AmĂŠrica Latina: cultura letrada y escritura de la historia
C
U
A 50
AMÉRICA LATINA: CULTURA LETRADA Y ESCRITURA DE LA HISTORIA
ALEXANDER BETANCOURT MENDIETA
América Latina: cultura letrada y escritura de la historia / Alexander Betancourt Mendieta. — Barcelona : Anthropos Editorial ; San Luis Potosí (México) : Universidad Autónoma de San Luis Potosí, 2018 189 p. ; 24 cm. (Cuadernos A. Temas de Innovación Social ; 50) Bibliografía p. 175-187 ISBN 978-84-16421-86-2 1. Historiografía 2. Historia de América 3. Historia: teoría y métodos I. Universidad Autónoma de San Luis Potosí (San Luis Potosí, México) II. Título III. Colección
Esta obra fue arbitrada por pares académicos. La publicación de este libro se financió con recursos del Proyecto CONACyT CB 2011-169248-H. Primera edición: 2018 D.R. © Alexander Betancourt Mendieta, 2018 D.R. © Universidad Autónoma de San Luis Potosí, Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades, 2018 © Anthropos Editorial. Nariño, S.L., 2018 Edita: Anthropos Editorial. Barcelona www.anthropos-editorial.com En coedición con la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades, México ISBN: 978-84-16421-86-2 Depósito legal: B. 7.022-2018 Diseño, realización y coordinación: Anthropos Editorial (Nariño, S.L.), Barcelona. Tel.: (+34) 93 697 22 96 Impresión: Lavel Industria Gráfica, S.A., Madrid Impreso en España - Printed in Spain Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia. com; 917021970/932720447).
Para mis maestros: Françoise Perus, Ignacio Sosa Álvarez, Horacio Crespo y Álvaro Matute Aguirre (q.e.p.d.)
Si la modernidad obligó a los intelectuales a preguntarse sobre el sentido de sus actos en función de su propia e individual responsabilidad, y no en función de una responsabilidad atribuida, la postura de éstos adquiere sentido en función de la apropiación que hacen del futuro, como resultado de una acción deliberada y no como el resultado de una voluntad exógena. El entendimiento del pasado de las sociedades caribeñas (y cómo se construyó) es el primer paso para la apropiación de un futuro autodeterminado. IGNACIO SOSA ÁLVAREZ, «Ariel y Calibán en el ocaso de la Revolución», Independencias y revoluciones en el Caribe: prensa, vanguardias y nación en Puerto Rico y Cuba, siglos XIX y XX, 2012
Introducción
La historia como disciplina en América Latina es parte del ejercicio intelectual de escribir. La afirmación no tiene nada de novedosa, mucho más si la historia como ciencia tiene como parte de sus quehaceres la exposición de sus hallazgos a través de un relato. Sin embargo, la aserción no es tan prístina en el caso de América Latina. Los actuales Estados nacionales de este continente elaboraron una idea de la nación y su pasado, más allá de la apertura de espacios institucionales y la implementación de prácticas metodológicas de acuerdo con los estándares determinados por una comunidad científica. En América Latina, el Estado como estructura administrativa y jurídica reconocida por todos los miembros de la sociedad nacional ha tenido que enfrentar de manera casi permanente los avatares de los ajustes permanentes. Durante casi todo el siglo XIX, una buena parte de los Estados nacionales de América Latina, con sus respectivos matices, vivieron las vicisitudes de la falta de reconocimiento por uno u otro actor social y político, lo que alentaba el enfrentamiento armado. En un contexto como este, eran mínimas las posibilidades de construir lugares específicos que sirvieran como soportes para alentar el trabajo de personal especializado encargado de la gestión del conocimiento sobre las sociedades y el territorio nacional. La apertura de ámbitos institucionales como estos fue una tarea pendiente ante otras urgencias más decisivas para la viabilidad misma del Estado, a pesar de existir la convicción sobre la necesidad y valía de estas actividades intelectuales. El siglo XIX fue el período de construcción del Estado nacional con base en la noción de la integración y la solidaridad dentro de un espacio soberano fundado en una cultura común, coherente y bien organizada. El tema de la nación en América Latina se presenta, pues, como uno de los hechos fundamentales de nuestro tiempo, no solo porque constituye uno de los referentes temáticos de la coyuntura contemporánea, sino porque los procesos de construcción de la nación están vinculados a las actividades intelectuales relacionadas con la escritura. Esto explica los usos y significados sociales de la