Compartiendo la Palabra que es Buena Noticia para los Oprimidos por un Sistema Ilegítimo (Segundo Domingo de Cuaresma) (1 de Marzo de 2015)
Génesis 17:4-7, 15-16 “Esta será mi alianza contigo: tú serás el padre de una multitud de naciones. Y ya no te llamarás más Abram: en adelante tu nombre será Abraham, para indicar que yo te he constituido padre de una multitud de naciones. Te haré extraordinariamente fecundo: de ti suscitaré naciones, y de ti nacerán reyes. Estableceré mi alianza contigo y con tu descendencia a través de las generaciones. Mi alianza será una alianza eterna, y así yo seré tu Dios y el de tus descendientes”. También dijo Dios a Abraham: “A Sarai, tu esposa, no la llamarás más Sarai, sino que su nombre será Sara. Yo la bendeciré y te daré un hijo nacido de ella, al que también bendeciré. De ella suscitaré naciones, y de ella nacerán reyes de pueblos”. Romanos 4:16-22 Por eso, la herencia se obtiene por medio de la fe, a fin de que esa herencia sea gratuita y la promesa quede asegurada para todos los descendientes de Abraham, no sólo los que lo son por la Ley, sino también los que lo son por la fe. Porque él es nuestro padre común, como dice la Escritura: “Te he constituido padre de muchas naciones". Abraham es nuestro padre a los ojos de aquel en quien creyó: el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen. Esperando contra toda esperanza, Abraham creyó y llegó a ser padre de muchas naciones, como se le había anunciado: Así será tu descendencia. Su fe no flaqueó, al considerar que su cuerpo estaba como muerto –era casi centenario– y que también lo estaba el seno de Sara. El no dudó de la promesa de Dios, por falta de fe, sino al contrario, fortalecido por esa fe, glorificó a Dios, plenamente convencido de que Dios tiene poder para cumplir lo que promete. Por eso, la fe le fue tenida en cuenta para su justificación.
San Marcos 8:31-38 En aquel tiempo Jesús comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres". Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con sus santos ángeles". El proyecto de Dios para la humanidad fue y es un proyecto de vida. En medio de un mundo que camina en medio del pecado y la muerte, Él sigue apostando a la vida. Dios se presenta a Abraham con un proyecto de vida. Un niño va a nacer. A través de este niño Abraham y Sara serán padres de multitud de pueblos, el nuevo mundo incluido en el proyecto de vida de Dios. Abraham y Sara serán no sólo los padres del pueblo judío sino de toda la humanidad redimida. San Pablo en la Carta a los Romanos dice que el Dios en quien creyó Abraham es el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen. Multitud de voces y razonamientos afirmaban que lo que Dios decía era imposible, sin embargo Abraham le creyó a Dios. La fe es creer a lo que Dios dice y decir sí a su
proyecto de vida. Abraham creyó y su fe lo puso en la justa relación con Dios, Fue justificado por la fe. La disyuntiva que enfrentó Abraham es la misma que enfrenta hoy la iglesia, es decir nosotros. Tenemos que decidir entre creer a lo que Dios dice y a su proyecto de vida plena para todos los seres humanos o creer a las otras voces, las de los profetas del no se puede que nos quieren hacer bajar los brazos y aceptar de antemano la derrota. Tristemente son muchos los/as miembros y líderes de la iglesia que naufragan al enfrentar la “fortaleza” del pensamiento único y la “solidez” de la propaganda del “no hay alternativa” y no se arriesgan a creer a la Palabra “irrazonable” de Dios. Es lamentable ver que tantas veces, como iglesia, elegimos el camino de ayudar al que sufre la opresión (y es necesario hacerlo) pero sin luchar contra el sistema que oprime. ¿Porqué será tan difícil creer que “otro mundo es posible” si Dios es el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia a lo que todavía no es? Elegir el camino del conformismo y aceptar el “no se puede” es sencillamente no tener suficiente fe. Creemos en Dios pero no somos capaces de arriesgarnos a creerle a Dios hasta las últimas consecuencias. No