La Voz de la Esfinge - numero 10

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í Revista de Literatura Año iii • Número 10 Segunda Época abril-junio de 2002 Directora Isabel Jazmín Ángeles Editor Antonio Marts Consejo Editorial Hilda Figueroa Luis Martín Ulloa Elizabeth Vivero Consejo Honorario Luis Armenta Malpica Carlos Maldonado León Plascencia Ñol Marketing Heinzy Arturo Cruz Diseño

Imagen portada Héctor Javier Ramírez Revista electrónica Antonio Marts Correspondencia y colaboraciones

Apartado Postal 39-37 C.P. 44171 Guadalajara, Jalisco, México. Teléfono 35 63 01 07 correo electrónico: antonio_marts@hotmail.com Esta revista cuenta con el apoyo de la Beca «Edmundo Valadés»

http://read.at/paraisoperdido

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antecámara

d Hermanas Brönte tres poemas

Alojz Ihan poeta eslovenio

Víboras Alojz Ihan versión de Marjeta Drobnic y Francisco Javier Uriz 4 Veneno Alojz Ihan versión de Marjeta Drobnic y Francisco Javier Uriz 6 Dos expulsados Alojz Ihan versión de Marjeta Drobnic y Francisco Javier Uriz 8 Michel Tournier fragmentos

El ángel bizarro Michel Tournier versión de Jorge Esquinca 10

Hogar Anne Brönte versión de Isabel Jazmín Ángeles 14 Vida Charlotte Brönte versión de Isabel Jazmín Ángeles 18 Esperanza Emily Brönte versión de Isabel Jazmín Ángeles 20

Alejandría Daniel, antes Memo Luis Felipe Gómez 23 Lamento Socorro Venegas 31 La falsa certeza de una mujer feliz Vizania Amezcua 33

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c

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Doble Horizonte Poema en dos tiempos Benjamín Valdivia 37 Del caer sólo el tiempo [fragmento] Jorge Orendain 39 Poema Víctor Manuel Cabañas 42 Poema Alfredo Vega 43

Cien puertas Frank O’Hara un nenúfar urbano Eduardo Moga 45

Plástica pinturas

Héctor Javier Ramírez 51 de


Heliópolis Escritores latinos en Estados Unidos Javier Martínez de Pisón / Pilar Cano 55 la trastienda Borges & Borges Luis García 59 Un hombre eternizado en lo más verde Aralia López González 60 Highsmith a punto de volar IJA 65 Periplo en aguas griegas Hilda Figueroa 66

Ilustraciones Héctor Javier Ramírez Héctor Javier Ramírez Guadalajara, 1974. En 1994 ingresa a la carrera de técnico en pintura en la ex-escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Guadalajara. En 1999 egresa a la par que asiste al taller de grabado de Gustavo Alvarado. También asiste al taller de Martha Pacheco. Ha participado en por lo menos veinte exposiciones colectivas dentro y fuera del país y de manera individual en el Teatro Degollado, en el centro cultural Casa Vallarta, Centro Cultural El Refugio, en la galería Aqua Gallery, así como una exposición itinerante por los Centros Universitarios de la Universidad de Guadalajara. Entre algunos premios y distinciones destacan el primer lugar y mención honorífica en dibujo en el iii Encuentro de Arte Jalisco Joven 1998, seleccionado y obra itinerante por toda la República en vii Bienal Nacional Diego Rivera 1998. Mención Honorífica en Gráfica iv Encuentro de Arte Jalisco Joven 1999, Mención Honorífica e itinerante por toda la República La Línea del Arte, México, D.F., seleccionado en la Segunda Bienal Nacional Alfredo Zalce, Seleccionado en la Bienal Paso del Norte, Ciudad Juárez 2002, Chihuahua y Segundo lugar en el iv Premio Atanasio Monroy, 2002.


4 ~ La Voz de la Esfinge

Poeta Eslovenio

Alojz Ihan


Y pienso: así se aman las víboras en su guarida, entrelazadas, anudadas, un leve mordisco mortal un mordisco cautivador casi un beso, casi de amor. Me lames como un helado con tu lengua bífida, fisgadora, en mi mente martillean tus venenosos dientes.

Alojz Ihan Ljubljana, Eslovenia, 1961. Es doctor en medicina, especialista en microbiología e inmunología clínicas, y trabaja como profesor en la facultad de medicina de Ljubljana. Su obra literaria comprende los libros de poemas Srebrnik (La moneda de plata, 1985), Igralci pokra (Los jugadores de póker, 1989), Pesmi (Poemas, 1989), Ritem (Ritmo, 1993) y Južno dekle (Chica del sur, 1995). Ha publicado dos novelas, Hiša (La casa, 1988) y Romanje za dva... in psa (Peregrinación de dos... y el perro, 1998), así como un libro de ensayos, Platon pri zobozdravniku (Un platón entre los dentistas, 1997). Sus ensayos y artículos aparecen con regularidad en diarios y revistas de Eslovenia.

~ La Voz de la Esfinge

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Veneno

Poeta Eslovenio

Alojz Ihan

Ihan

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~ La Voz de la Esfinge


antecámara

A veces los dos nos callamos sin conocer siquiera el veneno que sería seguro para ambos: y si nos tiramos al abismo, en el último momento, uno de nosotros puede descubrir sus alas, porque ha sido desde siempre ave; y si abrimos una senda en el río, uno de nosotros puede respirar de golpe con sus branquias, porque ha sido desde siempre pez, y, también, si sólo nos tocamos, un día podemos oler la extrañeza de nuestros géneros, y darnos cuenta que hemos sido creados por diferentes dioses, y nos esperan diferentes muertes y eternidades, más distantes que cualquier callar, sumergidas en el silencio, muertas.

Marjeta Drobni� Ljubljana, 1966. Traduce del español al esloveno y viceversa. Entre sus trabajos se cuentan traducciones de Javier Marías, Bernardo Atxaga, Fernando Savater y Jorge Luis Borges Francisco Javier Uriz Zaragoza, España, 1932. Licenciado en Derecho, poeta y traductor. Fundador de la Casa del Traductor de Tarazona. Premio Nacional de Traducción, 1996.

~ La Voz de la Esfinge

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Dos expulsados

Poeta Eslovenio

Alojz Ihan

Ihan

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~ La Voz de la Esfinge


antecámara

Perdemos los días y después los contamos, como se cuentan los muertos después de la batalla. Cuando a cada uno le palpan cuidadosamente la vena, y le quitan luego la placa de identificación del cuello dejando un cuerpo sin nombre para la fosa común. Contaremos los días hasta que se dispersen en un instante como palomas venecianas y la plaza vacía llegue a tener el peso de una catedral, salpicada de sangre. Contaremos los días y el sol estará oscureciendo o sólo estarán ofuscándose nuestros ojos, y se deslizarán con lentitud las sombras desde nuestros cuerpos, y estaremos incómodamente desnudos y pálidos como dos expulsados, y ya no podremos seguir atenuando nuestro terror y así concluirá el último día.

Estos poemas fueron tomados del libro Ritmo de la Editorial Española Hiperión.

~ La Voz de la Esfinge

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El Ángel Bizarro

Tournier

L’ange bizarre

Michel Tournier

fragmentos

Michel Tournier

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~ La Voz de la Esfinge

L’Ange Bizarre. Il se promène à travers le monde et rencontre des scènes banales, laides ou cruelles. Chaque fois, il touche de son aile l’un des acteurs de cette scène, laquelle devient aussitô originale, gracieuse et douce. Maison Le village, ensemble de toitures sèches et gèometriques groupèes autour du clocher pointu de l’elise au milieu d’un tissu de labours humides, mous et gras, comme un fœtus osseux logé au sein du placenta nourricier. Villes Une prision, ce n’est pas seulement un verrou, c’est aussi un toit. Corps Vieillir. Deux pommes sur une planche pour l’hiver. L’une se boursoufle et pourrit. L’autre se dessechè et se ratatine. Choisis si possible cette seconde sorte de vieillesse, dure et légère. Enfants Le bébé des voisins n’a que quelques semaines. Il pleure sans arrêt, jour et nuit. Au plus noir des ténèbres, cette petite plainte grêle me touche et me rassure. C’est la protestation du néant auquel on vient d’infliger l’existence.


antecámara

Esquinca

El Ángel Bizarro versión de Jorge Esquinca

El Ángel Bizarro se pasea por el mundo y encuentra escenas banales, feas o crueles. Cada vez que roza con su ala a uno de los actores de la escena, ésta se vuelve, de inmediato, original, graciosa y dulce. Casa El pueblo, conjunto de tejados secos y geométricos agrupados en torno del campanario puntiagudo de la iglesia, en medio de un tejido de húmedas y fértiles labores, como un feto huesudo alojado en el seno de la placenta nutritiva. Ciudades Una prisión no es solamente una cerradura, es también un techo. Cuerpos Envejecer. Dos manzanas reposan sobre una tabla hasta el invierno. Una se hincha y se pudre. La otra se seca y se encoge. Escoger, de ser posible, esta segunda modalidad de la vejez, dura y ligera. Niños El bebé de los vecinos tiene una cuantas semanas. Llora sin parar, día y noche. En lo más hondo de las tinieblas, su queja menudita me conmueve y me calma. Es la protesta de la nada a la que se le acaba de infligir existencia.

Michel Tournier París, Francia, 1924. Es autor de numerosas novelas y relatos. Entre sus obras traducidas al español sobresalen: Viernes o los limbos del Pacífico, La gota de oro, El vuelo del vampiro. Es miembro de la Academia Goncourt. Vive, desde hace años, en un pequeño pueblo a orillas del río Chevreuse.

~ La Voz de la Esfinge

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El Ángel Bizarro

Michel Tournier

fragmentos

Torunier

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~ La Voz de la Esfinge

Amour Il y a un signe infaillible auquel on reconnaît qu’on aime quelqu’un d’amour, c’est quand son visage vous inspire plus de désir physique qu’aucune autre partie de son corps. Images Autoportrait: sur son lit d’agonie, Géricault, de sa main droite, dessinait sa main gauche. Paysages Pluie. Eau douce. Eau distillée par le soleil. Le contraire de l’eau de mer. Pluie sur la mer. Petits champignons d’èclaboussures. Les nuages en pasant envoient des baiser d’eau douce à la grande plaine glauque et salée. Livres Les taches brunes sur les pages des vieux livres ne sont peut-être que la trace des postillons des lecteurs qui leurent ces livres à haute voix. Trace de l’oral sur l’écrit. Mort Il me dit: «Ma mère est morte depuis vingt ans. Or no seulement je l’aime toujours, mais elle continue aussie à m’aimer. C’est ainsi que je survis.»


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Esquinca

Amor Hay un signo infalible mediante el cual reconocemos nuestro amor por alguien, es cuando su rostro nos inspira un mayor deseo físico que cualquier otra parte de su cuerpo. Imágenes Autorretrato: en su lecho de muerte, Géricault, con su mano derecha, dibujaba su mano izquierda. Paisajes Lluvia. Agua dulce. Agua destilada por el sol. Al contrario del agua de mar. Lluvia sobre el mar. Pequeños hongos como salpicaduras. Las nubes que pasan envían besos de agua dulce a la gran planicie glauca y salada. Libros Las manchas oscuras en las páginas de los libros viejos no son quizá más que huellas de la saliva de los lectores que los han leído en voz alta. La huella de lo oral sobre lo escrito. Muerte Él me dice: «Mi madre murió hace veinte años. No se trata solamente de que yo siga amándola siempre, sino que ella continúa amándome también. Y así sobrevivo.»

Jorge Esquinca Ciudad de México, 1957. Ha publicado algunos libros de poemas, entre ellos: Isla de las manos reunidas, Paso de ciervo y, recientemente, Invisible línea visible. Antología personal. Ha traducido a autores de lengua inglesa y francesa. Vive en Guadalajara.

