Historias de madres, historias con madre

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Historias de madres, historias con madre Cr贸nicas del maternaje


coedición

Sindicato Único de Trabajadores de la Universidad de Guadalajara Editorial Paraíso Perdido derechos reservados

© 2015, Alicia Caldera Quiroz [La página 95 es una continuación de esta página de créditos] © 2015, Sindicato Único de Trabajadores de la Universidad de Guadalajara Juan Ruiz de Alarcón 138 Colonia Americana Guadalajara|México|44160 Francisco Javier Díaz Aguirre secretario general

Alicia Caldera Quiroz secretario de comunicación social

© 2015, Editorial Paraíso Perdido Barra de Navidad 76-C Guadalajara|México|44110 www.editorialparaisoperdido.com editorialparaisoperdido@gmail.com primera edición, noviembre 2015. isbn 978-607-8098-74-3

Se autoriza la reproducción de este libro total o parcialmente, por cualquier medio, actual o futuro, siempre y cuando sea para uso personal y sin fines de lucro, citando al autor y a la editorial. Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico


Historias de madres, historias con madre Cr贸nicas del maternaje ALICIA CALDERA (COMPILADORA)



Índice

Prólogo ---------------------------------------------------------- 7 ducange médor

Los crisoles de mi maternidad --------------------------------------- 13 mayra patricia ayón suárez

Un texto que no me dejaba dormir: hablar de la maternidad y el trabajo, ¿es importante?--------------------------------------- 21 alicia caldera quiroz

La adaptación de la maternidad -------------------------------------- 27 sandra c. díaz cordero

Nadie puede servir a dos amos… pero a veces sí ------------------------ 33 karla garduño

Demasiado tiempo a la maternidad ----------------------------------- 41 carol johnson

Tirar madres a su casa: La hostilidad hacia las prácticas de paternidad y maternidad en los espacios públicos -------------------- 47 liliana lanz vallejo


Mi experiencia de ser mamá o de cómo sentirse abrumada por todos los sentimientos, sanar heridas y salir adelante -------------- 61 ana lilia larios solórzano

Tiempo de madres ------------------------------------------------- 67 sofía orozco vaca

Crónicas de una mamá --------------------------------------------- 79 karina torres

de las autoras ------------------------------------------------ 93


Prólogo ducange médor

Hace algunos años, entré a la sala de profesores de una universidad donde enseñaba con uno de los cinco tomos de la Historia de las mujeres de Duby y Perrot (1993) bajo el brazo. Al ver el título, un colega exclamó: “¡Qué chingón! Una historia de las mujeres!” Para enseguida agregar, como en un rapto de desilusión: “¡Pero escrito por un cabrón!” Es posible que el lector de este libro sobre experiencias y percepciones de un grupo de mujeres madres sobre la maternidad o su maternidad se sorprenda de que esté prologado por un varón… o un “cabrón”, como dijera aquel colega. Para nuestro sentido común sexista, un libro de y sobre mujeres debería contener únicamente reflexiones, vivencias y perspectivas de mujeres. Más allá de las apariencias, aún estamos anclados en la estereotipada concepción según la cual las mujeres deben ocuparse de las cosas de mujeres, y así los hombres. Cuando mi amiga Sandra, una de las autoras de este volumen, me propuso redactar las primeras líneas de este libro sobre experiencias de maternidad, de forma espontánea contesté que sí. Porque sabía que me invitaba no tanto en calidad de hombre —como si pudiera aportar una cuota del capital simbólico que parece entrañar el sólo hecho de ser varón, según la fórmula de Bourdieu: “la masculinidad como una forma de nobleza”—, sino por mi obstinación a considerarme como una persona humana antes que un hombre. Generalmente, siento más simpatía por las virtudes y cuestiones calificadas de femeninas que las masculinas, y suelo hallar mayor interés en las conversaciones de las mujeres sobre 7


