POSGUERRA Y POESÍA
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AUTORES, TEXTOS Y TEMAS
L I T E R AT U R A 48
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Antonio Rivero Machina
POSGUERRA Y POESÍA Construcciones críticas y realidad histórica
II Premio Internacional de Investigación Literaria “Ángel González”
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Posguerra y poesía : Construcciones críticas y realidad histórica / Antonio Rivero Machina. — Barcelona : Anthropos Editorial, 2017 477 p. ; 21 cm. (Autores, Textos y Temas. Literatura ; 48) Bibliografía p. 469-476 ISBN 978-84-16421-68-8 1. Estudios literarios: poesía y poetas 2. Estudios literarios: c 1900- 3. Teoría literaria I. Título II. Colección
Este libro resultó ganador del II PREMIO INTERNACIONAL DE INVESTIGACIÓN LITERARIA “ÁNGEL GONZÁLEZ”, convocado por la Cátedra Ángel González de la Universidad de Oviedo, con un jurado presidido por el Vicerrector de Extensión Universitaria y Proyección Internacional Francisco José Borge López e integrado por los especialistas Francisco Díaz de Castro, María Payeras Grau, Jaime Siles y Araceli Iravedra.
Portada: Composición cubista - Naturaleza muerta verde con lámpara (detalle), obra María Blanchard, 1916-1917. Primera edición: 2017 © Antonio Rivero Machina, 2017 © Anthropos Editorial. Nariño, S.L., 2017 Edita: Anthropos Editorial. Barcelona www.anthropos-editorial.com ISBN: 978-84-16421-68-8 Depósito legal: B. 22.739-2017 Diseño de cubierta: Javier Delgado Serrano Diseño, realización y coordinación: Anthropos Editorial (Nariño, S.L.), Barcelona. Tel.: (+34) 936 972 296 Impresión: Lavel Industria Gráfica, S.A., Madrid Impreso en España - Printed in Spain Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447).
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Quisiera agradecer y dirigir este trabajo a todos los que me dieron el soporte vital, económico y académico imprescindible para poder firmar hoy estas páginas. A mi familia y a mi gente. A la Universidad de Extremadura y al Programa de Becas FPU del Ministerio de Educación. A todos los compañeros del Departamento de Filología Hispánica y Lingüística General de la UEx. A la Facultad de Letras de Cáceres y, sobre todo, a su decano José Luis Bernal Salgado, que dirigió con sabiduría y generosidad mis descaradas investigaciones.
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Il y a plus affaire à interpreter les interpretations qu’à interpreter les choses, et plus de livres sur les livres que sur autre subject: nous ne faisons que nous entregloser. MICHEL DE MONTAIGNE Y como resultado de estas lecturas se me erizan, a veces, los problemas al comparar lo vivo y lo pintado, al enfrentar las conclusiones que yo saco de mi propia lectura de libros viejos con las que circulan como moneda corriente. ANTONIO RODRÍGUEZ-MOÑINO
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PREFACIO LO VIVO Y LO PINTADO
No seremos los primeros en recordar de Plinio el Viejo aquella historia de los dos pintores, Zeuxis y Parrasio, enfrentados por acreditar su maestría con los pinceles. Logró el primero representar unas uvas tan apetecibles que los pájaros lucharon en balde por arrancar de su bidimensionalidad aquellos frutos dionisiacos. Logró el segundo, empero, confundir al propio Zeuxis, haciéndole tomar por ondulante cortina lo que no era sino terso lienzo. Este cuadro de Plinio ha dado desde entonces para mucho. Lo traemos ahora a la memoria, sin embargo, para hablar de la insalvable distancia que media entre ‘lo vivo’ y ‘lo pintado’. Una rémora que no por consabida ha de obviarse. De hacerlo, correríamos el riesgo de convertir nuestro trabajo en algo más cercano al artero trampantojo que al retrato cabal y honesto de nuestro objeto de estudio. Es verdad que no quisiéramos comenzar, parafraseando al maestro Antonio Rodríguez-Moñino,1 con las manos vacías de soluciones. Pero tampoco renunciamos a plantear, como el bibliógrafo extremeño, todas las dudas que acechan sobre nuestra historia literaria porque tales dudas, al mismo tiempo que la acechan, la definen. Por ello, merece la pena convocar las palabras más citadas de su memorable conferencia de 1963. Tengo la debilidad de no considerar al libro solo como unidad catalográfica, sino como expresión material de pensamiento y sensibilidad: quiero decir que los leo. Y como resultado de estas lecturas se me erizan, a veces, los problemas al comparar lo vivo 1. «He de confesar desde el principio que vengo con las manos vacías de soluciones y, en cambio, aspiro a plantear algunas de las muchas dudas que me asaltan en el campo de la historia de la poesía lírica española en los siglos de oro» (Rodríguez-Moñino, 2012: 53).
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y lo pintado, al enfrentar las conclusiones que yo saco de mi propia lectura de libros viejos con las que circulan como moneda corriente. [...] La crítica ha construido [...] una realidad de la que nos servimos para nuestros juicios sobre la evolución del gusto en el país y para ir concordando producciones poéticas con estados espirituales colectivos. Se presupone que el crítico o historiador de la poesía ha hecho preceder sus conclusiones de una exhaustiva colecta de materiales y de una meditada lectura de ellos. Queda fuera, como es lógico, el porcentaje de obras inasequibles o perdidas, generalmente calculado en una parvedad tan desdeñable que ni se hace mención de ella. Doctas monografías sobre temas muy concretos se construyen sin que, al parecer, sus autores se planteen el problema entre la realidad por ellos arquitecturada y la realidad histórica. Se admite ligeramente la posibilidad de un error o de una falta de documentación, pero el libro resultante del meditar sobre textos conservados no se duda de que acaba por reflejar una realidad histórica bien definida [Rodríguez-Moñino, 2012: 53-55].
