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Y TÚ QUE PIENSAS? Circuncisión, ¿sí o no?

aperitivo

REALMENTE ES UN DILEMA SHAKESPERIANO: cortar o no cortar esos pocos centímetros de piel que han dividido a la humanidad durante siglos. En anatomía, el prepucio se describe como un doble pliegue de tejido cutáneo que cubre el glande del pene cuando este no está erecto (aunque no siempre aplica a todos). Tan pequeño trozo de piel es una zona extremadamente inervada, suele ser móvil, bastante elástica, retráctil y llena de glándulas que producen una especie de lubricante natural. Cuando nacemos, el prepucio está pegado al glande y esta fantástica adhesión se debe a la presencia de numerosas conexiones entre la capa interna del prepucio y la membrana mucosa del glande. Dichas uniones hacen que en las primeras etapas de la vida no sea retráctil, ni total ni parcialmente.

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Sin embargo, ese trozo de piel con el paso del tiempo, lenta y espontáneamente, tiende a separarse del glande. Este proceso ocurre en el 90-95% de los niños gracias a dos factores importantes: el primero es la formación del esmegma, una sustancia que si se interpone entre el glande y el prepucio, tiende a desprender mecánicamente ambas capas. El segundo, está ligado a las frecuentes expansiones volumétricas del pene: no te preocupes, son espontáneas y fsiológicas incluso en el recién nacido. Esta aparición de erecciones espontáneas continuas en el niño facilita el proceso de separación entre el prepucio y el glande. Al fnal de la pubertad, alrededor del 75-80% de los niños han terminado el proceso de división. También se estima que al fnal de la edad adulta este porcentaje llega hasta el 90-95%, por lo que solo entre el 5 y el 10% de los hombres se encontrará con un prepucio “no separado” , y por lo tanto se verá afectado por una verdadera fmosis, también conocida como fmosis secundaria.

El hombre se ha enfrentado al problema del prepucio desde la antigüedad. Una escultura egipcia del 2400 aC, por ejemplo, ya muestra un rito de circuncisión que parece haberse realizado por razones clínicas. En una región con un clima cálido y escasez de agua, el prepucio representaba una fuente de acumulación de esmegma y podía obstaculizar el fujo de líquido seminal y orina, por lo que esta práctica comenzó a extenderse y en las regiones vecinas se encontraron motivaciones mucho menos clínicas y más religiosas, comenzando por la autocircuncisión de Abraham.

Según las teorías del flósofo Maimónides, el acto de la circuncisión fue exigido a los judíos por Dios para reducir el número de relaciones sexuales que debilitan el órgano en cuestión, de esta manera los feles tendrían más tiempo para dedicarse a la oración. Sin embargo, en la antigua Grecia, el prepucio era parte de la armonía anatómica del pene y un glande a simple vista se consideraba antiestético e inconveniente.

Hoy, dejando de lado los gustos, preferencias y cánones estéticos, la ciencia nos dice que se debe realizar una cirugía de circuncisión, en caso de que sea necesaria. Los datos hablan por sí mismos: reducen en gran medida las infecciones locales, parecen disminuir la tasa de infecciones ligadas a enfermedades bacterianas, fúngicas y sobre todo de transmisión sexual (parecería reducir incluso la transmisión del VIH).

Muchos estudios también han encontrado un riesgo signifcativamente reducido de cáncer de pene entre los hombres circuncidados en las primeras etapas de la vida. La circuncisión también provoca una producción de la mucosa del glande que cambia de color y consistencia, y que frecuentemente se asocia a la aparición de una serie de variantes anatómicas que muchas veces percibimos como imperfecciones. Por ejemplo, sucede que el contacto continuo de la mucosa del glande con el medio externo provoca la aparición de las famosas “pápulas perladas del pene” y “glándulas de Tyson” o “granos de Fordyce” . Estas estructuras, típicamente ubicadas alrededor de la coronilla del glande, le dan a nuestro pene un aspecto característico que a menudo se percibe como una anomalía real. En ocasiones incluso se confunden con enfermedades de transmisión sexual y llegan a ser motivo de vergüenza con la pareja. Por lo tanto, estar circuncidado puede tener una implicación importante para la vida de nuestro pene, no solo desde un punto de vista puramente funcional sino incluso estético.

La situación es diferente si, por el contrario, nos planteamos realizar esta intervención cuando no es estrictamente necesario. Sin embargo, es un procedimiento quirúrgico con sus pros y sus contras, pero también sus posibles complicaciones. Principalmente estamos hablando de una operación realizada en un órgano que –para bien o para mal– quedará colgando entre nuestras piernas durante el resto de nuestros días, y que tenemos que vigilar regularmente cuándo lo llevamos a orinar y cuándo lo invitamos a entrar en batalla.

Por lo tanto, la presencia de cualquier imperfección, que va desde la formación de hematomas, queloides, quistes o crecimientos (que pueden ocurrir aun cuando se cuenta con el conocimiento de los expertos o los aparatos más avanzados) tienden a no ser un recuerdo agradable, y a menudo afectan la experiencia sexual. A la pregunta ¿circuncisión o no?, no creo que exista una respuesta defnitiva, solo se requiere saber si existe una necesidad real o no, es decir, no cortarlo si todo fuye bien o cortarlo si es realmente necesario.

NicolaMacchioneesandrólogo,urólogoycomunicador @md _ urologist.

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