Sergio Pitol: la novela de una vida

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SERGIO PITOL: LA NOVELA DE UNA VIDA

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AUTORES, TEXTOS Y TEMAS

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Riccardo Pace

SERGIO PITOL: LA NOVELA DE UNA VIDA Un ensayo sobre El arte de la fuga Preludio de Marco Ángel Interludio Francisco de Jesús Ángeles Cerón Posludio de Francesco Panico

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Sergio Pitol: la novela de una vida : Un ensayo sobre El arte de la fuga / Riccardo Pace ; Marco Ángel, preludio ; Francisco de Jesús Ángeles Cerón, interludio ; Francesco Panico, posludio. — Barcelona : Anthropos Editorial ; Querétaro (México) : Universidad Autónoma de Querétaro, 2018 125 p. ; 21 cm. (Autores, Textos y Temas. Literatura ; 51) Bibliografía p. 123-124 ISBN 978-84-16421-84-8 1. Literatura: historia y crítica 2. Estudios literarios: ficción, novelistas y prosistas 3. Ensayos literarios I. Ángel, Marco, prel. II. Ángeles Cerón, Francisco de Jesús, interl. III. Panico, Francesco, posl. IV. Universidad Autónoma de Querétaro (México) V. Colección

Portada: Composición segmentada, obra de Albert Requena Ramiro Primera edición: 2018 © Riccardo Pace, 2018 © Anthropos Editorial. Nariño, S.L., 2018 Edita: Anthropos Editorial. Barcelona www.anthropos-editorial.com En coedición con la Universidad Autónoma de Querétaro (México) ISBN: 978-84-16421-84-8 Depósito legal: B. 4.827-2018 Diseño de cubierta: Javier Delgado Serrano Diseño, realización y coordinación: Anthropos Editorial (Nariño, S.L.), Barcelona. Tel.: (+34) 936 972 296 Impresión: Lavel Industria Gráfica, S.A., Madrid Impreso en España - Printed in Spain Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia. com; 917021970/932720447).

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A Sergio y Akie, con amor

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PRELUDIO EL ARTE DEL APRENDIZ DE BRUJO Marco Ángel

En las aulas universitarias corre esta leyenda biográfica: el Dr. Riccardo Pace es un tifosi italiano que cuando era niño tuvo noticia de la existencia de México por la ocurrencia de un mundial. En ese entonces nuestro país anunció que confirmaría su barbarie festiva organizando por segunda vez una competencia que no va a ganar nunca y que en poco o nada le beneficia. En aquel tiempo a Pace México solo le hizo significado como el lugar donde la Selección azzurra defendería el trofeo que a patadas y jalones había ganado en España. Años después Pace se haría antropólogo realizando trabajo de campo sobre algunos de los ritos y las ceremonias más antiguas de Mesoamérica; se cuenta que Pace se licenció trabajando con un chamán. Aunque siempre estuvo dispuesto a seguirlas, Pace no pudo ser Castaneda porque las sirenas no cantaron para él. Sin embargo, los rituales y los saberes prehispánicos lo guiaron hacia otros rumbos, y fue a buscar a su guía de conocimiento en vastedades distintas que montes, desiertos y civilizaciones poco estudiadas. Siguiendo los ecos del método recomendado en su disciplina de origen, Pace se hizo Doctor en literatura yendo a estudiar la obra de Pitol con Sergio Pitol. *** Hago un alto en esta línea de charla para compartir algunos temores: he oído que para que un escrito crítico ilumine su objeto de estudio, su autor ha de ser al menos tan inteligente, sensible o culto como el escritor de los textos que analiza. Mi papel de prologuista me condena a estos pensamientos: Pace 9