~ La Voz de la Esfinge

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Hogar

Brönte

Home

Hermanas Brönte

poemas

Anne Brönte

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~ La Voz de la Esfinge

How brightly glistening in the sun The woodland ivy plays! While yonder beeches from their barks Reflect his silver rays. That sun surveys a lovely scene From softly smiling skies; And wildly through unnumbered trees The wind of winter sighs: Now loud, it thunders o’er my head, And now in distance dies. But give me back my barren hills Where colder breezes rise; Where scarce the scattered, stunted trees Can yield an answering swell, But where a wilderness of heath Returns the sound as well. For yonder garden, fair and wide, With groves of evergreen, Long winding walks, and borders trim, And velvet lawns between; Restore to me that little spot, With grey walls compassed round, Where knotted grass neglected lies, And weeds usurp the ground. Though all around this mansion high


antecámara

Ángeles

Hogar

Versión de Isabel Jazmín Ángeles

¡Qué brillante resplandecen bajo el sol Los reflejos del bosque de hiedra! allí donde la corteza de las hayas Refleja sus plateados rayos. Ese sol contempla una adorable escena Desde cielos suaves y sonrientes; Salvaje a través de incontables árboles El viento del invierno suspira: Alto ahora, retumba sobre mi cabeza, Y ahora en la distancia muere. Pero devuélveme mis áridas colinas Donde la brisa fresca se levanta; Donde escasean los árboles enanos y dispersos Pueden producir una magnífica respuesta, No más que en el cálido desierto Donde además retorna el sonido. A pesar de los jardines despejados y anchos, Con arboledas de siemprevivas, Largos y tortuosos caminos con cuidados márgenes, Y prados de terciopelo en medio:

Anne Brönte 1820-1849. Estudió junto con sus hermanas y luego de forma autodidacta en su hogar. A partir de 1839 trabajó como institutriz. En 1846 publica una antología de poemas junto con sus hermanas, además de su novela Agnes Grey. En 1848 se publica The Tenant of Wildfell Hall, enferma de tuberculosis y muere al año siguiente.

~ La Voz de la Esfinge

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Hogar

Brönte

Hermanas Brönte

poemas

Invites the foot to roam, And though its halls are fair within­ Oh, give me back my Home!

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~ La Voz de la Esfinge


antecámara

Ángeles

Devuélvanme ese pequeño lugar, De paredes grises que lo rodeaban, Donde el césped silvestre yace negligente, Y la maleza usurpa la tierra. Aunque todo alrededor de esta alta mansión Invite al pie a vagar, Y aunque sus salones estén vacíos por dentro Oh, regrésame mi hogar.

~ La Voz de la Esfinge

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Vida

Brönte

Life

Hermanas Brönte

poemas

Charlotte Brönte

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~ La Voz de la Esfinge

Life, believe, is not a dream So dark as sages say; Oft a little morning rain Foretells a pleasant day. Sometimes there are clouds of gloom, But these are transient all; If the shower will make the roses bloom, O why lament its fall ? Rapidly, merrily, Life’s sunny hours flit by, Gratefully, cheerily, Enjoy them as they fly ! What though Death at times steps in And calls our Best away ? What though sorrow seems to win, O’er hope, a heavy sway ? Yet hope again elastic springs, Unconquered, though she fell; Still buoyant are her golden wings, Still strong to bear us well. Manfully, fearlessly, The day of trial bear, For gloriously, victoriously, Can courage quell despair !


antecámara

Ángeles

Vida

Versión de Isabel Jazmín Ángeles

La vida, creánme, no es un sueño Tan oscuro como dice el sabio; A partir de una ligera lluvia matinal Se pronostica un día agradable. Algunas veces hay nubarrones de tristeza, Pero son siempre transitorios; Si la lluvia logra que las rosas florezcan, ¿Por qué lamentarse de su llegada? ¡Rápidas y alegres Las soleadas horas de la vida se deslizan, Alegres y gustosas Disfrutémoslas mientras avanzan! ¿Que si la Muerte por momentos se detiene Y nos llama en nuestro mejor momento? ¿Que importa que el dolor parezca ganar Sobre la esperanza un pesado dominio? Todavía renace flexible la esperanza Inconquistable, aunque perezca; Todavía alegres son sus alas doradas, Todavía fuerte para soportarnos. Valiente, sin miedo, Soporta el día del juicio, Para glorisamente, victoriosamente ¡Pueda el valor mitigar la desesperación!

Charlotte Brönte 1816-1854. En 1824 entró a la Escuela para hijas de clérigos en Cowan Bridge, donde murieron sus dos hermanas mayores, María y Elizabeth. En 1831 ingresó a la escuela Roe Head, la abandonó para enseñar a sus hermanas en casa y en 1835 volvió para ser maestra, profesión que ejerció durante los siguientes siete años, cuando viajó a Bruselas a completar sus estudios. En 1846 vuelve a Haworth, descubre los poemas de Emily y junto con Anne deciden publicar una antología bajo los seudónimos de Currer, Ellis y Acton Bell, así como sus primeras novelas. Después de la muerte de sus hermanas, se dedica a publicar sus obras y a moverse en los círculos literarios. En 1854 se casa con el reverendo Nicholls, se embaraza y enferma de neumonía, a causa de la cual muere en ese mismo año. Autora de las novelas:Jane Eyre (1847), Shirley (1849), Villette (1853) y The professor (1857).

~ La Voz de la Esfinge

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Esperanza

Brönte

Hope

Hermanas Brönte

poemas

Emily Brönte

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~ La Voz de la Esfinge

Hope was but a timid friend; She sat without the grated den, Watching how my fate would tend, Even as selfish-hearted men. She was cruel in her fear; Through the bars, one dreary day, I looked out to see her there, And she turned her face away ! Like a false guard, false watch keeping, Still, in strife, she whispered peace; She would sing while I was weeping; If I listened, she would cease. False she was, and unrelenting; When my last joys strewed the ground, Even Sorrow saw, repenting, Those sad relics scattered round; Hope, whose whisper would have given Balm to all my frenzied pain, Stretched her wings, and soared to heaven, Went, and ne’er returned again !


antecámara

Ángeles

Esperanza

Versión de Isabel Jazmín Ángeles

La esperanza era sólo una tímida amiga, Se sentaba en el rincón enrejado, Observando cómo mi fe, tendería Incluso hacia los hombres egoístas. Era cruel en su miedo: A través de las rejas, un día melancólico, Miré hacia allá para verla, ¡Y me volteó la cara! Como falso guardián, falso cuidador, Aún en lucha pidió paz; Cantaría mientras yo llorara; Se detendría si la escuchara. Falsa, inflexible era; Cuando mis últimas alegrías se derramaron sobre la tierra, Incluso el Dolor vio, arrepentido, Esas tristes reliquias diseminadas en círculos; La esperanza, cuyo susurro habría dado Bálsamo a mi frenético dolor, Encogió sus alas y voló hacia el cielo, ¡Se fue y nunca más volvió!

Emily Brönte (1818-1848) En 1824 asiste a la escuela junto con sus hermanas mayores, pero vuelve a casa luego de la muerte de éstas. En 1837 comienza a dar clases, viaja a Bruselas y vuelve en 1842. En 1845 comienza a escribir Cumbres borrascosas, al año siguiente publica una antología de poemas junto con Anne y Charlotte, un año más tarde la novela. En 1848 se contagia de un resfriado que se complica con la inflamación de los pulmones y muere ese mismo año. Isabel Jazmín Ángeles Guadalajara, 1981. Tiene publicada la plaquette de traducciones In Excelsis (Mala Estrella, 1998). Actualmente estudia la licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara.

~ La Voz de la Esfinge

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Luis Felipe Gómez

Para Fernando Cadena y Martín Vázquez

—I

Feel the Lord, oh yeah! Pero Daniel, antes Guillermo, antes Memo, pero ahora Daniel, ahora Dániell, ahora Danny por simpleza fonética, sentía que le trepaba por la garganta el desasosiego de siempre, de todos los viernes que tenía que asistir al coro de la Gillette Company domiciliada entre las lanchas y los bosques de Rice Lake, Wisconsin. Bajo el humor las Budweiser que se había tomado antes de llegar, bien se preguntaba qué seguía haciendo ahí después de cuatro meses puntualísimos, tic-tac, hora y media antes de supper cada último día laboral de la semana. Si ni de chico le había gustado eso de irle a berrear al Santísimo porque, claro, cuando se voluntarió para rascarle a la guitarra en la iglesia de Colinas de San Javier fue debido a que, en sus dieciséis años de mundo, no había muchacha más bella que Claudia, la soprano, la solista con voz de gotas sobre el enrejado y la piedra, tan diferente a la de los angloparlantes que le rodeaban. —Yes I feel/ I feel the Lord. Rememoraba, cuántas veces le era posible entre I feel y the Lord, cómo quedó enrolado con estos cánticos, con estas mujeres negras y blancas, estos hombres

Luis Felipe Gómez Guadalajara, 1975. Ingeniero Físico con especialidad en Genética, Maestría en Ecología y actualmente estudia el doctorado en Filosofía. No ha publicado libro alguno pero el primero saldrá con Tusquets Editores como parte del Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí 2001.


Gómez

Daniel, antes Memo

blancos y negros que afirmaban con gana desentonada que ya Lo estaban sintiendo. Sucedió durante su primer día en la planta más importante de la Gillette Co. donde le habían ofrecido mayor sueldo y prestaciones que en las grandes ciudades y él pensó que vivir en un pueblo le haría bien. Entonces la chamacada, la novatada. Salían muy contentos, él y su jefe nuevecito, de la oficina donde habían atintado sus firmas, previa revisión de la visa de trabajo y las prestaciones de la empresa. —I want you to have your first lunch at Gillette’s—le dijo Alan Rowthorn, su jefe. Pero Daniel, antes Guillermo, antes Memo, pero ahora Daniel, ahora Dániell, ahora Danny por simpleza fonética, antes de pensar en el posible menú, esperaba encontrar a algún paisano en la cafetería, algún paisa o, por lo menos, a algún empleado que se llamara Ernesto o Pedro o Ramiro. Debía haber uno, tan siquiera uno. Porque él había estudiado ingeniería mecánica en la Texas A & M y había muchos latinos, y también en Harvard donde cursó su maestría en Moldeado de Plásticos. Sin embargo, ese día no hubo nadie o, más bien, no tuvo tiempo de fijarse porque Alan Rowthorn, no más que abrir la puerta, se encaminó a una de las primeras mesas y saludó efusivamente a un hombre que devolvió el apretón entusiasta y lo prolongó hasta el nuevo ingeniero, haciéndole saber que se llamaba Jeffrey. 24

~ La Voz de la Esfinge

Las mujeres blancas y negras y los hombres negros y blancos fueron arreciando la voz a cada nuevo verso. Sintió un codazo y una mirada que lo arengaba a que le pusiera empeño al canto, porque estaban alabando a Dios y ni modo de hacerlo desgarbados. Entonces volvió a moverse. Aplaudió a ritmo. —I feel’m inside—dijo con júbilo de grito charro. —Yeh! Yeh! Yeh!—Le contestaron los que estaban frente a él, de espaldas a la pared blanca, al póster que en un metro cuadrado mostraba la rasuradora con navajas cubiertas por película antioxidante y muelles para una better shave. La mujer cuarentona de apellido polaco, Rabotka, dio un paso al centro del salón e inició su «solo». Pero eso no era un «solo», no era como el de Claudia, ésta tenía voz de pajarillo remojado, de pajarillo tísico. Porque Daniel, antes Guillermo, antes Memo, sabía de voces, sabía de escuchar a Claudia entre la primera y la segunda lectura, entre los sermones del párroco nunca faltos de la sugerencia para votar por el Blanquiazul, puesto que eran buenos cristianos, y no por el prd, que aún traían al diablo comunista en las entrañas. De seguro el padrecito, comentó una vez el que orquestaba el órgano Yamaha, ha de haber oficiado mucho tiempo en esas colonias pobres que están del otro lado de la ciudad, aún


alejandría

no se da cuenta que aquí nadie vota por los nacos de Cuauhtémoc Cárdenas. Todos se rieron como se ríe a los dieciséis años de cualquier cosa; todos empáticos para no ser relegados por el grupo. Todos; excepto Claudia, que comenzó a alegar antes de que la dejaran sola al salir corriendo en dirección a la señora que vendía atoles, porque el sonido de las motocicletas había penetrado en el aire como un trueno y no tardarían en zumbar por la calle. Y zumbarían fuerte, agudo, aquí cerca del tímpano como le zumbaba la voz chillona de la polaca en cuarta generación que juntó sus manos de leche, dio un paso adelante, atrás, y achicó sus cuencas blancas y verdes para sentir que le salía la voz por en medio de las cejas. Y a él le regresó el desasosiego, la pregunta. Se quedó estático mientras Alan Rowthorn, parado en la cafetería como general que conquista un pueblo, le decía a Jeffrey que había hablado con Danny y que Danny estaría joyful de pertenecer a your team, que le gustaba tanto cantar. Pero cuál team, y oh, my brother, seas bienvenido entre los más humildes, entre los que guardamos un poco de cordura en este mad world. Alan Rowthorn soltó una carcajada para aparentar que todo era broma. Luego, deseándoles que disfrutaran su primer talking, traspasó la puerta por la que habían entrado y se fue —según Danny—a comer su lunch en alguno de los tres restaurantes

