San Mateo 22 : 34-40 (Propio 25 Ciclo A)

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PROGRAMA DE INCIDENCIA SOBRE DEUDA ILEGÍTIMA Y JUSTICIA ECOLÓGICA FEDERACIÓN LUTERANA MUNDIAL Compartiendo la Palabra que es Buena Noticia para los Oprimidos por un Sistema Ilegítimo (I)

San Mateo 22:34-40 Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?". Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas".

El texto está ubicado en el ambiente de polémica entre los religiosos judíos y Jesús, las críticas de los dirigentes judíos, las parábolas provocadoras del Maestro y las preguntas capciosas de los religiosos de distintos partidos para tenderle una trampa. El que se presenta ahora es un fariseo, maestro de la Ley, que viene a ponerlo a prueba con otra pregunta: ¿Cuál es el mandamiento más grande de la ley? Entre la larga lista de más de seiscientos preceptos vigentes recopilados por los religiosos ¿cuál ocupaba la cima del aparato legislativo? Había opiniones para todos los gustos y Jesús era consciente de ello. Para la mayoría de los rabinos de la época, todas las leyes tenían la misma importancia: Quien traspasara un solo mandamiento, al igual que quien los traspasara todos, rechazaba el yugo, destapaba su cara contra la ley y rompía la alianza". Con todo, si había una ley considera quizás más importante era la del sábado. No olvidemos las veces que Jesús fue acusado de quebrantar el sábado en la manifestación de sus obras. En el mundo religioso de hoy hay muchos grupos que no sólo intentan comprender el sentido de las Escrituras bíblicas sino que pretenden tener el monopolio de esa comprensión. Como en el tiempo de Jesús estamos enfrentando mucha discusión legalista acerca de las Escrituras y muchas interpretaciones están mucho más cerca de la interpretación de los fariseos que de la buena noticia de Jesucristo. Todo esto con consecuencias que generalmente están lejos de ayudar a la vida plena y la dignidad de las personas.

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Esto tiene casi siempre que ver con el concepto que se tiene acerca de la Biblia misma como palabra de Dios. Es verdad que Dios se encuentra con su pueblo a través de su Palabra, pero esa Palabra no es un libro sino una persona. Los cristianos no creemos en un libro sino que creemos en Jesús de Nazaret que vivió, murió y resucitó. Toda búsqueda que hacemos en las Escrituras tiene como objetivo hacer presente realmente en nuestro hoy y en nuestra vida el misterio sacramental del Cristo que camina, vive, sufre y reconstruye esperanzas junto con los seres humanos (con todos – no sólo los religiosos) que son suyos y a los que nunca abandonó ni abandonará. Las Escrituras, que proclaman la acción liberadora de Dios, sólo se pueden leer con los ojos de Jesús y permitiendo que el Espíritu Santo las llene de vida. Solo así podremos descubrir el rostro amorosamente escondido de Dios en lo débil, pobre y excluido de nuestra sociedad, y en nuestras vidas. Quizás hoy deberíamos volver a preguntarnos qué es lo más importante de la Biblia, un libro en el que muchos religiosos pretenden encontrar las respuestas para todas las situaciones de la vida y sobre el que hay tantas voces nos quieren llevar para un lado o para otro. Jesús le contesta al religioso citando la segunda parte de las palabras de la shemá (Deut. 6:5), una oración que los judíos rezaban tres veces al día. (“Oye Israel, el Señor tu Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”, y añadiendo las palabras del Levítico capítulo 19: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En ambos mandamientos, ahora unidos en uno solo, se sintetiza toda la enseñanza de la ley y los profetas. En estas palabras se refleja toda la voluntad de Dios para el ser humano. La dificultad del Evangelio de hoy radica en que son palabras demasiado conocidas, demasiado repetidas y como el Evangelio del Domingo pasado (dad al César lo que es del César) demasiado mal entendidas. Por ejemplo algunos utilizan estas palabras para argumentar que no es necesario amar más que a nosotros mismos o que, por otro lado, es necesario que nos amemos bastante a nosotros mismos, sino no podremos amar a otros. Nada más lejos del espíritu del Evangelio. Se ha hecho mucho daño a las palabras de Jesús por no entender que las palabras del Levítico “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” no significa otra cosa que “Amarás a tu prójimo como a un ser humano igual que tú”. Lo cual quiere decir que tu prójimo (no importa su condición) es un hombre, una mujer, como tú mismo, pecador como tú, que como tú anhela ser amado, perdonado, reconciliado, valorado, aceptado en la

