San Marcos 1:29-39 (5 Epifanía Ciclo B)

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Compartiendo la Palabra que es Buena Noticia para los Oprimidos por un Sistema Ilegítimo (Quinto Domingo después de Epifanía) (8 de Febrero de 2015)

San Marcos 1:29-39 Cuando Jesús salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato. El se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos. Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta. Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él. Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando. Simón salió a buscarlo con sus compañeros y cuando lo encontraron, le dijeron: "Todos te andan buscando". Él les respondió: "Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido". Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios. El Evangelio nos muestra el ministerio de Jesús en palabras y acciones. En la sinagoga el comentario asombrado de la gente había sido: enseña de una manera nueva, llena de autoridad, no como los maestros religiosos. Aquí había alguien que tenía algo más que mero palabrerío disfrazado de piedad, su palabra estaba acompañada por gestos liberadores. Ahora Jesús sale del espacio considerado sagrado (la sinagoga) al espacio considerado profano, la casa de Pedro. Este es el primer hecho para destacar en el texto de hoy. Toda la enseñanza de Jesús en palabras y en gestos está marcada por una nueva concepción de “lo sagrado”. Lo sagrado no se encuentra en el templo o la sinagoga (en los lugares consagrados e impuestos por los líderes religiosos como tales y también instalados en el imaginario popular) sino que se encuentra en la vida humana en su cotidianeidad. No puedo olvidar una experiencia, entre las muchas que tuve con respecto a este tema. Una señora de la comunidad de fe a la que sirvo me llevó del brazo hasta el ábside del altar y me dijo: pastor, tengo que hablar con usted y quiero hacerlo en este lugar que es el más sagrado… Luego me expuso un tema que no viene al caso describir en detalles pero que tenía que ver con una marcada intolerancia y discriminación hacia otras personas de la comunidad que no venían de la más pura y “piadosa” herencia luterana como ella. Me sentí triste. No sólo por el contenido de la conversación (más bien monólogo de la señora) sino por el hecho de que, en muchos años como pastor no había podido llegar a ella con otra concepción de “lo sagrado” y la pobre sólo podía relacionarlo a lugares o formas y separarlo de las personas. De qué nos sirve respetar la “santidad” (¿?) del mueble de madera o piedra que usamos como altar si no podemos respetar la santidad de aquellos que son amados por Dios. Al salir de la sinagoga y dirigirse a la casa de Pedro Jesús sale de las ataduras de la religión judaica representada por el templo y la sinagoga a la libertad del Reino de


