Oceanus
Observaciones reflexivas de un poeta frente al mar Carolina MartĂnez y Angela AcuĂąa
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Libro mar Dirección Arnold Hernandez Edición Carolina Martínez Angela Acuña Corrección de estilo Angela Acuña Carolina Martínez Ilustración Carolina Martínez Angela Acuña Diagramación Angela Acuña Carolina Martínez
Institución Universidad Nacional de Colombia Imprenta Impresores S.A. Editorial Impresores S.A. Abril de 2017
Oceanus
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Observaciones reflexivas de un poeta frente al mar Carolina MartĂnez y Angela AcuĂąa
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El mar tambiĂŠn elige puertos donde reĂr como los marineros. El mar de los que son.
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El mar tambiĂŠn elige puertos donde morir. Como los marineros. El mar de los que fueron.
-Miguel HernĂĄndez
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Contenido
Introducción
EXPERIENCIA SUBMARINA Poemas del contacto con el agua Clasificación de peces Cuentos del agua y la respiración
DESCRIPCIÓN DEL SABOR DEL MAR Poemas sobre catar la salinidad Clasificación de peces Cuentos del conmutarse en el mar
TRADUCCIÓN DEL OLEAJE Instrucciones para recibir una ola Clasificación de peces Poemas de la vie dans la mer
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Introducción Le veo. Cuando lo contemplo en silencio no consigo evitar sumergirme en su desconocido e inmenso enigma azul, que bate en olas y vientos moluscos y sandalias mezclados de lágrimas, mientras yo, como extensión de su existencia, divago entre arena soltando memorias figurativas, él se apodera de mi alma para narrarse así mismo a través de mi lenguaje, aún lejos de él me consume cuando lo encuentro relatado en otras voces, de inmediato vuelvo a sentirlo cerca.
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EXPERIENCIA SUBMARINA
Ser medusa fluir agua Ser medusa, es sensaciĂłn ancestral del devenir, experiencia de la continuidad, ser medusa se siente en el flujo horizontal de la corriente, en el viento que arrastra la temporalidad insipiente, ser ella es percibir los impulsos nerviosos que guĂan en la profundidad inconsciente y la luz menesterosa de asombro que navega simĂŠtricamente, ser medusa cuantos privilegios que anuncia. Fluir medusa en la salinidad oscura, moverse en los secretos de la gravedad de ulramar y poder perderse en la profundidad Poemas del contacto con el agua
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La medusa no oculta nada, mĂĄs bien despliega su dicha de estar viva por un instante. -JosĂŠ Emilio Pacheco
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Betta Splendens Del orden de los Perciformes, nativo de la cuenca Mekong del sureste de Asia, habitan el agua de movimiento lento. Posee un Ăłrgano caracterĂstico el Laberinto que les permite respirar aire atmosfĂŠrico.
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Descripciones hermenéuticas de una niña bajo el agua
Salir, respirar, entrar, ahogar, escapar, ¿salir?.
Existía antes, mucho antes que tú, mucho antes que yo. Invencible, inquieto, único, indeterminable. Sal y movimiento; y entonces cae, no él, cae ella en él. Respira, bocanadas de aire contra bocanadas de agua; chillidos salen y se ahogan, se ahogan ellos y se ahoga ella en él. El frío deja de ser consciente y el aire no piensa volver ya; la desesperación de algún momento se convierte en impotencia y los gritos en latidos fuertes que con el tiempo no resuenan igual. Ya no escucha ella más que el sonido retumbante de las olas en su cuerpo, deseándola, pidiéndole en susurros que se acerque más pues quieren con furor llegar a ser parte de ella. Poco a poco deja ella de ser, y él empieza a ser con ella, fundidos entre patadas y corrientes ella ya no lo quiere soltar, no lo soltará nunca, no se verá jamás una sin él pues no tiene ya fuerzas para empujar y tal vez salir y de pronto volver. No queda más que andar como se le pide y dejar fluir, destensar el cuerpo, desinflar el tórax, salir y verlo todo en forma de adiós, y entrar de nuevo en calma con él; el mar se convierte en ella y su voz resuena en la inmensidad pacífica del océano como si él contara un cuento y ella fuese la musa perdida.
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Cuentos del agua y la respiración
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Sirena
Tengo la convicciĂłn de que no existes y sin embargo te oigo cada noche te invento a veces con mi vanidad o mi desolaciĂłn o mi modorra del infinito mar viene su asombro lo escucho como un salmo y pese a todo tan convencido estoy de que no existes que te aguardo en mi sueĂąo para luego.