Rodríguez-Moñino desarrollaba en aquellas líneas una casuística muy concreta: la del estudio de la poesía lírica española publicada entre 1520 y 1660. No obstante, sus advertencias se extendían, para quien quisiera oírlas, sobre cualquier género literario en cualquier momento de la historia. Recordaba así cómo, a menudo, la crítica tiende a construir sobre sí misma antes que sobre el fenómeno examinado, en una suerte de sofisticado pero falible ‘teléfono escacharrado’, juicios apenas cimentados en la auctoritas colegida, dejando en un segundo plano las fuentes originales, las evidencias más rigurosamente contrastables. Por nuestra parte, creemos sinceramente que la poesía española de nuestra última posguerra (1939-1953), de la que aún no ha transcurrido un siglo, constituye hoy en día un claro ejemplo de ello. Tal es el sentido último de este libro que ahora les ofrecemos. Aquella distinción entre ‘construcción crítica’ y ‘realidad histórica’ de Rodríguez-Moñino no fue la letanía de una voz solitaria clamando en el desierto. Los años sesenta trajeron también la Rezeptionsästhetik o ‘Estética de la recepción’ alemana, la cual venía a recoger a su vez hallazgos hermenéuticos anteriores, reflexiones diversas de Heidegger, Ingarden, Husserl y Muka9ovský. En La historia de la literatura como provocación a la crítica literaria de 1967, Jauss dejaba sistemáticamente fijados los principios que regirán su noción de ‘Recepción histórica’. 12
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Una renovación de la historia de la literatura requiere eliminar los prejuicios del objetivismo histórico y fundamentar la estética tradicional de la producción y de la presentación en una estética de la recepción y los efectos. La historicidad de la literatura no se basa en una relación de «hechos literarios» establecida post festum, sino en la previa experiencia de la obra literaria por sus lectores. Esta relación dialógica es también el primer hecho primario para la historia de la literatura, pues el historiador de la literatura debe convertirse siempre en lector antes de comprender y clasificar una obra; dicho de otro modo: antes de poder fundamentar su propio juicio en la conciencia de su posición actual en la serie histórica de lectores [Jauss, 2000: 160].
Así pues, si queremos estudiar hoy con rigor y honestidad la poesía de nuestra última posguerra (1939-1953), habremos de hacerlo con la conciencia de ser ‘lectores históricos’ de una década larga que recibimos desde nuestra estricta contemporaneidad, en los años diez del siglo XXI. Ello implica ‘heredar’ y asumir una serie de lecturas previas —desarrolladas primero bajo un régimen dictatorial o desde su exilio; bajo una joven democracia, en construcción y afirmación frente al pasado reciente, después— condicionadas por un ‘horizonte de recepción’ marcado tanto por lo literario como por lo extraliterario. Asumiendo así la distancia que nos separa ya del cronotopo estudiado, desde nuestro presente, hemos de reconocer al tiempo que nuestros mayores obstáculos no procederán tanto de esta distancia —el corpus conservado es abundante y la documentación sobre su recepción más que significativa— como de una serie de factores y conceptos extraliterarios o paraliterarios —morales, políticos, ideológicos— que se inmiscuyen en nuestro cometido. Volviendo a Rodríguez-Moñino, diremos que la traslación de lecturas políticas o ideológicas no es sino la manifestación más evidente de un fenómeno mayor y quizás inevitable: la proyección de nuestras filias y fobias, de nuestros principios morales y de nuestros conocimientos, sobre expresiones de otro tiempo y lugar. Para mí, la crítica ha construido una realidad inexistente en el tiempo, al proyectar los conocimientos de hoy sobre el pasado, transportando los juicios formulados en presencia de los materiales que poseemos a una pantalla cronológica y deduciendo consecuencias y relaciones [Rodríguez-Moñino, 2012: 80].
