cada centímetro trae consigo nuevos espectáculos. La fuerza invisible de unas ondar torbellinas me elevan del suelo y me hacen girar. No encuentro cómo detenerme. Finalmente caigo y choco contra una alcantarilla. Miro al rededor en busca de refugio y encuentro a mi costado una cueva curiosa donde no puede llegar el monstruo inmaterial que con su soplido me acaba de astillar. Me encuentro ahora en un universo muy distinto; con telas de colores tierra y escencias aromáticas. La luz es tenue, sin embargo distingo claramente en techos y paredes las formas de otros seres que, como yo, esperan algún día moverse de lugar. Mis ojos se adaptan; los colores reviven y veo soy finalmente consciente del lugar por el que circulo. Nadie parece notar mi presencia; de hecho, nadie podría a menos que agachacen la vista. No concía de antes seres
Desear
iguales. Vengo de un mundo en que todos pertenecemos al suelo y arrastramos nuestros cuerpos con dificultad a razón de la base curva a la que estamos pegados; pero ellos no, ellos sin duda son de otro mundo; un mundo de ensueño donde se transita el aire alcanzando las nuves. Pienso ahora en lo libres que habrán de sentirse cuando salgan de acá; cuando el límite deje de ser el techo y sus propios cuerpos puedan ellos controlar. Salgo del lugar con un sentimiento incalmable de ser como ellos, de alcanzar las alturas y esquivar con agilidad a quienes a mi alrededor de prisa transitan; ellos, los que caminan con dos patas y con nada se maravillan. La fuerza invisible se ha calmado y puedo moverme a mi gusto. A la derecha o a la izquierda… A la izquierda será; hacia allá parecen resplandecer las altas construcciones de mano de antigüos aposentos. Me balanceo y miro, de vez en cuando, cómo a mi derecha el sol se mueve con prisa a desaparecer; con ansias de dejar su rastro observable de morados esparcidos y naranjas penetrantes. Los transeúntes
Mirar
aumentan y las calles se empiezan a llenar de objetos diversos posicionados sobre telares en forma de exposición; ellos no necesitan de repisas. Dinosaurios de plástico y carros de alambre reposan y se ven bien servidos por miradas que vienen de toda dirección. Se les muestra como animales de circo que la gente mira de paso fingiendo maravillarse, mientras ellos se pelean por ser el mejor hecho, el que alguien por fin elegirá para adornar rincones. Llego finalmente a un callejón laberíntico con madera por doquier convertida ya en formas y figuras que tienen una aparente utilidad por los seres paseantes de mi alrededor. Distingo camas miniatura encerradas con palos, sillas, jueguitos de proceder tradicional, y al final del pasillo, seres como yo. Ellos, de diferente raza y distinto corte, con tamaño variado y peluche incrustado, se encontraban estátiles pensando en que alguien, en algún momento, decida finalmente subirse en ellos y enamorarse del momento; estar allí y no querer bajar nunca. Me acerco y los datallo.