-Mario Bennedetti
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Poemas del contacto con el agua
Almas náufragas en el Atlas Aspecto misterioso el de las barcas extraviadas en caudales tormentosos, de aguas imaginarias, el atlas, titánico, Atlántico, a cautivado a los exploradores del oleaje que en su poderío de navegantes, son seducidos por el rumor originario de las aguas diáfanas, donde la posibilidad de encontrar tierras nuevas y almas sin dioses, ofrecen al ímpetu aventurero, una seductora alternativa de empezar de cero. Pero el titán que está en el medio, ha usurpado el hilo que la parca controlaba, el postula el delirio de ultramar para reclutar los recuerdos de los que intentaban descubrir una orilla sin historia para conquistar. Tras la ansiedad de no tocar tierra, de estar en la marea, los tripulantes se olvidan de si mismos, todo se reduce a la nada, y el mar reclama con la marea alta que el alma no avance más allá de la dorsal oceánica.
Cuentos del agua y la respiración
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Oda al cambio de apariencia
En este abismo azul profundo oscila la fuerza ilusoria de una idea, la sutileza de un color que mistifica las presencias. Todo estรก claro y sin salida, el color cubre la mutabilidad de la vida, se transforma y afirma con fulgor la elocuencia de las tonalidades perdidas. En el color marino recide el incierto suspenso sobre lo real, se camuflaje la vida en plateados iridiscentes, se camufla en cambios de la apariencia, se camufla en tonos diferentes.
Ya no hay una constate, una permanencia inalterable, la gama visual se modifica a cada instante, los semblantes son mates, los entornos deslumbrantes. Me quedo con el azul profundo, con la espuma incolora, con el pigmento marino, con la duda del ahora.
Poemas del contacto con el agua
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¡La hemos vuelto a hallar! -¿Qué?-La Eternidad. Es la mar mezclada con el sol. -Rimbaud
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El mar, el mar y tú El mar, el mar y tú, plural espejo, el mar de torso perezoso y lento nadando por el mar, del mar sediento: el mar que muere y nace en un reflejo. El mar y tú, su mar, el mar espejo: roca que escala el mar con paso lento, pilar de sal que abate el mar sediento, sed y vaivén y apenas un reflejo. De la suma de instantes en que creces, del círculo de imágenes del año, retengo un mes de espumas y de peces, y bajo cielos líquidos de estaño tu cuerpo que en la luz abre bahías al oscuro oleaje de los días.
-Octavio Paz
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Poemas del contacto con el agua
Mar por la tarde Desnudo mar, sediento mar de mares, hondo de estrellas si de espumas alto, prófugo blanco de prisión marina que en estelares límites revienta,
¿qué memorias, qué rocas, yelos, islas, informe confusión de aguas y nada, qué mares, encendidos prisioneros, dentro de ti, bajo tu pecho, cantan? ¿Qué violencias recónditas, qué labios, conmueven a tu piel de verdes llamas?, ¿qué desoladas aguas, costas solas, qué mares invisibles, mar, alías?, ¿dónde principias, mar, dónde te viertes?, ¿dónde principias, tiempo, vida mía, ejército de humo y de mentira, adónde vas, latido, carne, sueño?
Poemas del contacto con el agua
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¿Dónde te viertes, avidez de nada? No soy la piedra que se precipita, soy su caída, y más, soy el abismo, el círculo de sombra en que se ahonda. Tiempo que se congela, mar y témpano, vampiro de la luna ?o se despeña: madre furiosa, inmensa res hendida, mar que te comes vivas las entrañas 27
Poemas del contacto con el agua
DESCRIPCIÓN DEL SABOR DEL MAR
Los glaciares del olvido Allá anda la memoria escondida, el almibar de la sonrisa, el solstiscio del adolorido, en el hielo, masa compacta de agua dulce, se esconde el flujo del pasado, procesos de avance y retroceso, de idealización e inveción, pero que este allá indica mi aversión a la cosa, mi lejania ante su existencia. No puede ser que exiliados me sigan acosando. No puede ser porque me he olvidado de recordarlos, lo que digo ahora son mentiras, porque ya no se que de hecho es cierto. Me quede en el silencio del horizonte, en la noche de mar salado, huyendo de sus ojos , escapando del amor inventado , pero aún sigo inventariando las miradas y soñando con sandalias extraviadas. Porque en el fondo sé que soy agua dulce y ella es la salada. 31
Poemas sobre catar la salinidad
Marzo Solitario, mudo, ceñidas las sienes de hojas otoñales. En la boca reseca el gusto de la sal de todos los mares. La sal que dejaron las olas de los días al derrumbarse. José Hierro
Poemas sobre catar la salinidad
