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MODA: JUGUEMOS EN EQUIPO Nuestra selección de los mejores total looks de la temporada

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Total looks, Dolce&Gabbana

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“LOS LATINOAMERICANOS SON GENTE AMABLE, CÁLIDA Y UNIDA. ESO ES MUY IMPORTANTE Y ES ALGO QUE ME GUSTA”

– KARIM BENZEMA

MAQUILLAJE Y PEINADO: FERNANDO TORRENT MANAGEMENT KARIM BENZEMA: YAMNA AGHRIB /FULL ACCESS Nunca es sencillo navegar las aguas de la celebridad, el dinero y la infuencia, pero Karim parece haber encontrado la fórmula para lograrlo, incluso si ha tenido que superar algunos tropiezos para llegar hasta aquí.

Conserva el semblante serio y la mirada penetrante de su juventud, pero también hay una alegría que le resulta difícil esconder. ¿Y cómo no sentirse alegre? Está teniendo una temporada de ensueño en el Real Madrid, con su primer pichichi en la mira, y está de vuelta en la selección gala tras algunos años de ausencia. El equipo de Didier Deschamps ya tiene su boleto para la Copa del Mundo de Qatar y se ve difícil que alguien pueda interponerse en su camino rumbo al doblete, aunque Benzema es cauto en cuanto a sus predicciones: “No sé si Francia es la favorita, pero vamos a dar lo mejor de nosotros para llegar lo más lejos posible y, ¿por qué no? Volver a ganar cuatro años después. En cualquier caso, para mí es un sueño ser campeón del mundo”.

La consistencia de Benzema es otro elemento digno de reconocerse. Mientras que hay jugadores que rinden bien en el fútbol de clubes y otros lo hacen solo cuando defenden los colores de su bandera, Karim se hace presente en todas circunstancias. Sí, la camiseta pesa y hay pocas que vengan con tantas expectativas como la del Real Madrid y la de la selección francesa, pero el fútbol ágil e inteligente que practica este hombre, ese juego de entrega total, se hace presente tanto en el Stade de France como en el Santiago Bernabéu o cualquier otro recinto. ¿Qué piensa él de la presión? “Llevo 13 años aquí (en el Real Madrid), entonces la presión la conozco desde hace mucho tiempo, y eso es lo que me motiva a dar el máximo de lo que puedo hacer cada vez. Es solo presión positiva”, afrma.

ESTILO PERSONAL La sobriedad de su juego contrasta con su estilo fuera de la cancha. “Coco”, como lo llaman sus amigos, es fanático de la moda (como se ve en estas páginas llevando looks de Dolce&Gabbana) y reconoce que le gustan las cosas fuera de lo común. “Depende del día, de mi feeling, y no es necesariamente el nombre de la marca lo que hará que me guste, sino el producto, ¿sabes?”. Una de las formas como demuestra su style es a través de exquisitas piezas de relojería. “Me gusta mucho Patek Philippe”, asegura. “También Richard Mille, Rolex y, por supuesto, Audemars Piguet. Me gustan porque, generalmente, son piezas raras que van conmigo”.

Este gusto por el diseño se extiende a lo que conduce. Es frecuente verlo por las calles de la capital española a bordo de sus Bugattis. Pero admite que su favorito es un cavallino rampante: “El Chiron podrá ser el más caro, pero no es mi favorito, el modelo que me parece más bonito es LaFerrari”. Difícil discrepar de él. Este auto resulta tan especial que en Maranello decidieron llamarlo, literalmente, “El Ferrari”.

Karim Benzema ha conseguido el elusivo equilibrio entre seriedad en lo que respecta al trabajo y la capacidad de relajarse para disfrutar el fruto de su esfuerzo. “Me he convertido en un hombre maduro que ha progresado tanto en su juego como en todas las áreas”, afrma refexivo. ¿La clave para el éxito? “Perseverancia y te diría, también, que una fuerte determinación”. Él no es el único que se benefcia de esta madurez, sus compañeros más jóvenes, algunos de los cuales tienen la edad que tenía Karim cuando llegó al club, lo ven como un líder. “Tengo una muy buena relación con ellos y mientras pueda ayudarles lo haré. Siempre estoy disponible para ellos si me necesitan”.