Gómez

buenos del pueblo. «Las ventajas de ser gerente», pensó mientras Jeffrey lo guiaba por su charola platicando trivialidades con la confianza de que se dirigía a “uno de los suyos”. A Daniel las trivialidades le hicieron pensar que la broma había terminado, se fue sintiendo en confianza para preguntar por los nombres de los árboles (most of them are cedars and red cedars and birch trees), de los ríos (Rice River, el que daba directo al lago del pueblo; Eau Claire River, el que tiene el puente más grande viniendo por la carretera de las Twin Cities; Red Cedar River, el que culebrea por el bosque; y Birchwood River, el que sale del Rice Lake y llega al Birchwood Lake en el pueblo de Birchwood). Quería, como los niños que llegan por primera vez a un hotel, y para menguar la nostalgia y sentirse parte, conocer el territorio donde hincaba sus plantas. Entrados en la plática hizo la pregunta del turista, por qué le llaman «lago del arroz», y Jeffrey se extendió sobre el invierno que seguía, you’ll see it, cuando los ríos se congelan por encima, el Red Cedar River, el Rice River, el Eau Claire River, el Birchwood River y todos los lagos de Wisconsin y Minesota que también se congelan igual pero no éste, acá se forman astillas de escarcha en la superficie y los copos de nieve que caen lento van llenando la olla de arroz para ser contemplada por los hombres desde los dos únicos pubs del pueblo y las familias que bajan ~ La Voz de la Esfinge

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Gómez

Daniel, antes Memo

al downtown resoplando vaho para que los niños se diviertan haciendo muñecos de hielo sobre la playa mientras ven the little rice seeds over the lake and... Hasta ahí quedó la plática porque sonó la campana que daba por terminado el lunch. Daniel se había sentido muy a gusto escuchando sobre la geografía y las costumbres, se acordó de que un compañero de Harvard le había dicho que en México eran so stupid, because you took the name of the cities from your songs. Pero la intranquilidad estuvo de vuelta cuando Jeffrey le recordó que ahí lo esperaba el viernes a las cuatro y media o’clock, tic-toc. Más pudo la desolación de la semana en su casa vacía con techo de dos aguas, que la mala espina que le había dado el team: por lo menos podría conversar con alguien en vez de escribir cartas, en ese pueblo donde, en verdad, él era el único hispano, el mall quedaba a dos horas, no había plaza y los parques se iban vaciando por la caída de las hojas, de los grados Fahrenheit. Puntualísimo allí estuvo el viernes. Puntualísimo como allá estaba los domingos y era su oportunidad de platicar a solas con Claudia. Después de seis meses de espera tenía que aprovechar ahora que se habían ido todos a ver a los motociclistas y ella tenía ganas de seguir alegando sobre política. Él sería su mejor oído, lo decidió.

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~ La Voz de la Esfinge

Fingió escuchar con atención las razones de Claudia sobre las diferencias sociales en México, sobre los pobres pobres –«que también son personas», dijo él para lucirse—y los pobres ricos. Pasando del «clasicismo» del pan con una bolsa de guasanas calentitas y una nieve de garrafa sabor mamey, al «exhibicionismo revoltoso» del prd entre papas fritas con chile, sal y limón; hasta la «corrupción ratera y sus sesenta y cinco años de devaluaciones» del pri con unos pirulís coloreados en la mano. —¿Y los demás partidos? —Son satélites—dijo ella con toda la seguridad y el conocimiento que le daban sus quince años y diez meses, sus casi dieciséis. Por su parte Memo, porque ella ya le llamaba Memo y no Guillermo Daniel, como le decía el sacerdote; ni Guillermo, como antes de esa tarde, cuando sólo dialogaban sobre los tonos en la guitarra, Memo, Memo pensó que la política le seguía importando poco pero era maravilloso estar platicando con Claudia sobre las rocas del atrio, hasta donde había penetrado el estruendo de las motocicletas y ya se iban vaciando de pasos. —But Come on: i feel the lord!—gritó Jeffrey para animar al coro—Jesus is among us, He is in the center of this room because He said so. I feel the Lord, repitió Danny para sí mismo con parsimonia gerontológica. Se alegró de que


alejandría

ese día hubiera terminado el trabajo temprano para poder haber ido a tomarse sus Budweiser al pub que más le gustaba, al que estaba en la orilla sur del pueblo. Y había mirado, después de hacer una escotilla con la mano en el vaho de la ventana, por dos horas, los arrocitos de escarcha cubriendo el lago, tal como le había dicho Jeffrey cuatro meses antes. Ordenó fish & chips y su cerveza. This cantina has Corona, amigou; le dijo el mesero, como siempre le decía desde que se enteró que era mexicano (pueblo chico), allá por su segunda estancia de tarde en la cantina. Pero a Danny le parecía estúpido pagar dos dólares extras por una nostalgia, además la Bud era de su mayor agrado. Se comió sus filetitos de big bass y sus papas con catsup, añorando que hubiera de los onefeet-long-old-Texas-style hot-dogs con mostaza clara que acostumbraba durante su carrera de ingeniería. Tomó una cerveza tras otra con la firme intención de llegar borracho, o al menos un tanto lampareado, a su cita del team. Así le sería más fácil soportar la sermonera y, a lo mejor, hasta recababa ánimos y despertaba en él el mariachi tequilero que traía entre los pulmones. Aún no daba con la excusa para salirse del team, todos sabían de su vida, qué hacía, qué no hacía y, al ser soltero recién llegado, no le era factible inventar que tenía que cumplir con otros pendientes, era

Gómez

bien conocido que llegaba a su casa, prendía el televisor o el estéreo y no salía de allí hasta el día siguiente. Tampoco le parecía una opción decirles que, simplemente, a él no le eran placenteros dichos asuntos pues vendrían las inquisiciones:

~ La Voz de la Esfinge

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Gómez

Daniel, antes Memo

¿Entonces por qué estuviste viniendo cuatro meses? ¿Te querías burlar de nosotros? Después las frases afirmativas, que suponía más peligrosas, y Jeffrey trabajaba en el mismo departamento y Rabotka era quien le pasaba las llamadas y etcétera. No quería tener problemas. Así que un poco de alcohol y beberse el Jesus is the Lord, Jesus is my Master. Un poco antes de que el mesero le anunciara que ya era hora, entre los efectos etílicos, a Danny le pareció que nunca había oído mentar a la Virgen durante las sesiones del team. Pagó la cuenta. Al salir, el mesero le gritó, como siempre: Remember that this cantina has Corona, amigou. Claudia tenía una medallita argenta de la Virgen de San Juan de los Lagos. Pendía de una cadena larga y se perdía entre sus pecas. Ése fue el primer pretexto de Memo para tocarla (¿me dejas ver tu medallita?) Ella tembló, tal vez por el frío que se dejaba sentir en el atrio de piedra que se había quedado solo, pero él no quiso pensar en la temperatura y tomó bríos. —Es tarde—dijo ella—ya me voy. —Te acompaño a tu coche—dijo pidiéndole a todos los santos del calendario y a la milagrosa de San Juan de los Lagos que no tuviera automóvil. Ella rió. Y él pudo presumir el carro que había obtenido de su padre tras tres berrinches y un permiso de conducir gracias al soborno. El trayecto 28

~ La Voz de la Esfinge

corrió bajo las risas, la noche y los laureles de la india, los abedules y los tabachines que poblaban las banquetas. Ésa es, dijo ella, señalándole una casa de enredaderas con bugambilias sobresaliendo de la barda. Ninguno de los dos habló por un momento. Memo estacionó el auto, pero no quería que ella se perdiera entre el eucalipto y la jacaranda que guardaban el portón, que se fuera pisando las florecitas moradas sin más que un «hasta el próximo domingo». Sin embargo, su lengua se le enroscó como serpiente en la garganta y ella fue quien propuso. —¿Y si vamos mañana a la Plaza Tapatía? —¿A dónde? —A la Plaza Tapatía. Me gusta mucho la gente, además son hermosos los viejitos blancos que leen el periódico sobre las bancas. En eso acordaron. Y Memo arrancó su carro y sus discusiones mentales. La Plaza Tapatía era el lugar de los nacos, era «el centro donde te matan a pellizcos», pero también era Claudia y, tal vez, no estaba tan feo el lugar como decían, él sólo recordaba la Plaza en imágenes de su infancia. Pero era Claudia. Pero qué pena que alguien lo viera ahí. Pero era Claudia. Al llegar, Danny supuso que su aliento lo delataría, así que, cuando Jeffrey intentó acercarse para saludarlo, se excusó para ir al baño y no volvió hasta que iban a mitad del Halleluya Song.


alejandría

Se coló entre los coristas con la cabeza gacha y saludando con la mano. Tomó lugar atrás de la mujer obesa y jamaiquina, sub-gerente de Recursos Humanos, que cantaba con todo el elefante de su pecho. Jeffrey lo miró con dislikeful eyes y, a cada arengue y batir de brazos, se acercaba un poco más a él que, por su parte, daba pasitos hacia atrás con cuidado de que su mareo no lo hiciera trastabillar y pisara a alguien. Jeffrey seguía exigiéndoles más entusiasmo. No le había bastado el «solo» que hizo llorar a la polaca, tampoco el grito charro de Danny ni las back vocals a toda trompa de la jamaiquina. —Come on, we’re singing to the Lord. Is this all you can give to Him? You have to prove that you love Him!!! Y tenían que probar que lo amaban, que podían dar más que su canto «desganado». Entonces todos empezaron a aplaudir, a hacer jirones de sus gargantas para que su oración fuera más allá de las nubes. A Danny le fue saltando una risita entre palabras, exclamó varios oh yeah’s y tronaron por sus labios exclamaciones en español que fueron emocionando a los demás y, tomándolo como ejemplo, fueron elevando su voz. La polaca gritó en polaco. La jamaiquina gritó en yaruba. Jeffrey se veía contento, seguía en su papel de animador y le sonreían las pupilas como le sonreían los ojos a quien prepara un gran final.

Gómez

El gran final con Claudia arribó otros seis meses después de los motociclistas y la Plaza Tapatía. Pero no fue el preparado. Memo se dio cuenta de que el amor de vista se podía acrecentar o descuartizarse con la convivencia. Los pleitos habían iniciado desde antes que ella le dijera que se iba a ir a Chiapas de misiones —aún no había noticias de guerrilla—y él le confesara que ya tenía la carta de aceptación de Texas A & M. Memo se había ido cansando de que ella estuviera siempre a la duro y dale con los pobres, con la política. Dilapidó su fachada del escucha que concuerda y, cuando ella hablaba de injusticia social, respondía que los pobres eran pobres por su gusto, por huevones. Pero cómo puedes decir eso. Pues porque lo pienso. ¡Eres un elitista como todos los del gobierno! Pero, por favor, ¿cómo pueden ser elitistas los del gobierno si hay cada prieto naco? ¡El color de piel no tiene que ver con la calidad de la persona! ¿Y la forma en que visten, tienen gustos de albañil? Eso tampoco, eres/ Yo soy, yo voy a ser un ingeniero que va a ser millonario mientras tú te quedas tragando tortillas entre tus pobres. Y ella se fue a Chiapas, con sus pobres. Él empacó su inglés entre las camisas y partió a Texas. La canción terminó y todos sintieron que en verdad tenían corazón y les palpitaba del lado ~ La Voz de la Esfinge

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Gómez

Daniel, antes Memo

izquierdo del pecho. En serio que están locos, pensó Danny, en el coro de Colinas nunca pasó algo así. Jeffrey, con voz cansina, aconsejó que respiraran profundo. Como infantes, lo obedecieron al unísono. Les ordenó que sintieran sus pulmones, sus pies dentro de los zapatos. Las manos con cada una de sus falanges, falanginas y falangetas. Los fue calmando. Poco a poco, a sentir cada parte de su cuerpo. —Now, feel your shoulders—con voz aletargada de monje decimonónico. Danny miró hacia los demás, 360°, todos enfrascados en sentir sus omóplatos. Pinche Alan, en dónde me vino a meter el cabrón. Y ahora, sientan el cuello, sientan que la sangre circulando es la sangre de Dios. Ye-eh, respondieron en sincronía. La voz de Jeffrey se fue volviendo palurda, al igual que los movimientos del team. —Do you love the Lord? —Ye-eh—balanceando la cabeza de arribabajo, como zombies de película antigua. ¿Creen en el señor? Otra vez, y otra vez la respuesta modorra. Danny pensó que se le había pasado la mano con las cervezas, que nunca se habían puesto así, y sentía como si todos estuvieran girando a su alrededor. Las paredes: estáticas. El póster

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~ La Voz de la Esfinge

de la rasuradora en el mismo lugar. ¿El Señor es nuestra salvación? Respuesta idéntica. La polaca girando a su derecha. ¿Estamos en el camino de Jesús? Ye-eh. La jamaiquina con ojos de sábana en frente de sus ojos. ¿Somos parte de la Revolución del Señor? Sí-íí. Y Danny recordó cuando un compañero de clases le dijo que había empezado la guerra en México: se lanzó encarrerado a comprar el periódico. El EZLN. —‘Cause we were in the hands of the Evil before!! —Ye-eh. Danny miró hacia el suelo. Estaba en el mismo lugar, nada se había movido. ¡Estábamos en los dominios del demonio! Ye-eh. ¡Porque todos éramos católicos! Ye-eh. Sin pensarlo gran cosa, Danny se fue deslizando hacia la puerta. Estos cabrones están orates. ¡Pero hemos visto la luz! Ye-eh. Daniel, antes Guillermo, antes Memo, pero ahora Daniel, ahora Dániell, ahora Danny por simpleza fonética, llegó aún medio mareado al pasillo, sintiendo que le punzaba en las sientes el encabezado de la guerrilla en México y, al voltear, creyó ver que Jeffrey sostenía una gallina del pescuezo. Salió corriendo de la planta.