Querer pertenecer
Me fijo -sin percatarme de las miradas- en la suavidad de sus asientos, pensando en realidad en lo mucho que desearía ahogar el frío que siente mi cuerpo y cubrirme con los cómodos forros para lomo con pieles sintéticas de ovejas y terneros. Les hablo. Ellos no me escuchan, se miran con confusión; ¿serán sus sonidos diferentes a los míos? Me siento como si viviese inmerso en un mundo donde nadie entiende lo que soy o mi existencia. Ellos que creí que me entenderían viven en una constante competencia por quien guste más o el que intercambie su ser a los paseantes por un trueque más razonable. Uno de lado del otro pero ninguno de la mano; son incontables, y todos entre su peculiaridad se sienten igualmente agobiados por la presión de ser permutados. Salgo de prisa. Me choco con un río y un número 6, lo sigo, me dejo llevar pensando únicamente en el deseo que siento de encontrar por fin algo que me haga sentirlibre. Alguien a quien hablar de colores y en quien pensar en los sueños; alguien tan creativo que no necesite de galaxias para transportarme jun-
Saturarse
to a él por múltiples universos. Me detengo, el ruido agudo de juguetes llorando llama mi atención. Lo sigo. El espacio al que llego es algo diferente a los otros. Está lleno en exceso de respiraciones y ruido. Hay aquí más paseantes extraños que de costumbre, atiborrados van contando sus secretos y mirando entre los anaqueles en busca de algo, algo que incluso ellos mismos desconocen. Todas las voces terminan perdiéndose entre el bullicio y empiezo a diferenciar un murmullo que viene del fondo. Volteo. Voy a su encuentro y por primera vez siento que se escapa de mi boca una palabra, o no palabra, es más bien un resoplido, un intento de que me escuchen. Nadie responde, quizá tampoco hablan como yo. Atravieso la multitud. De pronto los veo, están apilados por colores, van de la mancha rosada a una zona verde y luego azul, que termina en un espacio arco iris musical. Las torres de metal donde viven en equilibrio estos seres son acordes a la necesidad de resistencia y seguridad que requiere un habitat con
Divagar
tantas existencias agrupadas. Resoplo. Ellos son fuertes e inquietos, llevan como vestimenta armadura de plástico y se empujan entre sí para asomarse a la ventana y saludar a los que miran distraidamente. Su carácter es más tenaz y aguerrido que el mío. No se fian del aire amistoso que les ofrezco. Su concentración está en poder huir. Me voy. Me cansa tanta indiferencia. Volteo a ver hacia atrás, para decirle adiós al tumulto de impulsivos y audaces seres, cuando de repente uno me mira. Sonríe, parece reconocerme, va a decir algo… De inmediato se da cuenta que no soy quien creía, se gira con aire de desdén y yo sigo adelante. Caminando con esa sonrisa en la mente, algo perdido, acabo en un barrio antiguo, con casas uniformes, garajes amplios, jardines decorados y ventanas enrejadas. Mientras deambulo cansado, me tropiezo con tapas, latas, pedazos de papel y tizas. La calle está llena de las mismas cosas en todo el trayecto, cuadra por cuadra, se distribuyen caminos
Encontrar
de tiza por el que se anotan números en fila, de arriba caen meteoritos de roca y luego pies que saltan encima; hay tapas en carreras, ellas muy apuradas tratan de llegar primero a la meta, latas que suenan, estas son las que animan y bailan deprisa. Además se pueden ver carritos de balineras, barquitos de papel navegando entre los charcos, balones pequeños exclamando “¡Ponchado!”, unos papeles doblados que cantan “ manzanita de Perú” y muñecas de papel para vestir con prendas de colores que se cortan del periódico. Todo este carnaval poco uniforme me hace pensar que estos personajes se inventan a sí mismos en cada momento. Los siento tan autenticos. Huelen a heno recién cortado y se escuchan como una risa; y recuerdan a la llovizna en un día caluroso. Puedo imaginar tantas cosas al ver las líneas blancas sobre el pavimento y las tapas comprometidas con la carrera. Siento un impulso irrefrenable de querer permanecer aquí, en el pulso de la vida. Entonces un niño me reconoce en el piso y sien-
Finalmente, saber
to haberlo visto antes. Se acerca con decidida prisa y me asusto sin entender sentimiento alguno. Se lanza a abrazarme y en seguida me arrastra hasta su puerta; el tacto, el holor, el chillido tronante de su voz, claro que lo recuerdo. Recuerdo que fue él quien me escogió, y recuerdo ser su caballito preferido, y a veces un guerrero, y a veces balancín, y a veces su amigo, y siempre fue mágico. Y sigue siendo mágico. Fin.
Pequeño mapa de los lugares recorridos Bogotá, Colombia. Usaquén Para quienes el suelo no es suficiente San victorino Para quienes buscan sin cansancio Centro histórico Para quienes disfrutan lo excepcional de las piezas únicas
Damme Para quienes buscan aventura en miniatura
San Andresito Para quienes se fascinan con todo
Algún barrio de Puente Aranda Para aquellos que poseen el poder de la imaginación infinita
Despierto y sintiendo el mundo
Una historia creada por Carolina y Angela para soĂąadores sin lĂmites