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Laia Costa, por Cinco lobitos

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LAIA COSTA DE MADRES (E HIJAS) IMPERFECTAS

La actriz protagoniza ‘Cinco lobitos’, la ópera prima de Alauda Ruiz de Azúa que erige, a fuego lento, un desgarrador y honesto retrato de las relaciones familiares con el duelo, el paso del tiempo y la deconstrucción de los roles establecidos como implacable telón de fondo.

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Por Juan Silvestre.

uando Cinco lobitos se convirtió en la gran sorpresa

Cdel Festival de Málaga, donde ganó la Biznaga de Oro a la Mejor Película, la palabra que más sonaba entre crítica y público era ‘maternidad’. Y sí. La ópera prima de Alauda Ruiz de Azúa toca el tema, pero va mucho más allá. Eso es solo el punto de partida, nos cuenta Laia Costa (Barcelona, 1985), que recibió la Biznaga de Plata a Mejor Actriz, ex aequo con su compañera Susi Sánchez. La película habla de la figura del cuidador, de la enfermedad, de la muerte, de las dinámicas heredadas… La actriz interpreta a Amaia, una joven que acaba de ser madre y descubre, no solo que las cosas no son como imaginaba, sino que está a punto de experimentar un viaje inverso a lo que significa ser hija, esta vez desde una perspectiva mucho más dolorosa.

Comenzaron a rodar un año después de que Laia diera a luz. Para entonces, su visión de según qué cosas había cambiado. Leí el guion embarazada de seis meses y hubo escenas que no entendí. Volví a leerlo después de tener a mi hija y lo comprendí todo, nos cuenta. Todavía sin dormir muchas noches, dando el pecho y derrapando emocionalmente durante todo el día, la actriz aprovechó esa energía para entregársela a la protagonista de la historia. Fuera del rodaje cuidaba de mi hija y, dentro, de los cinco bebés con los que trabajábamos. Comía cuando podía, no llevaba maquillaje ni pasaba por peluquería y mantuve el acné que me salió al dar de mamar, recuerda. Llevaba tiempo sin trabajar. Lo último que había hecho había sido una serie en Londres cuando estaba embarazada y sentí que esta era la película que necesitaba para volver. Lo descubrió después de tomarse un café con Alauda, la debutante directora, y comprobar que su único objetivo en Cinco lobitos era la honestidad total, contar una historia sin artificios.

UNA MATERNIDAD SIN ÉPICA

Para ello, la cineasta optó por la austeridad en los recursos. No tiene miedo al ritmo ni al silencio. No le asusta que no pase nada. En el set sentíamos que en ese ‘no ocurrir nada’ estaba pasando de todo, explica Costa. Era el tono que hacía falta para retratar el día a día de una familia muy vasca, que no enseña las emociones ni se dicen que se quieren, de una forma muy valiente y poco habitual en el cine. A mí, que soy muy transparente con lo que siento, todo esto me quedaba lejísimos, asegura. Pero enseguida entendí esa rutina que Alauda quería reflejar, esa soledad que sienten las madres, que dejan de dormir durante años y, aun así, siguen funcionando. Y lo mucho que necesitan el acompañamiento y la empatía. En Cinco lobitos hemos querido huir de la maternidad perfecta, pero también de la madre coraje. Dos extremos entre los que existen miles de grises y que, en realidad, es donde se encuentra la mayoría.

Sin embargo, el gran cambio de Amaia se produce cuando se invierten los roles: pasa de ser hija a tener que cuidar de su madre, interpretada por Susi Sánchez. Es algo que, tradicionalmente, ha recaído sobre las mujeres. Y ahí llega la crisis de identidad de mi personaje. Un duelo en vida que preferí no juzgar. Son procesos ondulantes y muy complejos que pueden acompañarnos para siempre. Para este duro viaje contó con la complicidad de Susi. Me hacía gracia porque llegó muy nerviosa. Pero hay algo precioso en ella: mantiene intactas la ilusión y la pasión. Y se permitió estar perdida. Se refiere a los momentos de improvisación que surgieron rodando y con los que Costa se sintió muy cómoda. Somos dos actrices muy distintas. A mí me resulta muy fácil jugar fuera del texto y luego volver a él. Pero Susi necesitaba saber más cosas. Alauda nos pedía A y, cuando ya estaba hecho, quería rodar también B. Y ahí teníamos que confiar en la directora y hacer un gran ejercicio de humildad. A partir de ese momento, Susi empezó a pasárselo muy bien. Cada toma era única, pero se mantenía la esencia. Recuerdo que me decía: Nunca sé qué vas a hacer, así que solo tengo que estar ahí.

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