La soledad de los peces muertos / ABRIL POSAS

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ESPACIO

NARRAT IVO


Manuel Fons Bea Ortiz Wario Gabriela Torres Cuerva Andrea Bárcenas Enrique Blanc Scott Neri Cecilia Magaña Paulette Jo Nydia Pando Alejandro Armenta Nylsa Martínez Liliana Camacho Mariana Mota Mónica Cervantes Sánchez Mocersa Hilda Figueroa Gabriela Ibarra Rafael Medina Diana Martín Luis Martín Ulloa Fabián Quintero Cecilia Eudave Jors Fernando de León Lizeth Arámbula Ramsés Figueroa Patricia García Gabriel Martín Sara Paulina Arámburo Sara Miau Berenice Castillo Chop Suey HÉCTOR PALACIOS edgarseis Elizabeth Vivero Carlos Arias Magusbundus Cástulo Aceves Pedro Sánchez rogelio vega Guillermo Castellanos Carlos Bustos Sergio Vicencio J. Raúl Robles Manuel Cetina Rodrigo Chanampe María Magaña Godofredo Olivares Andrea Caboara Édgar Velasco Topiltzin BM Abril Posas Paulina Magos Peras y manzanas Rafael Villegas Casus Olivas Ave Barrera Elena Guerrero Amable desconocida


Abril Posas La soledad de los peces muertos


No queremos puercos Sedici贸n

El aroma

a pescado es una peste que no desaparece nunca, ni siquiera con la muerte. S贸lo hay otro olor igual de penetrante, pero es el de los peces muertos el que te viste, acompa帽a y anuncia a donde quiera que vayas, aun antes de abrir la puerta.



Mi vida se convirtió en una tierra baldía desde que me dieron empleo en una pescadería. Nadie me avisó que estaba aceptando un autoexilio cuando me puse las botas de hule, la cofia de plástico y ese mandil enorme la primera mañana que tuve un cuchillo en la mano y me enseñaron a quitarle las entrañas a una lubia. De lo único que estaba seguro era de que tendría dinero para comprarme unas caguamas tibias en el concierto de esa noche, deshacerme en el gallinero y conocer, finalmente, lo que era un verdadero toquín de punk. Por eso me animé a usar la sudadera de The Ramones como uniforme, porque le iba a decir adiós al punk, abrazaría la verdadera anarquía, aunque tuviera que tomar un empleo para disfrutarlo. Iba a ser sólo cosa de ese día, pero antes de que me diera cuenta, pasó una semana, luego un mes y luego tres seguidos, y yo regresaba al Mercado del Mar cada madrugada, con la imagen de los Ramones, mis únicos pantalones sin agujeros y los tenis más gastados que tenía. Es fácil acostumbrarse a traer unos billetes en la bolsa si también te da oportunidad de agregar un porro a la noche, unos tacos al final y hasta un par de condones para tus amigos, nunca para ti, porque si todo el día metes la mano a los estómagos abiertos de animales muertos, será difícil que alguien se te acerque por iniciativa propia. Mientras mis amigos le metían la mano a la entrepierna de mis compañeras de escuela, yo inventaba mezclas con detergente, cloro, jugo de limón y un cepillo para lavarme las uñas. Ni así me abandonaba el olor a putrefacto, a víscera reventada, a ostión con mierda de río. Cada tarde, cuando me enjuagaba las escamas, las espinas, la sangre, los ojos y las menudencias del mandil de hule, también sentía que una parte de mí se me resbalaba por la alcantarilla. Porque tenía apenas 16 años, pero un aspecto de la vida se me arruinó para siempre cuando platiqué con uno de mis amigos, que desde entonces ya intentaban hacer lo suyo con una banda propia, y quise saber qué se sentía, a qué sabía y a qué olía el sexo de las chicas. Recuerdo que escondía mis manos entre los bolsillos del pantalón en la escuela, tratando de disimular