Socorro Venegas

L

una que mengua, luna pequeña. Corre su imagen en el agua del río, allá abajo, donde el verde oscurecido de la barranca linda con la noche. En su pequeña terraza, la costurera se cubre la boca. Como si pusiera un parche que impidiera ver el color de su grito. Como si hubiera zurcido mal sus labios. Mal, porque de pronto la mano cae, un puño delgado, y descansa en el regazo, los labios se entreabren, escapa un nombre: Matías. No volvió nunca. En la vieja casa, alta y en ruinas, se quedó ella sola. Desde entonces duerme vestida, como si esperara un llamado, una inesperada visita, una presencia súbita. Cuando apenas oscurece comienza a dar vueltas por su habitación, se estruja las manos, bebe un sorbo de café y se deja caer en la cama. Inmóvil, sólo escucha, sigue el vuelo de los insectos, la ruta de las hormigas, la música de los grillos. Así, hasta dormirse. Pero cuando hay luna menguante, sale a la terraza. Con un cielo así se fue Matías, dijo que iba por un perro que le habían regalado. La costurera preparó una caja de cartón, puso trapos viejos, la ilusionaba el cachorro. No tenían hijos. Seis días después sin saber de él, sintió débiles los latidos de su corazón, apenas podía respirar. Se supo incapaz de indagaciones y búsquedas, y para contrarrestar ese repentino acercarse a la muerte, emprendió una profunda limpieza: tiró la

Socorro Venegas San Luis Potosí,1972 y radica en Cuernavaca, Morelos. Ha sido becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en novela y cuento, así como del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Morelos. Es autora de los libros de cuentos Habitación (1995), La risa de las azucenas (1997) y La muerte más blanca (2000). Está por publicarse su libro de cuentos Todas las islas, con el que obtuvo el VI Premio Nacional de Poesía y Cuento “Benemérito de América” 2002 que otorga la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca. Es becaria del Centro Mexicano de Escritores.

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Venegas

Lamento

caja del perro junto con las cosas de Matías, aseó bien los cuartos de la casa. Sin contar el suyo eran dos y sus ventanas daban a la cañada. Hacía tiempo que las aguas del fondo no tenían olor, las autoridades limpiaron la barranca y prohibieron que se volviera a lanzar basura. En el letrero que colocó en la fachada de su casa, escribió: Se renta cuarto a mujer sola, señorita, viuda o dejada. Vinieron dos mujeres más jóvenes. Les informó que era costurera, ofreció coserles ropa más barata y más bonita que la que se compra en las tiendas. No les preguntó por qué estaban solas. Se acostumbró a oírlas trajinar en la azotea, a donde subían a lavar juntas. Desde su terraza escuchaba el agua de la llave cayendo en la pila, el choque de las jícaras, la fricción de la tela contra los lavaderos, y sus voces con la hilera de hechos que eran sus destinos. La confundían sus risas, de muchos modos la vida les había metido en el cuerpo dolores infinitos, pero reían. Tuvo envidia, ella, enjuta, con la mano sobre la boca. Ni siquiera sabía sus nombres. Una, la más joven, trabajaba como obrera para enviarle dinero a su madre y hermanos pequeños en un pueblo lejano. Era atrevida, un día se acercó a la costurera y le preguntó por qué tenía ese gesto terrible, por qué se cubría así la boca, ¿estaba enferma? La costurera buscó en su delantal, le dio la espalda y, a contraluz, intentó meter el cabo de un

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~ La Voz de la Esfinge

hilo en el hoyo de una aguja. No estaba hecha a responder preguntas. La joven no se dio por vencida, le dijo que le recordaba a su madre, a la que extrañaba mucho. Que en la fábrica se distraía pensando en su pueblo y en sus hermanos, y eso era malo porque se pinchaba con las agujas: Otro tipo de agujas, fabricamos jeringas. La costurera la miró de soslayo. La muchacha le enseñó las yemas de los dedos, la piel enrojecida y lacerada. Me llamo Clemencia, dijo la costurera. La joven sonrió, tenía bonitos dientes: Yo soy Ana. Mientras ponía cierres y levantaba bastillas, a la costurera le gustaba imaginar que Matías andaba por el mundo con su perro. Sin duda, ambos se acompañaban en un camino vedado para ella. A veces también decía para sí: Tengo un recuerdo, un recuerdo mío. Miró el cielo, la uña débil, blanca, en su centro. En el cuarto de Ana silbaba la ollita del café. Asomada a la barranca. Clemencia deseó que sus manos se incrustaran en el barandal, así no irían hasta su rostro, no buscarían su boca para taparla, no impedirían que su voz... Ana escuchó un nombre, un grito que se deslizaba desde el cuarto de la costurera, una bengala que subió hasta la luna menguante y después rodó hasta el fondo de la barranca oscura. Después escuchó una risa, interminable.


Vizania Amezcua

A Marco Lucchesi

E

se fue el título con el que apareció publicado. A partir de allí, y poco a poco como cuando se conquista a una mujer, se fue gestando la más estoica victoria dentro de mis afanes por la pluma y el papel. ‡ Su primera aparición en público, durante una lejana temporada en que las hojas de los árboles escribían, en el aire, sus últimas misivas antes de caer, y en la que yo advertía con cierta desazón la próxima llegada del invierno, se debió a que mi amigo de toda la vida y maestro de letras en la universidad, el viejo De León, supo del texto durante una tarde en la que no hacíamos otra cosa más que tomar café, conversar y leernos a intervalos algunos borradores, como acostumbrábamos desde hacía mucho. Un silencio prolongado antecedió su entusiasmo, después exigió que le entregara el texto con un rostro mucho más pulcro del que sostenía en mis manos esa tarde. Algunos días después, aquel borrador de letras y tachaduras que sólo yo era capaz de descifrar, llegó a sus manos con un límpido rostro, y De León se lo llevó.

Vizania Amezcua Tepic, Nayarit, 1974. Estudió la carrera en Medios Audiovisuales en la ciudad de Guadalajara. Fue la productora ejecutiva del programa televisivo semanal Espacios. Tiene publicado el libro Naturalezas distintas, (Plenilunio, 1997), y la novela Una manera de morir (Tierra Adentro, 2000). Aparece antologada en Creación joven 19792000 (Tierra Adentro, 2000).

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Amezcua

La falsa certeza de una mujer feliz

‡ Mañana de fresco letargo, un domingo, y De León me invitó a desayunar. Apenas habían servido el jugo de naranja, cuando mi amigo abrió su portafolios y voilá, sacó una revista literaria; en el interior La falsa certeza de una mujer feliz se extendía a lo largo y ancho de una página. Sonreí, pero ninguna alegría puede serlo del todo, y pese a mi agradecimiento y ego rebosante al ver la publicación, algo había que lamentar. La mesera trajo entonces el café y mientras De León le agregaba azúcar y un poco de crema, yo continuaba viendo el texto. Allí estaba el título, los párrafos debidamente separados, las sangrías, todo, sin embargo, mi nombre había sufrido un atentado. Me llamo Mario Alberto Ribeiro, y ese nombre me gusta porque crea, casi de inmediato, una imagen en la mente de quien lo escucha —o de menos eso me ha gustado pensar siempre—, Ma-rio Alber-to Ribei-ro, como tres pequeñas colinas en el horizonte, a la misma altura, casi idénticas,

juntas, pero sin tocarse; y en esta publicación: mi apelativo aparecía como Mario Alberto Ribero. La imagen aparecía descompuesta y ahora podía imaginar dos pequeñas colinas, casi idénticas, y la mitad de una tercera terminada en un abrupto y afilado precipicio. De León me pasó el azúcar y en tanto esta caía para deshacerse dentro de la taza, yo recreaba mentalmente al que apunté como el culpable: el capturista, a quien supuse un hombre miope cuyos gruesos y pesados anteojos le impedirían concentrarse, pensar y, en efecto, ver bien. El miope que habría cometido el error de dedo para sacrificar, distraídamente, la maravillosa I que suavizaba mi apellido. Desde luego ya estaba de más entrar en los detalles de quien escribe el Ribero con B o V, cuando a la mesa vinieron los platillos. De León estaba apenado, no lo niego, e incluso comentó, antes de llevar el primer bocado a su boca, que llamaría a la revista para reclamar el error, no obstante, su cara mostraba, de manera evidente, que el asunto le llegaba a parecer nimio ante la ~ La Voz de la Esfinge

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alejandría

alegría que, supongo alegaba sin decirlo, debía provocarme el hecho de haber publicado, por primera vez, a nuestra edad. Finalmente, pese a su alegría y a esa buena intención de reclamar ¿de qué me valdría una, regularmente poco atractiva, fe de erratas separada del texto que, desde luego, no se volvería a publicar? De León advirtió en ese instante que aún no había comenzado a comer y el comentario valió para que cambiáramos de tema, poco después, a la entrada del restaurante, nos despedimos. ‡ Después de esa mañana supuse que el asunto quedaría allí, pero el trayecto que La falsa certeza de una mujer feliz habría de recorrer apenas comenzaba y si yo intentaba dejarlo allí para librarme de la congoja, a alguien más, un estudiante que encabezaba la edición de una gaceta universitaria, se le ocurriría publicarlo de nueva cuenta, naturalmente con ese ímpetu irresponsable de los jóvenes que no consultan e incluso evitan contactar al autor, no sin razón, es cierto, por aquellos que no dudan en exigir precios bastante elevados por sus textos, más aún para los poco holgados bolsillos universitarios. Anécdota con el perfecto aire burlón del azar, puesto que la gaceta se editó y distribuyó en la

Amezcua

misma universidad donde De León daba clase, por lo que fue él quien me entregó la segunda aparición de mi texto. Sentados nuevamente ante una taza de café, La falsa certeza de una mujer feliz aparecía, una vez más, intacta, título y contenidos en perfecto estado, pero mi nombre, esta vez como Mario A. Ribero. En ese momento me quedó claro que a la gente se le hace fácil abreviar nombres, sin pensar un momento en las consecuencias para el dueño, y es que ahora no sólo tenía la mitad de una colina terminada en un abrupto precipicio, sino otra de la que sólo quedaban vestigios porque alguien la habría dinamitado, haciendo que de aquella armónica figura sonora, únicamente la primer colina sobreviviera. Esta vez De León no hizo el menor intento por consolarme, a él le parecía estupendo que mi texto, y aquello que había supuesto la inocente publicación de un escrito realizado por un anciano entusiasta de la pluma y el papel, tuviera ahora una segunda aparición, además, espontánea, por lo que me felicitó y cambiamos de tema. Yo no quería parecerle un hombre quejumbroso, así que sonreí una vez más, finalmente, no habría resultado muy grata la escena que en un principio tracé en mi mente: un viejo como yo reclamándole a un pobre joven universitario, el hecho de no confirmar mi apellido, encima su osadía de dinamitar el Alberto ~ La Voz de la Esfinge

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Amezcua

La falsa certeza de una mujer feliz

de mi apelativo, y por si esto fuera poco, dejar el espacio perfecto para la intromisión de cualquier otro nombre que diera inicio con la letra A, por lo que dejé el asunto allí. ‡ Con el invierno dejando vaho a cada paso, volví a repetir el viaje que, durante los últimos años, realizaba al pequeño poblado donde vivía mi hija menor, pese al escándalo que eran capaces de engendrar mis cuatro nietos y su marido, pero al resguardo de un clima mucho más amable con mis huesos. La estancia me permitió mostrar a mi hija el texto, salvo que ella tampoco lamentó los estragos causados a mi nombre. Fuera de eso, los días decembrinos no depararon mayores sorpresas entre la habitualidad de los regalos, y la sidra, y la sonrisa, en labios de mi hija, portadora de la nostalgia. A la llegada de la primavera regresé. Pero esta vez la gris ciudad, con sus afeites de polución, no me habría de recibir con su acostumbrada indiferencia. Para fortuna o desgracia La falsa certeza de una mujer feliz volvió a aparecer. Se encontraba impresa en las páginas «manchalotodo» de un periódico, al interior de un suplemento dominical, que cometí el error de comprar por ese necio afán de enterarse sobre lo que ha pasado durante la