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sus “asuntos” que en las de los varones y los “asuntos” correspondientes. Esto me ha valido de la misma amiga el ingenioso mote de “lesbiano”. Y es en cuanto tal que escribo estas notas: como quien por un accidente nació macho, fue criado como hombre y lleva años esforzándose por “deshacer el género” y construirse como un ser humano. Acepté ser parte de este iniciativa porque estoy convencido de que las cosas de las mujeres son o deben ser también cosas de los varones y viceversa. La maternidad es también cosa de hombres. Y biológicamente lo es, salvo que nuestra socialización nos ha enseñado lo contrario. Según el primatólogo Franz de Waal, ser mamífero se define por la capacidad de cuidar o de brindar protección; características que son, a mi entender, definitorias de la maternidad. Varones y mujeres tenemos la misma capacidad para criar, cuidar y proteger, salvo que somos educados para idenficar la protección masculina con el poder, el control y la dominación y no con la empatía y el cariño (Szil, s/f). Soy un convencido de que la atribución sexista de virtudes, sentimientos y actividades a mujeres y varones es perjudicial para todos y nos limita seriamente en nuestras posibilidades de libertad, de bienestar, de autorrealización. Por eso me esfuerzo con otros por luchar en contra de esos muros simbólicos que encajan a ellas y ellos en universos que pueden ser contrarios a sus disposiciones más profundas. Mi participación en este volumen es un acto simbólico de resistencia contra las murallas erigidas por el género y de solidaridad con los reclamos de las madres porque en esta sociedad maternar y trabajar no sean funciones opuestas. Pienso que en muchos momentos de mi vida he sido madre. He cuidado, querido y me he preocupado por otros (sobre todo niños) casi como lo hubiera hecho una mujer madre. Digo casi porque, como dice una autora, ser madre es una tarea que dura toda la vida; y porque parecería que hay en las hembras cierta propensión biológica a cuidar a sus crías más que los machos, resultante de la mayor inversión en la gestación y del mayor costo de reposición (De Waal, 2011; Trivers, 2013). Como sea que fuere, se trata simplemente de una ligera diferencia en la inclinación (que las circunstancias pueden exacerbar o menguar) mas no en la capacidad. En el libro que tenemos entre manos un grupo de mujeres madres narran el lento y acelerado, gozoso y angustiante proceso por el que aprendieron a convertirse en madres. Hay muchos puntos de encuentro entre las narraciones, pero cada una es particular. Todas son madres pero hay

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prólogo

tantas formas de ser madre como hay mujeres que lo son. La maternidad es una y múltiple. Más allá de sentimentalismos y falsa cortesía, digo sin ambages: es para mí un enorme privilegio y un honor ser el único varón invitado a colaborar en este libro. Hace algunos años, tuve la oportunidad de entrevistar a algunas de las autoras para una investigación en la que una parte trataba del tema de este volumen. Leer sus experiencias me hizo recordar aquellas horas de entrevistas en las que me contaron situaciones y preocupaciones un tanto idénticas a las que el lector leerá en las siguientes páginas. Todas estas experiencias confirman mi idea de que ser madre trabajadora en la sociedad méxicana es un oxímoron. Las estructuras laborales y familiares están ordenadas de modo tal que a las mujeres madres les resulta sumamente complicado ingresar al trabajo remunerado. Generar ingresos o empoderarse económicamente suele ser al precio de renuncias y sacrificios personales. Aquella idea sobre las dobles o triples jornadas de trabajo de las mujeres es muestra de eso. Más allá de la retórica de políticos y opinólogos sobre equidad de género y el derecho de las mujeres a generar ingresos propios, la realidad es que aún imperan en las mentes (e informan las decisiones y acciones de instituciones y empresas) la vetusta creencia de que las mujeres están mejor en casa al cuidado de sus hijos que en los espacios laborales. Ejemplo de ello es la experiencia de una de las autoras sobre lo que le hacen sentir otras mujeres cuando se enteran de que trabaja fuera del hogar. La culpa que sintieron todas ellas por dejar a sus hijos pequeños en una guardería o al cuidado de otra mujer tiene que ver con esas creencias que son parte de nuestro inconsciente y de nuestra normalidad de género. Es difícil no sentir coraje frente a la misoginia de muchos hombres en algunos espacios de trabajo. Se suele pensar que las universidades o los espacios educativos en general son lugares que, dada su mayor flexibilidad, dificultan menos la compatibilización maternaje-trabajo. En ocasiones es así, como en el caso de una autora que eligió laborar en el sector educativo porque podría empatar las horas de sus clases con las de la escuela maternal de sus hijos. Pero también, hay el caso contrario como el de la autora de otro texto del libro que fue despedida de la universidad pública so pretexto de que su maternidad interfería con su desempeño laboral. Los misóginos están en todas partes; salvo que en los espacios académicos tienen una importante ventaja: son capaces de disimular 9