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mi condición de pez ambulante, mientras me acercaba a la más quieta del patio durante los recesos, para alcanzar a olfatear el perfume de su cabello. Siempre olían mejor que mi cuartucho y el aromatizante que invadía todo el aire. Me imaginaba entonces que también sería el perfume de todo su cuerpo desnudo, en especial aquellos pliegues escondidos entre la ropa. Mi amigo lo arruinó. «Huele como a pescado», comenzó su explicación, y la imagen de un robalo desbaratado se me vino a la cabeza con esa sentencia. ¿Quién iba a querer abrir esa puerta si iba a despertar sólo náusea? A partir de ese día dejé de masturbarme, por el horror que me estremecía al imaginar que el olor de mis manos impregnadas sería igual al de la vagina de mi primer acostón. Así comenzó la soledad de los peces muertos. Dejé de intentar todo contacto humano más allá del slam y los coros rabiosos en los conciertos de punk. Ahí nadie se daba cuenta de que una tripa estaba enredada entre mis cabellos, o que una bolsa de bilis se había reventado en mi playera. Mentiría si dijera que es posible acostumbrarse al olor del pescado; sin embargo, aprendí a vivir con él como quien se olvida del zumbido que queda en el oído después de tener el amplificador de la guitarra a unos centímetros de la cabeza, durante un concierto de dos horas. Mis amigos punketos tenían ese problema, yo el del olfato. En cierta manera nos compensábamos, y aprendimos a sólo asentir con una sonrisa ignorante y la nariz cerrada. Una de las primeras cosas que aprendí es que no todos los pescados deben escamarse, porque no todos tienen escamas. El lenguado, por ejemplo, nos ahorra ese paso. Es lo único que podemos evitar, lo demás es obligatorio: abrir el lomo, extirpar las espinas, dejar que algunas gotas salpiquen e inyecten tus labios, cortar las cabezas y separarlas para que las señoras hagan caldo con ellas. Todo, mientras una banda de norteño danza de un puesto a otro, de restaurante de mariscos a otro,

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y tú sólo tienes ojos para la joven que trae una camiseta de Sedición y acompaña a su madre. La miras, la miras, la miras aunque se pare detrás del vendedor de globos o intente crear un campo de fuerza impenetrable con las bolsas de compras, y baje la cabeza. Y tú, atento a lo que hace: ya se dio cuenta de que no te fijas hacia dónde apunta tu cuchillo mientras lo dejas caer sobre la tabla de madera para separar las aletas de un huachinango. Ya sabe que la estás viendo, pero sólo quiere que la dejes en paz y se quiere ir de ahí. No sé qué habrá pasado que entonces solté un par de machetazos que me salpicaron toda la cara con los jugos del pescado indefenso. Muerto, al fin y al cabo. «Ey, tú, pareces masacre. ¡Eh, Masacre!», me bautizaron mis amigos, que llegaron en ese momento y me descubrieron cubierto de entraña. La chica desapareció tras su madre y no quiso volver la cabeza; adivino que sospechaba que incluso ahí la seguía, como el que quiere medir hasta dónde se traga el horizonte una balsa a la deriva. Pero pronto la olvidé, porque mis amigos me avisaron que esta vez la habían pegado grande: fueron invitados a tocar en un concierto de Sedición, ¡de Sedición!, en el Roxy. Ir al Roxy representaba dos cosas para alguien como yo: ir más allá del parque Ávila Camacho y cruzar la frontera entre Zapopan (los que la llaman «Ciudad Zapopan» son unos imbéciles con delirios de alta sociedad) y Guadalajara —adentrarme en la zona metropolitana, a la de verdad, a la que primero le agregaron ciclovías, pavimentaron calles y le transformaron el centro en varias ocasiones porque las primeras no fueron suficientes— y escuchar punk en uno de esos antros que ya sabíamos iban a dar de qué hablar a los que jamás los pisaron. Mis amigos serían una de las bandas teloneras, de ésas a las que no se les paga porque lo importante es que «la gente que va a ver a la estelar los conocerá», y con eso es suficiente para todo: para pagar el transporte, las caguamas, los boletos de las morras con las que estaban quedando, la bolsita de marihuana y los tacos para aguantar el trayecto

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de regreso. Yo sería su estaf, o eso me dijeron, y cargaría el equipo, no tendría que pagar boleto y disfrutaría la mejor vista de todas: desde atrás. No necesitaba otra razón más que entrar gratis, pero de inmediato me vino a la memoria la playera de la chica que devoraba momentos antes. ¿Y si ella también iba? Acepté. No sé por qué pensé que la soledad se me iba a sacudir en un concierto de punk . Lo cierto es que mientras iba a casa a cambiarme de ropa después del trabajo, hasta creí que podría deshacerme del olor a pescado si le agregaba bicarbonato a la mezcla de todos los días. La realidad me mostraría que ésa sería sólo la primera de mis decepciones, aunque todavía no lo sabía. Camino hacia el centro de Guadalajara, armado con la chamarra de piel que le había robado a mi hermano mayor, mi cartera con cadena y los Faros en la mano, sentía un nudo en el estómago mientras el camión bajaba la empinada de Ávila Camacho y cruzaba el puente de González Gortázar, que no se salvó de la construcción de la infame línea 3 del Tren Ligero. Creo que para entonces ya no manaba agua como lo hacía antes. A ese arquitecto le jodieron todas sus fuentes: la de Las Rosas, la de frente al CODE, la de Ávila Camacho, la de Federalismo. Me pregunto si alguna vez se sienta a ver la ciudad por la ventana y también percibe el olor de los peces muertos que me acompaña, ese hedor que debe parecerse mucho al agua estancada en sus fuentes y esculturas. ¿La extrañará? El centro de Guadalajara es muy diferente al de Zapopan. Los autos son más agresivos. Hay calandrias y huele a establo en ciertas esquinas. La gente tiene más prisa. Hay más coreanos y restaurantes de comida china que jamás tienen clientela, pero algo hacen porque no los cierran. Y todo eso lo noté sin llegar a la Catedral, pues el Roxy se encuentra antes del Palacio de gobierno, el Degollado y esas atracciones de las que uno