escritura como trabajo intelectual en América Latina ha tenido un despliegue en espiral: una primera fase que recae sobre el quehacer de los hombres de letras y la indeterminación de los saberes, que tuvo como punto de partida la creación y justificación del Estado nacional, ejercicio que se mantuvo hasta mediados del siglo XX cuando emerge una segunda fase cuando se implementa la institucionalización y profesionalización de las ciencias sociales y las humanidades. En la primera fase, el quehacer de los hombres de letras, que he asumido en otros trabajos como aquellos individuos que sabían leer, tenían libros y escribían libros, ejercieron su labor en un momento donde los modelos del ejercicio de la escritura y de la lectura cambiaron de manera radical. Estas transformaciones estaban relacionadas a nivel local por la deslegitimación de las prácticas letradas del 7
régimen monárquico y religioso implantado por la Corona de Castilla en América a favor del consumo de productos editoriales elaborados para el entretenimiento y para educar a las almas, ahora bajo el orden político impuesto por el Estado nacional. No obstante, postular estos nuevos principios rectores de la vida pública no implica que el nuevo sistema político que germinó en el siglo XIX hubiese sido capaz, en ese momento, de poner en funcionamiento, como parte de las políticas para formar ciudadanos, la enseñanza masiva de la lectura y la escritura, o que hubiera sido posible crear las condiciones materiales para fomentar la producción editorial industrial. Durante la primera fase, la hegemonía para difundir y producir el conocimiento recayó en las asociaciones letradas: las academias, los salones literarios, los ateneos y toda clase de sociedades ligadas, directa e indirectamente, a las necesidades que surgían en la construcción del Estado nacional; lo cual ofrece una idea del carácter provisional y cerrado de este tipo de asociaciones, lo que marcó las trayectorias del quehacer intelectual. Los trabajos del intelecto y los asuntos relacionados con el conocimiento científico estuvieron bajo los parámetros de la erudición individual, lo que implica que no existía la posibilidad que el saber cultivado por un individuo interesado en los temas de la naturaleza, la literatura o lo social tuviera las condiciones de difusión y enriquecimiento de ese saber a través del estudio de sus hallazgos en lugares como las aulas universitarias; más bien imperó el reconocimiento social de la valía intelectual individual a través de la oratoria difundida en los periódicos; es decir, la consagración pública por la capacidad de elaborar discursos ante el ágora, el parlamento o en los eventos públicos, y de comprender a ese individuo, en su formación y en sus logros, con los procesos de construcción de la nación.1 La primera fase del quehacer de los hombres de letras enfrentó otra situación, esta vez un poco más lejana y vaga para las necesidades apremiantes de la realidad política y social de América Latina: la emergencia de las universidades modernas y el surgimiento de la ciencia y los científicos como modelo de producción y difusión del conocimiento. En América Latina predominó la hegemonía de las sociedades letradas como referentes de la producción del conocimiento en América Latina, carente de la diferenciación de los saberes por la práctica de metodologías de trabajo específicas o el uso de lenguajes diferenciados por el empleo de conceptos especializados, entre otros rasgos más cultivados en las universidades modernas. Esta hegemonía del mundo letrado sobre las actividades del conocimiento tuvo como consecuencia inmediata en el ámbito intelectual restar importancia a las universidades y del personal técnico calificado que podría trabajar allí para elaborar los informes y realizar los trabajos requeridos por el Estado nacional; esta situación favoreció a las iniciativas individuales y las asociaciones letradas que intentaron cumplir con los encargos del Estado. De esta forma, las prácticas intelectuales relacionadas con los temas sociales e históricos, inscritas en las acciones para la construcción de la nación y del pasado nacional, carecieron de continuidad, y esto aplazó la implementación de espacios institucionales relacionados con la investigación y la formación de especialistas. 1. Jorge Mario Ochoa, El yo en la literatura hispanoamericana del siglo XIX. El Ciclo autobiográfico de Domingo Faustino Sarmiento, Manizales, Universidad de Caldas, 2006.
