Compartiendo la Palabra que es Buena Noticia para los Oprimidos por un Sistema Ilegítimo (Cuarto Domingo después de Epifanía) (1° de Febrero de 2015)
San Marcos 1:21-28 En aquel tiempo, entraron en Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios". Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre". El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre. Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!". Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea. En el judaísmo del tiempo de Jesús el templo de Jerusalén era el centro del poder religioso y de las grandes ceremonias. En los pueblos y ciudades del “interior” las representantes de la religión oficial y de la forma oficial de interpretar la Biblia eran las sinagogas. Los líderes de la sinagoga eran personajes importantes. En su mayoría pertenecían al grupo de los fariseos, los conservadores en materia religiosa. La sinagoga era un lugar instituido y reconocido socialmente. Desde allí se imparte la enseñanza y se educa a la gente sobre qué es correcto o no en la convivencia del pueblo, en particular en lo que hace referencia a lo que Dios quiere, o no quiere, que se haga, en cuanto a lo que debe ser considerado puro o impuro. Es en este lugar en que aparece un “espíritu impuro”. Los “espíritus impuros” son también llamados “demonios” según las creencias de ese entonces. En este sentido una de las cosas que causan extrañeza al leer en el Evangelio es la frecuente mención de los demonios en el mundo de los seres humanos. En tiempos de Jesús (también en la época de Lutero y todavía hoy en algunos grupos religiosos) reinaba un temor muy grande a los demonios. Eran considerados los causantes de enfermedades de toda índole, en especial de las enfermedades mentales, cuya manifestación externa delataba el hecho de que el paciente no era dueño de si mismo. Personas con problemas mentales o emocionales (también los epilépticos) eran llamados comúnmente "endemoniados". Al no existir todavía la rama de la medicina ni las instituciones dedicadas a enfermedades mentales, éstas eran más notorias y causaban mayor impacto social que hoy en día. Los demonios, según se creía, tenían que habitar en el cuerpo de alguien, persona o animal, pues de no ser así no podían existir plenamente y por lo tanto estaban buscando y tratando de “poseer” a personas débiles o predispuestas a causa de sus pecados. Por supuesto que hoy podemos tener otra visión con respecto a esta mentalidad propia de la cultura oriental antigua. La ciencia médica y la psicología pueden explicar ya estas enfermedades mentales así como sus causas, sin necesidad de recurrir a la idea de la “posesión por demonios”.
Sin embargo, aún a pesar de los avances de la ciencia, la idea de los demonios puede ser muy útil al sistema y no es extraño que tanto en algunos sectores de la iglesia (particularmente en algunas iglesias y grupos carismáticos o pentecostales) se haga una propaganda desmedida al poder de los demonios. Entre ellos hay quienes afirman que la mayor mentira del diablo es hacernos creer que no existe. Por mi parte creo poder decir que la mayor mentira del diablo estaría más bien en hacernos creer que él es el responsable de todo lo malo y que si a una persona le van mal las cosas es por culpa del diablo o porque está poseída por demonios o espíritus impuros. En realidad, a fuer de ser realistas, más que de la “mayor mentira del diablo” deberíamos hablar de la mayor mentira de los poderosos (que encontraron en algunos sectores religiosos unos excelentes aunque, posiblemente, ingenuos aliados para anular voluntades de resistencia y lucha por el cambio social). Los hermanos pentecostales que trabajan con sectores muy empobrecidos y vulnerables y que comparten con otros evangélicos una interpretación literalista de la Biblia, en muchos casos sofocan la justa indignación y reclamo de la gente frente a la injusticia, convenciéndolos de que sus males vienen de sus propios pecados y de la influencia de los demonios. Por supuesto que no todos los pentecostales actúan así y hay muchos entre ellos comprometidos activamente por la justicia y la liberación. Pero, lamentablemente, hay algunos que a los empobrecidos y quebrados por el sistema los “endemonian”. Encima de su situación de pobreza y exclusión, desde una concepción bíblica y teológica equivocada, quedan convencidos de que tienen que luchar con una agencia tenebrosa y diabólica, el demonio, que los posee. Para ellos ya no se trata de luchar contra la deuda externa, la injusticia social o la falta de un salario justo, salud, vivienda, educación… Su energía se gasta en luchar contra la fantasía de demonios que actúan en el plano de lo extra natural y no de los verdaderos “demonios” llevan nombres de corporaciones, oligopolios, bancos, instituciones financieras y personas de carne y hueso que los dirigen y representan. Junto a esta crítica a una concepción bíblico teológica que nos es ajena creo que no está demás hacer nuestro propio mea culpa porque sabiendo dónde está el verdadero demonio hacemos bastante poco por exorcizarlo y luchar con toda nuestra fuerza por la liberación de los oprimidos por un sistema de muerte. En “nuestra propia sinagoga” parece que nos hubiéramos acostumbrado a convivir con la inquietante presencia del “demonio” y hacer muy poco para increpar al sistema, sacar a la luz sus mentiras y proclamar liberación para los oprimidos. A veces queremos ser tan diplomáticos frente al poder y las instituciones de este mundo que corremos el riesgo de tratar (como decimos en la Argentina) de quedar bien con Dios y con el diablo. El Evangelio de Jesús no