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aprende en los libros de historia de Jalisco de la primaria, aunque jamás los hayas visto. Por lo que había oído de otras personas, pensaba que el Roxy era más grande. Pero su entrada apenas abarcaba dos casas. Era como un cine de los años cincuenta, con taquilla y todo, con parroquianos tatuados. La banqueta no podía contener a los punketos que llegábamos con una o dos cervezas encima y unas Doctor Martens sin bolear. Las mías eran Doctor Martínez, sin embargo nadie iba a preguntarme nada porque estábamos ahí para rompernos el alma con los 26 minutos de Extintos. Tal vez también podría quitarme la maldición de los peces muertos si encontraba a la chica de la camiseta de Sedición. Tal vez, sólo tal vez, podría encontrar una fetidez que, al menos, arrasara con mi tufo de siempre y que me salvara de esta rutina putrefacta. Tal vez sería gracias a esa chica. Mis amigos llegaron en la camioneta de uno de sus padres. Pintaba casas —«¡A domicilio!», le encantaba bromear cuando alguien le preguntaba su profesión—, así que un monitor, las guitarras, un micrófono y el único amplificador de la banda tuvieron que arriesgarse a llegar convertidos en una de esas pinturas de arte moderno que sólo consiste en manchones sin sentido. Tal como era la música de mis amigos. Su grupo ni nombre tenía, así de en serio nos tomábamos la vida en ese entonces. ¿Qué tan serio puede ser todo a los 16 años, cuando sobrevives en un cuarto en donde apenas cabe tu colchón y una cajonera en la que hay todo, menos ropa? Esa noche sólo queríamos destruirnos un poco la cabeza para que el siguiente lunes valiera la pena. En el fondo, yo me repetía que nunca olvidaría este concierto. Maldita voz de profeta. A veces quisiera arrancármelo de la memoria. Les ayudé a cargar instrumentos. Otro grupo les prestaría la batería a ellos y a otras dos bandas, igual de principiantes, a cambio de un six de

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cerveza. Adentro, mientras nos abríamos paso entre cables, músicos, adolescentes y los de la vieja escuela que ahora no les gusta admitir que bebimos de la misma caguama en aquel entonces, escuchábamos que los vecinos estaban molestos, que iban a llamar a la policía, que quedaba poco tiempo. Había que apurarse para montar todo y que los más verdes se aventaran su set antes de Sedición. ¿Qué tanto tiempo podría ser, si el artista estelar tenía un disco que no contaba ni 30 minutos? «Masacre», me dijo el hijo del pintor, «nos vamos a partir la madre». Se subió al escenario con una sonrisa y se puso a conectar lo que podía conectarse. A eso no le sabía; me quedé ahí, viendo cómo se iba atiborrando el Roxy, cómo aumentaba el calor y las voces hablaban de todo al mismo tiempo: la chela, el porro, la güera de la esquina, la puta de tu madre, por qué no nos habíamos visto antes, Sedición putos, rólalo, ¿traes cananas?, dejé el coche a dos cuadras, mi mamá no sabe que acá ando, puro mocoso, carnal, se murió mi perro, no le hace, acá tengo más, quítame la mano de encima, ocupo que me prestes, ¿cómo está tu hermana?, ¿de quién te andas escondiendo?, creo que ya te ubicaron compa, la verdad es que tocaban más chido antes, a ver si no nos carga la chingada otra vez, qué bueno que llegaste sola, ya chole con La Cuca, ¡en El Bananas, wey!, ¿dónde estabas?, fui al Mercado del Mar con mi mamá y creo que ya le tengo miedo a los pescados. Y ahí la vi, muy cerca del escenario, recargada junto a una bocina, platicando con una amiga. Llevaba la misma ropa de unas horas antes. Era mi oportunidad. Llené mi pecho con todo el aire que mis fosas adolescentes me permitían inhalar, y lo guardé un rato en los pulmones porque acababa de darle un jalón al churro que alguien, todavía no sé quién, me puso entre los dedos. La hierba era especialmente dulce, casi logra que me olvidara de los pescados que eran mi colonia, y me puso a flotar un poco al dirigirme a la desconocida. Tropecé con un pedal de guitarra, pero recuperé el equilibrio antes de tocar el suelo. Los ánimos ya estaban encendidos, y