Sobre Latinoamérica, y México en particular, Karim afrma que le agrada la cultura local: “La gente es muy amable, cálida y unida. Eso es algo que considero muy importante y que me gusta mucho”, asegura. Con un Benzema en plena forma y mucho fútbol por jugar en lo que resta del año, los afcionados del Real Madrid tendrán mucho que celebrar a ambos lados del Atlántico.

Para cualquier observador atento, Benzema siempre ha sido un portento de jugador. Es un maestro de orquesta que hace mejores a quienes tocan con él. Aquellos menos avispados o quienes miran solo el recuento de los goles están descubriendo hasta ahora a este artista. Nos queda decirles: bienvenidos al recital de Karim Benzema. Pónganse cómodos y disfruten, el show no ha hecho más que comenzar.

40 AÑOS DE GIRAS Y NADIE LLENA COMO CARL COX.

POR: ED CAESAR RETRATO: CHRIS FLOYD

IN THE MIX

CARL COX ESPERABA QUE LE TOCARA SALIR. Fue poco antes de la 1.30 minutos de la mañana, un sábado de septiembre de 2021. Con una playera negra, lentes de armazón negro y jeans negros, esperaba de pie en el ala lateral del escenario de Mayfeld Depot, Manchester, una inmensa terminal ferroviaria en desuso, en el corazón de la ciudad que se ha convertido en un emocionante centro de entretenimiento, y hogar de las noches de The Warehouse Project. Cox escuchó a Peggy Gou, la penúltima DJ, terminar su set. Alcanzó a ver un mar de ravers que estaban, en general, fundidos. Casi 10,000 personas habían pasado por las puertas gigantes de The Warehouse esa noche. A 90 minutos de la hora de cierre, más de la mitad de esa cifra se acercó al escenario para escuchar a Cox.

Algunos DJ saben con exactitud qué van a hacer, pero a Cox no le gusta planear. Su método es el antimétodo. Le gusta “sentir el ambiente” horas y minutos antes de empezar. Posee discos en mente: nuevos, viejos y tal vez una idea de cómo terminar. Tiene a la mano algunas secuencias para varios tipos de set, pero hasta no sentir la vibra de los asistentes no decide qué darles. Como me lo describió, el proceso es casi chamánico.

Me preguntaba qué había percibido Cox en ese show. Se habían levantado las peores restricciones de la pandemia. Salir de noche con miles de desconocidos y sin cubrebocas seguía siendo una novedad. De las vigas goteaba sudor y en el piso tronaba plástico. Algunos aturdidos, melancólicos, caminaban sin rumbo en la parte trasera, como si hubieran perdido a un ser querido. Había jóvenes musculosos sin camisa. Mujeres en bikers estridentes, tops y lentes de sol angulares, se agarraban de las manos en el centro, sonriendo radiantes. Un sujeto, apoyado en las vallas delanteras, tenía cara de querer derribar el muro de una cárcel con un tanque. La atmósfera era amistosa, pero rozando en lo feral.

Cox abrazó a Gou cuando terminó el set y sonrió mostrando su inconfundible hueco entre los dientes. Su staf preparó el escenario: tornamesas, laptop, mixer. Durante unos instantes, no provino sonido alguno de las bocinas gigantes. Cox estaba de pie tras sus decks, dijo algo indescifrable al micrófono y comenzó a tocar una mezcla intoxicadora. Un bajo eléctrico mezclado con acordes de rave y sintetizador y un sample vocal que después supe era de “Old School”, una canción en el disco Me Against the World, de 2Pac. La multitud enloqueció ante el estatus de celebridad de Cox y a la música.

Un par de semanas antes de que Cox tocara en The Warehouse, pasamos unas horas en un estudio de grabación en un escenario curiosamente adorable en el condado de Cheshire. Pudimos haber pasado un par de días. Cox tiene 59 años. Es alegre y franco, habla mucho y rápido, y se ríe con todo su cuerpo. Tiene cientos de anécdotas que comprenden cuatro décadas de trabajo en la industria del dance. Está en contra de la idea de que los DJ no son artistas porque tocan la música de otras personas; y es la encarnación de esta idea. Escucharlo describir el profundo amor y el conocimiento enciclopédico de decenas de géneros, conocer su destreza para mezclar momentos dispares en la historia de la música electrónica, su capacidad deslumbrante para discernir qué quiere determinado público, y su manera de introducir un sonido para que, en sus palabras, “te aviente contra la jodida pared”, y sin dudas: no es ningún proyeccionista, es LA película.