8
La coyuntura marcada por las dos guerras mundiales llevó a replantear las interpretaciones del pasado y del presente de cada una de las naciones de América Latina y de su papel en el espectro continental, así como las prácticas y metodologías empleadas por las asociaciones letradas a partir de los alcances del modelo y los usos del conocimiento científico. En este aspecto, las ciencias sociales y las humanidades fueron puestas a prueba como parte de un proceso mayor que compelía a todo el ejercicio de la escritura por las condiciones epistemológicas derivadas de la crisis de posguerra, y la apertura de instituciones para el cultivo de estas disciplinas de manera profesional como ocurrió con la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires en los años 1920, la fundación de la Universidade de São Paulo (1934) o el establecimiento del Instituto Nacional de Antropología e Historia (1939) en México. Al mismo tiempo, también se dieron iniciativas internacionales como la creación del Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH) que buscaba aprovechar las posibilidades del personal científico especializado en las ciencias sociales y las humanidades. Sin embargo, como se describe más adelante, la intención de profesionalizar los saberes en el área de las humanidades enfrentaría muchas dificultades. Para realizar la aproximación al devenir de la escritura de la historia como ejercicio intelectual, he partido de los avances en los estudios de historia intelectual y de la cultura que explican el quehacer letrado desde las líneas difuminadas de las tertulias, los salones literarios y los cafés hasta los campos amplios, pero más definidos, de las publicaciones periódicas: periódicos y revistas especializadas. El análisis de estos aspectos delimita, de una forma más certera, los ritmos de los procesos de institucionalización y profesionalización de los saberes. Un referente en esta dirección son los planteamientos de Maurice Agulhon sobre las formas de sociabilidad en Francia como sujetos históricos y sus conexiones con la vida cotidiana, con las mentalidades y, especialmente, con los vínculos estrechos que hay de estos sujetos con las formas de sociabilidad y el surgimiento de cierto tipo de instituciones.2 Por otro lado, para el estudio sobre la escritura de la historia como un saber diferenciado en el espectro de las ciencias tuve en cuenta los planteamientos de Jörn Rüsen, Georg G. Iggers, Peter Novick, Ignacio Peiró Martín, Gérard Noiriel y, en particular, los trabajos de Arthur Alfaix Assis y los estudios sobre el periodo moderno que hacen parte de los diferentes eventos organizados por la Society for the History of the Humanities. La novedad de estos trabajos para comprender la formación de las ciencias sociales y las humanidades, y la historia en particular, como saberes específicos en el marco del conocimiento científico, me permitió afrontar los prejuicios que estableció la influyente obra de Lucien Febvre, Combats pour l’histoire (1953) sobre el método histórico y la formación de la disciplina histórica. El libro de Febvre recopila una serie de posicionamientos que el historiador francés había propuesto desde los años 1930 para justificar cómo la forma de pensar y hacer historia de los Annales era opuesta a los trabajos de los «metodistas»: Langlois, Seignobos, Monod, Lavisse. Gracias al predominio de Annales como modelo y referencia de la escritura de la historia profesional en el siglo XX, los planteamientos de Febvre determinaron la recepción de 2. Maurice Agulhon, El círculo burgués: la sociabilidad en Francia, 1810-1848, Buenos Aires, trad. de Margarita Polo, Siglo XXI Editores Argentina, 2009.