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nadie estaba tocando nada. «Algo va a pasar este año», me dije, «1992 nunca se nos va a olvidar». Apenas era marzo. Y, de pronto, ¡pum! Se escuchó la explosión de un golpe en el lobby del Roxy y la raza comenzó a correr hacia adentro. «¡Ya cayeron, ya cayeron!», gritó una bola de muchachos que quisieron adelantarse a la policía. Pude ver cómo una chica se tragó su churro antes de emprender la huida; de pronto perdí de vista a la de la playera de Sedición, y algunas sillas comenzaron a volar. Envases de cerveza, Doctor Martens, puños, patadas. La policía ya estaba adentro y no iba a permitir que se hiciera el concierto. Escuché vidrios romperse, guitarras caer de sus bases, llantos, gritos de guerra. Ni una señal de mi chica. Se subieron al escenario con macanas alzadas, intenté cubrirme de los golpes y rodé hacia abajo. Caí de la tarima y quise protegerme detrás de una bocina. Un tipo, no le vi la cara, también estaba ahí escondido, aunque no de la ley. «¿Tú qué vergas haces acá?», le reclamaba otro más grande, más viejo y más enojado. «Regrésate a Tonalá», le ordenó en son de burla. Por eso me caen mal los de Guadalajara. Entonces sentí la bocina mecerse. Se nos iban a caer encima unos 100 kilos de bafles ochenteros y lo único que pude fue empujar a quien estaba junto de mí para abrirme paso. Cuando vi que el armatoste se rendía a la fuerza de un antitonalteca, supe que en mi lugar estaba ella. En la confusión de la redada, otros cayeron encima de la bocina para escapar, se siguieron moliendo a golpes, y ella dejaba de respirar. ¿Has visto a un pez intentando jalar aire, afuera del agua? Esa fue la última expresión de su rostro. Intenté quitarle el bafle de encima. Cómo lo intenté. Metía las manos bajo él para hacer espacio entre su tórax y la estructura, pero tuve que hacerlo muchas veces antes de lograrlo. Tenía sangre hasta en el cuello. «¡Masacre!», creí escuchar un grito familiar antes de que alguien amenazara con disparar. Seguí moviendo el bafle. «¡Masacre!», de nuevo.

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Ya casi lo movía. Nadie me ayudaba. Ella ya estaba muerta y no quería dejarla ahí. Quizá sólo necesitaba aire fresco, recostarse sobre la banqueta angosta, alejarse de la tormenta. «¡MASACRE!» Respondí con un grito. «¡VÁMONOS!», y uno de mis amigos me jaló de un brazo. Afuera del Roxy nos separamos. Cada quién se fue para su casa y yo caminé sin volver la vista, tal como lo hizo aquella chica al marcharse del mercado, temiendo que si giraba la cabeza me iba a encontrar con su rostro hecho pedazos. Al llegar a casa me bañé una, dos, tres, diez veces. No me había dado cuenta de que en el forcejeo me tragué el hedor de su cuerpo que desfallecía. Lo tenía en la boca. El olor de su sangre se me metió hasta que me ardieron los ojos, el recuerdo de su viscosidad me da escalofríos si tomo algo de mermelada con un dedo o algo de miel cae de la cuchara a mi antebrazo. Ese concierto de Sedición que no tuvo música fue una de las tantas ocasiones en que se clausuró el Roxy. Pero sólo me sentí tranquilo cuando supe que no abriría jamás sus puertas, algunos años después, ni siquiera cuando un grupo de necios unió fuerzas para rescatarlo del abandono. Cuando me encuentro con policías en bola, me imagino que alguno de ellos se contaron la historia de la chica aplastada en el Roxy y luego olvidaron la fecha, el lugar, la ciudad, el año. No se me olvida 1992; ellos continuaron con sus vidas impregnadas a torta ahogada o tacos de barbacoa, otros hasta vieron su casa destruida bajo el peso de un camión que voló por los aires. Ese año fue sólo una tragedia que muchos decidieron olvidar y así lo lograron, porque no tienen olfato o simplemente les gusta el olor a mierda.

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El aroma a pescado es una peste que no desaparece nunca. Sólo hay otro igual de penetrante: la sangre de una joven que se atraganta con sus entrañas. Ni el cloro, ni el limón, ni el detergente ni el bicarbonato: nada. Todos los días intento quitarme ese perfume frotándome las vísceras que junto en un bote durante la jornada en el Mercado del Mar, con bilis, con el agua descongelada que queda en las cubetas en que transportan los mariscos. A los 16 años aprendí que el aroma de aquella moribunda es mucho peor que el de la soledad de los peces muertos.