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Sea por nuestros conocimientos o sea por nuestros principios ideológicos, buena parte de la crítica actual sigue «deduciendo consecuencias y relaciones» en base a ellos. Es cierto que el estudio del hecho y del texto literarios desde una perspectiva sociológica lleva aportando, pese a todo, valiosísimas lecturas a la historia y crítica de la literatura desde los conceptos románticos del Volkgeist y el Zeitgeist desarrollados por Herder en las postrimerías del XVIII. La plasmación más influente de esta perspectiva sociológica de la literatura se desarrolló, con todo, a lo largo de todo el siglo XX bajo corrientes de pensamiento agrupadas en torno al marxismo. La absoluta fe en la relación entre estructura económica y superestructura ideológica y literaria —particularmente en Goldmann— marca el signo de una corriente que ha tratado de detectar la ‘visión del mundo’ o Weltanschauung del grupo social al que un autor pertenece y desde el que consciente o inconscientemente —e, incluso, ‘involuntariamente’; y aquí está la clave— opera en sus textos. Un ‘estructuralismo marxista’ que tuvo una gran y determinante acogida entre la crítica española durante los últimos años de la dictadura franquista y primeros compases de la democracia, afectando directamente al nacimiento de numerosas lecturas críticas en torno a nuestro objeto de estudio. Tuvo así su recepción en una España en plena transición democrática, inmersa en un momento en el que se sentía imprescindible ‘construir’ un nuevo discurso ético y político.2 Dicho de otro modo, en un momento en que había que ‘reescribir’ nuestra historia literaria en oposición a la que habían escrito los ‘vencedores’ de la Guerra Civil cuarenta años atrás. Desde estas premisas, el ámbito literario de la posguerra —concepto que en aquellas fechas se ‘extendió’ y redefinió hasta las mismas puertas de 1975— se convirtió en uno de sus principales campos de aplicación. La obra más señera de este fenómeno fue sin duda la Historia social de la literatura española de Carlos Blanco Aguinaga, Iris Milagros Zavala y Julio Rodríguez Puértolas. En ella, desde la «conciencia lúcida» del 2. En el ámbito del Siglo de Oro español, el profesor de la Universidad de Granada Juan Carlos Rodríguez publicó por entonces su Teoría e historia de la producción ideológica. Las primeras literaturas burguesas (siglo XVI) (Madrid, Akal, 1974). Por su parte, el pensamiento de Goldmann tuvo en Juan Ignacio Ferreras y sus Fundamentos de sociología de la literatura (Madrid, Cátedra, 1980) su principal discípulo. Para todo este proceso véase el interesante capítulo de Antonio Chicharro Chamorro al respecto (2004: 195-236).
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marxismo,3 sin embargo, se quiso juzgar contestatariamente el canon literario —aunque sin salirse apenas de él—, reservando una especial atención, en su tercer tomo, al lugar que la literatura escrita bajo la España franquista habría de ocupar. Así, si bien se reconocían matices entre las posiciones puramente falangistas de las restantes ‘familias’ del régimen o la existencia de puentes con el exterior como la revista Ínsula de José Luis Cano, la Historia social de la literatura española cargaba las tintas de lo absoluto sobre toda una década. Un desolador panorama —cifrado en expresiones absolutas como «cegador» o «escapista»—4 que apenas se considera matizado por tres únicas obras —presentadas así de manera aislada— como la novela La familia de Pascual Duarte de Cela en 1942, el poemario Hijos de la ira de Dámaso Alonso en 1944 y la pieza teatral de Buero Vallejo Historia de una escalera en 1949 (Blanco Aguinaga, 1978b: 81). De mayor calado fueron las aportaciones de José-Carlos Mainer en trabajos como Falange y literatura (Barcelona, Labor, 1971), Literatura y pequeña burguesía en España (1890-1950) (Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1971) o La Edad de Plata (1902-1951). Ensayo de interpretación de un proceso cultural (Barcelona, Asenet, 1975). Pasados unos años, en su Historia, literatura, sociedad (Madrid, Espasa-Calpe, 1988), por su parte, Mainer se presentaba ya como «un profesor universitario que estudiaba Filología Románica allá por los míticos aledaños de 1968» (1988: 13) y que [...] empezó a trabajar sobre las letras del siglo XX cuando eran terra incognita a la que nunca se arrimaban los programas es3. Para la recepción crítica y trascendencia de esta Historia social de la literatura española, véase el reciente artículo de Bellón Aguilera (2013). En su opinión, «Más que un manual “marxista”, palpita en toda la obra una impugnación de la lectura que se había hecho del canon literario hasta el momento, como si se prolongara la lucha contra el franquismo, esta vez en forma de lucha contra las apropiaciones ideológicas e institucionales del mismo. No negamos que haya una metodología marxista en la HSLE [...]. Pero también hay un impulso diferente, que proviene del trauma de la guerra civil y del exilio republicano, a través de los hijos, discípulos y descendientes de los exiliados» (Bellón Aguilera, 2013: 258). 4. Sirva como muestra, de momento, las líneas con que se despacha a la ‘Juventud creadora’ como «otra derivación literaria de los vencedores, creadora en todo caso de una seudobohemia para andar por casa, es decir, por el Madrid hambreado y ensombrecido» (Blanco Aguinaga, 1978b: 83).
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colares y sobre las que pesaban interdictos derivados de la reciente guerra civil cuando no prejuicios sobre la oportunidad académica de estudios tan próximos en el tiempo. Que creyó en la fecundidad de una «sociología de la literatura» que había conocido, en tempranas lecturas de Goldmann, pero que hoy huye como de la peste de tal troquelación, por más que siga frecuentando las páginas del autor de Le Dieu caché [Mainer, 1988: 13].
En este sentido, el Mainer de 1988 señala grietas, pero también hallazgos, en las tesis de Goldmann;5 concluyendo en último extremo que [...] son muchos más los caminos que abre la consideración de reciprocidad en el binomio «literatura-sociedad». El error de casi todas las «sociologías de la literatura» ha sido otorgarse a sí mismas la exclusividad en la exploración de tales relaciones, con lo cual sus simplificaciones, sus apriorismos, su olvido de que la literatura es una modalidad muy peculiar de las superestructuras (por usar del término marxista), han revelado con presteza sus insuficiencias [Mainer, 1988: 149-150].