Los padres de Cox llegaron al Reino Unido de Barbados. Su madre era partera y su padre chofer de autobús. Cox se crió en Carshalton, en el sur de Londres, con dos hermanas (hoy, Cox vive entre Melbourne y Brighton, pero no ha perdido su acento sureño). En los 60 y 70 no había muchas familias negras en Carshalton. Cox recuerda el racismo de su infancia. Los insultos no le afectaban tanto y recuerda que refejaban la atmósfera de la época: el Frente Nacional estaba activo y Eddie Booth en Love Thy Neighbour llamaba “sambos” a los negros. En cuanto pudo, se salió de la escuela.

La música le daba vida. Sus padres tenían una colección de 45 RPM de Soul. Aretha Franklin era de sus favoritas. A Cox le encantaba ponerlos en festas familiares. Llevó un tornamesas y una bocina a su primaria y en el lunch ponía los 45 de su papá para sus amigos. A los 10, cuando le empezaron a dar mesada lo gastaba en las tiendas de discos. Costeaba su hábito de comprar discos trabajando en lo que fuera: cortando pasto, decorando, lo que fuera. A los 14 ya entraba a los antros –por su tamaño pasaba desapercibido–, y le molestaba que los DJ hablaran sobre la música. A los 16 ya tenía su disco portátil, en donde sobre todo tocaba funk y soul, pero se ganaba la vida como pintor y en trabajos de construcción. A los 17 estuvo preso por pasear en un coche robado. Pasó sus 18 cumpliendo una condena breve en la HM Prison Blantyre House, en Kent.

Incluye muchos de estos detalles en su autobiografía Oh yes, oh yes! No es una deslumbrante obra literaria, pero cuando la leí me di cuenta de lo poco que conocía su historia. (Los DJ que son superestrellas son peculiares: seguro los has escuchado miles de veces y los reconoces al instante, pero la mayoría no son celebridades en el sentido tradicional y sus vidas no son del dominio público). La descripción que hace el libro de la época posterior al encarcelamiento de Cox hasta el nacimiento del acid house en 1980 es muy emocionante. Para resumir una historia complicada: Cox fue testigo y participante y en la explosión del dance de la época. Siempre quiso ser DJ, pero sentía que tenía que esforzarse más que los chicos blancos. Cox me contó que fue víctima de racismo, tanto consciente como inconsciente: “Si en un antro, un chico blanco y uno negro competían por un trabajo, se lo daban al blanco, y no porque fueran mejores que yo… Su cara encajaba en cierta narrativa”.

Cox decidió hacerse indispensable. Se graduó de su disco portátil, compró un sistema de sonido equipado para un antro y empezó a rentarlo a otros DJ. En los 80, su equipo tenía mucha

“EL PÚBLICO QUIERE QUE LO ALIMENTEN. TAL VEZ CON 5% DE LO QUE YA CONOCEN, 10% CLÁSICOS Y EL RESTO ES NUEVO”

demanda. Dentro de poco conoció a DJ como Nicky Holloway, Danny Rampling, Johnny Walker y Paul Oakenfold. En 1987, estos cuatro fueron a “unas vacaciones de chicos” a Ibiza y regresaron –tras experimentar con el éxtasis y noches en Amnesia, con el DJ argentino Alfredo– como evangelistas de un nuevo sonido house “balear”. Invitaron a Cox a ese viaje, pero no le alcanzó para el boleto de avión. Experimentó el momento “balear” en Londres, cuando lo invitaban a tocar en las nuevas festas que surgieron tras la epifanía de Ibiza: Project y Shoom. Cox recuerda a Alfredo de invitado en Project, en Streatham. Él fue parte de una multitud de creyentes que veían con ojos llorosos cómo “se revelaba el futuro en su presencia”.

