Intervención en Sestao 6 de noviembre de 2014 (Este texto es una revisión de la intervención oral en la Mesa Redonda) 1: Memoria, cambio y democracia Un debate sobre modelos de estado, soberanismo y derecho a decidir organizado por una asociación que trabaja por la recuperación de la memoria histórica es una interesante oportunidad para exponer algunas ideas que querría articular en torno a un horizonte de democratización de la política, la economía y la sociedad. La memoria es muy importante para la conciencia, para la orientación, para la capacidad de tomar decisiones. Lo sabemos bien, lo comprobamos en nuestra vida diaria, entre otras razones, debido al alcance de enfermedades de la memoria que tanto se han extendido y con las que convivimos, como el Alzheimer. También en el caso de los colectivos humanos, la pérdida de memoria afecta a la capacidad para orientarse y elegir. Por eso el trabajo de la memoria colectiva es sumamente importante para la subjetivación social, entendida como conformación de sujetos capaces de situarse y tomar decisiones. Es por ello que considero muy positivo que organizaciones como Gogoan Sestao, cuyo ámbito de actuación es la memoria, organice actividades como esta mesa redonda de debate. Se demuestra así, frente a quienes critican una supuesta mirada excesiva al pasado, que la preocupación principal que nos mueve (me incluyo, porque he dedicado varios años de mi vida a la investigación y el análisis histórico crítico, en concreto acerca de Nafarroa) tiene que ver con el presente y sobre todo con las posibilidades de construir un futuro diferente al que han programado para nosotras y nosotros. Recordamos y queremos recordar para recuperar lo que nos han ocultado, para conocer los orígenes de los problemas actuales y también para saber de las experiencias de lucha y resistencia de las que podemos y queremos aprender, no para repetirlas mecánicamente ni para fetichizarlas, sino para reciclarlas, recrearlas y reformularlas. Y es que, en definitiva, hablamos de cambio político y social, de democracia y de soberanía en un contexto concreto que no puede entenderse sin prestar atención a sus antecedentes, sobre todo cuantos han sido tan traumáticos y objeto además de una brutal operación de encubrimiento. A modo de aclaración, quisiera hacer constar que un debate de estas características marca algunos límites al esfuerzo reflexivo. Cierto es que -por fortuna- no se espera de uno que se someta a la simple transcripción de lo que afirmó en la Mesa Redonda (habría sido ciertamente complicado ya que mi intervención no estaba escrita de antemano), pero los márgenes de tiempo me
han impedido desarrollar estos complejos temas con la profundidad y amplitud que requieren. Pido que se entienda este escrito por tanto como una aproximación muy limitada. 2: Es democratización, no un “asunto de nacionalistas” Es en el contexto de las demandas de democratización 1, esto es, del proceso hacia la extensión, profundización y radicalización de la democracia, donde creo que debemos situar la reflexión acerca del derecho a decidir y la soberanía. Y, para ello, en primer lugar, debemos desmontar la estrategia para presentar estas cuestiones como cosas de los nacionalistas, como dicen quienes se presentan a sí mismos como “no nacionalistas”. Si somos capaces de evitar caer en esa trampa y nos acercamos a los conceptos desde otras perspectivas, podremos plantear el debate de un modo muy diferente. Toda reflexión, todo análisis y toda propuesta se hace en un lugar determinado, en un tiempo concreto, con su lugar y momento de enunciado. Como señala el argentino Roberto Follari “ninguna práctica puede realizarse, pensarse, recordarse o proyectarse sin recurrir a dimensiones de espacio y tiempo2” y, siguiendo con su reflexión, “el tiempo no es sólo lo cronológico, medido por el reloj, ni el espacio es sólo el lugar físico en el cual estamos”. De este modo, nos hallamos ante “construcciones culturales” que se expresan “en las experiencias de los sujetos vivenciadas tanto interna como externamente”. Yo pienso y hablo en la Euskal Herria del siglo XXI, a eso me refiero cuando digo “mi país” o “en nuestro tiempo”. Si hablo de cambio de ciclo en los últimos tiempos me refiero a una determinada interpretación de nuestra historia reciente. Para otras personas al hablar de país es otro espacio territorial el que tienen en mente, otra referencia identitaria, otro enfoque y su periodización, su conceptualización o comprensión del tiempo serán o cuando menos podrán ser diferentes. Pero no podemos caer en la trampa de quienes nos quieren hacer creer que están más allá de toda idea de nación o nacionalismo, como si de algún modo fueran capaces de situarse fuera del espacio y del tiempo. No hay nada de neutral, natural o imparcial en la elección de un ámbito geográfico concreto , tanto menos cuando existe un conflicto en torno a la delimitación de los espacios y sus expresiones políticas en términos de soberanía y ciudadanía. Del mismo modo, lo que Lechner llama “manejo político del tiempo3” es relevante para desmontar la deliberada confusión entre lo existente y lo necesario. No es lo mismo situarse en el marco del fin de la historia o en un supuesto tiempo posnacional que 1 Tilly, Charles; Democracia, Akal, Madrid, 2010. 2Follari, Roberto; La alteración posmoderna de la temporalidad, en Nancy Díaz Larrañaga (editora), Temporalidades, Editorial de la Universidad Nacional de La Plata, Buenos Aires, 2006.