somos capaces de arriesgar nuestra reputación como personas y mucho menos como institución para embarcarnos en un proyecto irrazonable: ponernos junto a los despojados, oprimidos y desplazados (junto a los “pobres”) en la lucha contra el sistema que mata. Nuestras acciones son débiles (muchas veces no pasan de encendidas pero luego inútiles declaraciones que quedan en el olvido), nuestro compromiso es limitado, seguramente hay demasiadas cosas en juego y mucho para perder… Quizás Jesús tenga que volver a explicarnos que el proyecto de vida pasa por la cruz y que esa es la disyuntiva de fe. En el texto del Evangelio Jesús está tratando de explicar su proyecto de vida a los discípulos. Algunos podrían argumentar que no es tan fácil como la situación que tuvo que enfrentar Abraham. Él tiene que explicar a sus discípulos que el proyecto pasa por la cruz. Ellos no están preparados para entender la cruz. Frente a ellos hay otro sistema que parece ser el único. Es el sistema de dominio y gloria. Es muy posible que a pesar de toda la enseñanza de Jesús esa fuera todavía su concepción del Reino de Dios. El Mesías es el que viene a conquistar y reinar, no el que viene a dar la vida hasta el límite de asumir la posición de un esclavo crucificado. Las palabras de Jesús suenan muy duras (aunque esta traducción ayuda un poco más: “ve detrás de mí”). Me estás tentando (como el adversario - Satanás) a elegir el camino fácil: el del populismo, la demagogia, el clientelismo, la dominación de las masas por medios espurios... Pero Pedro, yo tengo muy claro cuál es el camino, no te pongas adelante, quédate detrás de mí, ese es el lugar que te corresponde. La correspondencia entre: “ponte detrás de mí” y “el que quiera venir detrás de mí” es evidente: Pedro, no sólo es éste el camino sino que quiero que tú también lo sigas. Pedro tiene que entender que el Reino no es como los reinos de este mundo. No consiste en tener poder para alcanzar gloria o beneficio propio (como tantos políticos y aún líderes eclesiásticos). La “última (la más grande) tentación de Cristo” es justamente esta. Permanentemente el enemigo, a través de personas, situaciones y pensamientos encontrados, está tratando de convencerlo de esto. Usa tu poder para establecer tu reino. Oblígalos a aceptar tu señorío, cómpralos, somételos, por las buenas o por las malas. Lo importante es establecer el reino, luego vendrá el bien para la humanidad. ¿Porqué seguir el camino de la cruz? Pedro, y también muchas veces nosotros, no podemos ver que la cruz es el lugar donde Dios mismo desciende para encontrarnos en nuestra miseria, nuestra soledad,
nuestro dolor, nuestra misma muerte, en todo lo que significa nuestra alienación en un mundo dominado por el pecado humano. Él nos llama también a encontrarnos con nuestros hermanos y hermanas sufrientes en la cruz, a ponernos a su lado, a seguir el camino de la misericordia (dos palabras latinas unidas: miseria y corazón - poner el corazón en la miseria - o con los que viven en la miseria), a asumir el riesgo… A elegir estar con los crucificados y no con los crucificadores. Muchas veces nuestra “fe cristiana” pone sólo énfasis en lo que recibimos siguiendo a Cristo. No nos gusta demasiado preguntarnos ¿Qué estoy dispuesto a arriesgar por ser cristiano? ¿Hasta qué punto estoy dispuesto a perder algo? Cuando bautizamos a un bebé lo identificamos con Cristo y según el antiguo rito, lo marcamos con la señal de la cruz. Hacemos la señal de la cruz sobre nosotros. (Muchos hacen la señal de una cruz totalmente desvalorizada, como signo mágico, que protege o ayuda frente al peligro, como lo hace un jugador de fútbol para patear un penal) ¿Nos preguntamos a menudo qué significa para nosotros la señal de la cruz? Por supuesto que la fe cristiana bíblica no ensalza el sufrimiento por el sufrimiento en sí, es decir como un valor absoluto. Los “pobres” no son bienaventurados por causa de la pobreza sino por causa del anuncio del Reino de Dios que les pertenece. Tomar la cruz no es asumir resignadamente