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De los autores Manuel Fons Guadalajara, 1982. Es autor de los libros Manuscrito hallado en un manuscrito y Breviario del vicio. http://manuelfons.blogspot.mx/

Gabriela Torres Cuerva Sus cuentos se concentran en varias antologías y en los libros Demonios del cotidiano, Cáscaras de naranja y Prisioneros, que recibió en 2013 el Premio Nacional de Cuento Agustín Yáñez.

Enrique Blanc Ha publicado Cicatrices del bolero (FETA), No todos los ángeles caen del cielo (Moho), Sudor añejo y sardina (Moho) y Flashback. La aventura del periodismo musical (Editorial UdeG, 2013).

Cecilia Magaña Originaria del DF (1978), ha vivido en Guadalajara desde los diez años. Recibió el Premio Nacional Gilberto Owen 2010, con el libro La cabeza decapitada. Es editora de la revista literaria Nuevas Ficciones.

Nydia Pando Guadalajara, 1992. Fragmentada, incompleta, reconstruida. Busca fragmentos de otros para comprobar su duración, para extenderla. Mis cortos regresos es su primer libro publicado.

Nylsa Martínez Mexicali, 1979. Radica en Los Ángeles. Autora de Roads (2007) y Tu casa es mi casa (2009). En 2008 obtuvo el Premio Estatal de Literatura de Baja California.

Mariana Mota Apasionada por contar historias, sus herramientas favoritas para hacerlo son la palabra y la cámara. Escribe ficción. Tiene publicado el libro Máquina de sueños escrito a cuatro manos con Alejandro Juárez.

Hilda Figueroa Doctora en Psicoanálisis, Licenciada en Literatura Hispanoamericana y Mexicana. Tiene publicados tres libros de cuentos. Recibió en 2000 y 2003 la beca del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Jalisco.

Rafael Medina Guadalajara 1972. Psiquiatra. Sus libros más recientes son Arma vacía y otros cuentos para impotentes (2012), Una poética del mal (2013), Tríptico de sueños (2014) y Los evangelios de la rabia (2015).

Luis Martín Ulloa Doctor en Letras por la UdeG. Ha publicado Damas y caballeros y Personas (in)deseables. Es especialista en literatura mexicana contemporánea y en narrativa de tema homosexual en Latinoamérica.

Cecilia Eudave Guadalajara, 1968. Novelista. Entre otros, autora de Técnicamente humanos, Registro de imposibles, Bestiaria vida (premio de Novela corta Juan García Ponce), y Para viajeros improbables.

Fernando de León Guadalajara, 1971. Cuentista y ensayista, autor, entre otros, de La estatua sensible, Cárceles de invención, Apuntes para una novísima arquitectura (Premio Agustín Yáñez 2004), y Oser serón.

Ramsés Figueroa Ha publicado La función de la mariposa, Juego de niños y El cuentador de historias a cuatro manos con Arnau Muriá. En 2011, recibió Mención Honorífica en el XVIII Premio FILIJ de cuento.

Gabriel Martín Radica en Guadalajara desde 1979. Coordinador de las colecciones bilingües de Mantis Editores. Autor de Ellas y no siempre el espejo, En el delfín, el mar y Wayne y otros arquetipos.


Berenice Castillo Es Licenciada en Letras. Se ha dedicado al periodismo cultural, la investigación literaria, la edición de noticias, la corrección y la enseñanza. Es autora de Época del aire.

Héctor Palacios Guadalajara, 1981. Licenciado en Historia. Ha trabajado como bibliotecario, profesor y editor. Es autor de Palabras de perro (2007), La taza de chocolate y otras historias (2010) y Cuarto obscuro (2015).

Elizabeth Vivero Guadalajara, 1976. Narradora. Doctora en Letras por la UdeG Autora de Con los ojos perdidos, El derrumbe el mundo, Muertos sin saberlo, Ese suelo tan otro, El combate de la reina y Ojos abiertos.

Cástulo Aceves Guadalajara, 1980. Ingeniero en Sistemas Computacionales. Ha publicado los libros Las instancias del vértigo, Los nombres del juego, Puro artificio y Acteón

Rogelio Vega Rogelio Vega ha salvado al universo en numerosas ocasiones; es autor, al menos, de tres libros: El conejo y su amigo en la Luna, Elefante tras la pista, y Florecimiento.

Carlos Bustos Guadalajara, 1968. Ha ganado premios como el Juan Rulfo, el Jorge Ibargüengoitia o el Valladolid de Novela. Sus cuentos y novelas, en su mayoría son dedicados a la literatura juvenil y fantástica.

J. Raúl Robles Escritor e investigador Jalisciense. Ensayista premiado en certámenes nacionales e internacionales. Actualmente cursa la carrera de medicina. Ha publicado novela negra, de misterio y ciencia ficción.