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su desprecio hacia las mujeres detrás de investigaciones sobre violencia de género o de discursos demagógicos sobre equidad de género. Eso los hace más ciegos, recalcitrantes y arrogantes. Para las mujeres de este libro, ser madre es la experiencia más bella que pueda existir. Pero la vida de ninguna de ellas se reduce a la maternidad. Gozan de ser madres, disfrutan ver crecer a sus hijos, exultan de gozo al verlos dar sus primeros pasos, articular sus primeras palabras, entrar a la maternal, a la primaria, y así todo lo demás. También aman ser mujeres competentes como estudiantes, profesoras o profesionales diversas. Al contrario de la creencia aún dominante, la maternidad no es una cifra de su autorrealización y, a pesar de ¿insalvables? culpas, son más plenas sirviendo a dos amos: los hijos y el trabajo. Ambos son muy exigentes; quieren tener la exclusividad en la dedicación, en la atención, en el tiempo y en la entrega. La maternidad no deja tiempo para nada más, siempre falta tiempo para ser madre, sobre todo cuando se es trabajadora remunerada. Para éstas nunca es poco el tiempo que dedican a la maternidad, pero nunca es suficiente. La mayoría de estas madres trabajadoras viven una identidad en tensión entre maternidad y trabajo. Se las arreglan para que no falte tiempo ni para generar ingresos ni para que sus hijos estén bien atendidos. Mas, ninguna se considera heroína; consideran que su experiencia es ordinaria, semejante a la de millones de mujeres mexicanas que combinan trabajo con maternaje. Cristina Carrasco habla de la doble presencia-ausencia que viven las madres con trabajo extradoméstico. Están presentes-ausentes en el trabajo por estar preocupadas por sus hijos que dejan al cuidado de otros y presentes-ausentes en el hogar por estar ocupadas pensando en los pendientes del trabajo. No sé qué tan cierto sea eso. De lo que sí lo estoy es que la exigencia de conciliar esas dos funciones y ser eficientes en ambas ha permitido a estas mujeres desarrollar innumerables virtudes en un grado óptimo. Una enseñanza fundamental de estas experiencias es que la maternidad es una actividad colectiva. La antropo-primatóloga Sarah Blaffer Hrdy (1999) afirma que la maternidad exige la complicidad de toda una red o una comunidad de apoyo. Varios de estos relatos ponen eso de relieve. Uno se pregunta cómo algunas de ellas habrían podido terminar sus estudios profesionales sin el apoyo o la complicidad activa de sus compañeros de estudio, de hermanas, tías, mamás, etc. Criar es una