Efectivamente, pese a que desde los años ochenta —e incluso los setenta— se viene matizando esta ‘condena’ o simple ensombrecimiento de nuestra literatura de posguerra (1939-1953), la visión negativa de aquella larga década literaria perdura todavía hoy en el imaginario colectivo de neófitos y de iniciados. Visto ahora con la perspectiva de nuestros días, y aun asumiendo sinceramente toda nuestra comprensión y simpatía hacia aquella pulsión ‘contestataria’ contra el legado cultural de la dictadura, resulta innegable que la presencia de todas aquellas premisas de salida, de aquella ‘comprometida’ voluntad de reescribir nuestro discurso historiográfico tras el franquismo, condicionaron, en último extremo, el libre ejercicio crítico en aras de un ‘nuevo’ dirigismo en absoluto ingenuo. Se consolidó con él, desde el apriorismo más indisimulado, una visión radicalmente negativa de 5. «Puede apreciarse que las tesis de Lucien Goldmann encierran algún punto de escasa precisión [...] pero también dos conclusiones de primera magnitud: la que concierne a la imposibilidad individual de conformar una “conciencia” que impulse a su vez una determinada “visión del mundo” y aquella que se refiere a la aparente falta de homología entre la realidad social y su reflejo artístico y, por descontado, a la ausencia de univocidad en dicho reflejo» (Mainer, 1988: 125).
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todo lo relativo a nuestro ámbito literario de la posguerra (19391953). Un apriorismo que aún hoy campea entre determinados sectores de la crítica especializada en el periodo. Ahora bien, ¿acaso estamos nosotros libres del mismo pecado? Precisamente en el año axial de 1975, Paul de Ricoeur formulaba las tensas relaciones entre ‘ideología’ y ‘ciencia’: [...] hablamos sobre ideología, pero nuestro discurso está él mismo atrapado por la ideología. Por mi parte, sostengo que debemos debatirnos con esta paradoja y superarla a fin de poder avanzar. Formular y aceptar esta paradoja es el punto decisivo de todo nuestro estudio y éste nos impulsa a buscar una caracterización mejor de la ideología. Debemos preguntarnos si puede continuar manteniéndose la polaridad de ideología y ciencia o si debe ser sustituida por otra perspectiva [Ricoeur, 1989: 191-192].
Nos debatimos, pues, con semejante paradoja. No tanto para ‘superarla’ como para tratar de ‘asumirla’. Y ello aun al precio de empezar por dudar hasta de nosotros mismos. Como resume Viñas Piquer al hilo de los razonamientos de Husserl, [...] sólo una conciencia capaz de replegarse sobre sí misma y con un sentido verdaderamente histórico puede hacer frente a esta situación. Y no precisamente tratando de evitar la influencia de los prejuicios, sino haciéndose cargo de ellos, cargando con ellos. Pues lo importante no es liberarse de ideas preconcebidas, sino ser consciente de que su presencia resulta inevitable cuando se recoge de manos de la tradición de un tema o un objeto de estudio y se pretende continuar la investigación en el punto en el que otros la han dejado o en cualquier punto que no sea el punto cero [Viñas Piquer, 2007: 496].
Semejante ‘autoconsciencia’ crítica abrió, por aquellos mismos años en que el anciano dictador de España fallecía, las puertas a la crisis del método estructural europeo. No en vano, el relativismo y escepticismo propios de buena parte de la epistemología de la posmodernidad tuvo en aquellos años fermentados al calor del ‘Mayo francés’ su punto de partida. Se asistió entonces al fin de la fe absoluta en la infalibilidad de la crítica literaria inmanente. Una falta de fe que ha determinado desde entonces el ejercicio hermenéutico de las últimas décadas, comenzando a ser puesta en entredicho la todopoderosa ‘Estilísti17
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ca’ germánica, tan próxima a algunos de nuestros ‘protagonistas’ como Carlos Bousoño y Dámaso Alonso, a cuyo método estilístico se debe precisamente la célebre dicotomía entre el ‘arraigo’ y el ‘desarraigo’ (Rivero Machina, 2016). Cayó también el New Criticism norteamericano, explorado por Jorge Guillén, Pedro Salinas o Luis Cernuda durante sus exilios.6 Tampoco se salvó el estructuralismo francés de los sesenta, en cuyo seno se abrió, precisamente, la puerta a la ‘duda’. Su defensa de la multiplicidad de ‘interpretaciones’ posibles para cada obra literaria, bajo el liderazgo de Roland Barthes, renunciaba a ‘descifrar’ la hasta entonces tan perseguida ‘intención del autor’. Declinaba, en suma, ‘desenmascarar’ un significado unívoco —fuera este estilístico, sociológico o psicoanalítico— ‘oculto’ en un texto. Cualquier otra lectura crítica podría ser, por lo tanto, ‘válida’, siempre y cuando fuera ‘coherente’ y demostrable a partir de la propia estructura textual. Así lo expuso el propio Barthes en 1966, subrayando de paso la necesidad de asumir siempre el carácter ‘histórico’ de las sucesivas lecturas posibles. Cada época puede creer, en efecto, que ostenta el sentido canónico de la obra, pero basta ampliar un poco la historia literaria para transformar ese sentido singular en un sentido plural y la obra cerrada en obra abierta. La definición misma de la obra cambia: ya no es un hecho histórico; pasa a ser un hecho antropológico, puesto que ninguna historia lo agota. La variedad de los sentidos no proviene pues de un punto de vista relativista de las costumbres humanas; designa, no una inclinación de la sociedad al error, sino una disposición de la obra a la apertura; la obra ostenta al mismo tiempo muchos sentidos, por estructura, no por la invalidez de aquellos que la leen [Barthes, 1972: 52-55].