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Las aguas del mar Ahí está él, el mar, la más ininteligible de las existencias no humanas. Y aquí está la mujer, de pie en la playa, el más ininteligible de los seres vivos. Como el ser humano hizo un día una pregunta sobre sí mismo, volviéndose el más ininteli gible de los seres vivos. Ella y el mar. Sólo podría haber un encuentro de sus misterios si uno se entregara al otro: la entrega de dos mundos incognoscibles hecha con la confianza con que se entregan dos comprensio nes. Ella mira el mar, es lo que puede hacer. Y su mirada está limitada por la línea del horizonte, es decir, por su incapaci dad humana de ver la curvatura de la Tierra. Son las seis de la mañana. Sólo un perro suelto vaga por la playa, un perro ne gro. ¿Por qué un perro resulta tan libre? Porque él es el miste rio vivo que no se indaga. La mujer vacila porque va a entrar. Su cuerpo se consuela con su propia exigüidad en relación con la vastedad del mar porque es la exigüidad del cuerpo lo que le permite mantenerse caliente y es esa exigüidad que la vuelve pobre y libre, con su parte de libertad de perro en las arenas. Ese cuerpo entrará en el ilimitado frío que sin rabia ruge en el silencio de las seis. La mujer no lo sabe, pero está realizando una hazaña. Con la playa vacía a esa hora de la mañana, ella no tiene el ejemplo de otros seres humanos que transforman la entrada en el mar en simple juego liviano de 35
Cuentos del conmutarse en el mar
vivir. Ella está sola. El mar salado no está solo porque es salado y grande, y eso es una realización. A esa hora ella se conoce menos todavía de lo que conoce el mar. Su hazaña es, sin conocerse, entre tanto, proseguir. Es fatal no conocerse, y no conocerse exige valor. Va entrando. El agua salada está tan fría que le eriza en ritual las piernas. Pero una alegría fatal —y la alegría es una fatalidad— ya la posee, aunque todavía no se le ocurra sonreír. Por el contrario, está muy seria. El olor es de una marejada atontadora que la despierta de sus más adormecidos sueños seculares. Y ahora ella está alerta, aun sin pensar. La mujer es ahora compacta y leve y aguda; se abre camino en la gelidez que, líquida, se opone a ella, mientras la deja entrar, como en el amor, en que la oposición puede ser una petición. El camino lento aumenta su valor secreto. Y de repente ella se deja cubrir por la primera ola. La sal, el yodo, todo líquido, la dejan por un instante ciega, escurriéndose (espantada, de pie, fertilizada). Ahora el frío se convierte en hielo. Avanzando, ella abre el mar por el medio. Ya no precisa valor, ahora ya es antigua en el ritual. Baja la cabeza dentro del brillo del mar, y retira una cabellera que sale escurriéndose sobre los ojos salados que arden. Brinca con la mano en el agua, pausada, los cabellos al sol, casi inmediatamen te endurecidos por la sal. Con la concha de las manos hace lo que siempre hace en el mar, y con la altivez de los que nunca dan explica ciones ni a ellos mismos: con la concha de las manos llenas de agua, bebe en grandes sorbos, buenos. Era eso lo que le faltaba: el mar por dentro como el líquido espe so de un hombre. Ahora ella está toda igual a sí misma. La garganta alimentada se contrae por la sal, los ojos enrojecen por el sol, las olas suaves la golpean y retroceden, pues ella es una muralla compacta. Se sumerge de nuevo, de nuevo bebe, más agua, ahora sin ansie dad, pues no precisa más. Ella es la amante que sabe que lo tendrá todo, otra vez. El sol se abre más y la eriza, al secarla, ella se sumerge de nuevo; está cada vez menos ansiosa y menos aguda. Ahora sabe lo 36
que quiere. Quiere quedar de pie, parada en el mar. Así queda, pues. Como contra los costados de un navio, el agua bate, vuelve, bate. La mujer no recibe transmisiones. No precisa comunicación. Después camina dentro del agua, de regreso a la playa. No está caminando sobre las aguas —ah, nunca haría eso después de que hace miles de años ya alguien caminara sobre las aguas—, pero na die le puede quitar eso: caminar dentro de las aguas. A veces el mar le opone resistencia, empujándola con fuerza hacia atrás, pero en tonces la proa de la mujer avanza un poco más dura y áspera. Y ahora pisa en la arena. Sabe que está brillante de agua, y de sal, y de sol. Aunque lo olvide dentro de unos minutos, nunca podrá perder todo eso. Y sabe de algún modo oscuro que sus cabellos es curridos son de náufrago. Porque sabe que ha corrido un riesgo. Un riesgo tan antiguo como el ser humano. Clarice Lispector
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Cuentos del conmutarse en el mar
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Pterois Antennata Es un pez de la familia Scorpaenidae. Su hábitat natural son las lagunas costeras y arrecifes del océano Índico tropical y el Pacífico occidental. Tiene como herramienta defensiva el veneno que expulsa a través de 18 aletas dorsales punzantes.