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~ La Voz de la Esfinge

ausencia de uno, como si fuera posible que en un par de semanas las cosas fueran a cambiar demasiado, y allí volví a observarla con su mala sonrisa destruyendo lo que aún quedaba de mi nombre. Por el motivo de mi ausencia, y supongo, el gusto demasiado ansioso de un temerario editor, el texto figuraba en únicamente dos columnas. Gracias a eso y a la necia intensión de un paginador por hacerlo caber en esa jaula estrecha, ahora leía M. A. Ribero; dos de mis colinas dinamitadas y la tercera alterada por el mismo precipicio. Marcelo, Macario, Marco, Mauricio, Miguel, Alejandro, Andrés, Atanasio, ¿Antonio?. Álvarez, Alatorre, Aldama, Aranda, ¡Amezcua!, con dichas abreviaciones el atentado era mayúsculo, un abanico de abundantes posibilidades se abría para la intromisión de nombres y apellidos que se implantarían en los míos, los reales, según la cabeza de cada lector. ‡ Poco a poco, sí, la conquista de una mujer puede tornarse una realidad, la victoria puede tocarnos un segundo y sólo una vez, al igual que un texto puede fraguar su propia victoria para seguir su trayecto solo; desde luego en cada acto memorable algo debe perderse en el camino.


d o b l e

h o r i z o n t e

Poema en dos tiempos Benjamín Valdivia

18:42 La pulsera del tiempo se extravió: aro de la atadura deliciosa. Y tus interrogantes por tanta tierra y mundo se pregonan: ¿dónde se estableció la oscuridad en esa sucesión de sus designios? ¿de cuál vertiente el sol ávido tiempo fue junto a la noche? ¿qué se detuvo allí entre la desaparición que no fue el tiempo? Sólo sé que tu nombre se inscribía sobre un muro blanco cuando empezaba a hacerse tarde en el mundo crucial.

~ La Voz de la Esfinge

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Valdivia

Poema en dos tiempos

19:15 Benjamín Valdivia Aguascalientes, México, 1960. Tiene estudios de doctorado en filosofía y en educación. Desde 1982 es profesor en la Universidad de Guanajuato. Ha desempeñado labores en otras universidades mexicanas, y en universidades de Canadá, Estados Unidos y España. Ha publicado, en diversos medios mexicanos y extranjeros, sus obras de poesía, novela, cuento, teatro, ensayo y traducciones (del inglés, francés, portugués, italiano, alemán y latín). En 1987 obtuvo el Premio Internacional de Ensayo “Ludwig von Mises”; en 1988, el Premio Internacional de Novela “Nuevo León”; y en 1991 el Premio Internacional de Poesía “Le Courrier de l’Orénoque”. Ha obtenido diversos premios nacionales de poesía, novela, dramaturgia y crítica de arte. Ha sido miembro del Sistema Nacional de Investigadores y becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, en México y del Faculty Enrichment Program de estudios canadienses, en 1989. Desde 2000 es Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, en calidad de Correspondiente en Guanajuato.

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El tiempo en su deseada redondez es lo que yo te doy y las palabras que persiguen la significación sonora del minuto: ningún álamo retiene melodías que no fuesen halladas en algún espejismo del reloj. Con la cadena ayer al tiempo —hoy a ti— uncía y contemplaba. sus índices dispares ya pasan de las siete cuando el mundo entero se retira. Ante su égida y su curva que se abre nos retenemos en luz música del plectro del abrazo. Y siento mis cercanías ir en ti separando las curvas de tu pecho para indicar la hora exacta que adviene del nadir.


doble horizonte doble horizonte

Orendáin

Del caer, sólo el tiempo Jorge Orendáin —fragmento —

Del caer no la lluvia, infatigable descenso de aire por ranuras del continente de este cielo. No el clamor intermitente de palabras, fondo oscuro en cauce de silencio. Desprendí los universos de mi mente, encerré sueños en palabras: quedé atrapado en mi silencio. Del agua no el fuego inventado en esta esquina: jardín-esperma, pétalos derruidos por su tiempo. No el tiempo en su esquirla de aire ni la tierra en su intento por ser río en las venas de esta nostalgia, aferrada siempre en su estar marino; ni la herida perenne y su llanto ni este barrio ausente ni toda la infancia estancada en los rezos. No el estar que muere ni la huida en espera. ~ La Voz de la Esfinge

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Orendáin

Del caer, sólo el tiempo

La vida no nace de la lluvia; ni la lluvia de Dios. No. Este amanecer se destiñó de azul, perdió su horizonte de cielo, canceló el camino de la voz, arrinconó la paz en el grito. No. La luz —maldita voz que no dice— esparce su raíz en mis ojos, quedo ciego de tanto mirar lo que nadie ve, callo lo que todos gritan, contemplo la muerte del tiempo, olvido la paz de una caricia. Sí. Del tiempo no el sueño. El agua abandona nuestra sed; la sed, todo sorbo de esperanza: caemos en una altura inventada. No.

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doble horizonte doble horizonte

Orendáin

De aquí al instante que viene, al sueño que se aleja. Sí, no. Nada.

Jorge Orendáin Guadalajara, 1967. Egresado de la licenciatura de Ciencias de la Comunicación (iteso) y de la maestría en Literaturas del Siglo xx (Universidad de Guadalajara). Autor de los poemarios Animalías, Por demás la lluvia, Telescopios de papel y Ciudad a cuatro ríos.

~ La Voz de la Esfinge

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Cabañas

Poema

Poema

Víctor Manuel Cabañas

Todo se consume bajo el rostro de la tierra bajo el vientre de un árbol Piedras que se levantan como pisadas de una noche Sólo su rostro y la explanada de los arrollos la casa sola La inocencia escondida bajo los ojos de una hoguera Los pies del patio donde mis hermanos jugaban por las tardes entre las alas de un verano Sombras de niños tirados por el sobrio animal del alcohol La sola hoja del pueblo tirado por sus fantasmas Casa de nadie

Víctor Manuel Cabañas Chiapas, 1966. Egresado de la Facultad de Filosofía y Letras. Estuvo en los talleres de Raúl Bañuelos y actualmente en el taller de Patricia Medina.

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doble horizonte

Vega

Poema Alfredo Vega

I No eres mi voz pero abres un espacio en mi garganta voy de la niebla a tus pequeĂąos tobillos luminosos poblados de signos con sus alas sostengo el espacio lĂ­quido blanco que se desvanece bajo una llama.

~ La Voz de la Esfinge

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Vega

Poema

II Me multiplico en la línea del paisaje reconcilio en tu cintura el aire fresco vespertino de olor a girasoles y la persistencia de un pueblo en ruinas, entre ti y la mirada de un anciano. Me detiene tu sigilo fluir de humo como tú de incienso que no encierra muros en la piel.

Alfredo Vega Ciudad de México, 1969. Estudió la Licenciatura en Restauración de Bienes Culturales y la Maestría en Filosofía Social. Radica en Guadalajara desde 1995.

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c i e n

doble horizonte

p u e r t a s alejandría

Frank O’Hara: un nenúfar urbano Eduardo Moga

H

ay poetas que abren pozos de meditación, que nos sumergen en las ideas. Su poesía palpa la penumbra para alcanzar, reflexión adentro, la luz del ser o de la muerte, del recuerdo o de la nada. Hay otros, en cambio, que permanecen en la superficie, como los nenúfares, captando el polen de las palabras, la transparente polvareda del pensamiento: la luz se adhiere a ellos sin lucha, por su sola presencia, por la sólida porosidad de sus sentidos. De esta segunda clase es Frank O’Hara. De esta segunda clase es su libro Poemas a la hora de comer. O’Hara, nacido en Baltimore (Maryland) en 1926 y muerto 40 años más tarde en accidente de automóvil, fue un hombre polifacético, de múltiples inquietudes intelectuales, que se pueden resumir en dos intereses esenciales: la literatura y las artes visuales. En cuanto a la primera, no sólo escribió poesía, sino también teatro, traducciones de autores franceses y alemanes, y ensayo; en cuanto a las segundas, participó en revistas artísticas y proyectos cinematográficos, y trabajó muchos años como conservador del Museo de Arte Moderno de Nueva York. Esta simbiosis en una misma pluma de los lenguajes de la poesía escrita y de la poesía vista —por otra parte, nada infrecuente en el arte contemporáneo, como acreditan Joan Brossa en la literatura catalana o Eugenio Padorno en la castellana— se revela especialmente fértil en el caso de O’Hara. Su conocimiento de la plástica de vanguardia, así como de las técnicas y ritmos narrativos del cine, inclinaron su lírica hacia el ojo, hacia la percepción directa, cromática, luminosa, de los hechos de su entorno y de su ~ La Voz de la Esfinge

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Moga

Frank O’Hara: un nenúfar urbano

yo, en toda la fragmentación y multiplicidad que habían avanzado ya, artísticamente, el surrealismo y el dadaísmo. La mirada de O’Hara se vuelve, pues, en sus versos, una cámara en constante movimiento, que enfoca la realidad con voluntad documental, poéticamente científica, pero que también investiga su propio interior, sus sueños y recuerdos, las dudas y la oscuridad que lo acosan. El resultado de este mirar es una poesía mosaico, donde la realidad se vuelca de forma nítida, pero discontinua y plural, rota por la subjetividad que, en su mismo aprehenderla, la re-elabora, y mezclada con una interioridad de la que brota el deseo y el miedo. El nenúfar de O’Hara es una gran retina que se nutre del mundo, de un mundo sustancialmente urbano, personificado en la Nueva York activa y lúcida de los años 50 y 60. La metrópolis es, en la sensibilidad de O’Hara, el correlato objetivo que fue la Naturaleza para la Antigüedad clásica; es decir, el diagrama del cosmos, la corporización del latido universal. Nueva York representa, en efecto, el lugar donde florece la amistad y la locura, la membrana donde todas las vibraciones —incluso las espirituales, como dice un espléndido verso de Poemas a la hora de comer— hallan eco, la síntesis de las relaciones entre los hombres, las palabras y las cosas. Frente a la estética beat californiana, más móvil —recordemos On the road, de Jack Kerouac—, 46

~ La Voz de la Esfinge

más dispersa quizá, más grandilocuente, el denominado grupo de los poetas de Nueva York —integrado, además de por O’Hara, por John Ashbery, Kenneth Koch, Barbara Guest, James Schuyler, entre otros— ve en su ciudad el continente idóneo de todas las realidades. Ambas corrientes —los beat de Ginsberg y Ferlingheti, y los neoyorquinos encabezados por Ashbery y O’Hara— dialogan, pero también polemizan. Comparten rasgos estéticos, muy especialmente la influencia de Whitman, pero discrepan en la concepción del mundo —y, en consecuencia, del verso—. Mantienen sinceros lazos de amistad (la última composición de Poemas a la hora de comer está dedicada a la salud de Allen Ginsberg), pero difieren en las músicas y en los propósitos: unos, como O’Hara, buscan recrear —y trascender— la realidad inmediata, sumergirse en la cotidianeidad y, por medio de esta inmersión, alejarse de ella y hacerla renacer, voluptuosa y dorada, en una nueva significación; los otros prefieren el discurso incisivo, la manipulación dolorosamente verbal de las cosas, romper los conceptos con una palabra fresca y salvaje, vibrátil y muscular. Estilísticamente, la subversiva recreación de la realidad que practica O’Hara se expresa en formas de dicción igualmente rupturistas: su sintaxis es deliberadamente anómala, omite a menudo signos de puntuación, se inventa palabras


cien puertas

o las toma prestadas de otros idiomas, incorpora a los poemas titulares de prensa o fragmentos de conversaciones oídas en la calle o en un bar. Siempre con la consciencia permeable, alerta, sólo aparentemente pasiva, como el nenúfar, O’Hara no desprecia nada para la construcción de sus textos. Las técnicas que utiliza incomodan, sin duda, al lector; alguien podría incluso considerarlas ancladas en un hippismo expresivo para el que ha pasado, demasiado perceptiblemente, el tiempo. Sin embargo, es indiscutible que resultan coherentes con la sustancia descrita, que vehiculan, con sintonía perfecta, el entusiasmo vital que en todo momento despliega O’Hara, al mismo tiempo que la irracionalidad y la personalidad poliédrica propias del hombre moderno. El simultaneísmo heredado de los cubistas; el flujo irreductible pero caótico del pensamiento; la memoria, eje del tiempo, con sus normas invisibles: todo se manifiesta en la poesía de sentidos inciertos y de formas abruptas de Frank O’Hara. Porque, frente a otras concepciones literarias, como el New Criticism, que reivindicaba el poema como icono verbal y expresión hermética de la subjetividad, O’Hara y los poetas de Nueva York creen en el yo lírico, abierto y pragmático, en la inmediatez del placer estéticos, en una referencialidad no velada por la orfebrería lingüística. Así pues, los Poemas a la hora de comer se muestran como productos