3Lechner, Norbert; Las sombras del mañana, La dimensión subjetiva de la política, Ediciones LOM, Santiago de Chile, 2002
hablar de un período de surgimiento y extensión de movimientos independentistas. Por ejemplo, durante mucho tiempo, se nos ha vendido el cuento del fin de los estados-nación. Los procesos de integración supraestatal, como la Unión Europea, iban a traer consigo un progresivo vaciamiento de la soberanía de los estados. Hay quien, como el PNV, añadía que en ese contexto, surgirían nuevas posibilidades para los pueblos sin estado, erosionando por abajo los estados-nación. De este modo, se argumentaba, la independencia constituía una demanda obsoleta, fuera del tiempo histórico en una era de globalización e interdependencia. Tal pronóstico está lejos de cumplirse y, como veremos, la cuestión de la soberanía y la construcción de nuevos estados adquiere una nueva importancia precisamente porque las cosas no han sido así. Pero esa visión del tiempo y su lógica implicaban una determinada al espacio y ambas se entroncaban en una mirada política muy determinada. El espacio y el tiempo importan y deben ser tenidos en cuenta desde una perspectiva crítica que vaya más allá de lo que se nos presenta, interesadamente, como natural. Y esto es sumamente relavante a la hora de hablar de nacionalismo. Michael Billig, en su esfuerzo de teorización sobre el nacionalismo banal nos sugiere acercarnos al término de un modo mucho más abierto y alejado de esas interpretaciones interesadas: “el nacionalismo debería considerarse como el conjunto de creencias ideológicas, prácticas y rutinas que reproducen el mundo de los Estadosnación4.” Lejos de cualquier tentación de levitar sobre el tiempo y el espacio, y siguiendo este enfoque más abierto de la cuestión, ¿cómo negar la existencia del nacionalismo español? Y, como señala por su parte, aunque siguiendo también a Billig, Sangrador García, de poco sirve recurrir al concepto de patriotismo, pues no implica sino otra manera de llamar al nacionalismo, sustituyendo nación por patria: “Cuando los ciudadanos de estas "pequeñas" nacionalidades hacen gala de una fuerte identificación "nacional", pueden ser tachados de "nacionalistas" por los grandes Estados-nación, que no parecen entender que ellos mismos no son otra cosa sino un producto histórico del nacionalismo. De este modo, y como advierte Billig (1995), el nacionalismo propio se presenta por el Estado-nación como una fuerza cohesiva y necesaria bajo la etiqueta de "patriotismo", mientras que el nacionalismo "ajeno", más aplicado a las nacionalidades subsumidas en
4Billig, Michael "El nacionalismo banal y la reproducción de la identidad nacional", en Revista Mexicana de Sociología, nº 1/98
tales Estados fuertes, se presenta como una fuerza irracional, peligrosa y etnocéntrica5.” Así, pues, ni estamos ni nunca hemos estado ante un antagonismo entre nacionalistas y no nacionalistas. Esa es una estrategia satanizadora de determinadas reivindicaciones políticas y legitimadora de otras, una operación que se realiza y se realimenta una y otra vez desde la posición de poder que tiene aquí el nacionalismo español, que es, no lo olvidemos, un nacionalismo de estado. Hay nacionalismos y nacionalismos y meter a todos en un mismo saco es como afirmar que toda política es lo mismo. Hay nacionalismos conservadores y nacionalismos revolucionarios. Y hay nacionalismos de estado y nacionalismos de pueblos sin estado, que son muy diferentes. Ocurre, significativamente, que una de las características de muchos nacionalismos de estado es renegar del término. El caso español es uno de los más claros. Además, como sabemos, este nacionalismo español que conocemos y sufrimos no se construye contra enemigos exteriores, sino contra enemigos interiores, contra otros nacionalismos y se legitima a sí mismo satanizando el nacionalismo. Sigue así la lógica, sumamente interesada, de la “asociación convencional del "nacionalismo" con la política de modificación de las fronteras6”. De este modo, pretender transferir a sus contrincantes toda la carga negativa asociada por el pensamiento dominante al nacionalismo. Resulta imposible acercarse a la conflictividad política en el estado español sin tomar en consideración el nacionalismo español. De hecho, la identidad política más potente en el estado español es el nacionalismo español, en la que se sitúan el estado, las instituciones, la mayor parte de los medios de comunicación, los principales sindicatos y las organizaciones patronales, la Iglesia y buena parte de la