Cox vivía en Brighton y se lanzó de cabeza al caos posterior: raves ilegales, esquivar a la policía, molestar al Reino Unido de los suburbios. Lo seguían conociendo sobre todo por su sistema de sonido, pero cada vez encontraba más trabajo como DJ. A fnales de los 80, era “el telonero del telonero” (en sus palabras) de casi todos los carteles, pero empezó a encontrar a su público en las noches de raves después del antro que comenzaban a las tres o cuatro de la mañana en la costa sur. En un rave titulado A Midsummer Night’s Dream, a eso de las 10 a.m. y frente a un público agotado, se convirtió en el primer DJ en usar tres decks al mismo tiempo. Puso dos copias de “French Kiss”, de Lil Louis, y las mezcló con “Let It Roll” de Doug Lazy. Cox recuerda que el sonido salió más “alto de lo que había esperado” y revitalizó a la multitud como si se tratara de una descarga eléctrica. Su novia y representante en aquel entonces repartió tarjetas de presentación entre los promotores que estaban en el público. A Cox se le empezó a conocer como Three-Deck Wizard.

En The Warehouse, Cox llevaba casi una hora de set, moviéndose al ritmo de la música muy a su estilo, trasladando su peso de un pie a otro. El lugar estaba lleno. Bajé del escenario al público. De la nada escuché el fragmento de una canción que desató una ola de recuerdos. Una vocalista repetía la misma frase “ever… wakes up early”. Le siguieron acordes de piano muy familiares. Identifqué el recuerdo y el sample. “Gypsy Woman (“She’s Homeless”) de Crystal Waters, una canción popular en 1991. Después descubrí que en 2020 un tal Mr Belt & Wezol había retrabajado “Gypsy Woman” y fue la versión que puso Cox. Miré a mi alrededor. La mayoría de los asistentes no estaban vivos en 1991. Aun así recibieron los acordes de “Gypsy Woman” como a un amigo de toda la vida.

Cuando nos reunimos, Cox dijo que no le interesaba poner clásicos nada más. Cualquier DJ residente de cualquier antro podía hacer eso. Para él, su trabajo era un escaparate de música nueva. Productores y artistas le enviaban material y él lo probaba en eventos en vivo. The Warehouse fue uno de sus primeros espectáculos en vivo desde que empezó la pandemia, y en sus palabras, tenía “18 meses de música que no ha visto la pista de baile y que está muy fregona”. Para su set de 90 minutos en The Warehouse creía tener 10 horas de música totalmente nueva. “Si la gente baila algo que nunca ha escuchado, entonces es una experiencia. El público quiere que lo alimenten. Tal vez con 5% de lo que ya conocen, 10% clásicos y el resto es nuevo”, dice Cox.

Si escuchas sufcientes sets de Carl Cox te darás cuenta de esta división entre lo fresco y lo viejo, lo conocido y desconocido, pero también la asombrosa variedad de música que pone. Para muchos Cox es DJ de techno. (En los términos más elementales, el techno es más duro y un poco más rápido que el house, con cuatro beats fuertes en un compás y casi siempre sin letras). Cox me contó que “siempre ondearé la bandera del techno underground”, pero sus gustos son oceánicos. Su disco favorito es Songs in the Key of Life de Stevie Wonder. A veces le gusta poner calipso. Le fascina Kraftwerk.

Entre 2001 y 2016, Carl Cox tuvo una residencia semanal en Space, antro ibicenco hoy cerrado. Quizás el mejor ejemplo del enfoque católico de Cox es el último set que tocó allí. Tocó nueve horas seguidas y fnalizó con “The End”, de The Doors. Si tienen tiempo, veánlo en YouTube. Es el registro de un maestro trabajando y una muestra asombrosa de pericia y fuerza –por no decir control de la vejiga– para un hombre grande en sus cincuenta. Cuando terminó, estaba temblando y a punto de llorar. Sabía que era el fn de algo irrepetible. Cox asegura que nunca aceptará otra residencia en Ibiza: hay demasiadas mesas VIP y segregación a partir de la riqueza. La isla ha cambiado. Todavía hay antros ibicencos que le encantan y en donde feliz tocaría una noche, pero Space tenía su propia magia. “Todo giraba en torno a la pista, cómo interactuabas con la gente; no importaba si eras millonario o pescador”, recuerda.