Dios. No quiero decir de ninguna manera que los lugares de culto no tengan su importancia pero lo más importante en el Reino no son los lugares de culto sino la Buena Noticia de Dios que llega a las personas en su propio lugar y en su necesidad. Algunas de las experiencias más profundas en mi propia vida no se dieron precisamente en “templos”. Una de ellas fue una misa celebrada por la Obispa Victoria Cortez en un lejano rincón de Nicaragua, un lugar en el que la iglesia había ayudado a edificar casas para víctimas de uno de los tantas crisis humanitarias que se sufren tan a menudo en Centro América (crisis que no son provocadas tanto los fenómenos naturales sino por la extrema condición de pobreza y vulnerabilidad a la que estos pueblos nuestros han sido sometidos). El lugar del culto eran una hojas de palma y algunas lonas para cubrirnos del sol abrasador (el calor era tan intenso que se doblaron las velas sobre el improvisado altar). Pero allí estaba Dios, allí estaba Jesús en medio de los/as suyos/as, humilde entre los humildes. Jesús estaba presente en el sacramento del pan y del vino de una manera tan especial… quizás porque sobre todo (y espero que nadie me acuse de herejía) y ante todo, estaba presente en medio de los/as despojados y necesitados que llegaban a él con fe y esperanza (Así es, justamente, el nombre adoptado por la joven iglesia luterana nicaragüense “Fe y Esperanza”). Otra experiencia la tuve con mis hermanos y hermanas mapuches. Sirviendo a mi iglesia en la función de supervisión, visité una comunidad en el pequeño poblado de Cushamen. La iglesia había ayudado allí a comprar algunos telares, ruecas y máquinas de coser para facilitar la labor de los hermanos/as mapuches en la confección de artículos de lana y cuero. Estábamos en un local de unos cinco por cinco metros, con mesas de trabajo y algunas máquinas, casi finalizando la visita una de sus líderes me dice: pastor, no vas a hacer una misa antes de irte… Pero, digo yo, no tenemos nada para hacerlo… No te preocupes, nosotros preparamos todo… Yo, por supuesto, no traía alba ni estola, ni siquiera un cuello clerical. Tampoco había traído conmigo ni un cáliz, ni manteles ni hostias. Pero ellos lo arreglaron todo. Corrieron las mesas, dejaron una en el centro, sobre la mesa desnuda pusieron un plato de esos de aluminio descartable (limpio pero con señales de haber sido usado antes) un pan hecho con grasa, un vaso de vidrio con vino barato y una Biblia. Y así celebramos lo que fue para mí una de las misas más significativas de las miles que he presidido en todo mi servicio al pueblo de Dios. Tengo que confesar que hubo lágrimas en mis ojos durante toda la celebración. No hicieron falta un templo consagrado, un altar, paramentos de color adecuado, manteles, corporal, purificadores de hilo, cálices y patenas de plata, ni vestimentas litúrgicas. El verdadero templo, lo verdaderamente sagrado, la verdadera iglesia estaba allí y allí estaba la presencia de Jesús. Al menos para mí, fue una epifanía. La suegra de Pedro estaba enferma, se hallaba postrada y con fiebre. En realidad sufría de una triple opresión: la enfermedad en sí, la prohibición legal religiosa de ser curada en sábado y la prohibición ritual de ser tocada para no contagiar su impureza. Tanto en la antigua religión judía como en muchas otras, aún hoy, hay una asociación de la enfermedad con el pecado y el mal, la idea de que todo el que enfermo o pasando una desgracia está sufriendo un castigo de Dios y entregado a la influencia del mal. Como no me cansaré de repetir, una enseñanza muy útil al sostenimiento del sistema de opresión y esclavitud que impera en nuestro mundo. Jesús actuó de inmediato: la tocó y le transmitió el poder de su vida, el poder del Espíritu. De la misma manera que en el Evangelio (la Buena Noticia) de Jesús hay una nueva concepción de los sagrado también hay una nueva concepción de lo puro y lo impuro. La mujer se levantó y se puso de inmediato a servir a la comunidad. Que maravilloso signo de la liberación de la esclavitud y la alegría del servicio fraterno, señal típica de la llegada del Reino. Esto es esencial a la catequesis bautismal y la


enseñanza confirmatoria: quien es liberado/a del mal lo es para servir a sus hermanos y hermanas. Estamos hablando de diaconía, de ministerio (servicio). Todo el/la que sirve a sus hermanos/as es un/a ministro de Dios, un/a sacerdote, y no sólo los/las que llevamos un cuello clerical y amamos ser llamados reverendos/as. Al atardecer (termina el sábado y comienza un nuevo día) los enfermos ya libres de la esclavitud del día de reposo pueden llegar caminando más de lo permitido en sábado y ser sanados por Jesús. No pudieron venir antes por la atadura del sábado. El sábado que debería ser una bendición para el ser humano se había transformado en una carga, una maldición. En la antigua tradición el sábado era la ley que defendía al trabajador de la explotación imponiendo un día de descanso, más tarde se transformó, por el fanatismo religioso y el casamiento con el poder, en un símbolo de devoción exigida por Dios por encima de las necesidades del ser humano, un símbolo más de la esclavitud de los que son vulnerables y la dominación de los poderosos. Jesús en su enseñanza golpea fuerte este sistema nefasto no sólo haciendo sus obras en sábado sino afirmando enfáticamente que el sábado fue hecho para el bien del ser humano, para su re-creación y descanso, y no el ser humano para cumplir con el sábado como deber religioso desvinculado de las necesidades humanas y de la liberación de la opresión. Finalmente Jesús se retira a un lugar desierto. Su misión no se basa en el populismo mesiánico que caracteriza la idea de los discípulos y del pueblo y es la herramienta de poder de tantos líderes políticos, sociales y religiosos de hoy. Jesús vence la tentación de seguir este camino a través de la oración. Para la iglesia, continuadora de la misión de Jesús estos textos son de gran importancia. Su misión profética no puede ser sólo palabras o elaboradas declaraciones, sino gestos, acción. La palabra de Dios siempre es actuante y es acción salvadora. Vivimos en una sociedad donde hay demasiadas palabras, un exceso de palabras y la gente llega a estar harta de palabrerío. Cuánto dice Jesús al tomar la mano de la suegra de Pedro. Cuánto vale un simple y sencillo gesto de afecto. No puedo dejar de relatar la historia de Enrique. El llegó a una misa sólo para pedir ayuda. Pero como justo había llegado al principio de la misa se sentó en el último banco a esperar a que terminara. Estaba sucio, mal vestido, despeinado. Tenía unos cincuenta años y una enfermedad que lo hacía necesitar un trasplante de riñón que nunca le sería otorgado por el sistema sanitario. Dependía, para seguir viviendo, de procesos de diálisis que no recibía con la frecuencia necesaria. Para él su vida ya no tenía sentido. Hasta allí… Cuando llegó el momento del saludo de la paz, recibió abrazos de muchas personas bien vestidas y que venían de una situación muy distinta a la de él. Tratando de hacer corta una historia que me marcó profundamente, el próximo domingo Enrique llegó bien arreglado, con su humilde ropa limpia, bien peinado y me dijo algo así como: vine a pedir ayuda monetaria y no sólo me la dieron, me hicieron sentir una persona nuevamente luego de muchos años, me devolvieron la fe y la esperanza. Tengo conmigo una de las artesanías que Enrique comenzó a fabricar para vivir y mantenerse hasta que finalmente murió. La hizo especialmente para mí. Es una pequeña pieza de cerámica, muy pero muy sencilla, pero tiene un valor enorme. Es el testimonio de alguien que se encontró con la Buena Noticia por un gesto tan sencillo como ser tocado y abrazado en el saludo de la paz. Jesús también está denunciando una “ley” de impureza ritual (o social o económica) que es antihumana. El mismo mensaje es anunciado con relación al sábado. Cuántas aproximaciones religiosas a la Biblia están enfermas de un espíritu legalista y farisaico.