9
aquellas obras; es decir, que los fantasmas de Febvre, entendidos como los de Annales, se convirtieron también en los enemigos de sus epígonos; por eso todavía se puede escuchar y leer condenas expeditivas hacia el trabajo de los «metodistas», asumidos como «positivistas», que en el caso de América Latina incluyen a la obra de Ranke. La caracterización de esos trabajos considera que tales obras tienen una supuesta «ingenuidad metodológica», y se publicaron para que fueran seguidos al pie de la letra como una especie de libros de recetas. De hecho, al aproximarse a los trabajos denostados como «metodistas» puede encontrarse que merecen mayor atención; por eso estoy de acuerdo con Justo Serna y Anaclet Pons cuando afirman que el trabajo realizado por aquellos «metódicos» fue una contribución de primer orden y, por lo tanto, no podemos incurrir nuevamente en su condena o en la alusión desinformada.3 De otra parte, los planteamientos sobre la constitución de la disciplina histórica en el contexto de las universidades modernas en el siglo XIX y los cambios que sufrieron en el siglo XX, formulados por los autores mencionados a los que añadiría a Herbert Schnädelbach, Christophe Charle y Lutz Raphael, me sirvieron para contrastar las situaciones que se vivían en el ámbito de la cultura letrada en América Latina. Las características que presuponen los fenómenos relacionados con la sociabilidad letrada que destaca Agulhon están estrechamente ligados a las transformaciones de la vida urbana y la implementación de un modelo revolucionario que emergió desde fines del siglo XVIII: el de la sociedad burguesa como un sistema de valores que hacía énfasis en los intereses privados, de utilidad, de hedonismo y de riqueza que estableció un horizonte vital que determina, hasta ahora, el comportamiento de los comerciantes pero también del campesino que huye del campo en busca de «mejor suerte», de ascenso social, de enriquecimiento en la ciudad.4 Pero también hay un factor adicional en estos procesos sociales, relevantes para el ámbito de América Latina: el surgimiento de la nación y el Estado nacional como modelo político. Las dificultades que tiene la reflexión sobre el problema de la nación en América Latina radican en múltiples factores, especialmente en lo que tiene que ver con el uso de ciertas categorías para comprender los procesos históricos de los diferentes Estados latinoamericanos. Tales categorías y sus usos no tienen en cuenta las peculiaridades de las situaciones del subcontinente porque simplifican y tienden un manto de niebla sobre esos procesos. Estas limitaciones se hacen evidentes por los importantes aportes que hacen las reflexiones de François-Xavier Guerra en Independencia y Revolución (1992) y las que se encuentran bajo su inspiración en Inventando la nación (2004). De igual forma, en los aportes que hace el trabajo de Hans-Joachim König, En el camino hacia la nación (1994), a los que habría que añadir las propuestas que hace Elías Palti en La nación como problema (2003) que ha abordado esta cuestión con una perspectiva novedosa.5 3. Anaclet Pons y Justo Serna, «Apología de la historia metódica», Pasajes. Revista de pensamiento contemporáneo, nº 16, 2005, p. 131; Bertrand Müller, «“Histoire traditionelle” et “histoire nouvelle”?: un bilan de combat de Lucien Febvre», en Genèses, vol. 34, nº 1, 1999, pp. 132-143. 4. Rafael Gutiérrez Girardot, Modernismo: supuestos históricos y culturales, Bogotá, Fondo de Cultura Económica - Universidad Externado de Colombia, 1987, p. 31. 5. François-Xavier Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica - Fundación MAPFRE, 1993; Hans-Joachim König, En el camino hacia la nación: nacionalismo en el proceso de la formación del estado y de la
10
Uno de los principales hallazgos de estas propuestas ha sido el carácter constructivo e histórico de la nación y el papel central que han tenido en esas labores las labores realizadas por el mundo letrado al momento de forjar el relato del pasado nacional, así como las iniciativas para crear instituciones que sostuvieran y difundieran dicho relato como las academias y los museos. En este sentido, las asociaciones letradas se convertirían en referentes para ejercer las actividades intelectuales relacionadas con la construcción de la nación hasta que empezaron a surgir las formas de trabajo del quehacer profesional y diferenciado de las ciencias sociales y las humanidades que intentarían modificar esas prácticas; actividades que se harán visibles solo hasta bien entrado el siglo XX con las transformaciones de las universidades públicas y el posicionamiento de estos profesionales y sus saberes en la sociedad y en las instituciones públicas y privadas donde sus labores encontraron oportunidades de trabajo. Los procesos de institucionalización de una disciplina son complejos y tienden a abarcar varios aspectos generales en su desenvolvimiento e implementación. En primer lugar, la definición de los materiales de estudio específicos de la disciplina. En segundo lugar, las técnicas que justifican el método de trabajo; es decir, la estrategia de aproximación a los objetos de investigación y la forma de analizarlos e interpretarlos hasta constituir una matriz disciplinar. En tercera instancia, tener en cuenta el desenvolvimiento de la disciplina a partir de los profesionales formados en ella; o sea, tener en cuenta el desarrollo de sus trabajos para forjar la especialidad de la disciplina con relación a otras; además, de la presencia de ella en los espacios institucionales con la formación de asociaciones, la creación de redes formales e informales para facilitar la producción y difusión de los