Le pregunté a Cox sobre el último set en Space y qué supuso para él. “Esa noche fue un viaje por la música. No tuvo nada que ver con el techno, sino con un DJ que tocó una selección de música. Si hubiera tocado techno nueve horas…”. Se carcajea, le sugiero que seguro a la gente le hubiera explotado el corazón. “¡Sí! Hubiera sido insular, egoísta. Me fascina compartir mi amor por la música. Espero que lo que me conmueve, te conmueva”.

Cox gana bien. The Warehouse Project no compartió detalles de su arreglo con él, pero otros que trabajan en la industria de la música en vivo sugieren que pudo haber cobrado 50,000 libras por un set de 90 minutos. Su nombre vende boletos y Warehouse tenía muchos a la venta. La pandemia le impidió dar shows en vivo durante 18 meses, pero siguió produciendo música en su estudio en Melbourne, en donde vive buena parte del año. Más aún, ahora que el mundo reabrió, tenía la oportunidad de ganar mucho dinero en sets en vivo para multitudes, con la frecuencia con la que quisiera.

ALGUNOS DJ SABEN CON EXACTITUD QUÉ VAN A HACER, PERO A COX NO LE GUSTA PLANEAR. SU MÉTODO ES EL ANTIMÉTODO

Sin embargo, cuando hablé con él me sorprendió lo que le había costado su carrera. En Oh yes, oh yes! sugiere que una vida viajando como DJ en los 80, principios de los 90, “no es maravillosa para la relación sentimental”, se refere a su pareja de entonces. Pero por lo demás, su vida privada es un libro cerrado. Cuando nos reunimos me contó que estuvo casado una vez, y que se había divorciado hacía más de 25 años, también que “casi me vuelvo a casar dos veces después de esa”. Las relaciones fueron difíciles y en buena medida por su estilo de vida.

“Mi esposa fue mi amor. No hubo nadie más. Pero en mi mundo ella se sintió como un repuesto. Le costó mucho”. ¿Quiso hijos? “Quería encontrar a la persona adecuada para tener hijos, y no quería ser el padre que se va cada dos días… Y el tiempo pasó”.

Percibí cierto remordimiento, pero Cox me aseguró que no. “He llegado a un punto de mi vida en el que creo que si me tocó habitar la Tierra tal como soy, esto es lo que hubiera querido ser. Puedo tocar la mejor música que nadie. Es mi misión y mi llamado”. Se ríe, es consciente de que suena arrogante. Pero lo dice en serio. “Soy como evangelista del techno, difundo el amor del bombo en el mundo”.

En la víspera del Año Nuevo de 1999, Cox tocó dos veces. El primer show fue en Sídney, en donde le tocó recibir el nuevo milenio. Después se subió a un avión y regresó a 1999 para tocar en Hawái. Su vida está repleta de incidentes así. Tocó frente a cerca de un millón de personas en Love Parade en Berlín, en 1998 (¡un millón!). Cox cuenta estas anécdotas con asombro (“Honestamente nunca pensé llegar tan lejos”), pero en este recuento no destaca estos logros.

Si le preguntas cuáles han sido los momentos más importantes, te dirá que los antros pequeños en los que ha tocado, las horas intensas en las que el público y los DJ entraban en perfecta sintonía con la música, noches de las que no hay registro de video porque estabas ahí o no estabas. Te contará sobre Womb, antro en Tokio con capacidad para mil personas en donde compartió cartel con el DJ estadounidense Seth Troxler, y cómo la música estaba llena de variedad y caos. Troxler puso a Prince “y un montón de cosas rarísimas y maravillosas… Increíble, qué noche. Qué antro. Underground en serio”.

Cox casi tiene la edad para viajar gratis en transporte público. La mayoría de sus contemporáneos ya no tocan en vivo, pero su agenda sigue siendo una locura. Ahora viajar lo agota. Cuando se contagió de Covid unos meses atrás, estuvo un mes mal. También tiene muchos otros intereses, tiene un equipo de motosport. Bien podría quedarse en su estudio y hacer música nueva, ya no tocar en vivo y vivir holgadamente. Sin embargo, sigue de gira.