Aquel estructuralismo ‘abierto’ de Barthes contenía en su seno, sin embargo, la propia descomposición del método estruc6. Véase, en este sentido, trabajos de Emilio Barón Palma como T.S. Eliot en España (Almería, Universidad de Almería, 1996) o «Retrato del poeta. Baudelaire visto por (Eliot y) Cernuda» —en Revista Hispánica Moderna, nº XLVIII-2 (diciembre de 1995), pp. 335-348—; de Fernando Ortiz como «Eliot en Cernuda» —en La casa china (Valencia, Pre-textos, 1993), pp. 151-161—; de Kathleen M. Sibbald como «Guillén y Eliot, irónica confluencia» —en Ínsula, nº 554-555 (febrero-marzo de 1993), pp. 41-42—; o de Carmen Pérez Romero como Ética y estética en los dramas de Pedro Salinas y T.S. Eliot (Cáceres, Universidad de Extremadura, 1995).
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tural. Bajo el marbete genérico del ‘postestructuralismo’, efectivamente, se han estado buscando desde entonces nuevas soluciones: bien desde vías de renovación y ensanchamiento de lo ‘estructural’ con la noción más amplia de ‘sistema’ —la mencionada ‘Estética de la recepción’, el estructuralismo marxista revitalizado por Bourdieu, los postulados de Culler, la semiótica literaria de Eco, la pragmática literaria de Van Dijk, la teoría de los polisistemas—; bien desde la quiebra absoluta del paradigma estructural en aras de la ‘deconstrucción’ crítica. En gran medida, ha sido esta opción ‘contra-estructural’ la que ha dominado el discurso crítico más especializado durante las últimas décadas. Con el francés Jacques Derrida a la cabeza, desde los años setenta esta corriente ha querido cuestionar todo constructo crítico que estuviera basado en las oposiciones binarias saussurianas y en la búsqueda de un centro vertebrador ‘logocentrista’, colocando sin embargo al propio texto, paradójicamente, como epicentro de sí mismo, metodológicamente aislado, más allá de su autor y de sus sucesivos contextos de creación y recepción. En nuestro ámbito, algunos de los estudios de conjunto trazados recientemente sobre la poesía de la posguerra han asumido este relativismo crítico, particularmente pujante a finales del siglo XX. Así, en 1994 Andrew Peter Debicki —que transitó del New Criticism de sus trabajos de juventud a la defensa de la deconstrucción como método hermenéutico y pedagógico óptimo durante los años ochenta—7 asumía la arbitrariedad de toda construcción crítica en su Spanish Poetry of the Twentieth Century. Modernity and Beyond (Kentucky, The University Press of Kentucky, 1994), como podemos leer en la versión castellana publicada por Gredos tres años después: [...] desde nuestra actual perspectiva, nos damos cuenta de que cualquier modelo de organización es una construcción artificial. La crítica reciente nos ha hecho descubrir cómo los significados de los poemas y el contenido de los libros dependen de los contextos y de los lectores; cualquier modelo histórico formado por dichos poemas y libros resulta aún más relativo. Sólo podemos 7. Así lo hizo en el volumen publicado junto a otros profesores bajo el título de Writing and Reading Differently. Deconstruction and the Teaching of Composition and Literature (Kansas, University Press of Kansas, 1985) y en particular en su capítulo titulado «New Criticism and Deconstruction: Two Attitudes in Teaching Poetry» (pp. 169-184).
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buscar estructuras que resulten útiles para determinados propósitos y en ciertos momentos [Debicki, 1997: 8].
Más allá de su cierta desviación hacia el nihilismo y el relativismo del que ha sido acusado, con no poca razón, el deconstructivismo, cabe admitir que su cuestionamiento de todo ‘centro’ constructivo potenció —provocó— discursos críticos alternativos muy útiles frente a las pretensiones de infalibilidad de tales ‘centros’ de interpretación, fueran estos la crítica lingüística inmanente, el poder institucional atacado por Michel Foucault o Italo Calvino, el discurso patriarcal contestado por una crítica feminista de más larga tradición pero de enorme vigencia en las últimas décadas, el relato eurocéntrico combatido por los llamados ‘Estudios postcoloniales’ o la noción canónica de ‘alta cultura’ a la que se oponen los ‘Estudios culturales’ norteamericanos. Discursos alternativos que en no pocas ocasiones resultan enriquecedores y complementarios, aunque en otras se muestren tan coactivos y dogmáticos como los relatos que pretenden abolir. En cualquier caso, toda esta ‘descentralización’ del discurso crítico cristalizó, en su mejor versión, en una puesta al día de los viejos constructivismos, en el desplazamiento de la noción prácticamente desterrada de ‘estructura’ por la de ‘sistema’. Tal vez el modelo más ponderado de ello sea la ‘Teoría de los polisistemas’. Con ella, el profesor israelí Itamar Even-Zohar ha procurado junto a su Culture Research Group una solución que permita salvar a un tiempo la construcción de sistemas literarios estructurados y la interpretación plurívoca del ámbito cultural. Se propone en ella, al cabo, una interesante visualización de las complejas relaciones de tensión y diálogo entre un sistema cultural dominante y sus sistemas periféricos.8 Con ello, ciertamente, se ha ampliado nuestro foco de atención más allá de los discursos hegemónicos en cada periodo estudiado, y ello no para abolirlos sino para ubicarlos en su lugar exacto. Ganamos así en profundidad y precisión, desde luego. Perdemos a cambio, tal vez, capacidad de generalización. Descubrimos los componentes de un sistema de sistemas y los rasgos diferenciadores que caracterizan y distinguen dichos sistemas. Pero corremos el riesgo, por el contrario, 8. Para un análisis de todo ello, así como de su presencia en la última crítica literaria española, véase la tesis doctoral de Jorge Díez Martínez Teorías sistémicas de la literatura. Polisistema, campo, semiótica del texto y sistemas integrados (Granada, Universidad de Granada, 2014).