izquierda, incluso de la que se proclama rupturista. Negando no ya la existencia sino la hegemonía del nacionalismo español difícilmente podremos acercarnos con un espíritu crítico a esta cuestión. El nacionalismo español, aunque a menudo se nos presenta de un modo burdo, encaja bien en el concepto de nacionalismo banal de Billig. En un “mundo de estados-nación, el nacionalismo no puede quedar confinado a las periferias7” y el nacionalismo banal sirve para referirse a “los hábitos ideológicos que permiten reproducirse a las naciones de Occidente”. Unos hábitos que, señala Billig, “no han sido eliminados de la vida cotidiana” 5Sangrador García, José Luis; Identidades, actitudes y estereotipos en la España de las autonomías, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 1996, pág. 28. El libro de Billig se ha publicado en catalán: Billig, Michael, Nacionalisme banal, Afers-Universitat de Valéncia, Catarroja-Valéncia, 2006 y más recientemente en español: Nacionalismo banal, Capitán Swing, Madrid, 2014.
6Billig, Michael "El nacionalismo banal y la reproducción de la identidad nacional", en Revista Mexicana de Sociología, nº1/98
7Billig, Michael; Nacionalismo banal, Capitán Swing, Madrid, 2014.
constituyendo el nacionalismo no un “estado de ánimo intermitente” sino “una condición endémica”. Aceptemos pues, sin complejos ni subterfugios, que nos hallamos ante una pugna de nacionalismos en el sentido que Billig da al concepto. No cabe hablar por tanto de “cosas de nacionalistas” en referencia a unos agentes para ignorar a otros. Ciertamente, la soberanía y el marco y el procedimiento de decisión son asuntos relacionados con el nacionalismo, con todos los nacionalismos que operan en nuestro escenario político. Todos le dan una importancia central en sus imaginarios y estrategias, aunque difieran en el modo de formularlo y presentarlo ante la sociedad. Como quiera que no estamos en una era de ciudadanos/as del mundo, por más que nos lo quieran vender así en una multiplicidad de discursos que van desde los mensajes gubernamentales hasta los anuncios de cerveza, al hablar de soberanía y derecho a decidirno estamos ante algo ajeno al centro del debate político, sino precisamente ante una de las cuestiones centrales de la política en nuestro país en este tiempo. 3: Soberanía, derecho a decidir y vida cotidiana Una de las astucias para evitar un debate sosegado y abierto sobre estas cuestiones consiste en presentar la soberanía y el derecho a decidir como obsesiones “identitarias” que nada tienen que ver con los problemas de la vida diaria de la gente. Esta es una de las estrategias de enmarcado más habituales del nacionalismo español: frente a la preocupación por los problemas reales de la existencia en nuestra época, los nacionalismos inventan y se obsesionan con problemas imaginarios. Frente a la economía, los conflictos sociales, la educación, el paro, la salud, etc, a los nacionalistas les preocupan cosas extrañas como la soberanía o la capacidad de decisión. Sin embargo, en política pocas cosas son más relevantes que dilucidar quién, cómo y cuando se decide qué. Forma parte de la trama conceptual nuclear de toda visión política. Frente a quienes afirman que reivindicar el derecho a decidir supone alejarse de lo cotidiano y dejar de lado las cuestiones más importantes debemos destacar que no hay nada más importante que determinar quién decide, dicho de otro modo, quién manda.Por tanto, al hablar de soberanía y derecho a decidir estamos hablando de lo más importante: la definición y concreción práctica del mecanismo de toma de decisiones. La soberanía tiene que ver con la forma de organización de una comunidad y con el establecimiento de relaciones con el resto del mundo. Afecta al modelo social y económico, a la vertebración, a las instituciones, al entramado legal, a las garantías democráticas, a la ordenación del territorio, a la determinación de deberes y derechos de la ciudadanía, a la forma de gobierno. La democracia no se aplica sobre un espacio vacío, no habitado ni delimitado,