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intenta iluminar los escritos de Pitol y yo, que no soy tan inteligente como ninguno de los dos, he de escribir sobre Pace iluminando a Pitol. Imagino cómo salir del apuro: ¿qué tal si un lector —no tan culto, ni tan inteligente como ellos— aporta algo al menos interesante para la lectura en ciernes? Quizás un crítico más bien ayuda a estimular una conversación cultural retomando la propuesta de un autor. Me conviene más creer que Pace nos incita a seguir las conversaciones del interés de Pitol y nos compele a participar en ellas; pero compulsivamente regreso a mis temores y pienso que, si el objetivo es iluminar, entonces la mayoría de la producción crítica es y ha sido un ejercicio inútil. Se escribe y publica tanta crítica que convierte al pensamiento literario en mera fórmula. Meros comentarios textuales atiborrados de jerga técnica, cuya fórmula responde a la estructura: teoría + texto = conclusiones, sin parar mientes en problemas genuinos del ámbito disciplinar. Refiero este procedimiento de la peor crítica literaria que existe en nuestro país porque es mayoría y, por otra parte, expreso mi sospecha de que esa crítica es más interesante para la antropología que para la literatura, pues es algo así como una mistificación ritualizadora del arte literario. Ilustraré mi punto. Cuentan que los indígenas de una isla del Pacífico veían asombrados que una guarnición asentada en su isla solicitaba pertrechos por radio y que, a los pocos días, desde el cielo un avión dejaba caer en paracaídas lo requerido. La guarnición abandonó el lugar y, años después, un equipo de investigación reportaría que los aborígenes tenían costumbre de venerar armazones con varas incrustadas como antenas ante los que oraban pidiendo satisfacción de sus necesidades. No sé si la historia es cierta, pero ilustra que cuando un grupo humano ve que se aplican herramientas y procedimientos muy sofisticados a la solución de un problema y este parece resolverse mágicamente ante los ojos de su ignorancia; entonces después ese grupo intentará simular los procedimientos genuinos para producir las soluciones deseadas. En el caso de los aborígenes isleños la ignorancia y la falta de luces inició una costumbre que luego devino superstición; en el caso de algunos críticos también. Esto ocurre con la crítica formulaica que invoca el espíritu de los textos usando terminajos que son remedos de conceptos teóricos que poco en10

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tiende. Por desgracia en esas islas perdidas de la crítica textual nada cae del cielo, nada se ilumina. *** Dejo esa crítica teorizante y me enfoco otra vez en mi antropólogo de la ficción mexicana. La vida no está en la abstracción general sino en las particularidades sensuales y sensoriales, es logro de la literatura hacer que los detalles en se manifiesta esa vida cobren la generalidad que el arte logra otorgar. Pace lee El arte de la fuga desde la referencia auditiva contenida en el título. La exploración de esa pista musical enriquece la interpretación del viaje literario que propone Pitol. Y aquí cabe mencionar la vena italiana de un trabajo de campo: Pace ha hecho parte de su investigación literaria cocinando lasañas, descorchado tintos y conversando con el mismísimo Sergio Pitol —digamos que con una metodología de la investigación participante—. Sus epifanías no le han llegado como viajes de peyote, sino como la alteración de la percepción del mundo que se obtiene por medio de la buena charla que es estimulada por la literatura. Como Carlos Castaneda lo hacía con el indio yaqui; para observar a su sujeto de estudio, Pace se reunía con él. En esta historia que ahora cuento también pasó que el sujeto estudiado devino maestro y, en este caso, que el antropólogo añadió a su instrumental técnico la teoría literaria que sostiene su análisis: el dialogismo de Bajtín es una constante que se introduce aquí y acullá naturalmente, como parte de una charla entre amigos. Los textos no son tratados como piezas sagradas detrás del vidrio de una vitrina en el museo canónico, sino que son parlamentos importantes de la conversación de nuestra comunidad literaria. Pace no es un mero comentador de los textos de su maestro, es un lector que hace avanzar nuestra conversación con la obra de Pitol. El diálogo amistoso subyace en la lectura que Pace hace de Pitol y produce sus frutos críticos sin artificio. Aristóteles dice que lo semejante busca lo semejante, por ello me consuelo pensando que si uno como crítico no es «mejor» que su escritor para «iluminar» su obra, la amistad con él garantiza un plano de igualdad que abre la posibilidad de una conversación entrañable. Decía Borges que, más que de su escritura, él estaba orgulloso de los 11

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libros que había leído, Pace puede estarlo de las charlas con su maestro: todo es una conversación que se ilumina a sí misma. La historia del científico social que se mete a aprendiz de brujo es un tópico de nuestra época. La mayoría de los protagonistas de esas historias no logran dominar la magia ni consiguen regresar ilesos a la ortodoxia académica, así que completan su jornada escribiéndola, deviniendo escritores, y para ello deben ser —si no buenos aprendices— buenos lectores de sus maestros. El libro de Pace es un reporte de esa jornada.