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de obviar con ello las sinergias comunes que puedan definir un ‘archisistema’ común.9 En nuestro ámbito de estudio esta descentralización se ha aplicado —bajo el paraguas conceptual de los polisistemas o, generalmente, al margen de él— mediante el estudio pormenorizado del panorama poético español de los cuarenta entendiéndolo como una suma de revistas, grupos o autores bien delimitables —e incluso incompatibles y opuestos— que nos ha llevado a conocer muy bien todas y cada una de las piezas de nuestro puzle pero que nos ha privado de una comprensión global y coordinada de todo ello. De su montaje final, en suma. Asumidas las dificultades metodológicas para resolver nuestra rémora hermenéutica, se ha optado por la atomización del problema. Así se ha procedido, por ejemplo, en el tratamiento de un sistema literario español en el ‘exilio’ frente al sistema literario del ‘interior’. Este enfoque aislacionista sobre dos ‘polisistemas’ propios —que en sí encierran, a su vez, sus propios subsistemas— ha permitido profundizar en su análisis interno atinadamente, pero ha desenfocado en muchos casos las posibles sinergias comunes del ‘archisistema’ literario español de la posguerra, más allá de las delimitaciones políticas o geográficas. Otro claro ejemplo aplicado a nuestro ámbito es el que gira en torno a la cuestión idiomática. No en vano, ha sido desde el ámbito de los estudios catalanes desde donde se nos ha ofrecido la panorámica más apegada al modelo polisistémico sobre la poesía española de posguerra. En un interesante artículo de 2006 titulado «La poesia hispànica de postguerra com a polisistema», Joaquim Espinós concluía que [...] les literatures hispàniques constitueixen un clar exemple de polisistema, segons el model proposat per Itamar Even-Zohar. Els sistemes que el componen comparteixen una sèrie de trets comuns a causa de la seua inclusió en un mateix context historicopolític i unes mateixes estructures estatals, però conserven un grau variable d’autonomia basada en llur particular tradició literària [Espinós, 2006: 114]. 9. Lanzamos este término diferenciándolo del concepto de Even-Zohar de ‘megapolisistema’, mucho menos cohesionado y más extenso. Serían megapolisistemas, por ejemplo, el megapolisistema de la literatura europea o el megapolisistema de la literatura occidental. El ‘archisistema’ comprendería dos polisistemas —toda la literatura española del ‘exilio’ y toda la literatura española del ‘interior’, por ejemplo— con una mayor imbricación entre sí.
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Ahora bien, aplicar los principios de la teoría de los polisistemas al tradicionalmente fragmentario estudio de la literatura española de la posguerra no debería ser sinónimo de la diversificación del problema sino, muy al contrario, un método que puede resultar muy útil a la hora de coordinar las múltiples facetas, manifestaciones y vertientes de un ámbito literario complejo por definición. El propio Espinós, en su citado trabajo, procura formular, junto a la descripción de las partes, algunas sinergias comunes.10 No es pues desde el ‘relativismo’ del fin de un milenio agotado, ni desde la atomización del problema, desde donde deberíamos partir hoy en nuestro estudio de la literatura de posguerra. Aspiramos a alcanzar conclusiones y soluciones concretas y, en lo posible, ampliamente válidas. No es la falta de fe en la ‘interpretación’ lo que nos guía, sino el afán por calibrar los mecanismos que le son propios. Ya desde los años noventa, cuando la tormenta del deconstructivismo arreciaba, se viene protestando contra el nihilismo extremo de determinadas ‘alternativas’ críticas, no sin antes incorporar de ellas aquellos valores ‘marginales’ que han sabido rescatar más allá de los discursos dominantes en cada época. En España, una de las voces que más se ha significado por «defender los estudios histórico-literarios» (1991: 12) desde el ámbito de la teorización ha sido la profesora Sultana Wahnón, quien en 1991 publicaba Saber literario y hermenéutica. En defensa de la inter10. Así, por ejemplo, con las cuatro literaturas estatales en el exilio, a las que frente a su disgregación idiomática y geográfica por toda América, les unen sin embargo unos mismos temas —la añoranza de la patria, el antifranquismo— y una misma estética —con un claro predominio de la estética realista—: «Certament, un cop desapareguts els vincles institucionals a què obliga la pertinença a un mateix estat i amb unes condicions de subsistència ben precàries, els escriptors de les respectives llengües es preocuparen tan sols de crear plataformes d’expressió monolingües —revistes, editorials, certàmens literaris—, amb escassa i poc significativa relació entre sí. Bé es cert que els vincles històrics persistien i que l’experiència de l’exili es manifesta en les quatre literatures hispàniques en una sèrie de constants temàtiques i estilístiques que cohesionen el conjunt. Entre les primeres destacaríem la crítica antifranquista, així com els tòpics de la literatura de l’exili de tots els temps: l’enyorança de la pàtria, el sentiment de desarrelament, el viatge al desconegut o l’atracció per l’exòtic. Pel que fa a la vessant estilística, cal remarcar l’emergència en els casos castellà, català i gallec d’un repertori realista que acabarà per esdevenir canònic al polisistema hispànic entre els anys cinquanta i seixanta, quan la literatura de l’exili ha passat a ocupar un lloc purament testimonial» (Espinós, 2006: 108).