conocimientos; la creación de cátedras y escuelas universitarias, las publicaciones especializadas y los espacios específicos de trabajo: los archivos y las bibliotecas.6 De esta forma, este libro considera que la institucionalización del conocimiento histórico tiene que ver con la apertura de lugares específicos para la investigación y formación de historiadores: el archivo y la creación de cátedras, que permiten tener autonomía administrativa y recursos económicos a partir del reconocimiento oficial de sus labores y creación de una escuela para formar profesionales en la universidad;7 lo cual será una referencia básica a la hora de escudriñar estos procesos en América Latina. Hasta ahora, no he sido afecto a ubicar la práctica de la escritura de la historia en una determinada escuela o forma específica de escribir la historia; sin embargo, he podido percibir que los lectores tienden a encasillar los textos en una u otra corriente. Es por ello por lo que creo necesario precisar que uno de los principales obstácunación de la Nueva Granada, 1750-1856, Santafé de Bogotá, trad. de Dagmar Kusche, Juan José de Narváez, Banco de la República, 1994; Antonio Annino y François-Xavier Guerra (coords.), Inventando la nación. Iberoamérica. Siglo XIX, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 2003; Elías Palti, La nación como problema. Los historiadores y la «cuestión nacional», Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2003. 6. Jesús Bustamante, «La institucionalización de las ciencias antropológicas en las nuevas naciones y el papel de los museos», en Sandra Carreras y Katja Carrillo Zeiter (eds.), Las ciencias en la formación de las naciones americanas, Madrid, Iberoamericana-Vervuert, 2014, pp. 165-200. 7. Arturo Ballesteros Leiner, Max Weber y la sociología de las profesiones, Ciudad de México, Universidad Pedagógica Nacional, 2007.
11
los cuando se realizan aproximaciones sobre instituciones o entidades que aún funcionan, independiente de la naturaleza que ostenta dicha entidad, afronta el problema de las imágenes que dichas organizaciones han proyectado hacia la sociedad a partir del ejercicio de las labores para las que fueron creadas. Cuando se hace referencia a una institución como objeto de estudio o como referencia para el desarrollo de un determinado estudio es inevitable enfrentar esta carga emotiva que, para bien o para mal, implica una valoración del establecimiento que se menciona. Por tanto, es preciso señalar que en este libro no hay ninguna pretensión de entrar en el curso de las versiones sobre el pasado que ofrece las instituciones que aquí se estudian ni tampoco hay la intención de evaluar su desempeño o cuestionar su realidad actual. Las instituciones que se describen o se nombran son empleadas como referencias para ejemplificar el tema central de estudio: la producción de la escritura de la historia en América Latina en un momento determinado, la primera mitad del siglo XX. Para acercarse a este objeto ha sido necesario explorar las iniciativas de diversas instituciones, pero la institución en sí no es el tema del trabajo; he tratado de apegarme a las informaciones y documentos relacionados con su origen, creación, integrantes y objetivos, con la intención de precisar el contexto que dio origen a las iniciativas de elaboración y producción de algunas formas de la escritura de la historia. Esta explicación necesaria justifica el carácter descriptivo que se emplea a la hora de abordar el caso de las instituciones que se nombran a lo largo del trabajo. También hay otro aspecto para destacar como referencia en este libro. Los actos administrativos y las necesidades que dieron pie a la creación de instituciones relacionadas con el ámbito del pasado nacional no presuponen la existencia de estas instituciones y tampoco significa que ellas cumplieran sus labores de manera eficaz como verdaderos agentes del Estado nacional. La mayoría de las veces, la apertura de un museo, de una biblioteca, de una cátedra, de una escuela, se hizo a partir de una vieja iniciativa planteada por algún personaje ilustre, o para hacer efectivo algún antiguo decreto de creación a través de una iniciativa presidencial o parlamentaria, o también sirvió para aprovechar edificaciones a las que no se les había otorgado un uso específico; pero estos actos no implican que la institución cumpliera los objetivos para los que se había creado; en muchos casos, tales fines se alcanzaron, con limitaciones, apenas hasta el siglo XX.8 La existencia de edificios y empleados, las narrativas de viaje, los informes de los presidentes y los gobernadores, los discursos de los parlamentarios y las memorias institucionales no garantizan el funcionamiento de un «aparato estatal» de manera eficiente, ya que este tipo de relatos sirvieron a los creadores de esas instituciones o a los funcionarios responsables, para justificar la existencia de esas entidades; tampoco son aceptables las interpretaciones que asumen la existencia de estas instituciones y aceptan la eficiencia institucional a partir de las referencias que pueden encontrar en aquellas narrativas, posición que sirve para criticar el objetivo que tenían todas estas iniciativas: «alcanzar el progreso» con base en un prejuicio que supone que la existencia de una determinada institución basta para demostrar los procesos de dominación y consolidación de la parte relacionada con el poder, de tal forma que los estudios sobre la cultura letrada que parten de este tipo de 8. Luis Gerardo Morales Moreno, Orígenes de la museología mexicana. Fuentes para el estudio histórico del Museo Nacional. 1780-1940, Ciudad de México, Universidad Iberoamericana, 1994.
