San Mateo 2 : 13-18 (Memoria de Niños Mártires)

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PROGRAMA DE INCIDENCIA SOBRE DEUDA ILEGÍTIMA Y JUSTICIA ECOLÓGICA FEDERACIÓN LUTERANA MUNDIAL Compartiendo la Palabra que es Buena Noticia para los Oprimidos por un Sistema Ilegítimo (Niños Mártires) (Domingo 28 de diciembre de 2014)

San Mateo 2:13-18 Después de la partida de los magos, el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. José se levantó, toma de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta: Desde Egipto llamé a mi hijo. Al verse engañado por los magos, Herodes se enfureció y mando matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, de acuerdo con la fecha que los magos le habían indicado. Así se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Jeremías: En Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos: es Raquel, que llora a sus hijos y no quiere que la consuelen, porque ya no existen. Muchos de los episodios que rodean el nacimiento del Hijo de Dios se han transformado de alguna manera en lo que podríamos llamar “imágenes de estampita” (las pequeñas tarjetas con imágenes usadas en muchos países para la celebración de primeras comuniones o confirmaciones). Los fuertes claroscuros, la denuncia profética y el poder subversivo de muchos textos terminan suavizados y “domesticados” en conmemoraciones que terminan siendo inocentes e inofensivas como “imágenes de estampita” con aros alrededor de la cabeza y colores brillantes realzados por dorados luminosos. Pero el texto de hoy no tiene nada que ver con una imagen de estampita. No es una imagen “naif”. El texto de hoy es un texto de intenso dramatismo que nos llama a la denuncia profética y a la lucha contra el mal desde todos los frentes a nuestro alcance. Si bien en el texto podemos ver la fidelidad y guía de Dios que, a pesar de todas las circunstancias, siempre está, también puede verse el poder siniestro que actúa para impedir que se cumplan sus planes de libertad y vida plena para todos los seres humanos. El poder siniestro tiene nombre y apellido. Siempre tiene nombre y apellido. En este caso se llama Herodes. A través de los siglos y en nuestro propio tiempo serán otros nombres pero siempre el mismo sistema siniestro. El sistema, con distintos nombres y apariencias, sigue siendo el mismo. Herodes no es una simple anécdota de la historia. No se trata sólo de un rey cruel que mandó matar en una ocasión a los niños menores de dos años (los “Santos Inocentes” como se llamaban piadosamente antes o los “Niños Mártires” como se los llama, también piadosamente, ahora). Herodes es la personificación de la crueldad del poder dentro de un sistema que se ensaña con los inocentes (y no sólo con los niños y niñas, también con las mujeres y con los que han llegado a la mayoría de edad pero son humildes y sencillos como niños).


Las máscaras con las que se presentan son parecidas, no se presentan con cuernos y cola, se transfiguran, si es posible, en ángeles de luz. Bestias crueles pero, en muchos casos, fieles defensores de la religión y las tradiciones, o buenos aliados de la jerarquía eclesiástica (no importa la iglesia). En el caso de Herodes había contribuido a la reconstrucción del Templo de Jerusalén llamado “el Templo de Herodes”. Es difícil de pensar pero, de la misma manera hay gobiernos non-santos, instituciones financieras y banqueros que ayudan al mantenimiento de algunos de nuestros templos en otros hemisferios. Pueden aparecer como fieles miembros de iglesia que hacen importantes donativos o como celosos defensores de “la familia” aunque no les importe desaparecer personas, matar mujeres y niños o enviar a miles al exilio con tal de asegurar su sistema financiero, su geopolítica y su modelo de desarrollo (el de ellos, no el nuestro). Debemos estar prevenidos siempre ya que los anticristos se esconden detrás de muchas máscaras e intentarán engañar, si fuera posible a aquellos que han sido llamados por Dios para combatirlos. No olvidemos que el sistema sólo quiere asegurar su poder para satisfacer la codicia de unos pocos a través de una violencia de muerte ejercida en forma despiadada sobre los muchos que serán sacrificados en sus altares. Jesús advirtió repetidamente a sus discípulos que no se dejen engañar. Son muchos los anticristos que se manifiestan en la historia. Finalmente no es tan difícil identificarlos. Todo el que se opone a los planes de Dios que son la justicia, la vida plena, el bien y la alegría para todos los seres humanos es un anti-dios y un anticristo. Todo el que se opone a la justicia y la paz, todo el que se cree con poder sobre la vida y la conciencia de los seres humanos es un anticristo. Los niños mártires son solo un hito en una serie interminable de mártires que mueren a manos del anticristo. Algunos sabiendo porqué mueren, otros sin siquiera saber el porqué. Los niños mártires, como ayer, tienen nombres, rostros, dignidad, derechos. Pero su dignidad y sus derechos no cuentan para el sistema. Cientos de miles de niños y niñas mueren cada año en América Latina por hambre, desnutrición y enfermedades evitables. A la mayoría de ellos les robaron ya su alimentación y salud en el vientre de su madre y todavía antes, en la desnutrición de su madre y de la madre de su madre. A millones de niños y niñas les robaron el derecho a la educación y al llegar a la edad de trabajar les negaron no sólo el derecho a un salario digno sino la misma oportunidad de trabajar. En la Argentina les llaman “ni-ni”, es decir ni trabajan ni estudian, un sobrenombre más para la “muerte social” a la que han sido sometidos y ciertamente no por su voluntad. Parte de mi ministerio es todavía caminar junto a algunos de esos niños y niñas y conozco los sentimientos que abrigan ¡cuántas veces ellos y ellas me han hecho comprender el Evangelio! Sin haber hecho nada para nacer sin otra oportunidad que la miseria, millones de ellos en América Latina han sido arrojados a los distintos submundos de exclusión, marginalización y confusión de valores que terminan en la muerte o en la cárcel. Todo esto no es un accidente ni es un destino, esto es parte de un sistema. El sistema que nuestros hermanos de los primeros siglos se negaron a aceptar negándose a quemar incienso frente a la imagen imperial. Los gobiernos que deben proteger a estos niños eligen sostener el sistema de muerte y destinan al pago de deudas ilegítimas ingentes sumas de dinero, el mismo dinero necesario para que estos niños y niñas vivan.