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La ciudad del mar Edgar Alan Poe
Mira. La muerte se ha izado un trono en una ex traña y solitaria ciudad allá lejos en el sombrío oeste, donde el bueno y el malo y el mejor y el peor han ido a su reposo eterno. Allí capillas y palacios y torres (torres devoradoras de tiempo que no se estremecen) no se asemejan a nada que sea nuestro. En los alrededores, olvidadas por vientos inquietos resignadamente bajo el cielo las melancólicas aguas reposan. No bajan rayos de luz del santo cielo a esta ciudad de la eterna noche. Pero una luz interior del lívido mar proyecta silenciosas torrecillas -resplandecen los pináculos por todas partes- Cúpulas-agujas, salones reales pórticos, paredes estilo babilónico, sombrías y olvidadas glorietas de hiedra esculpida y flores pétreas, y muchos, muchos maravillosos san tuarios cuyos ensortijados frisos entrelazan la viola, la violeta y la vida. Resignadamente bajo el cielo las melancólicas aguas reposan. Tanto se mezclan allí las torres y las som bras que parecen péndulos en el aire mientras que desde una altiva torre en la ciudad la muerte mira hacia abajo como desde una enormidad. Allí los tiempos abiertos y las descubiertas tumbas Poemas sobre catar la salinidad
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bostezan a nivel con las luminosas olas, pero no las riquezas que allí yacen en cada uno de los ojos de diamante del ídolo -los muertos alegrementes en joyados no tientan las aguas desde sus lechos-; pues no se rizan las ondas, ¡ay!, en este desierto de cris tal- Ninguna agitación dice que los vientos pueden estar en algún mar lejano y más feliz-. Ninguna ola sugiere que los vientos han estado en mares menos espantosamente serenos. ¡Pero, mira! ¡Algo se agita en el aire! La ola. ¡Hay un movimiento allí!, como si las torres se hubier an apartado, sumergiéndose lentamente, la lenta marea, como si sus cimas débilmente hubieran dejado un vacío en el brumoso cielo. Las olas tienen ahora un brillo rojizo las olas respiran desmayadas y lentas. Y cuando ya no hay lamentos terrenales baja, baja esta ciudad hasta donde se quedará desde ahora. El infierno, elevándose desde mil tronos, le hará reverencias.
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El hombre que contaba historias Había una vez un hombre muy querido de su pueblo porque contaba historias. Todas las mañanas salía del pueblo y, cuando volvía por las noches, todos los trabajadores del pueblo, tras haber bregado todo el día, se reunían a su alrededor y le decían: -Vamos, cuenta, ¿qué has visto hoy? Él explicaba: -He visto en el bosque a un fauno que tenía una flauta y que obligaba a danzar a un corro de silvanos. -Sigue contando, ¿qué más has visto? -decían los hombres. -Al llegar a la orilla del mar he visto, al filo de las olas, a tres sirenas que peinaban sus verdes cabellos con un peine de oro. Y los hombres lo apreciaban porque les contaba historias. Una mañana dejó su pueblo, como todas las mañanas… Mas al llegar a la orilla del mar, he aquí que vio a tres sirenas, tres sirenas que, al filo de las olas, peinaban sus cabellos verdes con un peine de oro. Y, como continuara su paseo, en llegando cerca del bosque, vio a un fauno que tañía su flauta y a un corro de silvanos… Aquella noche, cuando regresó a su pueblo y, como los otros días, le preguntaron: 42
-Vamos, cuenta: ¿qué has visto? Él respondió: -No he visto nada. Oscar Wilde
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El ahogado más hermoso del mundo Gabriel García Márquez
Si les hubieran dicho Sir Walter Raleigh, quizás, hasta ellos se habrían impresionado con su acento de gringo, con su guacama ya en el hombro, con su arcabuz de matar caníbales, pero Esteban solamente podía ser uno en el mundo, y allí estaba tirado como un sábalo, sin botines, con unos pantalones de sietemesino y esas uñas rocallosas que sólo podían cortarse a cuchillo. Bastó con que le qui taran el pañuelo de la cara para darse cuenta de que estaba aver gonzado, de que no tenía la culpa de ser tan grande, ni tan p sado ni tan hermoso, y si hubiera sabido que aquello iba a suceder habría buscado un lugar más discreto para ahogarse, en serio, me hubiera amarrado yo mismo un áncora de galeón en el cuello y hubiera trast abillado como quien no quiere la cosa en los acantilados, para no andar ahora estorbando con este muerto de miércoles, como ustedes dicen, para no molestar a nadie con esta porquería de fiambre que no tiene nada que ver conmigo. Había tanta verdad en su modo de estar, que hasta los hombres Cuentos del conmutarse en el mar
