Ellas y no siempre el espejo

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Ellas y no siempre el espejo



Ellas y no siempre el espejo Gabriel MartĂ­n



la ANGeLICAL GARGANTA DE ANGÉLICA Ella era Lo en las mañanas, Lo, simplemente. En pantalones era Lola, Dolly en la escuela. Ella siempre era Dolores en las líneas de un formulario. Pero en mis brazos siempre fue Lolita. VLADIMIR NABOKOV

Afuera podría estar lloviendo, quizás sea de noche y usted no recuerda cómo llegó a este lugar. Usted se dirige al espejo, y a no ser por la luz de una vela pegada a la superficie del mismo, se extrañaría al no reconocer su rostro. Y eso, usted lo sabe, es síntoma de vampiro; al igual que la piel membranosa que le crece bajo las axilas, la ceguera diurna y sus quijadas que se estiran. Es increíble lo que se puede hacer con una pluma: usted está aquí porque se me ocurrió escribir un cuento de vampiros; sé que preferiría estar cómodamente recargado en un sofá, descansando los pies en la mesa de centro y con una coca y un sándwich al alcance de la mano. Ahora estaría viendo una película: Sisi, empera-

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triz, El rapto de las Sabinas, alguna de esas o el resumen de fútbol. A mí se me ocurre que sus domingos podrían ser más interesantes. Tal vez ahora siente la necesidad de salir a perderse entre las calles y la noche. Entra a un burdel cualquiera, que de esos hay muchos, y espera a que una mujer lo aborde. A usted, sin mí atrás de la hoja, le cobraría una semana de sueldo por tan sólo una hora de plática, dos cubas —o una porque ella toma limonada— y una calentadita para decidirlo de una buena vez. Por eso el trato lo hago yo, porque tratar con ellas no es para modestos padres de familia que dedican sus tardes de domingo a las películas en casa. Usted lleva la mano al bolsillo del saco, en lugar de su billetera hay una navaja de resorte. Fui yo quien la puso ahí para hacer las cosas más interesantes. Soy sus actos, no el responsable de ellos; es usted el que paga la cuenta y el alquiler del cuarto, y el que amarra las muñecas de la mujer a los barrotes de la cama. Parece que a ella no es la primera ocasión que le sucede esto: ya abrió las piernas, clavó la mirada en el techo y aceleró el ritmo de mascar el chicle. Es toda una profesional en estos casos, y así, francamente, no valen la pena sus colmillos erectos bajo el bigote, ni la navaja, ni mucho menos los diez minutos que llevo escribiendo. Ese hombre, en la salida del colegio, observa todas las tardes a las niñas que regresan a sus casas después de clases. Es un profesor de matemáticas tal y como lo indica el prototipo. A pesar de las piernas firmes y los pechos retando a los tirantes del uniforme, él llama a sus estudiantes niñas. Jamás se le ha ocurrido que las tobilleras, las faldas plisadas tres dedos arriba de la rodilla, el uniforme abierto al frente y el cabe-

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llo en trenzas pueden ser excelentes afrodisíacos. Ese hombre a la salida del colegio nunca se ha molestado en leer a Nabokov y a sus alumnas no les interesa ser la Lolita del maestro Martínez, que ese debe ser su apellido a juzgar por los lentes reparados con cinta Maskin, y el traje mal cortado. De algunas letras a esta parte, el hombre a la salida del colegio es usted. Aún conserva la navaja, su nombre es Juan Martínez y gracias a mí, ya descubre el encanto de los zapatos sin tacón. Algunas muchachas se han quedado a platicar junto a la cancha de volleyball. Una de ellas, la de las tobilleras rosas, es su alumna desde hace dos años. Se llama Angélica. Acercarse al grupo, preguntar cómo va todo, poner cara de interés, nada más natural para quien les descifra los misterios de las tangentes, los cosenos, los... qué hermosos... los tirantes de Angélica... que respiran. En otra situación las cosas no hubieran ido más lejos. Para eso estoy aquí, para forzar las situaciones y que Angélica aproveche la oportunidad y piense en mejorar sus promedios: adentro de cada uniforme de colegio hay una Lolita que se ignora. El Valiant setenta y cuatro ha recibido varios golpes que el profesor Martínez prefiere pasar por alto; si los interiores no fueran de color negro, tanto polvo y cenizas de cigarro podrían pasar inadvertidos. Angélica, como toda jovencita bien educada, no acostumbra fijarse en detalles, lo que la incomoda es la mirada atrás de los lentes, que intenta adivinar la forma de sus piernas bajo la falda. También las preguntas sobre el novio y su tiempo libre fuera del colegio le molestan. «No , no tengo novio, maestro, mis padres nunca