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INTRODUCCIÓN UNA NOVELA EN... FUGA

Hay música que no contó nunca con ser oída; es más, que excluye la audición. Así ocurre con un canon a seis voces de Johann Sebastian Bach [...] una composición que no fue escrita ni para la voz humana ni la de ningún instrumento, concebida al margen de toda realización sensorial, y que de todos modos es música, tomando la música como pura abstracción. THOMAS MANN

No sabría decir desde cuando pienso en El arte de la fuga (1996),1 el primero de los textos ensayístico-autobiográficos de Sergio Pitol, como una novela. Si no supiera que, aun en este momento, la memoria intenta engañarme, me sería fácil formular alguna hipótesis. Podría sentenciar, por ejemplo, que todo empezó durante el primer semestre de doctorado (o poco después), gracias al impulso que me dio la asignatura de Teoría Literaria I que se impartió según un programa enteramente dedicado a los estudios bajtinianos. Sin embargo, podría no ser así, y, tal vez, lo más probable es que esta idea la heredé directamente de mi directora de tesis, la doctora Elizabeth Corral, y de sus sugerencias bibliográficas, que en este entonces incluyeron otra recopilación de los escritos de Bajtín, Yo también soy. Fragmentos sobre el otro, que había quedado fuera de la lista de mis lecturas institucionales. Sea como fuere, debo confesar que el reencuentro con la obra del semiólogo ruso, con la cual había coqueteado con timidez durante mi investigación de maestría, actuó en mí como un poderoso resorte. Fue un estímulo a romper con toda inseguridad metodoló1. Las citas de El arte de la fuga que se hacen en este trabajo proceden de la edición de 2006 incluida en Obras reunidas IV. Escritos autobiográficos del Fondo de Cultura Económica.

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gica, una oferta irrechazable que me ayudó a comprender que, como se dice, la teoría no estrecha el horizonte, sino lo ensancha, dando alas (y, a la vez, un atisbo de rigor) a la creatividad más desaforada. Gracias a ello, las múltiples referencias a escritores, narraciones o personajes de la ficción literaria que aparecen en la trama de la obra dejaron para mí de ser unas informaciones cultas que completan los episodios autobiográficos, o el objeto de la reflexión que se lleva a cabo en los textos ensayísticos; y al hacerlo, se convirtieron en huellas del carácter novelesco de la prosa de la memoria, de su esencia plurilingüe, esto es, de la tendencia, típica de la novela, a englobar a la palabra ajena para apropiarse de la «concepción del mundo» que esta acarrea (Bajtín, 1989: 88). Cabe recordar aquí, que según Bajtín, el plurilingüismo es la tendencia innata de la escritura novelesca a tejerse mediante la representación artística de los lenguajes históricos, culturales y sociales que cada trama elige como propio trasfondo semiótico. Esta cualidad, según el ruso, debe ser considerada como la esencia misma del género, ya que es el fundamento de su inigualable capacidad de hibridación. El carácter camaleónico de la novela, entonces, no sería sino el fruto del encuentro, en una determinada trama, de las que Bajtín llama las unidades estilísticas heterogéneas, es decir, unos discursos dotados de un estilo y una ideología propios que, al entrometerse en la prosa novelesca, se someten a la unidad de una trama y, en el nuevo marco textual, se resignifican. Entre los discursos que la fuerza centrípeta de la novela suele atraer, el semiólogo señala: la narración literaria directa, la representación de los relatos orales tradicionales, de las formas narrativas semi-literarias (cartas, diarios, etc.), de la escritura extra-artística (razonamientos religiosos, filosóficos, científicos, informes oficiales, etc.) y de la palabra de los personajes (Bajtín, 1989: 80). Con la ayuda de esta herramienta, empecé a sospechar que tales citas denunciaban el interés que la prosa de Pitol siente para el «otro» considerado como un espejo del «yo» o, mejor dicho, como un «otro yo» que, al ser evocado, refleja las cualidades que la trama, con su juego de múltiples ironías,2 atribuye a 2. El concepto de ironía me parece de suma importancia. A través de él no pretendo aludir, como por lo general se hace, a un tipo de humorismo sutil e hiriente, sino a un mecanismo de significación que un autor construye para