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más suspicaces, los que sentían amargas las minuciosas noches del mar temiendo que sus mujeres se cansaran de soñar con ellos para soñar con los ahogados, hasta ésos, y otros más duros, se estreme cieron en los tuétanos con la sinceridad de Esteban. Fue así como le hicieron los funerales más espléndidos que podían concebirse para un ahogado expósito. Algunas mujeres que habían ido a buscar flores en los pueblos vecinos regresaron con otras que no creían lo que les contaban, y éstas se fueron por más flores cuando vieron al muerto, y llevaron más y más, hasta que hubo tantas flores y tanta gente que apenas si se podía caminar. A última hora les dolió devolverlo huérfano a las aguas, y le eligieron un padre y una madre entre los mejores, y otros se le hicieron hermanos, tíos y primos, así que a través de él todos los habitantes del pueblo terminaron por ser parientes entre sí. Algunos marineros que oyeron el llanto a la distancia perdieron la certeza del rumbo, y se supo de uno que se hizo amarrar al palo mayor, recor dando antiguas fábulas de sirenas. Mientras se disputaban el privilegio de llevarlo en hombros por la pendiente escarpada de los acantilados, hombres y mujeres tu vieron conciencia por primera vez de la desolación de sus calles, la aridez de sus patios, la estrechez de sus sueños, frente al esplendor y la hermosura de su ahogado. Lo soltaron sin ancla, para que volviera si quería, y cuando lo quisiera, y todos retuvieron el aliento durante la fracción de siglos que demoró la caída del cuerpo hasta el abismo. No tuvieron necesidad de mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que ya no estaban completos, ni volverían a estarlo jamás. Pero también sabían que todo sería diferente desde entonces, que sus casas iban a tener las puertas más anchas, los techos más al 46
tos, los pisos más firmes, para que el recuerdo de Esteban pudiera andar por todas partes sin tropezar con los travesaños, y que nadie se atreviera a susurrar en el futuro ya murió el bobo grande, qué lástima, ya murió el tonto hermoso, porque ellos iban a pintar las fachadas de colores alegres para eternizar la memoria de Esteban, y se iban a romper el espinazo excavando manantiales en las piedras y sembrando flores en los acantilados, para que en los amaneceres de los años venturosos los pasajeros de los grandes barcos despertaran sofocados por un olor de jardines en altamar, y el capitán tuviera que bajar de su alcázar con su uniforme de gala, con su astrolabio, su estrella polar y su ristra de medallas de guerra, y señalando el prom ontorio de rosas en el horizonte del Caribe dijera en catorce idiomas, miren allá, donde el viento es ahora tan manso que se queda a dor mir debajo de las camas, allá, donde el sol brilla tanto que no saben hacia dónde girar los girasoles, sí, allá, es el pueblo de Esteban.
“Cuando lo tendieron en el suelo vieron que había sido mucho más grande que todos los hombres, pues apenas si cabía en la casa, pero pensaron que tal vez la facultad de seguir creciendo después de la muerte estaba en la naturaleza de ciertos ahogados”. Gabriel García Márquez “El ahogado más hermoso del mundo”
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Cuentos del conmutarse en el mar
El viejo y el mar Ernest Hemingway
Decía siempre la mar. Así es como le dicen en español cuando la quieren. A veces los que la quieren hablan mal de ella, pero lo ha cen siempre como si fuera una mujer. Algunos de los pescadores más jóvenes, los que usaban boyas y flotadores para sus sedales y tenían botes de motor comprados cuando los hígados de tiburón se cotizaban altos, empleaban el artículo masculino, le llamaban el mar. Hablaban del mar como un contendiente o un lugar, o aun un enemigo. Pero el viejo lo concebía siempre como perteneciente al género femenino y como algo que concedía o negaba grandes favores, y si hacía cosas perversas y terribles era porque no podía remediarlo. La luna, pensaba, le afectaba lo mismo que a una mu jer. Remaba firme y seguidamente y no le costaba un esfuerzo ex cesivo porque se mantenía en su límite de velocidad y la superficie del océano era plana, salvo por los ocasionales remolinos de la corriente. Dejaba que la corriente hiciera un tercio de su trabajo y cuando empezó a clarear vio que se hallaba ya más lejos de lo que había esperado estar a esa hora. “Durante una semana, –pensó–, he trabajado en las profundas hondonadas, y no hice nada. Hoy trabajaré allá donde están las manchas de bonitos y albarcas y acaso haya un pez grande con ellos.”