12
supuestos, considera que toda la tradición letrada —literaria y no literaria— es un dispositivo cuya principal función ha sido la legitimación del poder omnímodo del Estado nacional a partir de un juicio que está basado, extemporáneamente, en la validez de la sensibilidad política contemporánea.9 De acuerdo con estos elementos de trabajo, mi interés se concentra en el papel que juega la escritura de la historia en la construcción de una interpretación del pasado como elemento fundamental en el proceso de forjar la nación y justificar el Estado. Esta tarea no corresponde exclusivamente al ámbito de la escritura de la historia. El pasado nacional es el producto de una serie de actores y de disciplinas distintas, pero es importante analizar cómo la escritura como actividad intelectual, al carecer de espacios institucionales específicos para su desenvolvimiento especializado, entra a formar parte de la cultura letrada que no se caracteriza por la precisión de sus límites y campos de acción, y confluyen en las tareas asumidas por los hombres de letras. Por esta razón, no es extraño que en instituciones incipientes como las academias de Historia y sus miembros recayeran por igual, y sin problematizarse, tareas que hoy se entenderían como etnológicas, museográficas, archivísticas, restauracionistas, editoriales, además de las que involucraban a la escritura sobre el pasado. En este contexto, la escritura de la historia en América Latina adquirió un valor instrumental que pervive hasta nuestros días. Los proyectos políticos en disputa convirtieron a la verdad histórica en un hecho interpretable cuya vigencia dependía de las victorias militares y electorales, una versión tomó el lugar de otra de acuerdo a la preeminencia de un proyecto político; de tal suerte que los textos que tomaron el lugar central del pasado nacional llegaron a serlo porque los proyectos políticos triunfantes instauraron los cortes temporales, los protagonistas y el sentido de la historia que estaría asentado en el pasado nacional.10 La trayectoria de los acontecimientos político-militares determinó el peso de la escritura de la historia. Los relatos sobre los acontecimientos del pasado podían ser al mismo tiempo una herramienta informativa —las memorias, los diarios, las noticias periódicas— y un instrumento formativo —educar a la población sobre las virtudes ciudadanas— a partir de un relato estructurado sobre una secuencia discursiva que colocaba una serie de hechos en un orden adecuado para dotarlos de sentido con base en la finalidad a la que apuntaban: delimitar y consagrar la idea del «destino nacional». Esta idea última no debía ser lejana porque encontraba su realización en el presente, bajo la égida del proyecto político en el poder y sus di9. Françoise Perus, «En defensa de la tradición letrada», en Norma de los Ríos Méndez e Irene Sánchez Ramos (eds.), América Latina: historia, realidades y desafíos, Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2006, pp. 169-177. 10. Alexander Betancourt Mendieta, «En los orígenes del relato histórico nacional: la Independencia», en Katja Carrillo Zeiter y Mónika Wehrheim (eds.), Literatura de la Independencia, independencia de la literatura, Madrid, Iberoamericana-Vervuert, 2013, pp. 149-173; Alexander Betancourt Mendieta, «Un relato nacional en un espacio local: la Revolución Mexicana en San Luis Potosí», en Secuencia. Revista de historia y ciencias sociales, nº 87, 2013, pp. 129-152; FrançoisXavier Guerra, «La ruptura originaria: mutaciones, debates y mitos de la Independencia», en Germán Carrera Damas, Carole Leal Curiel, Georges Lomné y Frédéric Martínez (eds.), Mitos políticos en las sociedades andinas. Orígenes, invenciones y ficciones, Lima, Instituto Francés de Estudios Andinos - Université de Marne La Vallée - Universidad Simón Bolívar - Editorial Equinoccio, 2006, pp. 21-42.