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su protagonista autobiográfico (el personaje Sergio Pitol que, como en un Bildungsroman o una picaresca de nuestros días, relata su formación artística y personal), y a la escritura del libro donde se reconstruye su historia de vida. En otros términos, al incluir la palabra del otro, la prosa de la memoria asume (de manera más o menos fiel) las facciones de estos discursos «ajenos», dejando que el eco de su pensamiento y de su estilo se escuchen en el interior de la trama, disimulando detrás de ellos su propia identidad tal y como se hace con un disfraz durante las fiestas de carnaval. Gracias a ello, en los fragmentos de escritura que contienen estas citas, se destaca una vez más el carácter novelesco de la obra. Primero porque, una vez que la palabra de Pitol las incluye en su seno, estas comienzan a interactuar entre sí y con la voz del narrador-personaje, entablando un diálogo que las plasma recíprocamente (tanto desde el punto de vista del estilo como del contenido), al mismo tiempo que provoca el nacimiento de un discurso nuevo, auténticamente novelesco, la trama, caracterizado por una prosa plurilingüe e internamente dialogizada. Y segundo, debido a que dichas voces, una vez que se someten a este diálogo interno, salen de él transformadas, enriquecidas, ya que ahora no solo expresan su significado originario (el que poseían en cuanto discursos autónomos), sino adquieren una serie de sentidos ulteriores, válidos en su nuevo marco textual. Por esta razón, este se presenta como un entramado de palabras bivocales, es decir, de doble intencionalidad, a medio camino entre lo propio y lo ajeno, ya que: El plurilingüismo introducido en la novela (sean cuales sean las formas de introducción), es el discurso ajeno en lengua ajena [...] La palabra de tal discurso es, en especial, bivocal. Sirve simultáneamente a dos hablantes, y expresa a un tiempo dos intenciones disimular sus opiniones detrás de otros discursos que parecen contradecir su visión y sin embargo se revelan como sus reflejos deformados, ya que «el ironista no pretende engañar, sino ser descifrado» (Ballart, 1994: 21). Pere Ballart, que se ha dedicado a estudiar cómo sus mecanismos actúan en la literatura, describe la ironía como un fenómeno intratextual que genera sentido gracias a la dialéctica entre voces contradictorias a las que el ironista acude para significar, a través de un eco, a un mismo concepto. Anota el estudioso catalán que la ironía es un artilugio que tiene el poder de modificar «la expresión del pensamiento», permitiendo que un enunciado se libere de «las reglas de coherencia que la racionalidad pública impone» (1994: 361 y 322).

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diferentes: la intención directa del héroe hablante, y la refractada del autor. En tal palabra hay dos voces, dos sentidos y dos expresiones. Al mismo tiempo, esas dos voces están relacionadas dialogísticamente entre sí; es como si se conocieran la una a la otra (de la misma manera se conocen dos réplicas de un diálogo), y se estructuran en ese conocimiento recíproco, como si discutieran una con otra. La palabra bivocal está siempre dialogizada internamente [Bajtín, 1989: 141-142].

Al tener lo anterior como base, no me tardé en llegar a la conclusión de que lo mismo sucedía con los modos de la escritura cuya mezcla causa la hibridez estilística de El arte de la fuga. Esta heterogeneidad de la obra me pareció de repente como el fruto de la asociación que se da en su interior entre discursos de diferente naturaleza genérica: ensayos sobre temas literarios o artísticos, fragmentos de diario, crónicas de viaje, relatos de ficción, diálogos entre personajes «reales» o de fantasía, ecos de la escritura no literaria (como el periodismo) y alusiones a la fotografía, al cine y a las artes escénicas, como el teatro o la ópera. Al combinarse entre sí, tales voces se someten (así como lo hacen las de los escritores, de las obras y de sus personajes) al orden del nuevo contexto, sacrificando su autonomía estilística en pos de una unidad superior, la trama novelesca, que cobra coherencia gracias al matiz autobiográfico que la escritura aparentemente les impone. Sin embargo, al mismo tiempo, dichas voces también aportan a la trama sus contenidos, unos paquetes semánticos laberínticos como un Aleph, en cuya significación se encuentran las acepciones que todo hombre, grupo social y época histórica le ha atribuido a estos discursos. Estos, una vez que se someten al diálogo interno a la obra, se reconfiguran y comienzan no solo a significar sus «viejas» acepciones, sino a refractar la manera en que se configura la escritura de la memoria, denunciando su identidad de híbrido novelesco, y, por extensión, a producir un reflejo sutil y, por cierto deformado, del carácter heterogéneo de la personalidad del memorista.3 3. La configuración de la trama como un relato autobiográfico provoca que ésta se resignifique mediante los contenidos del diálogo interno al concepto de «autobiografía». Este comprende la polémica alrededor del carácter dual del género, suspendido entre una pretendida referencialidad y la conciencia de que en su escritura a menudo se filtra la ficción. De tal manera, el

