San Juan 15:9-17 (6 Pascua Ciclo B)

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Sexto Domingo de Pascua 10 de Mayo de 2015 San Juan 15:9-17 En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros. Amor es una palabra muy utilizada y muchas veces devaluada. Se habla del amor en las canciones de moda, es el tema de las telenovelas y se lo llega a usar hasta para hacer propaganda de hamburguesas o electrodomésticos. Generalmente, la clase de amor, perseguido con ansias y con muchas decepciones por los personajes de las telenovelas y las series de televisión, es poco profundo, queda en la sensiblería, en el “color de rosa”. Las más de las veces piensa en lo que espera o quiere recibir y en muchos casos se alcanza merced a la infelicidad de otros u otras que son perdedores/as en ese juego complejo de flechazos a primera vista y enfriamiento de amores pasados. El amor de Jesús, el amor que nos enseña Jesús, no es el amor sentimental, romántico1, mucho menos es el que busca la felicidad en forma egoísta, con la mirada puesta sólo en uno mismo. El amor de Jesús y el amor al que él nos llama, es el que busca, antes que todo, la vida y la felicidad de aquellos a quienes amamos. Nada es más alegre, más liberador, que el amor; nada hace crecer tanto a los seres humanos como el amor, nada es más fuerte que el amor. Y ese amor lo aprendemos del mismo Jesús que con su ejemplo nos enseña que “el límite del amor es amar sin límites”.

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Tengo que aclarar que no estoy en contra del amor “romántico”, del “estar enamorado” de alguien. Hace casi cincuenta años, siendo jóvenes, nos enamoramos con la mujer con la que hoy comparto la vida y los sueños. Nos amábamos en ese entonces y damos gracias a Dios que nos permitió construir juntos el amor que nos tenemos hoy.


En ese amar sin límites, como Jesús amó, la cruz es la expresión mayor. El gran instrumento de tortura del imperio romano [parece ser la costumbre de todos los imperios inventarlos], se transforma también en la máxima expresión de amor de todos los tiempos. La cruz, símbolo de muerte y sufrimiento, pasa a ser signo poderoso del amor y de la vida. En realidad con su amor hasta la cruz Jesús deja como pequeño el mandamiento que dice que debemos “amar al prójimo como a nosotros mismos” 2; él nos dice que amemos como él nos amó, con ese amor que se juega, que pone el hombro, que se compromete y se arriesga hasta el límite extremo. La cruz no enseña lo que es el amor. Esto no quiere decir que la cruz por sí misma sea buena, ni que el sufrimiento sea bueno como un valor en sí mismo. La cruz nos enseña que el verdadero amor llega hasta la entrega total si es que hasta ahí lleva el camino. La cruz es un instrumento de medida. Puede medir todo el mal y también puede medir todo lo bueno. La cruz es la medida del odio de Caifás y sus secuaces, la cruz fue y es el instrumento del sistema imperial y de la codicia de los crucificadores. Pero la cruz es también la medida del amor de Jesús, del verdadero amor, del último límite de una entrega que no tiene límites. Los cristianos vivimos rodeados de cruces, están en nuestros altares y en nuestros hogares, hacemos su señal sobre nosotros mismos, las llevamos pendientes de nuestro cuello. Pero esto no significa que amemos el sufrimiento y la muerte, amamos la cruz porque es signo del amor supremo, del amor se expone hasta la misma muerte. El verdadero amor es liberador. Nos libera de todas las ataduras. No hay libertad más grande que la entrega de nosotros mismos. En su tratado sobre la libertad cristiana Lutero dice que el cristiano es libre, absolutamente libre de todas las cosas, no está sujeto a nada porque Cristo lo ha liberado de toda esclavitud. Al mismo tiempo el cristiano es esclavo hasta dar su vida, esclavo por amor. El amor de Cristo, a través de la acción que lo lleva “hasta el extremo”, es el único camino de liberación para la humanidad -porque sólo el “amor hasta el extremo” libera- aunque muchas veces, como cristianos y como iglesias, nos resistamos a un amor “tan en serio”, tan radical. Algunas veces me pregunto ¿Y para qué tantos libros? Cantidad de librerías religiosas. Bibliotecas enormes. No puedo negar el valor del gran tesoro de sabiduría que los libros representan (De hecho tengo un gran aprecio por los casi dos millares de libros de mi biblioteca). Pero al mismo tiempo me vuelvo a preguntar ¿Para qué tantas discusiones teológicas reflejadas en libros que interesan a muy pocas personas comunes y casi nadie lee? ¿Será que es tan complicado entender la voluntad de Dios y su plan para los seres humanos? Estoy totalmente de acuerdo en que debemos tener cuidado con las simplificaciones. Pero también tengo que preguntarme cómo es que hay tantos ateos honrados y tantos cristianos deshonestos. ¿De qué nos ha servido todo lo escrito si no nos ha llevado a la plenitud del amor? 2

El sentido de Levítico 19:18 es que debemos amar a nuestro prójimo como a otro ser humano igual a nosotros, con el mismo derecho y necesidad de ser amado.