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prólogo

actividad comunitaria y cuando falta la red de apoyo, la maternidad se vuelve sumamente más agotadora. En un país como el nuestro, donde el apoyo público a la conciliacón familia-trabajo es residual, mucho se deja a la discrecionalidad, sensibilidad o sentido de la solidaridad de los jefes. El jefe “buena onda” permitirá que las madres que trabajan bajo su mando lleven a sus hijos a la oficina, tome horas de trabajo para asistir a festivales escolares, se ausente en caso de enfermedad, llegue más tarde o salga más temprano. Como la mayoría de quienes ocupan esos puestos son hombres, resulta que las mujeres necesitan de la autorización de los varones para sentirse plenamente madres. Desde luego, el objetivo de este libro es exponer las experiencias de algunas mujeres sobre la maternidad. El foco está puesto en las mujeres. De todos modos, no pude dejar de echar en falta la presencia de los hombres. Salvo una o dos excepciones, queda la sensación de que la complicidad de los hombres (parejas) en esas experiencias fue marginal o de menor peso que la de otras personas. Mi convicción de que el maternaje —si se entiende por tal la responsabilidad de criar, cuidar y proteger— no es tarea exclusiva de las madres y de que las madres no son necesariamente ni las únicas ni las mejores criadoras de los hijos me hace propenso a la suspicacia frente a esas ausencias. Según Michelle Rosaldo, las sociedades que separan rígidamente el espacio privado del espacio público son también las que vuelven la conciliación familia o maternaje-trabajo renumerado una verdadera carrera de fondo para las mujeres. La solución está en la utopía que consiste en confundir la frontera entre lo público y lo privado y en hacer del cuidado el centro de la vida social. Somos muy dados a decir que los niños son lo más importante de una sociedad; pero en los hechos se observa todo lo contrario. Como subraya una de las autoras de este libro, a menudo los niños son obligados a transformarse en adultos para poder ser niños: jugar pero en absoluto silencio, aburrirse pero sin manifestarlo, etc. Permitir que los niños sean plenamente niños en un mundo adulto o que el mundo de los adultos sea también de los niños, en esto radica quizás el principal reto de la conciliación. Porque en el mundo adulto de los niños o en el mundo niño de los adultos entenderíamos que es absolutamente ridículo otorgar sólo 45 días de “inhabilitación” laboral para las mujeres después de dar a luz y cinco días para los hombres. Tomaríamos menos en serio el mundo adulto y sus tonterías, y viviríamos menos estresados.

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Sólo así el cuidado de la vida de los niños, sí, pero también de los adultos, se volvería una realidad y una tarea de todos. Ante los tiempos que corren, no podría ser más oportuno este libro y las reflexiones que encierra. Si no todas, la mayoría de las madres que lo lean se sentirán descritas en cada una de las historias. ¡Ojalá esto contribuya a reforzar la necesaria solidaridad entre madres, entre mujeres a la que invita una autora! Y sobre todo, ¡ojalá mueva a la empatía y a la sensibilidad a los varones que por volición o indolencia contribuyen en la persistencia de la configuración de la maternidad a la mexicana, mientras que ellos se niegan a maternar…a cuidar!

Referencias Blaffer Hrdy, Sarah (1999). Mother Nature. Maternal instincts and how they shape the human species, New York, EE.UU.: Ballantine Books. Carrasco, Cristina (2001). “La sostenibilidad de la vida humana: ¿un asunto de mujeres?”, en Mientras Tanto núm. 82 (otoño- invierno de 2001), pp. 43-70. Duby, Georges y Michelle Perrot (1993). Historia de las mujeres (5 volúmenes). Madrid, España: Taurus Rosaldo Z., Michelle (1979). “Mujer, cultura y sociedad. Una visión teórica”, en Olivia Harris y Kate Young (comps.), Antropología y feminismo, Barcelona, España: Anagrama, pp. 153 – 181. Szil, Péter, s/f. “Masculinidad y paternidad: del poder al cuidado”, [en línea], http://www.szil.info/home/es/publicaciones Trivers, Robert (2013). La insensatez de los necios. La lógica del engaño y el autoengaño en la vida humana, Madrid, España: AKAL. Waal, Frans de (2011). La edad de la empatía. Lecciones de la naturaleza para una sociedad más justa y solidaria, México: Tusquets.