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En sus numerosos comentarios a la obra o, si se prefiere, en sus textos de matiz meta-literario, Pitol muestra estar consciente de este fenómeno, así como lo confirma la cita que sigue, en la que la mezcla genérica que constituye a El arte de la fuga se presenta como una actividad jocosa de experimentación creativa: [...] encontré en un cajón de mi escritorio algunos artículos, ensayos, textos de conferencias y otros papeles. Decidí reunir los que más me interesaban para organizar un libro de ensayos. Añadiría unos cuantos más para trazar puentes entre ellos a fin de que el libro tuviera unidad. Escribí entonces la crónica de una sesión de hipnosis ocurrida tres años antes [...] cuando terminé advertí que era bastante excéntrico colocar ese texto entre unos ensayos académicos. A estos paulatinamente los fui desechando y cambiando por nuevos capítulos diferentes, leves y celebratorios. El resultado fue una autobiografía elíptica, cordial y de cierta manera extravagante [...] en esta fuga de géneros literarios casi todos los ensayos se imbrican con algún relato. El ensayo y la narración se unifican. Uno de los lemas más entrañables de los alquimistas es «Todo está en todo». En mis obras anteriores tuve tentaciones de poner a mi escritura a la sombra de ese lema, pero solo en El arte de la fuga logré realizarlo [Pitol, 2006a: 10-11]. contenido «autobiografía» se convierte en el sustrato que la memoria aprovecha para dar vida a un mecanismo irónico que por un lado desenmascara la continuidad existente entre la escritura referencial y la creación literaria y, por el otro, se postula como un reflejo de su estilística heterogénea. Al igual, el género ensayístico le permite a la escritura de la memoria hacer alarde de los contenidos relacionados con su universo: la herencia de Montaigne, caracterizada por la reflexión sobre los temas más variados, por la argumentación cordial, elíptica, enemiga de las respuestas definitivas; y los valores propios de la tradición hispanoamericana del género, que, como lo recordaba Germán Arciniegas, nació con el encuentro entre europeos y americanos, y que, desde el principio, demostró ser la forma ideal para que los hombres del Nuevo Continente se imaginaran (se ensayaran) en un mundo desconocido. Por ello, el ensayo se convierte en la forma mentis del hombre de América, en su manera de enfocar a la realidad y buscar a su propia identidad ante la cultura occidental (Arciniegas, 1993). Los contenidos relacionados con el «ensayo» contribuyen a la disimulación de la trama autobiográfica, ya que, a una primera mirada, la obra se presenta como una antología de textos ensayísticos donde, junto con la reflexión, aparecen alusiones a la existencia del autor, sus confesiones y la expresión asistemática de sus puntos de vista. Las alusiones al ensayismo del Nuevo Continente, al mismo tiempo, participan en la construcción del retrato autobiográfico del narrador-personaje, aludiendo a su condición de hombre americano que, confrontándose con la cultura occidental, va en busca de su identidad personal y artística.

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ALGUNAS PÁGINAS HAN SIDO ELIMINADAS