sino en relación con una comunidad, un sujeto colectivo que construye determinadas instituciones y reclama para sí un territorio, unos bienes… Que una comunidad pueda elegir libremente su autoorganización o por el contrario encuentre dificultades para hacerlo es una cuestión decisiva. Apelar al derecho a decidir en contextos de discusión o conflictos nacionales-internacionales implica situarlas en el ámbito de la democracia y proponer soluciones que van en la dirección de la democratización. Y esto, lejos de ser ajeno a los problemas diarios de la sociedad, afecta a lo principal, el poder y la toma de decisiones. Paradójicamente, la ofensiva neoliberal, con sus mensajes de un mundo pospolítico, posnacional y globalizado, con su apelación a una especie de possoberanía y superación de los estados, ha despertado una renovada preocupación por la soberanía, la democracia y el estado. Difuminadas las brumas del fin de la historia, desinflado el horizonte de una Europa política que dejaría atrás los estados, en medio de una descomunal carga del capital y los mercados contra todo poder democrático y para mercantilizar todo servicio social, asistimos a una nueva visión sobre la viabilidad, la necesidad y la oportunidad histórica del estado. Y esto ocurre precisamente cuando los ejemplos de Escocia y Catalunya ponen sobre la mesa otros horizontes y otras temporalidades. Estamos en un tiempo de choque entre dinámicas de democratización y de desdemocratización con una involución doble, en el contexto internacional y en el ámbito del estado español. En este contexto, la demada de soberanía y el reclamo del derecho a decidir cobran una dimensión renovada. Es más, la invocación del derecho a decidir va mucho más allá de la cuestión del marco de la soberanía. Olvidemos el mito postmoderno de la no territorialidad: no nos creamos los cuentos de la globalización que nos quiere levitando sobre el territorio, como si para la política, para la economía, para la gente, todo se hubiera levantado sobre la tierra, todo volara en el aire. Por suerte, actualmente hay otra percepción de los horizontes posibles. Por un lado, porque los horizontes prometidos no se han materializado. La promesa del paraíso europeo se ha desvenecido y ahora, para cada vez más gente, Europa significa corrupción, teconocracia, poderes alejados e ilegítimos, y significa sobre todo empobrecimiento y decepción. Y por otro, porque nos ha arrolado también el estallido de la burbuja española. De la burbuja económica y de la político-institucional. Ni milagro español ni modélica transición. Hay muy poco encanto en la España del siglo XXI y el nacionalismo español lo sabe, por eso se resiste a aceptar escenarios democráticos en los que primen la capacidad de argumentar y/o generar ilusiones sobre formalismos legalistas. La debilidad del nacionalismo español explica que se obstine en problematizar toda demanda catalana o vasca, para
evitar que se pueda canalizar el conflicto en términos de una decisión democrática. Es por eso que un medio tan significativo como El País habla de la defensa del derecho a decidir como una “treta” de los independentistas. No hay tal trampa, ya que el independentismo ha formulado su proyecto y su estrategia de modo público y transparente, pero es indicativo que El País acuse el golpe: ese enunciado del contencioso resulta sumamente incómoco para el nacionalismo español. Si la cuestión se formula en términos de derecho a decidir, tendríamos que considerar que la posición del independentismo catalán y vasco y de todos aquellos que exigen poder votar su futuro apunta a un proceso de democratización frente a la intransigencia españolista, que toma incluso forma de desdemocratización. Al encuadrarse de este modo, el nacionalismo español aparece como un agente antidemocrático que se aferra todo tipo de argumentos para limitar la democracia e impedir que se vote. Esto permite que el independentismo pueda articular alianzas democratizadoras frente al bloque involucionista del estado y el nacionalismo español más cerril. Es comprensible que tal estado de cosas moleste e inquiete a El País porque ciertamente, está demostrando ser una operación de gran alcance, capaz de cuestionar el “sentido común” de la transición, creando uno nuevo. 4: Un nuevo tiempo también en Euskal Herria En nuestro caso, vemos con satisfacción que se extienden y se comparten muchas ideas que durante mucho tiempo en Euskal Herria y especialmente desde la izquierda abertzale hemos defendido casi en solitario y siendo por ello satanizados y criminalizados. Como es de comprender, lo celebramos, pero no pretendemos, en absoluto, apropiarnos de esas ideas ni apuntarnos tanto alguno, si bien es justo y conveniente que esto no se pase por alto. Hay un pasado y debemos mirarlo críticamente: lo que antes casi sin eco llamábamos régimen y ahora seguimos denominando del mismo modo, es denunciado por muchos más agentes que nunca y esto es una buena noticia. Se asume la crítica radical de la transición y sus consecuencias, se denuncian las complicidades entre poderes económicos y políticos para sustraer del debate las cuestiones clave: hay otra mirada sobre el pasado y otro modo de afrontar la realidad actual y los escenarios futuros. Y esto ha abierto también en Euskal Herria nuevas opciones para articulaciones sociales y políticas desconocidas en nuestro pasado reciente. En este nuevo tiempo nos encontramos con una oportunidad nueva porque las expectativas creadas van mucho más allá de lo que tradicionalmente era considerado el espacio abertzale. Importantes sectores sociales están repensando sus horizontes, acercándose a otras temporalidades. Gente que no se ve a sí misma como abertzale, que no