Idolatrar la letra de la Escritura por encima del ser humano es otra idolatría como cualquier otra. La iglesia no es una comunidad legalista protectora de la Palabra. La iglesia es una comunidad sanadora (y esto no tiene que ver sólo con carismas de sanación o con el alivio de las enfermedades emocionales en la vivencia del perdón y de la paz). La comunidad, como tal, debería ser un lugar donde la gente encuentre fuerza para luchar, liberación de todo mal y salud y vida en plenitud. En este sentido la iglesia debe ser una comunidad única donde la fe es alimentada, la esperanza es alentada y el amor es puesto en práctica. Estos son los mayores "milagros" del Evangelio. Poder entender que la voluntad de Dios es llevarnos a restablecer la vida y la dignidad allí donde está en riesgo, o ha sido dañada y magullada. Que la voluntad de Dios es que luchemos por la liberación allí donde hay opresión. Es anunciar la Buena Noticia que Dios está a nuestro lado y de nuestro lado en la lucha por la vida digna y la libertad. Que Jesús es Emmanuel – Dios con nosotros. La iglesia debería ser el lugar donde aquél que piensa que Dios no se interesa por él, o no lo quiere, recibe aliento y una nueva visión que le permite renovar su fuerza para seguir adelante. Para que esto ocurra no bastan sólo palabras, son necesarios gestos concretos que ayuden a la persona a ver el amor de Dios. Para Enrique, qué poco fue necesario, y qué mucho: acercarse y tocar al intocable). ¿Cuáles son los gestos que deben acompañar a nuestras palabras para que sean comprensibles y creíbles? Por otro lado no podemos olvidar que tan importante como hacer el bien, es luchar contra el mal, poner todo nuestro esfuerzo en ayudar a que todos los que han sido despojados de su dignidad a encontrar nuevamente los caminos de la libertad, la salud, el bienestar, la felicidad, la paz... Luchar contra el mal es no quedarse de brazos cruzados o ensimismados/as en los propios asuntos o la supervivencia de nuestras instituciones, cuando vivimos en un mundo con las cifras escalofriantes de pobreza y miseria que hoy padecemos. Anunciar hoy el Reino exige también contribuir a construirlo. La evangelización (anuncio de la Buena Noticia) –la nuestra, como la de Jesús- no puede ser sólo cuestión de hablar... “Anunciar” no es cuestión de meras palabras, de transmitir información, sino de hacer, de construir: luchar contra el mal, sanar, curar, rehabilitar a los hermanos, ponernos a su servicio, acompañar y dignificar la vida que, en todas sus manifestaciones, es manifestación de la mano creadora y amorosa de Dios. Finalmente es importante también que dejemos de pensar que sabemos todo y tenemos todas las respuestas y comencemos a hacernos, junto a otros, las preguntas que nos lleven a ir encontrando los caminos de la paz y la reconciliación. A explorar nuevos caminos. A asumir los riesgos. Allí veremos los verdaderos milagros. Ángel F. Furlan Febrero de 2015


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