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se de mí, consciente de que la hipótesis de filiación de El arte de la fuga al tercer tiempo, basada en el carácter plurilingüe y en la hibridez estilística de su prosa, parecía fascinante, pero aún estaba lejos de demostrarse. Me parecía evidente que no bastaba con la identificación de la voz de su narrador y de sus contenidos ideológicos con los de escritores y obras de esta fase, europeos o americanos que fueran. Y tampoco era suficiente que en su seno, junto con las voces literarias de los contemporáneos, se reconociera el eco de los ejemplos primordiales de la novela, con su risa esperpéntica y sus excesos de parodia carnavalesca. Era necesario que el texto de Pitol también me revelara cómo dicha voz y aquellos contenidos dialogan entre sí para dar vida a su arquitectura discursiva, para crear un macro-signo estético detrás del cual se debía percibir cómo el escritor mexicano vive y reinterpreta la obsesión formal que anima a las obras del tercer movimiento de la tradición novelesca. Estoy seguro de que si en ese entonces hubiese conocido el poder del enfoque cualitativo aplicado a los estudios humanísticos habría apelado, a sostén de mis postulados, a la intuición subjetiva. Sin embargo, a causa de mi juvenil inexperiencia del mundo y de las teorías que lo explican, yo lo ignoraba y el único salvavidas con el que pude contar fueron una vez más los estudios bajtinianos y, en lo específico, las reflexiones del ruso sobre la estética de la novela. Para Bajtín, en el corazón de la estética novelesca se encuentra la forma estética, una alquimia que se produce cuando los materiales de una obra (en concreto, el lenguaje o los lenguajes que un escritor utiliza) se encuentran y se fusionan con los contenidos de la misma (las ideas éticas y el conocimiento que se filtran a la trama gracias al patrimonio ideológico del plurilingüismo).6 Sin embargo, en pos de la creación de la forma, las categorías aludidas no poseen la misma importancia: el material tiene un valor puramente instrumental y funciona como un elemento técnico que queda excluido del macro-signo estético. Más bien, participa desde afuera en su proceso de creación, en el que cumple el papel de aislar los contenidos, de separarlos del contexto de la lengua real y proyectarlos en el universo de la 6. «La forma artística es la forma del contenido, pero realizada por completo en base al material y sujeta a él» (Bajtín, 1989: 60)

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obra. Por lo contrario, el contenido es, quizás, el componente principal de la forma, puesto que esta «tiene que ver siempre con algo ya valorado [...] ante lo que tiene que adoptar ahora, de manera responsable, una posición valorativa» (Bajtín, 1989: 31). Estas palabras tienen el mérito de subrayar el carácter humano, social e histórico de la forma, cuyos ingredientes clave, los contenidos, no son sino las imágenes discursivas de las acciones y los conocimientos que existen en las culturas y sub-culturas de toda época, sobre las que la trama aplica su re-valoración, convirtiéndolas en imágenes estilizadas que, en su contexto discursivo, actúan como signos bivocales (o, incluso, plurivocales) y participan, como es menester, al diálogo interno, a la obra de macro-significación. ¿Cómo funciona el mecanismo que combina las esferas de los materiales y de los contenidos provocando el nacimiento de lo estético? ¿Qué criterio orienta la creación de la forma? La respuesta a estas preguntas se encuentra en la labor del artista, quien la crea modelando los contenidos y los materiales acorde a algo abstracto y, sin embargo, poderoso: la idea arquitectónica, detrás de la cual, explica Bajtín, se encuentra un reflejo del «espiritual y material del hombre estético» (1989: 26). Como se deduce de sus palabras, el semiólogo ruso advierte que detrás de las innumerables posibilidades que encierra la idea arquitectónica, de la variedad de imágenes que esta puede hacer concretas en la forma de una determinada obra, se esconde el rostro del hombre idealizado, valorado artísticamente. El valor estético de una novela, entonces, radicaría en su capacidad de reflejar las posibilidades de la acción y de la cultura humana, con el objetivo de perseguir el ideal de un hombre que se perfila en el signo arquitectónico. Sin embargo, como añade el ruso, el estudio de la estética de una obra literaria solo es posible si se enfrenta considerándola como una «forma significativa», es decir, como la manera en que cada obra dice a la idea arquitectónica que la inspira, o, si se prefiere, como el modo que tiene para significarla a través de la estilización y el diálogo de los contenidos, ya que «todos los aspectos de la palabra que realiza la forma desde el punto de vista compositivo, se convierten en expresión de la actitud creadora del autor frente al contenido» (Bajtín, 1989: 73). Cuando observé a El arte de la fuga a la luz de estas reflexiones, me convencí de que, en su trama, la concretización de la 28