Durante los próximos meses estará en Australia (abril), en el Reino Unido (junio y julio), en Holanda (agosto), y en Chicago (septiembre), entre otros lugares.

Cuando le pregunto por qué, habla de Womb, de la sensación después del show y el remordimiento de saber que hay demasiados antros y no sufciente tiempo para tocar en todos.

“Después de esa noche, regresé a Womb cinco años después. ¡Cinco años! Así que si no hago estos eventos ahora, no sé cuándo”.

Le quedaban 10 minutos en The Warehouse. Con pocas excepciones, los ravers no habían sacado sus teléfonos. No era el tipo de público que tomaba videos. La música era demasiado vigorizante. La gente trataba de seguir el ritmo. Pero poco antes de las 3 a.m., el hombre detrás del deck puso “Born Slippy” de Underworld, la canción que se hizo famosa por Trainspotting. He escuchado esa introducción miles de veces y no ha perdido su poder, para nada. Cox cantaba empapado en sudor. Una luz roja sangre bañaba a la multitud. En lo alto, relucieron cientos de fashes. Cuando entraron los tambores, Cox empuñó las dos manos al aire.

El beat era tanto su golpe como su medida, su golpe y herida. Los golpes llegaron más rápido que dos por segundo. Cada uno marcaba el tiempo y lo adelantaba. Los ravers estaban más cerca del momento de dispersarse en la noche fría y del temor de la mañana siguiente. Cox estaba más cerca de recibir ovaciones, limpiarse el sudor de la frente, meterse a un coche, a la cama de un hotel, a un avión y a más shows en los días venideros. ¿Quién sabe cuándo regresaría? Como dice la canción, tantas cosas que ver y hacer.

Tres momentos del increíble Cox, quien afirma: “He llegado a un punto de mi vida en el que creo que si me tocó habitar la Tierra tal como soy, esto es lo que hubiera querido ser. Puedo tocar la mejor música que nadie. Es mi misión y mi llamado”.

SÁBADO, 31 DE JULIO DE 2021. Caeleb Dressel acaba de conseguir su quinta medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Tokio, en el relevo de 4 x 100 estilos. Está rodeado de un pequeño grupo de periodistas. Lleva su oro al cuello y el poderoso torso desnudo. La fenomenal águila calva que repta como una culebra por su desproporcionado hombro izquierdo y el amenazador oso grizzly que ruge desde su bíceps –el cual, por lo general, mantiene a raya a la prensa– están muy callados.

Dressel se lleva de manera compulsiva la mano a la sien derecha, moviendo su pelo corto y todavía húmedo. Todo el mundo espera que se ponga a llorar, como ha hecho después de conseguir las cuatro medallas anteriores. Sin embargo, Caaleb, ya a punto de cumplir 25 años, habla y parece frágil, débil, como tú o yo, no como el supergigante de la natación que es. “Nunca diría esto durante una competición, pero la verdad es que ahora, mirando hacia atrás, es aterrador”, aclara. “Algunas cosas han sido agradables... pero la mayoría de ellas no, no lo fueron. No puedes dormir bien. Estás temblando todo el tiempo. No comes... Estoy muy contento de haber terminado. Por el momento, he acabado con la natación”, confesó.

Durante los Juegos Olímpicos de Tokio, muchos deportistas hablaron con sinceridad sobre su salud mental: Simone Biles, Naomi Osaka... Sin embargo, Dressel, el atleta que acababa de superar todas las expectativas, que había conseguido hacer realidad el sueño de su infancia, ya convertido en (otro) héroe estadounidense revela su inferno y, aunque le quedan cinco años de carrera, no desea seguir. Podría haber esperado y retirarse al cumplir los 30, como Michael Phelps, pero evita continuar en algo “aterrador”. Caeleb ha reconocido al fnal que la presión puede llegar a ser paralizante. Los deportes resultan también un trabajo y ¿cuántas personas realmente son felices en él durante toda su carrera? Caeleb puede experimentar alegría con el resultado, pero dejó muy claro que no le pasa igual con el trabajo en sí.