admite tal ambigüedad, Lutero no fue capaz de admitirla… y nosotros… Volviendo al relato del Evangelio de hoy. Resulta que en aquella sinagoga estaba un hombre (según la idea de aquél entonces) “poseído por un espíritu inmundo” y se puso a gritar: ¿Qué tienes que ver con nosotros Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: el Santo de Dios. Jesús lo intimó: ¡Cállate la boca y sal de este hombre! El espíritu inmundo lo retorció y, dando un alarido, salió.... Este fue el primer milagro que hizo Jesús. Sucedió en la sinagoga, lugar de oración, lugar sagrado de lectura y comentario de la Biblia. A ella acudían el santo día del sábado los judíos fieles, los “puros”. Aunque quizás no tan “puros” -según la narraciónya que con ellos, en la sinagoga, habitaba un demonio o espíritu impuro. A veces los locos dicen la verdad: Jesús era el Consagrado de Dios. Por eso entró en la sinagoga, eje y corazón de un complicadísimo sistema religioso (y en muchos casos político-religioso), capaz de volver loco a cualquiera; y en la sinagoga curó a un endemoniado, devolviéndolo a su sano juicio. Al ver lo sucedido, la gente, llena de estupor, exclamó: ¿Qué significa esto? Éste es un nuevo modo de enseñar. Enseña con autoridad, y además, da órdenes a los espíritus inmundos y le obedecen. La única
enseñanza verdadera, la única religión auténtica es aquella que libera a las personas acabando con las opresiones que las destrozan por dentro. Es razonablemente posible que aquel pobre “endemoniado”, aquel loco, no fuera sino el producto de un sistema religioso, económico y político que, a base de imposiciones, despojos, leyes injustas y mandamientos muchas veces incumplibles, había sido llevado a una situación capaz de desquiciarlo. A veces hay estructuras religiosas como las sociales y políticas, que son para volverse locos. Jesús viene a ofrecer a todo el pueblo y a cada persona la posibilidad de encontrarse con un Dios que no esclaviza, sino que libera. Y eso, simbólicamente, no le interesaba a aquel “espíritu”, que tan bien convivía con aquel sistema religioso que quería esclavizar al pueblo manteniéndolo en una dependencia constante. Aquel hombre que estaba poseído por el espíritu inmundo representa en el relato a la misma comunidad (por eso directamente no se nombra a nadie más), dominada por ideologías esclavizantes, que o bien son causa del sometimiento y de la pérdida de la libertad del ser humano, o bien propugnan la violencia, y que se justifican con razones de carácter religioso. Sólo aceptando el mensaje de Jesús podrán los seres humanos liberarse del dominio de tales ideologías y conquistar su libertad; sólo aceptando el mensaje de Jesús podrán los hombres y las mujeres colaborar en la liberación de toda la humanidad. Es por esto que Marcos coloca este episodio al principio de su evangelio. El mensaje de Jesús quiebra y va más allá de todos los parámetros sobre los que se apoyaban las enseñanzas de los líderes religiosos y más allá de lo que ellas y ellos podían admitir. Tanto los maestros como las autoridades religiosas podían mostrar con la Biblia que Jesús, el nazareno, estaba equivocado. Lo asombroso era que justo en esto estaba la novedad y la autoridad de su enseñanza. La buena nueva, la enseñanza, la acción de Jesús de Nazaret es el modelo que se nos propone para seguir. Jesús tiene otro concepto de lo que es y significa lo sagrado que no se aplica ni a tiempos ni espacios pero si a personas. Jesús tiene otro concepto de lo que significa puro e impuro. La mujer (¡de “mala vida”! ¿?) que lavó con sus cabellos los pies de Jesús y el religioso ultraconservador Simón ¿Cuál es el “puro” de los dos?. Frente a ciertas actitudes de la iglesia nos preguntamos quién debería ser exorcizado. Leyes, reglamentos y estatutos que establecen relaciones jerárquicas de inequidad, donde unos son mejores o superiores que otros, más puros y más dueños de espacios y tiempos. Son ellos y ellas los que deben ser exorcizados por la buena noticia que llama a la conversión y al cambio de mentalidad, corazón y acción. Es el espacio de la asamblea donde se congrega el pueblo de Dios el que necesita ser exorcizado para que la lectura de las Escrituras se pueda vivir como la Palabra viva y asombrosa, que nos confronta, nos llama a una nueva vida y nos da la fuerza poderosa del Espíritu Santo. La sorprendente y asombrosa autoridad de la nueva enseñanza se fundamenta en la restauración de la dignidad humana y desafía a las fuerzas e interpretaciones que quieren descalificar a gran parte de la humanidad, ya sea por razones económicas, sociales, religiosas, culturales o por desconocimiento y rechazo de la diversidad de la naturaleza humana. Desafía, asombra y escandaliza a quienes se proponen a sí mismos/as como modelo exclusivo y excluyente del pensamiento correcto o de la “normalidad”.
Una importante tarea que llevan a cabo los “espíritus impuros” (de carne y hueso y no seres tenebrosos del inframundo) es la de distracción. Es hacer pasar desapercibido el deterioro de la justicia, paz y amor, poniendo otros énfasis, y así haciendo parecer a simple vista que todo lo demás está bastante limpio, es más o menos honesto, y puede llegar a ser digno y deseable y, sobre todo, que no hay alternativa a este sistema que los poderosos han conseguido instaurar. ¿En medio de estas realidades cuál es nuestra función como cristianos/as y como Iglesia? ¿Estaremos dispuestos a ser “exorcizados” por la Palabra de Dios de manera que todo aquello que no tenga que ver con la Buena Noticia que libera y da vida quede fuera de nuestras estructuras y de nuestras vidas? Ángel F. Furlan Enero de 2015