Cuentos del conmutarse en el mar
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El mar del tiempo perdido Gabriel García Márquez
Hacia el final de enero el mar se iba volviendo áspero, empezaba a vaciar sobre el pueblo una basura espesa, y pocas semanas después todo estaba contaminado de su humor insoportable. Desde entonc es el mundo no valía la pena, al menos hasta el otro diciembre, y nadie se quedaba despierto después de las ocho. Pero el año en que vino el señor Herbert el mar no se alteró, ni siquiera en febrero. Al contrario, se hizo cada vez más liso y fosforescente, y en las prime ras noches de marzo exhaló una fragancia de rosas. Tobías la sintió. Tenía la sangre dulce para los cangrejos y se pasaba la mayor parte de la noche espantándolos de la cama, hasta que volteaba la brisa y conseguía dormir. En sus largos insomnios había aprendido a dis tinguir todo cambio del aire. De modo que cuando sintió un olor de rosas no tuvo que abrir la puerta para saber que era un olor del mar. Se levantó tarde. Clotilde estaba prendiendo fuego en el patio. La brisa era fresca y todas las estrellas estaban en su puesto, pero costaba trabajo contarlas hasta el horizonte a causa de las luces del mar. Después de tomar café, Tobías sintió un rastro de la noche en el paladar. Era, en efecto, un mar cruel. En ciertas épocas, mientras las Cuentos del conmutarse en el mar
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redes no arrastraban sino basura en suspensión, las calles del pueb lo quedaban llenas de pescados muertos cuando se retiraba la mar ea. La dinamita sólo sacaba a flote los restos de antiguos naufragios. Tobías empezó a vigilar el mar. Colgaba la hamaca en el corredor del patio y se pasaba la noche esperando, asombrado de las cosas que ocurren en el mundo mientras la gente duerme. Durante mu chas noches oyó el garrapateo desesperado de los cangrejos tratando de subirse por los horcones, hasta que pasaron tantas noches que se cansaron de insistir. Conoció el modo de dormir de Clotilde. Descu brió cómo sus ronquidos de flauta se fueron haciendo más agudos a medida que aumentaba el calor, hasta convertirse en una sola nota lánguida en el sopor de julio. Al principio Tobías vigiló el mar como lo hacen quienes lo conocen bien, con la mirada fija en un solo punto del horizonte. Lo vio cambiar de color. Lo vio apagarse y volverse es pumoso y sucio, y lanzar sus eructos cargados de desperdicios cuan do las grandes lluvias revolvieron su digestión tormentosa. Poco a poco fue aprendiendo a vigilarlo como lo hacen quienes lo conocen mejor, sin mirarlo siquiera pero sin poder olvidarlo ni siquiera en el sueño. En agosto murió la esposa del viejo Jacob. Amaneció muer ta en la cama y tuvieron que echarla como a todo el mundo en un mar sin flores. Tobías siguió esperando. Había esperado tanto, que aquello se convirtió en su manera de ser. Una noche, mientras dormitaba en la hamaca, se dio cuenta que algo había cambiado en el aire. Fue una ráfaga intermitente, como en los tiempos en que el barco japonés vació a la entrada del puerto un cargamento de cebollas podridas. Luego el olor se consolidó y no volvió a moverse hasta el amanecer. Sólo cuando tuvo la impresión que podría asirlo con las manos para mostrarlo, Tobías saltó hasta la puerta, salió a la mitad de la calle y empezó a gritar. Gritó con todas sus fuerzas, respiró hondo y volvió a gritar, y luego hizo un silencio y respiró más hondo, y todavía el olor estaba en el mar. Pero nadie re spondió. Entonces se fue golpeando de casa en casa, inclusive en las casas de nadie, hasta que su alboroto se enredó con el de los perros 51
y despertó a todo el mundo. Muchos no lo sintieron. Pero otros, y en especial los viejos, bajaron a gozarlo en la playa. Era una fragancia compacta que no dejaba resquicio para ningún olor del pasado. Al gunos, agotados de tanto sentir, regresaron a casa. La mayoría se quedó a terminar el sueño en la playa. Al amanecer el olor era tan puro que daba lástima respirar. Desde aquella noche, y por varias semanas, el olor permaneció en el mar. Impregnó la madera de las casas, los alimentos y el agua de beber, y ya no hubo dónde estar sin sentirlo. Los hombres y la mujer que vinieron en la tienda de Catarino se fueron un viernes, pero regresaron el sábado con un tumulto. El domingo vinieron más. Hormiguearon por todas partes, buscando qué comer y dónde dormir, hasta que no se pudo caminar por la calle. Vinieron más. Las mujeres que se habían ido cuando se murió el pueblo, volvieron más gordas y más pintadas, y trajeron discos de moda que no le re cordaban nada a nadie. Vinieron algunos de los antiguos habitantes del pueblo. Siguieron viniendo durante varias semanas, aún después que cayeron las primeras lluvias y el mar se volvió turbio y desapare ció el olor. Entre los últimos llegó un cura. Andaba por todas partes, comiendo pan mojado en un tazón de café con leche, y poco a poco iba prohibiendo todo lo que le había precedido: los juegos de lotería, la música nueva y el modo de bailarla, y hasta la reciente costumbre de dormir en la playa. El padre se dejó confundir por la desesperación. Anduvo por to das partes, con un platillo de cobre, pidiendo limosnas para constru ir el templo, pero fue muy poco lo que consiguió. De tanto suplicar se fue haciendo cada vez más diáfano, sus huesos empezaron a llenarse de ruidos, y un domingo se elevó a dos cuartas sobre el nivel del suelo, pero nadie lo supo. Entonces puso la ropa en una maleta, y en otra el dinero recogido y se despidió para siempre. —No volverá el olor —dijo a quienes trataron de disuadirlo—. Hay que afrontar la evidencia del hecho que el pueblo ha caído en pecado mortal. 52