13
rigentes. La realización o el alejamiento del «destino nacional» se convirtieron en la excusa para el enfrentamiento político o para los festejos conmemorativos que interpretaban el presente como la culminación triunfal de las promesas del origen del Estado nacional, la Independencia.11 Como ya lo he tratado en otros trabajos, después de 1830 la publicación de memorias y otra serie de materiales ligados con los acontecimientos de la Independencia adicionó un elemento vital para dar más veracidad al relato: citar y reproducir materiales para justificar las afirmaciones del autor; a partir de aquella década, los textos que trataban temas relacionados con acontecimientos del pasado solían estar acompañados de la reproducción de informes y documentos oficiales, cartas, mapas y toda clase de documentos que sirvieran para dar la mayor credibilidad posible al relato. Por supuesto, cada versión tuvo contradictores, pero el cúmulo de interpretaciones y noticias sobre el proceso revolucionario de principios del siglo XIX convirtió a cada uno de esos testimonios en una cantera de informaciones sobre el pasado nacional más allá del valor utilitario de la verdad histórica. Los procesos de producción de los relatos de la escritura nacional plantearon el problema de la verdad y la necesidad de la fundamentación documental. Ante este amplio panorama, mi propósito se reduce al ámbito de la escritura de la historia. No pretendo abarcar todos los aspectos que constituyen la definición del pasado nacional, ya que debería incluir todos los factores de cimentación de la nación, que, si bien están relacionados, me parece más viable la posibilidad de estudiar solo un aspecto de estas tareas, e indicar la forma en la que este universo escritural se relaciona con un mundo más vasto, como es el de la construcción de la nación a partir de la consolidación del Estado. También es cierto que no me gustan los temas circunscritos a los pequeños objetos o los periodos breves sin enlazar los indicios con los procesos generales, como lo propone el paradigma indiciario de Carlo Ginzburg. Creo que es necesario exponer los procesos generales centrados en ciertos problemas como el desenvolvimiento de los usos de la escritura; esto supone dejar ciertos problemas sin desarrollar de una manera más específica; sin embargo, en cada uno de los capítulos hay referencias a casos concretos para demostrar los supuestos generales y también apelo a la perspectiva comparada para demostrar la presencia de los procesos y sus peculiaridades en el caso europeo y en el caso de América Latina, en la medida que sea posible. El periodo por el que transita este trabajo se encuentra anclado en las dos décadas que corresponden al cambio de siglo entre el XIX y el XX, y llega hasta la cuarta década del veinte. En este período se delimitan con claridad los contornos de la nación. Se trazan y se desarrollan los rasgos fundamentales de los procesos de homogeneización y se fundan las instituciones estatales encargadas de llevar a cabo esta labor. También el periodo del cambio de siglo se encuentra determinado por los ideales del siglo XIX que sufrirán un serio revés al desarrollarse las dos guerras 11. Alexander Betancourt Mendieta (ed.), Escritura de la historia y política: el Sesquicentenario de la Independencia en América Latina, Lima, Instituto Francés de Estudios Andinos - Universidad Autónoma de San Luis Potosí, 2016; Pedro M. Guibovich, «La usurpación de la memoria: el patrimonio documental y bibliográfico durante la ocupación chilena de Lima, 1881-1883», en Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, vol. 46, nº 1, 2009, pp. 83-107.