No entiendo por qué nos cuesta tanto a las iglesias y a la misma comunión en el mundo comprender que luchar contra la deuda ilegítima es crucial y no sólo un elemento accesorio. Luchar contra la deuda es luchar para que florezcan todos los demás derechos y se preserve la integridad de la creación. Por otro lado sería necesario que entendamos también que no hacerlo es, por omisión, ser cómplices del sistema que mata. ¡Qué esperamos, como Iglesia, para hacer algo más para detener la espada de Herodes! Cientos de miles de los llamados “niños de la calle” viviendo en situaciones infrahumanas, comiendo de la basura, golpeados y asesinados por los escuadrones de la muerte. Niños y niñas violentados/as, abusados/as, cuya vida no vale. No cuentan, no son noticia, no importan… Niños y niñas cuya presencia desagrada y asusta a la gente. Su apariencia, su lenguaje, sus mecanismos de defensa nos infunden temor. Las víctimas son consideradas victimarios/as, los desplazados son criminalizados y así se cierra otro de los círculos mortíferos del sistema. Hay muchos que reclaman en las grandes e inseguras ciudades de nuestro continente diciendo que “hay que hacer algo para proteger a los ciudadanos”, dando a entender que estos niños y niñas (que han sido empujados a la delincuencia) no lo son, no tienen los mismos derechos… La violencia de nuestro continente no se curará sólo con más cárceles ni con leyes más duras. La verdadera justicia es otra y tiene que atacar la injusticia estructural, luchar contra el sistema de muerte. Hay otros niños y niñas que, aún teniendo una casa, viven la “ausencia” de sus padres… Madres solas que tienen que llevar la carga de sostener la familia… Hogares en los que impera la violencia verbal y física… Femicidos y filicidios… Niños y niñas que viven su vida en situaciones de precariedad, en la que no hay protección frente a la tuberculosis, la malaria, o el chagas (en Argentina)… o contra las catástrofes ambientales y las crisis humanitarias. ¡Qué esperamos para hacer algo más para detener la espada de Herodes! En medio de la muerte, el llanto y el terror, hay una familia que logra escapar de la muerte pero para hacerlo tiene que seguir el duro, doloroso y peligroso camino del destierro. José, carpintero, un trabajador manual; María, su mujer, una sencilla muchacha de Nazaret, y Jesús, recién nacido, perseguidos por el sistema huyen a Egipto. Otros huyen de otras muertes y situaciones de muerte y desesperanza. No puedo dejar de pensar en los niños y niñas que caminan solos desde El Salvador, Guatemala y Honduras hacia la frontera con los Estados Unidos. En los que son detenidos y tratados como criminales, sin derechos, por las autoridades de un país que se considera a sí mismo como ejemplo de las libertades y los derechos (¿?). En los niños y niñas que son deportados a sus países de origen sin más protección que las de algunas ONGs que tratan de hacer lo posible por ellos. Niños separados de sus padres, que tuvieron que ir a “Egipto” tratando de escapar de las muchas muertes, son ahora los protagonistas de otra huída, la que les impone la violencia sin límites, las amenazas de muerte de las maras y pandillas (parte todo del juego político de los otros, ni siquiera de sus propios gobiernos). Es todo tan fuerte. Tan dramático. No alcanzarían libros para hablar de una realidad que muchas veces no queremos ver desde nuestras bancas de iglesia y nuestros hermosos altares.