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Un texto que no me dejaba dormir: hablar de la maternidad y el trabajo, ¿es importante? alicia caldera quiroz

Quisiera escribir respuestas. Quisiera que otras mujeres pudieran encontrarlas en este texto y en este libro, pero la verdad, tengo más preguntas que respuestas. Yo era de esas que cuando veían chiquillos llorando a medio restaurant les decía a mis acompañantes al oído: —Que me lo presten cinco minutos y con tres nalgadas bien puestas, verás cómo se le quita el berrinche de por vida. Seguramente porque mi mamá ha platicado mucho la anécdota de que yo sólo hice un berrinche en la vida: en el Aurrerá, por un disco de Katy la oruga y tres nalgadas bien puestas me quitaron las ganas de volver a hacer berrinche. Entonces, estaba convencida de que, las nalgadas solucionaban cualquier imperfecto infantil y que, los escuincles, tenían que adaptarse al mundo adulto de inmediato. Luego, parí a mi hijo y leí mucho porque las preguntas me abrumaban. Y leí que Laura Gutman dice que excluimos a los infantes de nuestro mundo adulto. Y la exclusión siempre está muy mal ¿no? Hasta hay marchas mundiales para pedir la inclusión… entonces, decidí practicar la crianza con apego. Y la cosa se puso peor porque las preguntas se multiplicaron. La dichosa crianza con apego intenta decirle al niño (con hechos) que es importante que viva su infancia. Es decir, que lo que necesita es descubrir el mundo bajo el cobijo de sentirse seguro, protegido y amado. O sea, pues, que es un niño que juega todo el tiempo en el mundo del adulto que nunca juega. Una cosa realmente difícil de vivir para todas las partes involucradas. Sobre todo, porque los adultos pensamos que si el 21


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niño no se adapta al mundo adulto, tres nalgadas bastarán para adaptarlo… y los fantasmas del pasado vuelven a verme en los espejos de los otros que son extraños y que se cruzan en mi vivencia de esta crianza con apego. Por ejemplo, hoy mi hijo y yo acompañamos a mi mamá a hacer un trámite. Cuando llegamos había dos niños, un poco más grandes que mi hijo, sentados dibujando. Nos los presentaron como nietos de alguien. Mientras mi mamá hacía el trámite de oficina en oficina, mi hijo y yo fuimos a explorar el lugar y encontramos globos. De inmediato nos pusimos a jugar pateándolos y corriendo atrás de ellos. Los otros dos niños le preguntaron a su abuelo: ¿Por qué ese niño sí puede jugar? El abuelo contestó: Porque su mamá no lo educa. Y así, mi hijo (maleducado) y yo, nos divertimos mucho mientras el trámite ocurrió. Entonces, retomando un poco a Gutman, el mundo no tiene cabida para las crías. Son los niños quienes tienen que adaptarse a nosotros los adultos. Por lo tanto, tienen que olvidar jugar con su cuerpo para seguir sentados y callados (pero jugando con la imaginación en el mejor de los casos, o con la tablet/teléfono inteligente/computadora en el más práctico), por lo que es prácticamente imposible hacernos acompañar de los chiquillos a nuestro centro de trabajo. Por otro lado, me hace completamente feliz el estar en piyama, sentada en el piso armando un rompecabezas con mi escuincle. O mojarme en los charcos con él. O despeinarnos mientras jugamos luchitas. O inventarme una canción nueva que bailemos lo dos. Soy feliz. Y me siento plena, dichosa, encantada cuando todo esto sucede. Cuando recién nació y tuve que salir a trabajar, me costó mucho hacerlo. Pensaba todo el tiempo (aún lo hago) en él. La culpa me hablaba al oído y sentía que era una mala madre, pero también necesitaba seguir trabajando por el sueldo y porque tampoco podía dejar de pensar en mi otra vida: en dar clases, en la lengua, en la política, en la radio. Hoy que mi hijo ya no es un bebé y puedo verlo con más calma en mis emociones, me desconcierta pensar que eso del trabajo es otra vida, ¿por qué no puede ser la misma?, ¿por qué debe ser otra?, ¿soy yo?, ¿es el país?, ¿por qué tanto argüende? Y así comenzó la planeación de este libro. Creo que en la sociedad en la que vivo (la mexicana, específicamente la tapatía) la maternidad es una cosa y el desarrollo profesional es otra, si nos referimos a las mujeres. Desconozco si los hombres se sienten igual. Lo que sí veo/sé/reconozco son las miradas de desaprobación cuando