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idea arquitectónica se lleva a cabo a través del coro de voces que integran la máscara ensayístico-autobiográfica con que la prosa novelesca se encubre. Es más, creí haber descubierto que la realización de dicha idea, la del humano ético-estético, podía reconocerse al volver a juntar los fragmentos del Bildungsroman escrito e interpretado por el personaje Pitol que se encuentran esparcidos por el aparente caos plurilingüe de su trama. Y que esta reorganización se podía llevar a cabo aprovechando el poder bivocal de los discursos evocados, los mismos que, al compartir los valores de su psique, representan al personaje Pitol (a su historia narrada y, por ende, al humano ideal cuya silueta se vislumbra detrás de su relato) de manera parcial, indirecta o, incluso, paródica.7 Mas, ¿cuál era la figura según la cual se organiza este coro? o, mejor dicho, ¿según qué mecanismo se pro7. Esta visión se sustenta en la coincidencia que Bajtín establece entre el hombre ideal y la novela, una identidad que, aunque aparentemente imposible, se hace concreta a la luz de la descripción de cómo, siguiendo un proceso comparable con las dinámicas del diálogo novelesco, los seres humanos desarrollan su psique. A tal respecto, el pensador ruso destaca que la subjetividad no se encuentra en el ser humano desde el nacimiento, sino es el fruto de dinámicas sociales que, además del «yo», involucran a los «otros». Éstas pueden ser descritas como un diálogo entre el individuo y los sujetos que pueblan un determinado entorno histórico-social, en el cual cada interlocutor expresa una visión del mundo. Al interiorizar este diálogo, donde la palabra propia y la ajena se funden, el sujeto se transforma, porque acoge en su interior la huella del «otro». Protagonista absoluto de este proceso es la palabra, un signo que, explica Bajtín, cada sujeto carga de valoraciones personales, interpretándolo a la luz de otros signos valorados en precedencia en su interioridad: «la psique subjetiva se localiza entre el organismo y el mundo exterior, como si estuviese en la frontera entre estas dos esferas de la realidad» (Voloshinov, 1992: 52). De tal manera, la psique se presenta como una heteroglosia animada por el diálogo entre la palabra del sujeto y la del «otro»: una «lucha» que, a cada momento, forja una nueva personalidad como una síntesis de sus contenidos. La concreción estética del hombre en el discurso novelesco, además de significar el carácter narrativo de la personalidad, se postula como una figuración irónica de la memoria. Dicha representación se muestra como una puesta en duda de la pretendida infalibilidad del recuerdo que el sentido común describe como un mecanismo perfectamente organizado y que, en realidad, no es sino «un truco que ha inventado la evolución», como bien afirma el psicólogo Endel Tulving (citado por Ruiz-Vargas, 1997: 10). La figuración irónica del recuerdo en el discurso novelesco permite vislumbrar que, al igual que la personalidad, también las remembranzas poseen un carácter narrativo, puesto que toda reconstrucción que se hace de la vida pasada es un proceso de valoración y re-escritura de los contenidos «memorizados».

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duce el diálogo de los contenidos que hace que, en la trama, el macro-signo forma estética se concrete en un juego de espejos que redobla a la imagen del personaje Pitol, de sus memorias y de los «otros» que viven en su «yo» con el reflejo de un ser humano ideal? La clave que justificaría la inclusión de la obra en el panorama del tercer tiempo se escondía en la solución de estos dos arcanos. Por primera vez estoy seguro de que no miento si digo que nunca habría llegado a encontrar dichas respuestas de no ser por el azar que un día de estos en que, por no tener nada que escribir, me hacía el flâneur por Xalapa, hizo que me encontrara con un viejo conocido. Se trataba de Juan Carlos, un jarocho estudiante de la maestría en Composición Musical que también era (y, espero, todavía es) un creador talentoso, como lo demuestran su Sonata a Jorge Cuesta y su Sinfonía inconclusa para chelo, lavadora y pelota de ping-pong. En definitiva, será él quien, gracias a sus competencias extra-literarias me habló de un género musical que algunos describen como polifonía imitativa, en el cual una primera melodía, llamada sujeto, se presenta bajo diferentes facciones en un sinnúmero de episodios o divertimentos que, de alguna manera, la imitan. Bastó solo esto para crear una iluminación repentina que cerró con broche de oro mi querella en torno al carácter novelesco de El arte de la fuga, mostrándome que la forma estética de la obra de Pitol, es decir, el mecanismo de su diálogo interno, se estructuraba con lúdico rigor como una transposición literaria del contrapunto musical, también conocido, por la obra de Bach que inaugura su tradición moderna (y que le da el nombre al texto de Pitol, ¡ay de mí!), como el arte de la fuga. Detrás de esta elegante parodia formal del rigor aristotélico del segundo tiempo se escondía el reflejo de un alma humana y de una escritura hechas de discursos y géneros que irónicamente se espejean uno en el otro para ocultar y, a la vez, dar vida a una extravagante novela. Fue entonces que el tercer tiempo volvió ante mis ojos o, mejor dicho, entró en mis oídos, retumbando en las voces de Thomas Mann, Lev Tolstói y Alejo Carpentier y de sus La montaña mágica, Doktor Faustus, La sonata a Kreutzer y Concierto barroco, unas novelas no solo inspiradas al universo de la música, sino construidas aplicando a la escritura los principios de la composición musical. Justo como el primer texto de la memoria de Pitol. 30