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comunión, protegido, defendido, ayudado. Que tu prójimo es alguien que como tú espera ser tratado como un ser humano, nada más y nada menos. Muchas veces, los cristianos y las cristianas hemos transformado el mandamiento principal en una larga lista de obligaciones morales, de códigos de conductas y de estatutos y reglamentos institucionales, que desfiguran la centralidad del Evangelio que es Buena Noticia que libera, que renueva y restaura la dignidad del prójimo, es decir de los que han sido marginados y estigmatizados por la sociedad y muchas veces también por la iglesia. Cuando Jesús habla de prójimo ¿de quienes está hablando? Para Jesús de Nazaret el prójimo incluía en primer lugar a todos los estigmatizados y marginados por la sociedad y el sistema. Entre ellos están todos los abandonados e ignorados por modelos económico financieros y de desarrollo que no tienen nada que ver con la voluntad del Dios de la Vida. Jesús no llama a un compromiso de todo lo que somos para la gloria de Dios en el servicio a nuestro prójimo que nos necesita en la lucha por un mundo distinto, por ese otro mundo posible por el cual su clamor sube hasta la presencia de Dios. Corazón, alma, espíritu, fuerza, implican el compromiso del ser humano total, completo, en el acto de de un amor que libera y dignifica. Amor no es una cuestión de sensiblería. Amor tiene que ver con un compromiso de la persona total. No consiste en cantar alabanzas y decir lindas oraciones. No basta con tratar de cumplir leyes, generalmente negativas, tratando de dejar contento a Dios. No basta con impresionarnos y hasta llorar frente a las necesidades de nuestros semejantes. Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo no es una nueva ley sino que es la superación de todas las leyes. El mensaje de Jesús siempre va más allá de la ley porque nos llama a actuar no por una imposición sino porque tomamos como modelo el amor de Jesús con nosotros. Ese es el único y nuevo mandamiento al cual todos los demás se someten y dependen. El amor al prójimo tal como nos lo enseña Jesús significa amarle más que a nuestra propia vida, más que a uno mismo. A la luz de las palabras de Jesús deberíamos preguntarnos.

¿Cuál es la relación entre amor y aceptación del otro, perdón, valoración, comunión, protección del débil, defensa del reducido a la pobreza y la marginalidad?

¿Cuál es la relación entre amor y justicia social? Por ejemplo frente a un sistema financiero de endeudamiento basado en la usura que hace al ser humano un

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esclavo de la codicia de unos pocos; o frente a la depredación de la creación con la secuela de desolación y muerte sobre las poblaciones más vulnerables.

¿Cuál es la relación entre amor y denuncia de la injusticia, lucha contra la codicia, la corrupción y la deshonestidad?

Nosotros y nosotras hoy también corremos el peligro de extraviarnos entre cientos de disposiciones y reglamentos sacados del libro que es testimonio de La Única y Verdadera Palabra olvidando la libertad y la promoción de la dignidad de los explotados y excluidos. El evangelio vivo, revolucionario, subversivo de Jesús de Nazaret, es más que sólo asistir a misas, dar ofrendas, cumplir ciertas leyes de “buena conducta”, abstenernos de mentir en forma explícita y escuchar (sin vivirlos) largos sermones. ¡El Evangelio de hoy nos llama a volver a la Palabra Viva que es Jesucristo mismo y dejar que fluya nuevamente la vida!

Ángel F. Furlan Octubre de 2014

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