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un texto que no me dejaba dormir: hablar de la maternidad y el trabajo, ¿es importante?

me llevo al crío a la oficina (ni pensar en llevármelo a dar clases. Sería imposible. Aunque mi madre sí me llevó a mí a las suyas, pero acuérdense que a mí, tres nalgadas me bastaron para no hacer berrinches) . Y pienso en la fotos de las diputadas que se llevan a sus niños al Congreso. La italiana Lizia Ronzulli que se lleva a su hija desde nacida. Y la chilena Camila Vallejo que también llevó a la suya al Congreso y que fue muy criticada por otro de los congresistas diciendo que con su sueldo podría contratarse, sin problema, a una nana. Camila Vallejo luego, dio varias entrevistas en las que señaló la importancia de solucionar la incompatibilidad de la crianza con el trabajo. Ella argumentaba que quería estar con su pequeña hija (y la hija con ella) y por eso la había llevado al trabajo. Sin embargo, en CNN en un artículo de Emily Jane Fox publicado el 12 de agosto del 2014, la empresaria Rosie Pope menciona: “Lucho por aprender a estar en el momento. Cuando estás con los niños, no puedes pensar en la oficina. Y en la oficina, no puedes pensar en los niños. Odio pensar al final del día que no estuve presente”. Me acuerdo que alguna vez leí que Laura Gutman decía algo similar. Estuve buscándolo para citarlo aquí pero no lo encontré. Ella decía algo así como que no había ningún problema si la madre salía a trabajar mientras, cuando regresara a casa, estuviera completamente con el bebé. O sea que, apoya completamente el pensamiento de Rosie Pope. Pero yo no puedo. Yo no puedo tener dos vidas. Yo no puedo ir a clases y no dar ejemplos de la adquisición del lenguaje de mi niño. Y no puedo regresar a casa a jugar, a preparar la cena, a bañarlo sin que se me ocurran cosas para emplearlas en el trabajo. ¿Ven? Todo el tiempo siento que debo vivir dos vidas. Y no quiero. Yo soy una sola. Y mi vida es una que debiera integrarse en todos sus estadios. Por ejemplo, hago radio. Y me llevo al niño y no hay gran contrariedad. Pero creo que en ese caso influyen dos cosas: que el programa que produzco es de niños y que el trabajo es creativo por lo que no implica que yo esté con cara seria y adusta todo el tiempo. Esto no significa que no tenga procesos mentales mientras lo realizo: todo lo contrario. He de decir que es mucho más difícil cuando el niño va que cuando yo estoy sola. Sin embargo, que él esté ahí, me ofrece paz mental y emocional pues no tengo que apurarme al término del programa para volver a casa corriendo para estar con él. 23