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En las páginas que siguen comparto la lectura de esta primera fuga literaria de Pitol que se derivó de las sugestiones anteriores. En ella propondré una comparación entre las voces del plurilingüismo y del pluriestilismo de la trama (palabra del narrador, de las personas que conoce en su vida, autores, obras y personajes literarios, artistas y obras de arte, ensayo, relato, diario, autobiografía, etc.) y las notas que integran el patrimonio armónico de una fuga de Bach, para reconstruir con estas notas discursivas las figuras del contrapunto literario en torno a que se configura el diálogo interno a la trama. De esta manera, espero evidenciar cuáles son los discursos ajenos detrás de los cuales se perfila el carácter novelesco de la prosa de la memoria y, al mismo tiempo, reconstruir el rompecabezas del retrato de su protagonista autobiográfico, este personaje de novela llamado Sergio Pitol que, al verse hecho por el diálogo que en su discurso personal se da entre su «yo» y la voz del «otro», se descubre como un reflejo de un ser humano ideal hecho de vida, arte y literatura. La redacción de este libro no habría sido posible sin el cariño y la comprensión que me han brindado el maestro Sergio Pitol y mi esposa Akie. A ellos está dedicado este trabajo. Para mi suerte pude contar también con la ayuda impagable de mis padres, Umberto y Morena, así como del constante apoyo de Elizabeth Corral, Francesco Panico, Donají Cuellar, Norma Angélica Cuevas, Raquel Velasco, y de los compañeros integrantes del cuerpo académico Estudios Literarios de la Universidad Autónoma de Querétaro: Marco Ángel, Carmen Carrillo, Gerardo Argüelles, Victor Grovas, Francisco Ángeles y Rogelio Tellez. A todos ellos doy las gracias por su imprescindible aportación. También quiero agradecer a todo el equipo de trabajo de la Facultad de Lenguas y Letras de la UAQ, a su directora, Mtra. Verónica Núñez Perusquía, y a su Secretaria Académica, Mtra. Bertha Lucio, por dar vida a un ambiente de trabajo sano, estimulante y retador, donde a diario reforzamos nuestros conocimientos y nuestra pasión por las letras y el lenguaje. Finalmente, es importante destacar que la publicación de este libro se financió con recursos del PFCE 2017 de la Universidad Autónoma de Querétaro.

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ÍNDICE

PRELUDIO. El arte del aprendiz de brujo, por Marco Ángel .........

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INTRODUCCIÓN. Una novela en... fuga ..........................................

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1. Exposición ............................................................................... El tema .................................................................................... La respuesta (I) ....................................................................... La coda (I) ............................................................................... La respuesta (II) ...................................................................... La coda (II) ............................................................................. La respuesta (III) .................................................................... La coda (III) ............................................................................ El contrasujeto ........................................................................

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INTERLUDIO. La musicalidad de ser escritor, por Francisco de Jesús Ángeles Cerón ...........................................................

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2. Cuerpo ..................................................................................... La exposición de la fuga .......................................................... Los divertimentos de la fuga .................................................... El divertimento de «la vida y la literatura» ......................... El divertimento de la «memoria» ....................................... El divertimento del «hombre civilizado» ............................ El divertimento del «viaje» .................................................. El divertimento de la «tradición excéntrica» ...................... El pedal de la fuga ...................................................................

57 57 63 64 74 79 85 88 95

3. Pedal ........................................................................................

105

POSLUDIO. La coda de Panurgo, por Francesco Panico ...............

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BIBLIOGRAFÍA ...............................................................................

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