Moga

técnicamente finísimos, pero, en apariencia, verbalmente descuidados, sin cincel, hasta malsonantes. Con este tacto áspero, O’Hara pretende potenciar el acceso al verso, la comunicación no con el lector, sino con la persona, la carnalización del sonido y de los sentimientos. La ironía, otra herramienta esencial en la obra de O’Hara, impide una solemnidad que hace imposible la genuina comunión entre quien escribe y quien lee. Hay que subrayar, finalmente, tres características más de la poesía de O’Hara en general y de los Poemas a la hora de comer en particular: en primer lugar, la fuerte presencia de la cultura en sus versos. Estas referencias culturales, provenientes del mundo del arte, enriquecen el coloquialismo del autor. No resultan extrañas, ni epidérmicas, ni buscan demostrar nada, sino que reflejan un aspecto singular de su personalidad y dilatan el poema en la polisemia del conocimiento. Su discurso poético es suficientemente dúctil como para aceptar una intertextualidad —alguien ha apuntado, incluso, un venecianismo— ágil y equilibrada. Por otra parte, es evidente el cosmopolitismo de las composiciones de O’Hara: no sólo por el carácter urbano de su poesía, sino por la atención que el escritor presta al viaje como forma de crecimiento personal, como camino para que el yo se expanda. Lo dinámico, que caracteriza tantas piezas de Poemas a la hora de comer, gana ~ La Voz de la Esfinge

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Frank O’Hara: un nenúfar urbano

así más vuelo, aunque sigue siendo, en esencia, lo mismo que el deambular por la ciudad a la hora de comer: un fuego vital, una forma de recrear la emoción del tránsito y del descubrimiento. O’Hara, bien en su vagar por Nueva York, bien en sus recorridos —reales o imaginarios— por otros países reconstruye con admirable frescura esta sensación de parto, de deslumbramiento, que experimentamos cuando miramos los objetos con ojos nuevos y desnudos. El erotismo es, en último lugar, la fuerza subyacente más importante de Poemas a la hora de comer. Un erotismo que, a pesar del puritanismo inherente a la cultura estadounidense —aún más feroz cuando, como en el caso de Frank O’Hara, encara la homosexualidad—, no tiene miedo de manifestarse directa, incluso escatológicamente, con un léxico de la calle y una contundencia amorosa muy saludable. A veces O’Hara opta por la exposición vívida del eros. Otras, prefiere el juego de palabras, el doble sentido que lo disimule y, así, lo potencie.

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~ La Voz de la Esfinge

El clamor del deseo atraviesa, en cualquier caso, los poemas del libro. La sensualidad de Poemas a la hora de comer no proviene, pues, únicamente de su concepción visual, de su tono tangible y oreado, sino también de este impulso amoroso, de ese entusiasmo por lo unitivo y lo carnal. La poesía de Frank O’Hara y estos Poemas a la hora de comer constituyen, en fin, una buena muestra de lo que dio de sí la vanguardia estética de la costa este de los Estados Unidos hace cuatro décadas: una síntesis de denuncia y reconstrucción, de irracionalismo y realidad, de formas palpitantes y coloristas, que se articulan como una flor sacudida por el viento y por la ondulación que produce en el agua la piedra que alguien arroja, visitada ocasionalmente por los insectos y los sapos, o incluso por un cuerpo que cae, sometida a la lluvia y a los atardeceres. Sí, como un nenúfar, pero un nenúfar que camina y hace el amor, que transcribe el abismo de las calles en una humilde pero trascendente sucesión de incertezas.


A un paso de distancia de ellos Frank O’Hara

Es la hora de comer, así que salgo a pasear entre los taxis pintados de ruido. Primero, por la acera donde los obreros alimentan sus sucios y brillantes torsos con bocadillos y Coca-Cola. Llevan cascos amarillos; supongo que los protegen de los ladrillos que caen. Luego por la avenida donde las faldas se arremolinan sobre los tacones y se inflan encima de los enrejados. El sol calienta, pero los taxis remueven el aire. Miro ofertas de relojes de pulsera. Hay gatos que juegan en el serrín. A un paso de distancia de ellos Times Square, donde el anuncio humea sobre mi cabeza, y más arriba mana suavemente el agua de la cascada. Un negro de pie en un portal con un palillo se mueve lánguidamente. Chista una corista rubia: él sonríe y se frota la barbilla. De pronto todo es bocina: son las 12:40 de un jueves. El neón de día es un gran placer, como escribiría


Edwin Denby, como lo son las bombillas de día. Paro para tomarme una hamburguesa de queso en Juliet’s Corner. Giulietta Masina, esposa de Federico Fellini, è bell’atrice. Y chocolate malteado. Una señora que viste pieles en un día así mete a su caniche en un taxi. Hoy hay varios portorriqueños en la avenida, lo que la hace hermosa y cálida. Primero murió Bunny, después John Latouche, después Jackson Pollock. ¿Pero está la tierra tan llena de ellos como lo estuvo la vida? Y uno ha comido y pasea frente a revistas con desnudos y carteles de bullfight y el Manhattan Storage Warehouse que pronto será demolido. Antes pensaba que aquí se hacía el Armory Show. Un vaso de zumo de papaya y vuelta al trabajo. Mi corazón está en mi bolsillo, son los Poemas de Pierre Reverdy.

De Poemas a la hora de comer, 1956.


Héctor Javier Ramírez obra plástica





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Escritores latinos en Estados Unidos Javier Martínez de Pisón y Pilar Cano Miguel Algarín habla de su vida y obra, De Kojak al Nuyorican Poets Cafe Nueva York Miguel Algarín es junto a Pedro Pietri, Miguel Piñero y Lucky Cienfuegos uno de los escritores puertorriqueños que dieron inicio en los años 70 a un singular movimiento literario en Nueva York. Las características principales del mismo fueron por una parte darle por primera vez una voz a la gran comunidad puertorriqueña residente en los Estados Unidos —tres millones de personas, cuya inmigración masiva comenzó en los años 40— y por otra mezclar el inglés y el español para reflejar las sin-

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gularidades de una comunidad que habla español en su casa e inglés en la calle. Este movimiento de los llamados Nuyorican writers, compuesto sobre todo de poetas y dramaturgos, tuvo su gran momento gracias al estreno de varias obras teatrales en el Public Theater de Joseph Papp, particularmente Short Eyes, de Piñero. La obra, que recoge como pocas el argot carcelario y el ambiente en las prisiones de Nueva York donde Piñero cumplió varias condenas, fue un importante éxito, lo cual llevó a éste y a Algarín a ser contratados para rehacer los diálogos de la serie televisiva Kojak y posteriormente los guiones de la misma al igual que de Miami Vice. Algarín, que para entonces había obtenido un doctorado en literatura, fundó poco después el Nuyorican Poets Café, uno de los centros poéticos más importantes de Nueva York, por donde han

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pasado Allen Ginsberg, Amiri Baraka, William Burroughs y otras figuras relevantes de la literatura contemporánea. En este centro Algarín, poeta y dramaturgo, sigue presentando justas poéticas y obras multiculturales representativas del Lower East Side o Loisaida, como se hispaniza el nombre de este tradicional barrio de inmigrantes de Manhattan. Un libro editado por él sobre la poesía en dicho centro, Aloud: Voices from the Nuyorican Poets Café, ganó el prestigioso American Book Award de 1994, nada menos que el tercero de estos premios para Algarín. «Piñero, Pietri, Cienfuegos y yo estábamos juntos en aquella época», dice Miguel Algarín, «pero teníamos raíces en muchos sitios además del Lower East Side. Fue importante que yo me fuera por un tiempo y que regresara después de haber terminado mis estudios universita-

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rios porque volví con otra experiencia. Piñero también salió del bajo Manhattan, pero para prisiones de máxima seguridad. Y luego cuando nos encontramos, él con la experiencia de la prisión y yo con la académica, y entablamos una colaboración y una amistad que sólo la muerte pudo separar». El éxito de la obra de teatro Short Eyes de Miguel Piñero hizo que lo contrataran para rehacer los blandos diálogos de series televisivas como Kojak y Bareta. “Nos quedábamos despiertos noches enteras,” dice Algarín, “inventándonos capítulos para todas estas series; nos bebíamos una botella de ron y lo que salía era un tiroteo tras otro, pero la acción siempre reflejaba el dilema entre la moral y la ley y las circunstancias sociales de la vida del delincuente que lo abocan a cometer delitos”. Es decir, eran guiones que no tenían nada que ver con las típicas series de televisión, en las que por primera vez en Estados Unidos salían latinos en

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la pantalla y se reflejaba algo de la vida en el barrio. La facilidad de Algarín para escribir guiones y el material biográfico carcelario de Piñero convirtieron su asociación en un gran éxito económico que obtuvo un inmediato reconocimiento comercial, cosa que irritó a muchos guionistas puertorriqueños de la isla, que nunca pudieron acceder a algo similar porque no dominaban el inglés como los puertorriqueños nacidos y educados en Nueva York, mucho menos el slang carcelario de Piñero.

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Pero aparte de este éxito comercial, que sirvió para abrir por primera vez las puertas de la televisión en Estados Unidos a muchos latinos, este grupo de escritores comenzó a experimentar con una literatura bilingüe y con el uso del spanglish (mezcla del español y el inglés) como forma de reflejar la realidad de una población latina que se desenvolvía en un medio anglosajón. Esta innovación literaria provocó en un principio críticas furibundas de los puristas del idioma, que no se daban cuenta que estos escritos no eran más que un fiel reflejo de una realidad neoyorquina particular que hoy día afecta a la mayoría de la gran población latina que reside en los Estados Unidos (donde hay aproximadamente 30 millones de latinos; en Nueva York, donde el español es casi tan común como el inglés, hay 2 millones de latinos de una población total de 7 millones, de los cuales 1 millón son de origen puertorriqueño).


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«El que nosotros estemos en Nueva York y hablemos inglés y español y combinemos las dos lenguas es algo natural», explica Algarín. «Lo que no es natural es criticarlo y pretender que uno debe hablar exacta y exclusivamente en inglés o en español. Cuando se habla del spanglish se suele decir con cierto romanticismo que surgió en un momento histórico especial, cuando en realidad fue un momento histórico normal. Lo que sucedió es que como este es el centro de la comunicación electrónica del mundo, cuando nosotros bilingualizamos el idioma la cosa se escuchó globalmente». Algarín es de la teoría que en las regiones que rodean a los imperios la lengua central se empieza a combinar con los dialectos locales, y que el nacimiento del spanglish no es un fenómeno nuevo. «Así surgió el francés y así surgen todos los idiomas», dice Algarín.

Defensa de William Carlos Williams Catedrático de literatura inglesa especializado en Shakespeare, en Rutgers College (Nueva Jersey), Algarín es también un amante de la obra del poeta William Carlos Williams, a quien considera uno de los verdaderos renovadores de la poesía en lengua inglesa. «William Carlos Williams», dice Algarín, «es un personaje muy interesante, porque vivió una etapa del desarrollo de la literatura norteamericana muy ambigua. El norteamericano en los años 20, 30 y 40 buscaba el contacto europeo, pretendiendo que Europa tenía más cultura que Estados Unidos, y muchos escritores se alejaron de aquí: Ezra Pound, T. S. Eliot, Hemingway, e incluso algunos escritores negros. Williams sin embargo se plantó aquí, pero no en una ciudad, sino a las afueras de Nueva York, en Paterson (Nueva Jersey), para establecer una raíz literaria y encontrar —no crear, que

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es algo artificial— el carácter nacional del norte de las Américas. Ahí, mientras ejercía como médico, entabló una conversación profunda con el hecho poético y descifró gran parte del carácter norteamericano. Y lo hizo sin recibir nunca el reconocimiento ni la gloria que Ezra Pound y otros. Mientras éstos eran reverenciados como héroes literarios, este viejo ayudaba a las mujeres de Paterson a parir y escribía a la vez unos poemas soberbios. Williams escribió lo que yo llamo el gran poema épico sobre el carácter norteamericano. En lo que respecta a sus antecedentes, es importante que su padre fuese inglés porque ese fue su vínculo con Europa, aunque éste murió pronto. En cambio su madre vivió muchos años y ella representa la conexión puertorriqueña. Pero en su obra nunca existió ambigüedad porque él se centró en el norte y pensó: ‘Este lugar tiene una identidad, la identidad norteamericana, que puedo palpar desde aquí y la puedo definir’. Y en mi opinión lo hizo».