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Pero no veo que sea posible que eso mismo suceda en otro trabajo que no sea de perfil creativo. Por ejemplo, imaginen que yo tuviera un cargo público y que, en lugar de dejar a mi hijo encargado con alguien, me lo llevara al trabajo por la tarde. Imaginen que ese trabajo implica tener muchas juntas con distintas personas. ¿Cómo creen que esas personas lo tomarían?, ¿creen que se sentirían cómodos?, ¿creen que la reuniones serían iguales?, ¿creen que todos lo tomarían con buena actitud? Yo creo que ni se sentirían cómodos, ni las juntas serían iguales, ni lo tomarían con buena actitud. Tú que me lees, ¿lo harías? Me veo antes de ser madre y, yo misma, lo hubiera visto raro. Aunque toda la vida he trabajado con niños y me encanta jugar con ellos. Quizá hubiera sentido que la junta no era lo suficientemente seria, formal, pues. Por supuesto, una junta de trabajo no es un lugar apropiado para un niño. Yo estaría forzando al niño a vivir una cosa que no le corresponde. Pero entonces, ¿qué? ¿De verdad sólo nos queda la opción de trabajo de medio tiempo? El tema es si existe exclusión invisible (¿sólo?) en el tema laboral para las madres que trabajamos. Un texto de la Organización Internacional del Trabajo escrito por Naomi Cassirer y Laura Addati, dice: “En todas las sociedades, las mujeres tienden a dedicar muchas más horas a labores no remuneradas que los hombres. Ese trabajo no remunerado de la mujer limita sus opciones en cuanto a poder participar en el mercado de trabajo, el tiempo de que puede disponer a ese efecto, y la distancia del hogar al lugar de trabajo, cuestiones que ocupan un lugar central en las discusiones sobre la igualdad de género”. Sin duda, hay mucho que pensar al respecto. La cuestión es que no existe discusión pública (ni privada) del tema. No estamos en la agenda más allá del período de incapacidad luego de parir o del tiempo que tenemos, por ley, para amamantar en horario de trabajo. Me pregunto: si estuviera en mis manos solucionarlo, ¿qué haría? Y tengo muchas propuestas en la cabeza que generan más preguntas aún. Por ejemplo: si todos los centros de trabajo tuvieran un espacio-guardería, ¿no seríamos más productivas?, ¿más eficientes? O, ¿qué pasaría si tuviéramos horarios flexibles en los que pudiéramos decidir dónde trabajar y que el desempeño se midiera en indicadores y no en horario de oficina? O, ¿qué pasa si, en los puestos de cargos públicos, se visibiliza la existencia de los hijos (de alguna manera) integrándolos al paisaje cotidiano? 24


un texto que no me dejaba dormir: hablar de la maternidad y el trabajo, ¿es importante?

Ya es hora de que veamos que hay algo que no está bien. Si queremos tener un mejor país, debemos trabajar por lograr un mejor maternaje. ¿Qué hacemos? ¿Cómo le hacemos?

Referencias Cassirer N. y Addati L. (sin año). Ampliar las oportunidades de trabajo de la mujer: los trabajadores de la economía informal y la necesidad de servicios de cuidado infantil. Recuperado de: http://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/@ ed_emp/@emp_policy/documents/meetingdocument/wcms_125993.pdf Fox, E. J. (2 de agosto de 2014). "Los secretos de tres mamás que trabajan". Recuperado de: http://www.cnnexpansion.com/mi-carrera/2014/08/01/ los-secretos-de-tres-madres-exitosas