Si un deportista que sigue su sueño –y tiene la suerte de dedicarse a su pasión–, siente algo parecido al síndrome de burnout, defnido como las consecuencias mentales y físicas de un estrés acumulado mal gestionado en el trabajo, ¿qué pasa con el resto de personas cuando nos vemos obligados a exceder nuestras capacidades para conseguir un objetivo que no merece la pena o que factores externos, como la desorganización, expectativas irreales, nula desconexión digital, falta de reconocimiento y recursos, hacen que lo lamentemos?

Si Dressel tiene una sensación constante de agotamiento mental, pensamientos negativos y una distancia mental con su trabajo, tres de los cuatro síntomas con los que la Organización Mundial de la Salud defne este síndrome (que no lo ha catalogado como enfermedad, sino como un “fenómeno ocupacional” relativo al ámbito laboral), ¿qué pasa con el resto de nosotros? El cuarto elemento que define el burnout, siempre según la OMS, es la “reducción de la efcacia profesional”, y no se aplica a Dressel, pero tampoco a muchos trabajadores con el síndrome.

Podríamos tomar también como ejemplo al célebre Heung-Min Son, futbolista del Tottenham, que en 2019 jugó nada menos que 78 partidos en 12 meses y recorrió 112.000 kilómetros para representar a Corea del Sur en la Copa del Mundo, los Juegos Asiáticos y la Copa Asiática. La FIFPRO, el “sindicato” internacional de los futbolistas, lo puso como ejemplo de síndrome de burnout –en deportistas– en un polémico informe de 2020, diluido por el inicio de la pandemia. De todas formas, en esos 78 encuentros no hay nada, ni épica, ni lírica ni storytelling que valga. Y tampoco hay un relato en primera persona. El esfuerzo de Heung-Min Son se parece mucho, bastante, al que hacemos cualquiera de nosotros.

burnout

EL EFECTO GRETA THUNBERG

El síndrome de burnout tiene un serio problema de marketing. Y no es por el hecho de que no sea un fenómeno nuevo o se haya convertido en un término popular que sirve hoy en día para etiquetar cualquier malestar en el trabajo y fuera de él. El burnout no posee un rostro, una Greta Thunberg que lo saque del anonimato.

El ejemplo de Dressel no deja de ser una gota más dentro de la lírica y la épica del deporte, una gota con fnal feliz y con reconocimiento público, aunque pueda haber un síndrome de burnout. Dressel, además, no tiene que compaginar dos trabajos para llegar a fn de mes, ni tiene precisamente un empleo basura, ni sufre falta de reconocimiento, ni el sector en el que trabaja se encuentra en un proceso de reconversión.

Por eso tampoco puedes recurrir a, no sé, ¿Gareth Bale? Sin embargo, es importante que personas con un grado de exposición pública similar reconozcan cómo se sienten. Siempre sin frivolizar con el síndrome. Porque la realidad del burnout se parece más a esto otro.

“¿Sabes? Tengo una sensación de ruido constante en la cabeza”, me dice Julia (no es su verdadero nombre), una enfermera con 27 años de profesión a sus espaldas, y se echa a llorar. En seguida se recompone, digna. Ya está acostumbrada. Sus lágrimas no tienen nada que ver con las de Dressel. Julia es enfermera en un hospital público y lleva ocupándose de pacientes con Covid-19 desde antes de que supiéramos sobre ese virus, cuando algunas personas (sí, ¡sucedió!) se dedicaban a robar mascarillas en las secciones de Urgencias “por lo que pudiera pasar”.

La sensación de ruido de Julia ha nacido durante la pandemia, pero no es el resultado de una situación nueva. La pandemia solo ha empeorado las condiciones laborales de un sector sociosanitario público que está siendo desmantelado: la falta de personal, la sobrecarga de trabajo, los horarios, la carencia de reconocimiento social... El caso de Julia sería un caso claro de burnout, aunque, como Dressel, no afecte a su productividad. No se lo puede permitir.