Poco a poco fueron dejando el mar de las catástrofes comunes, y entraron en el mar de los muertos. Había tantos, que Tobías no creyó haber visto nunca tanta gente en el mundo. Flotaban inmóviles, bo carriba, a diferentes niveles, y todos tenían la expresión de los seres olvidados. —Son muertos muy antiguos —dijo el señor Herbert—. Han necesitado siglos para alcanzar este estado de reposo. Comieron hasta no poder respirar. —Bueno, Tobías —dijo en tonces el señor Herbert—, hay que afrontar la realidad. —Por su puesto. —Y la realidad —prosiguió el señor Herbert— es que ese olor no volverá nunca. —Volverá. —No volverá —intervino Clotilde—, en tre otras cosas porque no ha venido nunca. Fuiste tú el que embulló a todo el mundo. —Tú misma lo sentiste —dijo Tobías. —Aquella noche estaba medio atarantada —dijo Clotilde—. Pero ahora no es toy segura de nada que tenga que ver con este mar. —De modo que me voy —dijo el señor Herbert. Y agregó, dirigiéndose a ambos—: También ustedes deberían irse. Hay muchas cosas que hacer en el mundo para que se queden pasando hambre en este pueblo. Se fue. Tobías permaneció en el patio, contando las estrellas hasta el hori zonte, y descubrió que había tres más desde el diciembre anterior. Cuando por fin entró, ella había vuelto a dormirse. La despertó a medias, pero estaba tan cansado, que ambos confundieron las cosas y en últimas sólo pudieron hacer como las lombrices. —Estás em bobado —dijo Clotilde de mal humor—. Trata de pensar en otra cosa. —Estoy pensando en otra cosa. Ella quiso saber qué era, y él decidió contarle a condición que no lo repitiera. Clotilde lo prometió. —En el fondo del mar —dijo Tobías— hay un pueblo de casitas blancas con millones de flores en las terrazas. Clotilde se llevó las manos a la cabeza. —Ay, Tobías —exclamó—. Ay Tobías, por el amor de Dios, no vayas a empezar ahora otra vez con estas cosas. Tobías no volvió a hablar. Se rodó hasta la orilla de la cama y trató de dormir. No pudo hacerlo hasta el amanecer, cuando cambió la brisa y lo dejaron tranquilo los cangrejos. 53
Cuentos del conmutarse en el mar
TRADUCCIÓN DEL OLEAJE
Instrucciones para contar el tiempo en el mar Empiece por detener la respiración, quédese en el silencio del aire retenido, en la pausa de vida que ofrece el alieno contenido, después de 20 segundos reanude su respiración pero está vez haga que los intervalos estén sincronizados con el rompimiento de las olas, deje caer los hombros hacia adelante sin interrumpir el ritmo de la ola respiratoria, haga una cuenta, si lo ve necesario, del intervalo que hay entre inhalación y exhalación, la misma distancia en tiempo que habrá entre la ola que se destruye al llegar a la playa y la que se vuelve a formar para ir mar adentro. Sienta como sus pulmones intercambian información, una ola entra, una ola sale. Una hora entra, una hora sale, así hasta que la cuenta no importa, en el fondo lo que queda es una inundación de mar en sus pulmones, un torrente de agua de coincidencia sonora. Y el tiempo se extingue afuera mientras las olas llegan.
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Instrucciones para recibir una ola
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Frente al mar ÂżLa ola no tiene forma? En un instante se esculpe y en otro se desmorona en la que emerge, redonda. Su movimiento es su forma Las olas se retiran Âżancas, espaldas, nucas? pero vuelven las olas Âżpechos, bocas, espumas? Muere de sed el mar. Se retuerce, sin nadie, en su lecho de rocas. Muere de sed de aire.
Octavio Paz
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Poemas de la vie dans la mer
Voyage asymétrique La mer est arrivée au pied de ma maison tout était d’un calme absolu plus de rivages, plus de rocs d’acier, plus d’horizon on dirait que le navire a chaviré trop de fois Je me rappelais de ces marins qui fixent le soleil avant de mourir Bénédicte disait toujours « qu’un voyage long est un sacrifice » Alors je me suis rappelé que j’étais immortel Et perché sur ce nuage je regardais pour la dernière fois le soleil s’éloigner
Edgar Georges
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Instrucciones para oír la voz marítima Buscando la concentración necesaria, disponga su oído en dirección de las olas, ingrese sonoramente al ambiente, concentrándose en la fonética acústica que procede del suelo, sitúese a la altura del agua para recibir las ondas sonoras, no evite, aunque sea abrupto, que vaya susurrándose el flujo del océano en su oído atento. Para oírlo deberá entender la mezcla del aire con el agua y la sal, no los separe, distíngalos como instrumentos aislados de la sinfonía, dirija su imaginación hacía usted mismo escuchando las inflexiones narrativas de la marea. Ahora, solo piense en lo que escucha y libere las imágenes mentales que ello le produzca. Para oír, sin embargo, las múltiples voces marítimas deberá usted sumergir la cabeza en el océano, elija la profundidad que desee, preste atención a lo que cuentan aquellos que habitan dentro, sus voces y sus silencios. Duración máxima dentro del agua: cinco minutos.