Hubo un tiempo en que la Iglesia “arrastraba”. La gente se conmovía, los cristianos llegaban al martirio, los de afuera miraban a la comunidad cristiana y decían “miren cómo se aman”3. Es evidente que el programa de Dios no comenzó entre los primitivos con una biblioteca llena de libros de teología sino con la sencilla práctica del amor. No comenzó con la aceptación de una nueva moral, o ni siquiera de una moral. El primer principio en la teología cristiana es que Dios nos ha amado primero y nos dice que así debemos amar. En un mundo secularizado, frente a un aparente fracaso de la religión cristiana en muchos sectores, ¿cuál es la causa y cuál el efecto? ¿Es la falta de convicción lo que desvirtúa la práctica? o por el contrario ¿Es la falta de obras lo que desvirtúa las convicciones? Es duro aceptarlo pero, hasta el día de hoy, los cristianos nos vemos atrapados por maneras de entender la religión que apartan de lo esencial. Son muchos los que ven la religión como el cumplimiento formal de normas y preceptos y son muchos también los que la ven sólo como la aceptación racional de una verdad. En ambas concepciones Jesús es vaciado de lo esencial, el ser el testimonio supremo del amor de Dios. El Evangelio nos está llamando, en este tiempo de Pascua, a mirar nuevamente lo esencial, y lo esencial es nuestra unión con Cristo, eso es lo que nos hace cristianos. Y el fruto de nuestra unión con Cristo se manifiesta en una vida de amor. Jesús nos habla aquí del mandamiento nuevo, del mandamiento suyo, del mandamiento que está sobre todo otro mandamiento y en el cual todo lo demás se cumple. Nunca debemos olvidar, al mismo tiempo, que el movimiento del amor es desde Dios. Él nos ama. Nos amó primero y nosotros sabemos que somos amados por Dios. La comunidad de Cristo, como comunidad de amor actuante, es manifestación de la presencia de Cristo en el mundo. Las obras, el compromiso con la justicia, el ponerse del lado de los perdedores de este mundo, la defensa de la naturaleza y de los bienes comunes de la humanidad, no son sino el fruto de la convicción de quienes se saben amados por Dios. El amor actuante de la iglesia debería ser motivo de asombro para los no iniciados. El amor actuante y las obras que produce, es en sí mismo un signo. El Signo. Este, por sobre todo otro, debe ser el peculiar signo de la Iglesia. San Pablo nos decía que sólo existen tres cosas importantes la fe, la esperanza y el amor, y que el amor es el mayor 4. De nada vale la circuncisión o la incircuncisión, el misticismo seráfico o la sabiduría, lo que vale realmente es la fe que obra por el amor. Toda fe separada del amor es falsa, por más ortodoxa que aparezca en sus argumentos teológicos. De la misma manera, el culto vacío del amor fraterno es una abominación a Dios. No hay auténtica oración sin amor actuante hacia nuestro prójimo. Finalmente y mirando ya hacia Pentecostés. Es necesario abrir nuestros corazones a la presencia viva de Dios. Necesitamos un nuevo Pentecostés. El 3 4

Cita de Tertuliano en su “Apología contra los Gentiles”. 1ª Corintios 13:13


Espíritu es la fuerza que nos capacita para cumplir la tarea que Dios nos asigna a personas y comunidades; sin el Espíritu, la religión se queda en la magia; con el Espíritu se convierte en vida plena que fluye y es instrumento eficaz en el cumplimiento de la misión de Dios. No son las estructuras visibles de la institución, ni la perfecta y correcta interpretación de los textos sagrados, ni lo alto de las torres y los campanarios, lo que hace a Cristo presente en el mundo, sino la manifestación del amor en y a través de la comunidad. La gran pregunta que siempre debemos hacernos es ¿Qué clase de comunidad somos? ¿Qué clase de amor vivimos? Ángel F. Furlan Mayo de 2015


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