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pretación (Granada, Universidad de Granada). En este sentido, Wahnón reconoce y asume la futilidad de toda interpretación cerrada, completa y estática, aun con la «nostalgia del modelo objetivista» (1991: 95). Es preciso reconocer, en consecuencia, que nuestra interpretación, por exhaustiva, completa y coherente que sea, no deja sin validez otras interpretaciones, y que es perfectamente posible incluso que donde nosotros sólo hemos visto error —o ideología—, otros encuentren un sentido en el que podamos reconocernos y, por tanto, una “verdad” [Wahnón, 1991: 96].11
Wahnón, cuyos trabajos de investigación se han centrado precisamente en el estudio de nuestra poesía de posguerra, ha vuelto a defender recientemente, de manera explícita y decidida ante «el descuido de la especificidad artístico-literaria y la reaparición de una crítica manifiestamente ideológica», la convicción de que «una hermenéutica literaria con intenciones sociocríticas no puede prescindir de las ideas estructuralistas de “literariedad” y de “análisis inmanente”», «si bien revisadas a la luz de la hermenéutica y del post-estructuralismo» (Wahnón, 2011: 127). Se trata, en suma, de conjugar la ‘duda’ postestructural con la certeza metodológica, de parapetarse en el rigor crítico frente a los excesos del relativismo y su ‘paralización del juicio’, de defender la ‘especificidad’ literaria frente a los determinismos de la sociología. Se inserta con ello Wahnón en una corriente muy en boga en los últimos años, personificada entre otros por el británico Derek Attridge,12 que propugna una vuelta al aná11. Wahnón, sin embargo, postulaba cuatro asideros metodológicos frente a tamaña incertidumbre hermenéutica: la «Autenticidad», basada en no construir ciegamente desde lo comúnmente aceptado sino, por el contrario, acudir a las fuentes mismas de lo estudiado, como ya recomendara RodríguezMoñino; el «Prejuicio», entendido no como noción a combatir sino como elemento a asumir con plena autoconsciencia crítica e histórica, como Jauss o Gadamer prescribieran en su día; la «Apertura» o actitud ‘receptiva’ frente a los textos estudiados, más allá del mero afán ‘recolector’ del historicismo clásico o del prurito ‘desenmascarador’ de las corrientes ideológicas; y la «Sospecha», replegándose al cabo de todo este trabajo en una actitud vigilante frente a los propios textos y frente a uno mismo. 12. Véase su trabajo The Singularity of Literature (Nueva York - Londres, Routledge, 2004), recientemente traducido al castellano en La singularidad de la literatura (Madrid, Abada, 2011).
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lisis de los valores ‘inmanentes’ al texto literario, tanto en su dimensión estética como —y aquí está la clave— en su dimensión ética. Nada tiene, pues, de particular que en la actual situación, tan similar en cierta medida a la de comienzos de los años sesenta, haya voces que apelen de nuevo a los conceptos de “especificidad literaria” y de “lectura estética”, con el fin de contrarrestar no las legítimas lecturas políticas de las obras literarias que así lo demanden, sino la aplicación abusiva de determinadas “claves” interpretativas a toda clase de textos o discursos, con fines predominantemente políticos y subversivos, que, aunque comprensibles y legítimos en determinados contextos sociales, pueden hacernos perder de vista una vez más la índole estética del fenómeno literario —a la que, como investigadores de la literatura, no podemos ser indiferentes [Wahnón, 2011: 133].