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me dejarían... me la paso leyendo y a veces le ayudo a mi mamá»: Hay siempre un temor comprensible en las niñas que suben al automóvil de su maestro de matemáticas. Angélica piensa que de mejorar sus calificaciones será más fácil convencer a su padre con aquello del Volkswagen para su cumpleaños: «Conque le enseñe un poquito y este viejo se vuelve loco y seré la única con vocho en el salón»: Hay siempre un poco de malicia, un algo atrás de la sonrisa en las niñas que se suben al automóvil de su maestro de matemáticas y esperan un Volkswagen para su cumpleaños. Lo primero que debe hacer usted es limpiarse la saliva, cerrar la boca y pararse a un lado del camino. Si le parece que es muy de día y la calle transitada, no se preocupe, déjemelo a mí. El sol perdió su cabellera y se ve algo pálido, parece un gran queso colgado en el cielo, más bien se diría la luna porque es ella la que acostumbra salir cuando todo está oscuro y el maestro Martínez conduce su Valiant gris por una carretera abandonada; estaciona el automóvil y le dice a Angélica que no tenga miedo, que no piense mal. Profesor Martínez, de ahora en adelante limítese a lo que escribo y deje a la niña pensar mal o bien, tener miedo, placer o lo que me plazca. Por ejemplo que será usted quien le regale un buen estéreo y unas bocinas muy potentes para su vocho nuevo. Ahora recordemos que yo escribo y usted vive una historia de vampiros, olvide al bueno del profe Martínez y sienta como le crecen los colmillos, las uñas; déjese llevar por mi pluma, y poco a poco, con ella, acelere el ritmo de su respiración. Asegure el freno,

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acérquese, tome sus muñecas con fuerza; recuerde las bocinas, el estéreo, ofrezca, tiene que aceptar, debe hacerlo; abofetéela, otra vez, otra, otra... tome la navaja, póngala en la angelical garganta de Angélica, beba sus lágrimas, bébalas como aperitivo; descúbrale los hombros, el cuello..., sobre todo el cuello, aspire el aroma del miedo en ese cuello; disfrute este momento todas y cada una de las palabras que dure; acaríciele el pecho, sienta cómo los pezones se endurecen bajo el contacto de la navaja; deje la navaja, ya no es útil. Es un cuerpo hermoso el de Angélica, así, temblorosa, recargada contra la puerta del auto, con sus formas redondas, firmes, con la luz de la noche y el sudor de su miedo, la piel de Angélica brilla. Angélica brilla... Brilla. Angelical Angélica a la luz de la luna. Angélica tiene abierta la camisa y el sostén roto sobre las piernas. El miedo ya no esconde tu inocencia y eres más hermosa a cada sollozo. Eres muy hermosa, soy el que te escribe, el que te sueña y escogió de entre todas tus compañeras; jamás habías sido tan perfecta como en este instante, así, toda mía... sería un pecado desnudarte por completo. Ojalá pudieras verme, te verías en mis ojos, yo te veo en los míos, adentro de ellos, adentro de una página que te va dibujando. Te veo tomar la navaja y amenazar ¿a quién? El profesor Martínez y sus ansias de vampiro me tienen sin cuidado, su espalda tampoco me importa, puedes enterrarle la navaja cuantas veces quieras, cinco, seis, mil, un millón de veces; adelante, destrózalo, pero cuando bajes del automóvil con las manos llenas de sangre y las ropas en jirones, cuando encuentres a alguien en la carretera

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que te ayude, cuando intentes dormir y olvidar todo esto, espero que entiendas que sin darme cuenta en un inicio, todo esto lo hice por ti...


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La angelical garganta de angélica Amelia los domingos en su casa La otra alicia en el espejo Verónica Un guachinango de buen tamaño ¿Otra margarita? Viñeta de humo Cosas de viejos «Travelling» de once a tres A las dos se casa lupita El caso de la oficinista de las buenas piernas Un hormiguero entre las piernas Para los nacidos esta noche



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2003 © 2010 © 2015 Gabriel Martín 2015 Editorial Paraíso Perdido Barra de Navidad 76-C Guadalajara|México|44110 editorialparaisoperdido@gmail.com ©

primera edición, Mantis Editores 2003 segunda edición, C&F Ediciones 2010 primera reimpresión, Paraíso Perdido 2015 corrección ortotipográfica Isabel Jazmín Ángeles imagen de portada © Antonio Marts diseño de la colección Antonio Marts diagramación y diseño editorial TYPOtaller isbn 978-607-8098-06-4 Se autoriza la reproducción de este libro total o parcialmente, por cualquier medio, actual o futuro, siempre y cuando sea para uso personal y sin fines de lucro. Impreso y editado en méxico



Ésta edición de Ellas y no siempre el espejo, fue impresa en la ciudad de Guadalajara en agosto de MMXV. En su composición se usó la fuente Calluna de 9 11,y 19 puntos y Boomer Slab de 12, 14 y 26 puntos.




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