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Instrucciones para recibir una ola
Monumento al mar He aquí el mar El mar que se estira y se aferra a sus orillas El mar que envuelve las estrellas en sus olas El mar con su piel martirizada Y los sobresaltos de sus venas Con sus días de paz y sus noches de histeria. Y al otro lado qué hay Qué escondes mar al otro lado El comienzo de la vida largo como una serpiente O el comienzo de la muerte más honda que tú mismo Y más alta que todos los montes Qué hay al otro lado La milenaria voluntad de hacer una forma y un ritmo O el torbellino eterno de pétalos tronchados Para que el ojo vea el comienzo del mundo He ahí el mar De una ola a la otra hay el tiempo de la vida De sus olas a mis ojos hay la distancia de la muerte De Últimos Poemas Póstumo, 1948
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Goldfish Telescopio Esta variedad surgió en China a comienzos del siglo XVIII. La característica más distintiva son los ojos sobresalientes, el tiempo de vida estimado es de 5 a 10 años.
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El mar Pablo Neruda
Necesito del mar porque me enseña: no sé si aprendo música o conciencia: no sé si es ola sola o ser profundo o sólo ronca voz o deslumbrante suposición de peces y navios. El hecho es que hasta cuando estoy dormido de algún modo magnético circulo en la universidad del oleaje. No son sólo las conchas trituradas como si algún planeta tembloroso participara paulatina muerte, no, del fragmento reconstruyo el día, de una racha de sal la estalactita y de una cucharada el dios inmenso.
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Lo que antes me enseñó lo guardo! Es aire, incesante viento, agua y arena. Parece poco para el hombre joven que aquí llegó a vivir con sus incendios, y sin embargo el pulso que subía y bajaba a su abismo, el frío del azul que crepitaba, el desmoronamiento de la estrella, el tierno desplegarse de la ola despilfarrando nieve con la espuma, el poder quieto, allí, determinado como un trono de piedra en lo profundo, substituyó el recinto en que crecían tristeza terca, amontonando olvido, y cambió bruscamente mi existencia: di mi adhesión al puro movimiento. Poemas de la vie dans la mer
Instrucciones para hacer un castillo de arena La cronología de levantar castillos se complejiza ahora, más que en la edad media, por su construcción con arena, este material a primer contacto: áspero, viscoso y disperso, huye por los espacios huecos que tiene la mano, es un material que se escapa cuando las olas vienen a la playa y que se desbarata de inmediato cuando el viento reclama con fuerza su espacio entre la calma; teniendo clara su porosidad y efímera materialidad, se vuelve necesario llenar de lágrimas saladas o gotas de masa oceánica la cantidad de arena que se requiera para la construcción, luego de humedecida, moldee con ayuda de un balde, uno que no esté roto y sea propio, las torres del castillo. Todo el tiempo mentalice qué cosa protege la fortaleza que está realizando. Es menesteroso que ese secreto o sentimiento que va a esconder se defina con esmero en los muros de su palacio. Siga la forma que su imaginación dicte, amolde los contornos a los límites de la palabra que oculta y contribuya con su aliento a darle vida al espacio real. Finalmente deberá abandonarlo y regresar en la mañana para celebrar su muerte. Porque en el corazón de la arena destruida aguarda su secreto algo transformado e humedecido, dispuesto a ser recogido y guardado en un bolsillo.
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L’Homme et la Mer Charles Baudelaire
Homme libre, toujours tu chériras la mer! La mer est ton miroir; tu contemples ton âme Dans le déroulement infini de sa lame, Et ton esprit n’est pas un gouffre moins amer. Tu te plais à plonger au sein de ton image; Tu l’embrasses des yeux et des bras, et ton coeur Se distrait quelquefois de sa propre rumeur Au bruit de cette plainte indomptable et sauvage. Vous êtes tous les deux ténébreux et discrets: Homme, nul n’a sondé le fond de tes abîmes; O mer, nul ne connaît tes richesses intimes, Tant vous êtes jaloux de garder vos secrets! Et cependant voilà des siècles innombrables Que vous vous combattez sans pitié ni remords, Tellement vous aimez le carnage et la mort, O lutteurs éternels, ô frères implacables 73
Pensado para aquellos que encuentran en el mar el origen de todo y nada.
Angela y Carolina
Observaciones reflexivas de un poeta frente al mar
Un libro que trata sobre las aproximaciones del ser humano al mar
Hubo magia mientras el hombre, insuficientemente equipado, dependĂa de las fuerzas miesteriosas que le anonadaban Regis Debray
Oceanus