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de las autoras Mayra Patricia Ayón Suárez Fue madre a los 23 años. Licenciada en Letras Hispánicas, Maestra en Lingüística Aplicada, Doctora en Educación por parte de la Universidad de Guadalajara. Docente de Español a nivel secundaria en la SEP. Asesora en línea de la Licenciatura en Bibliotecología del SUV. Responsable de la Biblioteca José Cornejo Franco de la Escuela Preparatoria 14. correo electrónico: mayraayon@gmail.com Sandra C. Díaz Cordero Tiene formación en Letras Hispánicas y Lingüística Aplicada. Por más de 15 años se ha desempeñado como docente de Lengua y Literatura con adolescentes. Además, ha trabajado en distintos proyectos de fomento a la lectura y en la crianza de dos hijos varones. correo electrónico: sandradiz_7@hotmail.com Karla Garduño Estudió Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara y antes de terminar ya estaba dedicada al periodismo. Fue fundadora del periódico Mural y ahí creó la sección Cultura. En la Ciudad de México, se introdujo al periodismo de investigación y publicó durante cuatro años en el suplemento Enfoque del periódico Reforma. Ya fuera del Grupo Reforma, ha trabajado en la generación de contenidos para plataformas digitales, el manejo de prensa, la comunicación social y, más recientemente, la redacción de discursos políticos. correo electrónico: karlagardunom@gmail.com Carol Johnson Psicóloga y Máster en Literatura Infantil y Juvenil. Es mamá de Lucía y promotora de lectura. Le gusta leer, correr y escribir. Disfruta trabajar con niños y adolescentes. Puede hablar de prácticas de lectura y de literatura infantil y juvenil hasta hartar a cualquiera. Tiene un blog sobre maternidad que se llama Ácido Fólico y comparte con dos amigas el blog sobre lectura Esdrújula Lectura. En fechas recientes, ella y su esposo se arriesgaron a soñar y abrieron la librería Casa de Letras. correo electrónico: carolannjohnson@gmail.com

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Liliana Lanz Vallejo Es estudiante del doctorado en Ciencias Sociales con especialidad en Estudios Regionales en El Colegio de la Frontera Norte, campus Tijuana, Maestra en Lingüística aplicada por la Universidad de Guadalajara y Licenciada en Lengua y Literatura de Hispanoamérica por la Universidad Autónoma de Baja California. Ha impartido clases a estudiantes de secundaria, preparatoria y licenciatura. De vez en cuando colabora en www.chicaet.com con notas sobre maternidad, lenguaje y cultura. correo electrónico: lilithlanz@gmail.com Ana Lilia Larios Solórzano Estudió la licenciatura en Letras Hispánicas y la maestría en Estudios de Literatura Mexicana en la Universidad de Guadalajara (UdeG). Es profesora de preparatoria y bibliotecaria en la misma universidad y es editora independiente. correo electrónico: anafilia@hotmail.com Sofia Orozco Nació en Guadalajara; estudió algunas cosas durante algún tiempo, pero finalmente se hizo pastelera.También es editorialista en el periódico Mural. correo electrónico: orozcovacasofia@hotmail.com twitter: @sofiaoro Karina Irazú Torres Figueroa Nació en León, Guanajuato, y es tapatía adoptiva desde 2000. Estudió la licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Univer en Guadalajara Jalisco. Hija única de madre soltera y criada por abuelos, en 2014 se inauguró como mamá de un niño. correo electrónico: kariniuxkiss@gmail.com

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COPYRIGHT

Prólogo ducange médor Los crisoles de mi maternidad mayra patricia ayón suárez © Un texto que no me dejaba dormir: hablar de la maternidad y el trabajo, ¿es importante? alicia caldera quiroz © La adaptación de la maternidad sandra c. díaz cordero © Nadie puede servir a dos amos… pero a veces sí karla garduño © Demasiado tiempo a la maternidad carol johnson © Tirar madres a su casa: La hostilidad hacia las prácticas de paternidad y maternidad en los espacios públicos liliana lanz vallejo © Mi experiencia de ser mamá o de cómo sentirse abrumada por todos los sentimientos, sanar heridas y salir adelante ana lilia larios solórzano © Tiempo de madres sofía orozco vaca © Crónicas de una mamá karina torres © ©

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Historias de madres, historias con madre. Crónicas del maternaje se terminó de imprimir en noviembre de 2015 en los talleres de Pandora Impresores Caña 3657 Colonia La Nogalera C.P. 44470 Guadalajara, Jalisco. México Para su composición se emplearon las familias Noyh Rounded y Toyler X. La edición consta de 1000 ejemplares Diseño de la colección Antonio Marts Diagramación y diseño editorial / Lily Preciado Revisión ortotipográfica / Raquel Mejía Navarro Ilustración de portada Istock.com

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