los dolores, las tristezas y la opresión como voluntad de Dios y como un valor en sí mismos. Ésta es una mentira peligrosa y muy útil al sistema y que muchos usan para darle sustento teológico en una alianza perversa con el poder eclesiástico. No se trata de amar la cruz (el dolor, el sufrimiento) sino de amar a través de la cruz, asumiendo el riesgo que implica ponernos del lado “equivocado” según los valores del mundo. Tomar la cruz es asumir el riesgo del amor, es atreverse a dar, es perder algo por el otro, aún cuando ese otro(a) no lo merezca. Es entregar la vida por el pobre el perseguido, el marginado. No bastan lindas palabras o excelentes declaraciones. La Iglesia está llena de grandes declaraciones, incluyendo las de nuestras asambleas mundiales. Es necesario comprender que el único poder para cambiar el mundo es el poder de la cruz. La cruz aplicada a la sociedad implica una profunda transformación que llega a amenazar el orden (o desorden) constituido. No puedo olvidar el texto en el estandarte de la “cruz subversiva” en la amada iglesia salvadoreña. Es la utopía de un mundo nuevo, fraterno, humano. La cruz como factor de cambio tiene que calar profundamente dentro de nosotros mismos. Ese es el sentido de negarse a uno mismo. Quitarle poder al viejo Adán (Eva), rechazar, hacer morir el egoísmo, las deformaciones del amor, las incoherencias, las hipocresías. Esto es conversión, la conversión a la que nos llama este tiempo de Cuaresma y que debería ser el modo de vida permanente de los que llevamos el nombre de Cristo. Frente a este llamado a la conversión corremos, como iglesia y como individuos, no podemos ignorar el riesgo de perdernos en medio de confesiones y compromisos tan generales que finalmente no afectan nuestra vida de todos los días. La cruz tiene que manifestarse en nuestras responsabilidades ordinarias, en nuestros actos de cada día. En la familia, en la escuela, en el trabajo, en la comunidad de fe. La expresión dar la vida por Cristo puede sonar muy romántica pero finalmente no significar nada. Es tan fácil rezar o cantar diciendo con los labios que tomaré mi cruz para seguir al Señor. Quizás la pregunta fundamental que deberíamos hacernos no es
si estamos dispuestos a ser crucificados literalmente (frente a la poca probabilidad de que esto suceda) Quizás la pregunta fundamental debería transformarse en muchas preguntas y comenzar con algunas muy sencillas ¿Estoy dispuesto a perder aunque sea un poco? Ni siquiera preguntarnos si vamos a arriesgarlo todo. Para comenzar, preguntémonos si estamos dispuestos(as) a arriesgar aunque sea un poco de nuestra reputación, de nuestra seguridad (física o espiritual), de nuestra posición social, de nuestra intimidad, de nuestra dignidad y respeto eclesial en medio de este mundo… Si no estamos dispuestos a un poco todo lo demás es pura palabrería. Como cristianos/as siempre que queramos ganar perderemos. Jesús nos advierte sobre esto. ¡Cuánto esfuerzo para retener lo que finalmente no satisface! ¡Qué poca satisfacción la alcanzada por un pedacito de gloria humana que no podemos finalmente retener! No puedo olvidar la confesión de un funcionario eclesiástico que había llegado muy “alto”, me dijo con tristeza: alcancé todo lo que quería alcanzar pero tengo el sentimiento que en el medio perdí mi alma. Finalmente, la pregunta es cómo vivimos nuestra fe. ¿Significa nuestra fe un verdadero involucrarnos en el proyecto de Dios? ¿Estamos dispuestos a seguir a Cristo en su compromiso con los desplazados y vulnerables haciéndonos a nosotros mismos vulnerables junto a ellos? ¿Estamos dispuestos a arriesgarnos, en algún caso, hasta a equivocarnos y a que nos malinterpreten? ¿Seremos capaces de asumir la miseria de nuestro prójimo sobre nosotros mismos? o limitaremos nuestra fe a ser sólo una muleta para acompañar nuestra vida. Los textos son un llamado a reconocer la tentación diaria a acomodarnos al proyecto del mundo o elegir el de Dios con todo lo que esto puede significar. Ángel F. Furlan Febrero de 2015