Rodrigo Chanampe Ciudad de México, 1980. Obtuvo el segundo lugar en el 6º Concurso Literario Yasunari Kawabata, del Instituto Cultural Chileno-Japonés en 2012. Ha publicado La canción de las pestañas y Strike-Out.

Godofredo Olivares Morelia, 1957, radica en Guadalajara desde 1979. Autor de Puertas adentro, Recuerdos creados, Objetos ¿conocidos? y Brujulario. Desde 2002 es coordinador del Taller Amparo Dávila.

Édgar Velasco Guadalajara, 1979. Periodista, escritor, bloguero ocasional y tuitero. Tiene publicados Eutanasia y Ciudad y otros relatos. Actualmente es coeditor de la revista Magis.

Abril Posas Nació el mismo año en que se estrenó Blade Runner. Estudió Letras en la UdeG, fue becaria de la primera generación de la FLM y reportera en Milenio Jalisco. Tiene dos gatos. Es autora de Estática.

Rafael Villegas Tepic, Nayarit, 1981. Narrador e historiador. Autor, entre otros libros, de Juan Peregrino no salva al mundo y Monstruos de laboratorio. La ciencia imaginada por el cine mexicano.

Ave Barrera Guadalajara, 1980. Estudió Letras en la UdeG. Su primera novela Puertas demasiado pequeñas obtuvo el premio Sergio Galindo, de la Universidad Veracruzana. Actualmente vive en la Ciudad de México.


De los ilustradores Bea Ortiz Wario Guadalajara, 1979. Dibujante, pintora e ilustradora. Aficionada a la literatura. Trabaja con la palabra y con las imágenes mediante tinta y lápiz, pintura al óleo, medios digitales y libros de artista. www.beaortizwario.tumblr.net

Andrea Bárcenas Guadalajara, 1988. Ilustradora y diseñadora de productos en la marca Moksha (materia ilustrada), también gestiona proyectos relacionados con ilustración, fanzines o títeres. Es cofundadora de Proyecto Arteria. contactmoksha@gmail.com

Scott Neri Guadalajara, 1972. Artista plástico Fundador del Colectivo Tomarte (www.tomarte.com) y director fundador de la comunidad YoArtista (www.yoartista.com). Cuenta con más de 40 exposiciones individuales y más de 100 colectivas. http://www.scottneri.mx/

Paulette Jo Espacio suspendido (2015) fue su más reciente exposición individual. Participó en Herbolario y A Few Small Nips. Sus trabajos han sido seleccionados por BOOOOOOOM, Artchipel, The re:art. paulettejosatelier.tumblr.com / paulettejosatelier@gmail.com

Alejandro Armenta Diseñador, grabador e ilustrador obseso, biofílico gráfico. Cuenta con varias publicaciones y exposiciones. Es cofundador del Taller de Grabado Sienna. alejandro.armenta@gmail.com facebook.com/AlejandroArmentaArt

Liliana Camacho Guadalajara, 1982. Maestra en Comunicación de la ciencia y la cultura. Interesada en la ilustración como medio de expresión personal y para la comunicación de temas científicos y sociales de manera amigable y atrayente. www.behance. net/_liloo liliana.co@gmail.com.

Mónica Cervantes Estudió la Licenciatura en Diseño Gráfico para la Comunicación en la UdeG. Ha trabajado como ilustradora para materiales didácticos, libros infantiles y como freelance. http://mocersa.blogspot.mx/ mocersa@hotmail.com

Gabriela Ibarra Diseñadora gráfica e ilustradora egresada de la UdeG. Ha realizado trabajos de caricatura de manera independiente y algunas exposiciones colectivas e individuales. Facebook: gabriela.ibarra

Diana Martín Guadalajara, 1979. Ha expuesto en galerías, museos y espacios culturales dentro y fuera del país. Es coautora del libro Juan Peregrino no salva al Mundo. Actualmente dirige su propio espacio de exposición, la Diana Martín Gallery. www.dianamartin.net

Fabián Quintero Guadalajara, 1981. Ganó el concurso de comic Comictlan 2000. Fue finalista en el Top Cow Talent Hunt del 2014 y recientemente obtuvo mención honorífica en el concurso de novela gráfica del FESTO cómic. facebook.com/fabianquinteroart

Jors Guadalajara, 1968. Ilustrador, pintor y caricaturista con 27 años de trayectoria. Su trabajo aparece publicado en 50 libros y más de 40 revistas. Cuenta con cerca de 50 exposiciones entre México, Brasil, España, Japón, Cuba e Italia. jors714@hotmail.com

Lizeth Arámbula Lizeis dibuja y ensaya. Ilustra y es la Hot Editor en Divague. Pertenece al gremio de la gente que quiso ser punk. Twitter @lizeis lizeis.blogspot.mx lizetharambula@gmail.com