~ La Voz de la Esfinge

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Williams es sin embargo un poeta atípico en el sentido que si bien tenía ascendientes puertorriqueños nunca ha sido considerado como un poeta latino y de hecho escribió toda su obra en inglés. Algarín, que es también un gran amigo del poeta de la beat generation Allen Ginsberg, que frecuentemente recita en el Nuyorican Poets Café, describe así el encuentro entre Miguel Piñero y William Burroughs. Ginsberg y Burroughs «Allen y yo somos amigos desde hace años», cuenta Algarín. «Y a Burroughs lo conocí de una manera muy curiosa. El caso es que Piñero y yo fuimos a la casa de Allen buscando a Bill Burroughs porque habíamos oído que tenía una cura para los heroinómanos. Allen llamó a Burroughs y nos citó en la casa de este último. Una vez que Piñero y yo entramos en la casa de Burroughs, no pasaron

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más de 30 segundos para que Burroughs y Piñero desaparecieran en el otro cuarto y salieran embalados. ¡Menuda cura! Miguel tenía heroína y bastó que se cruzaran las miradas para que se hicieran cómplices como todos los yonquis. Pero de todas formas hicimos una gran amistad con Ginsberg y con Burroughs». Por esa época Allen Ginsberg, Gregory Corso y Lawrence Ferlinghetti iban al Nuyorican Poets Café a leer sus creaciones. «Y los fines de semana caía Burroughs,» continúa Algarín, «con los últimos capítulos de su novela, y se la leía a los obreros puertorriqueños que venían a beberse un vaso de vino o de cerveza por 50 centavos en este café. Y estos obreros boricuas escuchaban ensimismados a ese anglosajón que no tenía vínculo alguno con la experiencia latina. Pero la profundidad con que él ve la vida y la forma en que leía con esa voz nasal

inconfundible, penetraba en las mentes de esa gente que siempre se reía de sus ocurrencias. Es increíble, pero ese viejo antipático, burgués, blanco, anglosajón hacía reír a todos los boricuas a carcajadas: a trabajadores de fábrica que no tenían referencia literaria alguna. Él se ponía muy contento también, y eso que ese hombre no se reía con nadie: se le encendía la cara cuando veía a la gente reírse, porque era obvio que entendían lo que decía sin ninguna pretensión intelectual. Burroughs habla del Nuyorican Poets Café en cualquier sitio a donde va. Porque se acuerda que en un momento difícil, cuando estaba cambiando de vida, se encontró con un grupo de trabajadores que lo entendían, cuando él no era comprendido por su propia gente, ni por la intelectualidad». Algarín subraya que, a parte de Burroughs, lo interesante de esta anécdota es el hecho de que describe cómo era el puertorriqueño: capaz de sentarse y disfrutar con la prosa difícil y


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ácida del autor de El almuerzo desnudo, Yonqui o The Soft Machine. Esta capacidad probablemente venía de la tradición de los tabaqueros de comienzos de siglo, cuyo gremio socialista estableció lectores que leían literatura y textos políticos a los trabajadores mientras liaban el tabaco. «Una persona tiene que tener un sentido de humildad para entender lo que otro dice», añade Algarín. «Escuchar requiere de humildad, para permitir que lo que se está diciendo penetre en tu intelecto. Y esos trabajadores puertorriqueños la tenían». Las apariciones de Ginsberg por su parte eran una mezcla de literatura con placer. «Ginsberg era un poco fuerte: sus poemas tenían una temática homosexual muy fuerte, lo cual chocaba mucho al puertorriqueño, que es muy machista. Pero era interesante porque la razón de ser del Nuyorican Poets Café es permitir la libre expresión de ideas y sentimientos, sin ningún tipo de coacción. Ginsberg se

las tiraba: venía aquí, leía sus poemas y entonces miraba a ver a quién se iba a levantar esa noche; como quien dice, venía a pescar». Los académicos, siempre al margen de lo que pasa en la sociedad y en la literatura viva, no encuentran todavía, 20 años después del inicio del movimiento de escritores que utilizan simultáneamente inglés y español, en qué sección de sus archivos clasificar a los escritores latinos de Nueva York.

La trastienda Luis García

Borges & Borges

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s posible que se haya escrito casi todo sobre Jorge Luis Borges, que no es lo mismo que decir que Borges ha muerto por más que se empeñen sus agoreros seguidores. Ya hace algún tiempo, alertaba sobre la existencia de las sectas literarias un poco como salvaguarda

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del pensamiento único, como el último baluarte intelectual de un creador. Farisea concepción toda vez que lo único que pretenden, como sectas que son, y a fe mía que lo son, es precisamente alimentar su carácter autodestructivo y endogámico salpicando en su caída a cuantos les rodean. Alertaba así de las sectas pessonianas, congetianas, y ahora me toca hablar de las borgianas. Borges es algo más que un escritor, es un icono del Siglo XX que supo estar muy por encima de su propia condición y legarnos a nosotros, sus lectores, y a cuantos admiramos su obra, algunas de las más brillantes páginas de la literatura. Dicen que los genios se dan con cuentagotas, como los buenos perfumes, y sin duda alguna Borges lo fue. Si admirable es su poesía, no correspondida por aquellos que habiéndole descubierto como narrador es así como queremos conservarlo en el recuerdo, no lo es menos sus relatos para los amantes de la lírica, o sus Bestiarios y artículos

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Borges & Borges

periodísticos. Hace unos años Franco María Ricci le encargó a Borges los prefacios de treinta libros de narrativa fantástica, treinta joyas que por sí solas justificaban la plena vigencia de la literatura de género. Borges, como buen conocedor y cocinero de los ingredientes con que contaba, escribió treinta prólogos que ahora ven la luz en forma de libro, y de los que ya entonces era difícil discernir si habían sido creados para el libro que mostraba, o si dicho libro era consecuencia de los mismos. Quiero decir con esto que Borges estaba dotado de un don para la escritura sólo reservado a los alquimistas, y que sólo desde esa perspectiva se puede entender la edición de sus Textos recobrados por la Editorial Emece. Es posible que exista algo de mercantilismo en dicha operación, como algunos críticos han pretendido censurar, pero no lo es menos que si bien muchos de los dichos textos carecen del talante erudito del Borges posterior, quedan fuera

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de toda duda su validez como partos naturales de un conspicuo observador de su tiempo. Borges es a la literatura del siglo xx lo que Einstein a la Ciencia, y como a Einstein, también se le reconocen dudas, fracasos, textos menores y alumnos aventajados. Textos recobrados, lo componen dos volúmenes que abarcan el primero la década comprendida entre 1919 y 1929, y el segundo los escritos que dejó dispersos entre 1931 y 1955. Se tratan de una recopilación inédita (porque nunca antes se habían recopilado en forma de libros) de primeras versiones publicadas de poemas y relatos, de artículos periodísticos, traducciones, prólogos y cartas, ordenados por fecha de aparición. Uno siempre recuerda al hilo de las variantes de algunos de esos escritos al narrador argentino Daniel Moyano, quien prisionero de su capacidad discursiva siempre cambiaba el final de sus relatos cuando nos los trasmitía oralmente, lo que no hacía sino crear un nuevo relato diferente a

los anteriores. Son de agradecer en sus Textos recobrados sobremanera sus notas literarias, «La literatura gauchesca», «Nota sobre el Quijote», «La paradoja de Apollinaire»..., ya que estamos ante un Borges desconocido que nos lleva a reafirmarnos en nuestra afirmación del comienzo: Es posible que se haya escrito casi todo sobre Jorge Luis Borges, pero eso, mal que les pese a muchos, no es lo mismo que decir que ha muerto.

Un hombre eternizado en lo más verde

Poesía La Vasta Lejanía Agustín Labrada Aguilera


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Mantis Editores / Instituto para la Cultura y las Artes de Quintana Roo. Guadalajara, México, 2000. 94 Páginas Aralia López Gónzalez a vasta lejanía, poemario de Agustín Labrada que hoy nos reúne en comunidad poética y celebratoria, está constituido por tres secciones tituladas cada una como sigue: «Viendo caer el tiempo», «Orquídeas para el vino», y «La vasta lejanía», que da título al libro. El hilo y el motivo conductores que unen a las tres es el del viaje, tal y como se manifiesta en la enfática apertura de cada una de las partes con los poemas titulados «Primer poema del viaje» (p. 17), «Segundo poema del viaje» (p. 43) y «Tercer poema del viaje» (p. 69 y 70). La unidad del libro se aprecia, además en la propositiva distribución de carácter simétrico en cuanto a tipografía y temática, del grupo de cinco poemas cortos, sin título, que aparecen al centro

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de las tres secciones: poemas en fuga diría yo, entre los cuales siempre se presenta iconográficamente los cinco versos del tercero, en forma de un barco, vehículo mostrativo del viaje o más bien de cada uno de los tres viajes que configuran el progresivo alejamiento: «la vasta lejanía» que separa al yo lírico de su punto de partida: la tierra de origen. Y es así que «Entonces la libertad se vuelve barco» (p. 22), pero «no es el mar nuestra casa» (p. 37). Si me he detenido en estas cuestiones de la estructuración del material poético contenido en el libro, es para destacar de entrada la cuidadosa construcción y el oficio artísticoliterario del mismo. Pero ya que el poeta convoca tan propositivamente al lector a seguir la ruta de este viaje en tres etapas, le haré caso atendiéndolo respectivamente en el orden en que los presenta. En «Primer poema del viaje», con el cual se abre el libro, todo me invita a pensar de acuerdo con ese lenguaje cifrado que es

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la poesía, en que el yo poético está hablando del viaje como si se tratara de un rito y pasaje de iniciación. Es decir, habla de la necesidad que alguien muy joven tiene de descubrir nuevos horizontes y experiencias, huir incluso del abrazo posesivo del tiempo-espacio primordiales, en busca de otras formas de la verdad o del sentido de la vida, lo cual supone necesariamente el logro de la propia independencia aún a costa de las inevitables equivocaciones. Eso parece significar el verso inicial del poema: «Errar en los códigos», del cual reproduzco algunos fragmentos: Errar en los códigos que atravesaste soñando como ángel, no justifica tu piedad por los años [baldíos. ¿Cuántas veces al pie de la frontera se hizo tu piel el doble que te habita? Aquel deseo fue eclipsándose, traicionado y traidor —como mal [mercader— que sólo obtuvo pérdidas y un hilo

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López

Un hombre eternizado en lo más verde

[de misterio. Andar por la llanura desolada es una endurecida libertad, (...) pero no reconozcas al marcharte cuánto pudiste hacer y quedaste [en lo oscuro, pero no reconozcas haber perdido si el paisaje no está vedado ante [tus ojos. ( P. 17).

Siempre sorprende la fuerza, no obstante inaprensible, del lenguaje poético. El yo lírico interpela a un tú, que es él mismo y también a un nosotros, advirtiéndole (nos) del peligro de la autoconmiseración por la pérdida, entre otras cosas, de la inocencia: el “ángel”, talismán de la infancia o de la primera juventud, quebranto de la ilusión siempre omnipotente ya que ese ángel no pertenece a la tierra y necesariamente, más tarde o más temprano, tenemos que despedirlo para asumir el desengaño; es decir, para aceptar los límites de lo humano concreto que nos constituye, tal como sucede en

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esta primera etapa del viaje poético. Así, de pronto, con el cerco de la frontera aparece el extraño a nosotros: el doble desconocido, ese no-ángel capaz de empezar a comprender los límites de la libertad, por eso libertad endurecida, en el marco de la única realidad posible: la de estar aquí. Sin embargo, en ese estar aquí sin expectativas de un futuro demasiado distinto al presente, es posible todavía alcanzar la plenitud «si el paisaje no está vedado ante tus ojos»; si percibes y sientes el color de la vida. Por ahora el desengaño no llega a la declinación de la esperanza. En los siguiente fragmentos de los poemas de esta primera parte, se desgranan poéticamente las experiencias de pérdida que implican despedir al ángel: Yo vivía en el centro de un lago y me ahogaba antes de que [amaneciera, por eso hablo siempre en espejismos y ya no pertenezco a ningún puerto. (P. 18, «Yo vivía en el centro de un lago»).

—o— Qué denso es el camino de dos caras. Si mentí, fue para inventarme [en el vacío. Si viajé sin llegar a la muerte, fue para mí un misterio. (P. 19, «Inventarme en el vacío»).