14
mundiales, que cambiarán las condiciones anteriores y planteara nuevos retos a los proyectos de consolidación de la nación en el ámbito de América Latina, que se mantendrán, más o menos estables hasta las coyunturas de los años sesenta cuando se redefinen las circunstancias en las que se había desarrollado el proyecto nacional y se le darán nuevos impulsos y sentidos. La primera parte, es un examen de la situación de la historia en el siglo XIX y principios del siglo XX con base en algunas consideraciones sobre la situación de la escritura de la historia en América Latina en el marco de las sociedades letradas y sus formas de comprender el conocimiento sobre la sociedades y el Estado nacional, también se formula el contraste que implica el desenvolvimiento de las universidades modernas en Europa —capítulos I y II—; a continuación se analizan las formas en las que se transformó la escritura en el marco de los cambios de la producción editorial de carácter industrial, la publicación de revistas con temas y alcance continental donde se mantiene el criterio de la difusión más que la investigación y la especialización —capítulo III—; a partir del balance sobre algunas publicaciones de carácter letrado decimonónico, el avance del siglo XX plantea el panorama de la transformación de las universidades bajo los lineamientos de la Reforma de Córdoba (1918) y los comienzos de su implementación que darán paso a la institucionalización de la investigación histórica y el camino de la profesionalización de los historiadores; procesos que no impiden el desarrollo de trayectorias intelectuales de hombres de letras que alcanzan un amplio reconocimiento social y político, pero que al avanzar aquellos procesos quedan al margen de los nuevos ámbitos institucionales —capítulo IV—; de esta forma, tales procesos se convierten en el contexto para una iniciativa institucional de alcance supranacional cómo será la creación del Instituto Panamericano de Geografía e Historia (1928) que tendrá uno de sus retos el panorama de los estudios sobre América Latina y el problema de América como objeto de estudio desde la perspectiva de la disciplina de la historia —capítulo V—. Considero que de esta forma se puede comprender la complejidad de los procesos de construcción del pasado nacional en América Latina, más allá de los reiterativos lugares comunes fundados en la idea del poder omnímodo del Estado y resalta la complejidad de la escritura como una actividad intelectual con amplios alcances políticos y sociales a partir de la existencia de ámbitos institucionales.
15
Índice
INTRODUCCIÓN .............................................................................................................
7
AGRADECIMIENTOS .......................................................................................................
17
CAPÍTULO I. El pasado y la escritura ........................................................................... La nación: una idea ..................................................................................................... Hombres de letras, escritura y nación ........................................................................ Escribir historia .......................................................................................................... La historia como ciencia ............................................................................................. La historia nacional .................................................................................................... Un punto de llegada: la cronología .............................................................................
19 20 22 29 31 42 48
CAPÍTULO II. la escritura de la historia: el pasado, las instituciones y la ciencia ....... Academias e institutos: los círculos letrados .............................................................. La institucionalización y profesionalización de la escritura de la historia ................ Academias de historia: asociaciones letradas en América Latina ..............................
50 52 56 71
CAPÍTULO III. Del momento letrado: hombres de letras y revistas ............................. El talento y la escritura de la historia ......................................................................... Escritura y nación ....................................................................................................... La escritura de la historia, la nación y las instituciones en España ........................... América en el horizonte .............................................................................................. América como un tema aglutinante de la cultura letrada ..........................................
85 86 92 95 97 102
CAPÍTULO IV. De las revistas a las instituciones: los inicios del momento profesional ............................................................................................................. Nuevos escenarios: el desplazamiento del centro universal ....................................... El mundo letrado en acción ........................................................................................ Escritura y nación ....................................................................................................... Instituciones y la historia profesional .........................................................................
114 114 118 124 135
CAPÍTULO V. La idea de América: un instituto, un proyecto y la mirada continental ............................................................................................................. Una institución supranacional: el Instituto Panamericano de Geografía e Historia ............................................................................................................... Del acuerdo a la realización: las vicisitudes del IPGH ............................................... La Comisión de Historia, 1947-1960: actividad febril ................................................ El Comité del Programa de Historia de América ....................................................... Las formas del proyecto y la discusión erudita .......................................................... La idea de América: una fuente de polémicas ............................................................
145 150 152 160 167 170
BIBLIOGRAFÍA ...............................................................................................................
175
189
144
Puede adquirir este libro en nuestra página
anthropos-editorial.com
Síguenos en
Copyright © Anthropos Editorial C/ Lepant 241-243, local 2, 08013 Barcelona (España) Tel: +34 936 97 22 96 anthropos@anthropos-editorial.com