Patricia García Guadalajara, 1977. Licenciada en Artes Visuales por la UdeG. Cuenta con 25 exposiciones individuales y más de 60 colectivas. Tiene obra en las colecciones del museo de Arte Mexicano de Chicago, Televisa y la Universidad de Guadalajara. patricia@patriciagarcia.com.mx

Sara arámburo Guadalajara, 1986. Más conocida como Sara Miau. Apasionada del dibujo, la historia, la moda y entusiasta de los gatos. Se desempeña en áreas creativas como la ilustración, el diseño editorial y el diseño de moda www.saramiau.com


Chop Suey El Chop Suey viene de Sinaloa y no se come, se ilustra. Detesta escribir semblanzas. Chop Suey es cofundadora de Gal Studio y cree que a veces no se vale ser mujer. Facebook: soychopsuey instagram.com/chopsueyyy

Édgar Seis Édgar Quintana, mejor conocido como Édgar Seis, comunicólogo e ilustrador/diseñador. Colaborador de la Red Universitaria para la Movilidad, Cuadra Urbanismo y Wikipolítica Jalisco. www.edgarseis.com

magusbundus Proyecto que se realiza con la idea de hacer arte sanador imitando las ideas que se tenía en los tiempos primitivos. Aparte de hacer ilustración, realiza animación de manera tradicional. Facebook: magusbundus

Pedro «terror» Sánchez Artista gráfico e impresor. Ha trabajado para marcas de street wear nacionales e internacionales. Es especialista en la ilustración vectorial y tiene cierto fetiche hacia los cráneos y la gráfica creepy. Facebook: SanMacheteEstudio

Guillermo Castellanos Guadalajara, 1976. Diseñador gráfico conocido como Memo Plastilina, desde hace diez años se dedica a trabajar con niños en talleres de arte y creatividad. Facebook: MemoPlastilina

Sergio Vicencio DF, 1986. Su novela gráfica En el espejo de arena ganó el Premio de novela gráfica JUS 2011. Es autor de la novela gráfica Frankenstein y el libro electrónico 13 cuentos sin gatos. Facebook: elrecuadroenblanco napaglu@gmail.com

Manuel Cetina Diseñador gráfico e ilustrador de Mérida, Yucatán. Su ilustración se basa en caricaturas y películas de principios de los noventa con un toque de humor negro. Facebook: manuelcetinailustrador stitch.cetina@gmail.com

María Magaña Diseñadora e ilustradora tapatía. Produce, edita y distribuye gráfica independiente desde 2012. En otra vida fue cebolla y el púrpura es su color. www.mariamagana.tumblr.com pollyestireno@gmail.com

Andrea Caboara Ilustradora egresada de Diseño gráfico, creadora de personajes míticos, melancólicos o físicamente anormales, apoyada en trazos rápidos y formas sencillas. http://ancadrboeaarandreacaboara. tumblr.com/

Topiltzin Begines (topiz) Diseñador. Se dedica a la ilustración y a la pintura de manera profesional y autodidacta. Actualmente ilustra para un programa de televisión del Canal 44 de la UdeG. hola@topiztopiz.com

Paulina Magos 1981. Mejor conocida como Peras & Manzanas, es una ilustradora nacida en Guadalajara quien desde hace varios años se ha dedicado a difundir el diseño y la ilustración nacional. Tiene además diferentes proyectos relacionados con diseño. www.perasymanzanas.org

Casus Olivas Ilustrador, Diseñador y Escritor absurdita. Amante de las dualidades y el taoismo; diseña paradojas visuales y conceptuales, acertijos y juegos de ambigüedad. Actualmente desarolla el proyecto «cascada» un blog personal de ilustraciones conectadas entre sí. www.casus.mx

Elena Guerrero Actualmente trabaja como artista independiente e ilustra en la sección «Cartón» de la revista Magis del Iteso. Puedes encontrar su trabajo en facebook como Amable Desconocida y en instagram como @soyamabled, además de su sitio www.amabledesconocida.com.

renÉ tapia Comunicador visual, ilustrador, practicante de lettering y caligrafía. Amante del diseño editorial y los sistemas de identidad. Facebook: renefauno rene-tapia.blogspot.mx


Contenido 9 12

Geografías narrativas. A manera de introducción

Manuel Fons Todo lo que nunca te preguntaste sobre la vida de las estrellas y lo que sucedió cuando Woody Allen se mudó a Guadalajara 23 Gabriela Torres Cuerva Un infierno llamado Candy 33 Enrique Blanc Infame jueves 45 Cecilia Magaña Vamos a empezar otra vez 53 Nydia Pando Como si hubieras muerto 61 Nylsa Martínez Cruzar las fronteras 69 Mariana Mota Minerva 75 Hilda Figueroa Una postal para la memoria de un tango 80 Rafael Medina El molino o la triste historia de un pobre demente de esta ciudad nueva llamada Guadalajara de Indias que teme que le sean robados sus piensos para convertirlos en pan 89 Luis Martín Ulloa Plaza 95 Cecilia Eudave Mercado negro