comparten determinados imaginarios, determinados sentimientos identitarios, pero que está comenzando a mirar de otro modo la posibilidad de creación de un estado vasco o, en todo caso, un escenario en el que la sociedad vasca sea capaz de decidir, esto es, el derecho a decidir. Gente que cree que nos gobernaríamos mejor por nuestra cuenta. Gente que cree que seríamos capaces de construir una democracia mejor. Gente que cree que gestionaríamos mejor nuestra diversidad si realmente fuéramos los dueños/as de nuestro destino y pudiéramos concretarlo sin injerencias externas. Y es que la radicalización de la democracia, el nuevo paradigma de gestión de los antogonismos, ese nuevo horizonte para el país puede ser un horizonte compartido para una mayoría de nuestra sociedad. Esto es un fenómeno novedoso que en buena medida está sólo comenzando a mostrarse ante nosotras y nosotros. Pero nos habla de una vía de tránsito hacia nuevas complicidades y conexiones impensables en otros momentos del pasado. El derecho a decidir es una demanda ilusionante, capaz de generar sinergias constructivas, que no excluye en principio a nadie y que por tanto tiende a garantizar un horizonte razonable para todas las sensibilidades e ideologías sin exigirles que renuncien a nada, salvo, claro está, a la tentación de imponerse por la fuerza o manipular las reglas del juego. En política no hay solo ideas, intereses, teorías, proyectos… Hay también y son muy importantes, sentimientos, pasiones, emociones. Quien quiera tener éxito en un proyecto político debe saber gestionarlas. Y la causa del derecho a decidir puede ser el eje de una subjetividad compartida, de un sentimiento de pertenencia, constructivo, de la ilusión de hacer algo en común, la esperanza y el anhelo de que quienes queremos vivir en este país como ciudadanas y ciudadanos libres seamos capaces de hacer muchas cosas juntas y juntos. Estamos por tanto ante un horizonte ilusionante, capaz de generar y liberar energías, de construir consentimiento, de crear nuevas complicidades. Un horizonte capaz de reunir a varias generaciones en torno a un mismo anhelo. La ilusión de vivir juntas y juntos. El convencimiento de que juntos/as viviremos mejor. El convencimiento de que por nuestra cuenta podríamos gestionar infinitamente mejor nuestra diversidad y nuestra pluralidad. Ese es el motor del cambio social, el motor de la radicalización democrática. En esta defensa del derecho a decidir estamos construyendo un nosotras/os más fuerte y plural. Y vamos a demostrar la capacidad de producir futuro en un momento en el que proyectos como España y Francia pierden capacidad de seducción.
Para ello, necesitamos nuestra propia cartografía, nuestra propia estrategia, nuestro propio camino, la vía vasca, euskal bidea. Y esto tanto a la hora de plantear la discusión en torno al derecho a decidir, como, sobre todo, al materializarlo. Por supuesto, bien está aprender de otras experiencias. Es necesario y conveniente. Estamos ante una nueva ola de creación de estados en Europa y nos interesa aprovechar esta coyuntura histórica, porque nos situa lejos del aislamiento y la imagen de anacronismo que siempre se quiere ofrecer de la pretensión de crear un nuevo estado. Nos da pistas sobre procedimientos, repertorio de actuaciones, posibilidades, vías, opciones, mensajes, mecanismos de gestión de la complejidad social, estrategias de construcción de mayorías y gestión de las dificultades y los obstáculos. Pero necesitamos nuestra propia estrategia, que responda a nuestros desafíos, a nuestra complejidad, a nuestra diversidad y también a nuestros lastres y heridas históricas. Una estrategia vasca, clara y a la vez flexible, capaz de responder a las demandas sociales y generar compromisos y complicidades. Y en esta estrategia, la reclamación del derecho a decidir es una demanda que puede unirnos. Aprovechemos esta oportunidad.