El sociosanitario es, probablemente, el sector que ha sufrido de manera más desproporcionada el fenómeno de burnout. Entre las personas que ayudan a los pacientes con Covid-19, el aumento en la carga de trabajo ha llevado al agotamiento. La escasez de equipos de protección personal (EPP) y la falta general de preparación para esta emergencia de salud pública en el mundo socavan la confanza de los profesionales. Las altísimas tasas de mortalidad y sufrimiento los han llevado, además, a retraerse emocionalmente. Y, para colmo, estas condiciones han persistido durante meses en muchos lugares y se han reafirmado después de un breve respiro en otros. Todo esto dejando al margen a los negacionistas y conspiranoicos.

“Si hay un sector paradigmático del burnout es el sociosanitario. Lo que pasa es que con el home ofce y con la exposición a la tecnología se está extrapolando a otros sectores”, explica Francisco Trujillo, experto que se ha dedicado a investigar el tema. “La OMS señala que la prolongación de la jornada es de los mayores responsables de fallecimiento en el entorno laboral”, añade.

Antes de que comenzara la pandemia, se estima que en México el 75% de los trabajadores trabajaban fuera de horario, una cifra que ascendía rápidamente hasta nueve de cada 10 en el caso de los directivos. Nuestro país es, dentro de aquellos que hacen parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en el que más horas se trabaja. No es extraño, entonces que ocho de cada 10 personas trabajadoras viva con estrés laboral. Mientras que en China son siete de cada 10 y en Estados Unidos, seis de cada 10, según la OMS.

“Al fnal, el burnout es un agotamiento emocional cuando se produce una distancia afectiva o una despersonalización hacia el trabajo por exceso de demanda e incapacidad para dar respuesta. Te vas alejando de tu implicación emocional con el trabajo y con la organización. La persona tiene capacidad, tiene fuerza, pero no tiene ganas. Ha perdido esa actitud por acompañar a su empresa. Y es un trastorno adaptativo crónico. Se produce por el ritmo de trabajo o por las duras expectativas ante el trabajo. Aparece cuando estamos expuestos a una situación laboral en la que no somos capaces de encontrar respuestas adaptativas”, bien explica el sociólogo Manel Fernández Jaria.

Los principales investigadores internacionales sobre el fenómeno del burnout desde hace tres décadas son Michael Leiter y Christina Maslach, autores del libro La verdad sobre el agotamiento. Todas sus investigaciones desde los años 80 han llegado a la misma conclusión: el agotamiento es un problema del lugar de trabajo, no un problema del trabajador. Atención...

Ocurre cuando hay un desajuste entre una organización y sus empleados en una o más de las siguientes áreas: cantidad de control a los trabajadores, trato justo, sentido de comunidad, niveles de carga de trabajo, reparto de recompensas y valores organizacionales. El problema, para entendernos, no es de Julia, sino de la organización de Julia. Según Leiter y Maslach, muchas empresas malinterpretan el agotamiento pensando que solo se trata de una cuestión de fortaleza mental del empleado.

Luego hay otro problema añadido: que se haya convertido en una etiqueta es otro escollo para el burnout. Se dice que alguien está “quemado” de la misma manera que se habla de alguien deprimido, y hay una notable distancia entre las percepciones y las afecciones reales.

“Hay muchas cosas que no son este síndrome: que no te guste tu trabajo, el estrés, la crisis laboral, el acoso laboral... El burnout es el desinterés progresivo hacia el trabajo, el aislamiento del entorno laboral, la falta de compromiso, el agotamiento físico y psicológico, y la frustración. Puede ser que en el origen esté que no te guste tu trabajo, pero al fnal los síntomas son esos. Si no te gusta tu trabajo y no tienes esos síntomas, no es burnout”, matiza con claridad Fernández Jaria.

LA INFLUENCIA DEL COVID-19 Un estudio de la OMS, publicado en 2021, indica que solo unos pocos años atrás, en 2016, más de 745,000 personas murieron por cardiopatías isquémicas y accidentes cerebrovasculares. Lo que tenían en común, además de sus padecimientos, es que trabajaban más de 55 horas a la semana.

“Si surge ahora el burnout, seguro tiene que ver con la prolongación de la jornada laboral que sufrimos, además del teletrabajo y los modelos híbridos del trabajo ahora”, añade Fernández Jaria. El estrés laboral, entendamos, no ha aparecido por “arte de magia” durante la pandemia. Se trata de una tormenta perfecta para el agotamiento.

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