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Fernando de León La taza sin oreja 109 Ramsés Figueroa A la vuelta de la esquina 115 Gabriel Martín Merlín trabaja en un burdel 129 Berenice Castillo Independencia 137 Héctor Palacios Ruinas 151 Elizabeth Vivero Pronto, muy pronto 159 Cástulo Aceves Portales 173 Rogelio Vega Los inquilinos 183 Carlos Bustos La oscuridad derramada 197 J. Raúl Robles El anatomista y el juego de las arañas 207 Rodrigo Chanampe Hágase tu voluntad 215 Godofredo Olivares Cajas blancas 223 Édgar Velasco Jardines del Bosque 231 Abril Posas La soledad de los peces muertos 243 Rafael Villegas Ciudad que termina 259 Ave Barrera Objetos perdidos


2015 Editorial Paraíso Perdido Barra de Navidad 76-C Guadalajara|México|44110 editorialparaisoperdido.com editorialparaisoperdido@gmail.com ©

primera edición, noviembre 2015 [En las siguientes páginas se especifican los créditos de autoría e ilustración] corrección ortotipográfica Raquel Mejía diseño de portada © René Tapia diseño de la colección Antonio Marts / isbn 978-607-8098-75-0 Se autoriza la reproducción de este libro total o parcialmente, por cualquier medio, actual o futuro, siempre y cuando sea para uso personal, sin fines de lucro y citando al autor y a la editorial. Proyecto efectuado con apoyo de la Secretaría de Cultura de Jalisco Impreso y editado en méxico


Créditos

Todo lo que nunca te preguntaste sobre la vida de las estrellas

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y lo que sucedió cuando Woody Allen se mudó a Guadalajara de Manuel Fons, ilustración de Bea Ortiz Wario Un infierno llamado Candy de Gabriela Torres Cuerva,

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ilustración de Andrea Bárcenas Infame jueves de Enrique Blanc, ilustración de Scott Neri

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Vamos a empezar otra vez de Cecilia Magaña, ilustración de Paulette Jo

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Como si hubieras muerto de Nydia Pando, ilustración de Alejandro Armenta

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Cruzar las fronteras de Nylsa Martínez, ilustración de Liliana Camacho

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Minerva de Mariana Mota, ilustración de Mónica Cervantes Sánchez

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Una postal para la memoria de un tango de Hilda Figueroa,

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ilustración de Gabriela Ibarra El molino o la triste historia de un pobre demente de esta ciudad nueva

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llamada Guadalajara de Indias que teme que le sean robados sus piensos para convertirlos en pan de Rafael Medina, ilustración de Diana Martín Plaza de Luis Martín Ulloa, ilustración de Fabián Quintero

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Mercado negro de Cecilia Eudave, ilustración de Jors Salazar

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La taza sin oreja de Fernando de León, ilustración de Lizeth Arámbula

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A la vuelta de la esquina de Ramsés Figueroa, ilustración de Patricia García

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Merlín trabaja en un burdel de Gabriel Martín, ilustración de Sara Arámburo

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Independencia de Berenice Castillo, ilustración de Chop Suey

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Ruinas de Héctor Palacios, ilustración de Édgarseis

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Pronto, muy pronto de Elizabeth Vivero, ilustración de Magusbundus

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Portales de Cástulo Aceves, ilustración de Pedro Sánchez

Los inquilinos de Rogelio Vega, ilustración de Guillermo Castellanos

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La oscuridad derramada de Carlos Bustos, ilustración de Sergio Vicencio

El anatomista y el juego de las arañas de J. Raúl Robles,

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ilustración de Manuel Cetina Hágase tu voluntad de Rodrigo Chanampe, ilustración de María Magaña

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Cajas blancas de Godofredo Olivares, ilustración de Andrea Caboara

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Jardines del Bosque de Édgar Velasco, ilustración de Topiltzin

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La soledad de los peces muertos de Abril Posas, ilustración de Paulina Magos

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Ciudad que termina de Rafael Villegas, ilustración de Casús Olivas

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Objetos perdidos de Ave Barrera, ilustración de Elena Guerrero Por las fotografías de los autores. En todos los casos se tomaron de los sitios

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personales de cada escritor o de la página web de Editorial Paraíso Perdido.


Esta edición de Río entre las piedras. Guadalajara como espacio narrativo fue impresa en la ciudad de Guadalajara durante el mes noviembre de MMXV en las instalaciones de Prometeo Editores [Libertad 1457, Guadalajara, México]. En su composición se usó la fuente Calluna de 9 11, 29 y 36 puntos. El tiraje fue de 1 000 ejemplares.



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