Alguien dijo “paren el mundo, me quiero bajar”. Yo no puedo bajarme. No quiero bajarme. Quiero continuar poniendo mi poca fuerza, la poca que me queda… porque el Evangelio, la Buena Noticia de Dios alienta mi esperanza (fuerza de resistencia) así como la de todo el pueblo de Dios. Esta familia de inmigrantes judíos en Egipto (como lo son hoy los bolivianos o peruanos en la Argentina, o los mexicanos o salvadoreños en Estados Unidos…) es el germen de un movimiento capaz de sacudir el mundo y también de transformarlo. Jesús, este pequeño niño inmigrante en tierra extraña, está llamado a ser el salvador y libertador de la humanidad toda y no ya de un solo pueblo. Este nuevo movimiento, de pueblo en marcha, este nuevo éxodo que comienza con Jesús sigue siendo una posibilidad abierta para la liberación de todos los niños y niñas, de todas las mujeres, de todos los hombres y de todos los pueblos. La única forma de ser iglesia cristiana hoy es comprenderlo y ponerlo en práctica. De ellos, de los/las pequeños/as, de los/las sin poder, de los que no son nada más que un pequeño retoño, una minúscula semilla, se sirve Dios todavía hoy para hacer frente al anticristo. Siempre habrá los que serán los instrumentos en la mano de Dios para que su reino avance a pesar de los planes en contrario de los poderosos de este mundo. Mientras tuve el privilegio de servir en la presidencia de mi iglesia pude visitar un buen número de veces a una comunidad mapuche, en el poblado de Cushamen, en la Patagonia. En el trayecto por el, por algunos tramos, difícil camino de montaña, me atraía siempre detenerme en un lugar considerado sagrado por nuestros hermanos y hermanas mapuches. A un costado del camino hay una gran roca partida, un cubo casi perfecto de más de tres metros de lado e igual altura. Había sido en su origen una sola roca pero ahora estaba partida en cuatro partes casi iguales y en el centro se erige un maitén (un árbol de la Patagonia Argentina que se encuentra también en otras zonas montañosas de América Latina). El maitén tiene sus raíces en el centro de la roca partida y levanta su tronco y copa vigorosos por encima de la misma. Todo comenzó con una semilla que encontró una grieta en la roca y desde su pequeñez y debilidad aparente tuvo el poder para, al germinar, partir la roca y hacer florecer la vida. Desde una concepción del mundo distinta en algunos aspectos, pero al mismo tiempo tan cercana a la de mis hermanos y hermanas mapuches, cada vez que he pasado, quise detenerme en ese lugar para meditar en el poder de la pequeña, humilde, y frágil semilla que tiene poder, sin embargo, para romper la solidez de la roca. Un detalle no menor en el texto es Raquel, que no quiere ser consolada. En realidad habría aquí una veta maravillosa para hacer toda otra reflexión. Lo que necesitamos y queremos los pueblos latinoamericanos es ánimo para luchar y no palabras de consuelo. No podemos, no queremos conformarnos. Ojalá nuestros hermanos del Norte nos acompañaran entendiendo nuestro sentimiento y nuestro modo de ver y no sólo desde su manera particular de interpretar los problemas (repitiendo a veces el mismo modelo que queremos combatir). No es posible aceptar la tiranía, el terror y la muerte como hechos irreversibles. Dios no quiere nuestra resignación, nos quiere como pueblo en marcha, nos quiere en la lucha. Nos quiere, a pesar de todo y frente a todo, como semilla que encuentra la grieta y parte la roca. Dios siempre cumple con sus promesas aunque a ello se opongan los malvados y los enemigos de su reino. El Dios de nuestros padres, el Dios de la historia, es nuestro Dios. Nada puede obstaculizar sus designios.


En el umbral de un nuevo aテアo del calendario confiando sin reservas en la fidelidad de Dios comprometamos nuestra fidelidad a su Palabra y al llamado a ser instrumentos suyos en la lucha contra el mal. Hagamos todo lo que estテゥ a nuestro alcance para frenar la espada de Herodes en nuestro mundo. テ]gel F. Furlan Diciembre de 2014


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