­— o — En esta segunda parte, «Orquídeas para el vino», la comprensión de la caducidad y de lo fugitivo, de la tarea humana que consiste en aceptar sin condiciones los límites y lo perecedero, no obstante se torna absoluto en el estar aquí del vehículo entre dos cuerpos y dos almas. Se trata ahora del canto maduro, sin las exaltaciones del ángel, a la sensualidad y el amor asumido también como lealtad. Según el procedimiento de la primera sección, los poemas que siguen desarrollan lo que sintéticamente expresa el «Segundo poema del viaje». Transcribo algunos de ellos a modo de fragmentos:


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Yo sigo tu música, no importa cómo sea el otro [amanecer, si un pequeño ataúd o algún rincón del paraíso, pues descubrí bajo tu falta [el universo. (P. 45, «Esta sencilla luz»).

­— o — Mientras dura el relámpago, no existe más oasis que tu cuerpo, un tango, un acordeón, este abrazo profundo, la certeza del agua que nos une. (P. 50, «No existe más oasis que tu cuerpo»).

­— o — El océano nos tocó desnudos, nos bebimos cada precipicio, niños al trepar el viento fuimos sobre una hoja en el verano. (P. 47, «Con qué lámpara cruzar la bahía»)

­— o — La ha navegado con lentitud [y fiebre y no hay recodo que no añoren sus labios. (...) Oyen [los dos un sax tocado por los dioses y es sólo la traducción [de sus espíritus, pero esto lo sabrán muchos siglos [después, cuando sea un recuerdo. (P. 49, «Ella alza su cabeza y al mirar...»)

«Orquídeas para el vino» concluye con El poema de Norma, y todos y todas conocemos a Norma y a la isla que con ella es su casa. Pero no está de más transcribir esta estrofa: Cruzo otra vez la isla y trueco [mi destino entre personas que mueren de su propio rencor cada mañana. Pero tropiezo con tus ojos que piden la eternidad de un dios sobre [tu cuerpo y ya no hay nubes ni oscuros [comerciantes, sino un paisaje para recobrar dos historias de una misma fruta. (P. 63).

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«La vasta lejanía» es la tercera sección y última etapa del viaje. Un viaje que más que en el afuera se ha llevado a cabo en el interior del hablante lírico, en el cual también se reconoce un nosotros. Como en el viaje que presupone la vida del existente humano, irremediablemente se convalidan las pérdidas. El pasaje de iniciación culmina y esto sólo supone asumir «la vasta lejanía» que separa al yo poético del tiempo-espacio sagrado: el centro primigenio a donde quisiera regresar luego de conocer el mundo «entre la incertidumbre». Mas, volviendo a un poema de la primera sección del libro. ¿Quién tiene el as de oro?, ¿quién la ruta precisa donde darán las buenas noches sin que la barra el humo? (P. 22, «El rastro de los ángeles») Pero hemos llegado casi al final del poemario y reproduzco dos estrofas de «Tercer poema del viaje»:

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Un hombre eternizado en lo más verde

(...) En mi ausencia de casa, qué ha pasado, a quién se han de rendir las alabanzas. Nadie me reconoce ni me creerían si dijera la fecha en que partí. Me avergüenza volver como [un extraño y confirmar que la esperanza es tan sólo sumar la tradición [proscrita. Después del horizonte no hay otra [dinastía, lo nombrado en sus lindes [aún perdura tras la remota pesadumbre con que [arriba el olvido. Nadie va a perdonar que fui a morir y en el lado más negro descubrí [las dos almas. No he entendido a los hombres, mi honor es conocer cuánto sufre [el desnudo, viajar ha sido un sueño y en el sueño no existo. (P. 69 y 70).

En el dolor y la pérdida la experiencia que, sin duda, llamamos vivir. Y es tarea obligada

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darnos sentido en esa duración de nuestro tiempo preservando, justamente, lo que desaparece, mientras comparecemos ante la certeza del olvido. Por eso la poesía de Agustín Labrada es eminentemente elegíaca. El motivo del viaje equivale a los pasos del tiempo, que se ponen a salvo en el sentir poético como nostalgia. Y la nostalgia, lo sabemos, es una marca al rojo de la poesía cubana que desde la deliciosa melancolía de José María Heredia, pasando por la furiosa tristeza de José Martí, llega hasta el lamento de la voz poética de Agustín como expresa: «Qué no daría yo por otra lluvia,/ cuyo laurel no sea una elegía,» (p. 71, «No vine de la guerra»). Pero sucede que «Volvemos peregrinos de nosotros/ transfigurando la vasta lejanía.» (p. 77, ¿Qué brújula del diablo?), sólo para descubrir lo ya sabido en el inculpamiento de la fuga:

Te juzgarán cuando nombres las manchas que ahogan el puerto por no ser de sus rocas, aunque sea tuyo el canto. (P. 82, “Te juzgarán”).

Sin embargo, gracias a la alquimia del oficiante poético, en medio de las imágenes perdidas y siempre recobradas, lo que sí escapa al dolor y la burla del tiempo es la ternura; verdor inagotable donde se borran las fronteras en la intimidad sagrada del poeta: Eros universal, como otro inmortal José Lezama Lima en este caso, llamaba a la ternura, que es otra marca de la poesía cubana y por lo mismo de la de Agustín Labrada. De ese modo –nos dice­–, perder «es regresar en la neblina a los orígenes» (p. 83, Antes veía astros). Pero no se trata ahora de la neblina intimista sino que el poeta, a estas alturas del poema-


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rio, mediante un peculiar desplazamiento metafísico se posiciona en el tiempo que le corresponde, al de la era digital, y transforma a los mensajes entre el aquí y el allá —«la vasta lejanía» —, en «palomas electrónicas», descifrando en la pantalla de su computadora mensajes frutales del allá y dice: «Así convergen dudas, constelaciones y festejos;/ aromas tan distantes como el Nilo», (p. 87, Palomas electrónicas). Como este giro, además de neutralizar la lejanía, Labrada se inserta en su tiempo real y poetiza nuestra era. Cosa de poetas. En el prólogo del libro, el poeta mexicano Juan Domingo Argüelles dice lo siguiente: «Pecados y serpientes es uno de los textos que mejor define la poética de La vasta lejanía...» (p. 11). Por ello reproduzco la estrofa final de dicho poema: Tal vez no rasgue un solo oboe, un leal espejo que traduzca mis redes y ascienda hasta el pasado, pero comprendo al fin el laberinto,

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sus pedregales borro y me sumo al azar que nace [con la aurora. (P. 24).

Hay este jueves en mi sangre [un retorno al almendro en cuyas hojas aún fondean sin mí las carabelas,

y es también en la poesía de Labrada, la voluntad de vivir supera al duelo, y se afirma la capacidad de amar junto con la falibilidad humana que conduce a la pérdida y anticipa la realidad de la muerte, porque el poeta sabe que se vive-siente más en la medida que reconocemos la irremediable desolación de nuestra condición finita, lo cual nos invita, por lo mismo, a reconocernos radicalmente en el estar aquí esta noche así como a la resurrección del sol mañana. Y aunque inevitablemente tenemos que decir adiós al ángel, y aunque la tristeza de los gorriones vele «el sueño de quienes no llegaron a encontrar sus flores» (p. 89, «Isla Mujeres»), Agustín Labrada se deja ganar por la terca insistencia que igualmente es la vida, en el poema final de La vasta lejanía:

(...) La letanía de un blues augura que en cada despedida bailarán en mi almendro un haz [de peces y los niños ahogados que iban [al paraíso.

Y resurrecciones y coincidencias casi sobrenaturales de la poesía, hoy es jueves.

Highsmith a punto de volar

Narrativa Pájaros a punto de volar Patricia Highsmith

~ La Voz de la Esfinge

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Highsmith a punto de volar

ija

Anagrama Barcelona, España, 2002. 300 Páginas IJA

D

espués de la magnífica serie en la que se nos presenta al asesino Tom Ripley, Patricia Highsmith (1921-1995) nos dejó una serie de cuentos que salen de esa línea de acción, son más intimistas y psicológicos, tratan de explicar el por qué suceden las cosas, más que presentar una serie de acciones encaminadas a un objetivo. Pájaros a punto de volar (Anagrama, 2002) reúne por primera vez catorce relatos escritos entre 1938 y 1949, publicados casi todos en revistas de la época que permiten al lector acercarse de otra forma a la Highsmith (sin sangre): aparece la violencia psicológica, tal vez mucho más impresionante que la física. Los personajes se desenvuelven en un entorno aparentemente normal en el cual el problema o la incomodidad está más en su interior que

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~ La Voz de la Esfinge

en el exterior, se interna en su pensamiento para encaminar la acción, por lo que el resultado puede ser perturbador. En “La puerta siempre abierta (sin felpudo de bienvenida)” una mujer ve trastornada su existencia cuando su hermana le avisa de una visita: todo su mundo se desbalancea para recibirla de forma adecuada aunque tal vez el resultado no sea tan aceptable como la preparación, todo sucede en su cabeza. Está también un texto ambientado en México, “En la plaza” en el que se presenta a un muchacho (Alejandro) que debe encontrar la manera de sobrevivir y ganar dinero con sus recursos: su apariencia física y

su carisma, mediante ellos logra obtener lo que siempre deseó una posición económica holgada sin preocupaciones, pero una vez que lo ha logrado se da cuenta de que tal vez no sea lo que más le satisfaga. Así, se presenta una serie de personajes inconformes o simplemente sin saber qué hacer con su vida, tal vez tan tranquilos e inofensivos como lo aparentaba Tom Ripley pero con reacciones menos extremistas que nos llevan a un ambiente más tensionado donde cualquier cosa puede suceder o No. Una buena forma de acercarse a la autora si no se siente inclinación por la violencia, pero que atrapa de tal forma que inicia el deseo de conocer más sobre ella y poco a poco se necesita una dosis mayor para saciar las ganas de leer a Highsmith hasta que se ve uno envuelto en su estilo con o sin sangre.


doble horizonte heliópolis

Periplo en aguas griegas

Ensayo Seis Ensayos Odysseas Elytis u.n.am. México, 2001. Adquiéralo en: Librería Códice

Hilda Figueroa e Grandes Ensayistas, en su colección Poemas y Ensayos, la casa editorial u.n.a.m. nos presenta a Odysseas Elytis y la magia de la metamorfosis paradójica de la palabra, hasta su vuelta al paraíso de su ser natural primero como fundamentado de su poética. Es un espacio abierto, mar a la mirada inteligente del buscador de tesoros, decidido a dejarse ir tras ellos hasta las profundidades. Efectuar la travesía, embarcados en el gozo que brinda la poesía en prosa, y la muy cuidada selección de autores para construir la barca de la idea propia, es recorrer el peligro de las aguas de su discurso,

D

Figueroa

donde han de salir al encuentro sus tesis críticas, deconstructivas y reconstructivas de un mundo que se ambiciona distinto, para compartir en él, la resurrección en la que fielmente creen y ofrecen las sirenas de su canto. Algo es seguro, escuchar sus voces, equivale a la muerte de todo pensamiento estático, tradicional, conformista. Allí, el estallamiento visceral de cada palabra, implicará la entrega sin reservas del ojo cómplice, lector osado y dispuesto a agotarse a sí mismo, para saciar la voluntad de desentrañar el milagro de la materia última, abstracta y contradictoria de las cosas simples.

~ La Voz de la Esfinge

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Laura Elena Alemán Vida y sueño

Jorge Souza Les Chiffres du feu Cifras del fuego

Armando Alanís Pulido Naufragé en train de chanter un hymne urbain Náufrago cantando

Juan José Macías La volonté de Dieu Deo volente

un himno urbano

Dante Medina La seducción y sus espejos

Martín Merida La pasión según un hombre cualquiera

Martin Pouliot Poemas de familia

Dominique Lauzon Una sonrisa apenas


Veintitrés autores, siete libros...

Verbo Cirio I Compilación de nuevos poetas

De sol y niebla Margarita Mendoza Palomar

Verbo Cirio II

Esta casa que soy

Bajo la Voz del agua

La gota justa de agua

Compilación de nuevos narradores

Rosana Sapién

Zelene Bueno

María Cristina Ramírez

Inscripciones de abril Patricia Velasco




Museo de Maquinaria y Herramientas Antiguas de la Joyería • Exposición Permanente de la Obra de Don Jesús Valencia González • Galería de Artes Aplicadas • Exposiciones Temporales • Escultura en Plata Pequeño Formato • Arte Objeto, Pintura, Grabado, Cerámica • Joyería de Artistas Plásticos Ediciones Limitadas

Libertad 1939 Col. Americana S.J. C.P. 44160 Tels 38 26 45 38 38 26 45 09 Horario de visitas Lunes a Viernes 10:00 a 18:00 hrs Sábado 10:00 a 15:00 hrs

libros • revistas plaquettes • manuales catálogos • folletería papelería • invitaciones imagen corporativa negativos • impresión web • multimedia

01 (33) 35 63 01 07 01 (33) 36 13 07 01 a.p. 39-37 c.p. 44171 Guadalajara / Jalisco / México http://read.at/paraisoperdido


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