Como puede apreciarse, el filtro de lecturas que nos ‘acercan’ —y que a un mismo tiempo se ‘interponen’— a la ‘realidad histórica’ que en este libro nos ocupa, es complejo y abigarrado. Desde la ortodoxa estilística con la que Dámaso Alonso discernió entre poetas «arraigados» y «desarraigados» hacia 1952 hasta los últimos revisionismos de la crítica feminista o los estudios catalanes, por citar dos ejemplos hoy pujantes. Desde la ‘sustitución’ del relato historiográfico franquista por la sociología marxista durante los años de la transición democrática a la ‘descentralización’ del discurso crítico actual, tan a tono con una España ‘plurinacional’ y posmoderna. Por ello, habremos de proceder en las siguientes páginas, inevitablemente, como ‘lectores históricos’ que son conscientes de serlo. Es esta la única manera de ‘reconstruir’ cabalmente el proceso crítico que nos lleva —algo más de seis décadas de por medio— hasta nuestro objeto de estudio. Una reconstrucción que no pretende ser, sin embargo, ni aséptica ni imparcial, toda vez que hemos asumido la inviabilidad de semejante quimera. No es nuestra misión emular los trampantojos con que Zeuxis y Parrasio confundían a las aves y a los ciudadanos. Apostamos, en cambio, por una profunda revisión del ‘estado de la cuestión’ actual. Una revisión que se nos antoja necesaria, no ya como ejercicio de una iconoclastia vana y pretenciosa, sino como pertinente diálogo con un material crítico heredado que en ocasiones baila en los difusos límites entre la fuente ‘primaria’ y la ‘secundaria’, en cuanto han sido en gran 24
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medida los protagonistas del proceso histórico-literario que pretendemos estudiar quienes nos han marcado el camino a seguir y a cuestionar. Creemos, por lo tanto, que el papel del historiador de la literatura que acometa todo este material —lejos ya de la experiencia directa y vital de aquel tiempo— ha de ser tan cautelosa como honesta. Nuestro escepticismo crítico ha de ser siempre, en consecuencia, ‘sano’. Un escepticismo que no sea cerrado ni descreído, sino abierto y comprensivo. Asumimos, sí, la lectura plurívoca del texto literario, la concepción polisistémica del ámbito literario como espacio de convivencia y competencia entre cánones y sistemas diversos. Lo hacemos, empero, con la clara intención de alcanzar resultados integradores, no disgregadores. Con el fin de ofrecer nuevas y comprobadas certezas a la interpretación. Recoger, en último extremo, la reciente voluntad de Derek Attridge y Sultana Wahnón por superar la vieja estilística idealista y el relativismo de la deconstrucción a un tiempo, integrando a cambio forma, significado y contexto en la interpretación del hecho literario como manifestación singular y distinguible del pensamiento humano y sus vicisitudes históricas. Creemos, en suma, que el estudio del ámbito literario español de la última posguerra (1939-1953) se enfrenta a un doble desafío: el ideológico y el metodológico. Ideológico, en cuanto la serie histórica de recepciones se ha ido sedimentando sobre una larga dictadura, una convulsa transición democrática y una monarquía constitucional con algunas deudas pendientes. Metodológico, en cuanto resulta ya perentorio sobreponernos al nihilismo deconstructivista para tratar de alcanzar lecturas de conjunto válidas, sólidas y contrastables. Por ello, creemos sinceramente que, con ser imprescindibles, no debemos conformarnos con la hoy pujante cantidad y calidad de los estudios parciales y las monografías publicadas sobre distintos autores, revistas o grupos poéticos, ‘aislados’ así metodológicamente de un contexto complejo y vario como el que nos ocupa. La atomización de la poesía española de los cuarenta en «grupos sin posible ensambladura», tal y como postuló el propio Crémer en el editorial fundacional de Espadaña (nº 1, mayo de 1944, p. 10), ha derivado, en último extremo, en la negación sistemática de un relato histórico posible. Y nos ha condenado, en el peor de los casos, a la disolución de la crítica literaria en la mera taxonomía editorial e ideológica. 25
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El alcance de nuestra propuesta aspira a ser, en último término, la superación de esta visión fragmentada, negativa y prejuiciosa de nuestra poesía escrita y publicada entre 1939 y 1953. Una lectura que circula hoy ‘como moneda corriente’ sobre un tiempo al hilo del cual se ha querido sobrepujar los discursos de un régimen totalitario y un exilio descabezado sobre la labor callada —y silenciada— de aquellos que mantuvieron a uno y otro lado del Atlántico el enorme caudal poético alcanzado desde los primeros compases del siglo XX, sobreponiéndose a una situación política, social y económica tan ominosa como fue la de nuestra última posguerra. Poner el foco en los José Luis Cano, y no sobre los Sánchez de Muniain, no es ni reescribir nuestra historia literaria, ni ganar guerras perdidas, ni edulcorar ninguna dictadura. Es, bien al contrario, negarle al régimen franquista una victoria que no tuvo: malograr los frutos de uno de nuestros periodos literarios más estimables. Una fórmula, en suma, que pretende ser la más rica y consecuente, siempre con la misión de acercar, en la medida de lo posible, la siempre insalvable distancia que media entre la ‘realidad histórica’ y cualquier ‘construcción crítica’, entre ‘lo vivo’ y ‘lo pintado’.
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ÍNDICE
PREFACIO. Lo vivo y lo pintado ....................................................
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PRIMERA PARTE CONSTRUCCIONES CRÍTICAS I. ¿Hasta cuándo la posguerra? ................................................... I.1. La historiografía ante el concepto de posguerra ............ I.2. El concepto de posguerra en el ámbito literario ............
29 31 43
II. Un binomio conflictivo: ruptura y continuidad ..................... II.1. Los lazos rotos. Lecturas del exilio ................................ II.2. Los teóricos de una nueva literatura nacional .............. II.3. La ilusión de continuidad del falangismo ilustrado ...... II.4. La tarea silenciosa de una labor silenciada ...................
61 80 109 153 208
III. El patrón dicotómico. La definición por contraste ..............
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IV. El patrón fragmentario. Encuadramiento y encuentro .........
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SEGUNDA PARTE REALIDAD HISTÓRICA V. La labor común. Referencias morales de un tiempo acotado ..
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VI. La vuelta al hombre entero. Coordenadas estéticas .............. VI.1. La identidad clásica ...................................................... VI.2. El compromiso romántico ............................................ VI.3. La lección vanguardista ................................................
369 384 404 436
EPÍLOGO. Algunas conclusiones rápidas y una coda moral ........
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BIBLIOGRAFÍA SINTÉTICA ...............................................................
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